Te Odio Pero Solo A Ratos Keily Fox | PDF


A successful romance novelist's life takes a dramatic turn when a kidnapping attempt and a complicated relationship with her past intertwine.
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TE ODIO, PERO SOLO A RATOS

Keily Fox

© Keily Fox, 2021

Todos los derechos reservados. www.keilyfox.com Para los dos luceros que iluminan mi camino Agradecimientos En esta ocasión, quiero dar un agradecimiento muy especial a Javi, Luna y Sergio, mi marido y nuestros dos luceros, por ser tan pacientes y considerados con todas las horas que les robo a diario, que no son pocas, para poder seguir creando historias… ¡Gracias por ser como sois! ¡Os amo por encima de todo!

Una vez más, Alberto S. Manzano, gracias por esta maravillosa portada. Me encanta trabajar contigo y ver cómo vas moldeando cada detalle…

Rocío Parra, has sido todo un descubrimiento como lectora beta. Gracias por tu gran implicación y tu rápida lectura. He disfrutado mucho de nuestra charla posterior, del intercambio de opiniones y de las risas. Espero poder contar contigo de nuevo, a pesar del tercer grado al que te sometí… ¡Ha sido genial!

Bea Moreno, como siempre ha sido un placer contar contigo. Sabes que valoro mucho tus opiniones, mil gracias por ese huequito que siempre le haces a mis chicos y por cada uno de tus aportes. ¡Vuela alto, mi pequeño colibrí!

Jelly Reynoso, es todo un lujo tenerte como lectora cero. Siempre me ayudas a sosegar los nervios, con cada carcajada que me arrancas. Gracias por cada opinión que me das, por querer tanto a mis chicos y por toda la paciencia que me tienes a veces…

Vanesa S. Mena, gracias por buscar minutos de lectura donde no los tienes para poder ayudarme en esta aventura. Sabes que valoro tu opinión y cuánto disfruto de nuestras charlas posteriores.

Un último y especial agradecimiento a cada uno de mis lectores, sin los que nada de todo esto tendría sentido. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Capítulo 1 Cuando Kirsty Danvers traspasó la puerta del concurrido bar-restaurante, sonrió ante la algarabía que provocó su llegada. Un aluvión de aplausos, silbidos y vítores le dieron la bienvenida, consiguiendo que sus mejillas se sonrojaran. No estaba acostumbrada a generar tanta expectación, aunque era consciente de que, probablemente, la gran mayoría de la gente no tenía ni la más remota idea de quién era ella o por qué aplaudían. —¡Voy a mataros! —Rio divertida señalando a sus amigas, que eran las más entusiastas del bar—. Os pedí discreción. Tampoco ha sido para tanto. —¡¿Best seller en un par de horas?! —gritó Jess, saltando sobre ella para demostrarle su felicidad—. Deberíamos haber contratado una banda de música. —Todavía estamos a tiempo. —Rio Alyssa, reclamando ahora su atención y abrazándola con fuerza—. El tipo con el que hemos contratado los fuegos artificiales las ofrecía a buen precio. Kirsty se dejó llevar por el entusiasmo y terminó riendo a carcajadas mientras se dejaba arrastrar hasta la mesa que solían reservar siempre que iban a cenar allí; lo que ocurría al menos una vez al mes, aunque no hubiera nada que festejar. —Entonces, ¿hemos desechado por completo la idea de celebrarlo con un stripper? — preguntó Jess mientras cogía asiento, fingiendo cierta decepción—. Uno igual que el detective Riley: potente y sexi que te mueres. —Ningún hombre puede ni siquiera parecerse al detective Riley —opinó Alyssa divertida—. Me temo que aquí doña escritora de best sellers ha puesto el listón demasiado alto. Kirsty dejó escapar una carcajada divertida, obviando el repentino calor que la invadía cuando pensaba en el protagonista de sus novelas más conocidas. Cuando hacía ya cuatro años había escrito el primero de los cinco libros que componían la saga de Riley, jamás se le había pasado por la cabeza que aquel sexi detective, con ciertas habilidades paranormales, se terminaría convirtiendo casi en un icono sexual, ganándose de inmediato la admiración de cualquier mujer que cayera entre sus páginas. La cuarta entrega de la saga había salido a la venta aquella misma mañana y la primera edición se había agotado casi en un suspiro, metiéndola en las listas de los más vendidos de forma automática. Y aquello no era nada fácil en una ciudad como Nueva York. —Ya sabéis que nunca fue mi intención convertirlo en un sex simbol —les recordó—. Hay veces que ni yo misma puedo entender el fenómeno Riley. Es un tipo muy… imperfecto. —¡Ay, sí… —Jess hizo una pausa y se mordió el labio inferior con deleite—, pero tiene todas esas habilidades y resuelve los casos tan bien! —¡Pon un Riley en tu vida, Kirs! —bromeó Alyssa entre risas. —Me conformo con que siga colaborando con mi cuenta corriente. —Los derechos de autor no te calientan los pies en invierno —insistió Jess. —Para eso tengo un nórdico y una bolsa de agua caliente. Las tres rompieron a reír y atrajeron un montón de miradas masculinas sobre ellas, pero continuaron charlando sin inmutarse. —Es una pena —se lamentó Jess con una pícara sonrisa—. El tipo que hay en la barra está como un queso y no te quita los ojos de encima desde que has llegado. —¿Y es una pena para quién? —bromeó Kirsty—. Yo estoy la mar de a gusto desde que decidí darme un respiro con las citas. Alyssa y Jess intercambiaron una mirada preocupada. —¿Ni siquiera vas a mirarlo? —dijo Alyssa, instándola a hacerlo—. El de la camisa gris, en el extremo de la barra. Dejando escapar un sonoro suspiro, Kirsty posó sus ojos sobre el tipo en cuestión. —Es guapo —admitió a regañadientes. —¡Cuánto entusiasmo! —se quejó Jess. —Lo siento, chicas, pero me provoca demasiado tedio todo el esfuerzo que tendría que hacer para terminar con la misma decepción de siempre en cuanto que lo bese —admitió Kirsty sin la menor duda—. De verdad que no me compensa. —En algún momento alguien logrará prender la llama —insistió Jess—. Pero para eso tienes que darte una oportunidad. —Quizá podría empezar las citas por el final —bromeó Kirsty de nuevo, aunque sin poder disimular del todo su incomodidad. —¿Empezar por el beso de despedida? —Al menos, si no saltan las chispas, no habré perdido el tiempo —se encogió de hombros—. Ni siquiera tendría que decirles mi nombre. —Pues adelante —la animó Alyssa, divertida, señalando hacia la barra—. Te da tiempo a intentarlo mientras traen la cena. Kirsty se obligó a sonreír. —La cuestión es… que no me apetece. —Entonces será difícil que te ayude con tu… —Jess se detuvo, sin saber muy bien cómo decirlo para que no sonara tan mal como parecía. —¿Problema? —Sonrió Kirsty con cierta resignación—. Puedes decirlo. Aunque ya sabes que a mí me gusta más llamarlo mi pequeña maldición. —¡Qué exagerada! —Rio Alyssa—. Solo necesitas al hombre adecuado. Kirsty suspiró y tuvo que hacer un esfuerzo titánico para evitar que la sola mención al hombre adecuado le arruinara la noche. Si dejaba que aquel pensamiento anidara en su interior, pronto su mente estaría galopando por las extensas praderas en las que había crecido. —¿Podemos cambiar de tema? —suplicó, esbozando una sonrisa—. No sé si os habéis enterado, pero he vendido un mogollonazo de novelas esta mañana. —¡Sí! Y me encanta…, ¡porque nos vas a invitar a cenar! —gritó Jess, arrancándoles una carcajada a ambas. Las risas se vieron interrumpidas por Vince, el dueño del local, que escogió aquel momento para detenerse frente a su mesa con una enorme sonrisa en el rostro y una novela en la mano. —¿Cómo están las mujeres más guapas del bar? —Esperando a que vinieras a darnos nuestra dosis de piropos —bromeó Alyssa—. Ya te estábamos echando de menos. —Eso ella, Vince, yo estoy hambrienta —Rio Jess—, preferiría que nos tomaras nota de la comida. —¡Oh, eso ha dolido! —suspiró el hombre, llevándose la mano al pecho como si un dardo acabara de impactarle—. ¡Creo que acabas de romperme el corazón! —Cuando tengo hambre, no entiendo de sutilezas —siguió bromeando. —Si no es nada personal, te lo perdono. —Sonrió mientras dejaba escapar un suspiro teatral y le tendía a Kirsty un ejemplar de su última novela—. ¿Me pones algo bonito para quitarme el disgusto? Para Brenda y Vince, ya sabes. —¿Has hecho cola? —preguntó Kirsty, sorprendida de que hubiera conseguido uno de los ejemplares de su libro. —¡Por supuesto! Lo que haga falta para que mi Brenda tenga a su detective favorito y esté contenta. Kirsty entrecerró los ojos y miró al hombre con una divertida expresión suspicaz. —Te lo ha traído Alek, ¿no? —dijo casi convencida. —¿Me ves haciendo cola para otra cosa que no sean unas entradas para ver a los Mets? —Rio el hombre sin ningún tipo de vergüenza—. Me lo trajo anoche, que estuvo por aquí. —¿Alek Dawson trasnochando? —Le faltó tiempo a Jess para burlarse—. ¿El mundo se ha vuelto loco o qué? —¡Pero si Alek es uno de los tipos más divertidos y geniales que conozco! —Sonrió Vince. Jess fingió bostezar y sus amigas no pudieron evitar reír. —¿No le habrás invitado a cenar? —le preguntó Jess a Kirsty con cara de espanto. —Lo hice, sí, es mi editor y le debo mucho. —¡No me fastidies! —No te preocupes, que ha dicho que no —Miró a Jess con una divertida expresión acusatoria —. No me imagino por qué. El exagerado suspiro de alivio de Jess volvió a hacerlas sonreír. La enemistad entre Jess y Alek no era nada nuevo. Apenas si se habían visto en cinco o seis ocasiones, pero desde el primer momento habían chocado en cada una de sus opiniones y aquello ya no parecía tener remedio. Si uno de los dos asegurara que la nieve es blanca, el otro afirmaría con total contundencia no estar de acuerdo. Entre risas, Vince les tomó nota de la cena mientras Kirsty ponía una emotiva dedicatoria en la novela. —¿Qué te ha pasado en la mano? —le preguntó Jess a Kirsty una vez volvieron a quedarse a solas. La chica llevaba una tirita bastante grande en la palma. —Anoche me corté mientras cocinaba —contó Kirsty—. De la manera más tonta. Ya sabéis que los nervios suelen pasarme factura y cometo una estupidez tras otra. —¿Y es una herida muy profunda? —se interesó Alyssa—. Puedo mirártela, si quieres. —No es mucho, pero me tuvo botando un rato la condenada —confesó. —Apuesto a que en ese momento te hubiera encantado ser Darcy. —Sonrió Alyssa. Darcy era el dolor de cabeza del detective Riley. Se veían obligados a trabajar juntos en cada novela, a pesar de que se detestaban, o eso parecía. La chica tenía una particularidad asombrosa, entre otras muchas, y era la capacidad de sanar las heridas de cualquier persona, solo aplicando las manos sobre ella. —No estaría mal, la verdad —admitió Kirsty con una sonrisa. —Pues yo, si tuviera que escoger una de las habilidades de Darcy, preferiría el control mental —opinó Jess con convencimiento—. Podría tener todo lo que quisiera. —Menos a Riley —le recordó Alyssa con una sonrisa traviesa. El detective era inmune a cualquier habilidad con la que intentaran manipularlo. —No necesitaría control mental para meter a Riley en mi cama —se vanaglorió Jess con un gesto divertido. —Lo cual no sé si tiene mucho mérito, teniendo en cuenta que es un mujeriego incurable — les recordó Kirsty—. Pero ¿por qué estamos hablado de Riley de nuevo? He pasado doce horas al día con ese tipo y su inmenso ego durante demasiado tiempo. —¿No se supone que deberías querer un poco más a tu gallina de los huevos de oro? —Rio Alyssa, a la que siempre le asombraba la animadversión con la que Kirsty hablaba del personaje que la había llevado a los primeros puestos de los rankings de ventas. Kirsty sonrió, pero no agregó nada más. La respuesta a aquella pregunta era demasiado complicada, y se sentía tan absurda y enfadada consigo misma cada vez que se permitía profundizar en ello, que había aprendido a no hacerlo. —Cuéntanos cositas de Max, Aly —le pidió, sin importarle el poco sutil cambio de tema. Y, como buena madre, su amiga estuvo encantada de deleitarlas con las últimas hazañas y anécdotas de su pequeño de cinco años. Las chicas, que adoraban al niño, disfrutaron de cada una de ellas. Cenaron entre risas, sin que se les agotara el tema de conversación. Estaban disfrutando del postre cuando sonó el teléfono de Kirsty. —Es mi padre —informó, consultando el visor—. Tengo que contestar, chicas, hace una semana que no hablo con él. Respondió al teléfono, pero entre la poca cobertura del sitio y la música de fondo, se vio forzada a salir al exterior para poder hablar. —Papá, ahí es muy tarde. ¿Qué haces levantado aún? —No podía acostarme sin darte mi enhorabuena —le dijo su padre con la voz impregnada de orgullo—. Acabo de leer que tu lanzamiento ha sido un éxito total. —Sí, la edición se ha agotado en muy poco tiempo —le contó Kirsty, feliz—. Pero no te preocupes, te he guardado un ejemplar, como siempre. Te lo mandaré mañana, y supongo que lo tendrás en casa en unos días. Sé que te gusta tener el libro físico, aunque ya hayas leído el manuscrito. —¿Y por qué no me lo traes tu misma? —le sugirió esperanzado—. Hace muchos meses que no vienes por casa. Kirsty sintió una punzada de anhelo, pero la acalló con rapidez. —Tengo que hacer toda la promo de lanzamiento —le contó, sintiendo cierto malestar por no ser sincera del todo. —¿Y no tienes ningún compromiso aquí cerca? —insistió su padre—. La última vez hiciste gira por Inglaterra y pudimos vernos. —Aún no tenemos cerrado el calendario —dudó. En verdad tenía muchas ganas de ver a su padre. Quizá podría… —Sería genial que pudieras coincidir con Mike esta vez. Aquella frase acabó de un plumazo con cualquier posibilidad de plantearse la visita. —Pues no va a ser posible —terminó diciendo con frialdad. —¿Seguro? No pudiste venir al cambio de presidencia cuando él tomó la dirección de la empresa, quizá era momento de… —De nada, papá —interrumpió con cierta acritud—. Tú flamante nuevo CEO puede ir esperándome sentado. —Cariño, en algún momento tendréis que limar asperezas. —Ese momento no es ahora —le aseguró, intentando no sonar demasiado grosera. Últimamente su padre insistía demasiado en aquello, con lo que solo conseguía que ella espaciara cada vez más sus llamadas a casa. —Es la única familia que te quedará cuando yo falte. —Él no es mi familia —le recordó molesta. —Es lo más parecido que… —Tengo que dejarte, papá —interrumpió—. Estoy cenando fuera. —¿Con quién? ¿Tienes novio, Kirs? —se interesó Thomas Danvers, olvidando por completo su anterior conversación—. ¿Cómo se llama? Sonó tan esperanzado que cuando se quiso dar cuenta estaba mintiendo como una bellaca. —Se llama… Alek —se escuchó decir, sorprendiéndose a sí misma. —Alek ¿tu editor? ¿Ese Alek? A Kirsty el solo pensamiento de tener algo con Alek le resultaba absurdo, pero su padre no tenía por qué saberlo, y no podía negar que era un hombre muy atractivo, aunque no era su tipo…, si es que tenía un tipo. «Sabes que lo tienes», intervino su conciencia solo por incordiar. —¿Y es algo serio? —escuchó insistir al hombre. —¿Vas a hacerme un tercer grado, papá? —bromeó divertida—. Ya no tengo diecisiete años. —Con esa edad era Mike quien te los hacía —le recordó. —Sí, amargarme la vida siempre fue su pasatiempo favorito. —¡No exageres! «¿Exagerar? Hace años que no veo a Mike O'Connell, y aun así sigo pagando cada día las consecuencias de haberlo conocido», se dijo, cada vez más molesta. —Entonces, Kirs, ¿ese novio…? —No es mi novio, papá —terminó admitiendo. Aunque no pudo evitar añadir—: No de momento, al menos, pero quizá sí en un futuro… «Ahora se lo zampas a tu Mike», pensó, apretando los dientes y soltando un sonoro suspiro. —Y ahora te dejo, papá, no quiero hacerlo esperar más tiempo. Sin esperar la réplica, colgó el teléfono y lo apretó con fuerza entre sus manos. Molesta, se dijo a sí misma que tenía sobrados motivos para estar feliz y se repitió hasta la saciedad que no iba a permitir que una desafortunada conversación le amargara la noche. Entró de nuevo en el bar, miró hacia la barra y caminó con decisión hasta el tipo que no le había quitado los ojos de encima en toda la noche. Sin pronunciar una sola palabra, le echó los brazos a cuello y lo besó. El tipo respondió de forma automática y apasionada, mientras Kirsty ponía todo de su parte para que aquel beso fuera espectacular. «Mierda», se apartó treinta segundos después tan repentinamente como había empezado. —Lo siento —le dijo al tipo, que la miraba con asombro. —¡Pues yo no lo siento nada! —Sonrió el chico. —Sí, ese también es mi problema —dijo apenas en un susurro, aunque con una connotación muy diferente. Sin añadir una sola palabra más, apretó los dientes y volvió junto a sus amigas, intentando no pensar en aquel otro beso… que comparaba con todos los demás. —¡Yo de mayor quiero ser como tú! —bromeó Alyssa, arrancándole una carcajada a Jess. —Pues no te lo recomiendo —dijo Kirsty cogiendo asiento, sin poder disimular su irritación. —Besar a un desconocido de esa forma tiene su morbo, ¿no? —opinó Jess—. ¿No te ha provocado nada? —Vergüenza de mí misma, ¿eso cuenta? —No es en lo que pensaba… —Sonrió su amiga—. Creo que necesitas conocer a alguien como… —¡Si se te ocurre mencionar de nuevo al dichoso Riley, te retiro la palabra! —la interrumpió, amenazándola con el dedo. —¿Ves? ¡Lo odia! —dijo Alyssa, divertida, arrancándole otra carcajada a Jess. Kirsty no esbozó ni una mueca. Le estaba resultando muy complicado recuperar el equilibrio tras la charla con su padre. —¿Sabéis qué? Quizá me cargue a vuestro querido detective en el próximo libro. A ver quién se ríe después. —¡Ay, lo que ha dicho! —gritó Alyssa, fingiendo escandalizarse por completo. —¡No puedes matar a Riley! —protestó Jess. —Claro que puedo, es la última novela de la serie. —¡Retráctate ahora mismo, mala pipol! —lloriqueó Jess, arrancándole una sonrisa inevitable a Kirsty. —¡Qué exageradas! —Tú quieres seguir teniendo una carrera como escritora, ¿verdad? —Vale —tuvo que terminar admitiendo—. Quizá la muerte sea excesiva, pero se lo voy a hacer pasar muy mal. —Eso te lo permitimos, pero sin pasarte, que Darcy lo necesita en plena forma —le recordó Jess—. Llevan cuatro libros al borde de la combustión espontánea, déjanos disfrutar del momento cuando al fin suceda. —El momento podría darse sin problema con un ojo a la virulé. —¡La mato! —¡Ponte a la cola! Kirsty dejó escapar ahora una sonora carcajada. Aquella conversación poco a poco estaba consiguiendo apaciguar su irritación, pero no podía evitar deleitarse con la idea de martirizar un poco a su apreciado detective. —Está bien —admitió—. Voy a dejar que seáis vosotras las que decidáis el destino de Riley, pero debéis ponerlo en grandes apuros. —¿Grandes? ¿Es necesario? —protestó Alyssa. —Si queréis otra novela, tendrá que pasar algo, digo yo. —¿Y no se pueden pasar todo el libro en la cama? —le preguntó Jess con una divertida expresión esperanzada. —¡Apoyo esa moción! —Sonrió Alyssa. —No, a no ser que la cama esté flotando en mitad de un océano infestado de tiburones. —¡Te odio! —Si aún no lo he tocado. —Rio Kirsty—. Empecemos por generarle algún conflicto físico. Qué tal una desagradable… ¿halitosis? Dos pares de ojos la observaron sin disimular su aversión ante la idea. —A mí me parece perfecto —insistió Kirs. «Si cierto individuo hubiera tenido un problema así, quizá su pequeña maldición ni siquiera existiría», se encontró pensando. —¿Esas miradas asesinas son un no al mal aliento? —Se limitaron a arquear las cejas—. Entiendo… ¿Flatulencia? —No te lo estás tomando en serio —se quejó Jess, divertida. —¡Impotencia! —exclamó la escritora entre risas. —¡Eh, cuidadito con esa broma! —interrumpió Alyssa muy seria—. Te recuerdo que nos prometiste la culminación total con Darcy en la última entrega. —¡Qué comedida! Lo que nos prometió fue un polvazo —le recordó Jess. —Que lo llame como quiera, pero tanta tensión sexual no resuelta no puede desembocar en impotencia. —¡Vale, nada de impotencia! ¡Qué pesadas, no me dejáis hacerle nada! ¿Pueden olerle los pies, al menos? —¡No me jodas, Kirs! —protestó Jess de nuevo—. Hemos esperado cinco libros para que Riley y Darcy se metan en la cama, no nos vas a joder el momento con un pestazo a pinreles. ¡Es anticlímax total! —A todos nos puede abandonar el desodorante de vez en cuando. —¿Tú quieres vender novelas? —insistió Jess—. Porque te juro que te hago un spoiler en el periódico que no te lee ni el tato. —Entonces de la alopecia ni hablamos, ¿no? —Rio por las divertidas miradas asesinas que recibió—. Pues de todo no se puede librar. ¿Diarrea? —No. —¿Sarna? —¡Ni hablar! —¡Piojos! —¡Hala, vete! —¿El ojo mirando a Poniente ya lo habíamos descartado? —Del todo. —¡Con algo me tengo que desquitar! —protestó—. ¿Puede picarle un enjambre de abejas? Las chicas se miraron entre sí y se terminaron encogiendo de hombros. —¿Es alérgico? —preguntó Alyssa con el ceño fruncido. —No. —De acuerdo —admitió—. Te dejamos que le piquen unas cuantas. —Sois demasiado buenas —terminó diciendo entre risas—. Riley no se merece tanto mimo. —Es verdad. —Sonrió Jess con picardía—. Yo le daba caña de la buena. Kirsty no pudo evitar sonreír ante la expresión de su amiga, y se dejó arrastrar por aquel pensamiento durante más tiempo del recomendable. Tuvo que luchar con todas sus fuerzas para apartar de su mente al maldito Riley; pero cuando al fin lo consiguió, la irritación volvía a estar presente en cada célula de su cuerpo. Capítulo 2 Tras cenar, aprovecharon para tomarse un par de copas mientras disfrutaban de la música en la parte interna del local. Les encantaba aquel sitio porque no tenían que desplazarse para continuar con la diversión. Bailaron y rieron hasta bien entrada la madrugada, momento en que decidieron dar por finalizada la celebración. Cuando salieron al exterior corría una agradable brisa que todas agradecieron. —Gracias por otra noche de chicas perfecta —dijo Kirsty con una sonrisa sincera—. Me duele la mandíbula de tanto reírme. —Y aún no hemos terminado. —Sonrió Jess—. Todavía nos queda la increíble aventura de encontrar un taxi que nos lleve de vuelta a Brooklyn. —Lo mejor de la noche —bromeó Alyssa—. Y parece que hay menos movimiento de lo habitual. Había días que resultaba misión imposible encontrar un taxi libre en aquella zona de Manhattan. —Si vemos que en un rato no hay suerte, que Vince nos pida uno —dijo Jess, asomándose a la carretera para ganar visibilidad. —Que tendremos que esperar otra hora… —suspiró Kirsty—. Recordadme por qué no nos quedamos más cerca de casa en lugar de venir siempre hasta aquí. —Porque no podríamos despotricar de esto a las dos de la madrugada. —Rio Alyssa—. Y la noche no estaría completa. Rieron mientras no perdían de vista la larga calle en busca del preciado taxi. Por eso todas fueron conscientes del momento en el que un enorme todoterreno negro se metió en la acera, haciendo chirriar los frenos hasta detenerse. —¿Y este dónde va? —susurró Kirsty. Las tres retrocedieron y se alejaron unos metros. Dos tipos con la cara tapada con pasamontañas se bajaron del coche y, para su asombro, caminaron directos hacia ellas. —¿Qué narices pasa? —se asustó Jess. —Contigo nada —dijo uno de los hombres al tiempo que tomaba a Kirsty de un brazo y tiraba de ella. La chica gritó asustada, resistiéndose al ataque. —Si vienes conmigo por las buenas, no sufrirás daño alguno —le aseguró el tipo entre dientes. Cuando Alyssa intentó ayudarla, el segundo hombre la empujó con fuerza y la lanzó contra el suelo. —¡Suéltame! —gritó Kirsty, luchando ahora contra su agresor con más ahínco. Continuó forcejeando durante unos segundos, hasta que el asaltante duplicó sus esfuerzos y le liberó el brazo para agarrarla por detrás y levantarla en volandas, dispuesto a arrastrarla al todoterreno a cualquier precio, mientras Kirsty, aterrada, pataleaba con fuerza para intentar impedirlo. Al pasar cerca de la farola que estaba junto al coche, se agarró a ella con todas sus fuerzas el tiempo suficiente para que Jess llegara corriendo hasta ella y le asestara una dolorosa patada en la espinilla al atacante, provocando que la soltara para agarrarse la pierna dolorida. Ambas aprovecharon aquel momento de desconcierto para correr en dirección contraria, pero no pudieron ir muy lejos; el otro atacante les cortó el paso y ambos las acorralaron contra la pared un segundo después. —Se acabó —dijo el hombre al que Jess había agredido—. Os venís las dos de excursión. Ahora. —¿Dónde está la tercera? —preguntó el otro agresor. —¿Qué? —La empujé —insistió—, pero luego me despisté. La puerta del bar se abrió de improvisto y Vince, acompañado de varios hombres más, salieron al exterior. Tras ellos estaba Alyssa, aún masajeándose la parte trasera de la espalda, quien suspiró aliviada al ver a sus amigas ilesas. Los atacantes ni siquiera se plantearon hacerles frente. El que parecía llevar la iniciativa, de un movimiento brusco, tiró del colgante que Kirsty llevaba al cuello y fue el primero en echar a correr. —¡No! ¡Se lleva mi colgante! —gritó la chica, histérica. Y de no ser por Jess, que la sujetó con fuerza, hubiera echado a correr tras él—. ¡Cabronazo! Pero nadie pudo hacer nada para evitar que se fueran. Cuando Vince quiso reaccionar, los atacantes se habían subido al coche y se largaban quemando rueda. —¿Estáis bien? —corrió Alyssa hasta ellas para abrazarlas. —Sí, ¿y tú? —le preguntó Jess—. Te has dado un buen golpe. —No es nada, al menos he podido levantarme para pedir ayuda —dijo, masajeándose la zona de nuevo—. ¡Qué susto! Kirsty aún estaba en shock y no dejaba de mirar hacia la carretera por la que había desaparecido el todoterreno, sin poder evitar que las lágrimas inundaran sus ojos. —Ya pasó Kirs —le dijo Jess, abrazándola. —Se lo han llevado —lloró, acariciándose el cuello—. Mi colgante… —Estás ilesa, Kirsty, eso es lo más importante. —Ese colgante era lo único que me quedaba de mi madre —susurró, dejándose envolver por una inmensa tristeza. Aquel pequeño colibrí de plata era su mayor y más preciado tesoro. Su madre lo había llevado puesto durante años, y se lo había regalado a Kirsty en su undécimo cumpleaños, muy emocionada, cuando ya era evidente que su enfermedad le ganaría la partida en breve. Y ahora ella lo había perdido, y con él una parte importante de sí misma. —Tu madre solo querría que tú estuvieras bien —insistió Jess. —Para ella el colgante ahora sería lo de menos —apoyó Alyssa. Pero Kirsty estaba desolada y sabía que nadie entendería del todo sus motivos. La policía tardó apenas diez minutos en llegar al restaurante. A Kirsty le costó mucho esfuerzo salir del trance, pero cuando lo consiguió y tuvo que enfrentarse a los hechos, el pánico eclipsó todo lo demás. Las palabras intento de secuestro le arrancaron un escalofrío la primera vez que las escuchó de boca del policía que les tomaba declaración, y en ese instante fue verdaderamente consciente de la seriedad del asunto. Además, tal y como el agorero inspector se había molestado en recalcar, los secuestradores sabían muy bien quién era ella, no era un objetivo al azar, y aquello hacía mucho más preocupante todo aquel asunto.

Cuando al fin pudo coger la cama aquella noche, eran casi las cinco de la madrugada. La policía las había entretenido con montones de preguntas durante más tiempo del esperado, pero al menos las terminó llevando en coche hasta su apartamento, evitando que tuvieran que volverse en taxi tras el susto. —¡Menudo noche! —le dijo Jess, dejándose caer a su lado en la cama. —Hubieras estado más cómoda y tranquila en tu casa, Jess. —¿Y dejarte sola después de lo sucedido? ¡Ni loca que estuviera! Kirsty se giró hacia su amiga intentado sonreír, pero solo consiguió esbozar la mitad de una sonrisa. —Gracias, locatis —bromeó—. No me apetecía nada estar sola en realidad. —Me quedaré contigo unos días, ¿te parece? —Te lo agradezco, Jess, pero no pienso vivir con miedo —le dijo con una convicción que en realidad estaba a años luz de sentir. —Si es por mí, boba —bromeó su amiga—, que estoy acojonada. Kirsty sonrió con cierta tristeza. Sabía que Jess estaba bromeando, pero aun así se sintió fatal. —Siento mucho todo esto —susurró abatida—. Estáis metidas en este follón por mi culpa. —¡Eh! ¡Nada de esto es por tu culpa! —le recordó su amiga—. Solo esos son los responsables. Seguro que no tardan en cogerlos. —Ojalá. «Porque necesito recuperar mi colgante», pensó, pero se guardó el comentario para sí. Nadie podría entender realmente cómo se sentía. Sabía que era muy afortunada por no haber sufrido daños y que aquellos indeseables no hubieran conseguido su cometido, pero eso no le aportaba todo el consuelo que necesitaba. Aquel colgante no era solo el último recuerdo que le quedaba de su madre, además, por absurdo que pudiera parecer, era de las pocas cosas que la ayudaban a no sentirse tan sola en su día a día. De alguna manera la conectaba no solo con su madre, sino también con su niñez, con sus orígenes, con su casa. Llevaba demasiados años anhelando regresar a su adorado Little Meadows y negándose a hacerlo, y solo con acariciar aquel pequeño colibrí siempre conseguía relajarse y ganar algo de paz. Perderlo era como perderse a sí misma… de nuevo. —Ahora lo que tenemos que hacer es olvidarnos ya de todo este dichoso asunto —opinó Jess —. Intentemos dormir un poco. Kirsty asintió, cerró los ojos e intentó dejar la mente en blanco, pero a pesar de estar exhausta, sabía que sería incapaz de dormir. Paradójicamente, la imagen que siempre intentaba apartar de su cabeza fue a la que se agarró para no ceder a la angustia y el miedo. Se imaginó a sí misma galopando por las extensas praderas de Little Meadows a lomos de su adorado Hope. Sin poder contener ya sus pensamientos, recordó el momento en el que su padre se lo había regalado al cumplir los trece años, gracias a que Mike había intervenido para convencerlo de que ya estaba lista para tener su propio caballo. Juntos habían bautizado al joven corcel como Hope, para que Kirsty no olvidara que la esperanza era lo último que debía perder. «Mike», pensó, sin poder evitar suspirar con cierta nostalgia. ¡Cuánto lo había adorado a aquella edad! Se dejó arrastrar por los recuerdos y se vio a sí misma correteando tras él desde el mismo instante en el que el chico tuvo que trasladarse a vivir a Little Meadows, tras quedarse huérfano. El padre de Kirsty, socio y mejor amigo del fallecido, lo tomó bajo su tutela, y ella lo convirtió en la razón de toda su existencia. Por aquel entonces, Kirsty era apenas una niña de diez años y Mike estaba a punto de cumplir los dieciocho, pero la diferencia de edad jamás había sido impedimento para perseguirlo por todas partes. Un año más tarde, la vida de Kirsty sufrió un duro revés cuando perdió a su madre por una cardiopatía congénita, y su padre estaba demasiado sumido en su propio dolor como para estar todo lo pendiente que ella hubiera necesitado. Fue Mike quien la acogió bajo su manto y se encargó de ayudarla a superar la pérdida, fortaleciendo aún más el vínculo entre ellos. Para ella no había nadie más importante que Mike, con el que, en silencio, soñaba casarse algún día. Lo idolatraba de una forma ilusa e inocente; hasta que una trágica tarde el ídolo se desplomó de su pedestal. Se revolvió inquieta entre las sábanas mientras dejaba que su mente ahondara aún más en aquellos dolorosos recuerdos. Se vio a si misma a sus diecisiete años recién cumplidos, haciéndose tontas ilusiones con alguien que jamás la había visto como una mujer. Descubrirlo trastocó su vida por completo de nuevo. Tenía cada detalle de aquella tarde grabado a fuego en su memoria…

Aquel domingo tenĂ­an a varios empleados de la empresa de su padre comiendo en casa,

debido a la necesidad de sacar adelante el proyecto de expansión en el que trabajaban a destajo. Mike hacía apenas unos meses que había terminado la carrera y se había incorporado a la empresa, de la que poseía el cincuenta por ciento de las acciones, herencia de su padre. Trabajaba de sol a sol, pero cada tarde sacaba al menos una hora de su tiempo para escaparse a cabalgar con ella por la finca. Para Kirsty aquel era el mejor momento del día, y aquella tarde lo esperaba con más ansiedad de la habitual. El día anterior habían cabalgado más tiempo de lo normal y, agotados, se habían sentado largo rato bajo el viejo árbol en la parte alta de la pradera, desde donde se veía casi la totalidad de la finca. Kirsty había fantaseado con la idea de construir una preciosa casa en mitad del valle que se divisaba desde allí, y a Mike parecía haberle encantado la idea. Claro que ella había omitido su deseo de que compartieran juntos aquella casa algún día, pero llevaba fantaseando con ese momento durante cada minuto de las últimas horas. Incluso había dedicado toda la mañana de domingo a hacer un detallado dibujo de la casa perfecta, tal y como la veía en su cabeza. Por aquel tiempo dibujar era su gran pasión, y sabía que tenía un don para plasmar sobre el papel cualquier cosa que quisiera, lo cual Mike siempre alababa y la alentaba a seguir explorando aquella faceta. Nerviosa y ansiosa por mostrarle aquel dibujo, Kirsty aguardó la caída de la tarde con el corazón acelerado. Decidió esperar a estar en la colina, sentados bajo el viejo árbol y frente al sitio donde estaría ubicada la casa, para enseñarle el boceto, pero aquel momento nunca llegó. Mike terminó excusándose con ella, asegurándole que tenía demasiado trabajo acumulado, y Kirsty tuvo que tragarse su decepción y salir sola a cabalgar. Aprovechó para subir hasta la colina y sentarse frente a las vistas a darle los últimos toques a su dibujo. Después cerró los ojos y se deleitó con la visión de Mike llegando a casa y caminando hasta ella con una sonrisa enamorada, para besarla como ningún otro lo había hecho aún. Cuando abrió los ojos, un intenso rubor cubría sus mejillas y un repentino y sofocante calor inundaba su cuerpo. Dejó escapar un sonoro suspiro y se preguntó si besar a Mike de verdad, sería igual de bueno que en sus sueños. Y de repente las ganas de verlo, aunque fuera de lejos, se hicieron insoportables, y decidió dar por finalizado su paseo aquel día. Cuando entró en el establo para devolver a Hope a su cubículo, escuchó risas y voces en la última caballeriza. Extrañada, caminó en silencio para ver de quién se trataba y no tardó en identificar la voz de Mike. Estaba acompañado de la última asistente que su padre había contratado para la empresa, que ya había demostrado durante la comida su interés por conocer las caballerizas. —Sí, definitivamente me gusta mucho este establo —la escuchó decir con voz cantarina. Kirsty tuvo que ahogar una exclamación de asombro. «¿Por qué no me he dado cuenta antes de que no hablaba de los caballos?». —Sí, estaba deseando enseñártelo —escuchó decir a Mike. —Pero has tardado en quitarte de encima a la colegiala —protestó la chica—. Pensé que no iba a irse nunca. Kirsty tuvo que apoyarse sobre una de las columnas del establo, horrorizada con lo que estaba escuchando. No había que ser un genio para entender que Mike le había mentido para quitársela de encima y poder revolcarse allí con aquella tipa. —Solemos salir a montar por las tardes —le contaba él ahora. —¿Solo a montar? —incluso sin verla, Kirsty pudo sentir la insinuación implícita en el tono —. Es muy bonita. ¿Nunca…? —No —interrumpió Mike con acritud. —Aún no he formulado la pregunta. —Ya te veo venir. —Parecía molesto—. ¿Estás enferma o qué? Kirsty es como mi hermana pequeña. Para Kirsty aquello fue como una puñalada en el estómago. Tuvo que llevarse la mano a la boca para sofocar un gemido de angustia, pero, a pesar de todo, era incapaz de moverse de donde estaba. —¿Y ella lo sabe? —Continuó hablando la chica en tono jocoso—. Porque te mira con esa adoración… —¡Deja ya de decir tonterías! —Es imposible que no te hayas dado cuenta —insistió. —¿Podemos concentrarnos en lo que hemos venido a hacer aquí? —escuchó decir a Mike con cierta irritación—. Kirsty Danvers es la última persona en la que quiero pensar mientras nos lo montamos. Esta conversación es anticlímax total. Kirsty ya no pudo seguir escuchando. Aquella última frase fue como si un hierro candente le abrasara el cuerpo entero y el dolor inundara cada poro de su piel. Corrió a su habitación, se encerró a cal y canto y lloró hasta que no le quedaron más lágrimas que echar. Cuando al fin salió de aquella habitación, no quedaba nada de la niña que idolatraba al protegido de su padre. Recordaba con total claridad el desconcierto de Mike cuando, tras varios desplantes y negativas a salir a cabalgar, le preguntó si estaba enfadada por algo, y ella se limitó a encogerse de hombros al tiempo que le decía: —No, simplemente has dejado de gustarme. A partir de aquel momento nada sería fácil entre ellos.

Resignada, Kirsty se puso boca arriba en la cama y abrió los ojos de par en par para alejar los recuerdos. Casi prefería rememorar el momento en el que intentaron secuestrarla que seguir ahondando en todo aquello. Se llevó la mano al cuello buscando el consuelo de su pequeño colibrí, y se sintió desolada de nuevo al encontrarlo vacío. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin remedio mientras una punzada de nostalgia hacía mella en su interior, anhelando aquella sensación de seguridad y felicidad de la que no disfrutaba desde que se había visto obligada a odiar a la única persona capaz de hacerla sentirse así. «Tienes todo lo que necesitas para ser feliz, Kirsty», se dijo con lo que le pareció una convicción absoluta. «Solo necesitas dormir unas horas. Así que… una ovejita, dos ovejitas…». Por fortuna, ciento treinta y ocho ovejas después, su cuerpo se rindió al cansancio y pudo dormir algunas horas sin interrupciones. Capítulo 3 Eran casi las doce de la mañana cuando se sentó con Jess a desayunar. Su amiga siempre parecía tener la capacidad de arrancarle una sonrisa, de modo que, a pesar de todo lo sucedido, Kirsty no tardó en sentirse mejor y algo más optimista. —¿Vamos a salir a correr? —le preguntó Jess ahogando un bostezo—. Que conste que no pondría ningún impedimento en saltarnos hoy esa rutina. —Mañana duplicamos esfuerzo, ¿te parece? —Me suena a música celestial —admitió Jess—, porque estaba a punto de rogarte. Kirsty sonrió ante el gesto de alivio de su amiga y el exagerado suspiro de agotamiento con el que se dejó caer en el sofá. Estaba a punto de imitarla cuando su teléfono móvil las sobresaltó. —Es mi padre —comprobó Kirsty, sin poder disimular su sorpresa. —Hablaste anoche con él, ¿no? —Sí, es raro. —Descolgó el teléfono—. Hola, papá, ¿pasa algo? —Dímelo tú, Kirsty —dijo el hombre con un tono de alarma—. ¿Es cierto que han intentado secuestrarte? La chica se quedó perpleja ante la pregunta. Tanto que solo pudo responder: —¿Cómo te has enterado? —Así que ¿es verdad? —preguntó sin disimular su angustia—. ¿Y no pensabas decírmelo? —Claro que sí, pero no me has dado tiempo —casi protestó—. Aquí apenas son las doce de la mañana. —¿Y cómo estás? —De una pieza. —No bromees, Kirsty —le suplicó el hombre—. Y, por favor, vuelve a casa una temporada hasta que cojan a la gente que intentó hacerte daño. Kirsty suspiró y se dejó caer en el sofá. —Papá, tengo compromisos laborales que cumplir aquí —le recordó. —Lo primero es tu seguridad. —Esto solo ha sido algo puntual —dijo, esforzándose por sonar convencida. —¿Cómo puedes saberlo? —insistió su padre—. ¿Cómo sabes que no volverán a intentarlo en unos días? Un escalofrío recorrió a Kirsty de los pies a la cabeza. En aquel punto su padre tenía razón, pero regresar a Little Meadows no era una opción, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. —No te preocupes, papá, no va a pasarme nada. —Pero… —Por favor, no insistas —le rogó—. Te llamaré todos los días para que sepas que estoy bien, ¿vale? —Kirs… Colgó el teléfono sin esperar la réplica y se sintió fatal por ello nada más hacerlo. —Soy lo peor —susurró, dejando escapar un suspiro. —Quiere que vayas a casa, ¿no? —interrogó Jess con una sonrisa—. Es normal que esté preocupado. ¿Y no te lo planteas? Kirsty le dedicó una mirada crítica a su amiga. —Quizá deberías quitarte del medio una temporada —insistió Jess—. Y siempre dices cuánto echas de menos Little Meadows. —Tengo una promoción que hacer. —A la que no podrás asistir si te pasa algo. —¡No fastidies, Jess! No pienso vivir asustada, ya te lo dije anoche. Su teléfono volvió a sonar, y Kirsty resopló al comprobar que era su padre de nuevo. —¿No vas a contestar? —la instó Jess al ver que se limitaba a mirar el aparato—. No ha estado bien colgarle así. Resignada, Kirsty descolgó de nuevo el teléfono. —Lo siento, papá, pero ya te he dicho que no puedo ir. —Me da igual lo que le hayas dicho a él, Kirsty —dijo una voz profunda al otro lado de la línea—. Vas a coger el primer vuelo que salga hacia Inglaterra. La chica se quedó muda por la sorpresa. Reconocería aquella voz en cualquier parte, a pesar del tiempo que había transcurrido desde la última vez que la escuchó. Muy a su pesar, no pudo evitar estremecerse y su traicionero corazón comenzó a latir como un loco. Poco a poco, la sorpresa fue dejando paso a la furia. Se puso en pie y comenzó a pasear por el salón, incapaz de guardar la calma. —El gran Mike O'Connell, ¡cuánto honor! —ironizó como único saludo. —Ya veo que sigues tan agradable como siempre —dijo él, irritado—. Tendré que armarme de paciencia para lidiar contigo. —Descuida, no será necesario. —Vas a volver a Little Meadows, Kirsty —le aseguró—. Me dan igual tus pataletas. Kirsty tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no perder por completo la compostura. —Esto no es ninguna pataleta —dijo entre dientes—. Ya no soy una niña a la que puedas darle órdenes, Mike. —No malgastes saliva, Kirsty, va a servirte de muy poco. —¿Qué pasa? ¿Te has quedado sin gente a la que amargarle la vida? —Tu padre está muy preocupado —insistió Mike—. Pero a ti jamás te ha importado nadie que no seas tú, ¿verdad? —Un placer charlar contigo —terminó diciéndole con una aparente frialdad—, hasta dentro de otros cuantos años. Colgó el teléfono y dejó escapar un improperio, que incluso a Jess le sorprendió. Después, se pasó por la habitación como un león enjaulado, bautizando a Mike con un sinfín de calificativos irreproducibles. —¡Y me quejo yo de la relación con mi familia! —dijo Jess, mirándola con asombro. —¡Mike O'Connell no es mi familia! —gritó irritada. Había tenido que repetir aquello mismo ya en dos ocasiones en apenas unas horas. —¿Puedes intentar calmarte, Kirs? Ahora entiendo por qué nunca quieres hablar de él. —¡Porque no es importante en mi vida! —afirmó con un movimiento exagerado de brazos—. ¡Porque es un cero a la izquierda! Qué digo un cero, ¡un menos uno, eso es lo que es! A Jess le hizo gracia el comentario y tuvo que sofocar una carcajada. Jamás había visto a su amiga así y aquello le causaba cierta curiosidad. —Vamos a salir a dar un paseo —sugirió Jess—. Te vendrá bien que te dé el aire un poco. Kirsty se dejó arrastrar a la calle y ambas caminaron a paso rápido durante veinte minutos. Cuando se dejaron caer en el césped, exhaustas, Kirsty dejó escapar un largo suspiro y por fin pareció llegar la calma. —¿Mejor? —preguntó Jess cuando pudo recuperar el aliento. Su amiga asintió—. ¿Siempre os habéis llevado tan mal? Kirsty dejó escapar un sonoro suspiro y le costó mucho admitir: —No. Durante muchos años él fue… mi todo. Perpleja, Jess se giró a mirarla. ¿Cómo era posible que en los cinco años que llevaban siendo amigas apenas si le hubiera hablado de él en un par de ocasiones y de pasada? —Discúlpame, Kirsty, pero estoy alucinando. Para Kirsty no resultaba nada fácil hablar de aquello con nadie, pero quizá le vendría bien desahogarse. Le habían pasado demasiadas cosas en las últimas horas, y aquella conversación con Mike era el broche de oro. —Cuando él llegó a Little Meadows yo tenía diez años —comenzó. Y una vez que empezó a hablar, no se detuvo hasta contarle lo sucedido el día en que escuchó aquella dolorosa conversación en el establo—. Para mí aquello fue un antes y un después —admitió con tristeza. —Puedo imaginarme como te sentiste. —Con todo el respeto, Jess, no creo que puedas —le dijo, sintiendo un latigazo de dolor con el simple recuerdo—. Perdí el rumbo aquel día y me rebelé contra el mundo entero. —Sobre todo contra Mike, supongo. Kirsty asintió de mala gana. —Nuestra relación comenzó a deteriorarse de un día para otro —admitió—. Para mí nada de lo que Mike decía era aceptable, y él parecía concentrarse solo en amargarme la vida. Pasamos casi un año entero discutiendo por todo. —Kirsty, los diecisiete años no son una época fácil para nadie. —Sonrió Jess, intentando restarle algo de hierro al asunto—. Quizá ahora, desde tu perspectiva de mujer adulta… —¡Él no tenía ningún derecho a opinar sobre todo lo que hacía! —la interrumpió de forma acalorada—. No era nadie para meterse en si me teñía el pelo de verde o de rosa. Ahora fue Jess quien la cortó. —Kirsty Danvers, ¡¿te teñiste tu impresionante cabellera de verde?! —De morado, pero… —¡Pero nada! ¡Qué sacrilegio! Kirsty dejó escapar un suspiro de hastío. Debía reconocer que se había arrepentido de aquello nada más hacerlo. Su larga melena, de un precioso tono cobrizo, siempre había sido la envidia de todas sus amigas. Kirsty había heredado el color de pelo de su madre, y mezclaba un precioso tono rojizo con reflejos naranjas, que parecía diseñado en la mejor peluquería de Manhattan, y que iba perfecto con el intenso verde de sus ojos. —No fue mi momento más brillante —terminó admitiendo. «Pero la cara descompuesta de Mike nada más verla todavía la reconfortaba a día de hoy», recordó, aunque se guardó aquel comentario para sí. —Pero vamos, resulta gracioso que seas tú, que cambias de color de pelo como de ropa, quien me eche a mí la bronca —prefirió protestar. —No te me desvíes del tema, listilla. —Sonrió Jess. —No era mi intención. —¡Claro que sí! Y no voy a permitirlo, así que continúa —insistió—. Imagino que vivisteis en pie de guerra durante un tiempo —acertó Jess. Su amiga asintió—. Pero ahora eres una mujer adulta, Kirsty, ¿no ves las cosas desde otro prisma? —Al recibir una mirada asesina, se apresuró a añadir—. Me refiero a que quizá puedas entender mejor que él solo te viera como a una niña en aquella época. —Sí, Jess, quizá pudiera excusarlo por aquello —hizo una pausa—, si no me hubiera echado de mi propia casa tiempo después. —¡¿Qué?! ¿Mike te echó de Little Meadows? —Él convenció a mi padre para meterme en un internado el último año de instituto —contó sin poder contener su rabia—. Le dio igual cuánto lloré y pataleé. —Entonces, ¿no terminaste el instituto ese año? —Bueno, teñirme el pelo de morado no fue lo peor de aquellos tiempos —tuvo que admitir —. No aprobé ninguna asignatura y no pude graduarme ese año. —¿Por eso lo del internado? —No tenían ningún derecho a obligarme a dejar mi casa —dijo, apretando los dientes. —¡Y encima mandarte a Nueva York! —A Jess ahora sí se la veía enfadada—. ¿Por qué no enviarte a un internado más cerca de casa? ¿Little Meadows no está en un pueblecito de los Cotswolds? —Sí, en plena campiña inglesa. —Y creo recordar que alguna vez me has dicho que estáis apenas a hora y media de Londres en coche. Kirsty tragó saliva y se aclaró la garganta, un tanto cohibida, antes de admitir: —Nueva York fue elección mía. Jess la observó con cierta suspicacia. De repente su amiga parecía sentirse muy incómoda con la conversación, señal de que había algo de lo que no estaba demasiado orgullosa. —Si Mike iba a echarme de mi casa, no sería bajo sus condiciones. Aquella frase aclaró un poco el misterio. —¿Cruzaste medio mundo y te negaste a volver? —preguntó Jess, convencida de la respuesta. Kirsty asintió y dejó escapar un suspiró de resignación. Estaba contenta con su vida, y jamás habría conseguido una carrera tan prometedora como escritora de no haber salido de Little Meadows, pero aún sentía que pertenecía en cuerpo y alma a aquellas praderas donde había crecido, y odiaba a Mike un poco más cada vez que la nostalgia la hacía soñar con volver a casa y los recuerdos la mantenían lejos. —Quizá llegó el momento de enterrar el hacha de guerra, Kirs —se atrevió a decirle Jess, ganándose otra mirada asesina—. Tu seguridad está por encima de todo, y las dos sabemos cuánto echas de menos tu tierra. —Mike y yo no podemos convivir en la misma casa, Jess —le aseguró—, no soporto la idea de verlo ni dos minutos. Apretó los dientes y lucho contra la parte de su cerebro que se afanaba por rescatar un recuerdo que ni podía ni estaba dispuesta a dejar anidar en su mente. —¿Qué no me estás contando, Kirs? —La sorprendió su amiga. Kirsty frunció el ceño. La perspicacia de Jess a veces resultaba molesta, pero no podía hablar de ello. No reviviría aquellos pocos minutos de felicidad envueltos en auténtica locura… Bastante tenía con que su subconsciente los tuviera grabados a fuego, y le hubiera impuesto aquella maldición que le impedía sentir ningún tipo de emoción al besar otros labios. —¿Te parece poco todo lo que te estoy contando? —se escaqueó. —Entiendo tu postura —admitió su amiga—. Y ¿desde cuándo no lo ves? Porque él vive aún con tu padre, ¿no? ¿Sueles verlo cuando vas en Navidad? —No. Mike siempre viaja en Navidad. —Así que hace al menos seis años que no os veis. —En las navidades de hace dos años se presentó en casa de improvisto —admitió, recordando con cierta inquietud aquella noche… Mike había llegado a Little Meadows sin previo aviso en Nochebuena, alterando por completo su calma. Kirsty recordaba haber pasado en silencio gran parte de la cena, luchando por contener y controlar las mil emociones distintas que bullían en su interior; pero él no era de los que se dejaba ignorar mucho tiempo. Al terminar de cenar, cuando cada cual se retiraba a su habitación y lejos de los oídos de su padre, no había tardado en enfrentarla. —Así que ¿no piensas dirigirme la palabra en ningún momento, Kirsty? —le preguntó con una mirada fría y un gesto de indiferencia. Ella tuvo que echarle mucho valor para mirarlo a los ojos e intentar sonar en el mismo tono que él. —¿Y qué quieres que te diga, Mike? —Sonrió irónica—. ¿Que muchas gracias por joderme las navidades? Él le devolvió una mirada mordaz. —Sinceramente, Kirsty, me decepcionas —dijo, sin apenas pestañear—. A estas alturas esperaba que hubieras madurado un poco. Kirsty recordaba haber hecho un esfuerzo titánico para no perder la compostura, consciente de que aquello era justo lo que él esperaba. —He madurado, Mike, he aprendido a dominar mi carácter —le aseguró, intentando no dejar de sonreír—. Ni imaginas el verdadero y adulto esfuerzo que estoy haciendo para controlarme y poder mirarte a la cara. Por un instante la expresión de él consiguió desconcertarla. Aquella frase parecía haberle asestado un buen derechazo. —Han pasado muchos años, ¿tanto me sigues odiando? —Sí —afirmó ella, tajante, levantando el mentón con altivez. —Bien. Pues no hay mucho más que decir. Aquello fue lo último que le dijo antes de alejarse de ella y desaparecer dentro de su alcoba. Kirsty había tenido que correr también a su propia habitación para dominar el ataque de ansiedad producto de aquella conversación.

—¡Tierra llamando a Kirsty! —escuchó decir a Jess junto a su oído. Su amiga rio de lo lindo cuando al fin consiguió sacarla del trance. —¿Por qué me gritas? —protestó. —De algún modo tendría que traerte de vuelta. Kirsty apenas sonrió. Eran pocas las veces que se dejaba atrapar por los recuerdos, pero le costaba digerirlos cuando sucedía. Y la llamada de Mike la había cogido con la guardia demasiado baja. —¿Podemos cambiar de tema? —le pidió a Jess, luchando por encontrar la manera de recuperar el control de sus emociones. Se llevó la mano al cuello buscando el consuelo de su colgante y dejó escapar un suspiro de impotencia. —¿No ibas a contarme lo de aquella Navidad? —se extrañó. Kirsty negó con un gesto, incapaz de rememorar aquello a viva voz. Le había costado mucho recuperarse de aquel encuentro. Porque debía reconocer que lo peor de todo no fue la fría conversación, sino la desoladora y amarga decepción que había invadido su espíritu cuando se había levantado la mañana de Navidad, con el corazón encogido y el alma en vilo, para descubrir que Mike se había marchado al alba de Little Meadows. —¿Y vas a dejarme con la intriga? —protestó Jess con un simpático gesto de indignación—. No me lo puedo creer, me estás haciendo lo mismo que en tus novelas. Kirsty no pudo evitar reír. —Capítulo cerrado, sí. —¡Venga ya! Si todavía no me has descrito al protagonista —insistió Jess. —Al antagonista, querrás decir. —Lo que sea, pero cuéntame, ¿cómo es tu Mike? —¡No es mi Mike! ¡No es mi nada! —¿Y no te empeñas demasiado en dejarlo claro? —Jess… —Vale, reestructuro la pregunta… —Ya sé que lo tuyo es deformación profesional, Jess —se quejó—, pero ¿puedes olvidarte un rato de la periodista y traer a mi amiga de vuelta? —Tu amiga también quiere saber cómo es ese… —se interrumpió al ver el gesto de hastío de Kirsty y añadió con sorna—: ¿odioso e insignificante hombrecillo? —Eres un plomizo. —Sonrió Kirsty—. ¿Qué quieres saber exactamente? —¿Es guapo? —No. —¿Ni un poco? —insistió, un tanto decepcionada. —Es del montón. —¿Del montón de la parte de arriba? —De la parte media, supongo —dijo, encogiéndose de hombros e intentando que su cerebro no compusiera una imagen nítida de él tras sus retinas—. En realidad, eso de odioso e indeseable hombrecillo le pega mucho. Y ahora ¿podemos cambiar de tema? —Claro, ¿quieres hablar del besazo que le arreaste a un desconocido anoche en el bar? —Rio. —Jess…, ¿te importaría recordarme por qué sigo siendo tu amiga? Ambas terminaron riendo a carcajadas. Capítulo 4 Pasaron por casa de Jess a por algo de ropa y decidieron volver al apartamento de Kirsty dispuestas a comer y pasar la tarde viendo películas y charlando de cien mil temas distintos. Alyssa había quedado en reunirse con ellas a eso de las seis, y traería al pequeño Max, lo cual siempre era motivo de algarabía. El niño era un encanto que se las metía a todas en el bolsillo a la primera sonrisa. Cuando llegaron al bloque de Kirsty, un hombre corpulento, de unos sesenta años, que estaba apostado junto a la puerta del portal, se incorporó al verlas llegar. Ambas lo miraron con recelo y se pusieron alerta, guardando las distancias. —Señorita Danvers, soy Marty Evans —lo escucharon decir—, me envían desde Little Meadows para darle protección. —¿Perdone? —Kirsty estaba perpleja. —Soy su nuevo guardaespaldas —insistió el hombre—. Al menos de momento. —¿Es una broma? —Con la seguridad no se bromea —dijo muy serio. Kirsty, alucinada, se giró a mirar a Jess, que observaba la escena con una sonrisa divertida. —No necesito protección, Marty —le dijo con total seguridad—, así que tiene usted la tarde libre. —Se lo agradezco, pero me he comprometido a mantenerla a salvo hasta que llegue mi relevo. —Estaré a salvo —le aseguró—. No pienso salir de casa en toda la tarde. —Y yo me aseguraré de que no entre nadie que usted no haya invitado. —Pero… —No me haga esto, señorita —interrumpió el hombre—. He firmado un contrato riguroso. Si a usted le sucediera algo, me metería en problemas. Kirsty lo miró con el ceño fruncido. Estaba tan desconcertada con todo aquello que apenas sabía cómo reaccionar. Se giró de nuevo hacia Jess, sin esconder su estupor. —¿Te lo puedes creer? Esto es de cámara oculta. —Con la seguridad no se bromea, Kirs —le recordó Jess intentando controlar el acceso de risa. —¡Ay, la leche! Las chicas entraron en el portal, y Kirsty, sorprendida, comprobó que Marty iba tras ellas. —Nosotras solemos subir por la escalera —le dijo, intercambiando una significativa mirada con Jess. —¿Hasta el piso diez? —Sí, usted puede subir en el ascensor y esperarnos arriba —le aconsejó—. Cuando lleguemos haré una llamada y podrá marcharse a su casa. Ambas enfilaron las escaleras y comprobaron, con cierto estupor, que subía tras ellas. El hombre las siguió a escasos par de metros hasta el tercer piso, pero a medida que seguían ascendiendo, la distancia se iba incrementando más y más. —A ver si le va a dar un infarto —susurró Jess cuando llegaron a la quinta planta. Kirsty afinó el oído y escuchó la respiración acelerada del hombre, que intentaba seguir su ritmo sin conseguirlo, a pesar de que parecía estar muy en forma. —Esto es surrealista —suspiró Kirsty, deteniéndose en seco para esperarlo—. Estamos algo cansadas, Marty, ¿qué le parece si subimos el resto de pisos en ascensor? —Por mí no lo hagan —dijo casi sin respiración. —Si es por nosotras, hombre —Sonrió Kirsty—, que hoy estamos en baja forma. El hombre le regaló una sonrisa agradecida. Cuando llegaron al apartamento, Marty entró tras ellas y recorrió cada rincón de la casa ante el estupor de las chicas, que lo miraban alucinadas. —Está todo en orden —les dijo unos minutos después, pasando ante ellas hacia la puerta de salida—. Estaré aquí afuera, pueden estar tranquilas. —¡No lo dice en serio! —protestó Kirsty. Pero el hombre salió y cerró la puerta tras él. La chica cogió el teléfono y marcó el número de su padre. —¿Todo bien, Kirs? —contestaron de inmediato al otro lado de la línea. —Sí, papá, tranquilo, pero tengo aquí a un tal Marty que… —Sí, Marty Evans, lo sé, qué bueno saber que ya ha llegado. —¡No necesito un guardaespaldas, papá! —protestó. —Kirs, tengo una reunión importante —argumentó—. ¿Podemos posponer esta discusión? —Pero… —Es que llego muy tarde. —¿Una reunión en sábado? —Ya sabes que este negocio no entiende de fines de semana. —Ya, pero… —Deja que Marty se quede hasta que podamos discutirlo con más tranquilidad, por favor. —Papá. —Por favor —insistió—. Estará en la puerta, ni siquiera te acordarás de que está ahí, pero todos estaremos tranquilos. La chica no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer. Colgó el teléfono, caminó hasta la puerta y la abrió dejando escapar un suspiro de resignación. Marty estaba de pie firme de espaldas a la puerta, pero se giró a mirarla de inmediato. —Parece que te quedas unas horas, Marty —informó—. Pero solo será hasta que pueda discutirlo a fondo. —Me parece perfecto. Aquí estaré. —Ande, pase adentro. —Mi sitio está guardando la puerta —insistió con cierta abnegación. Kirsty suspiró resignada. —Coja usted una silla, al menos. —No es necesario que se moleste. —Caramba, Marty, yo que usted hablaría con su sindicato, sus condiciones laborales no pueden ser legales El hombre sonrió con sinceridad. —Vale, le acepto la silla. Kirsty entró en el apartamento y salió de nuevo cargada con uno de los butacones más cómodos que tenía. —¿Hasta qué hora dura su turno? —se interesó. —Hasta que llegue mi relevo. —¿Y cuándo será eso? —Mañana por la mañana. —Caramba, no envidio nada lo larga que se le va a hacer la tarde-noche. El hombre le devolvió una sonrisa divertida y cogió asiento. Para Kirsty también fue una tarde difícil. Por más que intentó distraerse, ni siquiera Max, con su sonrisa preciosa, consiguió que la desazón que anidaba en su pecho se disolviera del todo. Trató de no pensar en el hecho de que habían intentado secuestrarla y en todo lo que hubiera podido padecer de haberlo logrado, pero, paradójicamente, la conversación con Mike era lo que peor estaba llevando. Desde aquella mañana, estaba en un estado de ansiedad difícil de obviar, por mucho que se empeñara en repetirse que le importaba un pimiento aquel imbécil déspota y mandón. Cuando al fin decidió irse a dormir, por primera vez en mucho tiempo, tuvo que tomarse un tranquilizante que la ayudara un poco a descansar y evitara que su cabeza pensara más de la cuenta en quien no debía. Por fortuna, durmió de un tirón y se levantó con algo más de optimismo. —Has madrugado —le dijo Jess cuando el olor a café la levantó de la cama. —Es que he dormido genial —reconoció mientras preparaba tres tazas de café—. De un tirón. —Eso es bueno, yo también —admitió Jess—. Podemos salir a correr temprano hoy. —¿Tú crees? —Sonrió Kirsty caminando hacia la puerta. Abrió de par en par con una sonrisa —. ¿Qué tal, Marty? Menuda noche de fiesta has tenido, ¿eh? —Buenos días, señorita. —¿Volvemos a las andadas? ¿Qué hablamos anoche? —Es verdad, buenos días, Kirsty —Esbozó una sonrisa sincera. Cuando la noche anterior le había ofrecido un par de trozos de pizza, la chica le había hecho prometer que dejaría las formalidades a un lado. —Mucho mejor. —Sonrió—. Pasa a desayunar. Y no, no pienso sacarte el café al descansillo. Vas a entrar y vas a sentarte a la mesa como una persona normal. El hombre entró en la casa sin protestar. Ya parecía tener asumido que llevarle la contraria a aquella mujer era una guerra perdida de antemano. —Voy a volver a llamar a Little Meadows —explicó la chica mientras le tendía la bandeja de rosquillas—. Con un poco de suerte, podrá irse a descansar en unos minutos. Marcó el móvil de su padre, pero no obtuvo respuesta, de modo que colgó y probó suerte en el fijo de la casa. Tras cuatro llamadas, una voz femenina contestó al teléfono. —Soy Kirsty Danvers —dijo extrañada. Conocía la voz de todos los que trabajaban en la mansión, pero no lograba ubicar aquella—. ¿Quién eres tú? No me suena tu voz. —Soy Nadine, trabajo aquí desde hace poco —explicó la chica. Kirsty frunció el ceño, por la voz parecía una mujer joven, pero le extrañaba mucho que su padre no le hubiera comentado que habían contratado a alguien más en la casa. Aun así, decidió que aquello no era importante en aquel momento. —¿Puedo hablar con mi padre? No me coge su teléfono. —Es que está reunido —contó la tal Nadine—. Y me ha pedido que nadie lo moleste. —Pero yo soy su hija —informó. —Lo sé, Kirsty —aclaró con voz jovial—, pero me ha insistido mucho en que no quería interrupciones. Es una reunión importante. —¿Y tiene que dirigirla él? —se quejó, un poco molesta—. Ayer también me dejó esperando su llamada. ¿No se supone que se ha nombrado un nuevo y flamante CEO para que mi padre pueda descansar? —Es que Mike ha tenido que salir de viaje y no está en la casa. «¿Mike? ¡Cuánta confianza!», se dijo, apretando los dientes, aunque sin ser consciente de ello. —¿Puedes decirle a mi padre que me llame en cuanto salga? —le pidió, intentando ser educada. —Por supuesto. Colgó el teléfono con el ceño fruncido, preguntándose quién narices era aquella Nadine y cómo sería. Además, tenía la sensación de que su padre no quería hablar con ella. —¿Nada? —se interesó Jess. —Al parecer vuelve a estar reunido. —¿Y por qué lo dices en ese tono? —Porque tengo la sensación de que me está evitando aposta. —¿Y por qué haría algo así? —Para que no proteste por tener aquí a Marty, por ejemplo —dijo convencida. —Tiene sentido. —Vuelvo al rellano —interrumpió el hombre la conversación. Las chicas no dijeron nada hasta que desapareció y cerró la puerta detrás de sí. —¿Y qué hacemos ahora? —interrogó Jess—. Si nos llevamos a Marty a nuestra sesión de running, igual tenemos que acercarlo a urgencias. Kirsty dejó escapar una inevitable carcajada. —Quizá si le ponemos algo más de café en vena, consigue llegar hasta el parque —insistió Jess haciéndola reír de nuevo, puesto que el parque en cuestión estaba al otro lado de la calle. —Te juro que voy a matar a mi padre. —Eres su niña del alma, Kirs, es lógico que se preocupe. —También soy una mujer adulta —protestó. Jess sonrió y levantó las manos. —A mí no tienes que convencerme —bromeó—. Yo te veo crecidita.

Decidieron hacer tiempo y bajar a la hora en la que habían quedado con Alyssa y Max en el parque. Tuvieron que discutir con Marty durante un rato para convencerlo de que caminara junto a ellas y no dos metros por detrás, donde al parecer tenía más visibilidad, pero al fin el hombre día su brazo a torcer y todos pudieron relajarse un poco. De vuelta al apartamento, Kirsty empezaba a estar muy molesta con su padre por su falta de comunicación. Calculando las cinco horas de diferencia, en Inglaterra debían ser cerca de las ocho de la tarde y seguía sin noticias suyas. No había quien se tragara ya el cuento de la reunión. —A estas alturas tengo que insistir en que te marches a descansar, Marty —le dijo al tiempo que entraban en el ascensor. —Mi relevo está de camino —le aseguró. —No me pasa nada por esperarlo un rato sola. Jess estará conmigo hasta que llegue y no saldré a ninguna parte —contó mientras los tres salían del ascensor y recorrían el extenso pasillo hasta su puerta—. Si quieres, puedes echar un vistazo al apartamento y marcharte. —Kirsty… —Kirsty nada, tienes que dormir —interrumpió—. Hablaré con mi padre ahora mismo, aunque tenga que hacerme pasar por uno de mis secuestradores. —No bromees con esas cosas —le pidió el hombre, mirando a Jess de forma condenatoria por reír aquella gracia—. Tu padre estará muy preocupado. —Me da igual, va a darte la tarde libre —le aseguró, metiendo la llave en la cerradura y entrando en la casa. —Pero yo no respondo ante tu padre, Kirsty —dijo Marty entrando tras ella en el apartamento. Kirsty se giró a mirarlo con el ceño fruncido. —¿No te mandó mi padre? —No exactamente… —Entonces ¿quién te contrató? —interrogó, contrariada. —Fui yo —dijo una voz fría a su espalda, que sacudió cada célula de su cuerpo incluso antes de volverse a mirarlo. La exclamación de admiración que salió de labios de Jess le hubiera resultado graciosa, de no estar completamente paralizada por la impresión. Tuvo que respirar hondo durante unos segundos antes de girarse para encarar al dueño de aquella inconfundible voz. Y cuando por fin lo hizo, aún necesito de unos segundos más para recomponerse del shock de verlo ante ella tan… él. —Debí suponerlo —le dijo al fin como único saludo, luchando para que su corazón dejara de intentar salírsele por la boca. —Siempre tan educada, Kirsty. —Sonrió Mike con cinismo—. Haces de los reencuentros algo épico. Kirsty soltó aire con lentitud antes de contestar. Se la llevaban los demonios al verlo apoyado en la barra americana de su cocina, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón vaquero y la misma tranquilidad de alguien que está esperando el autobús. Sus ojos grises la observaban y brillaban burlones, aunque sin ninguna simpatía. Parecía imperturbable. «Calma, Kirsty, no te exaltes», se repetía a sí misma una y otra vez mientras luchaba por controlar el acceso de ira que amenazaba con convertirla en el doctor Jekyll de un momento a otro. —Así que tú eres el motivo de que mi padre esté evitando hablar conmigo desde ayer —dijo, convencida de aquello. —El motivo es tu impertinencia, Kirsty. —Si has venido a mi casa a insultarme… —No era mi intención —la interrumpió—, pero nada es fácil nunca contigo. —Claro, como tú eres Gandhi. Mike dejó escapar un suspiro y caminó en su dirección. Kirsty tuvo que hacer un esfuerzo enorme para permanecer donde estaba, sin mover ni una ceja. De repente parecía haberse olvidado hasta de respirar. Pero Mike pasó de largo para llegar hasta Marty, que observaba la escena en silencio, y ambos se fundieron en un emotivo abrazo que dejó a Kirsty perpleja. —Puedes irte ya, estarás cansado, luego hablamos —le dijo, dándole una amistosa palmada de afecto en la espalda con una amabilidad que Kirsty aborreció—. Espero que tratar con la señorita Danvers no haya sido muy duro. —Pues si quieres que te diga la verdad —Miró a la chica con una sonrisa—, a mí me parece un encanto. —Eres un hombre afortunado —ironizó—. Yo hace mucho tiempo que no tengo la suerte de ver esa faceta de su carácter. —¡Por algo será, imbécil! —interrumpió Kirsty la conversación, furiosa. Después caminó con premura hasta su habitación, seguida de Jess, y desapareció dando un enorme portazo. —¿Ves lo que te decía? —agregó Mike—. Encantadora es…, pero de serpientes. Capítulo 5 Cuando Kirsty entró en su habitación, casi tirando la puerta abajo del tremendo portazo, por fin dejó salir su furia a la superficie. Cogió uno de los cojines de su cama y lo golpeó con saña, hasta terminar arrojándolo al otro lado de la habitación. —¡Pero ¿quién narices se ha creído para colarse en mi casa y en mi vida de esta manera?! — gritó, paseando ahora de un lado para otro—. Ese… ese… —¿Dios romano? —bromeó Jess. —¡Patán, mandón… y prepotente! —dijo tan furiosa que le costaba encontrar las palabras—. Es una… una… —¿Divinidad griega? —¡Una rata de alcantarilla, eso es lo que es! —Miró a su amiga molesta—. ¡Jess, ¿qué pasa contigo?! —¿Conmigo? —Sonrió—. Solo trato de ayudarte a relajarte un poco, pero está claro que las bromas no funcionan. —¡Es que no estoy para bromitas! —se quejó—. A estas alturas supongo que tienes claro quién es el tipejo ese que está ahí fuera. —Oh, sí, más que claro —admitió Jess, y se alejó un poco para añadir—: ¡Es el puñetero detective Riley! Jess esquivó el cojín que voló hasta su cabeza de puro milagro. —¡Vale! Tenías razón. Es un odioso e insignificante hombrecillo —concedió Jess. —¡Sí, eso es lo que es! —Aunque quizá lo de insignificante… —¡Jess! —interrumpió indignada. —Chica, lo siento, es que me ha cogido de sorpresa —reconoció—. Pongámonos serias. —¡Eso! —¿Eres consciente de que lo has dejado en tu salón para venir a esconderte a tu cuarto? Kirsty frunció el ceño, se cruzó de brazos y miró a su amiga con cierta irritación. —Te odiaría en este momento, Jess —le dijo tras unos segundos, arrancándole una sonrisa divertida a su amiga—, pero necesito de toda mi mala hostia para enfrentarme a ese odioso. Pero no se movió de donde estaba. Inquieta, se mordió los labios y tragó saliva, buscando las fuerzas para traspasar de nuevo la puerta y enfrentarse a él. Resultaba vergonzoso admitirlo, pero Jess tenía razón. Se había encerrado en su cuarto como toda una cobarde, y es que, a pesar de que le resultara bochornoso admitirlo, una parte de ella se sentía aún como una adolescente impresionable frente a él. Y aquello la enfurecía de una forma insoportable. —¡Esta es mi casa! —se reiteró—. ¡Y puedo echarlo cuando quiera! Jess tenía claro que aquellas palabras eran para convencerse a sí misma, pero aun así se aventuró con franqueza: —Bueno, no parece un tipo fácil de echar. —¡Tampoco es tan guapo! —se quejó Kirsty, molesta. —Podríamos discutir mucho ese punto, pero no voy por ahí —aclaró—. Me refiero a esa actitud que tiene. De alguna forma es como si se sintiera con derecho a todo… —¡No en mi casa! —bramó. —Pues sal a decírselo. —¡Eso voy a hacer! —Caminó hacia la puerta—. Ya me he dejado intimidar bastante. Ese tipo es el responsable de mi exilio. —Es verdad. —No pienso dejarme coaccionar. —¡Bien dicho! —la animó. —Bastante tengo con que mi vida sexual sea un fracaso por culpa de aquel beso. —Tienes todo el derecho a… ¡¿Cómo?! —se interrumpió Jess, alucinada—. ¿De qué beso me hablas? —Jess, no es momento para eso —dijo, de repente muy nerviosa. No había tenido intención de decir aquello en alto. —Así que ¿no siempre fue platónico? —De verdad que no puedo pensar en eso ahora. —¡Es el responsable de lo que llamas tú pequeña maldición! —casi gritó Jess, convencida— ¡Pedazo de beso debió arrearte! —¡Shhh! —siseó con fuerza, tapándole la boca con la mano—. ¿Quieres que te escuche desde fuera? ¡Era lo único que me faltaba! Que se enterara de cómo me afectó aquello. —¡Ay, mi madre! —Deja a tu madre en paz, Jess, y olvida que he mencionado nada sobre un beso —le suplicó —. No puedo pensar en eso ahora, bueno, ni nunca en realidad. —Vale, me callo —concedió Jess—. Yo me marcho y os dejo a solas. —¡No! —protestó Kirsty al instante. —Lo siento, Kirs, pero recuerda que tengo que recoger a Max. Ambas se habían comprometido a cuidar del pequeño aquella tarde, puesto que Alyssa tenía turno de guardia en el hospital. —¡Joder, no me acordaba! ¡Qué mierda! —Te bastas y te sobras sola para echar a ese tipo de aquí —le dijo, mirándola de frente y a los ojos—. Solo tienes que hablarle como Darcy al detective Riley. Kirsty torció el gesto con una mueca mordaz, y su amiga no pudo evitar dejar escapar una carcajada. —Te has guardado muchas cosas, amiga —bromeó Jess, encogiéndose de hombros. —Sí, y ojalá pudiera borrarlas de mi memoria, créeme. —Respiró hondo repetidas veces—. Vamos allá… Pero antes de salir hizo algo de lo que ni siquiera fue consciente. Se miró en el espejo que había junto a la puerta y se atusó el pelo con un movimiento nervioso. —Ni una palabra —amenazó a Jess con un dedo cuando fue consciente de la sonrisa burlona con la que la miraba su amiga. Y sin permitirse pensarlo más, salió de la habitación dispuesta a sacar a Mike de su vida en los siguientes dos minutos.

Lo encontró junto a la ventana, donde parecía disfrutar plácidamente de las vistas mientras se bebía una lata de coca cola. Aquello enfureció a Kirsty, a pesar de que se había prometido no exaltarse. —¿Quién te crees que eres para campar por mi casa a tus anchas? —le empezó diciendo, señalando la bebida que, era evidente, había cogido de su nevera. —Lo siento. ¿Te hacía ilusión atenderme tú? —Sonrió Mike, irónico—. Pues no te preocupes, puedes hacerme un sándwich, no pruebo bocado desde muy temprano. —¡No te serviría ni una aceituna! En contra de lo que Kirsty esperaba, Mike, en lugar de sentirse molesto, se giró para hablar con Jess. —Espero que no trate así a todas sus amistades —le dijo con tranquilidad. —El problema es que no creo que entres dentro de esa categoría —dijo Jess, intentando permanecer seria para apoyar a su amiga. —Sí, eso lo tengo asumido —aceptó. Después sonrió y le tendió la mano a Jess—. Por cierto, soy Mike O'Connell. —Yo no —fue todo lo que pudo balbucear Jess, estrechando su mano. Aquel comentario provocó que Mike le regalara otra sonrisa, esta vez más sincera. Jess miró a su amiga y susurró —: Ay, Darcy…, lo tienes jodido. Sin agregar nada más, se despidió de ambos y salió del apartamento, abanicándose con la mano. —Me cae bien —admitió Mike. Y Kirsty se encontró de repente envidiando a su amiga. Ser consciente acabó con toda su capacidad de contención. —Lárgate de mi casa, Mike, ¡ahora! —Pues como en estos años no te hayas licenciado en arte marciales para ser capaz de noquearme —Sonrió con cinismo—, me temo que no vas a tener suerte. —Eres… —Sí, ya sé que soy poco menos que el diablo para ti —interrumpió impasible—, pero me da igual. No he viajado seis mil kilómetros ni para ser tu amigo ni para darte opciones, Kirsty, no las tienes. —Te aseguro que has viajado en balde —dijo entre dientes, levantando el mentón con un gesto obstinado. Mike clavó los ojos en los suyos y recortó, muy despacio, la poca distancia que los separaba. A Kirsty le supuso un triunfo aguantar estoicamente sin huir. —Recoge tus cosas, Kirsty —exigió casi en un susurro—. Volvemos a Little Meadows mañana mismo. —¿Y si me niego? —preguntó, intentado que el calor que sentía por su cercanía no la influyera—. ¿Vas a secuestrarme? —Bueno, mejor yo que los tipos de la otra noche. —Pues si tengo que elegir… —¡No digas más tonterías! —se enfadó, y puso distancia. —Es posible que lo del otro día solo fuera un hecho aislado —dijo, intentando convencerse a sí misma. —Eres un personaje público, Kirsty, y el mundo está lleno de colgados. —Casi prefiero que me secuestren que tener que pasar las horas contigo —le aseguró, cruzándose de brazos y mirándolo con altanería. —Sí, bueno, seguro que te soltarían en cuanto que te conocieran un poco… —se mofó Mike, cogiendo asiento en el sofá—. Pero no puedo decirle eso a tu padre. Para Kirsty aquello fue como una bofetada, pero se escudó tras una fría y aparente indiferencia, intentando no desmoronarse. —Al menos no te molestas en fingir que te importa algo lo que me pase. Mike se puso en pie de nuevo y caminó hacia ella hasta que casi la acorraló contra la pared. —¿En qué momento te he dicho yo que no me importas? —le preguntó, ahora furioso. A Kirsty se le secó la garganta y tuvo que repetirse varias veces que aquello no significaba nada y no debía influirle, pero la cercanía de Mike no la ayudaba a mantener la mente fría. Bueno, ni la mente… ni el resto de su cuerpo. Lo empujó y se hizo a un lado, huyendo de la repentina intimidad y maldiciéndose a sí misma. ¿Por qué su cuerpo tenía que responder así precisamente ante el único hombre que ni quería ni podía tener? —Tengo compromisos laborales que cumplir —le dijo ahora, intentando serenarse—. No puedo desaparecer sin más. Ahora tengo responsabilidades, aunque tú sigas viendo solo a la niña de entonces. —Tengo muy claro que ya no eres aquella niña, Kirsty —le aseguró—. Dejé de verte así mucho antes de que te marcharas de Little Meadows. —Querrás decir antes de que me echaras de allí —interrumpió. Vio como Mike apretaba los dientes y dejaba escapar un sonido de pura exasperación. —No vamos a discutir eso ahora —insistió él con un gesto de impaciencia—. Así que apelo a esa pizca de sensatez que espero que tengas en alguna parte dentro de tu preciosa cabecita, para que te des cuenta de que te estás exponiendo de forma innecesaria. «¿Acaba de llamarme preciosa?», pensó Kirsty dejándose invadir por una absurda sensación de bienestar, por la que se amonestó un segundo después. —Tomaré precauciones —pudo titubear—. Estaré atenta. —¡Venga, Kirsty! —insistió Mike—. ¡Me he colado en tu casa a las doce de la mañana de un domingo cualquiera sin el menor problema! Kirsty guardó silencio. Aquello era indiscutible y hablaba alto y claro. —Podría ser un secuestrador, un atracador o un violador, y nadie me habría puesto una sola traba —le recordó—. No he tenido que forzar ni la cerradura para llegar hasta ti. Aquel comentario sí estaba consiguiendo inquietarla. —¿Y cómo has entrado? —Me ha abierto el conserje. —¿Lo dices en serio? —Kirsty apenas daba crédito. Sabía que los fines de semana la empresa de seguridad mandaba a un suplente para sustituir al que tenían de forma habitual, pero siempre pensó que sería alguien igual de cualificado—. ¿Te ha dejado entrar en mi apartamento sin más? —Solo he tenido que decirle que soy tu hermano y que vengo desde muy lejos para darte una sorpresa —explicó—. No me ha pedido ni un documento de identificación. Aquello descolocó a Kirsty por completo. En cualquier otro momento, escuchar a Mike llamarla hermana le hubiera molestado, pero el miedo a saberse tan expuesta fue mucho más intenso. Pensar en que aquel incompetente podría haber dejado entrar a cualquier desaprensivo en su apartamento para esperarla resultaba muy alarmante. Estaba tan horrorizada con la idea que cuando el timbre de la puerta sonó, pegó un respingo y dejó escapar un leve grito de sorpresa. Mike se encargó de abrir y se topó con el conserje del que hablaban, al que mató con la mirada. —¿Se ha alegrado su hermana de verlo? —le preguntó el hombre con una sonrisa maliciosa mientras con un gesto entrecomillaba la palabra hermana. —No me lo puedo creer —susurró Kirsty ante lo evidente. Resultaba obvio que el tipo tenía más que claro que Mike no era su hermano, y aun así había usado sus llaves de repuesto para abrirle la puerta de su apartamento. Debía de sentirse muy bien pensando que aquello era una especie de broma o favor entre machos. —No sé cómo le sentará que le traiga una carta y una rosa de otro —insistió el hombre al no obtener respuesta—. Las ha traído un mensajero. Kirsty se acercó a la puerta y cogió el sobre y la flor de la que hablaba. Miró a Mike de reojo y se preguntó qué pasaría por su cabeza. Seguía sin pronunciar una sola palabra, pero Kirsty observó que no apartaba la vista del tipo mientras apretaba los dientes. —Está usted muy solicitada, señorita —dijo el conserje dejando escapar una risotada, y miró a Mike—. Como usted no se dé prisa, es posible que… No pudo terminar la frase. Mike lo tomo de la pechera de la camisa y casi lo izó del suelo al mismo tiempo. —¡¿Tú eres gilipollas?! —dijo entre dientes, apretando un poco más la mano sobre su cuello. Kirsty, perpleja, observaba la escena a escasos par de metros. —No entiendo —se quejó el hombre ya sin rastro de humor—. Lo siento, no pretendía insinuar nada sobre su hermana. Yo pensé… —¡Tú no piensas, ese es el problema! O jamás hubieras dejado entrar a un extraño en su apartamento. —Lo acorraló contra la pared con furia—. ¿Y si yo hubiera sido un loco en potencia que solo quería hacerle daño? —Señaló a la chica—. ¿Y si por tu incompetencia ahora estuviéramos lamentando algo grave? Los ojos del hombre se abrieron como platos. —No… volverá a suceder —dijo asustado y al parecer ahora consciente de su enorme error. —¡Eso te lo garantizo! —exclamó Mike sin soltarlo—. Porque voy a asegurarme personalmente de que no vuelvas a trabajar en un puesto similar jamás. —Pero hombre, si al fin y al cabo no ha pasado nada. —Se quejó casi sin aliento. El teléfono del tipo sonó en aquel instante y Mike lo soltó de improvisto, provocando que casi cayera. —Contesta —le exigió—. Debe de ser tu jefe para que pases a firmar tu dimisión. Sin más, Mike le cerró la puerta en las narices. Kirsty estaba alucinada y sin saber cómo debía sentirse. Se resistía a dejarse eclipsar por la faceta protectora de Mike, pero era tan difícil no sentirse halagada… Él siempre se había comportado así con ella, incluso en los peores momentos de su relación. —¿En serio has llamado a su jefe? —preguntó, más por llenar el vacío que por una curiosidad real. —En cuanto que me ha dejado entrar, sí —admitió. Aún sonaba enfadado—. No soporto la incompetencia. —Vaya, no te andas con chiquitas —murmuró. —No, no es mi estilo, deberías saberlo, a pesar de los años. —Señaló la carta y la flor que Kirsty todavía sujetaba en las manos, y preguntó con frialdad—: ¿Qué demonios es eso? Kirsty frunció el ceño ante su tono imperativo. Antes de contestar, caminó hasta la cocina, cogió un vaso de tubo y metió la rosa en agua. —Creo saber qué es —dijo Kirsty mirando ahora el sobre. —¿Y puedes abrirlo para que nos enteremos todos? —¿Y si es personal? —Lo miró iracunda de nuevo. —Pues lo siento por ti, pero mientras que no cojan a los tipos que intentaron secuestrarte, no tienes intimidad —le aseguró, caminando hasta ella—. Abre ese sobre o lo hago yo. —¡Eres un…! —Sí, ya, soy lo peor —interrumpió—. Abre el puñetero sobre, Kirsty. —Yo lo leeré primero —le avisó, frunciendo el ceño—. Si no tiene nada que ver con el asunto del secuestro, no tengo por qué enseñártelo. —¿Qué te preocupa? —dijo burlón—. ¿Que sea una carta subida de tono? La chica apretó los dientes y le dieron ganas de abofetearlo. Por su culpa no le subía el tono nadie, pero antes se moriría que admitirlo jamás frente a él. —No tiene que ser subida de nada para ser privada —le dijo con sequedad mientras rasgaba el sobre. Tal y como esperaba, dentro había una carta escrita a mano, con una letra ya muy reconocible para Kirsty, tras tantas recibidas, y que le arrancó una sonrisa al instante.

Estimada Kirsty,

Como siempre, tu Ăşltima novela me ha cautivado de principio a fin.

La trama es perfecta, los giros espectaculares y la narrativa impecable. Ya estoy deseando leer el desenlace final de la historia en tu prĂłxima novela.

Ansió y vivo para el momento en el que Darcy y Riley al fin puedan estar juntos. Al menos conservo la esperanza de que eso suceda…

Continuaba hablando de los pasajes que más le habían gustado o sorprendido, y le daba su opinión acerca de los mismos. Kirsty no era una persona vanidosa, pero adoraba leer aquellas cartas una y otra vez, porque podía sentir una sincera admiración muy especial por su trabajo en cada palabra. Le encantaría poder mirar a esa persona a los ojos algún día, y contarle cuánto la ayudaron sus palabras cuando comenzaba su andadura y estaba aterrada porque las malas críticas pudieran comerse a sus bebés literarios de un solo plumazo. Quien quiera que fuese aquella persona se había ganado su respeto a través del tiempo y siempre conseguía emocionarla. Durante años le había intrigado saber quién estaba tras el bonito gesto. Sabía que era un hombre porque hablaba de él mismo en masculino, pero hacía al menos cuatro años de la primera entrega y jamás había intentado conocerla ni acercarse lo más mínimo. Llegó al final de la carta y su sonrisa se amplió un poco más. Siempre firmaba con un «Siempre tuyo» y un pequeño garabato. —¿Y bien? —cortó Mike sus divagaciones—. ¿Tenemos que preocuparnos? A Kirsty le molestó la interrupción. —No. —¿De quién es? —No tengo ni idea —dijo con sinceridad. —¿No sabes de quién es? —Arqueó las cejas—. Entonces ¿cómo sabes que no tenemos de qué preocuparnos? —Porque recibo tres cartas al año desde hace cuatro. —¿De un extraño? —Sí, de un seguidor de mis novelas —dijo, irritada por el interrogatorio—. De alguien que admira mi trabajo y se asegura de que lo sepa siempre que saco una novela nueva. —No sacas tres novelas al año. —Cierto, también me escribe en Navidad y en mi cumpleaños. —Ah, qué detalle. —Sonó a burla—. Así, sin más acercamiento. Kirsty apretó los dientes y miró a Mike con un gesto tosco. —No te esfuerces —le dijo malhumorada—. No podrías entenderlo nunca. La sonrisa socarrona de él, que demostraba que nada parecía importarle un pimiento, terminó por sacarla de sus casillas, aunque se esforzó por ocultarlo. —La simple carta de un desconocido… —le dijo con frialdad buscando borrarle la sonrisa— me acelera el corazón más de lo que podrás hacerlo tú jamás. En contra de todo pronóstico, Mike dejó escapar ahora una sonora carcajada que solo contribuyó a exacerbarla más. —Lo siento —ironizó burlón un segundo después, mirándola a los ojos—. Es que me hace gracia tu insistencia en atacarme. ¿De verdad crees que me afecta lo más mínimo? —No, supongo que para eso tendrías que tener corazón. Mike sonrió de nuevo. —Quizá lo que tengo es un autocontrol a prueba de estupideces. —La miró ahora más serio —. Lo cual deberías agradecerme… Caminó hacia ella muy despacio. —…porque cualquier otro… Siguió avanzando sin dejar de mirarla a los ojos. —…no dudaría en recordarte cierto día… —Se detuvo a escasos centímetros— en el que conseguí que tu corazón bombeara sangre como un loco hacía cada órgano de tu cuerpo. A Kirsty le costó la misma vida contener el gemido ronco que se había formado en su garganta, mientras sentía un fuego líquido entre sus piernas al que no estaba ni remotamente acostumbrada. Pero él no tenía por qué saberlo, y no estaba dispuesta a dejarle ganar aquella batalla. —Las adolescentes cometen estupideces —le dijo cuando creyó que podía hablar sin balbucear—. También me teñí el pelo de morado. —Sí. Casi te mato aquel día. —Sonrió Mike ahora de forma sincera, tomando un mechón de pelo entre sus dedos. —Fue muy gratificante verte la cara —admitió Kirsty. «Por favor, qué maldito calor hace aquí de repente», se dijo, maldiciendo aquella sonrisa y recordándose que no solo las adolescentes cometían estupideces. —¿Por qué lo hiciste? —le preguntó Mike sin dejar de jugar con su pelo. —Te pedí en todos los idiomas que dejaras de llamarme pelirroja —susurró, consciente de que debería apartarse a un lado, pero sin encontrar las fuerzas para hacerlo. —Joder, pelirroja, eres de un extremismo que asusta —murmuró Mike, apartándole ahora un mechón de pelo de la frente. A Kirsty aquel leve contacto de sus dedos le quemó la piel, pero por fortuna el comentario de Mike le recordó por qué debía odiarlo. De forma brusca, apartó su mano de un manotazo y se hizo a un lado, recordándose el verdadero motivo por el que había teñido su cabello. Era cierto que había sido para que dejara de llamarla pelirroja, pero lo que él consideraba extremismo, para ella fue supervivencia. Mike la llamaba así, como apelativo cariñoso, desde que había llegado a la finca y ella era apenas una niña. Kirsty siempre había adorado el tono en el que él pronunciaba aquella palabra, siempre cargada de afecto, pero cuando su relación comenzó a deteriorarse, aquello le recordaba demasiado a menudo lo que había perdido y pronto comenzó a resultarle demasiado doloroso escucharlo. —Ni soportaba ni soporto que me llames pelirroja —le dijo molesta. —Cuando eras niña te encantaba —le recordó, mirándola con frialdad. —Sí, también me encantabas tú y los osos de peluche —Sonrió sarcástica—, pero las cosas cambian. Durante un extraño segundo le pareció que Mike la miraba dolido, pero terminó desechando la idea cuando lo vio sonreír con sorna. —Voy a pasar por alto el hecho de que acabes de compararme con un oso de peluche, pelirroja —dijo aparentemente divertido. Y ensanchó su sonrisa aún más al escucharla bufar por el apelativo—. Pero nos estamos desviando del tema. —No hay ningún tema más que tratar —le aseguró iracunda—. No pienso enseñarte mis cartas. —¿Las conservas todas? —Mike ahora sí pareció sorprenderse. —Por supuesto. Doce con esta —admitió—. Aunque eso tampoco sea de tu incumbencia. —¡Qué bonito detalle! —Sonrió mordaz—. No te tenía por una sentimental. —Tú no tienes ni idea de cómo soy. —Pero sí te conozco un poco mejor que ese tipo —dijo, señalando la carta—. ¿O acaso no hubieras preferido recibir un lirio en lugar de una rosa? Kirsty guardó silencio, muy sorprendida. Que él recordara que los lirios siempre habían sido sus flores preferidas había conseguido desconcertarla. Ojalá pudiera decirle que estaba equivocado, pero seguía adorando aquella flor por encima de todas las demás. —Kirsty… —susurró, mirándola de una forma extraña que ella no supo identificar, pero que le aceleró el corazón. Esperó con cierta ansiedad sus siguientes palabras—. Haz las maletas. Aquello fue como un jarro de agua fría. «¿Y qué coño esperabas?», se dijo, recuperando su enfado. «Nada de nada, ¿qué coño voy a querer yo de este odioso», se respondió sola, prometiéndose no bajar la guardia nunca más. Y, sin remedio, se vio en la necesidad de contratacar. —¿Por qué crees que he cambiado de opinión? —le dijo, mirándolo con enojo—. Tienes el mismo derecho a darme órdenes que hace diez minutos. —¡Eres una mujer completamente desesperante! —se quejó Mike, perdiendo por un momento la compostura. A Kirsty le dieron ganas de reír. Al fin había conseguido desequilibrar un poco al hombre de hielo y aquello la llenaba de una inexplicable satisfacción. —Yo también te quiero —ironizó, pero tuvo que mirar hacia otro lado, temiendo ruborizarse. —Sí, ya lo sé, como yo a ti —dijo Mike—, pero creo que ambos deberíamos pensar un poco en Thomas, que lo está pasando mal con este tema. —¿Sí? Pues yo no consigo que hable conmigo desde ayer —protestó Kirsty al instante. —Eso es porque le pedí que te diera largas hasta que yo llegara aquí. —¡Lo sabía! ¡Eres…! —¿Otra vez, Kirs? —interrumpió, fingiendo un suspiro de agotamiento—. ¿Vuelta a lo mismo? Vas a venir conmigo sí o sí, aunque sea pataleando, no malgastes más tu energía. El que te dejemos en Nueva York, expuesta a vete a saber qué, no es una opción. No hasta que cojan a esos tipos. Fin de la historia. —¡¿Y una mierda fin de la historia?! —bramó—. Si al menos fueras un poco más educado y menos odioso, quizá la idea de volver a casa no me produciría tanta aversión, pero… —¡Pero nada! ¿Qué quieres, que te lo pida por favor? Está bien —resopló buscando paciencia y habló con una calma total y absoluta—. Querida y apreciada Kirsty, ¿serías tan amable de volver a casa hasta que cojan a esos tipos que querían secuestrarte con la intención de violarte, torturarte o cortarte en pedacitos? —Eres un gilipollas. —¡Vaya por dios! —Es que no te esfuerzas nada por ser menos idiota —insistió Kirsty—. Tu y yo no podemos convivir juntos, Mike, ¿es que no te das cuenta? —Si eso es lo que te preocupa, me iré de la casa en cuanto lleguemos. Aquello sí sorprendió mucho a Kirsty. —¿Te marcharías de Little Meadows? —No, solo de casa de Thomas, aunque seguiré viviendo en la finca La chica frunció el ceño y lo miró con cierto recelo. En la Navidad de hacía dos años, en uno de sus paseos a caballo por la finca, Kirsty había comprobado un tanto alucinada que en la zona del valle en la que alguna vez soñó con construir su casa se estaba levantando una estructura que por aquel entonces apenas subía un metro del suelo. Recordaba haberse enfurecido cuando su padre le dijo que Mike estaba construyendo una casa allí mismo, pero ella había preferido borrarlo de su memoria junto con todo lo demás. —Así que has terminado tu casa —dijo apretando los dientes, pero ocultando cuánto le dolía aquel hecho. —Sí —admitió—. Aunque todavía no me he mudado. Estoy esperando a que Thomas esté más restablecido, pero me iré si tú decides volver. —Espera, ¿qué le pasa a mi padre? —preguntó, un tanto desconcertada—. ¿De qué tiene que reestablecerse? Mike guardó silencio y la miró muy serio unos segundos antes de contestar. Kirsty lo vio tragar saliva y tuvo la sensación de que a él se le había escapado aquella información. —Tuvieron que hacerle un bypass de urgencia hace cuatro semanas —terminó diciéndole con un gesto serio. —¡¿Qué?! —gritó alarmada—. ¡¿Y por qué carajos nadie me ha dicho nada?! —Thomas quería que pudieras disfrutar del lanzamiento de tu novela sin preocupaciones. —¡Pero tenía derecho a saberlo! —Lo sé, y él también lo sabe. —¿Y cómo está? —Todo salió muy bien y la recuperación está siendo muy buena —admitió—, pero tiene que tomarse las cosas con tranquilidad y no debe alterarse, Kirsty. Y tu situación no lo ayuda. —¿Y por qué narices no has empezado por ahí? —Porque me pidió que le dejara contártelo él. Kirsty paseó de un lado a otro de la habitación, sin poder reprimir un repentino ataque de nervios. —¿Quién está con él? —le preguntó con cierta ansiedad—. Antes me ha cogido el teléfono una tal Nadine. ¿Quién es? —Su enfermera —explicó—. Vive en la casa. —Yo… no entiendo, Mike —titubeó, y tuvo que sentarse en el sofá porque las rodillas apenas la sujetaban ya—. ¿Ha sido de repente? Él suspiró y se sentó a su lado. —No. Hace meses que le trata el cardiólogo —admitió—. Por eso me cedió la presidencia. Necesitaba frenar el ritmo. A Kirsty aquello la enfureció de nuevo. —Ah, ¡qué bien! —Se puso en pie—. Y ambos dijisteis ¿para qué vamos a contarle nada a la idiota de Kirsty? —Eso lo hablas con él —le dijo Mike, dando a entender que no había tenido nada que ver con aquella decisión—. Pero con calma, que es lo único que necesita. —¿Crees que voy a llegar a Little Meadows gritando y pidiendo explicaciones? —preguntó con los ojos anegados en lágrimas—. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? —Kirs… —intentó acercarse. —¡No me toques! —Tienes que calmarte. —¡Perdí a mi madre por un problema cardiaco! —le recordó entre lágrimas—. Y casi pierdo a mi padre sin que nadie me haya dado la posibilidad de despedirme. ¡Tengo todo el derecho del mundo a ponerme como me dé la gana! El teléfono móvil de Kirsty interrumpió el repentino ataque de histeria. Fue Mike quien se acercó a mirar el visor y le dijo: —Es él. Kirsty tomó el teléfono de manos de un preocupado Mike, al que le costó mucho soltarlo. —Kirsty… La chica le devolvió una mirada irritada. —No soy imbécil, Mike, aunque tú me veas así. Respiró hondo varias veces y contestó al teléfono. —Papá, por fin, estás muy solicitado —dijo, haciendo un esfuerzo considerable por sonar normal. —Lo siento, cariño. —Espero que tengas algo más de tiempo para mí cuando llegue. —¿En serio, Kirsty? —preguntó con evidente emoción—. ¿Vas a venir a casa? Kirsty tuvo que taparse la boca con la mano para evitar que su padre escuchara el sollozo que se le escapó. Se le escuchaba tan feliz con la noticia… —Sí, papá, ya sabes que Mike puede ser muy convincente. —Lo miró con frialdad—. Y un imbécil del quince, pero eso también lo sabes. Escuchó a su padre reír a carcajadas al otro lado de la línea. Al parecer, estaba tan contento por su regreso que no le importaba ni que insultara a su querido pupilo. —¿Cuándo regresáis? —Mañana mismo, supongo —admitió—. En un rato te llamamos para confirmarlo, ¿te parece? Su padre quedó encantado con la idea, y Kirsty colgó un minuto después. —Así que un imbécil del quince —dijo Mike muy serio—. ¿Es que no te podías contener un poco más? —Querías que sonara con normalidad, ¿no? —Se encogió de hombros—. Además, parece que le ha hecho gracia. Debe de tenerlo asumido, al fin y al cabo, él te conoce mejor que nadie. Se alejó sin añadir una palabra más y desapareció tras la puerta de su habitación. Capítulo 6 Su intento de secuestro, la enfermedad de su padre y tener que soportar a Mike paseándose por su apartamento estaban consiguiendo pasarle factura a sus nervios. Desde hacía mucho rato, tiraba ropa dentro de su maleta sin casi prestar atención a lo que estaba haciendo, pero solo fue consciente de aquello cuando comprobó que apenas le quedaba espacio ni para el cepillo de dientes. Miró la maleta, con el ceño fruncido, y dejó escapar un sonoro suspiro de frustración. «Acabo de hacer el equipaje de un loco», pensó, sentándose en la cama y rebuscando un poco dentro de la maleta. Ni siquiera recordaba la mitad de las cosas que había echado. —Vale, Kirsty, tienes que guardar la calma —se dijo en alto. Respiró hondo varias veces buscando algo de paz. «Por suerte papá está vivo y recuperándose muy bien, yo también estoy a salvo y Mike…, él… ¡está ahí fuera invadiendo mi salón con toneladas de testosterona…!». Estuvo a punto de hiperventilar de nuevo. Cuando consiguió recuperar la compostura, se dio cuenta de que acunaba de forma absurda una de sus zapatillas de deporte y la lanzó con saña contra la pared. El sonido del timbre del apartamento le llegó desde lejos y salió al salón, extrañada, justo para ver como Mike cerraba la puerta de nuevo y caminaba hacia la cocina con una bolsa en la mano. La chica lo observó en silencio, esperando con curiosidad a ver qué había dentro. —¿Tienes hambre? —le preguntó él, sacando al fin varios paquetes de comida de la bolsa. Ante su silencio, insistió—: Espero que siga gustándote la comida china y no te haya pasado como con… los osos de peluche. Kirsty apretó los dientes y se obligó a guardar silencio. No se sentaría a una mesa con Mike O'Connell ni muerta. Y si él pensaba que por pedir su comida preferida…, que inundaba su cocina con aquel aroma exquisito…, iba a ceder… —No tengo hambre —obligó a su boca a decir, pero el sonido de sus tripas, que no probaban nada desde hacía muchas horas, se apresuró a desmentir aquella afirmación. Mike arqueó una ceja y la miró con un gesto burlón. —Una pena —dijo, encogiéndose de hombros, sin dejar de abrir envases—. ¿La ternera con salsa de ostras no era de tus favoritas? —preguntó mientras cogía un pedazo de carne con la punta de los dedos, miraba hacia arriba y se lo dejaba caer dentro de la boca, de la que Kirsty no podía apartar sus ojos. Una punzada de deseo la cogió completamente desprevenida. «Joder, lo que me faltaba», se quejó para sí, dándole la espalda por miedo a haberse ruborizado de forma visible. Se centró en echarse un vaso de agua de la nevera y se volvió de nuevo hacia él cuando creyó superado el bache. —¿Cuándo nos vamos? —le preguntó muy seria, sin ceder a probar bocado. —No quedaba nada para esta tarde —le contó, cogiendo asiento en una silla alta de la barra de la cocina—. Saldremos mañana por la mañana, en el vuelo de las nueve. Mike comía mientras hablaba, y Kirsty se limitaba a observarlo, ahora que parecía que no tenía puesta toda su atención en ella. Los años lo habían tratado bien, aquello era indudable, y su traicionero cuerpo hacía rato que se lo gritaba a pleno pulmón, a pesar de que ella hubiera decidido hacer oídos sordos. Si el Mike que ella recordaba, y que había convertido en un sex simbol a través de su famoso detective, ya era inolvidable, aquel tipo que estaba sentado en su cocina, seis años más maduro, resultaba realmente irresistible. «¡No para mí, claro!», se dijo al instante, tras el fugaz pensamiento. «Que me importa a mí su… impresionante y perfecto metro ochenta y muchísimos…, sus ojos grises y enormes… o ese rostro de un atractivo que… ¡Que no, hostias, que Mike O'Connell no me provoca nada de nada! El que sea de un sexi que te mueres, no quiere decir que a mí tenga que gustarme». Hasta a ella misma le sonó absurdo aquel último pensamiento. —Dejé allí el coche —escuchó decir a Mike casi desde lejos. —¿Qué coche? —El mío. ¿Qué coche voy a dejar en el aeropuerto? —dijo, mirándola con curiosidad—. ¿Dónde estabas, Kirsty? La observó con una franca sonrisa que terminó de darle la puntilla. «Sus sonrisas tampoco me afectan lo más mínimo, ¡ni un poquito!», se recalcó, ya muy irritada. —¡¿Y qué me importa a mí tu coche?! —le dijo, cruzando los brazos sobre el pecho. —Ya era mucha calma —lo escuchó murmurar. —¿Qué has dicho? —Que te sientes a comer antes de empezar otra discusión. —Ya te he dicho que no quiero nada —insistió, obcecada. —Pero si hace un momento casi se te caía la baba. —¡No es verdad! —protestó con más intensidad de la razonable—. Pero ¿qué te has creído? «Mierda, Kirsty, razona, que él piensa que lo que mirabas con la baba colgando era la comida… ¡Ay, joder, putos nervios!». —¿Será posible?… ¡qué pesado con la comida! —insistió para esconder su bochorno. Caminó hasta el salón para huir de su mirada, y pegó un traspiés que a punto estuvo de costarle la poca dignidad que sentía. Cuando comprobó que el motivo de su tropiezo era una pequeña mochila, frunció el ceño y cayó en algo en lo que hasta aquel momento no se había parado a pensar—. ¿Dónde te alojas? Mike ni siquiera se giró a mirarla. Kirsty caminó de nuevo hasta él y lo enfrentó. —¿No vas a contestarme? —¿Puedo terminar de comer antes de otra de tus pataletas? —¡Yo no tengo pataletas, imbécil! —se indignó. —¿No? Entonces te contestaré —dijo con tranquilidad—. Me alojo aquí mismo, en tu casa. —¡Ni hablar! —le salió del alma. Mike la ignoró y siguió comiendo sin inmutarse. A Kirsty le dieron ganas de coger uno de los envases de comida y ponérselo de gorro, se contuvo a duras penas. —No vas a quedarte aquí —le aseguró cada vez más furiosa ante su calma. —Intenta echarme. —No seas idiota. —Le he prometido a tu padre que te llevaría a salvo a casa —insistió—. No pienso perderte de vista. —No tengo pensado salir de aquí —le aseguró. —Eso te lo garantizo. —¡No tengo por qué soportarte en mi apartamento! —Volvió a la carga. Solo con imaginarlo durmiendo cerca…—. Te largas. Punto. —Joder, Kirsty, te recordaba agotadora, pero no tanto —dijo, dejando escapar un suspiro de hastío. Aquello fue como si le hubiera metido un dedo en el ojo. —¡Y yo a ti te recordaba insoportable, manipulador y mandón, y sigues siendo exactamente igual! —le gritó—. ¡Tú me echaste de mi casa una vez, y ahora yo te echo de mi apartamento! Vio como él apretaba los dientes, bebía agua y se ponía en pie, recortando las distancias con ella al instante. Kirsty reculó hasta verse acorralada contra la encimera. —No vas a intimidarme —le dijo, esperando que en su tono no se notara su repentina inquietud. —No es mi intención intimidarte, Kirsty —le dijo, a escasos centímetros, sin dejar de mirarla a los ojos—. Pero sí necesito que entiendas que no puedes ganar la batalla que estás peleando. Intentar que te deje sola es un gasto inútil e innecesario de tu propia energía y de la mía. —Puedo llamar a alguien para que se quede conmigo —le dijo, en un tono algo menos hostil. —¿A Alek Dawson, por ejemplo? —Sonrió Mike con cierto sarcasmo. «La leche, papá, eres una portera», se dijo Kirsty, tragando saliva. Hacía tan solo par de días que le había insinuado que quizá tenía algo con Alek y ya era de dominio público. Pero algo tenía que contestar. —Pues sí, seguro que estará encantado de pasar la noche conmigo —dijo, alzando el mentón con prepotencia, gesto con el que solo consiguió que su boca quedara aún más cerca de la de él. «Eres inmune a los besos, ¿recuerdas?», se dijo para tranquilizarse. Menuda sorpresa se daría Mike si intentara besarla. «¡Pero ¿qué demonios haces pensando en besos? ¡Y menos en los suyos!». —Lo siento por él, pero se va a quedar con las ganas —le aseguró Mike con frialdad—. Tendrás que reprimir tus necesidades por una temporada. «¿Necesidades?», frunció el ceño. «¡Necesidades!». Abrió los ojos como platos al entender a qué se refería y, por alguna extraña razón, le molestó que a él pareciera darle igual con quién satisfacía ella sus necesidades. —Bueno, en realidad puedo invitarlo aunque tú estés aquí —le recordó, mordaz—. Esta es mi casa. Mike sonrió con autosuficiencia. —Por mí no te cortes, yo con el sofá me apaño —dijo con una tranquilidad absoluta—. Tú sabrás a quién invitas a tu alcoba. Kirsty hubiera palidecido de no estar hablando de sexo. Quedaba más que demostrado que a Mike ella como mujer seguía importándole menos que nada. ¿Y por qué iba a ser diferente? —Me pondría unos cascos también, pero no escucharía la puerta si alguien intentara colarse —insistió Mike sin alejarse un centímetro, mirándola de una forma extraña—. ¿Eres de las silenciosas o de las escandalosas, Kirsty? «Soy de las no practicantes», pensó para sí, pero se cortaría la lengua antes que decirle aquello. «¡Además, no tengo por qué hablar de esto con él!», se recordó con contundencia, tanta que casi se sorprendió a sí misma al oírse decir: —Eso depende. —¿De qué? —De la maestría del tipo en cuestión. «Ay, pero que estás diciendo, Kirsty», se recriminó. Pero aquella respuesta sí pareció sorprender a Mike, al que vio entrecerrar los ojos antes de preguntarle: —¿Y has comparado mucho? «Oh, sí, he comparado a todos contigo, imbécil», pero sabía que no era aquello lo que Mike le preguntaba. Y ya puesta a mentir… —Pues, a ver… Soy una mujer de éxito, joven, sin compromiso, y, aunque no lo creas, a muchos les parezco atractiva. ¿Me preguntas si aprovecho todo eso? ¿A ti qué te parece? —Vaya, fuiste tardía para recibir tu primer beso, pero por lo que parece has recuperado muy bien el tiempo perdido. La sola mención a aquel beso la desestabilizó por completo. Si ya estaba a punto de echar humo solo por su cercanía, si seguía mirándola así mientras recordaba aquello…, pronto no tendría dónde esconder su calor. —Muy considerado por tu parte mencionar aquello —ironizó. —¿No debería? —Sonrió mordaz—. Yo diría que para ser tu primer beso, no estuvo nada mal. ¿Tú no lo recuerdas así? —Yo no lo recuerdo de ninguna manera —le aseguró al instante—. Jamás he vuelto a pensar en ello. Mike la taladró con la mirada. —¿No? Entonces quizá necesitas un recordatorio —susurró, desviando la mirada a sus labios y regresando a sus ojos después. «¡Sí, sí, por favor, sí!», gritó su cuerpo a pleno pulmón. Por fortuna, o eso pensó, su mente no estuvo de acuerdo. —Inténtalo y verás —lo amenazó, furiosa. Mike dejó escapar una sonora carcajada. —¡Qué más quisieras! —agregó después. —¿Yo? —Sonrió Kirsty haciendo un esfuerzo brutal—. ¿Pudiendo llamar a Alek? ¡No me hagas reír! «Ay, joder, qué puñetero calor hacía allí de nuevo», pensaba, regañándose a sí misma por sentirse así. No recordaba haber estado tan acalorada desde…, bueno… «¡Mierda, Kirsty, recuerda…, eres inmune a los besos, eres inmune a…!». Sus traicioneros ojos se desviaron apenas un segundo hacia aquellos labios carnosos y perfectos y tuvo que contener un suspiro. ¿A quién quería engañar? Su cuerpo sabía, y su mente debía aceptar, que Mike podría romper su pequeña maldición en segundo y medio. Otra cosa diferente era que ella fuera a permitirlo. —¿Puedo irme ya o pretendes seguir acorralándome contra la encimera mucho rato más? Por su expresión supo que aquello sí lo había desconcertado. Como si él no hubiera sido consciente de que la tenía casi prisionera hasta que ella lo había mencionado. Se apartó a un lado al instante, con lo que parecía cierto azoramiento y turbación. «Imaginas cosas, Kirsty», se dijo. «¿Mike O'Connell avergonzado por algo? ¡Qué absurdo!» —Gracias, así respiro mucho mejor —insistió Kirsty, ahora que parecía ir ganando. —Has tardado en protestar, ¿no? «Joder, qué poco me ha durado la ventaja», se quejó, irritada. No obstante, intentó contratacar. —Quédate con el sofá, Mike, me resulta indiferente —dijo con frialdad—, pero prefiero privarme del placer de tu compañía. Sin agregar nada más, se dio media vuelta, caminó hasta su habitación y se encerró a cal y canto.

Horas después, su cuerpo aún seguía atormentándola de manera insoportable. Había probado de todo a lo largo de la tarde para deshacerse de aquella sensación tan desacostumbrada en la boca del estómago, que se extendía hacia su pelvis cuando menos lo esperaba. La misma que solo la asaltaba en las ocasiones en las que se dejaba invadir, aunque fuera durante dos segundos, por el recuerdo de aquel beso devastador que tan caro estaba pagando. Maldijo a Mike de nuevo por haberla acorralado de aquella manera contra la encimera para amenazarla con… refrescarle la memoria. Su cuerpo no podía olvidar aquella insinuación y parecía haber entrado en bucle esperando aquel recordatorio. Y cada vez que se veía obligada a admitir que se moría porque la besara, se volvía loca de rabia hasta lograr convencerse de que antes le besaría el culo a un mono que los labios a aquel pedante insoportable. Y así había pasado la tarde, la mar de entretenida, pasando de un extremo al otro, como si sufriera de un trastorno bipolar para el que necesitara medicación urgente. Y no habría salido al salón ni aunque una bomba hubiera asolado su alcoba, si no fuera porque el hambre ya empezaba a dominar la situación, paseando ternera y arroz tres delicias tras sus retinas, si cerraba los ojos. Consultó su reloj, comprobando que eran las diez de la noche, y calculó que para Mike, debido al jet lag, serían como las tres de la madrugada. Era muy posible que ya estuviera dormido, así que podía salir a comer algo sin problema. Si intentaba dormirse sin probar bocado, se veía contando ovejitas asadas con verduritas hasta bien entrada la madrugada. Se descalzó y salió con sigilo de su habitación. En el salón todo estaba en penumbra. Desde la distancia, entrecerró los ojos y comprobó que Mike estaba tumbado en el sofá y parecía dormir. Caminó a la cocina y, por primera vez, le molestó que no hubiera paredes reales que la separaran del salón. Con todo el sigilo del que fue capaz, se llenó un plato con parte de los restos de los envases de comida china y lo metió en el microondas, que le pareció que hacía el mismo ruido que una enorme hormigonera; aunque tuvo la precaución de pararlo antes de que la campanita anunciara a bombo y platillo que estaba mangando a hurtadillas las sobras de la comida que de forma tan poco elegante había rechazado antes. Estuvo en un tris de sentarse a comer en el suelo, tras la barra americana que separaba la cocina del salón, pero pensó que no se le ocurría nada más humillante que el hecho de que Mike pudiera levantarse para beber agua y la pillara allí sentada, escondiéndose en su propia casa. Cogió su plato dispuesta a llevárselo a su cuarto, pero se detuvo en mitad del salón mirando con curiosidad hacia el sofá. «Ni se te ocurra», se dijo, intentando afinar la vista. Pero observarlo mientras dormía resultó ser una tentación difícil de contener. «Solo un segundo», se prometió, soltando el plato sobre la barra. Caminó casi de puntillas hasta el sofá, muy despacio, y solo se pudo relajar un poco cuando se aseguró de que Mike tenía los ojos cerrados y parecía dormir. No pudo evitar recorrer su cuerpo de arriba abajo, comiéndoselo con los ojos. Se había cambiado los vaqueros por unos pantalones de deporte, y la camisa que todo el día había llevado abierta sobre una camiseta negra estaba ahora en el respaldo del sofá. Sin ser consciente de lo que hacía, Kirsty cogió la prenda, se la llevó a la nariz y aspiró el aroma de su colonia, que inundó sus sentidos como si el propio Mike la hubiera rodeado con sus brazos… «¡Joder!», se quejó ante la intensa punzada de excitación, soltando la camisa como si fuera una serpiente de cascabel. «No puedes permitirte ser tan débil», se dijo molesta. «Recuerda que tienes motivos de sobra para odiarlo». Pero también tenía ojos, y no podía dejar de mirarlo, fascinada con la imagen. No creía que hubiera una sola mujer en la tierra que pudiera posar sus ojos en él con absoluta indiferencia. Debía reconocer que aquella era una visión increíble. Y saber que él dormía, ajeno a cómo ella lo devoraba con la vista, añadía una especie de morbo a aquella inspección que la tenía obnubilada. Recorrió su cuerpo con la mirada una y otra vez; desde sus largas piernas, pasando por su vientre plano y su torso perfecto, para detenerse en su rostro largo rato. Sin duda, era un hombre de un atractivo irresistible. Era… su detective Riley, de aquello no había duda. Lo único que había cambiado para crear a su personaje había sido el color del cabello. El de Mike era moreno, casi negro, mientras que ella se había asegurado de que uno de los rasgos más característicos de Riley fuera su pelo rubio. Pero todo lo demás, su actitud, su aspecto físico y su maldito encanto cuando quería, eran los del hombre que dormía ante ella. «¿Cómo narices voy a aguantar tantos días viéndolo a diario?», se dijo, preocupada. Estaba segura de que terminaría desquiciada. Además, volver a Little Meadows no facilitaría las cosas. Tenían demasiada historia juntos allí y no toda había sido mala. Tuvo que luchar contra los recuerdos de ambos cabalgando por las extensas praderas de la finca, riendo a carcajadas mientras competían para ver quién alcanzaba antes el árbol viejo de la colina. «También me mandó a un internado a pesar de mis súplicas», tuvo que recordarse. «Y luego estaba aquel rechazo…». No, aquello no debía recordarlo, cómo dolía a pesar de los años a veces resultaba inconcebible. Tenía que odiarlo, no se merecía un solo gesto amable de su parte. Se giró sobre sus talones dispuesta irse, pero solo dio un par de pasos en dirección a la cocina antes de detenerse. —Debo de ser gilipollas —murmuró entre dientes mientras caminaba hacia el armario de la entrada. Sacó una manta fina y regresó al sofá blasfemando para sí. Con sumo cuidado para no despertarlo, extendió la manta sobre su cuerpo y lo arropó hasta el pecho. Cuando estaba a punto de incorporarse, Mike entreabrió los ojos, soñoliento, y los posó sobre los de Kirsty. —Gracias, amor —lo escuchó susurrar, quedándose paralizada. Pero Mike tiró de la manta para acomodarse, cerró los ojos de nuevo y acompasó su respiración. Estaba dormido, no había duda. Kirsty lo miró con los ojos húmedos. A paso rápido caminó de vuelta a la cocina, cogió su plato y regresó a su habitación; pero ya no tenía hambre. Se dejó caer en la cama, permitiendo que sus lágrimas cobraran vida. «Soy una imbécil», se dijo una y otra vez, sin poder entender del todo por qué lloraba. Era evidente que Mike estaba dormido cuando había pronunciado aquella frase, y, a pesar de saberlo, aquellas simples palabras la habían roto por dentro y le aterraba profundizar en el motivo. Se secó las lágrimas con un gesto irritado unos minutos después. No podía dejar que Mike siguiera afectándola de aquella manera a cada pequeña cosa. Su estancia en Little Meadows sería un infierno si no encontraba la forma de ignorarlo, pero aquello no era tarea fácil. Si al menos aquel maldito beso no la hubiera marcado a fuego, quizá pudiera solo odiarlo sin desearlo al mismo tiempo. ¿Y si realmente aquel beso no había sido tan bueno, sino solo el primero para una adolescente impresionable? Jamás se le había ocurrido pensar en esa posibilidad, porque en realidad llevaba años alejando aquella noche de su cabeza cada vez que el recuerdo se colaba en su mente. Quizá solo debía analizar cada detalle para darse cuenta de lo absurda que había sido durante todos aquellos años. Era posible que romper aquella maldición siempre hubiera estado en su mano. «Vale la pena probar», se dijo, cerrando los ojos para sumergirse en la noche del baile de fin de curso… Capítulo 7 Gracias al odioso de Mike, le había costado mucho trabajo convencer a su padre para que la dejara ir a ese baile. Tan dispuesto a amargarle la vida como siempre, a Mike no le parecía bien premiarla dejándola asistir al baile de un curso en el que no había aprobado ni Educación Física. Por fortuna, en aquella ocasión ella ganó la batalla, aunque tuvo que comprometerse a estar en casa a las doce de la noche en punto. Y podía tener muchos defectos, pero cuando daba su palabra, cumplía a rajatabla. Aunque tenía toda la intención de hacer un poco de trampa… A las doce de la noche, el todoterreno de Steve Danfort se detuvo frente a la mansión, y Kirsty sonrió con autosuficiencia. Estaba en Little Meadows, promesa cumplida, lo cual no quería decir que tuviera que bajarse de aquel coche de inmediato. Steve había pasado medio curso pidiéndole salir sin conseguir que ella aceptara, pero debía reconocer que era guapo y mostraba un interés claro, así que quizá había llegado el momento de dar un paso que, para su vergüenza, llevaba años posponiendo. Y no se trataba de sexo, por el cual ya habían pasado casi todas sus amigas, lo cierto era que Kirsty ni siquiera había besado a nadie aún. Y pensaba solucionarlo en aquel mismo instante…, hasta que la puerta del coche se abrió de repente y una voz fría como el hielo le exigió que se bajara. —¡Estoy en casa, Mike! —le dijo, sin acatar la orden—. He cumplido mi promesa. —Baja del coche —insistió—. Yo también he hecho una promesa. Tu padre se ha acostado temprano, con la condición de que yo me asegurara de que estás a salvo. —Y lo estoy —protestó. —Sí, lo sé, porque vas a bajarte de ese coche —dijo, asomándose por primera vez dentro del vehículo, taladrándola con una mirada acerada—. No me obligues a sacarte yo. Kirsty le sostuvo la mirada, echando fuego por los ojos, mientras valoraba sus opciones; que no fueron muchas, puesto que escuchó a Steve sugerir casi en un susurro: —Quizá… deberías hacerle caso. La chica se giró a mirar a su acompañante y pudo leer el temor en sus ojos con total claridad. ¡Y pensar que había estado a punto de besar a aquel imberbe! Se bajó del coche, cerró de un portazo y se enfrentó a Mike, que la miraba con una sonrisa burlona. —Si hubiera luchado un poco, quizá os habría dado unos minutos —ironizó, señalando hacia el coche que ya se alejaba a toda prisa. Kirsty estaba tan enfadada que apenas si se había dado cuenta de aquel detalle, pero le dio igual. —¿Te diviertes con todo esto? —lo encaró, furiosa. —Quizá un poco. —Pero no sonreía. —¿Tienes idea de lo que acabas de robarme? —Cálmate, pelirroja… —¡Que no me llames pelirroja! —le gritó, arrepintiéndose de haber recuperado su color de pelo natural—. Estoy harta de que siempre me fastidies los planes. Hoy había decidido dar un paso importante… —¿Qué? —Nada, no lo entenderías —dijo, de repente cohibida por lo que había estado a punto de confesar. —También he tenido diecisiete años, ¿sabes? —Parecía enfadado—. Así que puedo imaginarme de qué va todo esto. Kirsty no fue capaz de mirarlo. —Pero jamás se me hubiera ocurrido tener sexo por primera vez justo en la puerta de mi casa —insistió Mike. —¡¿Qué?! —casi graznó. —En serio, Kirsty, si lo que quieres es echarme un pulso…, no vayas por ahí —dijo irritado. —Pero… —Respétate un poco, porque… —¡Que te calles ya! —interrumpió a voz en grito—. ¡Que no tenía ninguna intención de acostarme con él! —Kirsty, te repito que he tenido tu edad… —¡Solo quería besarlo! —terminó gritándole, furiosa. —¿Besarlo? —Ahora sí la miró con cierto grado de confusión—. Pero has hablado de dar un paso importante… Kirsty cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño para disimular su repentino azoramiento. Hubiera querido gritarle algo mordaz e hiriente, pero no fue capaz de pronunciar una sola palabra. —Kirsty…, ¿nunca has besado a un chico? —le preguntó, sin disimular su desconcierto. —¡Solo tú eres capaz de lograr que me avergüence por algo así! —le dijo, molesta, aunque incapaz de mirarlo a los ojos. —Lo siento, no era mi intención. La aparente sinceridad en su tono de voz la obligó a levantar la cabeza para estudiar su expresión. —Pero si ese chico fuera el adecuado, no hubiera salido corriendo al primer ladrido… — agregó, con una sonrisa que hacía mucho tiempo que Kirsty no veía. —El adecuado… —susurró Kirsty apretando los dientes y apartando la mirada—. Eso ha tenido gracia. —¿Por qué? —Porque ya he esperado demasiado. «Concretamente toda mi vida», se dijo irritada. «Pero tú prefieres revolcarte en el heno con cualquier otra». Aquello volvió a encender la mecha de su furia. —¡Acabas de fastidiarme uno de los mejores momentos de mi vida! —le gritó iracunda —Tampoco dramatices… —Tengo diecisiete años, Mike, y nunca me han besado, habría sido un bonito recuerdo que la primera vez hubiera sido la noche del baile de fin de curso —insistió, ahora furiosa—, pero a ti qué te importa eso… —Si este tema te va a acarrear un trauma, tendré que ayudarte a evitarlo, ¿te sirvo? Kirsty se quedó perpleja y lo miró sin poder disimular su estupor. —¿Qué has dicho? —Estaba segura de haberlo entendido mal. —Quieres un beso la noche del baile —dijo con tranquilidad—, y puesto que he espantado a tu candidato, lo mínimo que puedo hacer es ofrecerme voluntario. El corazón de Kirsty, que hacía rato que no latía con normalidad, se encabritó ahora de una forma desaforada. Solo pensar en que Mike apenas la rozara la hacía sentirse acalorada. —Me estás vacilando —dijo, mirándolo con los ojos entornados. —No. —Tú… —le costó añadir—: ¿me besarías? —Me siento en la obligación. —Sonrió burlón—. Te he robado un momento importante, no quiero esa responsabilidad sobre mis hombros. Para Kirsty ya resultaba difícil hasta respirar con normalidad. Y el esfuerzo que estaba haciendo para que él no se diera cuenta empezaba a resultar inútil. Intentó recordarse a sí misma las razones por las que lo odiaba y debía mandarlo al infierno, pero no pudo encontrar una sola. El simple pensamiento de que él quisiera besarla… eclipsaba por completo todo lo demás. —¿Estamos hablando de un beso… de verdad? —titubeó, mirándolo con una expresión de inocencia que le arrancó a Mike una sincera sonrisa que casi la tumbó de espaldas. —Yo no sé darlos de mentira. —Me refiero a un beso… beso. —¿Y cómo es un beso beso, Kirsty? —se interesó, intentando disimular su diversión—. ¿Es diferente a un beso normal? —Hablo de… un beso con… —Se señaló la boca, avergonzada, incapaz de añadir la palabra lengua a la frase—, bueno, ya sabes. —¿Con los labios? No podría darte un beso sin usarlos, Kirsty. —¡No me refería a los labios! —exclamó, ya un poco exasperada. —¿Y a qué te referías? —insistió Mike. —Es igual. —No, no es igual, a lo mejor yo nunca he dado un beso beso y lo hago mal. —Seguro que no. —¿Tú crees? Kirsty lo miró ahora a los ojos y leyó en ellos una inconfundible chispa de diversión. —¿Te estás riendo de mí? —le preguntó, abatida—. En realidad nunca has tenido intención de besarme, ¿verdad? —No debería —admitió, al tiempo que recortaba la distancia. —¿Por qué? —susurró, presa ya de sus ojos. —Por sentido común. —Ah. Mike sonrió de nuevo, la tomó de la cintura y la atrajo con delicadeza hacia él; gesto que casi arrancó un suspiro de labios de Kirsty, que apenas pudo susurrar: —Entonces vas a… —Sí, voy a. —Vale —musitó. Y tuvo que recordarse a sí misma que debía seguir respirando. Cuando Mike recortó lentamente la distancia hasta sus labios, Kirsty cerró los ojos y aguardó con el corazón a mil. El momento que había estado esperando toda su vida estaba a punto de suceder… El primer roce de sus labios le supo a gloria, pero terminó antes de que pudiera apenas saborearlo. —¿Ya? —le salió del alma, junto con un sonido de protesta. Abrió los ojos y se topó con unos asombrosos ojos grises a escasos centímetros, que la miraban con ternura. —¿Algún problema? —le preguntó Mike, con una enigmática sonrisa. —No, bueno… sí… —Tragó saliva—. Es que no me refería solo a…, bueno… Estaba tan nerviosa por la cercanía que sabía que sería incapaz de pronunciar las palabras que quería. Las manos de él parecían abrasarle la piel de la cintura incluso por encima de la tela del vestido, y casi podía sentir su aliento sobre el rostro, lo cual le provocaba una extraña sensación de hormigueo. —Ah, es verdad, que eso ha sido solo un beso —susurró Mike casi sobre su boca, sin dejar de mirarla a los ojos—, y tú querías un beso… beso. Ella se limitó a asentir, incapaz de emitir un solo sonido. —Pues espero que lo que me pides sea algo parecido a esto… —Apenas una décima de segundo después asaltó su boca con lo que distó mucho de ser un simple roce. Kirsty, maravillada, le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a devolverle cada uno de sus besos con un entusiasmo desmedido, nacido de la fascinación absoluta. Había imaginado que Mike la besaba así montones de veces…, pero ninguna de sus ensoñaciones la había preparado para el momento en el que él se abrió pasó con la lengua y arrasó su boca por primera vez, para poner su mundo patas arribas. Por puro instinto, su propia lengua dejó de permanecer pasiva y salió a su encuentro, imitando los mismos movimientos con los que él la estaba llevando donde jamás había estado. Por un instante le pareció escuchar un sonido de protesta intentando salir de la garganta de Mike, pero apenas un segundo después sintió que la atraía con más fuerza contra él y embestía con su lengua de una forma mucho más exigente. Aquello hizo estragos en el cuerpo de la chica, que se apretó contra él mientras sentía las manos masculinas ascender por su espalda, buscando la parte de piel desnuda que el vestido dejaba al descubierto y que sintió arder bajo su tacto. La otra mano la enterró entre su pelo, intentando atraerla más hacia su boca, si es que aquello era posible. Y debía serlo, porque al menos Kirsty sentía una necesidad imperiosa de profundizar en aquel beso más y más, mientras un fuego salvaje parecía devorarla por dentro y una intensa punzada en la pelvis, que jamás había sentido antes, la enloquecía pidiéndole algo que no alcanzaba a entender, pero que necesitaba con una desesperación total y absoluta. Un gemido ronco del que apenas fue consciente escapó de su garganta y, por instinto, se frotó contra él con una urgencia primitiva y desconocida. Por eso dejó escapar una sonora protesta cuando sintió que Mike frenaba la intensidad de aquel maremoto, batiéndose en retirada… —Kirsty…, ya —lo escuchó susurrar. —No… —rogó entre dientes—, solo un poco más. —No puedo. —Sonó casi a lamento, mientras tiraba de las manos que Kirsty aún tenía rodeándole el cuello. —Mike… —intentó volver a abrazarlo, pero él no lo permitió. —Un beso, ese era el trato. Kirsty lo miró con los ojos enturbiados de un deseo urgente, que no se molestaba en ocultar porque ni siquiera sabía que fuera tan evidente; a cambio recibió una extraña mirada brillante, que fue incapaz de leer, pero que parecía transmitir cierto pesar… ¿o era agonía? Jamás había visto una mirada ni remotamente parecida, era casi imposible de descifrar. —Llévame al establo —susurró Kirsty casi sin pensar, lanzándose sobre él de nuevo, logrando colgarse de su cuello. —¡No! —exclamó, horrorizado, intentado poner distancia—. ¡Por Dios, Kirsty, ¿pero qué estás diciendo?! —Solo un ratito… —suplicó. —¿Un ratito? —repitió con asombro, dejando escapar un suspiro de frustración—. No tienes ni idea de lo que me estás pidiendo, ¿verdad? —Unos cuantos besos más y ya —insistió, mirándole lo labios con insistencia. Escuchó a Mike inspirar hondo varias veces y posó sobre ella una extraña mirada vidriosa mientras guardaba silencio durante lo que pareció una eternidad. Kirsty jamás olvidaría su tono de voz frío y carente de emoción cuando al fin le habló. —No habrá más besos, Kirsty —le aseguró—. Si insistes, solo vas a conseguir que me arrepienta de lo sucedido. La chica fue incapaz de decir nada. El dolor y la vergüenza se hicieron eco en ella de una forma insoportable y solo pudo batirse en retirada, incapaz de contener las lágrimas que pugnaban por salir.

Kirsty regresó al presente y se incorporó en la cama, abatida, luchando contra todas las emociones distintas que pugnaban por hablar al mismo tiempo. Pero entre todas ellas había una que gritaba alto y claro en forma de punzada intensa en la parte baja del abdomen y que no había forma de ignorar. «Aquello ni por asomo había sido un simple beso», se asombró mientras un deseo devastador hacía mella entre sus piernas en forma de fuego líquido. Aquella era la primera vez que comprendía que quizá a Mike se le había escapado también un poco de las manos aquel beso, porque ahora recordaba muy bien la intensidad de su abrazo y la forma en que devoraba su boca mientras la atraía más y más hacia él. —¡Me deseaba! —exclamó en alto, convencida—. A mí. Su conciencia solo tardó unos segundos en gritarle de forma muy grosera: «Durante unos minutos se olvidó de a quién estaba besando, eso es todo, seguro que pensaba que eras la maldita Melanie Simmons». Intentó agarrarse de nuevo a la imagen de aquella odiosa mujer revolcándose con él en el establo, buscando alejar el sofoco que invadía cada célula de su cuerpo, pero no funcionó. Durante aquel devastador beso, la adolescente inocente ni supo ni entendió qué era lo que la quemaba por dentro y cómo apagarlo, pero la mujer… se moría de ganas de traspasar aquella puerta para arrancarle la ropa a mordiscos al hombre que dormía en su sofá. El hambre que sentía por él en aquel instante la excitaba y avergonzaba a partes iguales. Se repitió una decena de veces cuánto lo odiaba, buscando aunque fuera una ligera brisa en aquel insoportable sopor, pero su cuerpo y su mente parecían hablar idiomas distintos. «Esto no puede estar pasando», se dijo, rozando un muslo contra el otro casi en contra de su propia voluntad, respirando con dificultad. Buscó de nuevo la forma de calmar el calor, sin tener que recurrir a lo que parecía inevitable. Acariciarse pensando en él, sabiéndolo a escasos metros…, resultaba humillante y excitante al mismo tiempo. «No voy a ceder…», se dijo cada vez más acalorada, recordando cómo lo había recorrido con los ojos mientras dormía y lo increíble que sería poder acariciarlo también con las manos… La intensa oleada de placer que recorrió su cuerpo la obligó a ceder a lo inevitable. Abrió ligeramente las piernas, metió la mano por dentro de sus braguitas y solo tuvo que tocarse con suavidad para encontrar el alivio que necesitaba. Y la vergüenza la habría invadido al instante, si no fuera porque gran parte de la excitación seguía presente incluso después de aquello. —¡Joder, qué mierda! —protestó en alto—. ¡Maldito Mike! Debía encontrar la forma de arrancarse del todo aquella excitación de encima, y, muy a su pesar, solo se le ocurrió una manera para evitar salir de aquella habitación en busca de lo que no debía. Se sumergió de nuevo en los recuerdos, buscando los más dolorosos…

Aquel verano, tras el beso, Mike trabajaba a destajo. Apenas si se había cruzado con él unas cuantas veces y de lejos, puesto que siempre parecía estar ocupado. Ni siquiera tenía tiempo para comer y cenar con su padre y con ella como había hecho siempre. Para Kirsty aquello resultaba una tortura, hasta tal punto que echaba de menos incluso discutir con él y que la regañara a todas horas. Pero Mike parecía haberse convertido en un extraño en su propia casa. Una mañana su padre la mandó llamar a su despacho y lanzó sobre ella una bomba que jamás habría esperado, y que supondría el principio del fin de su vida tal y como la conocía. —¡No! —gritó Kirsty ante aquella imposición. —Solo será un año y creo que será bueno para ti. —¿Vivir lejos de Little Meadows? —le gritó—. ¡Cómo puedes pensar que será bueno! —¡Necesitas centrarte, Kirsty! Has tirado todo un año a la basura, no sé qué te está pasando. —Cambiaré, papá, y estudiaré, te lo prometo, pero aquí. —Está decidido, Kirsty —sentenció Thomas Danvers con más severidad de la acostumbrada —. El próximo año lo pasarás en el internado de Westminster. De nada sirvió todo lo que Kirsty luchó y pataleó. Terminó saliendo de aquel despacho con la misma respuesta que cuando había entrado. Destrozada y buscando la manera de convencer a su padre para que le permitiera quedarse, salió de la casa para respirar algo de aire fresco que le aclarara las ideas. «Mike», pensó de repente. Él era el único que podía convencer a su padre para que cambiara de opinión. Deseosa de hablar con él, se planteó pedirle a Dennis, el mozo de cuadra, que la llevara hasta la empresa familiar en Oxford en aquel mismo instante, pero al final no fue necesario. Vio el coche de Mike avanzar por el camino de acceso a la finca y lo esperó con ansia hasta que se detuvo frente a ella. Respiró hondo para alejar los nervios antes de enfrentarse a él. Aquella era la primera vez que hablaban después del beso y se le salía el corazón por la boca solo con verlo tan de cerca. Aguardó con impaciencia a que Mike se bajara del coche; lo que no esperaba era que Melanie Simmons viniera con él. —¿Kirsty? —se extrañó Mike al verla allí con aquella cara de espanto—. ¿Qué haces aquí? —¿Podemos hablar? —le suplicó con un ligero temblor de labios. —Hemos quedado con Thomas a la una —intervino Melanie con una sonrisa fría—. Y son menos cinco. Kirsty se giró a mirarla y odió a aquella mujer de rostro y aspecto perfecto, que jamás parecía llevar un pelo fuera de su sitio. —¿Estoy hablando contigo? —le dijo Kirsty con cierta irritación, y se volvió de nuevo hacia él—. Necesito unos minutos, Mike, por favor. —¿No puedes esperar? —No. —Dame un momento —le pidió—. Necesito hablar algo urgente con Dennis sobre uno de los caballos. —Se giró hacia la otra mujer—. Reúnete con Tom, Melanie, iré en cuanto pueda. Mike se alejó hacia el establo para buscar al mozo, y Kirsty respiró aliviada. Lo contempló embelesada mientras se alejaba. Estaba tan absorta que no se dio cuenta de que Melanie no había hecho caso y todavía estaba junto a ella, —Es todo un festín para los ojos, ¿verdad? —la escuchó decir, obligándola a volverse a mirarla—. Pues no mires mucho, no me lo vayas a desgastar… Kirsty apretó los dientes intentando controlar el acceso de ira. —¿Acaso es tuyo? —la enfrentó. —La duda ofende. —Sonrió la arpía. «¡Cualquier día la arrastro de los pelos!», se dijo Kirsty, apretando los puños. Aquel no era el primer encontronazo que tenían. Por razones obvias, Kirsty no la soportaba, pero aquella mujer parecía odiarla incluso más, y siempre estaba dispuesta a atacarla de forma gratuita. —¿Y él sabe que es de tu pertenencia? —le preguntó Kirsty imitando su sonrisa. «Porque no lo parecía mientras me besaba a mí», hubiera querido añadir. Consiguió callar a duras penas. —Por supuesto, y espero que te convenzas del todo el día que me ponga un anillo en el dedo. A Kirsty se le descompuso el cuerpo ante la sola idea y fue incapaz de pronunciar palabra. —Es posible que cuando vuelvas de ese internado ya estemos casados… —insistió la mujer. Aquello fue una bofetada difícil de encajar y disimular para Kirsty. —¡Yo no me voy a ninguna parte! —le gritó crispada, y estuvo a punto de agredirla cuando la escuchó reír a carcajadas—. Solo tengo que hablar con Mike. La risa sonó de nuevo alta y clara. —¿Crees que Mike va a cambiar de opinión respecto a eso? Kirsty la miró, un tanto aturdida. —Ah, que no lo sabes… —Sonrió Melanie con frialdad—. ¿Pensabas que la idea del internado era de tu padre y que Mike te defendería? —Rio—. Qué mona… Para Kirsty la sola insinuación fue como una puñalada en el estómago. Posó sus ojos en el establo y casi corrió hasta allí, en busca de la única persona que podía desmentirla. Mike estaba aún hablando con Dennis cuando ella entró como una exhalación, con la cara descompuesta. —Dime que no es verdad —le suplicó, sin importarle interrumpir la conversación. Mike posó sus ojos sobre ella y suspiró. Le pidió a Dennis que los disculpara unos minutos y el chico salió del establo, dejándolos a solas. —Kirsty…, hablemos con calma. —¡¿Yo no puedo estar calmada?! —exclamó, aunque algo más bajo—. Mi padre quiere mandarme a un internado… Por favor, dime que no ha sido idea tuya. Aguardó la respuesta, temerosa de lo que podía escuchar. —Es lo mejor para ti en este momento —terminó diciendo Mike tras un largo silencio. La punzada de dolor que la partió en dos fue tan evidente que Mike recortó la distancia hasta ella. —Solo será un año —insistió—. Después podrás decidir qué quieres hacer con tu vida. Pero Kirsty apenas escuchaba aquellas palabras. Su mente se había quedado anclada al momento en el que había comprendido algo devastador. —Quieres… echarme de casa —susurró, mirándolo desolada—. ¿Por qué? A Mike tampoco parecían salirle las palabras del cuerpo. La miraba a los ojos con una expresión extraña, que Kirsty no se paró a analizar. —No es mi intención echarte de aquí, Kirsty —le aseguró—. Pero necesitas centrarte y terminar tus estudios, para que puedas decidir tu futuro. —Yo tengo claro cuál quiero que sea mi futuro —le dijo, con los ojos anegados en lágrimas —. Solo quiero construir una casa en el valle, casarme y tener montones de niños a los que poder enseñar a cabalgar y a amar estas praderas. Es todo lo que quiero de la vida. —¿Y cómo lo sabes si nunca has salido de Little Meadows? —le preguntó muy serio. —Lo sé, porque he soñado solo con eso casi toda mi vida. —Entonces no te importará esperar un año más —le dijo con una extraña expresión—. Cuando regreses…, yo aceptaré todo lo que tú decidas, eso te lo prometo. —Mike, por favor —Se abalanzó sobre él, desesperada, echándole los brazos al cuello—. No puedes desear que me marche… —Esto no tiene nada que ver conmigo, es por tu bien. —Mi bien eres tú —le susurró entre lágrimas, mirándolo a escasos centímetros—. No me alejes de mi casa, Mike, por favor, ni de ti, y te daré lo que quieras, cualquier cosa que me pidas… Lo vio apretar los dientes mientras tiraba de sus brazos para quitárselos del cuello. —Kirsty, deja de decir tonterías —le dijo ahora con una voz helada—. No pongas las cosas más difíciles. —Esto… ¿es por ese beso? —le preguntó, sin poder esconder su angustia. —Ni lo menciones. —¿Por qué? ¿Vas a decirme que no te gustó? Mike se encogió de hombros y contestó en un tono apático y exento de emoción. —Ni siquiera me he parado a pensarlo —le aseguró—. No era un beso para mi disfrute. Solo iba destinado a cumplir tus cuentos de hadas infantiles. —No es verdad… —Aquella indiferencia la mataba, y escucharlo llamarla infantil resultaba del todo insoportable. —Entiendo que tú estés impresionada, Kirsty, pero yo beso así a las mujeres constantemente —insistió, sin un solo atisbo de delicadeza—. Para mí no significó nada, y te garantizo que no volverá a suceder. Y si tenías alguna esperanza, más vale que te vayas olvidando. Esta es otra de las razones por las que ese internado es lo mejor para ti en este momento. Cada una de aquellas palabras fueron como puñales sobre su cuerpo; pero cada herida que le infringían mataba la angustia y el dolor para dejar solo paso a una rabia ciega, que pronto controló todas y cada una de las células de su cuerpo. —Eres un miserable —le arrojó a la cara. —Lamento que te lo tomes así —insistió—. Solo estamos pensando en tu bien. A la larga, cuando crezcas un poco, te darás cuenta de… —¡Vete a la mierda, Mike! —interrumpió iracunda—. Cuando crezca un poco… —lo imitó en un tono irónico—, seguiré pensando que eres un miserable, que me echó de mi casa como si yo fuera un estorbo del que hay que deshacerse. —No es verdad. —¡Por supuesto que sí! Él se limitó a suspirar, resignado. —Pero escúchame bien, Mike O'Connell. —Recortó las distancias y lo miró con furia y una firme resolución en los ojos—. Si tengo que irme de Little Meadows, lo haré bajo mis condiciones. Echarme de aquí es lo último que tú vas a decidir sobre mi vida. —¿Algo más? —fue todo lo que él le preguntó, aparentemente inmune a su dolor. Para Kirsty aquella pasividad fue como echarle gasolina a una hoguera. Se acercó a él con lentitud y la rabia más absoluta brillando en sus ojos, y lo encaró hasta que casi pudo sentir su aliento sobre el rostro. —Te odio —musitó entre dientes, sin dejar de mirarlo—. Y nunca te perdonaré por esto — Casi rozó la nariz con la de él antes de añadir—: ¡Jamás! Dicho esto, se dio media vuelta y sacó a Mike de su vida…

…hasta ahora, que se veía obligada a soportar su presencia, le gustara o no, al menos durante el tiempo que durase aquella locura que había desatado su intento de secuestro. Recordar el dolor de aquel día, hacía seis años, al fin logró apagar por completo su excitación, pero le llenó el pecho de una extraña y desagradable sensación de abatimiento. «En realidad jamás te libraste del todo de él», le recordó su conciencia. Y aquello era una verdad indiscutible. Casi de forma inconsciente, lo había convertido en uno de los pilares fundamentales de su vida a través de aquel detective que la acompañaba en su día a día, y que amaba a ratos y odiaba casi todo el tiempo. Y luego estaba aquella pequeña maldición suya, que jamás le había permitido llevar una vida normal. Mike la había marcado de tal forma con aquel beso, que le resultaba inútil encontrar ni un atisbo de deseo en ningún otro. Lo cual la convertía en un bicho raro, un bicho raro… virgen, para ser más exactos. Capítulo 8 Kirsty, cada vez más inquieta, se revolvió en el asiento del coche de Mike, anhelando llegar cuanto antes a su adorada Little Meadows. Debían quedar apenas unos kilómetros, y la emoción de estar en casa ya hacía palpitar su corazón de forma incontrolable. Al igual que el hombre que conducía a su lado, con el que se había asegurado de intercambiar solo unas pocas palabras desde que había amanecido. —Parece que en seis años has aprendido a apreciar el silencio, Kirsty —dijo Mike de repente, sin apartar la vista de la carretera—. No te había visto nunca callada durante más de diez minutos. Sorprendente. Kirsty se limitó a mirarlo durante unos segundos y se giró de nuevo hacia su ventanilla, sin hacer un solo comentario. —A ver lo que nos dura esta paz —lo escuchó ahora susurrar. En aquella ocasión, Kirsty sí tuvo que respirar hondo varias veces, pero no le dio el gusto de reaccionar ante el comentario. Se sentía orgullosa de sí misma por haber sido capaz de ignorarlo durante tantas horas, incluidas las seis que habían pasado metidos en un avión. Durante la noche, en la que apenas había dormido, se había prometido a sí misma pasar de él todo lo que pudiera. El que tuvieran que verse, no significaba que debieran relacionarse entre sí. Con aquella premisa bien clara, se había enfrentado aquella mañana al hombre que conducía a su lado, al que prefería ni siquiera mirar para evitar que su cuerpo le recordara el calor sufrido durante la noche y cómo se vio obligada a sofocarlo, casi en contra de su propia voluntad. La vergüenza aún teñía sus mejillas al recordarlo. Diez minutos después, al tomar la curva que anunciaba que habían llegado a su destino, Kirsty contuvo la respiración hasta ver la puerta de la finca ante sus ojos. Cuando el coche se detuvo para esperar a que se abriera el portón de acceso, Kirsty observo los enormes pilares de piedra que marcaban la entrada y se deleitó con el enorme letrero, tallado en aquella misma piedra, donde se leía en letras claras: Bienvenidos a Little Meadows. La emoción la embargó de forma inevitable y sintió una invasión de recuerdos de cuando era feliz allí. Siempre intentaba regresar al menos un par de veces al año, cuando sabía que Mike estaba de viaje de negocios, pero se veía obligada a volver a Nueva York demasiado pronto. En aquella ocasión hacía ya cinco meses que no iba, desde la últimas Navidades, el mismo tiempo que llevaba sin ver a su padre. Pero debía reconocer que la emoción que la embargaba en aquel instante era muy diferente a cualquiera de sus anteriores visitas. Realmente se sentía como si llevara seis años en el exilio y regresara a casa al fin. Una extraña sensación mezcla de agitación, emoción y dicha le inundaba el pecho, al tiempo que se esforzaba por ni siquiera plantearse el motivo por el que se sentía así. Mike traspasó los muros y siguió conduciendo por el camino que se elevaba y curvaba, mientras a Kirsty se le agitaba la respiración, deseosa de ver aparecer por primera vez la mansión, que por fin se mostró tras el último recodo, recortada contra el telón de árboles del fondo. El césped estaba cortado y las azaleas en plena floración. El sol realzaba los brillantes colores, consiguiendo que todo su cuerpo se relajara casi al instante. Cuando Mike detuvo el coche frente a la escalinata de entrada, Kirsty sonrió. —Estoy en casa —musitó, casi sin darse cuenta. —Por fin… —escuchó susurrar a Mike en un tono extraño, pero estaba demasiado emocionada como para pararse a analizarlo. Bajó del coche, miró a su alrededor e inspiró con fuerza, deseosa de llenar no solo sus pulmones, sino todos sus sentidos de aquel aire limpio y puro, donde los intensos aromas de las flores flotaban en el ambiente y parecían mezclarse con los recuerdos más felices de su vida. Cuando posó sus ojos sobre la inmensa y maravillosa pradera que se extendía más allá del horizonte, suspiró, deseosa de salir a galopar a lomos de Hope cuanto antes. Giró varias veces sobre sí misma, maravillada ante la belleza del que siempre fue su hogar, y se sintió como si lo viera por primera vez. Se dejó inundar por una felicidad total y absoluta, que colaboró para convertir la vista casi en una escena de cuento de hadas Thomas Danvers gritó su nombre mientras salía por la puerta de la casa, y Kirsty subió corriendo los pocos escalones que la separaban de él. Abrazó a su padre con fuerza, ocultando los ojos empañados en lágrimas, dando gracias por poder estar entre sus brazos una vez más. —¡Mi pequeña, qué ganas tenía de verte! —¡Y yo a ti, papá! —¿Estás bien? —Se separó para inspeccionarla de arriba abajo—. ¿De veras no te hicieron nada esos bárbaros? —Estoy perfecta, solo fue un susto —le aseguró con una sonrisa. —Pero pudo terminar en tragedia. —Papá, no seas agorero. —Vale, pero aquí estarás a salvo. Kirsty leyó la satisfacción en el rostro de su padre y sonrió de nuevo, observándolo ahora con más detenimiento. Había perdido varios kilos desde las navidades, pero su rostro parecía lozano y fresco, no pálido y enfermizo como esperaba encontrarlo. Siempre había sido un hombre muy guapo, y a sus sesenta y dos años todavía se veía muy atractivo, a pesar del susto que la vida acababa de darle. —Tienes buen aspecto —le dijo Kirsty con cautela. Su padre sonrió un tanto cohibido y miró a Mike, que llegaba justo hasta ellos cargando la maleta de la chica. —Lo sabe —admitió Mike—. Lo lamento, pero se me escapó durante una conversación. Thomas miró a su hija con ojos resignados. —Siento no habértelo dicho antes, Kirsty —empezó diciendo. —Debiste hacerlo —se quejó, aunque no sonó a regaño. —Puede ser. Mike es de la misma opinión. Aquello sorprendió a la chica, que se esforzó para no mirarlo. —Pero ya hablaremos de eso más tarde —insistió Thomas—. Ahora déjame verte bien. —Se apartó un poco y la observó con una sonrisa radiante—. Mírala, Mike, ¿no es la mujer más hermosa que has visto nunca? —Su belleza está a la altura de su terquedad, sin duda. Kirsty intentó morderse la lengua, en sentido literal, pero no funcionó. Miró a Mike con el ceño fruncido. —No sé si con ese comentario has pretendido halagarme o insultarme. —Pretendía ser un cumplido. —¡Ay, entonces gracias! —dijo en lo que parecía un tono jovial—. Eres un imbécil realmente encantador. En contra de todo pronóstico, Mike sonrió con una sinceridad que a punto estuvo de costarle un suspiro a la chica. —Touché —le dijo con cierta diversión, sin dejar de mirarla. Thomas los observaba con una sonrisa de oreja a oreja, de la que solo él conocía el motivo. —¿Qué te pasa? —le preguntó Mike, confuso ante su enigmática expresión. —Nada, ¿por qué debería pasar algo? Mike observó al hombre unos segundos más, que seguía luciendo una especie de sonrisa traviesa, hasta que terminó dándose por vencido. Estaban a punto de entrar en la casa cuando una mujer morena y menuda, de una belleza asombrosa, salió por la puerta para unirse a ellos, luciendo una sonrisa radiante. —Ah, Nadine, quiero presentarte a mi hija —dijo su padre, feliz. Kirsty le tendió la mano e intentó sonreír. Así que aquella era la tal Nadine, la enfermera de su padre… Pues era una mujer preciosa. —Ya tenía ganas de conocerte —le dijo la mujer con un afecto sincero—. Tu padre no para de hablar de ti. —Encantada. —Cuando la miró de cerca, se dio cuenta de que no era tan joven como le había parecido. ¿Le gustarían a Mike las mujeres más mayores que él? «¿Y a mí que narices me importa eso?», se contestó al instante, pero se contradijo un segundo después. «¿Habrá pasado ya la tal Nadine con él por el establo…? ¡Es muy probable!». —Voy a subir a instalarme —dijo, sintiéndose malhumorada de repente—. Luego os veo. Cuando fue a coger su maleta, Mike se le adelantó. En silencio, ambos entraron en la casa. —¿Qué demonios has metido aquí dentro, Kirsty? —protestó—. ¿Piedras? —Esas cositas redonditas que tiene debajo se llaman ruedas —le indicó mordaz—. Se usan para arrastrar la maleta y no tener que cogerla al peso. Mike soltó la maleta en el suelo, junto a la escalera, y la miró con una expresión irónica. —Anda, genial, entonces no tendrás ningún problema para arrastrarla escaleras arriba hasta tu cuarto. Se hizo a un lado y se cruzó de brazos, esperando a que Kirsty tomara acción. La chica lo miró con altivez y cogió su maleta del asa. Era consciente de que no había ninguna posibilidad de subir aquellos veinte escalones tirando de aquel muerto y conservar un mínimo de dignidad. Pronto estaría deslomada y parecería un tomate maduro del esfuerzo… —¿No tienes nada que hacer? —le dijo irritada. —Nada que sea más interesante. —Pues debes llevar una vida muy aburrida. —Puede ser, pero al parecer tú has venido dispuesta a amenizármela. —Se apoyó con tranquilidad contra la pared y señaló la escalera—. Por favor, muéstrame cómo funcionan las ruedas de una maleta, estoy expectante. —¡No tengo ningún problema! —le aseguró molesta—. Llevo seis años arrastrando sola mi maleta, Mike, sin necesitarte a ti para hacerlo. —¿Sola? —Sonrió con sarcasmo—. Seguro que siempre has tenido a alguien alrededor dispuesto a llevártela. —Pues sí, nunca me ha faltado quien se ofreciera —lo miró irritada, consciente de que ya no hablaban de la condenada maleta. —Con esa actitud que te gastas, compadezco al que se lo permitieras. Kirsty tuvo que respirar hondo para no mandarlo al quinto infierno. ¿Dónde había quedado su firme propósito de ignorarlo? —Al que yo le permita… llevar mi maleta, Mike, te aseguro que no tiene queja. Su padre entró en la casa acompañado de Nadine y Dennis, al que le había faltado tiempo para correr a verla desde el establo. Kirsty lo saludó de forma efusiva, contenta de verlo. Dennis llevaba al menos diez años trabajando en Little Meadows, ocupándose de los caballos, y siempre habían tenido una relación cordial. Alrededor de los treinta años y de un atractivo indiscutible, tonteaba con ella casi desde el primer día que había llegado a la finca, aunque Kirsty solo podía verlo como a uno de esos primos segundos que vienen de visita de vez en cuando. —¿Cuánto tiempo te quedas? —le preguntó el chico tras los saludos iniciales. —Todavía no lo sé. —Miró a Mike de reojo, que observaba la escena en silencio—. De momento voy a instalarme. —Genial, luego te veo, ¿te ayudo con la maleta? —se ofreció. Kirsty sonrió mucho más que complacida con el ofrecimiento, pero eso fue solo hasta que Mike interrumpió la conversación para decir: —No es necesario, Dennis, yo me encargo. El chico se despidió y salió de la casa junto con Thomas y Nadine, que decidieron dar un paseo por los jardines mientras Kirsty colocaba sus cosas. Malhumorada, Kirsty miró a Mike con el ceño fruncido. —¿Tanto te costaba permitir que Dennis subiera la maldita maleta? —le dijo irritada. Mike recortó la distancia, quedando a un escaso medio metro, y clavó su mirada en ella. A la chica le costó mucho trabajo mantenerse serena. —Mientras estés en Little Meadows, Kirsty… —dijo con lo que parecía una seria advertencia en los ojos—, nadie más que yo va a tocar tu maleta. Y sin añadir nada más, tomó la maleta del asa y comenzó a subir la escalera con agilidad, igual que si pesara como una pluma. Kirsty tragó saliva y clavó sus ojos en él, de repente muy acalorada, sin poder dejar de apreciar cada centímetro de su cuerpo. «¿Qué narices ha querido decir con eso de nadie más que yo va a tocar tu maleta?», se preguntó, con el corazón aún a mil por hora. Lo que su mente se empeñaba en leer en ese comentario estaba haciendo estragos en cada célula de su cuerpo, y eso la irritó de nuevo. Si aquello venía a colación de su anterior conversación, la connotación era clara; siempre y cuando ella no hubiera malinterpretado nada, porque también cabía la posibilidad de que Mike estuviera hablando de la puñetera maleta en sentido literal… «Putos juegos de palabras, ¡me cago en la leche!». Se había quedado tan anclada en aquel comentario que cuando se quiso dar cuenta Mike venía de vuelta escaleras abajo, y ella no había subido un solo peldaño. —¿A qué estás esperando? —le dijo él, pasando a su lado sin mirarla y casi sin detenerse—. ¿No querrás que sea yo también quien cuelgue la ropa en el armario? Aquello fue lo último que lo oyó decir antes de desaparecer por la puerta principal. «Ahhggrrrr, ¡qué hostia te daba!», quiso gritar mientras pataleaba contra el suelo. «Sigue así, Kirsty, lo está ignorando de miedo», ironizó la parte toca narices de su cerebro. —¡Oh, cállate! —se dijo a sí misma en alto, comenzando a subir peldaños, pateando cada uno como si tuvieran la culpa de su cabreo.

Cuando Kirsty se preparaba para bajar a cenar, estaba nerviosa. Durante muchos años, sentarse a comer y cenar los tres juntos había sido casi un ritual que ella esperaba ansiosa; al menos hasta que su enfrentamiento con Mike empezó a hacer de aquellos momentos algo insoportable. Ahora, seis años después, se veía obligada a retomar viejos hábitos, y solo esperaba controlarse lo suficiente como para aportarle tranquilidad a su padre, que era lo único que le importaba en aquel momento. «¡Que le den a Mike!», se dijo. «Me importa un comino que esté sentado a la mesa. Para mí está de más.». Se repetía más a menudo de lo normal, incluso en voz alta, mientras se cambiaba de ropa por quinta vez en la última media hora. Después se sentó ante el espejo y se centró en peinarse, para despeinarse con mucho cuidado un momento después, buscando aparentar cierta dejadez. Se maquilló de forma muy ligera, pero lo suficiente como para sentirse cómoda con su aspecto. Aunque la realidad era que cualquiera que mirara a Kirsty Danvers, con o sin maquillaje, se sentiría fascinado por la belleza casi salvaje de su rostro. Sus ojos, de un verde intenso y enormes pestañas, parecían reflejar el precioso color cobrizo de su cabello, que jamás conseguía domar del todo y que debía obligarse a apartar de su bonito rostro de forma constante. Se puso en pie para mirarse en el espejo de cuerpo entero. Al final había escogido una de sus faldas cortas más informales, que mostraban sus largas y bien torneadas piernas, y una sencilla camiseta blanca, pero que se ajustaba a su cuerpo de la manera más sugerente; lo cual era inevitable, puesto que sus bien proporcionadas curvas eran difíciles de esconder. Rebuscó dentro del armario en busca de sus viejas botas tejanas, que siempre había usado incluso para montar, y se las calzó emocionada. —¡Me van perfectas! —dijo en alto, admirando su atuendo completo, consciente de que estaba realmente bonita—. A ver si te caes de culo al verme, odioso. «Pero vamos, me sigue importando un comino que estés sentado a la mesa…». Capítulo 9 Cuando entró en el salón, todos estaban ya allí. Le sorprendió que Nadine también estuviera, hasta que recordó que la mujer de momento vivía interna en la casa, cosa que había olvidado por completo. Ella y su padre estaban sentados a la mesa, mientras que Mike aún permanecía en pie, con uno de sus codos apoyado en el poyete de la chimenea, junto a los sofás. —Lo siento, creo que he perdido la noción del tiempo —se excusó Kirsty, intentado que sus ojos no se quedaran presos de la imponente figura que la miraba de una forma inescrutable. —Todavía es pronto —dijo su padre con una sonrisa—. Estás preciosa, Kirsty. —Gracias, papá, pero ya os advierto que no tengo por costumbre cambiarme de ropa para cenar. —Sonrió, asegurándose de no mirar a Mike para nada—. Hoy ha sido una excepción. —Es un alivio —dijo Nadine en un tono divertido y cordial—. Porque yo no creo disponer de ropa suficiente como para cambiarme dos veces al día. Kirsty sonrió con sinceridad. Debía reconocer que le caía bien aquella mujer. —Estaréis preciosas con cualquier cosa que llevéis puesta. —Rio su padre—. ¿Verdad, Mike? —Por supuesto —contestó el aludido, caminando ahora hacia la mesa. Kirsty no pudo apartar los ojos de él mientras avanzaba. Le recordó a un peligroso pero impresionante felino, caminando hacia su presa, y se sintió hipnotizada por aquella imagen. —Cuando una mujer es así de hermosa, todo lo demás resulta indiferente —continuó diciendo Mike mientras cogía asiento a la mesa, sin mirar a nadie. «¿A cuál de las dos se estará refiriendo?», se preguntó Kirsty con cierta inquietud. «¿Era a Nadine a quien consideraba así de hermosa?». Se regañó a sí misma por permitir que aquel tipo de comentarios le afectaran y prefirió cambiar de tema. —He encontrado a Hope algo triste —comentó mirando a su padre. Kirsty había pasado a ver a su caballo poco antes de vestirse para cenar. —Te echa de menos —le aseguró el hombre—. Como todos aquí. «Algunos más que otros», pensó Kirsty para sí, pero no dijo nada. —Seguro que está deseando salir a galopar contigo por esas praderas —insistió Thomas. —¡No más que yo! —Sonrió ella, feliz solo con imaginarlo—. Si la diferencia horaria no me hubiera robado medio día, hace rato que estaríamos disfrutando de uno de nuestros paseos. Mañana saldré a primera hora. A aquello Mike sí tuvo algo que decir. —Tendrá que ser cerca del mediodía —dijo categórico. —¿Y eso quién lo dice? —se quejó. —Lo digo yo. —Entonces menos mal que me importa un carajo lo que tú digas. —¡Kirsty…! —la amonestó su padre por el mal tono. —Disculpa, papá, pero disfruta dándome órdenes —Señaló a Mike— porque sabe que no lo soporto. —Pero en este caso tiene razón. La chica se quedó perpleja, y Mike se encargó de aclararle. —Tengo una reunión temprano que durará al menos un par de horas. —Pues, sin ánimo de parecer maleducada…, ¿a mí qué narices me importa? Ahora sí miró a Mike, esperando una respuesta que ya presentía que no iba a gustarle. —No saldrás a cabalgar sola, Kirsty —le dijo rotundo, aunque con total tranquilidad—. Tendrás que esperar hasta que yo pueda acompañarte. —¡No voy a ir a ninguna parte contigo! —le salió del alma, al instante. —Entonces no montarás —sentenció sin más. Kirsty, entre furiosa y asombrada, miró a su padre buscando su opinión ante aquella afirmación. —Recuerda que no estás aquí solo de vacaciones, Kirsty —le dijo su padre en un tono conciliador, intentando apaciguar los ánimos—. De momento es peligroso que vayas sola a ninguna parte. —¡Oh, venga ya! —protestó—. Aquí en la finca estoy a salvo. —Eso todavía no lo sabemos —insistió Thomas—. No podemos arriesgarnos a que te pase algo. Kirsty apretó los dientes e intentó serenarse, recordándose que su padre no debía alterarse. Incluso así no pudo evitar añadir: —Entonces, para que me quede claro, ¿soy una prisionera en mi propia casa? —No deberías verlo así… —Pero es la verdad. —Puedes ir donde quieras —insistió Thomas—, solo tienes que esperar a que Mike puede acompañarte. Kirsty hubiera podido gritar como una posesa hasta quedarse ronca, pero ¿de qué iba a servirle? Sería mucho mejor fingir que aceptaba y después hacer lo que le viniera en gana. —¡Pues qué bien! —ironizó—. Mi estancia aquí va a ser una fiesta continua, ¡y me la quería perder! «Adiós a mi idea de ignorarlo», se dijo, ofuscada. Era consciente de que si pasaba mucho tiempo en compañía de Mike, querría sacarle los ojos cada dos minutos, y confiar en que lograría dominarse siempre para no estallar era engañarse demasiado. —¿Y hasta cuándo durará mi cautiverio? —preguntó con una engañosa calma—. Lo pregunto para mentalizarme. Su padre dejó escapar un largo suspiro —Kirsty, no estás… —Hasta que estemos seguros de que nadie te ha seguido hasta aquí —interrumpió Mike—. Si quieres verlo como un cautiverio, por mí no hay problema. —Mike… —intentó intervenir Thomas para pedirle calma, pero fue ignorado por ambos. —Oh, claro, ¿por qué iba a importarte a ti cómo me siento? —Mi objetivo es mantenerte a salvo —dijo Mike con frialdad—, no tenerte contenta. —¡No podrías contentarme ni volviendo a nacer! —le dijo con un repentino sofoco que ni ella entendía. —¿Si me empleara a fondo? —Sonrió sarcástico—. Permíteme dudarlo. La mirada arrogante que posó sobre ella la sacó de sus casillas, e incluso así sintió que se ruborizaba de la cabeza a los pies. Mike estaba recordándole de nuevo aquel beso de años atrás, resultaba obvio por el modo en que la miraba, pero delante de su padre estaba atada de pies y manos para contestarle como se merecía. —Pon en duda lo que te dé la gana —fue todo lo que pudo decirle, rogando para que su azoramiento ante el comentario no fuera demasiado evidente—. Pero mientras tanto vamos a cenar para que puedas largarte a tu casa cuanto antes —Cogió un pedazo grande de pan y se lo metió en la boca para ilustrar sus palabas. Mike sonrió con autosuficiencia y guardó silencio. —Con respecto a eso… —intervino su padre—. Creo que es mucho mejor que Mike siga durmiendo aquí en la mansión unos días más. La chica dejó escapar un largo suspiro de hastío, que fue todo lo que el enorme trozo de pan que se afanaba por masticar le permitió expresar. —Piénsalo, Kirsty —insistió Thomas—. Si alguien se colara aquí, yo no podría protegerte, y necesito saber que estás segura. Si es necesario, doy mi permiso para que Mike y tú compartáis habitación. Kirsty se atraganto con el pan al escuchar aquellas palabras. Tuvo que toser con fuerza para despejar sus pulmones. Nadine le sirvió un vaso de agua con sorprendente rapidez, que ella agradeció con un gesto. Cuando al fin pudo dejar de toser, se sintió invadida por un bochorno que apenas podía disimular. —¿Estás mejor? —se preocupó su padre. Kirsty asintió y bebió agua de nuevo. Sin poder evitarlo, miró a Mike por encima del vaso. «Como si pudieras esconderte detrás de un simple cristal», se dijo, acalorada, aunque no pudo evitar mirarlo igualmente. Esperaba encontrar en él una mirada burlona, pero en su lugar se topó con una extraña expresión indescifrable que solo contribuyó a confundirla más. Y, puesto que consideraba que ya había hecho el ridículo lo suficiente, decidió guardar silencio y no seguir remando contracorriente. Si el maldito Mike tenía que dormir en la mansión, que así fuera. «Pero no le abriría las puertas de mi cuarto ni aunque me estuvieran matando», se dijo, intentando recuperar la compostura. Y lo estaba consiguiendo, hasta que la parte de su cerebro que iba por libre añadió a su comentario… «Le abrirías tu cuarto y tus piernas, reconócelo». —Disculpadme —dijo al instante, poniéndose en pie—. Voy al lavabo mientras Doris sirve la cena. Salió del salón a paso rápido, buscando la forma de recuperar el control de sus emociones. Sabía que la convivencia en Little Meadows iba a ser complicada, y estaba preparada y dispuesta a lidiar con las continuas discusiones con Mike, pero aquella parte de su cerebro que se desestabilizaba ante el más mínimo comentario o insinuación fuera de tono la desquiciaba más de lo que podía soportar. Y, para colmo, su cuerpo parecía ir por libre y se encendía como una hoguera sin que apenas pudiera controlarlo. «¿Y qué esperabas? Llevas seis años sin sentir nada». Allí estaba aquella odiosa vocecilla otra vez. Aunque debía reconocer que en aquello sí tenía razón. Su cuerpo había estado apático y sin sentir ningún tipo de estímulo durante demasiado tiempo, pero esa era también la razón por la que no estaba acostumbrada a lidiar con aquella intensa llamarada que se encendía en su interior en el momento más inesperado, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. «Ay, joder, no soporto este calor», se dijo, cogiendo un folleto publicitario que había sobre el aparador del hall para abanicarse. —¿Te encuentras bien? —escuchó preguntar a Mike a su espalda. Kirsty se puso tensa de forma automática y le costó decidirse a volverse hacia él. —Sí —dijo con sequedad, mirándolo al fin—. ¿No lo parece? —¿Llevas diez minutos aquí en el pasillo? —respondió con otra pregunta. La chica tuvo que esconder un poco su desconcierto. ¿Llevaba tanto tiempo allí de pie perdida en sus divagaciones? —Vengo del baño —mintió con descaro—. Te tomas tu papel de carcelero muy en serio, ¿no? Mike la miró con una expresión seria y terminó soltando un suspiro exasperado. Después, recortó las distancias con una expresión feroz, consiguiendo que Kirsty reculara hasta toparse contra la pared. —Un día de estos, Kirsty —le dijo con una mirada crítica, acorralándola muy de cerca—, voy a perder el control y a bajarte esa altanería de una vez por todas. Y sin darle derecho a réplica, Mike se alejó de ella y salió al exterior por la puerta principal. Kirsty tragó saliva y tuvo que apoyarse sobre la pared. Le temblaban tanto las piernas que dudaba de poder caminar hasta el salón. Volvió a abanicarse, ahora con auténtica desesperación.

Mike no regresó ni siquiera para cenar, lo cual desconcertó a Kirsty por completo, pero le permitió relajarse un poco. Nadine resultó ser una conversadora muy agradable, y ambas, junto con su padre, mantuvieron una charla muy interesante mientras comían. La mujer, además, era una lectora asidua de sus libros, y se llevó una alegría inmensa cuando Kirsty se ofreció a prestarle el ejemplar de su última novela que había traído para la biblioteca de su padre, puesto que él ya había leído el manuscrito antes de su publicación, como hacía siempre. Eufórica, la enfermera se retiró a su habitación con el libro en la mano y una sonrisa espléndida. —Bueno, por fin podemos pasar un ratito solos —le dijo su padre con una expresión de felicidad—. Tendrás un millón de cosas que contarme, mi pequeña. Kirsty sonrió y ambos se trasladaron a la otra zona del salón para estar más cómodos. —Así que ¿no queda un solo ejemplar de tu novela en ninguna tienda? —Sonrió Thomas, encantado, mientras caminaban hasta el mullido sofá. —Ni uno solo. —Rio. —¡Qué orgulloso estoy de ti! —la abrazó—. ¡Esta es mi chica! Kirsty rio a carcajadas y le devolvió el abrazo, dejándose invadir por una maravillosa sensación de dicha. Después se sentaron en el sofá, donde siempre solían terminar en las sobremesas. —Adoro tenerte en casa —confesó su padre, mirándola con ternura. —Habría venido mucho antes si me hubieras hablado de tu enfermedad —le regañó, aunque con una voz suave y mirada tierna—. No ha estado bien ocultarme tu estado, papá. —Lo sé, cariño, y Mike se encargaba de recordármelo casi a diario… —¿Por qué callar entonces? —Quería que nada enturbiara el lanzamiento de tu novela —dijo casi titubeante. —Tú eres más importante para mí que cualquier novela —le aseguró—, y lo sabes. —Sí. —¿Entonces? Thomas suspiró y la miró con un extraño brillo en los ojos. —Sé lo mal que lo pasaste cuando mamá enfermó —admitió al fin—, y no quería hacerte pasar por lo mismo. Kirsty suspiró y lo miró con los ojos acuosos. Era cierto, la enfermedad de su madre fue muy dura para la niña que era entonces. —Ya no tengo once años, papá —le recordó—. Y pude haberte perdido sin ni siquiera despedirme. No ha estado bien. —Solo quería evitarte más sufrimiento. —Le tomó las manos y la miró con cierto pesar—. Soy consciente de que no estuve a la altura cuando tu madre falleció, Kirsty. —Papá… —Sabes que es verdad —la interrumpió—. Cuando perdí a Eloise, me perdí a mí mismo también, y estaba tan absorto en mi propio dolor que te descuidé. No estuve ahí para ti, que también habías perdido a tu madre. Aquello era indiscutible y ambos lo sabían. —Si Mike no te hubiera tomado bajo su ala, no sé cómo hubieras podido soportarlo. Otra verdad absoluta, pero aquella le desagradó mucho más escucharla y, sobre todo, tener que aceptarla. —No me mires así. —Sonrió su padre ante su gesto obstinado y agregó—: Al César lo que es del César. Kirsty guardó silencio. —Mike siempre supo cuidar de ti mucho mejor que yo —insistió su padre—. Y es algo que le agradeceré toda la vida. —¡Uno no puede vivir siempre de las rentas! —le recordó con testarudez—, y hace mucho tiempo de aquello. Thomas sonrió y miró a su hija con un extraño gesto de resignación. —Tiempo al tiempo —susurró el hombre casi para sí. Kirsty guardó silencio. Sabía que su padre estaba convencido de que algún día ella y Mike terminarían limando asperezas, pero ella lo único que estaba dispuesta a limarse eran las uñas. —¿Podemos dejar de hablar de Calígula y centrarnos en algo más interesante? —le pidió con una expresión esperanzada. Aquello le arrancó a su padre una sonora carcajada. —No se te vaya a ocurrir llamarle así a la cara, Kirsty… —¿Conoces algún otro César peor que ese? —Ay, Kirsty, tú no te cansas nunca de torturarlo, ¿verdad? —¡Como si le afectaran lo más mínimo mis intentos de tortura! —protestó al tiempo que se ponía en pie y se alejaba hacia la mesa del salón a por un vaso de agua. Thomas suspiró, la siguió con la mirada y casi murmuró para sí: —Definitivamente, no hay peor ciego que el que no quiere ver…

Una hora más tarde, Thomas comenzó a achacar el cansancio y decidieron dar por finalizada la tertulia. Para Kirsty aún era temprano, pero puesto que no había casi dormido la noche anterior, también decidió retirarse a descansar. Al salir del salón, cuando estaban a punto de subir las escaleras, Mike entró en la casa por la puerta de la calle. —¿Está todo en orden? —le preguntó Thomas, deteniéndose a mirarlo. —Sí, he recorrido toda la cerca —contó—. Y no se ve nada raro. Kirsty escuchaba la conversación un tanto sorprendida. Así que ¿Mike se había tomado la molestia de inspeccionar todo el perímetro de la finca? ¡Si era kilométrica! —Pero ¿de verdad creéis que alguien me perseguiría hasta aquí? —intervino—. Creo que estáis un poco paranoicos. —Mejor prevenir que curar, Kirsty —opinó su padre. Mike no se molestó en agregar nada, en realidad ni siquiera la miró. —Yo me encargo de cerrar y asegurar todas las entradas —le dijo a su padre—. Acuéstate tranquilo. —¿A qué hora te irás por la mañana? —siguió interrogando Thomas. —A las siete, aunque la videoconferencia no es hasta las nueve. —Bien, espero que todo salga bien con Wang. —Intentaré cerrar el acuerdo a distancia —contó Mike—. No podré viajar a verlos si se empeñan en hacerlo en persona. Ahora sí miró a Kirsty, aunque muy de pasada, dando a entender que ella era el motivo de su comentario. —Por mí no te apures —intervino, irritada por su actitud distante—. Si tienes que viajar donde ese tal Wang, podré soportar vivir sin tu presencia. Mike la miró con una expresión apática y ni siquiera se molestó en contestar. —Que no entre en su alcoba hasta que pueda revisarla —le dijo a Thomas justo antes de desaparecer hacia la cocina. «Será idiota», pensó furiosa. —¿Me he vuelto invisible de repente? —dijo en alto, arrancándole a su padre una carcajada —. ¿Y quién es el tal Wang? —Si todo va como debe, nuestro socio en Hong Kong —le contó mientras ambos subían las escaleras. —¿En serio? —se asombró la chica—. ¿Estáis cerrando un acuerdo para llevar Dannell´s a China? —No solo eso —dijo emocionado—. Wang es el gran gigante ecuestre en toda Asia. Ese acuerdo llevaría la empresa a un nivel que ni siquiera yo me atreví a soñar jamás. —¡Guau! —Espero que todo salga bien. —Sonrió—. Mike ha trabajado de forma incansable durante dos años para llegar a este punto. Kirsty guardó silencio, muy asombrada. Dannell´s no era una empresa lo que se dice pequeña. Centrados en el mundo de los caballos, fabricaban y exportaban artículos ecuestres de todo tipo, siendo una de las marcas más famosas y reconocidas, y líderes de ventas. De vez en cuando, la empresa también organizaba y patrocinaba concursos hípicos, donde a veces solían llevar a algunos de los caballos de su propio establo. Estaban bien establecidos en todo el continente europeo, pero, sin duda, entrar en el mercado asiático los catapultaba a otro nivel. —Ahora sí estoy impresionada —tuvo que reconocer a regañadientes—. Así que ese CEO tuyo realmente sabe lo que hace… Su padre volvió a reír. —Quién lo hubiera dicho —agregó burlona. —Cualquiera que se pare a verlo trabajar dos minutos, Kirsty. —Se puso serio de repente—. Mike es más brillante que su padre y yo juntos, y siempre ha estado empecinado en demostrar que se merecía el puesto que heredó de él a su muerte. Ha trabajado catorce horas diarias durante años para lograrlo. Y creo que aún no está del todo satisfecho. Kirsty no pudo ocultar su desconcierto. Jamás se le había ocurrido pensar que Mike se sintiera en la necesidad de demostrar nada. —Nunca lo hubiera dicho —admitió—. Siempre se le ve tan eficiente y seguro de sí mismo, que resulta casi increíble que… —¿El qué? —Sonrió su padre—. ¿Qué tenga sentimientos? —Iba a decir que resulta casi increíble que sea humano. —Pues lo es —dijo Thomas, sin ánimo de bromear ya—. Y ya es hora de que pare el ritmo y se permita vivir un poco. Para Kirsty aquella conversación empezaba a resultar incómoda. No podía permitirse el lujo de cambiar su percepción de Mike en aquel momento. Bastante tenía con luchar contra lo que provocaba en su cuerpo. —¿A qué te refieres con vivir un poco? —se encontró preguntando a pesar de todo. —A que en la vida hay más cosas que el trabajo, Kirsty —suspiró. La chica se mordió la lengua durante varios segundos. «No se te ocurra preguntarlo, Kirsty…». —Y ¿en su vida no hay nada más? «Si no pregunto, reviento. Soy el colmo», se amonestó. Justo en aquel momento llegaron al último escalón y su padre tuvo que detenerse unos segundos para recuperar el aliento. —Todavía me fatigo subiendo escaleras —dijo entre jadeos. —Es normal, hace muy poco de tu operación. «Pero estábamos hablado de Mike», estuvo a punto de recordarle, aunque en aquel momento el aludido reapareció en el hall y subió las escaleras para reunirse con ellos, haciendo imposible continuar con la conversación. —Está todo cerrado a cal y canto —aseguró. —Bien, pues yo me retiro —se despidió Thomas, dándole a Kirsty un beso de buenas noches. Y de pronto se encontró en mitad del oscuro pasillo, con un hombre al que de repente sentía que no conocía en absoluto, pero hacia el que se veía atraída de forma inevitable. Y él parecía seguir ignorándola. —Tengo que revisar tu alcoba —le dijo Mike al fin con sequedad—. Para asegurarme de que nadie se ha colado mientras cenabas. —¿Hablas conmigo? ¿Vuelvo a ser visible? —suspiró con una sonrisa sarcástica—. ¡Cuánto honor! —Hablar contigo es discutir, Kirsty, y ya estoy harto —le dijo, caminando por el pasillo en dirección a la habitación—. Voy a asegurarme de que todo esté en orden y podrás perderme de vista. —Perfecto, pues cuanto antes mejor —aceptó irritada, yendo tras él. Mike se giró a mirarla cuando estuvo ante su puerta. —Adelante, entra —insistió la chica—. Si alguien tiene que llevarse un estacazo, prefiero que seas tú. La chica hubiera jurado que fue un amago de sonrisa lo que asomó a los labios masculinos, pero no le dio tiempo a verla bien. Mike se coló en la alcoba y recorrió la terraza, el baño y el propio dormitorio en pocos segundos, incluida una rápida inspección a los armarios. A Kirsty solo verlo pasearse por su cuarto ya le aceleraba el pulso, por eso intentó llenar el vacío con algo de sarcasmo. —¿Todo en orden, detective Riley? —le preguntó con una sonrisa mordaz, que solo le duró hasta que se dio cuenta de cómo acababa de llamarlo; aunque él ni siquiera se inmutó. La chica se apresuró a añadir—: ¿Y piensas montar este número cada noche? Mike tampoco se molestó en contestar a aquello. Cuando se giró hacia ella fue para decirle: —Te recuerdo que no puedes salir a cabalgar hasta que yo regrese. —El halcón peregrino es el animal más rápido del mundo —le dijo Kirsty en un tono informal. Mike la miró en silencio unos segundos, con el ceño fruncido y una expresión confusa. —Vale, lo confieso, no pillo la metáfora —terminó diciendo. —No hay metáfora que pillar —dijo Kirsty, encogiéndose de hombros—. Si tú respondes a mis preguntas con lo que te da la gana, yo hago lo mismo. Lo vio apretar los dientes antes de contestar: —Sí, voy a montar este número cada noche —concedió—. Puede que incluso lo haga varias veces al día. Kirsty se horrorizó ante la idea de tenerlo en su cuarto a todas horas. —No saldré a cabalgar hasta el medio día —terminó diciendo, deseosa de que saliera ya de allí. Sentía el aire cada vez más cargado y empezaba a costarle respirar. —No saldrás hasta que yo regrese —matizó, y la miró a los ojos, esperando que ella lo confirmará. —¿Puedes salir de mi habitación ya, por favor? —dijo molesta. —Repite conmigo: Mike te prometo que no saldré hasta que regreses. —¡Eres muy pesado! —protestó. Él se limitó a cruzarse de brazos frente a ella. —¡Vale! No saldré hasta que regreses, ¡pero lárgate ya de mi cuarto! —terminó gritando exasperada, cada vez más nerviosa. —Por supuesto. —Pasó ante ella y salió de la habitación comentando—: Sueña con tu querido detective. —¡Sí, claro, eso era lo único que me faltaba! —gritó en un tono airado antes de cerrar la puerta de un enorme portazo. Capítulo 10 Kirsty consultó su reloj por enésima vez en la última media hora y dejó escapar un suspiro de desesperación. Eran las doce y media y aún no había ni rastro de Mike. La mañana se le estaba haciendo eterna, a pesar de que había salido a correr alrededor de la casa, se había duchado, después había desayunado con Nadine y conversado durante largo rato e incluso había hablado por teléfono con Jess, Alyssa y Alek. Pero el dichoso medio día no parecía llegar nunca, y cuando lo hizo, pasó de largo desesperándola más de lo imaginable. —¡Pero ¿dónde demonios está Mike?! —dijo en alto, irritada. Doris, que andaba por allí organizando la mesa para la próxima comida, pensó que hablaba con ella y contestó con tranquilidad. —Aún debe de estar en el despacho con tu padre. La chica se giró a mirarla con las cejas arqueadas. —¿Mike está en la casa? —Sí, llegó hace una media hora —contó—. Está reunido con tu padre en el despacho. Kirsty tuvo que apretar los dientes y los puños con fuerza para intentar controlar la rabia que bullía en su interior. «Así que me tiene esperando aposta», quiso gritar, conteniéndose a duras penas «¡Se acabó!». Fue hacia la puerta y salió de la casa, sin detenerse a pensar en nada más. Con paso firme, caminó hasta el establo y casi se chocó con Dennis. —Buenos días —la saludó el chico, cordial—. ¿Vienes a ver a Hope? —Vengo a ensillarlo —dijo sin titubear—. Nos vamos de excursión. No se molestó en esperar la réplica de Dennis. Pasó de largo y caminó hasta la cabelleriza donde Hope le dio la bienvenida. —¡Por fin vamos a divertirnos! —le dijo al caballo, acariciándole el morro con deleite. —No puedes salir con Hope —dijo Dennis, un tanto incómodo. —¿Qué no? Ahora lo vas a ver. Sin pérdida de tiempo, Kirsty procedió a ensillar al caballo. —Kirsty, no puedo dejarte salir sola —insistió el chico. —Entonces ven conmigo. Dennis parecía cada vez más incómodo. —Tampoco puedo ir contigo —tuvo que admitir—. Son indicaciones que no puedo saltarme. Kirsty se detuvo a mirarlo un segundo, furiosa. —¿Te han prohibido salir conmigo a montar? El chico asintió. —¿Por qué no me cuesta adivinar quién ha sido? —dijo iracunda—. Pero me da igual. —¡A mí no! —dijo una voz helada desde la puerta del establo. Kirsty se puso alerta y se giró hacia Mike, que avanzaba ahora con un gesto hostil solo comparable al que ella tenía en su rostro. —Déjanos un momento, Dennis, por favor —le pidió Mike cuando pasó ante él, aunque sin apartar sus ojos de Kirsty. —No me mires así, no me impresionas —le dijo Kirsty, enfrentándolo con los brazos en jarras. —¿Qué crees que estás haciendo? —Señaló la silla. —¿Te volviste ciego? —Creía que teníamos un acuerdo. —Y lo he respetado —le aseguró la chica. —¿Tengo que creerme que ibas a esperarme para salir? —No saldré hasta que regreses —le recordó—. Esos fueron los términos del acuerdo. Y al parecer hace más de media hora que estás en casa, aunque no te hayas dignado a decírmelo, lo cual me da derecho a salir cuando quiera. No es problema mío que no sepas utilizar las palabras… —¿Para ti todo esto es un juego? —le preguntó, muy enfadado, recortando las distancias. —Oh, sí, claro, un juego divertidísimo. Me lo he pasado pipa toda la mañana encerrada en casa a cal y canto —se quejó, izando el tono de voz—. Y nada menos que esperando a que tú llegaras; lo que a estas alturas ya debes suponer que no es la ilusión de mi vida. —A mí tampoco me entusiasma —le recordó. —¡Pues levanta la veda y déjame en paz! —¡Qué más quisiera! —Oh, sí, estoy segura de lo que tú querrías —lo enfrentó —Permíteme dudarlo. —No finjas más una preocupación que no sientes, Mike —continuó diciendo, acalorada—. No es necesario. —Eres exasperante. —¡Venga, Mike, quítate la careta de una vez! —insistió, apuntándole con el dedo—. Reconoce que habrías preferido que los secuestradores hubieran logrado su cometido. —Pero ¿qué estás diciendo? —Para ti sería mucho más conveniente que yo desapareciera del todo, ¿verdad? —insistió, ya un poco fuera de control. —¡Deja de decir estupideces! —¿Seis mil kilómetros ya no son suficientes? —¡Kirsty, basta! —le advirtió con un brillo peligroso en los ojos. —¿También tengo prohibido hablar? —Si es para decir tonterías, sí. —¿Y cómo piensas conseguir que me calle? —Sonrió mordaz—. Eso sí me gustaría verlo. —Pues estás a punto. Kirsty dejó escapar una carcajada cargada de sarcasmo. —Oh, venga, Mike, no me hagas reír. —No te va a hacer ninguna gracia, me temo. —¿Vas a amordazarme? —preguntó orgullosa, izando el mentón. —No lo necesito. —Dudo que ahora seas de los que pega a las mujeres, así que… —Tengo otros métodos. —¡Buah! ¡Qué fanfarrón! La furia que ardía en los ojos de Mike debió advertirle que no era buena idea seguir presionándolo. —Sigue hablando, Kirsty, estás a punto de ganarte una demostración. —¿Otra amenaza? ¿Crees que alguna de ellas conseguirá callarme en algún momento? —Se burló—. Eres un iluso si crees que… Ya no pudo terminar la frase, Mike tiró de ella, la encerró entre sus brazos y cerró su boca con un beso que la calló al instante. Durante unos segundos Kirsty se quedó perpleja, y cuando quiso reaccionar, ya la había soltado y la miraba con los ojos cargados de un brillo extraño. «¿Ya?», se quejó la parte rebelde de su cerebro. «Pero si no me ha dado tiempo a enterarme…». —Eres un odioso —exclamó, molesta por sentirse tan decepcionada—. Si crees que puedes… —¿Insistes en hablar? —la interrumpió. Volvió a besarla de nuevo, esta vez con mayor intensidad. Kirsty ya tuvo verdaderos problemas para no suspirar y echare los brazos al cuello. «Oh, joder», se quejó, al sentir que la apartaba de nuevo. —¡Imbécil! —lo insultó de inmediato, sin dejar de mirarlo a los ojos, ansiosa por seguir recibiendo castigos. —Respuesta errónea —insistió Mike, enterrando ahora una mano entre su pelo para atraerla de nuevo hacia sus labios, que besó con más ardor y una destreza incuestionable. Kirsty apenas podía pensar ya con cierta coherencia, pero dentro de su confusión solo tenía una cosa clara: bajo ningún concepto… iba a guardar silencio. Cuando Mike liberó su boca y volvió a mirarla a los ojos, a escasos centímetros, a Kirsty le faltó tiempo para agregar: —No vas a conseguir que me calle, maldito. Mike le devolvió una mirada brillante, negra como la noche. —Tendré que emplearme más a fondo… —susurró sobre su boca, y bebió de sus labios de nuevo, esta vez como si estuviera realmente sediento. Kirsty forcejeó durante unos segundos, asumiendo que estaba representando un papel de víctima que no podría sostener durante mucho tiempo. Cuando la lengua de Mike arrasó su boca, tuvo que rendirse al evidente estallido de deseo que inundó su cuerpo mientras el mismo fuego salvaje que la había poseído hacía años crecía de cero a cien en apenas unas décimas de segundo. Le devolvió cada beso y cada embestida de su lengua con un abandono del que apenas era consciente, mientras se colgaba de su cuello y tiraba de él hacia su boca de forma hambrienta. El calor sofocante que la invadía comenzó a concentrarse en la parte baja de su abdomen, reclamando con desesperación lo que jamás le había sido dado. Y estaba más que dispuesta a recibirlo… Por eso cuando Mike dejó de besarla, lo miró como si fuera el más cruel de los hombres del universo. —Parece que por fin te he dejado sin palabras —le dijo, mirándola a los ojos. Kirsty fue ahora consciente de que la tenía acorralada contra una de las paredes del establo mientras la abrazaba estrechamente. Muy estrechamente. Su cerebro lanzó otra intensa punzada en dirección a su pelvis. —¡Qué paz! —Sonrió burlón—. Lo que tiene que hacer uno para conseguir que dejes de parlotear. Ahora furiosa, Kirsty se revolvió entre sus brazos, pero él se negó a soltarla aún. —¿No quieres agregar nada más? —le preguntó con una sonrisa cínica. Kirsty se debatía entre abofetearlo o insultarlo como una camionera para que volviera a besarla, pero aquello hubiera sido demasiado evidente y no estaba dispuesta a humillarse un solo segundo más. Bastante tenía con la vergüenza de saber que había correspondido a aquel beso igual que si fuera su último minuto de vida. ¿Cómo había llegado a aquello? El solo había rozado sus labios, y ella había caído rendida un segundo después en aquel fuego sensual que casi la abrasa por dentro. —Bien, parece que nos vamos entendiendo. —Sonrió Mike con sorna, al ver que ella no tenía pensado agregar una sola palabra—. Espero que hayas aprendido la lección —insistió, sin soltarla y sin dejar de mirarla a los ojos—, pero por si acaso todavía te quedan ganas de discutir por todo, te informo de que tengo pensado aleccionarte y darte un escarmiento similar cada vez que te pases de la raya. Ahora sí la soltó y se hizo a un lado, mientras la miraba como si hasta ahora hubieran estado tomando el té de forma apacible y serena. —¿Damos ese paseo? —le preguntó con la misma calma. —¡Vete al infierno! —le gritó Kirsty, empujándolo ahora con violencia y alejándose de él hacia la salida. —Cuida esa lengua, pelirroja —le dijo en alto, sin moverse de donde estaba—. Que luego llegan los disgustos.

La chica salió del establo y caminó a paso rápido hasta la casa, casi pateando el suelo de pura furia. Cuando se encerró en su cuarto golpeó un cojín con saña, imaginando que era la cara de Mike lo que tenía ante sí. —¡Pero ¿quién coño se cree que es para tratarme así?! —dijo en alto, lanzando ahora el cojín con fuerza al otro lado de la alcoba—. ¡Patán odioso y arrogante! ¡Y cree que puede amenazarme el muy canalla! ¡Debería buscarlo y decirle un par de cosas! «Y si tienes suerte, quizá te dé otro escarmiento». —¡No! —gritó en alto—. ¿De dónde narices ha salido ese pensamiento? «Del fuego líquido que aún llevas entre las piernas». —¡Oh, por favor! Tampoco ha sido para tanto. «Ha sido para más…». —Estoy discutiendo conmigo misma —se quejó, dejándose caer en la cama, abatida—. Me estoy volviendo loca. Pero por mucho que se empeñara en discutir con su conciencia, tuvo que terminar aceptando que aquel beso había encendido un fuego en su interior que le iba a costar mucho trabajo apaciguar. Al parecer su pequeña maldición no era un problema cuando Mike la tocaba… «¿Y qué esperabas, si fue él quien la causó?». —¡Te odio, Mike! —masculló entre dientes—. ¡Y no debería poder desearte al mismo tiempo! «Pero lo haces». Ya no tuvo fuerzas para rebatirse a sí misma aquel pensamiento. La necesidad de él que sentía en cada célula de su cuerpo resultaba imposible de ignorar. «¿Y tan malo sería dejarme llevar un poco?», pensó, ahora de forma intencionada, recordando lo bien que se sentía entre sus brazos. Era innegable que deseaba a Mike de un modo incomprensible, al menos su cuerpo lo hacía… ¿por qué no disfrutar de ello? Si podía odiarlo y desearlo al mismo tiempo, no había peligro de involucrarse mucho más allá. Y quizá una buena dosis de él conseguiría romper su maldición de forma definitiva para que después pudiera disfrutar de su sexualidad con quien le diera la gana. —Intentas justificarte para ceder, Kirsty —se dijo ahora en alto, mirando al techo—. Un puto beso y te vuelves gilipollas. Suspiró, resignada, incapaz de decidir si quería enfadarse o hacer una lista de insultos para asegurarse otro escarmiento cuanto antes. Capítulo 11 A Kirsty le costó mucho trabajo recomponerse para bajar a comer. Enfrentarse con Mike tras aquel beso no resultaba nada fácil. Estaba nerviosa…, y a veces los nervios solían jugarle todo tipo de malas pasadas. Con el corazón acelerado, entró en el salón, donde ya se escuchaban diversas voces, y se quedó perpleja al toparse con la última persona que esperaba volver a ver jamás. Sentada junto a Mike, Melanie Simmons la miró con una de sus prepotentes sonrisas. —La hija pródiga —le dijo con una engañosa amabilidad—. Encantada de volver a verte, Kirsty. «Ojalá pudiera decir lo mismo», pensó irritada, pero incluso un igualmente le pareció tan hipócrita que se negó a decirlo. —Hola —fue todo lo que se permitió decir mientras tomaba asiento frente a Mike, al que se negó a mirar. «¿Qué mierdas hace aquí esta tipa? ¿Habrá venido a ver a Mike?», se preguntó. Por desgracia, para descubrirlo tenía que dirigirle la palabra. —Y ¿qué te trae por aquí? —claudicó al final. —El trabajo, aunque la buena compañía también afecta. —Sonrió, mirando a Mike y a su padre con una falsa dulzura—. Mike quería trabajar en casa y tenemos muchas cosas acumuladas, así que me ofrecí a venir. «Mike quería trabajar en casa, me ofrecí a venir», repitió, imitándola dentro de su cabeza. ¡Menuda imbécil! ¿Y aquella vocecita de tonta del culo era necesaria? ¿Por qué hablaba todo el tiempo como una niña pequeña haciendo pucheros?». Miró a Mike por primera vez desde que había llegado y se encontró con que aquellos ojos grises parecían taladrarla. —¿Vas a trabajar toda la tarde? —le preguntó, imitando el tono exacto de la mujer que había sentada junto a él. Él se limitó a asentir. —Pero no podrás vigilarme si te encierras en el despacho —le dijo, ahora con una expresión inocente, poniendo morritos. A Nadine se le escapó un sonido divertido ante la descarada imitación, y Kirsty se sintió un poco mejor al sentir que al menos parecía tener una aliada en la mesa. —Confío en que te comportes —le dijo Mike, abrasándola con la mirada. Kirsty entrecerró los ojos ante la velada amenaza. —Pero voy a aburrirme mucho… —insistió en el mismo tono infantil y lastimero, pero terminó agregando con normalidad—: ¡Por favor, esto es agotador! ¿Me pasáis el pan? La comida fue todo lo mal que podía esperarse. Melanie siempre había disfrutado haciéndola sentirse invisible frente a Mike, de modo que se aseguró de sacar un complicado tema laboral para mantener la atención de los dos hombres sobre ella todo el tiempo. Al parecer había ascendido en la empresa, pasando de ser una simple asistente a un cargo directivo con importantes atribuciones, y Kirsty no podía dejar de preguntarse si tirarse al jefe formaba o no parte de ellas. Por fortuna, Nadine, sentada a su lado, había avanzado mucho con la lectura de su novela y ambas pudieron enfrascarse en un apasionado debate sobre ella, hasta el punto de olvidarse por completo de las tres personas que estaban sentadas enfrente. Aunque de vez en cuando, Kirsty no podía evitar mirar hacia Mike, y casi todas las veces se sorprendía al toparse de frente con la mirada masculina. Se excusó en cuanto que terminó de comer para no tener que quedarse a la sobremesa. Había quedado con Nadine para dar un paseo por los jardines cuando su padre subiera a echar su siesta, pero ya no podía soportar más tiempo las miraditas coquetas que aquella arpía, rubia de bote, le lanzaba a Mike casi todo el tiempo. Aún no había subido ni tres escalones cuando lo oyó llamarla. Por un segundo estuvo tentada de fingir que no lo escuchaba, pero el muy maldito pareció leerle el pensamiento. —Ni se te ocurra ignorarme, Kirsty —le dijo, autoritario, desde el pie de la escalera. Kirsty suspiró, se giró hacia él y descendió un par de escalones. —¿Qué? —se cruzó de brazos, mirándolo con un gesto de irritación. —Hacia las seis creo que podré desliarme un poco —le dijo en un tono normal, para sorpresa de la chica—. Podemos salir a cabalgar entonces, si todavía te apetece. Perpleja, Kirsty asintió y fue incapaz de pronunciar palabra. Se limitó a clavar los ojos en los suyos y mirarlo con anhelo apenas disimulado. Mike asintió y le devolvió una mirada indescifrable, pero que duró más tiempo de lo que debería. —Hasta luego, entonces—terminó diciéndole, cohibida, antes de alejarse. Cuando llegó al rellano de arriba, se giró y se sorprendió al encontrarlo aún allí, al pie de la escalera, apoyado sobre la barandilla. No la miraba, pero se le veía sumido en sus pensamientos. «En qué narices estará pensando», se preguntó con curiosidad. Hubiera dado cualquier cosa por poder asomarse a sus pensamientos, aunque fuera durante unos segundos.

Nadine dejó escapar una enorme carcajada cuando Kirsty la saludó en el mismo tono en el que Melanie parecía decirlo todo. —Te juro que me ha costado contener la risa horrores durante la comida —le dijo la mujer mientras ambas salían al jardín. —Sí, no sé cómo le habrá sentado a mi padre —Sonrió—, pero yo me he divertido. Nadine volvió a reír. —Al parecer la enemistad viene de lejos —dijo con curiosidad. Kirsty dejó escapar un bufido —. A mí tampoco me cae bien, si eso te sirve. Kirsty suspiró, intentando contenerse y mantener sus emociones a raya. —Digamos… que nos toleramos lo justo —admitió, y carraspeó antes de preguntar como de pasada—: ¿Viene mucho por aquí? —Jamás la había visto hasta hoy. —¿En serio? —se asombró—. Pero Mike vive aquí. —Sí, pero no suele trabajar en casa. Aquello dejó un poco pensativa a Kirsty; tanto que Nadine se dio cuenta. —¿Por qué te sorprende que ella no venga por aquí? —preguntó la mujer con toda naturalidad—. ¿Hay algo entre ellos? No me lo ha parecido. Kirsty dejó escapar un sonido de hastío y apretó los dientes. Aquella respuesta era demasiado complicada y, aunque se sentía muy cómoda charlando con Nadine, aún no tenía la confianza suficiente como para hablarle del pasado. Pero ya que estaba…, podría aprovechar para indagar sobre algo que también la inquietaba. —Y a ti te molestaría que hubiera algo entre ellos —se escuchó preguntar Kirsty, como quien no quiere la cosa. —¿A mí? —Nadine la miró con una sonrisa curiosa—. ¿Y a mí que me importa? Kirsty la miró de reojo, con una expresión un tanto avergonzada que hablaba alto y claro. —¿Mike y yo? —Rio Nadine de inmediato—. ¡Pero si es un polluelo! A Kirsty aquella respuesta le arrancó una carcajada. Escucharla calificar a Mike de polluelo barrió de un plumazo el mal humor que arrastraba por culpa de la odiosa rubia que lo monopolizaba en el despacho. —Me encantaría verle la cara si te escuchara llamarlo así —reconoció Kirsty—. Pero no sé si con treinta y cinco años se le puede seguir considerando un polluelo. —Si tienes mi edad, sí. —Sonrió. —No puedes ser tan mayor, Nadine —le dijo Kirsty con cierta curiosidad. —Digamos… que llevo unos cuantos años cumpliendo cincuenta. Kirsty la miró asombrada. —¡Quiero tu genética! —exclamó al instante —Y yo tu frescura y tu sentido del humor. —Rio la mujer encantada—. Ese hombre jamás se aburriría contigo. —¿Qué hombre? —Frunció el ceño. —Ese que no te quitaba los ojos de encima durante la comida. —¿Mi padre no paraba de mirarme? —bromeó, sin poder disimular del todo su repentino nerviosismo—. Es que vengo poco. Nadine rio y la miró intrigada, pero no dijo nada más. Kirsty guardó silencio y ambas siguieron caminando entre las coloridas flores —Oye…, solo por curiosidad… —titubeó Kirsty casi un minuto después. —Dime. —Cuando dices que no me quitaba los ojos de encima… —se aventuró—, ¿a qué te refieres? Nadine sonrió de una forma maternal y preguntó: —¿Te parece una frase confusa? —Solo improbable —admitió la chica apenas en un susurro. —¿En serio te lo parece? —¿A ti no? —preguntó a su vez, un tanto confundida. Nadine sonrió, se detuvo y la miró con una expresión tierna. —¿Qué es lo que te gustaría escuchar, Kirsty? —le preguntó comprensiva. La chica le devolvió una mirada inquieta, cargada ansiedad —Da igual lo que yo quiera, Nadine, la verdad es la que es. —Muy cierto. —Sonrió—. ¡Y cuántos quebraderos de cabeza nos evitaríamos si fuésemos capaces de decirla más a menudo!

A las seis y veinte, Kirsty caminó hasta el despacho y tocó a la puerta con el corazón en un puño, después de convencerse durante largo rato de que estaba en su derecho de exigir lo que se le había prometido. Para su sorpresa, Melanie estaba sola, sentada en el sofá de cuero, en una postura sugerente que no dejaba dudas de que era a Mike y no a ella a quien esperaba. —¿Dónde está Mike? —le preguntó Kirsty, sin molestarse en saludar—. Habíamos quedado para salir a cabalgar. —Ah, creo que ha debido olvidarse —le dijo la rubia con una sonrisa ladina—. Me ha sugerido que celebremos lo bien que van las negociaciones con Wang. —Pues conmigo se ha comprometido a salir a montar —dijo Kirsty, furiosa, apretando los dientes—. Así que tendréis que dejar las celebraciones para otro día. —Pues… será difícil, ha ido en busca de una botella de champán y dos copas —insistió la odiosa mujer—. Y por cómo me ha mirado… creo que tenía algo más en mente. Aquel comentario impactó de lleno en Kirsty, que apretó lo puños y tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para que la arpía no se diera cuenta. «¡Agggh, no podía soportar a aquella mujer!» —Os dejo solos, entonces —le dijo, forzando tanto la sonrisa que le dolían los pómulos—. A ver si hoy tienes suerte. —Eso seguro —le confirmó la rubia con sobrada prepotencia. —¿Sí? No sé…, ¿no te está costando demasiado echarle el lazo? —le preguntó fingiendo cierta curiosidad—. Me aseguraste que estarías casada con él cuando yo regresara del internado… —le recordó—, y han pasado ¿cuántos?, ¿seis años? Yo que tú empezaría a preocuparme. El gesto descompuesto de la rubia la ayudó a sentirse un poco mejor, así que no la dejó añadir una sola palabra más. Giró sobre sus talones y salió del despacho a toda velocidad, buscando la calle. Se topó con Mike en el vestíbulo. —Ah, te estaba buscando —le dijo él cuando la vio avanzar—. Necesito un rato más para poder… —Olvídalo —lo interrumpió, mirándolo con rabia contenida y luchando con todas sus fuerzas para no golpearlo. ¿Cómo se atrevía a darle largas para…? ¡Ni siquiera podía pensarlo! —Y exactamente ¿por qué me estás perdonando la vida en este momento? —le preguntó Mike, sin disimular su hastío. —¡Vete a la mierda! —le dijo sin más, pasando ante él sin mirarlo. Una mano de hierro la retuvo por el brazo, de la que ella intentó librarse, sin éxito. —No sé qué bicho te ha picado ahora—le susurró Mike entre dientes, con una furia palpable —, pero no se te ocurra ir mucho más allá del establo, Kirsty, o vamos a tener más que palabras. La chica tiró de su brazo con rabia y ahora sí consiguió zafarse. Sin pronunciar una sola palaba más, salió de la casa a paso rápido. «Maldito, te odio», se repitió una y otra vez. «Espero que disfrutes de tu celebración. ¡Os merecéis el uno al otro, desde luego!». Pero nada de lo que decía conseguía aplacar el dolor del rechazo. Y eso que ya debería estar acostumbrada porque no era la primera vez que sucedía aquello. Cierta tarde, hacía muchos años, también había escogido a aquella maldita mujer en lugar de su paseo a caballo… Cuando entró en las caballerizas, la rabia la había consumido por completo. Caminó hasta Hope, lo ensilló a una velocidad de vértigo y salió a galope del establo sin pararse a mirar atrás. Capítulo 12 No se detuvo hasta que había disfrutado de suficiente velocidad, como para que la sensación de libertad y deleite disipara por completo su rabia. Después galopó hasta el árbol viejo en la parte alta de la pradera. Cuando llegó al que siempre había sido su lugar favorito en el mundo, se detuvo, miró al frente y dejó escapar un sonido ahogado, totalmente perpleja. —¡Joder! —exclamó en alto, mirando la casa que se divisaba desde allí, con la boca abierta por la impresión. Sabía que Mike había construido allí una casa, a la que ella se había negado ni a asomarse desde que hacía dos años había descubierto apenas los cimientos, y estaba concienciada para enfrentarla ya terminada; pero para lo que no estaba ni remotamente preparada fue para lo que vieron sus ojos. ¡Aquella no era una simple casa, era su casa! Se bajó del caballo y continuó observándola, sin salir aún de su asombro. Desde el techo triangular cubierto de tejas en color negro, pasando por la blanca fachada de ventanales enormes e incluso los pequeños escalones que ayudaban a alcanzar el desnivel entre la casa y el terreno… ¡Era idéntica a la que ella había dibujado hacía siete años! Estaba construida en una única planta, justo en mitad del valle. —¡Es increíble! —exclamó en alto, alcanzando a atisbar la piscina que estaba casi escondida tras la valla de madera que se izaba en el lateral derecho. «No le falta un detalle», se repitió anonadada. ¿Cómo demonios era aquello posible? Estaba tan impresionada que no fue consciente de que ya no estaba sola hasta que escuchó bramar a Mike a su espalda: —¡Kirsty Danvers, eres la mujer más irritante que he conocido nunca! —le gritó mientras se bajaba del caballo. Kirsty lo enfrentó con los brazos en jarras, aparentando una valentía que no sentía en absoluto. La furia que brillaba en los ojos de Mike la impulsaba más a salir corriendo que a replicar lo más mínimo. —Me bajas el tono, vaquero —se aventuró a decirle—. Estoy de una pieza, así que no sé a qué viene tanto alboroto. —¡Sí, esta vez has tenido suerte! —siguió rugiendo—. ¡No puedes hacer siempre lo que te dé la gana sin pensar en nadie más! Kirsty observó su rostro, un tanto preocupada. No lo había visto nunca tan enfadado. No dejaba de moverse, inquietó, haciendo aspavientos con los brazos. —Necesitaba montar, ¿es tan difícil de comprender? —¡Solo te pedí un rato más para salir contigo! —No quería interrumpir tu celebración —le dijo ahora, recuperando su rabia—. Lo que tú hagas con tu vida privada me da igual, pero no va a condicionar mis acciones. —¿Debería entender de qué coño estás hablando? —insistió irritado —¿Qué te molesta tanto, Mike, que haya salido sin permiso o que te haya jodido la fiesta? —¿La fiesta? —volvió a gritar—. ¡Tengo que trabajar, Kirsty, no puedo pasarme el día entero haciendo de niñera! Aquella frase le dio de lleno. —¡Ya no soy una niña, imbécil! —bramó, avanzando hacia él, iracunda. —Lo pareces cuando haces cosas como escaparte tu sola, sin ningún tipo de protección y sin decirle a nadie que te marchas. Kirsty izó el mentón con obstinación y se cruzó de brazos. Sí, quizá no había estado muy acertada al irse así, pero la rabia la había cegado por completo. Claro que aquello no podía reconocerlo ante Mike… «…¡pero en parte también era culpa de él!», le dijo la parte de su cerebro que se afanaba por seguir buscando razones para odiarlo. —Yo no te pedí salir a cabalgar esta tarde, Mike —le recordó, molesta—. Si no pensabas cumplir, mejor no haberte comprometido. —¿Y quién ha dicho que no pensaba hacerlo? «Melanie Simmons», pensó, ahora un tanto incómoda. Recordó el momento en el que se había cruzado con él en el pasillo y le había dicho que la estaba buscando para pedirle un rato más… Y de pronto, en una décima de segundo, todo cobró sentido. «Mierda, Kirsty, ¿cómo te has dejado embaucar por esa arpía?», se dijo horrorizada. Pero la respuesta era demasiado humillante como para profundizar en ella. —Vale, quizá me he ofuscado un poco —admitió, aunque aún en un tono altivo—. Pero necesitaba salir con Hope, y llevas dándome largas todo el día. —Eres increíble. —Sonrió irónico—. Eres capaz de echarme a mí la culpa hasta para retractarte de tus acciones. ¿Tan difícil es admitir que has cometido un error al irte así? —¡Solo quería montar a Hope! —Pues no vas ni a acercarte al caballo hasta dentro de una buena temporada. —¡Oh, venga ya! ¡No puedes decirlo en serio! Como respuesta, Mike caminó hasta Hope, le dio una palmadita en la parte trasera de lomo y lo jaleo para que echará a correr, orden que el animal acató de inmediato. —¡No! Pero ¡qué haces, imbécil! —protestó Kirsty, mirando impotente cómo el caballo corría pradera abajo. Se giró a encarar a Mike con su rabia en el punto más álgido de nuevo —Los dos sabemos que volverá directo al establo —dijo Mike sin un ápice de remordimiento. —¡¿Y cómo demonios volveré yo?! —le gritó iracunda—. ¿Ahora también vas a maltratarme? ¿Quieres que camine hasta la casa? —Te estaría bien empleado. —Dime la verdad, ¡tú disfrutas amargarme la vida! —le gritó, avanzando hacia él. —Por supuesto, es la razón de mi existencia, Kirsty, me paso las noches enteras pensando en cómo fastidiarte, no tengo otra cosa que hacer —ironizó—. De hecho, el que haya alguien ahí fuera intentando secuestrarte es anecdótico, mi única meta es joderte la vida. —¡Nadie va a atacarme en Little Meadows! —insistió ante su sarcasmo—. Lo sabes igual de bien que yo. Es imposible que me hayan seguido hasta Inglaterra. —Yo no te seguiría ni hasta la gasolinera, pero hay gente para todo —¡Eres un cretino! —¿Necesito recordarte por qué insultarme no es buena idea? —la miró amenazante. —¿Y qué vas a hacer? —lo enfrentó con una ansiedad mal disimulada—. ¿Vas a darme otro escarmiento? —Eso te gustaría, ¿verdad? —¡Qué más quisieras! —se indignó. —No me parece que te disgustara tanto… —Sonrió mordaz. —¡Atrévete a intentarlo de nuevo y te arranco el labio de un bocado! —le dijo, rabiosa ante su arrogancia. La risa ronca que salió de labios de Mike terminó de enfurecerla, pero tuvo más que ver con el hecho de que su cuerpo reaccionara a ella de una forma intensa, caliente y desproporcionada. —Ríete, pero me encantaría ver cómo se lo explicarías a mi padre. —No te esfuerces más, Kirsty, ya te ganaste ese escarmiento cuando decidiste salir sola. — Posó sobre ella una mirada que la abrasó por dentro—. No necesitas seguir haciendo méritos. La chica tragó saliva y se esforzó por recordarle a su cuerpo que no estaba autorizado a disfrutar de aquello. —¡Si me pones una sola mano encima, voy a pegarte! —le gritó, apuntándole con el dedo. —Ah, no te preocupes, aquí arriba puedes estar tranquila. Aquello la desconcertó tanto que lo miró en silencio y con el ceño fruncido. «¿No va a besarme?», se preguntó, confusa. «¡Esto ya es el colmo!». —No me mires así —protestó Mike al instante. —¿Cómo te miro? —Como si estuvieras decepcionada. —¿Decepcionada? ¿Porque no me beses? —Intentó sonreír, pero no lo consiguió del todo—. ¡No se puede ser más engreído! ¡Puedes meterte tus besos y tus escarmientos por donde te quepan! —No vas a librarte —le aseguró con una sonrisa maliciosa—. Solo lo estoy posponiendo. Kirsty se cruzó de brazos frente a él, aparentando estar furiosa, pero sin poder dejar de preguntarse qué tenía de malo aquel lugar que parecía perfecto para… «Quieta, que te embalas», tuvo que frenar sus pensamientos. ¿Y ya había protestado por la insinuación? ¡No, aún no! —Si crees que hay un lugar mejor que otro para que me tortures… —empezó diciendo. «Mierda, aquello no estaba sonando lo que se dice a protesta». —Resulta curioso que lo llames así —la interrumpió Mike, mirándola ahora con una sonrisa mordaz y un brillo particular en sus ojos grises—. Tortura sería la palabra exacta que yo también usaría; para mí tampoco es fácil aleccionarte. —¿Y qué sentido tiene entonces que nos torturemos los dos? —preguntó, dolida por el comentario. Mike sonrió, ahora de forma un tanto cínica. —Creo que necesitaría algo más que un pequeño escarmiento para que lo entendieras. Para Kirsty aquello fue demasiado. —¿Puedes dejar de hablar en clave? —se quejó molesta. La carcajada honesta que salió de la garganta de Mike la fascinó. Hacía tanto que no lo escuchaba reír así… —Joder, Kirsty, creo haberte pedido hace un rato que no me mires así —lo escuchó protestar con cierta desesperación en la voz. —¿Cómo? —Estaba cada vez más confusa. —¡Como cuando tenías diecisiete años y aún te gustaba estar conmigo! Kirsty se quedó helada y fue incapaz de decir nada. —Eso sí es una verdadera tortura —añadió Mike casi en un susurro imperceptible. La chica estudió su expresión abatida, un tanto perpleja, pero él tardó solo unos pocos segundos en reaccionar. —Volvamos a la casa —le dijo, ahora con rigidez. Kirsty se cruzó de brazos, con una expresión terca y no se movió de donde estaba. «Quiero mi escarmiento ahora, Mike O'Connell, me lo he ganado a pulso», pensó para sí, haciendo un esfuerzo enorme para no gritarle justo aquello. —¡¿Y ahora qué?! —se exasperó él de nuevo. —¡No pienso caminar detrás de ti y de Thunder! —aclaró Kirsty, acallando sus instintos más primarios—. Así que os quiero al menos a veinte metros de distancia. Mike sonrió ante el comentario. —¿Te resulta gracioso que tenga que caminar porque te dio por espantar a mi caballo, imbécil? —bramó Kirsty, avanzando hacia él hecha una furia—. Eres odioso y detestable y… —Y a lo mejor cambio de opinión y te cierro la boca antes de irnos —la interrumpió Mike, tomándola de improvisto entre sus brazos. —¡Suéltame! —¡Pues compórtate y no te busques más problemas! —¡Yo no me busco lo que estás insinuando! —se indignó, forcejeando para salir de sus brazos. —¿Estás segura? —Mike la miró a los ojos, y Kirsty se perdió en ellos durante más tiempo del recomendable. Se moría de ganas de que la besara, esa era la detestable realidad. —¡Eres un patán! —agregó, ya sin luchar. —¡Colabora, Kirsty! —Aquello sonó casi a súplica—. No me obligues a hacer algo que ambos terminaríamos lamentando. No puedo ceder a darte un escarmiento aquí arriba, no debo. A Kirsty le pudo la curiosidad. —¿Y… qué hay aquí que lo hace diferente? Pudo leer la inquietud en el rostro de Mike con absoluta claridad. —El problema es lo que no hay… —dijo, casi con pesar. —¿Y qué es? —preguntó con una expresión confusa, mirándolo con genuina curiosidad. —Gente interrumpiendo —masculló entre dientes. La soltó de forma repentina y se alejó un metro, que pareció todo un mundo de distancia. A Kirsty le costó la misma vida no abalanzarse sobre él de nuevo, mientras no podía dejar de darle vueltas a qué podía significar su último comentario. —Sube al caballo —le ordenó Mike, sujetando las riendas de Thunder. —¿Qué? Pero… —¡Sin protestas, Kirsty, por una vez! —Es posible que Thunder tenga otra opinión. Aquel caballo había sido salvaje y Mike hacía muchos años que se había encargado de domarlo, pero aún a día de hoy solo permitía que lo montara él. —Yo montaré detrás, no protestará —y repitió malhumorado—. Sube. —Quizá si sugirieras las cosas en vez de imponerlas… La respuesta fue un repentino tirón de muñeca hacia él y la sensación de que volaba por el aire. Cuando quiso darse cuenta estaba sentada a lomos de Thunder. Mike se sentó tras ella un par de segundos después y tomó las riendas, dejando a Kirsty atrapada entre sus brazos y sin espacio libre ni para respirar. —Relájate —le sugirió Mike cuando comenzaron a caminar—. No puedes ir tiesa como un palo hasta allí. Kirsty tragó saliva y cedió a la necesidad de abandonarse a su abrazo. Apoyó la espalda sobre su pecho y se deleitó con la sensación de bienestar que la inundó al sentirse abrazada y protegida, aun a sabiendas de que aquello era solo una invención de su imaginación; al igual que debió serlo el casi imperceptible suspiró que creyó escuchar de labios de Mike, acompañado de un leve estremecimiento. Cuando entraron en el establo, tras todo el camino en silencio, Kirsty esperó a que Mike se bajara del caballo y a continuación lo hizo ella misma, negándose a aceptar la mano que le tendía. Apenas sin mirarlo, se giró hacia la puerta dispuesta a irse, pero una mano de hierro la tomó de la muñeca, tiró de ella con fuerza y la atrajo contra el muro de músculos sobre el que había venido recostada. —Si piensas que vas a irte sin castigo, voy a sacarte de tu error. —A Kirsty no le dio tiempo ni a protestar. La boca de Mike tomó la suya de una forma firme y exigente, y se abrió paso con la lengua antes de que apenas pudiera darse cuenta, dejándola sin capacidad de reacción al instante y obligándola a rendirse a aquel dulce castigo. Gimió sobre su boca sin remedio y, de forma automática, sintió que Mike la acorralaba contra la pared y se fundía contra ella ahora con mucha más impaciencia. Kirsty se dejó abrazar, a punto de arder en llamas, abandonada por completo a sus exigencias. —¿Kirsty? —Ambos escucharon a Nadine llamarla desde fuera del establo. Mike dejó de besarla, pero no la soltó de inmediato. La taladró con una mirada negra como carbón. —Si vuelves a exponerte al peligro, Kirsty —susurró casi sobre su boca—, te encierro bajo llave. —¡Eres odioso! —lo mató con la mirada, furiosa. ¿Cómo podía besarla así y amenazarla con encerrarla al minuto siguiente? ¡Ella no podía desconectar tan rápido! —Estás advertida —insistió. —¡Iros a la mierda, tú y tus órdenes! —le gritó. —¿Buscas otro escarmiento? Kirsty tragó saliva y lo miró con los ojos cargados de un deseo mal disimulado. —¡Joder, Kirsty! —protestó Mike en un susurro, sin dejar de mirarla, y casi le imploró —: Compórtate…, por el bien de los dos. Nadine volvió a llamarla, esta vez al mismo tiempo que entraba en el establo, y Mike la soltó de forma automática. «¡Gente interrumpiendo!», recordó Kirsty ahora. ¿Quería decir Mike que si no los interrumpían…? «Guau, qué calor». Se centró en Nadine, buscando una brisa fresca. —¡Por fin, menudo susto nos has dado! —le dijo la mujer avanzando hasta ella—. ¿Dónde estabas? —Solo había salido a montar un rato —contó, intentando impregnar su voz de un tono jovial para que no sonara tan malo como ahora le parecía—. Dennis no estaba cuando he venido y… no me he alejado mucho. La mirada crítica que Mike posó sobre ella la llenó de inquietud. —Vale, lo siento —dijo, mirando a Nadine—. No he debido irme así, no ha estado bien. No volverá a pasar. Miró a Mike de reojo, comprobando la sonrisa cínica que lucía ahora en sus labios. Ambos sabían que aquellas palabras eran más para él que para la mujer que la miraba con una expresión preocupada, pero le resultaba mucho más fácil admitirlo de aquella manera. —No le he dicho nada a Thomas aún —le contó Nadine—. Este tipo de sobresaltos no le son beneficiosos. Kirsty se sintió la mujer más egoísta del planeta y agachó la cabeza, avergonzada. Debía aprender a controlar sus impulsos porque podían acarrear consecuencias serias, y no solo para ella. Se sentía tan a salvo en Little Meadows que estaba segura de que podía salir sola sin peligro alguno, pero no había pensado en lo nervioso que aquello pondría a su padre y la factura que su pobre corazón podría pagar por sus acciones. Por desgracia, para lograr controlarse, tenía que aprender primero a lidiar con todo lo que Mike le hacía sentir, para bien o para mal, y aquello ya no era tan fácil. —Gracias, Nadine, ¿si prometo no volver a hacerlo, podemos evitar contarle nada de esto a mi padre? —¿Ahora te avergüenzas? —intervino Mike con cierta sorna. —¿Estoy hablando contigo? —se giró Kirsty a mirarlo, malhumorada. Después volvió a mirar a Nadine con una expresión esperanzada—. Para qué preocuparlo cuando no ha pasado nada. La mujer terminó sonriendo y la apuntó con el dedo. —Solo por esta vez. —Creo que es tarde para eso —volvió a decir Mike mientras desensillaba a Hope. Kirsty no entendió el comentario hasta que escuchó a su padre gritarle desde la puerta del establo: —¡Kirsty Danvers, dime que no es verdad! Cuando se giró a mirarlo, comprobó que venía acompañado de Dennis, que al parecer se había ido de la lengua, el muy chivato. —A ver…, tampoco vamos a hacer una montaña de un grano de arena —protestó la chica mientras caminaba hacia su padre, cada vez más angustiada—. Solo he subido hasta el árbol viejo para ver las vistas. —¿Qué parte de es peligroso que salgas sola no has entendido, hija? —suspiró Thomas. —Tú no te exaltes, por favor —le rogó, abrazándolo con cierta zalamería—. Te prometo que no se me volverá a ocurrir —bajo el tono de voz para susurrarle—. Además, Mike ya me ha regañado duro, papá, y puedes imaginar cómo me ha sentado. Aquello logró que su padre sonriera a medias. —Pero tiene toda la razón, Kirsty. —Cierto, a Calígu…, perdón, al César lo que es del César. El hombre dejó escapar una inevitable carcajada ante el tono y la expresión encantadora de su hija. —Eres todo un caso, hija. —¿Ya está? —se acercó Mike hasta ellos con una expresión burlesca—. ¿Es toda la bronca que vas a echarle? —Ya te encargaste tú, ¿qué más puedo decirle? Ya no es una niña. —Mike dejó escapar un suspiro exasperado—. No puedo evitarlo, Mike —aceptó Thomas con resignación, mirando ahora a su hija—. Me camela en cuanto que me mira con esos ojazos verdes. Mike posó una mirada sobre Kirsty. —Sí, me temo que tiene ese efecto en todo el mundo —dijo en un tono que parecía sincero. Kirsty tragó saliva y tuvo que contenerse para no preguntarle si él se incluía en el lote. Fue su conciencia quien le advirtió que no se hiciera ilusiones absurdas. —Termina tú de atender a los caballos, Dennis, por favor —Escuchó decir ahora a Mike, que se volvió a mirarla de nuevo antes de añadir—: Me vi obligado a dejar una videollamada a medias con Jefferys, que tengo que retomar. —Voy contigo —dijo su padre al instante—. Me gustaría saludarlo, hace días que no hablo con él. Ambos se alejaron hacia la casa y las dos mujeres salieron también del establo, aunque a un paso mucho más pausado. —Menuda has liado en un momento —dijo Nadine sin poder evitar sonreír. —Sí… Ahora me siento fatal, la verdad —admitió—. ¿Cómo os habéis enterado de que me había ido? —El sonido de los cascos de caballo se escuchó alto y claro —explicó—. Mike apenas tardó cinco segundos en salir del despacho. ¿Cómo se te ocurrió irte sola? Pensaba que habías quedado con él. —Sí…, había quedado. —¿Y qué pasó? Kirsty suspiró. —¿Hay algún tipo de comodín que pueda pedir para no contestar a esa pregunta? —bromeó, con las mejillas teñidas ahora de un rojo intenso. —Guárdatelo para más adelante. Con esa respuesta me vale para no seguir preguntando. — Sonrió comprensiva—. Pero que conste que estoy un poquito enfadada contigo por exponerte así. Y a ese hombre casi le da un infarto cuando te has ido; se quedó pálido como la cera en un segundo. Ha recorrido media casa buscándote como un desquiciado, antes de aceptar que lo que había escuchado salir corriendo era tu caballo. Kirsty la miró confusa. —Me pareció entenderte que no le habías dicho nada. —¿A quién? —A mi padre. —Es que no estoy hablando de tu padre, hablo de Mike. Los ojos de Kirsty se abrieron como platos. —Tu padre ha debido enterarse por Dennis —continuó diciendo Nadine, ajena al desconcierto que acababa de causar, pero fue solo hasta que miró a la chica—. ¿Qué te pasa? —Nada, es que… me sorprenden un poco los comentarios que has hecho sobre Mike — admitió, cohibida—. Ha sonado a… preocupación verdadera. Nadine se detuvo y la miró de frente. —Lo era la que yo he visto —le aseguró—. ¿Por qué te sorprende tanto? —Mike y yo tenemos una relación complicada —suspiró. —Pero hace muchos años que él vive en esta casa. ¿Tú no le quieres ni un poco? Kirsty se quedó perpleja ante la pregunta. «Ni siquiera te plantees la respuesta», se suplicó a sí misma. No estaba ni remotamente preparada para analizar lo que sentía o no por Mike O'Connell. —¿Puedo usar ahora el comodín pendiente? —suplicó. Nadine dejó escapar una carcajada divertida. —Me tenéis muy desconcertada ambos —admitió después, sin dejar de sonreír. Capítulo 13 Aquella noche la cena fue algo más complicada de lo habitual para Kirsty. Sacudirse la vergüenza por haberse ausentado de la casa de aquella manera estaba resultando complicado. Las miradas condenatorias que Mike no se molestaba en ocultar cada vez la ponían más nerviosa, a pesar de que intentaba ignorarlo. —¿Puedes dejar de mirarme ya así? —protestó de repente, cansada de fingir que no se daba cuenta—. ¡Tampoco he cometido un asesinato! Mike no dijo una palabra, lo cual le molestaba incluso más que si la amonestara. —Seguid hablando de Wang, Wong o Ming —le recomendó irritada—. Pero olvídate de que estoy aquí sentada, ni me mires. —Vale, vamos a calmarnos —intervino su padre—. A ver, Mike, ¿qué me decías de Wang? Mike taladró a Kirsty con la mirada de nuevo antes de decidirse a aceptar la recomendación de Thomas. Después centró toda su atención en el hombre. —Su hijo estará unos días con su familia de vacaciones en Europa, llega a Londres mañana. —¿Y quieren reunirse para cerrar el acuerdo en persona? —Eso parece, pero aún hay un punto en el que no consigo que cedan. —Los gastos aduaneros —adivinó el hombre. Mike asintió—. Pues no son negociables. —Y ellos lo saben —explicó Mike—, pero se han puesto muy tercos con ese asunto. —¿Y crees que reunirte con él ayudaría? —Es posible. —Hazlo pues, ¿cuál es el problema? Mike guardó un silencio incómodo antes de añadir. —No puedo irme a Londres. En aquella ocasión no miró a Kirsty, pero ella se sintió aludida igualmente, consciente de que era el motivo por el que Mike no quería ausentarse. En aquella ocasión se sintió mal en lugar de ofenderse, a pesar de saber que ella tampoco tenía la culpa de su situación. —¿Y si le invitaras a venir? —Se le ocurrió a Thomas—. ¿Crees que aceptaría? —No lo creo. Está de vacaciones, su mujer y sus hijos viajan con él, y este acuerdo puede llevarnos unas horas —dijo Mike tras valorarlo—. No podemos sumarle un montón de kilómetros a la ecuación. —¿Y si los invitas a venir a todos? —dijo Kirsty de pronto, sorprendiéndolos a ambos—. Dices que están de vacaciones. Mike asintió. —Su mujer y sus hijos podrían divertirse mientras trabajáis. Pueden salir a cabalgar por la finca —insistió Kirsty—, y… quizá darse un baño en tu piscina, suponiendo que la tengas llena, claro. —Lo están —dijo Mike con los ojos entornados, valorando la idea. «¿Lo están? ¿Es que tenía dos o qué?», se distrajo tanto con aquella idea que le sorprendió cuando escuchó a Mike decir: —Podría funcionar. —Sí, suena bien. —Sonrió Thomas—. Aquí estaríais mucho más relajados y yo también podría aportar. —Me gusta la idea —admitió Mike, y miró a Kirsty—. ¿Qué más se te ocurre? La chica le devolvió una mirada sorprendida porque él pidiera su opinión. —Habría que organizar también una cena especial para sellar el acuerdo —dijo sin demora—. Y quizá ofrecerles pasar la noche aquí en la mansión; puede que se haga tarde para que regresen a Londres. Mike asintió pensativo. —Mañana mismo hablaré con ellos —terminó diciendo—. Llamaré a primera hora. A Kirsty no debería gustarle tanto que él tuviera en cuenta sus ideas, pero no podía evitar sentirse muy bien por haber podido aportar una posible solución a un problema. «Me afecta demasiado todo lo que dice o hace», se dijo, preocupada. «Debería darme igual cualquier cosa relacionada con él», se recordó, dejando escapar un suspiro de angustia. Y no se había dado cuenta de que estaba frunciendo el ceño hasta que Nadine se lo hizo saber. —Estoy bien —intentó sonreír, pero no era cierto. De repente le faltaba el aire y sentía la necesidad de alejarse de todo el mundo. Se puso en pie casi sin pensarlo—. Me retiro ya a mi alcoba. —¿Ya? Pero si aún no hemos tomado el postre —le recordó su padre—. ¿Te encuentras bien? —Sí, solo estoy cansada. El gesto intranquilo del hombre la obligó a replantearse sus intenciones. Miró a Mike de soslayo y le sorprendió que él estuviera observándola también con lo que parecía un gesto intranquilo. ¿Podría tener razón Nadine cuando le aseguraba que él se preocupaba por ella de forma sincera? «¿Tú no le quieres un poco?». Aquella pregunta de la mujer, que antes había sido incapaz de plantearse, entró en su cabeza de nuevo arrasando con la poca calma que le quedaba. Con mucho esfuerzo, tuvo que aguantar el resto de la cena hasta poder alejarse de allí sin que su padre se alertara. —Hasta mañana —se despidió, loca por llegar a su cuarto y poder dejar salir la angustia y la confusión que la asaltaban en aquel momento. Por desgracia, se había olvidado de un pequeño detalle… —No tan deprisa —le dijo Mike saliendo tras ella. —¿Y ahora qué? —se volvió a decirle de mala gana. Mike frunció el ceño y la miró sin disimular su irritación. —El número de todas las noches, ¿recuerdas? —le dijo, pasando ante ella y tomando la delantera escaleras arriba. Kirsty suspiró, hastiada. Se le había olvidado por completo que Mike tenía que revisar su habitación antes de acostarse. «Lo que me faltaba», casi sollozó para sí, caminando tras él. Si el día anterior el olor de su colonia, que se había quedado rondando en el ambiente, le había robado horas de sueño, ¿qué pasaría hoy cuando asociara aquel aroma con lo que sentía estando entre sus brazos recibiendo uno de sus escarmientos? —¿De verdad esto te parece necesario? —protestó al llegar a la puerta de la alcoba. —Totalmente. Mike se coló en la habitación y la inspeccionó de arriba abajo, mientras que Kirsty se quedó en el pasillo esperando a que terminara. —Ya puedes pasar —lo escuchó decirle desde dentro. Kirsty apenas si se asomó a la puerta. —No hay nadie —insistió Mike. —Estás tú —terminó diciéndole Kirsty, cruzándose de brazos bajo el quicio de la puerta. Mike le devolvió una mirada molesta. —Entra, te aseguro que no voy abalanzarme sobre ti. «¿Y cómo vas a conseguir que no lo haga yo?», se dijo a sí misma, reconociendo que se moría de ganas de cerrar la puerta con él dentro. Por un momento se preguntó cómo reaccionaría él si lo hiciera. ¿Bastaría con que cerrara y lo insultara para hacerse entender? «¡Ay, Kirsty, pero ¿qué estás pensando?!». Sin duda, Mike la afectaba cada vez más, y tenerlo en su habitación le nublaba el juicio por completo. —No entraré hasta que te vayas —insistió, ahora más convencida. —¿De verdad crees que intentaría algo en tu alcoba? —Parecía de verdad dolido. —No hasta que yo diga algo que consideres ofensivo, supongo —le dijo, sin moverse de donde estaba—, pero ya habrás notado que no siempre controlo mis impulsos cuando estoy contigo. —Cierto, no lo haces —clavó una mirada irritada sobre ella—, en ningún sentido… Aquella insinuación enfureció a Kirsty, a pesar de saber que estaba en lo cierto. Entró en la habitación y caminó hasta él, apuntándole con un dedo. —¡Ni se te ocurra insinuar que me gustan tus… tus…! —Creo que la palabra que buscas es besos. —Sonrió con cinismo. —¡Pues no, idiota! Iba a decir escarmientos. —Vale, sigamos llamándolos así. El desconcierto de Kirsty fue tan evidente que Mike le devolvió una mirada burlona, cargada de significado. —¡Por Dios, Kirsty, eres tan transparente! —le dijo, terminando de enfurecerla. —¡Que te den! —le gritó—. A partir de ahora no quiero tener nada que ver contigo. —Mal momento para eso. —¡Me da igual! ¡Ya estoy harta de ti, de tus órdenes y de tener que controlar cada palabra que digo! —insistió—. Y si tengo que quedarme en casa y renunciar a mis paseos a caballo, lo haré, pero no voy a pasar contigo ni un minuto más del estrictamente necesario. Mike la miró en silencio, con una expresión inescrutable. —Está bien —terminó aceptando—. Contrataremos a alguien para que se encargue de tu seguridad, si eso es lo que quieres, y yo saldré de escena. Aquello cogió desprevenida a Kirsty, que no esperaba que él fuera a aceptar sus condiciones con tanta facilidad, pero no se retractó. —Genial. Es lo mejor. —Se cruzó de brazos y levantó el mentón con un gesto obstinado—. Los dos sabemos que tú también estás deseando librarte de mí. Claro, que ya lo hiciste hace años, así que no me sorprende. —Eres de un desesperante total y absoluto, Kirsty —se quejó, ahora dando muestras del monumental enfado que bullía en su interior. —¡Sabes que es la verdad! —¿La verdad? ¡La verdad es que tú siempre lo magnificas todo y después me echas a mí todas las culpas! —¡¿Qué dices?! —Acabas de decirme que no quieres tener nada que ver conmigo —insistió, ya sin poder contenerse—, pero cuando te ofrezco la opción de salir de escena, casi que me acusas de querer librarme de ti. —¿Y acaso miento? ¿O vas a decirme que no estás deseando perderme de vista? —dijo dolida, esperando con demasiada ansiedad a que él rebatiera aquellas palabras. —En este momento no me faltan ganas de estrangularte —le aseguró entre dientes. —Sí, supongo que seis años de ausencia te han sabido a poco. «No se te ocurra derramar una lágrima», se dijo, arrepintiéndose por haber sacado aquella dolorosa conversación a colación. Solo esperaba que él lo dejase estar y saliera cuanto antes de la habitación para poder lamerse las heridas. No tuvo suerte. —¡Ya estoy cansado de acusaciones absurdas y sin fundamento! —dijo Mike, caminando hacia ella con una expresión iracunda en los ojos. —¡Me echaste de mi casa! —le gritó—. Eso no es ni absurdo ni infundado. —Habías perdido el rumbo, Kirsty —le dijo muy serio—. Y sabes tan bien como yo que no hubieras podido recuperarlo de seguir aquí en Little Meadows. —Eso no lo sabes. —Necesitabas salir de aquí, desarrollarte como persona y dejar de ser tan dependiente. —¿Dependiente? ¿De quién? —¡De mí, Kirsty, ¿de quién más?! —terminó admitiendo. —¡Estás loco! —Centraste toda tu existencia en echarme un pulso, Kirsty, todo lo que hacías era para enfurecerme o molestarme de alguna manera, reconócelo. Kirsty tragó saliva. ¿Acaso no era verdad aquello? —Necesitabas alejarte de mí una temporada y encontrarte a ti misma, para poder decidir qué te apetecía hacer con tu vida —insistió—. La distancia era la mejor opción para los dos. —¿Para los dos? —Rio sarcástica—. ¿Acaso a ti te afectó en algo que me fuera? Kirsty esperó aquella respuesta con el corazón encogido. Mike la observó durante unos segundos con una expresión seria y cargada de… ¿Qué era aquello que había en sus ojos? Fue incapaz de descifrarlo. —Eso ya da igual —terminó diciendo él en un tono extraño que parecía destilar amargura—. Fuiste tú quien decidió tomar un rumbo que no esperábamos y que lo cambió todo. —¡Fue a lo que tú me empujaste! —le gritó, colérica —No fue mi intención, te lo aseguro. —¿Eso es lo que te dices a ti mismo para acallar la conciencia? —le preguntó, enfrentándolo ahora con verdadera rabia—. Ah, no, perdona, ¡que para eso tendrías que tener conciencia! —Nada de lo que me digas hará que tengas razón. No te mandábamos al exilio, Kirsty, pero tú te empeñaste en verlo así —insistió—, y te guste o no, fuiste tú quien escogió y decidió alejarse de aquí. —¿Crees que para mí ha sido fácil estar sola tan lejos de casa? —¡Nadie te obligó! Podías haber aceptado el internado de Londres y haber venido a casa cada poco —le recordó—, pero como no se jugó según tus cartas, rompiste la baraja y decidiste poner seis mil kilómetros y el océano Atlántico de por medio. Para Kirsty aquella conversación empezaba a resultar intolerable. Las palabas de Mike la estaban destrozando por dentro. —Sal de aquí —le exigió de nuevo, incapaz de seguir escuchando. —Yo también fui a la universidad, Kirsty, a cien kilómetros de aquí —continuó diciendo Mike, como si todas aquellas palabras las tuviera enquistadas en su interior y necesitara dejarlas salir—. Y venía dos veces al mes a disfrutar de la familia, de la casa, de ti y de estas praderas que tanto adoras; y cuando terminé mis estudios decidí establecerme en Little Meadows porque era donde… —se le quebró ligeramente la voz— pretendía ser feliz. Esa fue mi opción, mi decisión. Tú dejaste que el orgullo decidiera por ti. Aquellas últimas palabras le hicieron tanto daño que devolverle parte del dolor se convirtió en una imperiosa necesidad. —No te equivoques, Mike, no ha sido el orgullo lo que me ha mantenido lejos tantos años — le aseguró, con la voz ronca por las emociones contenidas—, ha sido el odio. —Pues le has dejado robarte demasiado —dijo Mike casi en un susurro, con un deje de tristeza—. Nos ha robado demasiado a ambos. Se sostuvieron la mirada en silencio, mientras el ambiente parecía poder cortarse incluso con una pequeña cuchilla. —Mi vida es perfecta, Mike —le aseguró Kirsty, apretando los puños—. Soy feliz. —Pues me alegro por ti. Espero que puedas volver a ella cuanto antes. Dicho esto, cruzó ante ella y salió de la habitación. Kirsty se sentó en la cama intentando controlarse y no derramar las lágrimas que pugnaban por salir, pero no lo consiguió. Algunas de las cosas que Mike acababa de arrojarle a la cara la quemaban por dentro, porque le aterraba toda la verdad que se escondía en sus palabras. Aquella discusión había abierto una vieja herida en su interior que le había costado mucho cerrar… Una herida que durante los primeros meses después de salir de Little Meadows sangraba cada cinco segundos, rogándole que reconsiderara sus acciones y gritándole a pleno pulmón que quizá se estaba equivocando. Pero hacía demasiados años que había mal cosido aquella herida, no podía ni debía tocarla a aquellas alturas. Si echaba la vista atrás, su corazón y su alma recordaban demasiado bien el dolor de la ausencia y las lágrimas derramadas, que aún fueron mucho peores cuando salió del internado y tuvo que enfrentarse a la soledad. Durante el primer año en la facultad se había sentido perdida por completo, cargada de un odio y un resentimiento que apenas podía gestionar. Había pasado el año entero llorando cada noche hasta dormirse mientras añoraba Little Meadows hasta casi volverse loca. Por fortuna, su vida volvió a cruzarse un día con la de cierta profesora del internado que le propuso participar en un concurso de relato corto, convencida de sus actitudes para la escritura. Ganar aquel concurso le había hecho ser consciente de sus capacidades para escribir y de lo bien que se sentía sumergida en cada historia, lejos de sus problemas y pesares. Un año más tarde, había abandonado la carrera de económicas para dedicarse por completo a lo único que conseguía que sus heridas dejaran de doler. Aquello le había costado una fuerte discusión con su padre, pero había salido de ella victoriosa y con fuerzas renovadas para luchar por sus sueños. Años después podía decir que había cumplido muchos de ellos, algunos muy ambiciosos, como poder vivir del todo y mucho mejor que bien de su pasión. Sí, era una escritora reconocida y admirada, ¿pero era feliz tal y como le había asegurado a Mike hacía un momento? Aquella respuesta era demasiado complicada, confusa… y dolorosa. «¿Cómo habría sido mi vida si no me hubiera rebelado contra la decisión de ir al internado en Londres?», se preguntó de forma inevitable. «Si hubiera podido volver a casa cada poco para disfrutar del amor de mi padre, de mis adoradas praderas…, de Mike». «Basta», se regañó cuando sus pensamientos tomaron aquellos derroteros. Mike había puesto ante sus ojos una realidad alternativa que no debía plantearse; hacerlo no cambiaría el pasado. «Pero quizá sí te ayude a reconsiderar el futuro…», le dijo su conciencia, arrancándole un suspiro de angustia cuando aquello trajo consigo una temida pregunta. «¿No sería maravilloso poder vivir de nuevo en Little Meadows? Al fin y al cabo, puedo escribir desde cualquier punto del planeta…». Aquello la impulsó a ponerse en pie para centrarse en cualquier otra cosa que la obligara a aparcar aquellos pensamientos. Volver a Little Meadows no era una opción. No podría ver a Mike a diario y salir cuerda de la experiencia. Capítulo 14 Cuando Kirsty consultó el reloj a la mañana siguiente, se giró hacia el otro lado de la cama y se tapó la cabeza con la sábana. La noche no había sido la mejor de su vida, entre tantas cavilaciones, pero incluso cuando había logrado dormirse, el dueño de unos ojos grises y burlones se había empeñado en colarse en sus sueños, provocando que su subconsciente se rebelara y se obcecara en echarlo allí, despertándola cada vez que la cosa se ponía… interesante. «Hoy no me levanto», protestó para sí bajo la sábana. Media hora después tenía tanta hambre que tuvo que rendirse y salir de la cama. Aun así, se tomó su tiempo para vestirse, con la esperanza de que Mike ya no estuviera en el salón cuando ella bajara. Todavía se sentía muy incómoda tras la discusión de la noche anterior y no le apetecía enfrentarse a él tan temprano. Además, ella prácticamente le había gritado que no quería su compañía para nada, así que podía olvidarse incluso de salir a cabalgar aquel día. —Parece que se nos acabó el descanso, Darcy —dijo en alto. Tras el último lanzamiento, se había prometido darse un respiro y descansar antes de ponerse a escribir la última parte de la saga Riley, pero si no se centraba en algo más que en ver pasar el tiempo, pronto estaría desquiciada y subiéndose por las paredes. Abrió la puerta de su habitación con cuidado y se asomó al pasillo, como si tuviera toda la intención de cometer algún delito. Aquel pensamiento le arrancó una inevitable sonrisa y un suspiro de resignación. «Lo único que me faltaba era tener que andar a hurtadillas por toda la casa», pensó. Salió de la alcoba y se detuvo de nuevo al ser consciente de que estaba caminando casi de puntillas. «¿Se puede ser más absurda? No voy a topármelo antes por…». Mike salió de la alcoba de su padre y casi tropezó contra él, provocando que su corazón diera un vuelco. —Bueno días —le dijo él, mirándola casi de soslayo. A Kirsty casi no le dio tiempo ni a devolverle el saludo cuando él ya estaba en mitad de la escalera. Pocos segundos después había desaparecido de su vista. «Qué escueto», pensó, malhumorada. «Ayer le dijiste que no querías pasar con él ni un segundo más de lo necesario». «¡No vamos a empezar a discutir ya, Pepito Grillo! ¡Al menos déjame desayunar primero!». Volvió a topárselo al entrar en el salón. Está vez él iba de salida y se limitó a echarse a un lado para dejarlo pasar. En aquella ocasión ninguno de los dos dijo una sola palabra. Kirsty buscó su mejor sonrisa y le dio los buenos días a Nadine y a su padre, que todavía estaban en el salón. Nadine aprovechó su llegada para subir a por el medidor de tensión arterial y desapareció. —Hoy se te han pegado las sábanas —le dijo su padre con una sonrisa—. ¿Te ha despertado Mike? La mirada confusa de la chica lo dijo todo. —Ha subido a por mis gafas a mi cuarto y le he pedido que te echara un vistazo. «¿Querías que llamara a mi puerta como si tal cosa?». —Pues… ya me había levantado… —titubeó, desconcertada. A aquellas alturas una conversación seria con su padre parecía inevitable. Se sirvió un café y le dio un par de bocados a un croissant antes de hablar. —Papá, necesito que entiendas que mi relación con Mike es… delicada. —Sí, lo sé, no es nuevo. —Entonces no puedes mandarlo a mi cuarto a despertarme —protestó—. Esas situaciones pueden resultar incómodas para ambos. —Pero ¿y si te hubiera pasado algo? —¿Qué me va a pasar en mi habitación, papá? —No lo sé —insistió—, pero tú seguridad está por encima de vuestras rencillas. Kirsty tuvo que respirar hondo varias veces antes de seguir hablando. —Anoche le pedí a Mike algo de distancia —le contó, consciente de que ni por asomo había sido tan diplomática—. Es mejor para los dos que nos mantengamos lo más lejos posible. —Pero eso no puede ser —se quejó Thomas—. Mike debe protegerte, yo no tengo fuerzas aún. —Nadie va a intentar hacerme daño aquí, papá —le aseguró. —Eso no lo sabes. —La gente que lo intentó ni siquiera sabe dónde estoy. —Tampoco puedes estar segura de eso —insistió el hombre, obcecado—. Debes estar cerca de Mike, te guste o no. Kirsty suspiró y le dio otro bocado a su bollo, ya sin ningún apetito. —Además, ¿cómo piensas salir a cabalgar? —insistió Thomas—. ¿Sola de nuevo? —No saldré, al menos de momento. Thomas la miró perplejo. —¿Vas a renunciar a cabalgar por no pasar un rato con Mike? Kirsty asintió con un repentino nudo en la garganta, que tuvo que admitir que no era solo por no poder salir a montar… De alguna forma, con aquella pregunta su padre la había obligado a tomar conciencia de que ya no habría más ratos a solas con Mike… —Pero hija, ¿tan mal están las cosas? «Sí, lo están, y es culpa mía. Si tan solo pensara un poco más las cosas antes de decirlas…». Aquel pensamiento la obligó a guardar silencio. No podría pronunciar una sola palabra en aquel momento sin venirse abajo. Por fortuna, Nadine regresó al salón para sacarla del apuro, o eso creyó en un principio. —¿Qué tal, Kirsty? —le preguntó la mujer con una sonrisa—. ¿Ya quedaste con Mike para salir a montar? Cualquier día de estos me apunto a la escapada. La chica se vio obligada a salir del salón, incapaz de contener las lágrimas. —¿Qué he dicho? —se preocupó la enfermera mirando a Thomas. —Esto no va bien —susurró el hombre, poniéndose en pie de forma repentina. —¿Dónde vas? Tengo que tomarte la tensión. —Dame unos minutos.

Mike levantó la vista del tedioso informe que estaba consultando y soltó el bolígrafo sobre la mesa con cierta irritación. Intentar concentrarse en el trabajo aquella mañana estaba resultando misión imposible. Además, la cabeza aún le seguía doliendo como un demonio, a pesar de llevar dos analgésicos ya. La puerta del despacho se abrió sin previo aviso y Thomas se coló dentro con lo que parecía una firme determinación. —¿Pasa algo? —se sorprendió Mike, mirándolo con cierta sorpresa. —Mi hija acaba de informarme de que habéis llegado a no sé qué acuerdo para manteneros a distancia —le dijo con un gesto irritado que Mike no solía ver dirigido a él muy a menudo. El chico dejó escapar un suspiro de hastío y tuvo que admitir. —Ella lo ha decidido así, sí. —¿Y qué piensas hacer? —Creo que no te entiendo. —Frunció el ceño. —¿Vas a cumplir sus exigencias? —¿Y qué otra cosa puedo hacer? —¡Imponerte, Mike, igual que has hecho siempre! —Sí, porque me ha ido de lujo con esa actitud —susurró casi para sí. —Pues no es momento para cambiarla —opinó—. Te recuerdo que ella no está aquí de retiro espiritual. Hay alguien ahí fuera que quiere… ¡vete a saber qué cosa de ella! Mike dejó escapar un suspiro —Tom, los dos sabemos que es poco probable que nadie la haya seguido hasta aquí. —Poco probable no significa imposible. —No, pero… —¡Pero nada! ¡Tienes que pegarte a ella como una lapa, eso es lo que tienes que hacer! —No puedo imponerle una compañía que no desea —dijo con una expresión de pesar—. Buscaré a alguien que se centre en protegerla. —¡No voy a confiarle la seguridad de mi hija a nadie más que a ti! —insistió, con una terquedad que Mike ya no sabía cómo enfrentar. —Cálmate, por favor, tu corazón… —Mi corazón está perfectamente —interrumpió—, no es de porcelana. Mike lo observó con una expresión de asombro. Thomas Danvers siempre había sido un hombre decidido y enérgico, pero desde que había comenzado con sus problemas cardíacos, apenas parecía tener fuerzas para nada…, hasta aquel momento al parecer; pero había escogido recuperarse para luchar por algo para lo que no había remedio —Kirsty ya no es una niña, Tom, y hace mucho que toma sus propias decisiones. —Las cuales no siempre son brillantes ni buenas para ella. —Puede ser, pero no podemos hacer otra cosa más que respetarlas. —¿Aunque eso le cueste la vida? Mike dejó escapar un suspiro de exasperación. —¿Y qué sugieres? ¿Me esposo a ella por la muñeca? Thomas pareció plantearse aquella opción. —Te prometo que hablaré con ella —terminó diciéndole Mike, un tanto perplejo con su actitud. Con aquella promesa en el aire, Thomas salió del despacho. Mike se dejó caer hacia atrás en la silla, exhalando aire con fuerza. Había pasado toda la noche en vela, haciéndose a la idea de que debía respetar los deseos de Kirsty y alejarse de ella… ¿Y cuánto le había durado el firme propósito? La promesa que se había visto obligado a hacerle a Thomas lo devolvía al punto de partida. «Y maldita la gracia que me hace», se dijo… tan solo un segundo antes de sonreír. Capítulo 15 Kirsty pasó la mañana sentada en la terraza trabajando con su portátil. Tenía montones de notas que clasificar y organizar antes de poder comenzar a trabajar de lleno en lo que sería su próxima novela. En breve vendrían la documentación, la escaleta y un sinfín de preparativos más, pero no se quejaba, cualquiera de aquellas labores le encantaban, y la ayudarían a mantener su mente ocupada para que las horas no pasaran tan lentas. Cuando se quiso dar cuenta, era la hora de comer. Sin remedio, su corazón comenzó a dar muestras de lo que aquello significaba y empezó a acelerar su ritmo hasta convertirlo casi en taquicardia. «Esto es absurdo», se regañó mientras entraba en la casa. Tendría que habituarse a ver a Mike en cada comida, aunque no cruzaran una palabra. Lo que no esperaba era topárselo en el recibidor cuando él también iba dirección al salón, suponía que procedente del despacho. Sin decirle una sola palabra, el chico señaló hacia el salón para indicarle que pasara ella primero, y Kirsty se limitó a devolverle un educado gesto de agradecimiento. «Como que él tampoco tiene pensado hablarme demasiado», se dijo Kirsty, un tanto apenada. Cuando entraron en el salón, su padre y Nadine aún no habían llegado; lo cual Kirsty maldijo para sí una decena de veces. La tensión con Mike se podía palpar en el ambiente y empezaba a enervarla cada vez más. Decidió sentarse en el sofá en vez de a la mesa frente a él, donde no habría distracción posible, pero Mike debió pensar lo mismo y tomó asiento en el sillón frente al sofá, lo cual casi los dejó en la misma posición, uno frente al otro. Por fortuna, Doris entró en el salón y le tendió un sobre que acababa de llegar a su nombre, y que le permitió evadirse un poco del cargado ambiente. —Acaba de traerlo un mensajero —le dijo la mujer—. Se lo han dejado al vigilante del portón delantero. Kirsty miró a Mike y preguntó en un tono serio. —¿Tenemos un vigilante fuera? —Ahora sí —fue la escueta respuesta. La chica asintió, impresionada, y se entretuvo en mirar el sobre, buscando la procedencia, pero se sorprendió al ver que solo tenía escrito su nombre y la dirección de la mansión. Con curiosidad, rasgó la solapa y miró en su interior, comprobando que dentro solo había una simple hoja de papel; pero cuando la extrajo y puso sus ojos sobre el contenido, se quedó perpleja. Estudió la imagen que tenía ante sí con un asombro absoluto, que pronto se convirtió en inquietud. «Esto… no puede ser», se dijo, sin dejar de mirar la foto. —¿Qué te pasa? —le preguntó Mike cuando comprobó su repentina palidez. Kirsty, incapaz de pronunciar palabra aún, le tendió el folio con la foto impresa a todo color. Mike la estudió con detenimiento. —Es igual que tu colgante —le dijo con curiosidad—. Tu colibrí de plata. —Igual no —le aseguró con un hilo de voz—, es el mío. —¿Qué? La chica se puso en pie y caminó hasta Mike para señalarle el enganche del colgante. —¿Ves esa parte con la forma del símbolo del infinito? —le indicó con un dedo—. Hace unos años se me partió el broche original y desmonté otro de mis colgantes para arreglarlo —le contó sin poder disimular cierto nerviosismo—. Te garantizo que es mi colgante. —¿Y lo has perdido? —interrogó, un tanto confuso. Kirsty tragó saliva, lo miró con aprensión y tuvo que admitir: —Me lo quitaron los hombres que intentaron secuestrarme. Ahora sí saltaron las alarmas en el tono de voz del chico. —¿Este colgante lo tienen ellos ahora? —Me lo arrancaron del cuello —asintió, recordando aquel momento con ansiedad, llevándose la mano al cuello vacío. Su padre escogió aquel preciso instante para entrar en el salón y se excusó por la demora, pero no tardó en darse cuenta de que algo no estaba bien. —¿Qué os pasa? Kirsty y Mike intercambiaron una mirada preocupada. —No es nada, papá. —Sonrió Kirsty, pero aún estaba demasiado pálida como para que su padre creyera una palabra. —¿Ya estabais discutiendo de nuevo? —dijo, posando una mirada crítica sobre ambos—. Esto tiene que acabar o voy a terminar enfadándome mucho con los dos. —Ahora no discutíamos —le aseguró Kirsty. Ojalá fuera aquel el problema. —¿Entonces qué? —los miró a ambos. —Nada, todo está bien —insistió la chica sentándose encima el sobre, al ver cómo Mike seguía manteniendo oculta la foto. —Dejad de tratarme como a un imbécil, ¿queréis? —protestó el hombre—. Exijo saber por qué os estáis comportando como si hubierais visto un fantasma. Kirsty agachó la cabeza, incapaz de seguir mintiendo, al mismo tiempo que Mike le tendía la hoja de papel. Thomas examinó la foto con el ceño fruncido. —Es tu colgante —dijo, mirándole el cuello—. No lo llevas puesto, ¿por qué está en esta foto? —Bueno, no quiero que te preocupes, pero… —¡Mal asunto! –interrumpió Thomas cogiendo asiento junto a Kirsty—. Las frases que empiezan así suelen querer decir todo lo contrario. Kirsty intercambió una significativa mirada con Nadine, para hacerla entender que iban a soltarle una noticia peliaguda. —Las personas que intentaron secuestrarme me robaron el colgante —confesó de un tirón. Al hombre le costó solo unos cuantos segundos atar cabos. Se revolvió inquieto en el sofá y miró a Mike con cierta aprensión. —¿La han mandado ellos? —Señaló la foto. Mike asintió—. ¿Qué crees que significa? —Es un aviso. —¿Un aviso? —A Kirsty casi no le salía la voz del cuerpo—. ¿De qué? Mike posó una mirada preocupada sobre ella. —Intentan decirte que saben dónde estás. —Pero… ¿para qué?, ¿por qué? —preguntó de nuevo, ya incapaz de disimular su inquietud. —Eso no podemos saberlo —admitió Mike. —Es posible que solo quieran asustarla —opinó Thomas —Pero ¿con qué objetivo? —preguntó el chico, casi para sí —Hay locos por todas partes, Mike, quizá no responde a un motivo. —Pero si lo que pretenden es secuestrarla, ¿por qué avisarnos? —insistió Mike—. No tiene sentido. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Kirsty y se abrazó con fuerza al cojín que tenía junto a ella. —Tú no te inquietes, cariño —le dijo su padre, tomándola ahora de la mano—. Aquí estás a salvo. Yo te protegeré con mi vida si hace falta, y Mike tampoco se separará de ti ni un momento —Miró al chico—, ¿verdad? Por el tono estaba claro que aquello no era una pregunta, sino una orden clara y concisa, que tanto Mike como Kirsty entendieron a la perfección. Cruzaron una significativa mirada entre ellos, dejándose claro que aquello no era plato de gusto para ninguno de los dos, pero que ambos estaban dispuestos a acatar el mandato. —Por supuesto, Thomas —terminó admitiendo Mike, y añadió en un tono mordaz—: Seré como su sombra a partir de ahora. Thomas miró a Kirsty, esperando que ella confirmara que no pondría problemas a aquello. ¿Y cómo ponerlos? Ahora sí empezaba a estar un poco preocupada por su seguridad. «Y se me ocurren cosas peores que tener a Mike pegado como una lapa», pensó casi sin pretenderlo, imaginándoselo tan pegadito… «Oh, madre mía, incluso amenazada mi mente va por libre y por el lado que no debe…», pero nadie tenía por qué saberlo. En aquel momento tenía sobrados motivos para estar inquieta y roja como un tomate. —De acuerdo, si no hay más remedio… —No lo hay —interrumpió su padre con contundencia. —Suspenderé lo de Wang —dijo Mike tras unos segundos de silencio—. Estaba esperando su confirmación de un momento a otro, en cuanto aterrice en Londres, pero le pondré una excusa. —¿Lo ves necesario? —preguntó Thomas—. ¿Seguro que no podemos organizarnos? —Esta casa es muy grande, Tom, y al menos nos juntaremos doce personas, más la gente de catering —le dijo convencido—. Demasiado terreno que cubrir para estar tranquilos. Y por mucho que quisiera, no puedo tener a Kirsty sentada en mi regazo todo el día. Kirsty disfrutó de aquella imagen más tiempo del conveniente, hasta que finalmente tuvo que carraspear para poder hablar. —Tampoco nos pasemos —dijo con firmeza—. El que hayan querido asustarme no puede condicionar toda nuestra vida. —Miró a Mike con más simpatía de la habitual—. Has peleado dos años por ese contrato, y no voy a permitir que lo tires todo por la borda ahora que estás casi a punto de conseguirlo. La mirada de sorpresa del chico no le pasó desapercibida, y le entristeció el mal concepto que parecía tener sobre ella. —Te agradezco que estés dispuesto a sacrificarlo todo por mí —le aclaró para hacerle entender sus motivos—, pero no creo que sea necesario, y tampoco me sentiría bien si te permitiera hacerlo. —Pues yo no me sentiría bien exponiéndote tanto —insistió Mike. —Creo que puedo tener una solución para eso —interrumpió Thomas con una sonrisa—. ¿Y si centramos todo ese asunto en tu casa? Es mucho más fácil de vigilar y controlar. Y si el tiempo lo permite, podemos cenar al pie de la piscina. Mike guardó silencio, sopesando aquella posibilidad. —Habría que adecuar un poco la casa —terminó diciendo—. Ni siquiera sé si tengo sillas para la mitad de la gente. —Eso se arregla —insistió Thomas. —Muchas cosas habría que arreglar, Tom, sabes que no he puesto mucho interés en la casa y… —Estoy seguro de que entre los dos podéis encargaros de tenerlo todo a punto en un par de días. —Miró ahora a Kirsty—. A ti siempre te gustó organizar eventos sociales. —Sí, papá, pero… —Mientras lo organizáis, estaréis juntos todo el tiempo, así Mike podrá protegerte y yo estaré tranquilo. —Ensanchó su sonrisa tras soltar lo que a sus ojos parecía perfecto. «¿Estar varios días seguidos con Mike? ¿A todas horas? ¿Cómo voy a soportarlo?», pensó, horrorizada con la idea de pasarse los minutos luchando contra la imperiosa necesidad de… «¡Inviable, totalmente inviable!». —Papá, entiendo que eso pueda parecer genial para ti —empezó diciendo con cautela—, pero no sé si que Mike y yo trabajemos juntos… es buena idea. —Es la idea más descabellada que he escuchado nunca —dijo ahora Mike, con el ceño fruncido—. ¡Terminaríamos matándonos! —No si ponéis de vuestra parte —insistió Thomas, emperrado en la idea—. Centraos solo en el trabajo y no os quedará tiempo para discutir. —Tú hija encontrará tiempo, te lo aseguro… —¡Eh, cavernícola! —protestó Kirsty al instante—. ¡No todas nuestras discusiones son culpa mía! —¿Lo ves? —La señaló Mike mirando a Thomas—. ¡Tiene un puñetero diccionario de insultos! —Pero… —¡Basta ya, por favor! —pidió Thomas, izando un poco la voz—. Entonces, ¿qué sugerís? Porque acabamos de dejar claro que debéis estar juntos por seguridad. ¿Preferís estar ociosos? Vale, por mí perfecto, hablaré con Melanie y que se encargue ella de organizarlo todo. «¡¿Melanie Simmons?!», casi estuvo a punto de gritar Kirsty, horrorizada. —¡Me niego a pasar un solo segundo con morritos Jagger! —exclamó al instante. La risa de Nadine inundó la estancia y terminó por arrancarle una sonrisa a su padre también, aunque no tardó en ponerse serio de nuevo. —No se puede tener todo, hija. —Con que esté lejos de mí, es suficiente. «Y de Mike», agregó su cerebro por ella. —Eso va a ser difícil —le recordó su padre—. Mike tiene que estar en su casa sí o sí, y tú tienes que estar con él por seguridad… ¿me sigues? —Te sigo, papá, pero te juro que mataré a esa arpía si tengo que soportarla mucho tiempo. —Bien, hazte cargo del trabajo entonces —volvió a ofrecerle. Kirsty miró a su padre con el ceño fruncido. El hombre conocía de sobra su aversión hacia Melanie, y, por ende, su reacción al comentario. Había jugado bien sus cartas el muy zorro. —Eres un tramposo —protestó, mirándolo ahora con un gesto malicioso. Su padre dejó escapar una sonora carcajada. Kirsty miró a Mike, que observaba la escena sin intervenir—. ¿Y tú no dices nada? Mike suspiró y se encogió de hombros. —¿Cambiaría algo lo que tenga que decir? —le preguntó en un tono de resignación—. Estamos condenados a entendernos, nos guste o no. «Pues qué bien, se le ve emocionado. Seguro que hay reos caminando hacia el patíbulo con más ganas», pensó Kirsty intentando convencerse de que le daba igual…, pero no era cierto, y la repentina pena que le formó un nudo en el pecho se lo gritaba alto y claro. —Vale, firmemos algún tipo de tregua —le ofreció Kirsty, poniéndose en pie y caminando hasta él, intentando que no notara su verdadero estado de ánimo. —Yo no te mataré si tú no lo intentas antes —dijo Mike, irónico—. ¿Te refieres a ese tipo de tregua? —Si, por ejemplo —admitió Kirsty, deteniéndose a un escaso metro de él—. Aunque quizá también podamos incluir un alto el fuego verbal… —¿Te estás quedando sin insultos? —se burló. —Intento comportarme como una adulta, ¿podrías hacer lo mismo? —Sonrió mordaz—. Sí, ya sé que debe de ser difícil para ti… Mike le devolvió una sonrisa divertida. —Será genial que seas tú la adulta en esta ocasión, Kirsty. —La miró a los ojos—. Eso me evitará… complicarme la vida con los escarmientos. La chica se quedó perpleja ante el comentario y lo miró ahora con una tensa sonrisa, tiesa como un palo. Tuvo que asegurarse de que le daba la espalda por completo a su padre, puesto que sabía que sus mejillas habrían tornado a carmesí. El problema era que esconderse de su padre significaba no poder dejar de mirar a Mike, que parecía muy divertido con su azoramiento. «¡Será sin vergüenza!». —Los escarmientos quedan fuera de toda cuestión —casi grazno, irritada ante su descaro. —Una pena…, parecía que les habías cogido gusto. Aquella frase desató los infiernos dentro de Kirsty, que ahora parecía echar fuego por los ojos. La sonrisa que a aquel maldito no se quitaba del rostro no contribuía a calmarla, y, para su bochorno, le provocaba otro tipo de calores que nada tenían que ver con su enfado. ¿Y cómo se atrevía a insinuar delante de su padre que a ella le gustaban sus escarmientos? ¡El muy cabrito sabía que no podía defenderse sin ponerse en evidencia! —Tu optimismo es admirable, Mike —le dijo, esperando sonar convincente—, yo creo que te hace ver visiones. —¿Tú crees? —Estoy segura. Se sostuvieron la mirada durante lo que a Kirsty le pareció una eternidad. —Y entonces, ¿firmamos esa tregua? Yo me comportaré si tú también lo haces —insistió la chica. Y haciendo gala de una excelente serenidad añadió—: Sin escarmientos, eso no es negociable. Le tendió la mano y esperó a que Mike se decidiera a aceptar los términos del acuerdo. —Hecho, pero sin escarmientos… será siempre y cuando no te los ganes a pulso —dijo, levantando su mano para estrechar la de la chica, pero ella apartó la suya al instante, y Mike soltó una risa divertida que solo contribuyó a hacerla irritar más. —Eres imposible —se quejó, incómoda. —Soy práctico, y jamás firmo un acuerdo que no pueda cumplir. —No voy a ceder. —No firmaremos. Un sonido de frustración escapó de labios de Kirsty, que lo mató con la mirada. —¿Qué te da tanto miedo, pelirroja? —insistió Mike ahora, retándola con la mirada—. Si cumples tu parte del acuerdo y te comportas, no habrá problema. —Para eso tienes que asegurarme que tú cumplirás la tuya. —¿Lo dices por tu susceptibilidad a mis modales? —Sonrió. —Es una forma de decirlo. —Me comportaré —le aseguró— hasta que dejes de hacerlo tú. En cuyo caso… ambos sabemos cómo terminaremos. El rojo volvió a teñir las mejillas femeninas. La chica miró horrorizada la mano que Mike le tendía ahora, consciente de que si sellaba aquello con un apretón, probablemente… estaría en brazos de Mike antes de que acabara el día. La parte cuerda de su cerebro miró horrorizada el momento en el que tendió la mano y la estrechó con la de él. Un calor inmenso invadió su cuerpo solo con aquel pequeño roce, y, para su desgracia, se estremeció sin remedio cuando Mike aprovechó el contacto para acariciarle con suavidad el dorso de la mano con el pulgar. Kirsty retiró la mano al instante ante aquel estremecimiento y se ganó una carcajada divertida como respuesta. —¡Eres un…! Mike, sin disimular su diversión, arqueó las cejas esperando el primer insulto. —¿Soy…? —la animó. Kirsty tragó saliva, respiró hondo varias veces y agregó con una sonrisa sarcástica: —Encantador, Mike…, realmente encantador. —Gracias, tú tampoco estás mal. El teléfono de Mike interrumpió la interesante conversación. Era el hijo de Wang, suponían que ya desde Londres, de modo que se apartó a un lado para contestar. Kirsty se excusó para ir al baño, esperando poder recuperar el control de sus emociones. Nadine, sin disimular su curiosidad, le habló a Thomas por lo bajo, casi en susurros. —¿De qué iba toda esa conversación? —No tengo ni idea —admitió el hombre con una enorme sonrisa—, pero ¿no ha sido genial? Nadine rio también. —No sé cómo va a terminar eso —admitió la enfermera—. ¿Estás seguro de que obligarlos a pasar las horas juntos no es un error? Esa tregua no garantiza que no terminen matándose entre ellos… —Creo que me arriesgaré. —Sonrió y dejó escapar un suspiro de anhelo—. Nadine…, ¿tienes idea del tiempo que hacía que no escuchaba a ese muchacho soltar una carcajada sincera? —Por tu gesto, supongo que mucho. —Años —admitió, y volvió a suspirar—. Seis para ser exactos… Capítulo 16 Jian Wang estuvo más que dispuesto a viajar con su familia hasta Little Meadows para cerrar el negocio, pero debía ser tan solo par de días después, puesto que tenían previsto volar a Centroeuropa. Aquello obligaba a Kirsty y a Mike a empezar con los preparativos aquella misma tarde. —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntó Mike antes de salir de la casa. —Ah, pero ¿tenemos otra opción? —le dijo con una fingida tranquilidad. —No, supongo que no. —Pues no le demos más vueltas —dijo seria—. Intentemos llevarnos lo mejor posible, por el bien de ambos. —Estoy dispuesto a poner de mi parte también. Kirsty asintió. —¿Cómo vamos hasta tu casa? —Cabalgando, si te parece bien —propuso Mike. —Me parece estupendo —aceptó, sin poder evitar formar ahora una sonrisa. Fueron juntos al establo y cada uno se encargó de ensillar a su caballo, en un perfecto ritual, tal y como había hecho durante años. Diez minutos más tarde salieron a galope por la pradera hasta llegar al árbol viejo de la colina, donde se detuvieron sin haberlo planeado. En el pasado siempre se paraban a descansar justo en aquel punto, incluso a veces se sentaban bajo el frondoso árbol a disfrutar de las vistas de la finca, pero en aquella ocasión ninguno de los dos bajó del caballo. Kirsty miró hacia la casa construida en el valle. Se maravilló de nuevo por su belleza y su parecido con la que ella dibujó un día, la casa de sus sueños. —¿Qué te parece? —terminó preguntándole Mike, tras unos segundos observándola. —No está mal —fue la escueta respuesta, junto a una encogida de hombros que venía a decir que le daba exactamente igual su casa—. ¿Vamos? Mike espoleó a Thunder, y Kirsty salió tras él a buen ritmo, disfrutando hasta del último segundo de la carrera. Cuando se detuvieron frente a la casa, la chica se bajó del caballo y tuvo que contener un suspiro. De cerca parecía aún más maravillosa, y de pronto tuvo la extraña sensación de pertenecer en cuerpo y alma a aquel lugar. —¿Por qué tan seria? —le preguntó Mike, sobresaltándola—. Entiendo que no te apetezca estar aquí, pero… —No tiene nada que ver con eso —le aseguró, intentando digerir el nudo que tenía en el estómago—. Es que… Se detuvo, confusa. —¿Qué? —insistió Mike mirando a su alrededor igual que lo hacía ella. —¿Quién te diseñó la casa? —decidió preguntar finalmente. —Un arquitecto, ¿por qué?, ¿quieres echarle la bronca por algo? —No, yo…, era pura curiosidad —terminó diciendo, y miró hacia los lados—. ¿No tienes establo? —No, aún no he tenido tiempo de construirlo. —Yo lo levantaría justo allí, a unos quince metros de la casa —se le escapó, señalando hacia el lateral derecho. —Perfecto, ubicado entonces —admitió Mike en un tono de voz tranquilo. Kirsty frunció el ceño, incapaz de decidir si estaba o no hablando en serio, aunque lo parecía. Cuando fijó la vista sobre el lateral de la casa hacia el que Mike se dirigía, se sorprendió al encontrar unas barras de madera destinadas a atar a los caballos, y que, para su sorpresa, también formaban parte de su diseño original. —¿Cómo dices que se llamaba el arquitecto que diseñó la casa? —insistió en preguntarle mientras amarraba las riendas de Hope. —¿Qué demonios te pasa con la casa, Kirsty, vas a contármelo? —le preguntó Mike, frunciendo el ceño. Kirsty se planteó dejarlo correr, pero estaba tan impactada que las palabras casi brotaron solas de su boca sin pretenderlo. —Yo… hice un boceto muy parecido hace años. —¿Parecido a esta casa, dices? —Idéntico diría yo. —¿Te estás quedando conmigo? —le preguntó Mike, mirándola con curiosidad. —Te aseguro que no —No sería tan parecida —le dijo, encogiéndose de hombros—. Ha pasado mucho tiempo, es posible que hayas olvidado los detalles. —Buscaré el dibujo —le dijo, admirando la casa de nuevo—. Y verás que no exagero. —Es curioso, por ese no está mal que dijiste en la colina pensé que la casa no te gustaba nada —le recordó Mike, con una medio sonrisa divertida. Kirsty también sonrió, un tanto avergonzada. —A lo mejor me gusta un poco —admitió sin mirarlo—. ¿Entramos? «Me muero por verla por dentro», hubiera podido agregar, pero se mordió la lengua. Ya había hablado de más. Entraron en la casa por la puerta que accedía al salón. Kirsty tuvo que contener una exclamación al encontrarse en la estancia más increíble que había visto nunca. El salón, el comedor y la cocina confluían en un único espacio de techos altos, tal y como ella había soñado que sería su casa por dentro. —Creo recordar que te gustaban las cocinas americanas —le dijo Mike en un tono despreocupado, caminando hasta uno de los sofás para soltar el portátil que había llevado para trabajar. A Kirsty le costó decidirse a soltar palabra. Recordaba haberle hablado de aquello antes de dibujar el boceto que jamás le enseñó. —Sí —aceptó al fin—. Y reconozco que me encanta lo que veo, pero ¿por qué la tienes tan desangelada? Aquello sí le preocupó. Aquel era un espacio de ensueño, y, sin embargo, parecía estar exento de todo atisbo de calidez. Estaba llena de muebles de diseño de los que debían costar un ojo de la cara, pero ninguno aportaba ni un toque de humanidad. Excepto la preciosa chimenea, que era el alma del salón y no parecía encajar con el resto de cosas. —¿Tienes intención de vivir aquí algún día? —insistió Kirsty cuando fue consciente de que él no pensaba contestar. Mike le devolvió una expresión un tanto extraña. —Te lo pregunto en serio, Mike. Es… fría. —Miró a su alrededor de nuevo con el ceño fruncido—. Pero podrías convertir esta estancia en algo mágico, si quisieras. —Si no puedo tener mi magia particular, no quiero ninguna —le dijo en un tono extraño. —Pues quizá deberías buscar esa magia —le aconsejó con sinceridad. —No creo que la pudiera conseguir —casi susurró. —¿Por qué? —En algún momento del camino se me escapó de las manos —terminó diciéndole, tras una pausa tan larga que Kirsty estuvo convencida de que ya no pensaba decir nada. Pero lo hizo, y aquel comentario sonó tan desdichado que Kirsty lo miró asombrada y se sintió repentinamente preocupada por él. —Mike… —Te ofrecería algo de beber —la interrumpió—, pero me temo que tendremos que hacer compra primero. La chica cogió la indirecta y guardó silencio. —Ven, te enseño los exteriores. Kirsty fue tras él y ambos salieron al jardín por la puerta del fondo. Una enorme piscina ocupaba todo el lateral derecho del jardín. Aquello sí le arrancó una franca exclamación de asombro. —¿Esto sí pasa el examen? —le preguntó en un aparente tono bromista. —Oye, Mike, no he querido ofenderte antes —le aseguró. —Eso es nuevo. —Sonrió, mirándola con cierta mofa. La chica no contestó. Tenía una sensación extraña en la boca del estómago que le impedía bromear sobre aquel asunto, pero decidió dejarlo pasar. —Me gusta esta zona —admitió, girándose sobre sí misma para no perderse un detalle del precioso jardín. A mano izquierda había una pérgola maravillosa, cuya larga sombra hacía desear coger asiento a la mesa que había bajo ella. «Podría sentarme a escribir aquí durante… toda mi vida», reconoció, mirando ahora hacia la piscina de agua limpia y cristalina. —Para esta zona contraté a un paisajista con mejor gusto —le contó Mike con una sonrisa divertida—. Se nota, ¿no? La chica sonrió a medias y pasó por alto el comentario. —¿Estará muy fría? —preguntó acercándose a la piscina, tentada de quitarse las botas y meter los pies. —Como el hielo —le aseguró—. Apenas si ha empezado a salir el sol esta semana. —Una pena —suspiró. —Para eso está la climatizada. —¿Perdona? —Kirsty se giró a mirarlo, asombrada. —Ven. La tomó de la mano con toda naturalidad y echó a andar. Kirsty no protestó y se dejó guiar, dejándose invadir por una sensación de bienestar que le impedía dejar de sonreír como una idiota. Mike regresó al salón y esta vez tomó la puerta que había junto a la salida al jardín, por donde un pasillo llevaba al resto de estancias de la casa. Se quedó perpleja al encontrarse frente a una enorme cristalera, tras la que se veía una zona de spa. Cuando Mike la hizo pasar, miró a su alrededor con un asombro patente. —¡Mi madre! —exclamó, girando sobre sus talones. La piscina era bastante más pequeña que la exterior, pero lo suficiente grande como para poder nadar varias personas a la vez sin problema. Al fondo del todo se veía una cubeta algo más grande, que estaba claro que era un jacuzzi. —Con lo que llueve en Inglaterra, me pareció buena idea —explicó Mike. A Kirsty apenas le salía la voz del cuerpo. Aquello no estaba en su diseño…, pero solo porque jamás creyó posible materializarlo. Cuando más miraba a su alrededor, más detalles apreciaba en la estancia. En la pared que lindaba con la cristalera había una pequeña sala de relajación con un sofá, un sillón hidromasaje y una pequeña mesa, y al fondo, junto a la piscina, identificó lo que parecía ser una pequeña sauna. Además, la luz entraba a raudales en la estancia de una manera un tanto sorprendente. Miró al techo y comprobó que gran parte era cristalera, lo que daba la sensación de estar en el exterior, sin estarlo. Resultaba increíble. —¿Te gusta? —le preguntó Mike ante su mutismo. —No está mal —dijo con un simpático y divertido gesto. Mike sonrió la broma con sinceridad, y ella a punto estuvo de desmayarse. —Supongo que tendré que conformarme con eso —bromeó. —No perdamos el tiempo con halagos, Mike, ¿nos desnudamos ya? —dijo agachándose a tocar el agua, que estaba a una temperatura perfecta. Y de repente fue consciente de lo que acababa de decir y estuvo a punto de tirarse a la piscina solo para esconderse en lo más hondo. La réplica de Mike apenas si tardó un par de segundos en llegar. —Adelante, no tengo ningún inconveniente en que te desnudes —le dijo con una sonrisa divertida. El rubor en las mejillas de Kirsty no era disimulable, así que ni siquiera lo intentó. Sería mucho menos vergonzoso asumir su metedura de pata e intentar bromear sobre el asunto. —¿Empezarías a trabajar tú solo si decidiera hacerlo y darme un baño? —Puede ser…, aunque también puede ser que me sentara en aquel sofá un rato a disfrutar del espectáculo. —Posó una mirada tan intensa sobre ella que Kirsty tuvo que abandonar la conversación antes de proponerle que se desnudara también. —Hace calor aquí dentro para estar vestidos. —Se abanicó con la mano. «Joder, Kirsty, ese comentario tampoco ha sido el más acertado de tu vida», se regañó. Y añadió con premura: —¿Volvemos al salón? —Caminó hacia la salida. —De repente estás muy interesada en ponerte a trabajar —le dijo Mike abriendo la puerta y haciéndole un gesto para que saliera. —Tenemos muchas cosas que hacer, y es muy posible que nos toque discutir a muerte cada una de ella —suspiró con fingida resignación. —Llevamos al menos media hora sin discutir, Kirsty. —Sonrió, y la miró a los ojos antes de añadir—: Y reconozco que me gusta. «A mí me gustas tú», fue todo lo que Kirsty pudo razonar ante aquella sonrisa devastadora. «Vale, perfecto, busca un pañuelo y límpiate la baba», se reprochó, frunciendo el ceño, preocupada de repente por el hecho de llevarse demasiado bien con Mike. No podría esconder sus anhelos si lo hacía… —Te cambia el humor ante los comentarios más inocentes —escuchó que le decía él, mirándola ahora con cierta perplejidad—. Me desconciertas. —No te entiendo —mintió. —Olvídalo —agregó el chico dejando escapar un suspiro de hastío—. Empecemos a trabajar. Kirsty miró a su alrededor, intentando recuperar la compostura. Caminó hasta el sofá y sacó una libreta y un boli que había guardado en el maletín de Mike. —Iré apuntando todo lo que hay que hacer —le dijo—. Y llenar la nevera va encabezando la lista. —Luego hacemos un listado y que Doris se encargue. —Bien. Lo primero es decidir en qué parte de la casa vamos a organizar la cena. —Sacó el móvil y lo consultó con rapidez—. No se esperan lluvias. Yo voto por el encanto del jardín. —De noche aún hace frío junto al agua —le recordó Mike. —Oh, no lo había pensado… —Miró ahora a su alrededor, en silencio. —¿Qué tienen de malo mis muebles? —le preguntó Mike con cierta curiosidad. Por su expresión, Kirsty comprendió que no era algo que lo preocupara demasiado. —Nada, me gustan tus muebles, Mike… —admitió—, para verlos en una revista de decoración de interiores. El chico, lejos de ofenderse, sonrió. —¿Esas revistas no son para incitar a la compra? —Sí, pero después tienes que imprimirles tu propia personalidad —opinó—, y aquí no hay nada tuyo, Mike, ni siquiera una simple foto. Es un espacio frío y sin vida, y tú no eres así. Mike la observó ahora con un gesto de interés. —¿Y cómo soy? —le preguntó de improvisto—. Y sí, sé que me expongo a la crítica más brutal, pero admito que me pica la curiosidad. —No eres frío —dijo Kirsty al instante—, eso te lo aseguro, por mucho que a veces te esfuerces en parecerlo. —Pero tampoco soy ya aquel que idolatrabas. —Aquella frase sonó tensa, a pesar de cuánto pareció él esforzarse en decirlo con naturalidad. —Yo tampoco soy aquella niña. Un silencio incómodo se instaló entre ambos, obligándolos a retomar el trabajo para volver a zona segura. —Ven, salgamos a la piscina —sugirió Mike, que parecía tener algo en mente—. ¿Qué te parecería instalar unos calefactores bajo la carpa? —Señaló el espacio—. Creo que con cuatro sería suficiente para mantener la zona confortable y cómoda. —Para mí sería perfecto. —Sonrió. —Apúntalo, por favor. —¿Y cómo está la zona de luz en la noche? —se interesó la chica. —Según la ayudante del paisajista, es un sueño —le aseguró Mike—. Espero que no lo dijera solo para cobrarme la iluminación a precio de oro. —Tendré que esperar a que oscurezca para darte mi opinión. —Pff, espero que no sean solo luces de revista —dijo, fingiéndose horrorizado. La chica dejó escapar una carcajada. —No, en serio, eres una jueza muy dura. —Pues creo que me estoy comportando muy bien. —Sonrió divertida—. Me gusta todo de tu casa, Mike, excepto tu diseñador de interiores, lo cual ni siquiera es culpa tuya. ¿O fue diseñadora? «La curiosidad mató al gato, Kirsty», se regañó, pero una vez hecha la pregunta… —No tengo ni idea —admitió, encogiéndose de hombros—. Lo encargué todo por internet. Envié unas fotos con las medidas del salón y me mandaron los muebles. Kirsty lo miró con una expresión incrédula. —¿No escogiste ni los sofás? —Mike negó con la cabeza. Kirsty estaba perpleja—. No me lo puedo creer. —Paso catorce horas en la oficina —contó, como si fuera algo normal—. Cuando llego a casa, voy directo a la cama, y el día que viva aquí no será diferente. La chica lo miró con una expresión seria. Así que su padre no había exagerado nada cuando le dijo aquello mismo. —Pero… en algún momento tendrás que cambiar eso —se aventuró a decirle. —¿Por qué? Kirsty carraspeó incómoda. —Algún día tendrás que casarte, formar una familia… —Lo dices como si fuera obligatorio. —¿No quieres tener hijos? «¡Por Dios, Kirsty, cállate ya!, ¿para qué martirizarte con esta conversación?». La idea de que Mike tuviera mujer e hijos le resultaba del todo insoportable. A no ser que fuera con ella, claro… «Ahhggrr, ¿de dónde demonios ha salido ese pensamiento?», tuvo que disimular su azoramiento. —No lo sé —dijo Mike con un gesto indiferente. —¿Qué? —Kirsty había perdido el hilo de la conversación entre sus divagaciones. —Hace mucho que perdí la ilusión por tener una familia —dijo Mike, poniéndose repentinamente serio, pero sonrió un par de segundos más tarde y añadió en tono bromista—: Además, ¿no hay que tener una novia antes que los niños? «¡Ni se te ocurra meterte en ese jardín!», se prohibió Kirsty hacer ningún comentario al respecto, pero aquello fue como prohibirle a un niño comerse la piruleta. —Suele ir en ese orden, sí —admitió con la mayor naturalidad que pudo—, pero siempre las tuviste haciendo cola en tu puerta, me resulta difícil creer que eso haya cambiado. Mike la miró con un gesto de sorpresa. —Creo que tus recuerdos están un poco distorsionados. —No te estoy juzgando —se excusó Kirsty al instante—. Siempre tuviste éxito entre las mujeres y lo aprovechaste, por eso me resulta curioso que no hayas encontrado a ninguna con la que sentar la cabeza. Pero cambiemos de conversación y… —No, no, aguarda un momento porque estoy un poco confundido —la interrumpió ahora con un gesto serio—. ¿Acabas de insinuar que soy un mujeriego o me lo ha parecido? —De verdad, Mike, es mejor que… —De mejor nada —interrumpió de nuevo—. No puedes acusarme de mujeriego y cambiar de tercio como si nada. —Tampoco es un insulto. —No lo sería —insistió—, si fuera verdad. «¿Y no lo es?… ¡Ni se te ocurra preguntarle!». —¿Y no lo es? «Jodeeeer». —No, no lo es —le aseguró con un gesto molesto. Kirsty estaba perpleja por la animosidad con la que la miraba ahora. De verdad parecía estar muy irritado con sus acusaciones. ¿Sería porque era hombre de una sola mujer?… De repente, Melanie morritos Simmons acudió a su mente. —¿Esto es… por Melanie? Mike frunció el ceño y la miró aún con más irritación. —¿Melanie? ¡Pero ¿qué carajos tiene que ver ella en esta conversación?! —Hay algo entre vosotros, eso es evidente… —¿Evidente? —La miró con tal furia que Kirsty estuvo a punto de salir corriendo— ¡¿Evidente para quién?! «¡Evidente para la que os pillo echando un polvo en el establo!», pero aquello no podía decírselo, aunque aquel recuerdo ya no la abandonó y con él llegó la rabia. —Ella no deja de tontear contigo siempre que estáis juntos… —le recordó, ya con cierto retintín. —¿Y qué? —Que a ti no parece disgustarte —lo acusó. —Supongo que a veces es agradable sentirse admirado —aceptó mordaz—. Sobre todo cuando por otro lado no dejas de recibir insultos. —Ah, genial, ¡pues haber insistido en trabajar con ella! —exclamó irritada. —Quizá debí hacerlo. —Sí, seguro que habrías estado encantado. —El enfado era ya incontrolable, como su verborrea—. Y ella también estaría encantada de ponerte morritos y decir que sí a todo lo que quisieras. Quizá deberías pedirle que redecore un poco la casa también y la ponga a su gusto. Mike tuvo el descaro ahora de sonreír, y Kirsty estuvo en un tris de pegarle. —¡¿Qué te hace tanta gracia?! —bufó. Él se tomó su tiempo para contestar, sin borrar la sonrisa. —Así que ¿te molesta que Melanie me ponga morritos, Kirsty? —¡Buah! ¡Qué tontería! —casi graznó al instante—. ¡Por mí puedes hacer lo que te dé la gana! —No es la sensación que tengo. —¡Me dan lo mismo tus sensaciones! —insistió con los ojos encendidos de rabia—. Pero si yo fuera un tío, te garantizo que en lo último en lo que me fijaría sería en una rubia de bote, adicta a la laca de uñas, y que me habla como si le faltaran un par de hervores, pero tú sabrás dónde pones tus atenciones. Mike dejó escapar una carcajada divertida que a punto estuvo de costarle una tremenda bofetada. Kirsty logró controlarse a duras penas y se giró dispuesta a irse. —¿Dónde vas tan deprisa, pelirroja? —Le dijo Mike, reteniéndola por la muñeca. —¡Suéltame! —intentó zafarse—. ¡Y no me llames pelirroja! Como respuesta, Mike tiró de ella y la arrastró con fuerza hacia él, acogiéndola entre sus brazos. —¡Creo que ya te has divertido suficiente! —insistió Kirsty, furiosa, luchando por liberarse. —Aún no. —Sonrió, recortando la distancia un poco más. —Pues no va ser a mi costa —le aseguró con algo menos de seguridad en la voz, al sentir el ya tan reconocible calor quemándola por dentro—. Y no he dicho nada que merezca un escarmiento, solo la verdad. —No voy a darte un escarmiento —le aseguró Mike en un tono neutro. Kirsty se detuvo en seco y lo miró a los ojos, un tanto desconcertada. —¿No? —No —confirmó. —¡Vale…, genial! «No necesito sus escarmientos para nada», se dijo con más irritación de la cuenta. —Entonces…, ¿qué quieres? —le preguntó, muy inquieta por la mirada que se clavaba en sus ojos. —¿La verdad? —Sonrió y estudió su expresión con mucha atención al tiempo que decía—: Tenía toda la intención de besarte… Aquello dejó sin palabras a Kirsty, pero su cuerpo sí tuvo mucho que decir al respecto… De repente apenas si podía respirar, y el fuego que ya hacía rato que la quemaba por dentro ahora la consumió por completo. Y podía parecer una tontería, pero el simple hecho de que él admitiera que iba a besarla convertía aquello en algo muy diferente a un escarmiento… «Pero espera, ¿ha dicho tenía la intención? ¿Eso significa que ha cambiado de opinión?», tragó saliva, inquieta. Estaba claro que no podía hacerle aquella pregunta… —¿Vas a torturarme mucho más? —terminó preguntándole, harta de sentirse tan turbada. —¿Y qué te tortura, pelirroja, la amenaza de que vaya a besarte… o que no lo haya hecho aún? —le preguntó, desviando ahora la mirada hacia sus labios para regresar después a sus ojos. —La incertidumbre —admitió. Estaba ya tan cerca que casi podía sentir su aliento sobre el rostro, —Entonces tendré que solucionarlo… —susurró Mike sin dejar de mirarse en sus ojos. Inclinó la cabeza y recortó la distancia hasta su boca con una deliberada lentitud, que se convirtió en lo que ambos estarían de acuerdo en calificar como agonía cuando escucharon a Thomas Danvers llamarlos desde dentro de la casa. —¡Oh, joder, debí ser más rápido! —se quejó Mike en un tono de fastidio que a Kirsty no pudo evitar hacerle gracia, aunque sentía su piel arder. El chico entró en la casa para encontrarse con Thomas y Nadine, y para cuando salieron al jardín, Kirsty estaba recuperada de ese casi beso. —¿Qué hacéis aquí? —les sonrió—. No os esperábamos. —Vi una oportunidad de oro para escaparme un rato de casa —le dijo su padre—. Hace mucho que solo salgo para ir al médico. —Y hemos traído algo de merienda —les contó Nadine—. Doris nos dijo que no habíais cogido nada. —No caímos, la verdad. —Pues hemos saqueado la despensa. —Sonrió Thomas—. Y me alegra ver que aún no os habéis matado. —En realidad, estábamos confraternizando… —dijo Mike, posando sobre Kirsty una expresión divertida. La chica lo mató con la mirada, y a Mike se le escapó una carcajada que no contribuyó mucho a calmarla. —Me alegra veros así. —Sonrió Thomas, muy contento. —Podríamos estar mejor —Volvió a decir Mike, y miró a Kirsty de nuevo—, mucho mejor en realidad… «Voy a matarlo». —Voy a por la merienda —dijo Kirsty, esforzándose por sonreír—. Y tú vas a ayudarme. Tiró de la camisa de Mike, arrastrándolo hacia el interior de la casa. El chico no opuso resistencia. —Tenemos que esperar a que tu padre se vaya para esto, pelirroja… Kirsty lo soltó y se giró a mirarlo. —¿A qué coño estás jugando, Mike? —lo enfrentó, molesta—. ¿Te estás divirtiendo? —¿Pongo en riesgo mi vida si te digo que sí? —le preguntó con una sonrisa pícara a la que Kirsty apenas podía resistirse. —¡Deja de sonreír! —exclamó irritada—. Es imposible que no hayas notado cuánto me violentan tus insinuaciones, pero a ti te da igual, ¿verdad? —No, al contrario, disfruto muchísimo de tu tendencia a ruborizarte. Kirsty dejó escapar un bufido de impotencia y camino hasta la cocina para buscar la merienda. Mike la siguió y la observó mientras ella abría todos los armarios hasta localizar algo de vajilla donde poner la comida. —¿Tres platos? —dijo Kirsty con el ceño fruncido, mirando el mueble casi vacío—. Creo que nos estamos despistando, Mike. O empezamos a trabajar en serio o Wang tendrá que comer con las manos directamente de una perola. —Abrió varios cajones, pero no encontró un solo cubierto en ninguna parte—. No lo entiendo. ¿Quién termina una casa y no la equipa con lo mínimo? —Yo, parece ser —dijo Mike sin ningún tipo de vergüenza—. Cuando la acabé no tuve tiempo, y luego operaron a Thomas y ya no tuve ganas. Kirsty guardó silencio y lo miró con cierto pesar, pero no se dejó invadir por la sensación de malestar por no haber estado ahí. —Pues hay que solucionarlo —optó por decir—. Y no poder salir a comprar, Mike, no ayuda. —Haz una lista con lo básico —pidió—, te garantizó que lo tendrás todo aquí por la mañana. —Pues vamos a tomarnos algo con mi padre y Nadine, y después intentemos avanzar un poco. —Echó a andar, pero se volvió a decirle de forma crítica—: Sin distracciones, Mike, o no llegamos. —Aguafiestas… —lo escuchó murmurar a su espalda cuando volvió a ponerse en movimiento. Kirsty no puedo evitar sonreír, pero cambió el gesto, preocupada, al ser consciente de que se estaba dejando arrastrar por la nostalgia. Aquel era el Mike del que se había enamorado. El tipo encantador y divertido, con una sonrisa de infarto, que conseguía que ella casi suspirara su nombre. No podía lidiar con aquel Mike y esperar salir airosa. Necesitaba que regresara el tipo autoritario y odioso en que se había convertido después, si quería tener alguna posibilidad para no caer rendida a sus pies. «Kirsty, solo recuerda los seis años de exilio…», se dijo, desesperada, buscando la forma de recuperar su odio, pero, por alguna extraña razón, aquello ya no producía el mismo efecto en ella y eso la desconcertó. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para comportarse con normalidad de nuevo. —¿Qué te ha parecido la casa, Kirsty? —le preguntó su padre mientras daba buena cuenta de un sándwich—. Es genial, ¿verdad? —Es muy bonita, sí —admitió. —Y aquí no te quejarás de piscina. —Sonrió su padre, y le contó a Nadine—: Ha pasado media vida protestando por no tener una en la mansión. —Es que no es lógico, con todo el espacio que tenemos —insistió Kirsty. —Pues ya tienes dos, de invierno y verano —bromeó su padre. —Bueno, estás no son mías. —Pero como si lo fueran —opinó su padre, y miró a Mike—. ¿Verdad? Solo tenéis que llevaros bien y podrás bañarte cada día del año, si quieres. Kirsty miró a su padre con una repentina seriedad. Parecía que el hombre había olvidado que ella vivía a seis mil kilómetros… Miró a Mike y le sorprendió el gesto también serio que lucía ahora, y de alguna manera supo que estaba pensando en lo mismo que ella; lo confirmó un segundo después. —Tom, recuerda que Kirsty vive en Nueva York —le dijo con sequedad—. Todos haríamos bien en no olvidarlo. Aquel comentario sonó en un tono frío que a Kirsty le sorprendió. —Pero se me permite soñar con que decida volver a casa, ¿o no? —agregó su padre sin perder la sonrisa—. Soñar es gratis. —En esta vida no hay nada gratis —opinó Mike—. Hasta soñar puede pagarse muy caro. Kirsty no pudo evitar observarlo con cierto desconcierto. Allí estaba de nuevo el Mike inaccesible e inmutable. Cuando él se excusó para intentar solucionar el tema del frío bajo la carpa, Kirsty lo siguió con una mirada triste. «¿No querías de vuelta esta versión de él?», le preguntó su conciencia. «Pues deseo cumplido». —Lo de los calefactores me parece una idea excelente —dijo Nadine mirando a su alrededor —. Cenar aquí fuera va a ser maravilloso. —Sí, esta zona es genial —dijo Thomas—. Bueno, en realidad toda la casa es increíble. Y pensar que estuvo a punto de tirarla abajo y no continuar con la construcción… Me alegro de haber podido convencerlo. Kirsty miró a su padre con curiosidad. —¿De qué estás hablando? —Estuvo a punto de derruirla hace dos años —explicó el hombre—. Y eso que ya levantaba al menos un metro del suelo. —¿Lo dices en serio? El hombre asintió. —Una mañana se levantó y dio orden de echarla abajo y limpiar la zona. La chica estaba perpleja. —Me costó mucho trabajo hacerle cambiar de opinión —admitió su padre—. Estaba demasiado obcecado. —Ahora estará feliz de haber seguido tu consejo —comentó Nadine. —Supongo. Por el tono, Kirsty se vio casi obligada a preguntar. —¿Por qué intuyo un pero? —Porque eres muy perspicaz. —Sonrió su padre—. Es solo que… no parece querer vivir aquí —suspiró—. O quizá solo es una sensación mía, no me hagáis caso. Pero Kirsty no podía aparcar aquella conversación tan fácilmente. —Supongo que eso explicaría por qué no ha comprado aún ni unos simples tenedores —dijo pensativa—. Al final el que se decidiera a vestir el salón va a resultar una buena noticia. —El salón lo encargó online, sin molestarse en escoger ni los colores —siguió diciendo Thomas—. Y te garantizo que odió cada mueble en cuanto llegaron, jamás he entendido por qué no los devolvió. Ahora Kirsty estaba perpleja. No podía entender su comportamiento, y sabía que él jamás hablaría con ella de aquello. Mike era un verdadero enigma andante, donde sabía que no debía meterse, pero que se moría por descifrar. «Pero no ahora», tuvo que decirse a sí misma, recordándose también la cantidad de cosas que aún quedaban por hacer. —Me encantaría seguir charlando —les dijo—, pero las horas corren y aún no hemos empezado a trabajar. Mike volvió a salir al jardín justo cuando ella se ponía en pie. —Mañana a primera hora vendrán a instalar la calefacción —contó—. Me han garantizado poder comer aquí fuera en pleno mes de enero. —¡Se han pasado un poco! —Rio Kirsty. —Eso mismo les he dicho yo —le aseguró. —El mes de enero es para comer dentro, frente a la chimenea —continuó diciendo Kirsty con una sonrisa. Y no tuvo problema en imaginarse en el salón, sentada en una alfombra frente al fuego, asando pequeñas nubes dulces. Por desgracia, la imagen se hizo tan nítida en su imaginación que los brazos de Mike rodeaban sus hombros mientras lo hacía… La fuerza con la que deseó que aquello se hiciera realidad la cogió desprevenida y la obligó a disculparse para entrar en la casa. Capítulo 17 Cuando diez minutos después su padre y Nadine se despidieron, estaba algo más tranquila. Debía centrar sus esfuerzos solo en el trabajo y olvidarse de todo lo demás. Por fortuna, Mike pareció pensar lo mismo que ella, y durante al menos tres horas ambos tuvieron los cinco sentidos sobre los preparativos de la visita de Jian Wang. —Nos ha cundido —se sorprendió Kirsty, consultando su cuaderno de notas, donde había una lista kilométrica de todo lo que había que comprar. Además, entre los dos habían decidido el menú para la cena y cómo organizarse con el trabajo y la familia de Wang. Para sorpresa de ambos, habían trabajado en buena armonía y casi sin discutir. Solo habían discrepado un poco en lo referente a la seguridad de Kirsty, donde ella estuvo un poco más reticente, y que Mike terminó zanjando con un o te vienes a razones o suspendo todo este lío. Como consecuencia, Kirsty tuvo que aceptar que fuera Dennis quien se encargara de salir a montar con la mujer y los hijos de Wang, mientras que ella se quedaba a salvo en casa. —Sí, eso parece —aceptó Mike, cogiendo asiento en el sillón que había frente al sofá en el que ella estaba sentada—. Dame la lista, voy a echarle unas fotos para mandárselas a Doris. Su hijo Dan ha quedado en acercarse a comprarlo todo mañana por la mañana, al menos lo referente a las sillas, el ajuar de cocina y todo eso; tendremos que hablar con Doris para lo de la comida. —Le mandé un mensaje al principio de la tarde —le contó Kirsty ahora—. Le he pedido que se apiade de los ratones que viven cerca antes de que se mueran de inanición. —Qué graciosa. —Sonrió a medias. —A Doris no le ha hecho ninguna gracia —contó divertida—, y ha prometido llenar la despensa y la nevera como para sobrevivir a un Apocalipsis. —Al menos eso le compensará el disgusto cuando le digamos que vamos a encargarle la cena a una empresa de catering —le recordó Mike. —Sí…, pero se lo dices tú, ¿vale? —Sonrió Kirsty. —¿Y por qué yo? —protestó al instante—. No, perdona, lo echamos a suertes. —Ni hablar —dijo horrorizada—. Yo no quiero ni estar cerca cuando menciones la palabra catering en su cocina. Mike guardó silencio unos segundos y terminó añadiendo muy serio: —¿Y si se lo decimos por WhatsApp? La carcajada de Kirsty debió escucharse en toda la casa, y le arrancó a Mike una sonrisa a su vez. —No puede ser peor que cuando entrabas a robarle los panecillos recién salidos del horno — le recordó Kirsty sin disimular su diversión. —Aún se me ponen los pelos de punta —bromeó Mike, fingiendo un escalofrío. —¡Siempre te cazaba! —Rio divertida. —¿Y de quién era la culpa? —Arqueó las cejas. —Es que me gustaban calentitos —admitió divertida—. Pero nunca te obligué a robarlos. —No, solo me mirabas con aquella carita emocionada, como si todo lo que le pedías a la vida fuera uno de esos dichosos panecillos. —Y tú me hacías caso… —se burló. —Yo nunca pude resistirme a esa sonrisa angelical —admitió Mike, ahora dejando escapar un suspiro. A Kirsty se le terminó formando un nudo en el pecho producto de la nostalgia. Aquellos habían sido lo mejores años de su vida. Kirsty había adorado al Mike cómplice, que siempre estaba pendiente de ella y al que le unía una relación tan intensa y estrecha que estaba segura de que jamás volvería a sentirse así con nadie más. Por eso su traición le había dolido de una forma tan insoportable la tarde que lo descubrió en el establo. —¿Qué hora es? —preguntó, ahora incómoda con el recuerdo. —La hora de salir a ver las luces del jardín. —¿Ya es de noche? —Sonrió, pero no esperó respuesta. Corrió al jardín y miró a su alrededor, con todos los sentidos maravillados por la increíble imagen—. ¡Madre mía, qué pasada! No te habían engañado… Te juro que no sé si me gusta más de día o de noche. Las partes más bonitas de jardín estaban estratégicamente iluminadas, convirtiéndolo en algo mágico. Incluso la piscina lucía con un juego de luces que te hacían desear tirarte de cabeza al agua, aun a riesgo de morir congelado. —Es bonito. —¡Te quedas corto! —exclamó—. Es… lo más bonito que he visto jamás. —Y que lo digas. Kirsty sonrió y miró a Mike, sorprendiéndose de que él la estuviera mirando a ella y no el jardín. «Ya estás viendo solo lo que quieres ver», se regañó cuando su corazón se aceleró. Y en ese momento, un maravilloso aroma inundó sus sentidos… —Ese olor… —susurró Kirsty. Inspiró hondo varias veces y dejó escapar un suspiro de placer —. ¡Dama de noche! Mike sonrió y la miró ahora con cierta sorpresa. —¿Cómo ha podido llegarte el olor? —dijo impresionado—. Si apenas tiene flores aún. —Reconocería el aroma de una sola —admitió entusiasmada—. Ya sabes que me vuelve loca. ¿Dónde está? Mike se adentró en el jardín, y Kirsty caminó tras él hasta llegar a la cerca que rodeaba el recinto. Junto a la valla, rodeando todo el jardín, había al menos diez plantas de Dama de Noche estratégicamente plantadas. Muy emocionada, la chica recorrió todo el perímetro. La gran mayoría aún no había echado flores, puesto que todavía era pronto, pero las pocas que sí tenían alguna, lucían abiertas con la caída de la noche y transportaban al ambiente lo que Kirsty llamaría el aroma más maravilloso del mundo. —¿Te haces una idea de lo espectacular que va a oler este jardín cuando lleguen las noches de verano? —preguntó, emocionada solo con pensarlo y deseando con todas sus fuerzas poder estar allí para disfrutarlo—. Un jardín entero de Dama de Noche…, no me lo puedo creer. Mike se limitaba a mirarla sin pronunciar una palabra, lo cual llegó un momento en que inquietó a la chica. La luz en aquel punto era tan tenue que no le permitía distinguir del todo la expresión de su rostro, pero había algo extraño en él, en su forma de… callar. —Voy a enviarle las fotos a Dan —dijo de repente, sorprendiéndola. Y más cuando no esperó una respuesta, sino que se alejó y se perdió dentro de la casa apenas unos segundos después. Kirsty suspiró y echó de menos al bromista encantador que había estado a punto de besarla aquella tarde, del que apenas había podido disfrutar cinco minutos. Sabía que estaba siendo incongruente, puesto que recordaba haber deseado todo lo contrario para preservar su cordura, pero apenas podía soportar al Mike hermético y frío, que siempre parecía tener el control absoluto de todo y de todos. «¡Ya no sé lo que quiero!», se dijo con tristeza, dejando escapar un suspiro; pero una vez más, su conciencia le grito con cierta grosería que dejara de engañarse. «Claro que sabes lo quieres, Kirsty…, pero lo que deseas y lo que puedes tener… no siempre van de la mano». En silencio y sin apenas poder salir de sus divagaciones, caminó hasta la piscina pensando en que quizá meter los pies en el agua helada la ayudaba a enfriar un poco sus ideas. Se agachó a comprobar con la mano la temperatura del agua y la retiró al instante. —¡Ni loca! —dijo en alto. Si apenas estuviera un poco más templada… Y entonces recordó la piscina climatizada, sonrió de oreja a oreja y ni siquiera se paró a pensarlo. Entró en la casa a todo correr y casi se tropezó con Mike, que la miró con cierta sorpresa. —¿Dónde está el fuego? «Podrías contestarle…», sugirió la parte de su cerebro que provocaba y alimentaba el calor. —Voy a meter los pies en la piscina —le dijo finalmente, y no se detuvo a esperar la réplica. Se coló por la puerta que llevaba al spa, como lo haría una niña que apenas puede controlar sus emociones y esperar para conseguir lo que quiere. Al entrar en el recinto se quitó las botas y los calcetines, y se sentó en el borde de la piscina. Tiró hacia arriba todo lo que pudo de los estrechos pantalones vaqueros, hasta que decidió que no le importaba mojárselos un poquito. Cuando metió los pies en el agua, dejó escapar un suspiro de deleite. Miró hacia arriba y la luz de la luna iluminó su rostro a través del techo de cristal. Un sinfín de estrellas brillaban en el firmamento y convertían aquel pequeño rincón en algo maravilloso. Movió los pies dentro del agua y metió también sus manos para juguetear con ella. Rio a carcajadas cuando sintió la necesidad de arrascarse la nariz y casi se cae dentro de la piscina al intentar acercar la cabeza al agua para no mojarse la ropa. Como resultado, se puso la mano en el pecho del susto y terminó empapada. «Qué calamidad soy», rio de nuevo, sacudiéndose un poco la camiseta. Y con aquel movimiento, un recuerdo del pasado arrasó su mente. Algo en lo que no había pensado desde hacía años y que no pudo evitar rememorar ahora…

Hope se había ensuciado mucho las patas en su última cabalgata, debido a que había estado lloviendo sin parar durante dos días. Cuidar personalmente de su caballo siempre había resultado un placer para Kirsty, pero últimamente las cosas con Mike estaban tan mal que ella había renunciado a aquello para no tener que pasar más de dos minutos en el establo, expuesta a toparse con él. De modo que, desde hacía varias semanas, se limitaba a pedirle a Dennis que tuviera listo a Hope para salir y a dejar que él se ocupara del caballo al volver. Pero aquel día Dennis no estaba trabajando, y ella no podía dejar a Hope tan sucio. Cuando estaba a punto de terminar de lavarlo, su peor pesadilla se materializó frente a ella y la miró con una de sus expresiones más arrogantes. —¿Retomando viejos hábitos? —le dijo Mike observando su trabajo. Kirsty no se molestó en contestar, ni siquiera lo miró. —Ay, Kirsty, ¿cómo se puede vivir siempre tan enfadada? —insistió el chico, cogiendo asiento en un pequeño poyete que había junto a una de las caballerizas. —¿No tienes nada que hacer? —Se volvió a decirle al verlo acomodarse. —Solo recuerdo viejos tiempos, aunque sea a la inversa. Durante años, había sido Kirsty quien se había sentado en aquel sitio para verlo trabajar a él con los caballos, mientras charlaban y reían por cualquier tontería. —Yo no quiero recordar nada —le aseguró Kirsty, tirando de la manguera para terminar de enjuagarle las patas a Hope y poder irse cuanto antes; pero el agua se negó a salir y ella se desesperó. —Kirsty, está doblada. —¡Lo que me faltaba! —protestó malhumorada y sin escuchar. —La tienes enganchada en… —¡Que me dejes en paz! —le gritó, interrumpiéndolo y tirando de la manguera ahora con más ahínco. Aquello liberó el entuerto y sin él dio rienda suelta a toda la presión del agua. Kirsty, con la manguera en la mano, gritó cuando el chorro de agua salió a propulsión en todas direcciones mientras ella intentaba controlarla. Para cuando Mike cerró la llave de paso, estaba calada hasta los huesos. —¡Mierda, joder! —gritó Kirsty, mirándose de arriba abajo; pero lo que terminó de enfurecerla del todo fueron las carcajadas que Mike no se molestaba en disimular. El muy canalla estaba doblado de la risa a tan solo par de metros. —¡Deja de reírte, idiota! —lo encaró, furiosa. —He intentado avisarte —le recordó aún entre risas. —¡Si no estuvieras ahí observándome, no habría pasado nada! —¿Es que te pongo nerviosa, Kirsty? —¡Lárgate de aquí! —¿En lo mejor? —dijo Mike, mirándola ahora de arriba abajo con una extraña expresión—. No lo dices en serio. —¡Dios, no te soporto! —le gritó Kirsty, a la que ni siquiera se le había ocurrido pensar que el agua estuviera poniendo en evidencia más de lo que aquella fina camiseta blanca podía esconder. —Te favorece mucho el manguerazo. —Sonrió Mike de nuevo. Ya fuera de sí, Kirsty recortó las distancias con una expresión feroz en el rostro, amenazándolo con un dedo. —¡Te prometo que algún día te tiraré al agua completamente vestido, idiota! —le gritó, dándole pequeños golpecitos en el pecho con el dedo índice. Después, giró sobre sus talones dispuesta a irse para obligarlo a terminar el trabajo con el caballo, pero Mike la retuvo de un brazo antes de que pudiera alejarse. —¿Te bañarás conmigo ese día, pelirroja? —casi le susurró al oído, provocándole una extraña sensación de hormigueo que la impulsó a salir corriendo por miedo a sus propias emociones. Aún alcanzó a escuchar otra de sus carcajadas antes de poder desaparecer.

Kirsty volviĂł al presente con las mejillas ardiendo por la vergĂĽenza.

«¡Cómo fui tan torpe!», se dijo acalorada, ahora consciente del aspecto que debía presentar con aquella fina camiseta empapada por completo. Pero en su momento había estado tan enfada que ni siquiera se le había ocurrido taparse…, aunque al parecer Mike sí había disfrutado del espectáculo. ¿Cómo no se dio cuenta aquel día? Una inevitable oleada de intensa excitación arrasó su cuerpo y sintió que incluso sus pezones se ponían erectos. «Un recuerdo totalmente innecesario en este momento», se quejó, y dejó escapar una exclamación de horror cuando escuchó a Mike entrar en el spa. —¿Te diviertes? —le dijo el chico, acercándose a ella. Kirsty se esforzó por sonreír, rogando para que él no se diera cuenta de su azoramiento. Solo imaginarlo mirándola de arriba abajo mientras estaba empapada hacía estragos en su cuerpo. No quería ni pensar en qué sucedería si aquello se repitiera… Era muy probable que se abalanzara sobre él para pedirle que recorriera ahora con sus manos lo que ya había recorrido con los ojos. —Me gusta este sitio —le dijo Kirsty observando el cielo para no tener que mirarlo a él. —Me alegro. —¿Te has bañado aquí de noche alguna vez? —le preguntó, imaginándolo nadando en la piscina con aquel cuerpazo que… «Necesito una bocina que me alerte de este tipo de pensamientos», protestó para sí. Pero la imagen de él en bañador ya no la abandonó… y… ¿qué tal si estuviera acompañado? Aquel era un sitio ideal para dos amantes. ¡Oh, sí, totalmente ideal! —Todavía no he tenido ocasión —le dijo Mike—. Apenas si me he bañado una vez de día… —¿Y por qué la tienes llena? Mike se encogió de hombros. —Eres muy raro. —Sonrió Kirsty, frunciendo el ceño. —¿Por qué? —Porque has construido una casa de ensueño en la que al parecer no quieres vivir. Vio como él se ponía tenso con la misma claridad con la que podría verlo sonreír. —¿No vas a decir nada? —insistió sorprendida. —¿Debería? —Apenas la miró. Kirsty lo observó en silencio unos segundos. En aquel momento daría cualquier cosa por poder colarse en sus pensamientos. Allí estaba el Mike inaccesible en todo su esplendor, con aquel férreo control sobre todas sus emociones. Y de repente sintió unas intensas ganas de provocarlo hasta conseguir que al menos mostrara algo menos de rigidez. Y empezar cobrándose una vieja deuda podía resultar… interesante. Sin pararse a pensarlo, se puso en pie y frunció el ceño mientras miraba el fondo de la piscina. —¿Qué demonios es eso? —Señaló, alarmada. Mike se acercó al borde de la piscina, contrariado. —¿El qué? —Justo sobre la raya del suelo… —insistió en señalar—. Ahí. Cuando Mike intentó afinar la vista sobre el lugar que le indicaba, Kirsty concentró toda su energía en empujarlo al agua; y lo cogió tan desprevenido que cayó a la piscina sin poder evitarlo. —¿Te has vuelto loca? —protestó al salir a la superficie. —Solo cumplo viejas promesas —le aclaró cuando pudo dejar de reír—. Prometí tirarte al agua vestido algún día, ¿lo recuerdas? Y me ha costado casi siete años, pero ha merecido la pena la espera. Mike posó sobre ella una mirada sorprendida, aunque no exenta de cierta diversión. —Pareces un pollito pasado por agua. —Le señaló Kirsty sin dejar de reír. —Qué divertido —le dijo, mostrándole el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo. —Los dos sabemos que esa es la última versión de iPhone —bromeó Kirsty. —¿Y querías comprobar si realmente es acuática? —En realidad solo quería reírme un rato. —Sonrió—. Y de paso cobrarme esa vieja deuda. Mike se impulsó en el bordillo de la piscina y salió del agua, con demasiado poco esfuerzo si tenemos en cuenta cuánto debía pesarle la ropa. Cuando Kirsty vio como la camisa se pegaba a cada músculo de su cuerpo, tragó saliva y perdió unos segundos de oro, que debió utilizar para poner distancia. —Así que un pollito pasado por agua —lo escuchó decir, y un segundo después estaba entre sus brazos. —¡Que me mojas! —protestó Kirsty al instante. —¿Que te mojo? —Sonrió divertido—. Eso ha tenido gracia. —Mi móvil no es sumergible —dijo entre sofocos. Mike llevó las manos hasta los bolsillos traseros del pantalón femenino y los palpó en busca del teléfono, metiendo y sacando las manos varias veces. Kirsty apenas podía respirar mientras él le tocaba el culo sin el menor disimulo; pero en lugar de protestar con vehemencia, le susurró: —Si no te conociera…, pensaría que te estás aprovechando un poco de la situación. —Pues igual no me conoces tanto —declaró Mike, recorriendo los bolsillos de nuevo, aprovechando el momento para atraerla un poco más hacia él. —Estoy empapada… —dijo, tragando saliva con dificultad. —No lo dudo. —Sonrió con una expresión sensual, que a ella casi le arrancó un gemido. La clara connotación sexual implícita en el comentario se hizo ahora realidad de una forma intensa y sofocante para Kirsty, que podía sentir la humedad entre sus piernas, anhelando más intimidad. —Así que cobrándote viejas deudas… —le dijo Mike subiendo ahora las manos por su espalda, provocándole un estremecimiento. —¿Creías que se me había olvidado? —se envalentonó—. Te prometí… —Lo sé —interrumpió sin dejar de mirarla—. Recuerdo hasta el último detalle de aquel día. —¿Sí? —Fue una experiencia muy… reveladora, en todos los sentidos. —Sonrió. —¡Eh! —Se indignó—. ¿No me mirarías más de la cuenta? Mike rio. —¿Por quién me tomas? —Parecía ofendido, pero la mirada burlona delataba que solo estaba fingiendo estarlo. —Pues…, sinceramente… —titubeó—. Ahora mismo estoy confundida. —Bien. —¿Bien? El chico volvió a sonreír ante su evidente confusión. —Tengo ojos, Kirsty —terminó confesando, acariciándole ahora la espalda con un movimiento casi involuntario—. Y nunca había hecho de juez en un concurso de camisetas mojadas. Kirsty tuvo que ahogar una exclamación de pura excitación, que escondió bajo un absurdo carraspeo. A pesar de estar casi empapada por la ropa de él, sentía que su cuerpo ardía con una intensidad que la tenía perpleja. El que Mike confesara que, ya entonces, la había mirado con los ojos de un hombre convertía su sangre en fuego de una manera inexplicable. —Así que tú… ¿me miraste? La sonrisa de Mike llegó acompañada de un suspiro de resignación. —Tendría que haber estado ciego para no hacerlo —admitió—. Pero, además, me temo que ya hacía mucho tiempo que no te veía… seca. Y aquel episodio no ayudó. —No sé si te entiendo. —Pues no voy a explicártelo. Kirsty guardó silencio y se miró en sus ojos. La mirada turbia de él le arrancó un estremecimiento que no pudo disimular. —¿Tienes frío? —le preguntó Mike en un susurro. —No precisamente. —Kirsty… —recortó la distancia mientras miraba ahora sus labios. Ella sabía que iba a besarla, y esperaba el roce de aquellos labios con el corazón a cien y un ansia apenas controlada. Ansia que se volvió desesperación cuando el teléfono de Mike los sacó del trance. —¡Joder, pues sí que es resistente! —protestó Mike, soltándola de mala gana para coger el teléfono—. Hubiera preferido que se ahogara… Aquella confesión le arrancó a Kirsty una sonrisa. —Es tu padre —informó consultando el visor—. Esa habilidad que tiene para interrumpir empieza a ser molesta. Kirsty volvió a sonreír y lo observó contestar al teléfono, de repente enternecida. Cuando colgó, pudo sentir la mirada de fastidio de Mike casi como un reflejo de la suya, pero había también algo más allí… ¿culpa? —Va a intentar localizar a Dennis para que se acerque con el coche —informó—. Tom no quiere exponerte a tener que cabalgar de noche hasta la casa, y tiene razón. No sé cómo no he caído yo. —Sí, en que estarías pensando… —bromeó Kirsty. —No en tu seguridad, que es en lo que debería pensar. Mike le devolvió una mirada torturada y la chica suspiró. A la legua se veía que ya no pensaba tocarla. —Estás empapada —le dijo. —¡Ya te digo! —le salió del alma, mirándolo con una lujuria que no pudo disimular a tiempo. —¡Joder! —exclamó él, consultando su teléfono, y añadió en un susurro desesperado—. Suena pronto o no respondo… Kirsty tuvo que girarse para poder disimular su diversión. Le gustaba muchísimo aquella versión de él. Cuando Thomas volvió a llamar, les informó de que Dennis tardaría al menos media hora en llegar con el coche; noticia que Kirsty acogió con el corazón en un puño. ¿Querría Mike… aprovechar aquella media hora? Se giró a mirarlo y comprobó, sorprendida, que él se estaba desabrochando la camisa con toda naturalidad, pero para Kirsty cada botón era como una inyección de adrenalina que despertaba cada célula de su cuerpo. Cuando llegó al último botón y se quitó la prenda, estaba al borde de la combustión. Lo observó caminar hasta el borde de la piscina y no pudo evitar sentirse un poco desilusionada ante el hecho de que él solo pretendiera escurrir el agua. A pesar de eso, recorrió con los ojos cada centímetro de su espalda y disfrutó mucho del momento en que los músculos de sus brazos se contrajeron al retorcer con fuerza la prenda. Cuando se giró hacia ella, Kirsty no pudo desviar sus ojos a tiempo, a decir verdad, ni siquiera lo intentó. Posó su mirada sobre aquel torso impresionante que tenía ante sí, sin ser capaz de disimular ni un poco cuánto le gustaba lo que veía. No veía a Mike semidesnudo desde los años en los que se quitaba la camisa debido al sudor cuando trabajaba en el establo, y debía reconocer que siempre se había sentido impactada ante aquella visión. Pero mientras que la niña lo miraba embobada y la adolescente suspiraba, la mujer se lo comía con los ojos al tiempo que su cuerpo le rogaba que terminara con aquel tormento y se abalanzara sobre él cuanto antes. —¿Puedes dejar de mirarme así? —le rogó Mike con una expresión atormentada. —¿Cómo? —¡Como a uno de los panecillos recién hechos de Doris! —se quejó. —¿Te molesta que te mire? —preguntó con una ingenuidad que arrancó un sonido exasperado de labios del chico. —Si tuviéramos más de media hora, te garantizo que no. Aquel comentario la sacó del trance y de repente se sintió abochornada. Se lo había comido con los ojos de una forma descarada y exenta de toda vergüenza. —Pues quizá desnudarte tampoco ha sido tu idea más brillante —se defendió, desviando la mirada. —Estoy empapado. —¿Eso significa que vas a quitarte también los pantalones? —le preguntó, dándole la espalda —. Lo pregunto para estar preparada y no sorprenderme. —No, no te preocupes… —murmuró entre dientes—, prefiero preservar la dignidad. —¿Tan desagradable eres sin pantalones? —le preguntó con cierta sorna, con los ojos fijos en la sauna para no ceder a la tentación de mirarlo. —Será mejor que no sigas hablando. —¿O qué? —Sonrió. Mike caminó hasta ella, la izó en volandas y la lanzó a la piscina sin darle tiempo ni a protestar. Cuando Kirsty salió a flote escupiendo agua, lo miró echando chispas por los ojos. —No es tan eficaz como el otro tipo de escarmiento…, pero también parece funcionar —dijo Mike con una sonrisa de oreja a oreja, que se le borró del rostro en cuanto que vio como Kirsty se quitaba la camiseta—. ¿Qué demonios estás haciendo? Sin decir una palabra, la chica escurrió la prenda con una tranquilidad pasmosa y la estiró sobre el borde de la piscina. Después, para asombro de Mike, luchó contra los pantalones vaqueros e hizo exactamente lo mismo. —Kirsty… —la amenazó. —Ya que estoy aquí, voy a hacer un par de largos —le dijo, como si nadar en ropa interior fuera una cosa habitual en ella. E hizo exactamente aquello, intentando no reír a carcajadas para no tragar agua. La cara de Mike había sido todo un poema mientras se desnudaba, y aquello compensaba con creces su baño forzoso. Tras un par de largos, salió del agua, sin mirarlo, y se metió en el jacuzzi. —¿Cómo se enciende este cacharro? —le gritó desde dentro cuando recorrió todo el contorno sin encontrar el botón de puesta en marcha. Por un instante estuvo segura de que él no le haría el menor caso, pero, para su sorpresa, caminó hacia allí sin quitarle los ojos de encima. Kirsty admiró su torso desnudo, su cintura estrecha y cómo se pegaba el pantalón mojado a sus largas piernas, y sintió que la temperatura del agua subía varios grados de golpe. «Joder, qué bueno está», pensó a voz en grito, sin apartar la mirada de los felinos andares. Cuando llegó hasta el jacuzzi, Kirsty lo miró a los ojos con toda la sangre fría de que fue capaz. Mike se había sacudido el agua del pelo y estaba tan impresionante y atractivo que parecía haberse escapado de un anuncio de colonia. Sin pronunciar una sola palabra, él se sentó en el borde exterior del jacuzzi, se inclinó hacia ella y, sin dejar de mirarla, metió la mano en el agua. Kirsty contuvo la respiración y lo miró a escasos centímetros, como si estuviera presa de un hechizo. Para su sorpresa y posterior decepción, el jacuzzi se puso en marcha. Mike se incorporó y sacó la mano del agua, aunque no se levantó. —¡Guau! —exclamó la chica jugando con las burbujas, pero sin dejar de mirarlo—. ¡Qué despliegue de medios! Mike dejó escapar una sonora carcajada ante el malicioso comentario, y ella casi suspiró de puro anhelo. —No está nada mal el tener un carcelero tan complaciente… —le dijo con una sonrisa que parecía totalmente inocente. «Por Dios, Kirsty, deja de tontear así», se regañó, preguntándose quién era aquella mujer que desprendía sensualidad a raudales y que parecía haber tomado posesión de su mente y de cuerpo. Ella jamás se había comportado así; claro que como mujer adulta jamás había deseado a nadie de aquella manera. Era él quien la convertía en aquella especie de sirena cargada de erotismo. Él… y su forma de mirarla como lo hacía en aquel momento. —Yo tendría cuidado con ciertas palabras, Kirsty —le dijo, con los ojos cargados de un brillo intenso. —¿Sí? ¿Por qué? —Porque no siempre vamos a estar esperando a Dennis… —Kirsty tragó saliva ante la evidente insinuación—, y la palabra carcelero tiene demasiadas… connotaciones. —¿Y eso te pone nervioso? —le preguntó, intentado esconder su propia inquietud. Mike posó sobre ella una sonrisa sensual que a punto estuvo de arrancarle un gemido. —Yo no tengo problema con ser tu carcelero —le aseguró, desintegrándola con la mirada—, pero eso implica que tú serías mi prisionera…, ¿te gusta a ti ese papel, pelirroja? «Joder, no me importaría en absoluto…», gritó su cuerpo, llevando el agua ahora casi al estado de ebullición. Se abrasaron con la mirada, en silencio, durante lo que pareció una eternidad. Kirsty era consciente de que todo lo que saliera de su boca en los próximos segundos sería para rogarle que se dejara de tanta cháchara y fuera preparando las esposas. «Estoy fatal», se dijo, alarmada de sus propios pensamientos. Jamás había anhelado y deseado tanto nada en toda su vida como a él en aquel momento, y tener su torno desnudo al alcance de la mano era demasiado tentador. Y él no parecía estar mucho mejor… Al menos sus ojos la taladraban, prometiéndole mil y una torturas exquisitas. —Así que tú… ¿quieres meterte en el jacuzzi? —se encontró preguntándole, una vez más perpleja por su osadía. Mike le regaló otra de sus increíbles sonrisas y admitió con la voz ronca. —Quiero, sí. Desesperadamente. —Bien… —tuvo aún el descaro de decirle. Y si Dennis no hubiera tocado el timbre en aquel momento, estaba segura de que hubiera arrastrado a aquel tentador carcelero al agua sin la menor vacilación. Escuchó gruñir a Mike ante la interrupción y sonrió. Le gustaba su impaciencia en aquel sentido. Se sentía halagada y excitada al sentir su desesperación por tenerla entre sus brazos. «Y yo me muero por tenerlo entre mis piernas», se revolvió en el agua, un tanto inquieta ante aquel pensamiento. No pudo evitar preguntarse de nuevo quién demonios era aquella mujer y qué había pasado con la virgen incapaz de sentir nada… Mike O'Connell, eso había pasado. Lo cual no tenía por qué ser necesariamente bueno, aunque sí inevitable, no había duda. Se lo comió con los ojos mientras él caminaba hacia la sauna. Lo vio entrar en ella y salir un segundo después con una toalla y un albornoz en la mano. —Es todo lo que tengo —le dijo a Kirsty, dejando ambas cosas a un lado del jacuzzi—. Y porque la única vez que me bañé tuve que secarme dando carreras. —Habrá que apuntar toallas en la lista. —Sonrió la chica. Mike posó de nuevo una mirada profunda sobre ella. —¿Necesitas que te ayude a salir? —Estoy en ropa interior —le recordó Kirsty, con una sonrisa descarada, sin dejar de mirarlo a su vez. —No se me ha olvidado… Se sostuvieron la mirada de nuevo, hasta que Dennis, del que ambos sí parecían haberse olvidado, volvió a tocar al timbre. Mike dejó escapar un leve sonido de fastidio y se alejó de ella. Kirsty vio que se ponía la camisa, con un gesto de desagrado ante la humedad, y lo siguió con la mirada hasta la puerta del spa. Antes de que saliera, en un alarde de audacia, se puso en pie y su corazón se aceleró cuando él se giró y clavó la mirada en ella y su ropa interior de encaje. Aquellos ojos grises la abrasaron, a pesar de estar a varios metros de distancia. Cuando al fin Mike se decidió a salir, Kirsty estaba en un estado de necesidad que no había sentido jamás. Salió del jacuzzi y se puso el albornoz, preguntándose si debía quitarse la ropa interior mojada. «Quizá debería haberle pedido a Mike su opinión…», pensó con una sonrisa maliciosa, pero se vio obligada a regañarse a sí misma. Durante años nada había incentivado ni motivado aquella faceta sensual que al parecer formaba parte de su carácter, pero no era buena idea dejarla salir toda de golpe y sin ningún tipo de control. Y mucho menos… con él. Sabía que Mike no era un tipo con el que pudiera jugar sin salir perdiendo en algún momento, y aquello la aterraba; el problema era que la excitaba al mismo tiempo. —No sé qué demonios estoy haciendo —dijo en alto, dejando escapar un suspiro. Era consciente de que su relación con Mike acababa de cambiar aquella noche. Los besos que él le había robado hasta aquel momento se podrían maquillar bajo el nombre de escarmientos o lecciones, pero el que ambos hubieran admitido abiertamente su deseo por ir más allá… era un punto de inflexión desde el que no había retorno posible. «¿Y te gustaría regresar allí, Kirsty, a la frialdad y la indiferencia?». —¡Ni hablar! —dijo ahora en alto con firmeza mientras se quitaba la ropa interior mojada. Nada más terminar de meterse ambas prendas en el bolsillo del albornoz, Mike abrió de nuevo la puerta del spa, sobresaltándola. —¿Ya estás lista? —le preguntó desde lejos. Kirsty asintió, caminó hasta sus botas y se las puso mientras se repetía, un tanto azorada, que él no tenía por qué saber que estaba desnuda bajo la bata. De repente se sentía un poco abochornada, aunque sabía que la punzada que latía en su pelvis no tenía nada que ver con la vergüenza. Caminó hacia él sin poder dejar de pensar en cómo sería estar entre sus brazos sin aquel albornoz de por medio…, y la humedad que sintió entre sus piernas la incomodó tanto que se arrepintió de haberse quitado las braguitas. Cuando pasó ante Mike, que le sujetaba la puerta, él la retuvo de un brazo y sus ojos se encontraron a escasos centímetros. —Déjalo ya —le dijo él con la voz ronca. —Que deje ¿qué? —Tus ojos me prometen algo que… no puedo tomar en este momento —le recordó—. Así que deja de hacerlo. —¿Es una orden? —se atrevió a preguntarle, mirándolo con descaro. Mike recorto aún más la distancia entre ellos. —Deja de jugar, pelirroja —le susurró casi sobre la boca—. Mi autocontrol tiene un límite, y ya hace rato que lo estás rozando. La soltó y se apartó a un lado, tendiéndole la mano para indicarle que saliera, pero Kirsty no estaba dispuesta a que él dijera la última palabra, a pesar de saber que lo más inteligente por su parte sería guardar silencio. —No puedes apagar un fuego añadiendo más leña, Mike —le dijo, sin moverse de donde estaba—, y ya deberías saber que tampoco llevo muy bien que me des órdenes. —Kirsty…, déjalo. —¿Es otra orden? —Es una amenaza. —Recortó de nuevo la distancia y la acorraló contra la jamba de la puerta, con los ojos ardiendo en llamas. —¡Guau, gasolina! —exclamó Kirsty casi por instinto, mirándole ahora los labios. —¿Tú eres consciente de lo poco que voy a tardar en arrancarte la ropa interior si insistes en esa actitud? —le preguntó enronquecido, recortando la poca distancia que quedaba entre ellos—. Incluso con Dennis esperando a diez metros y tu padre aguardando nuestra llegada… Kirsty tragó saliva y sintió ahora la humedad casi descender por sus muslos debido al intenso deseo que no había forma de contener. Sabía que debería guardar silencio, pero la necesidad de llevarlo al límite era más fuerte que ella misma. —Por mi ropa interior no te preocupes —le susurró al oído, muy despacio—. Hace rato que la tengo en el bolsillo del albornoz… Mike apenas tardó una décima de segundo en asimilar la información. —Joder, pelirroja… —protestó, enterrando la boca en su cuello y aspirando su aroma—. La espera ha sido muy larga…, no me obligues a tomarte con prisas y de cualquier manera, no es justo. Pero Kirsty apenas si era capaz de procesar aquellas palabras. Lo único en lo que podía pensar era en calmar la agonía que latía en su interior y que la impulsaba a apretarse contra él buscando consuelo. Sintió los dedos de Mike descender por su pecho y centrarse en abrir la lazada del albornoz, y dejó escapar un gemido de anticipación del que ni siquiera fue consciente, pero que fue demasiado para él, que cedió a la tentación de su boca casi al instante, besándola con un hambre feroz y sin ningún tipo de delicadeza. Kirsty se colgó de su cuello y jadeó dentro de su boca, enredando la lengua con la suya, sin poder razonar mucho más allá de las ganas de arrancarle la ropa y fundirse en uno con él de una vez por todas. Mike metió las manos por dentro del albornoz y recorrió su piel desnuda mientras la atraía contra él cada vez con más desesperación. Estaba a un segundo de arrancarle aquel albornoz cuando una puerta al abrirse con cierta precipitación los sobresaltó a ambos. Era la puerta que comunicaba el salón con el acceso al pasillo del spa. —Oh, joder, lo siento —exclamó Dennis, mirando la escena con más intriga que vergüenza —. Se me hacía raro que tardarais tanto… Kirsty hubiera podido pasar por un tomate maduro de haber necesitado camuflarse. Con un movimiento nervioso, se cerró el albornoz y se ató el cinturón de nuevo, con más fuerza de la necesaria, al tiempo que casi escondió la cara en el pecho de Mike, quien parecía igual de avergonzado que ella. —Os espero en el coche —terminó diciendo el chico con una sonrisa de oreja a oreja. —Sí, gracias —dijo Mike por fin. —¿Vais a tardar?… —se giró de nuevo antes de irse. —Dennis… —Si queréis me doy una vuelta y vengo en un rato. —Volvió a reír—. Puedo llamar a Thomas y decirle que me ha surgido una urgencia. —¡Oh, por favor! —protestó Kirsty repentinamente irritada, no sabía si por la vergüenza o la interrupción. Soltó a Mike y pasó ante Dennis, que no dejaba de mirarla sin disimular su diversión. —Si haces un solo comentario más, te juro que voy a golpearte —le dijo molesta, apuntándole con un dedo. Y entró en la casa intentando guardar la compostura. —¿Sabe que está en albornoz? —le preguntó Dennis a Mike señalando la puerta, pero solo recibió una mirada asesina como respuesta—. Vale, no es asunto mío. Capítulo 18 Para cuando Kirsty se bajó del coche frente a la mansión, no estaba para mucha sutileza. Estaba molesta con Mike por haberse negado a ser él quien condujera hasta allí, a pesar de que Dennis había insistido en el hecho de que teniendo mojada la ropa no era buena idea volver a caballo; pero al parecer, Mike prefería exponerse a coger una pulmonía antes que compartir con ella el pequeño habitáculo del vehículo. Se había limitado a pedirle que subiera al coche, no sin antes asegurarse de que llevaba el cinturón con doble nudo y debidamente cerrado. Después se había subido a Thunder y cabalgado tras el coche durante todo el trayecto. —Mantente lejos —le dijo Kirsty, sin disimular su irritación, cuando se bajó del caballo junto a ella—. No quiero que me pegues el catarro. Mike suspiró y le tendió las riendas de ambos caballos a Dennis. —¿Te encargas, por favor? —le pidió al chico. —En este momento no te envidio. —Sonrió Dennis tirando de los caballos—. Parece enfadada. —Sí, qué novedad… —susurró Mike, mirándola de reojo. —¡Lo que no estoy es sorda! —protestó Kirsty, subiendo los pocos escalones de acceso—. Imbéciles. —¡Ya me salpicó! —protestó Dennis, divertido, y se alejó a grandes zancadas hacia el establo. Mike subió tras Kirsty y la detuvo antes de que llamara a la puerta. —No tienes ningún motivo para estar enfadada. —Déjame en paz. —No seas absurda. —¿Absurda? —Se giró a mirarlo con los brazos cruzados y echando fuego por los ojos—. Me has montado en un coche con Dennis ¡yendo en albornoz! —La vergüenza tiñó sus mejillas. —Estabas a salvo con él. —¡Ha sido muy incómodo! —le gritó, furiosa—. ¡Estoy desnuda, por amor de Dios! —Shhh, baja la voz —le siseó, preocupado—. ¿Quieres que tu padre se entere de nuestros escarceos nocturnos nada más llegar? —¿Escarceos? ¿Ahora vamos a llamarlo así? —¿Preferías escarmientos? —¡Prefiero olvidarlo! —le gritó. Levantó la mano para tocar a la puerta, pero Mike la interceptó antes de que lo consiguiera. —¿Crees que podrás hacerlo? —¡Buah, ni que fueras tan inolvidable! —dijo con un sarcasmo evidente—. Probablemente mañana ni siquiera lo recuerde. —Ah, qué bien, pues genial. —Ahora fue él quien tocó al timbre. —Pues sí, genial —repitió Kirsty, cruzando los brazos sobre el pecho. Su padre en persona abrió la puerta y los miró a ambos, perplejo. Pasó su mirada del albornoz de Kirsty a la ropa mojada de Mike, sin pronunciar una palabra. —Este imbécil me ha tirado a la piscina —dijo Kirsty, abriéndose paso dentro de la casa y enfilando las escaleras. —Lo que me faltaba por oír —exclamó Mike, entrando también y subiendo tras ella—. Ni se te ocurra entrar en tu cuarto sin que lo haya supervisado. —Buenas noches… —dijo Thomas Danvers aún desconcertado, mirándolos hasta que desaparecieron de su vista. Nadine se reunió con él en el pasillo y observó su expresión de turbación. —¿No eran ellos? —Sí que eran… —¿Y dónde están? —Pues… —Señaló las escaleras—, el caso es que… —Terminó suspirando—. Será mejor que no preguntes.

Mientras tanto, Kirsty había llegado a la puerta de su habitación y se había vuelto hacia Mike con malas pulgas. —No vas a poner un pie en mi cuarto, Mike O'Connell —le aseguró, cruzándose de brazos y mirándolo con irritación. —No para lo que te gustaría. —¡Ja, me parto! —dijo con la irritación convertida ahora en furia—. ¡No suelo cometer dos veces el mismo error, tranquilo! —Sería interesante comprobarlo. —Sonrió irónico. —Creo que te sobreestimas. —¿Tú crees? —Volvió a sonreír y recortó la distancia hasta ella—. Porque a mí me parece que solo tendría que besarte para colarme en tu cuarto… —Se acercó aún más para susurrar—, y con invitación personal. Kirsty sintió una oleada de deseo tan fuerte que tuvo que sofocar un gemido, pero estaba demasiado enfadada como para ceder a sus instintos. —Eres de una prepotencia que asombra, pero no vas a conseguir incomodarme —dijo mordaz, aunque no pudo evitar estremecerse. —Ya lo hice. —Sonrió Mike con arrogancia, y ante su gesto obstinado insistió—. No me provoques más, pelirroja, déjame comprobar la habitación y me marcharé. Kirsty lo miró, con el ceño fruncido, valorando qué hacer. No parecía tener mucho sentido negarse a lo que le pedía, pero ceder a las órdenes de Mike era algo que le costaba de una manera insufrible. No tuvo que hacerlo, él terminó apartándola a un lado y usando la fuerza para colarse en la habitación. —¡Eh, tú, bárbaro! —le gritó entrando tras él. —No te he tocado —le dijo Mike mientras llevaba a cabo el ritual de cada noche. —¡No puedes hacer siempre lo que te dé la gana! —protestó, enfadada, siguiéndolo con la mirada a todas partes. —Déjalo ya, Kirsty, ¿quieres? —dijo, revisando ahora el armario—. Estoy cansado, sigo mojado y en un estado de frustración que empieza a ser preocupante, no puedo lidiar con más histerismos ahora mismo. —¿Histerismos? —gritó, pero bajó la voz consciente de que así solo le daba la razón—. ¿Acaso no tengo algo de razón para estar enfadada? «¿Y qué había dicho de estar frustrado?», se preguntó con retardo. «Mierda, ya me he perdido lo más interesante». —No, Kirsty, no tienes razón —le aseguró, volviéndose ahora a mirarla—. No podía subirme a ese coche contigo… así vestida, o no vestida, para ser más exactos. —¡Qué tontería! —¿Cuánto crees que hubiera tardado en parar el coche en mitad del camino? —terminó diciendo, y clavó sobre ella una mirada brillante. Kirsty tembló de deseo de la cabeza a los pies —. Ni siquiera debería estar ya aquí… Esta discusión solo puede llevarnos por un camino de no retorno. Kirsty solo hubiera querido decirle que se moría por explorar aquel camino, pero le había dolido que él la dejara en manos de Dennis y no estaba dispuesta a perdonarlo todavía. —Espera a ver si lo he entendido bien… —dijo sarcástica—. ¿Me has metido en un coche, desnuda y con otro hombre, por mi bien? —¡Por favor! ¡Dennis sabe que no tiene permiso ni para mirarte! —¡¿Permiso?! —Aquello desató todos los infiernos dentro de ella—. Pero ¡¿tú quién coño te crees que eres?! ¡Soy una mujer libre y adulta, y tú no tienes ningún derecho a decidir quién puede mirarme o a quién puedo mirar yo! Apenas había terminado de decir la frase cuando Mike recortó la distancia y la atrapó entre sus brazos. —¡Suéltame, troglodita! —le dijo, forcejeando. —Baja la voz —protestó Mike—. ¿O quieres que Thomas se presente aquí? —Me da igual, quiero que me sueltes —le aseguró, pero su tono de voz fue mucho más bajo —. ¿Por qué no le has pedido a Dennis que revisara mi alcoba? Te hubieras ahorrado… ¿cómo era?… ¡mis histerismos! Lo miró con la furia ardiendo en sus ojos verdes y sintió un escalofrío cuando se encontró con los de Mike a escasos centímetros, que la miraba ahora con una admiración evidente. —¡Joder, Kirsty, la furia te sienta tan bien! —Enterró una mano entre su pelo—. Y yo disfruto tanto convirtiéndola en fuego… Kirsty izó la cabeza, esperando el beso que se moría por recibir. Mike acarició su rostro con las yemas de los dedos y descendió con suavidad por el cuello, hasta bajar por el canalillo que el albornoz dejaba visible tras la acalorada discusión, mientras seguía, embelesado, el movimiento de sus manos con los ojos. Sonrió ante la exclamación que ella dejó escapar cuando apartó ligeramente a un lado el albornoz para apenas descubrirle parte de uno de sus pechos… Kirsty disfrutaba de las caricias intentando no mover ni un músculo. No quería hacer ni decir nada que pudiera estropear lo que Mike parecía estar comenzando, fuera lo que fuese, pero sí protestó con vehemencia cuando lo escuchó suspirar y sintió que le cerraba y acomodaba el albornoz. —¡¿A qué estás jugando?! —se enfadó Kirsty, apartándose de sus brazos. —No a lo que me gustaría —le aseguró, poniendo algo más de distancia entre ellos. —Eres un… —Sí, un imbécil, en este momento me siento como uno —la interrumpió—. Y no sé si me siento peor por detenerme o por haber cedido a la tentación de tocarte a cinco metros de la habitación de tu padre y sin ni siquiera cerrar la puerta. Kirsty miró la puerta abierta de par en par y su corazón sufrió un revés. Ni siquiera había sido consciente de la poca intimidad de la que disfrutaban. Y, no podía engañarse, si Mike hubiera querido arrancarle aquel albornoz y tumbarla en la cama, ella no habría puesto un solo impedimento. ¿Es que él solo tenía que tocarla para que perdiera el juicio? Y para hacerla todavía más consciente de sus errores, Nadine se asomó a la habitación justo en aquel instante con un vaso de leche en la mano, consiguiendo que Kirsty dejara escapar una exclamación ahogada. —Pensé que te apetecería un vaso de leche caliente —le dijo la mujer con una sonrisa—. Thomas dice que te has caído a la piscina. —Me han tirado. —Sonrió irónica mirando a Mike, que le devolvió una sonrisa similar. Nadine lo miró también y entornó los ojos para afinar la vista. —¿Tú también estás mojado? —le preguntó, un tanto perpleja. —Casi seco ya. —Sonrió. —¡Ve a quitarte la ropa mojada inmediatamente! —ordenó la enfermera que llevaba dentro, pero pareció avergonzarse por su tono al instante—. Disculpa, no quería sonar tan dictatorial. —Has sonado perfecta —le aseguró Kirsty—. Algo de su propia medicina, no le viene mal. —¿Ves lo que tengo que soportar, Nadine? —le dijo Mike con una sonrisa divertida, y miró a Kirsty—. Aprovecha hasta los comentarios de otros para meterse conmigo. —Pero pensé que hoy os estabais llevando mejor. Mike posó sobre Kirsty una mirada maliciosa y admitió: —Solo a ratos. Tras esto salió de la habitación. Nadine miró a Kirsty con preocupación. La chica miraba aún la puerta con una expresión inquieta. —¿Quieres contarme qué ha pasado? —le dijo Nadine, dejando el vaso de leche sobre la mesilla. Kirsty suspiró, se sentó en la cama y su cuerpo reaccionó al recuerdo de todo lo que tendría que contarle igual que si lo estuviera viviendo de nuevo. —¿Me siguen quedando comodines? Capítulo 19 Kirsty se levantó muy temprano a la mañana siguiente. Aquel iba a ser un día muy ajetreado, dado el volumen de trabajo, y estaba ansiosa por empezar. «Estás ansiosa por verle», le grito Pepito, aunque no le importó admitirlo. La noche había sido muy larga, al igual que su lucha interna... «Me desea», era en lo único que su mente parecía haberse empeñado una y otra vez mientras su cuerpo respondía a aquella afirmación de la manera más indeseada, aunque inevitable. A pesar de estar enfadada con él y de intentar recordarse todos los motivos que tenía para odiarlo, el ardor que la invadía al imaginárselo entre sus sábanas eclipsaba por completo todo lo demás. Por desgracia, había momentos en los que lo asumía y aceptaba, y otros en los que la rabia por sentirse así podía con ella y la obligaba a blasfemar y autocastigarse. Y cuando aquello último sucedía, terminaba deseando castigarlo a él por ponerla en aquella tesitura. Hasta que otras formas de castigo más interesantes le calentaban la sangre y el ciclo volvía a empezar… Y entre escarmientos y torturas exquisitas había pasado la noche, rememorando todo lo sucedido aquel día: el casi beso del jardín, el casi algo más de la piscina y el casi lo que fuera de su habitación, así los había bautizado. Y, tras horas de lucha consigo misma, había llegado a una conclusión irrefutable: si no borraba la palabra casi de su vida pronto, iba a volverse loca de remate. Su teléfono móvil interrumpió sus cavilaciones, y contestó tras consultar el visor, un tanto sorprendida. —¡Alek, qué sorpresa! —saludó—. ¿Pasa algo? —No, es que estaba deseando hablar contigo. ¿Te he despertado? —le dijo—. He aguantado todo lo que he podido. —No hay problema. ¿Y por qué suenas tan contento? Ahí deben ser las tres de la madrugada. —Riley está causando furor en Inglaterra, y más desde que se sabe que estás ahí —le contó —. No dejan de lloverme peticiones de entrevistas y firmas. Kirsty guardó silencio, un tanto alucinada. —¿Y cómo saben que estoy aquí? —Alguien te hizo una foto en el aeropuerto el día que llegaste a Londres y ayer la subió a las redes —explicó—. No tardará en llegarte el meme, me temo. —¡¿Me han hecho un meme?! —Sí, uno que va a ayudar a la promoción de una forma que no esperábamos… —opinó—. ¿Quién es él? —¿Él? —Estaba cada vez más perpleja. —El tipo que estaba contigo en Londres, el del meme. —¡Que no sé de qué meme me hablas, demonios! —Aunque sí podía imaginar quién era el susodicho y empezaba a faltarle el aire. —Espera, te lo mando por WhatsApp. Kirsty miró la pantalla de su teléfono, esperando el mensaje con el corazón encogido. Estaba segura de que no iba a hacerle gracia, pero aquella expresión se quedaba muy corta para describir lo que sintió cuando posó sus ojos sobre la foto en cuestión. Tal y como esperaba, ella estaba en la imagen junto a Mike, ambos saliendo del aeropuerto de Heathrow; lo que no hubiera representado mucho problema si alguien no hubiera escrito sobre sus cabezas un curioso titular:

¡Kirsty «Darcy» Danvers y el detective Riley están en Londres!

Quién iba a decir que semejante bombón fuera real. ¿Será igual de habilidoso que en sus novelas? ¡Tiene toda la pinta! ¡Qué suerte la de algunas!

Tras leerlo varias veces y sin poder evitar ruborizarse, Kirsty volvió a ponerse al teléfono. —Así que ¿esta foto está en las redes? —preguntó, preocupada—. Y ¿cuánto alcance tiene? —Es viral. —¡Mierda! —Tenemos cientos de reservas online de todas tus novelas, Kirsty, miles ahí en Inglaterra. —¿Por mi vida privada? —No, porque sales con el jodido detective Riley. —Rio Alek. —¡Yo no salgo con Riley! —gritó horrorizada—. ¡Pero ¿a quién se le ocurre algo así?! —A cualquiera que haya visto esta foto. —Te recuerdo que Riley es rubio. —Eso da igual. —Esto es una pesadilla —se quejó, sentándose de nuevo en la cama. Lo único que le faltaba era que el dichoso Riley viera aquella foto. El simple pensamiento de que Mike se parara siquiera a considerar que Riley pudiera estar basado en él la llenada de una inexplicable angustia. Aquello hablaba demasiado alto de sus propios sentimientos por él y, sobre todo, ponía al descubierto el hecho de que jamás había pasado página, tal y como ella quería aparentar. «Esta foto me deja con el culo al aire», se lamentó. —Kirsty, ¿sigues ahí? —le preguntó Alek con tono preocupado. Ella se limitó a gruñir—. ¿Y qué te parece? ¿Sería posible? —¿El qué? —¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho? —se burló Alek—. Pues sí que te ha afectado ese meme. «No te haces idea», se dijo, resoplando de nuevo. —Perdona, ya te presto atención, ¿qué me decías? —Un par de firmas y algunas pocas entrevistas, ¿cómo te suenan? —¿Aquí dices? —Se sorprendió. —Sí, puedo volar mañana o pasado y organizamos algo —sugirió—. Así compensamos toda la promoción que hemos tenido que anular aquí. —No sé…, estoy aquí por un motivo, Alek. —Sí, lo sé, y tu seguridad sería una prioridad absoluta. Kirsty se imaginó diciéndole a Mike lo de aquellas entrevistas y casi sintió en carne propia una de sus miradas asesinas. Sabía que a él no le gustaría ni un poco aquella idea, pero también era cierto que todo el lanzamiento y promoción de la novela se había visto afectado por su intento de secuestro, y a la larga era probable que aquello le pasara factura a la editorial. De alguna forma le debía a Alek aquel pequeño favor. —Déjame hablarlo con mi padre, ¿puede ser? —le pidió, dejando a Mike fuera de aquello. —Te llamo mañana —admitió—. Pero ¿vas a decirme ya quién es él? «¿Cómo una pregunta tan simple podía tener una respuesta tan complicada?», se preguntó, un tanto sorprendida. —Mi guardaespaldas. —¿Tu qué? —Mañana hablamos. «¡Ahhhgrrrr! ¡Joder! No me lo puedo creer», se lamentó, paseando por la habitación como un tigre enjaulado. «Y es viral». Estaba a punto de hiperventilar. ¿Cómo demonios iba a evitar que Mike viera aquella foto? ¿Y podría convencerlo de lo absurdez de aquella comparación con Riley si lo hacía? Se sentó en la cama y contempló de nuevo la imagen. No había duda de que era fotogénico, estaba absolutamente impresionante. «Es que es un tipo impresionante», tuvo que reconocer casi en contra de su voluntad.

Cuando se recompuso un poco, bajó a desayunar. Todos estaban ya en el salón, y para Kirsty fue un logro dar los buenos días sin ruborizarse; para conseguirlo tuvo que evitar mirar a Mike de frente. Temía no poder esconder a la luz del día todo lo que le provocaba no solo el recuerdo de lo sucedido entre ellos, sino también lo que habían compartido en sus sueños durante la mitad de la noche. —¿Se te han pegado las sábanas? —le preguntó Mike, consultando su reloj—. ¿O es que no has dormido bien? —Pff, déjame desayunar antes de empezar a atacarme —le dijo con un gesto resignado—. Y, para tu información, hace mucho que estoy levantada, pero he hablado un rato largo con Alek. «Ya está, ya lo he dicho», pensó. Si iban a arrancar la mañana discutiendo, al menos que fuera por algo importante. —¿Te ha llamado Alek a estas horas? —se extrañó su padre—. Pero si en Nueva York es de madrugada. —Tenemos confianza —no pudo evitar decir con cierta mala intención, aunque evitó mirar a Mike. Tomó aire y añadió—: Quiere que hagamos algunas entrevistas aquí en Inglaterra. —Olvídalo —fue la respuesta automática de Mike, que ni se molestó en valorar la idea. —¡Ya estamos! Tengo responsabilidades, ¿sabes? —le dijo molesta —Y yo también —le recordó—, pero mi prioridad absoluta es mantenerte a salvo. —Y te lo agradezco, pero… —¿Que me lo agradeces? —Parecía indignado—. ¿Cómo? ¿Queriendo salir a exponerte sin necesidad? —Mike, he tenido que anular toda la gira promocional de la novela —le recordó. —Tu carrera está más que consolidada —opinó—. No es el fin del mundo que no promociones. —Eso no es asunto tuyo —dijo, aunque sin poder evitar sentirse complacida por el hecho de que él supiera algo de su carrera—. Y solo serían unas entrevistas. Podemos aumentar la seguridad y… —No. —Pero… —He dicho que no. —¡Papá! —Se giró a mirarlo, muy irritada—. ¿Por qué tengo que soportar a este energúmeno? ¡Es un dictador insoportable! —Bueno, vamos a calmarnos —les pidió Thomas a ambos con un gesto seco—. Seguro que podemos encontrar una solución que nos venga bien a todos. —Tú me confiaste a mí su seguridad, Tom, y yo digo que no va a salir de Little Meadows — sentenció Mike mirando al hombre—. Y no es negociable. Thomas suspiró y frunció el ceño. —¿Y si no tuviera que salir de aquí? —le dijo. —¿A qué te refieres? —se interesó Kirsty. —¿Sería posible que las entrevistas te las hicieran aquí? —insistió su padre—. Claro, solo podrían ser entrevistas, las firmas acarrean demasiado tráfico de gente y eso es demasiado peligroso. La chica valoró aquella opción unos segundos. —Tendría que hablarlo con Alek. —Ambos miraron a Mike, que estaba muy serio. —Veamos primero que tal sale lo de Wang —terminó admitiendo el chico—, y lo valoramos. Kirsty suspiró y lo miró con cierta irritación. Tendría que conformarse con aquel compromiso. «¡Y todo por culpa de una dichosa foto!». Una foto de la que no podía hablarle y que haría todo lo posible para que nunca llegara a sus manos». Capítulo 20 Tal y como hicieron el día anterior, fueron cabalgando hasta la casa. Tras la discusión de primera hora de la mañana, ambos estaban un poco tensos y no intercambiaron más de cuatro palabras en relación al trabajo. Casi al tiempo que ellos, llegaron los tipos que venían a instalar la calefacción bajo la carpa, evitando la incomodidad de tener que estar a solas en la casa más tiempo del necesario. Y a partir de aquel momento, la mañana fue un desfile continuo de gente entrando y saliendo, llevando todo lo necesario. Kirsty se centró en la cocina mientras Mike organizaba el resto de la casa, pero de vez en cuando a la chica se le iban los ojos tras aquel cuerpo de infarto que pululaba a su alrededor constantemente. Él iba vestido muy informal, con unos vaqueros y una simple camiseta que se ajustaban a cada músculo de su cuerpo siempre que levantaba una caja del suelo; espectáculo para el que siempre estaba muy atenta. «Y su trasero también es todo un espectáculo… ¡mamma mía!», se dijo, comiéndoselo con los ojos mientras él estaba apoyado en la isleta de la cocina, dándole la espalda. «¿Cómo te pueden sentar tan bien unos simples vaqueros?». Tuvo que girarse hacia otro lado antes de empezar a babear, y se centró en seguir colocando la nevera. Al menos el frío evitaba que ardiera demasiado. Aquella mañana había escogido una camiseta que apenas le llegaba un par de dedos por debajo del ombligo, y que dejaba al descubierto una generosa porción de carne cada vez que izaba los brazos, lo cual estaba resultando de mucha ayuda en aquel momento, en el que estaba luchando para no volverse a mirarlo de nuevo. —Vas a terminar cogiendo frío —la sorprendió Mike una de las veces en que izó los brazos para llegar a la última balda del frigorífico. Kirsty estaba tan concentrada en no girarse a mirarlo que no fue consciente de que él se había movido y ahora estaba apoyado en la encimera que había justo al lado de la nevera. —Gracias por la preocupación —ironizó tras la sorpresa inicial, y siguió a lo suyo. —Quizá deberías ponerte una chaqueta —insistió él. —Tú también estás en manga corta. —Yo no me quedo medio desnudo cada vez que subo los brazos —la miró con un gesto crítico. —Si te molesta mi desnudez, Mike —dijo mordaz—, simplemente no me mires. —Si pudiera no mirarte, pelirroja, no estaríamos manteniendo esta conversación, ¿no crees? Y sin agregar nada más, se alejó de nuevo de la cocina, dejándola sumida en un estado febril que necesitó de un rato extra frente a la nevera. Media hora después, su padre entró en la casa acompañado de otra persona que saludó a Mike de forma efusiva. Kirsty no podía ver al recién llegado desde donde estaba, puesto que le daba la espalda, pero tenía la extraña sensación de que lo conocía. Cuando se acercó, miró con asombro al hombre que le devolvió una sonrisa sincera. —¡Marty! —Hola, señorita Danvers —ella lo amonestó con una mirada severa que le arrancó al hombre una carcajada y le hizo rectificar—. Hola, Kirsty. —Mucho mejor. —Sonrió. Le caía bien aquel grandullón con el que tuvo que luchar hasta para que se tomara un café en su apartamento—. ¿Qué haces en Inglaterra? —Trabajar, me temo. La chica frunció el ceño y miró a Mike, que no tuvo reparo en contestar al interrogante. —Marty está aquí por ti. —Ah…, ¿no hay guardaespaldas suficientes en Inglaterra? —se sorprendió, y miró a Marty —. No te ofendas, me caes bien, pero hacerte venir desde seis mil kilómetros me parece una pasada. —Marty no es guardaespaldas —le aclaró Mike—. Es detective privado. —Y muy bueno, según me han contado —añadió su padre, dándole un golpecito en la espalda al hombre. Kirsty miró sorprendida a Marty, que le devolvió una sonrisa un tanto cohibida. —También fui guardaespaldas muchos años —le aseguró. —Pero ya no —entendió Kirsty. —No, tu caso fue un favor personal. —Sonrió de nuevo. —¿Para quién? —Para Mike —aclaró—. Es mi sobrino. Kirsty miró a Mike, muy sorprendida. Sabía que su padre había sido hijo único, de modo que si aquel hombre era su tío, solo podía ser hermano de su madre. Y hasta donde ella sabía, la madre de Mike lo había abandonado cuando apenas era un bebé y pocos años después había fallecido en un accidente de tráfico. —No sabía que teníais contacto —admitió sin disimular su asombro—. ¿Cómo…? —Es una historia muy larga —interrumpió Mike—. ¿Te parece si te la cuento en otro momento? Kirsty no tuvo más remedio que asentir. Mike le había hablado en un tono afable por primera vez en la mañana y prefería no estropearlo. —Vivís en el lugar más maravilloso del mundo —dijo Marty con una enorme sonrisa—. Ya me habías hablado de Little Meadows, pero las palabras no le hacen justicia. —Pues espera a ver esta casa. —Rio Thomas—. Es posible que decidas no regresar nunca a Nueva York. Mike se excusó para atender al tipo de la calefacción, que le hacía señales desde la carpa, y su padre y Marty se enfrascaron en una conversación sobre la finca. Kirsty intentaba sonreír junto a ellos, pero hacía ya unos minutos que había desconectado de la conversación mientras se preguntaba, con el corazón encogido, si ella misma sería capaz de dejar Little Meadows de nuevo. —¿Te encuentras bien? —la sorprendió Mike, al que ni siquiera había visto regresar. —Sí, ¿por qué no iba a estarlo? —Sonrió a medias. —Porque parecía que habías visto un fantasma… —contó, pero Kirsty se limitó a encogerse de hombros—. La calefacción exterior está lista, ¿quieres verla? Kirsty asintió y ambos salieron al jardín. La chica comprobó, un tanto asombrada, el calor tan agradable que hacía bajo la carpa y miró a su alrededor, donde apenas se veían cables ni enormes y horrorosas estufas tal y como había esperado. —Es increíble —admitió. —Y está al mínimo —informó Mike. —Bajo este techo podrán quedarse en pelotas en pleno mes de diciembre, se lo garantizo — dijo uno de los trabajadores que estaba terminando de recoger las herramientas. Kirsty miró a Mike, que a su vez miraba a aquel tipo, perplejo ante el comentario, y no pudo contener la risa. Dejó escapar una carcajada que pronto se convirtió en un ataque de risa, que el gesto entre divertido e incrédulo de Mike no ayudaba a calmar. —En pelota picada, sí señor —insistió el hombre, que se alejó de ellos cargando una enorme maleta de herramientas. —No doy crédito —escuchó Kirsty decir a Mike—. Y se ha quedado tan pancho… A Kirsty empezaban a caérsele las lágrimas de la risa que era incapaz de contener. —Ahí viene de nuevo, a rematar la faena —le anunció Mike. —Seguís ahí calentitos, eh —les dijo el hombre en un tono complacido. —Se está bien —admitió Mike con una sonrisa divertida—, pero vamos a esperar a que se caldee un poco más antes de despelotarnos. —Eso, eso —agregó el hombre alejándose de nuevo—. Viva el nudismo. —Claro que sí —terminó diciéndole Mike—. Madre mía, la gente está fatal… Kirsty hacía rato que había tenido que coger asiento. Se esforzaba por parar de reír mientras intentaba secarse las lágrimas, pero solo lo conseguía durante unos pocos segundos. Thomas y Marty se unieron a ellos bajo la carpa y tomaron asiento. —¿Qué os pasa? —Rio Thomas por contagio, y miró a su alrededor—. Oye, qué calentito se está aquí. —Si empiezas a sentirte nudista, me avisas y la desconecto, por favor —pidió Mike entre risas, fingiéndose horrorizado. La carcajada de Kirsty debió escucharse hasta en la mansión. Cuando al fin pudo controlarse, Mike la miró con un gesto divertido y lo que parecía una expresión nostálgica. —Ni siquiera recuerdo la última vez que te vi reír así —le dijo mientras le tendía un pañuelo. Kirsty aprovechó para desviar la mirada, azorada. —Pues a ambos solían daros estos ataques de risa muy a menudo —les recordó Thomas—. Algunas veces me unía a vosotros, pero otras me daban ganas de amordazaros. Kirsty recordaba muy bien aquello. Durante los buenos tiempos cualquier cosa servía para reírse juntos a carcajadas. Había perdido la cuenta de la de veces que las lágrimas brotaron de sus ojos mientras ella y Mike no dejaban de decir una payasada tras otra. «Daría media vida por recuperar aquellos momentos», pensó, y aquello le chocó tanto que la diversión se acabó al instante. —Entonces, Marty —dijo para cortar la conversación de raíz—, ¿estás aquí en calidad de detective o de guardaespaldas? —De ambas, supongo. —Sonrió el hombre—. Mientras estés con Mike, yo me dedicaré a hacer algunas pesquisas. —Me engañaste un poco cuando apareciste por mi apartamento —lo miró con una fingida severidad, y puso la voz ronca para imitarlo—: He firmado un contrato riguroso. Si a usted le sucediera algo, me metería en problemas. Marty rio a carcajadas. —Sí, bueno…, apelé a tu humanidad para que no me echaras —declaró con una sonrisa—. Tengo entendido que no te llevas muy bien con Mike, no podía decirte que es mi sobrino. Espero que puedas perdonarme. —Lo pensaré. —Sonrió divertida. —Mañana tendrás que estar con Marty todo el día —le informó Mike—. Cerrar el trato con Wang me llevará varias horas. Necesito poder relajarme sabiéndote en buenas manos. Kirsty sonrió, algo cohibida. La preocupación de Mike a veces le tocaba la fibra sensible más de lo que querría admitir. —Es un exagerado —le dijo a Marty intentando no ruborizarse. —Toda precaución es poca —opinó el detective—. Ni siquiera sabemos aún con qué pretensiones intentaron secuestrarte. —Con las de pedir un rescate, supongo… —dijo Kirsty, inquieta. —Yo no me atrevo a suponer tanto. —¿Por qué otros motivos podían querer hacerlo? —insistió, perpleja. Marty guardó silencio unos segundos, y a Kirsty no le pasó desapercibida la mirada preocupada que compartió con Mike. —No soy una niña —terminó diciéndoles. —Hay multitud de motivos por los que secuestrar personas —explicó Marty—. Entre ellos el tráfico de blancas o de órganos, pero en tu caso, al ser alguien más o menos público, me inclino más a pensar en que sea algún tipo de fanático obsesionado contigo o con tus novelas. A Kirsty le recorrió el cuerpo un inevitable escalofrío. —¿Descartas el secuestro por dinero? —No del todo, pero sí al noventa por ciento. —¿Por qué? —Porque alguien que solo te quiere para pedir un rescate económico, no se hubiera llevado tu colgante —le aclaró, convencido—. Eso es mucho más personal. Y tampoco cuadra con esa conjetura el que te hayan avisado de que saben dónde estás. Kirsty asintió. Aquello tenía sentido, pero era mucho más preocupante que pensar en que fuera una cuestión meramente económica. —Por cierto, voy a necesitar el sobre y la foto —insistió Marty, ahora mirando a Mike. El chico asintió. —¿Tú ya sabías todo esto? —le preguntó Kirsty a Mike, que no había abierto la boca. —Yo hablo con Marty cada día —dijo como respuesta, sorprendiéndola de nuevo—. Un contacto que tiene en la policía le informó de tu intento de secuestro la misma noche en que ocurrió, y ha estado llevando una investigación exhaustiva de todo lo sucedido desde entonces, pero hasta ahora no ha encontrado nada. Kirsty asintió en silencio. Al menos aquello explicaba cómo se habían enterado en Little Meadows de todo tan pronto. —No tengo una sola pista —confirmó Marty—. Raro, si tenemos en cuenta que no eran profesionales. —¿Crees que no lo eran? —Estoy seguro —confirmó, con total certeza—. Ningún profesional es tan torpe como para equivocar el momento y el lugar de esa manera. Te garantizo que eran meros aficionados, por eso me sorprende tanto que no tengamos una sola pista. —¿Conseguiste saber algo sobre el todoterreno? —preguntó Mike ahora. —La matrícula era falsa —contó. —¿Falsa? Pero eso no se corresponde con un amateur —opinó Mike, frunciendo el ceño. Marty terminó exhalando con fuerza. —Cierto —admitió, y agregó convencido—. Hay algo que no cuadra en todo esto, algo que se nos escapa. Espero poder avanzar un poco desde aquí. —Miró a Kirsty—. Al menos para comprobar el peligro real que corres. La angustia en la mirada femenina era ahora visible para todos. —¿Crees de verdad que podrás sacar algo en claro? —le preguntó, ahora casi en un susurro. —No lo sé —admitió con un gesto preocupado—, ¿tienes que volver a Nueva York? —Vivo en Nueva York —le recordó—. ¿Qué pasa si no cogen nunca a esos tipos? Nadie contestó a esa pregunta, solo se quedó en el aire como si fuera una larga guadaña pendiendo sobre su cabeza. —Disculpadme —se excusó y entró en la casa, buscando algo de serenidad. Caminó hasta la cocina y se centró en el trabajo, intentando olvidar la conversación que acababan de mantener. —Kirsty… —la sorprendió Mike, al que ni siquiera había escuchado ir tras ella. —Queda mucho por hacer aún —le recordó la chica, centrándose ahora en colocar la cubertería. Mike guardó silencio. —Deja de mirarme —le pidió Kirsty, irritada, un minuto después—. Estoy bien. —Tienes derecho a estar preocupada. —¿Y de qué va a servirme? —Se paró ahora a mirarlo—. ¿Eso me devolverá mi vida? ¿Evitará que me sienta como una prisionera? —Lo solucionaremos y podrás volver a Nueva York —le aseguró Mike con un gesto serio—. Mientras tanto, se me ocurren peores cárceles que Little Meadows. —Cualquier paraíso forzoso es una pesadilla, Mike —le aseguró con los ojos cargados de pesar—. Y el miedo es el peor compañero de celda. No puedo vivir así, pero tampoco puedo evitar estar asustada. Mike recortó las distancias y la tomó entre sus brazos. Kirsty se dejó atrapar, sin protestar. —Nadie va a hacerte daño mientras yo viva —le aseguró con vehemencia. A Kirsty le sorprendió el ardor que leyó en su mirada—. Eso te lo prometo. Y si lo que necesitas es algo más de normalidad, habla con Alek. Aquello sí la desconcertó. —Usad esta casa para hacer esas entrevistas —le sugirió—. Contrataremos a un batallón de guardaespaldas, si es necesario. Sorprendida, Kirsty se perdió en sus ojos y fue repentinamente consciente de que pasaría toda su vida en Little Meadows y entre sus brazos, si tan solo él se lo pidiera. Aquel pensamiento le inundó el pecho de una sensación de desasosiego que la obligó a respirar hondo y apartarse de él. —Necesito…, voy a… —No pudo terminar ninguna frase. Se alejó de allí con premura, buscando un lugar en el que esconderse. Se perdió por uno de los pasillos que aún no conocía y se coló al azar y sin pensarlo por una de las puertas, cerrando a cal y canto tras de sí, buscando algo de intimidad. Supo que había equivocado la elección en cuanto que apoyó la espalda sobre la puerta y se enfrentó al lugar: sin duda, aquella era la habitación de Mike. Mal sitio para superar su repentino descubrimiento, aunque por un instante se dejó llevar por el asombro de lo que tenía ante sí. Paseó su mirada por la estancia y le sorprendió su amplitud. La enorme cama, que estaba justo en el centro de la alcoba, la atraía como si fuera un imán gigantesco. Tuvo que luchar con todas sus fuerzas contra las ganas de tumbarse en ella. Si lo hacía, sabía que lo siguiente sería imaginar a Mike tumbado a su lado y aquello era lo último que le convenía en aquel momento. No había demasiados muebles, pero sí los suficientes como para poder usar la alcoba con toda comodidad. Caminó por la estancia, sin dejar de observarlo todo, con una inexplicable sensación de emoción anidando en su pecho. A mano izquierda descubrió un baño completo, con una bañera enorme, que le arrancó un suspiro. Apenas si tenía adornos, pero supo que podría convertirlo en un sueño con tan solo unos cuantos toques. La puerta que había al otro lado de la cama la llamó a gritos y recorrió la distancia en pocas zancadas, deseosa de descubrir que podía haber tras ella. —¡La madre del cordero! —dijo en alto, paseando su mirada por el enorme vestidor que descubrió. Estaba vacío, pero no tuvo ningún problema para imaginárselo lleno de ropa; incluso colocó un espejo y un butacón en el centro en un simple cerrar de ojos. Para alguien que había pasado toda su vida protestando por el tamaño de su armario, en cualquiera de los lugares en los que había vivido, aquello era el paraíso. A regañadientes, salió del armario y cruzó de nuevo la alcoba directa al enorme ventanal, para comprobar hacia qué parte de las praderas estaba orientado. Cuando descorrió del todo las cortinas, otra exclamación de asombro salió de sus labios. Aquello no era una simple ventana, sino las puertas que daban a una preciosa terraza, en la que se coló al instante, sorprendiéndose de las vistas. Si mirabas la casa desde el frente, parecía construida al completo al ras del suelo, pero la habitación daba a la parte trasera, y para salvar el desnivel habían tenido que izarla, consiguiendo que las vistas fueran mucho más espectaculares. Las extensas praderas se perdían en el horizonte, donde podía imaginarse cabalgando rodeada de niños y con un apuesto vaquero de ojos grises sonriendo a su lado. «Joder, Kirsty, basta», se suplicó, dejando caer las primeras lágrimas. «Deja de pensar absurdeces que solo te hacen daño». Pero su conciencia le recordaba que aquella absurdez era lo único que había deseado desde que tenía uso de razón. «Este ya no es tu sueño», se repitió varias veces, rogando para que su mente la creyera y dejara de atormentarla. Pronto todo se solucionaría y ella volvería a su vida en Nueva York, lejos de Mike y de sus odiosas órdenes… «…Y de sus besos y sus sonrisas…». —¡Mierda, joder! —protestó, rompiendo a llorar de forma intensa e inconsolable. Y así siguió durante mucho rato, hasta que la puerta de la habitación se abrió y Mike entró como una exhalación, lanzando improperios. —¡Maldita sea, Kirsty, no puedes desaparecer de esta manera! —le gritó desde la puerta de la terraza—. ¡Joder, menudo susto nos has dado! Kirsty se afanó por limpiarse las lágrimas, mientras, Mike deshacía sus pasos para asomarse a la puerta de la habitación e informar a su padre y a Marty de que la había encontrado y estaba todo bien. Después regresó a la terraza, donde Kirsty se afanaba aún por borrar todo rastro de llanto, incluso sabiendo que no sería posible. —¿Ni siquiera vas a disculparte? —insistió Mike, irritado—. ¡Estábamos muertos de preocupación mientras tú disfrutabas de las vistas! —No me grites —exigió, sin girarse a mirarlo. —¿Es que eres incapaz de pensar en los demás? —¡Déjame en paz! —le dijo en el tono más frío que pudo, sin poder controlar todavía las lágrimas del todo. —Esto es el colmo —se quejó irritado—. Ojalá pudiera dejarte en paz, pero te recuerdo que estás bajo mi protección. —No necesitas recordármelo. —Al menos ten la educación de mirarme cuando te hablo. —No me da la gana. —Ah, ¡qué bonito! —ironizó—. Pues a lo mejor a mí tampoco me da la gana que estés en mi alcoba. Kirsty se batió en retirada, dispuesta a marcharse sin agregar nada más, pero Mike la sujetó con fuerza y la arrastró hacia sus brazos. —¡Suéltame, idiota! —gritó, ahora furiosa; tanto que se olvidó de que no debía mirarlo. —¡Oh, por Dios! —exclamó Mike casi en un susurro, observándola con atención con lo que parecía una mirada atormentada. —¡Que me dejes! —protestó—. No tendrás que repetirme dos veces que salga de tu cuarto. —Kirsty… —¡No tengo ningún interés en estar aquí! —Cálmate… —Y mucho menos estando tú dentro —insistió. —Kirsty, por favor, ya basta —suplicó, abrazándola más estrechamente mientras apoyaba la frente contra la suya—. Lo siento. Aquellas palabras fueron como un bálsamo para su furia, que se disipó de la misma inesperada manera en que había llegado. —Debí suponer que no te encontrabas bien —siguió susurrando Mike, acariciándole ahora el pelo con ternura. Kirsty se dejaba consolar, intentando no derramar más lágrimas. Sabía que Mike estaba confundiéndose respecto a sus motivos para estar en aquel estado. Incluso a ella le sorprendía estar llorando por lo que no podía tener, en lugar de por la amenaza que pendía sobre su cabeza, pero no iba sacarlo de su error. A pesar de todo, se sentía tan bien entre sus brazos que decidió quedarse allí todo el tiempo que pudiera. —Sé que no es excusa —seguía diciendo él—, pero me he llevado un susto de muerte y he perdido un poco los papeles. «Al menos su preocupación parece sincera…», se consoló Kirsty, y se abrazó a él con fuerza. Mike la acomodó entre sus brazos, y Kirsty se sintió completamente segura por primera vez en seis años. Aquel pensamiento atrajo de nuevo las lágrimas, y durante unos minutos se dejó consolar mientras sentía a Mike acariciarle el pelo y susurrarle palabras de consuelo. Hasta que la temperatura de Kirsty comenzó a subir, cuando fue consciente hasta del último músculo que se amoldaba a ella… Apenas sin pensar en lo que hacía, se frotó contra él y su cuerpo reaccionó de la cabeza a los pies. Escuchó a Mike suspirar, al mismo tiempo que la estrechaba un poco más contra su cuerpo. —Kirsty… —sonó a súplica. La chica lo miró a los ojos, con los suyos enturbiados ya de un deseo apenas contenido. —Me vas a volver loco —murmuró Mike entre dientes, sin dejar de mirarla. Kirsty se sintió tan complacida con el comentario que sus brazos ascendieron por el torso masculino hasta enredarse en su cuello. Mike apoyó la frente contra la de ella y metió una mano entre su pelo, suspirando con cierta frustración. —Kirsty…, si te beso terminaré tumbándote en esa cama —susurró casi contra su boca. —Y ¿eso sería tan malo? —musitó, loca por volver a probar sus labios. —No, sería genial… si tu padre y mi tío no estuvieran esperándonos ahí fuera. Kirsty dejó escapar un sonido de protesta que hizo sonreír al chico. —¿Por qué me siento todo el tiempo como si viviera en el camarote de los hermanos Marx? —comentó con cierto fastidio. Mike dejó escapar una divertida carcajada. —No es gracioso —se quejó—. Es… —¿Frustrante? —terminó por ella—. ¡Qué me vas a contar a mí! Metió la mano por la parte trasera de la camiseta y le acarició la espalda desnuda con un movimiento impaciente. —Eso no ayuda —dijo Kirsty, moviéndose contra él. —Es que eres tan suave… —susurró, peligrosamente cerca de sus labios—, y me muero por tocarte. —¿Sí? —Sabes que sí. Kirsty hubiera querido decirle cuánto le gustaba escucharle admitirlo, pero en su lugar solo pudo emitir un gemido cuando la mano de Mike bordeó su costado para inspeccionar ahora la parte delantera; aquellos dedos parecían abrasar cada centímetro de carne que tocaban. Incapaz de pronunciar una sola palabra, esperó con auténtica expectación a que esa mano ascendiera por su abdomen hasta sus pechos, que anhelaban las caricias de un forma insoportable y desconocida para ella. Apenas si podía respirar con normalidad mientras intentaba no moverse ni un milímetro. —Oh, joder, esto no ha sido buena idea, pelirroja —susurró Mike, ya muy cerca de sus pechos—. Me temo que… —casi rozó sus labios— voy a besarte…, y cuando lo haga, mi cerebro dejará de regir y me importará todo un comino, excepto esto… —Con la mano libre la atrajo del trasero contra su pelvis, y Kirsty pudo sentir por primera vez su impresionante dureza presionando entre sus piernas. Aquello desató un infierno dentro de ella que a punto estuvo de hacerla saltar por el precipicio justo en aquel instante. Jamás pensó que solo sentir la erección de Mike pudiera desencadenar aquella oleada de absoluta lujuria, imposible de contener. Se apretó aún más contra él, deseosa de sentirlo más cerca, y tuvo que contenerse para no empujarlo sobre la cama, subirse a horcajadas y seguir explorando aquella increíble sensación. —Kirsty…, tienes que ayudarme un poco. —Sonó desesperado, rozando ahora la punta de la nariz contra la suya. Pero ella no atendía a razones y miraba sus labios con un hambre voraz que no se molestaba en esconder. —Kirsty… —suplicó de nuevo entre jadeos, sin ser consciente de que la empujaba hacia la cama, que ya estaba muy cerca. —Solo un beso —suplicó la chica contra su boca. —No podré darte solo uno —susurró—. Tengo demasiada hambre. Por suerte o por desgracia, las voces provenientes del pasillo les alertaron de que ya no estaban solos, casi cuando estaban a punto de ceder a lo que hubiera sido un error en aquel momento. Mike la soltó a la velocidad de la luz y puso distancia entre ellos. Kirsty tuvo que sentarse en la cama, temerosa de que sus rodillas decidieran dejar de sujetarla. Thomas entró en la alcoba como Pedro por su casa. —Ah, estáis aquí… —¡Groucho! —saludó Kirsty con un gesto de cabeza y el ceño fruncido. —¿Qué? —Su padre la miró confuso y después observó a Mike, que apenas si era capaz de devolverle la mirada —. ¿Ya estabais discutiendo otra vez? —Sí, papá, estábamos en plenas negociaciones. Kirsty miró a Mike, que le devolvió un gesto tenso y una mirada que parecía amonestarla por su comportamiento. —No discutíamos —le aseguró Mike. Antes de que Thomas pudiera añadir nada más, Marty entró también en la habitación. —No os encontraba —dijo con una sonrisa amable. —Pasa, Harpo, todavía hay espacio. —Sonrió Kirsty intentando sonar un poco menos rígida, pero estaba demasiado frustrada aún como para conseguirlo. Mike volvió a increparla con un gesto, y ella se permitió el lujo de recorrer su cuerpo con los ojos de arriba abajo solo para fastidiarlo, pero ¡cuánto le gustaba lo que veía, por favor! —Volvamos al salón —dijo Mike de inmediato. Se le veía tenso. «Muy tenso», sonrió Kirsty, que de repente se sentía muy bien. Se le escapó una carcajada ante la desesperada petición y se ganó otra mirada de aviso; lo cual solo sirvió para alentarla a seguir explorando aquella vía. Comprender que podía afectarlo de la misma manera que él a ella fue como una inyección de adrenalina mezclada con un poderoso afrodisiaco. —Voy a acercarme a hablar con el vigilante de la puerta —contó Marty mientras salía por la puerta del cuarto. Thomas salió tras él, y Kirsty pasó ante Mike a continuación, a quien tuvo el descaro de tirarle un beso. Una décima de segundo más tarde estaba en sus brazos, sin que apenas le hubiera dado tiempo a reaccionar. —Deja de jugar, Kirsty —le pidió en susurros. Ella le devolvió una mirada retadora cargada malicia. —¿O qué? Mike parecía a punto de echar humo por las orejas. —¿O qué? ¡O vamos a dar un espectáculo público en el momento menos pensado! —¿Me lo pones por escrito? «Ay, madre, no puedo parar», se dijo, un tanto asombrada. Mike la atrajo más hacia sí y la abrasó con la mirada. —Ten cuidado, pelirroja, a ver si vas a encontrarte con más de lo que esperas… —le dijo a escasos centímetros de sus labios Kirsty sintió que su cuerpo ardía como la leña seca. —¿Es una amenaza? Mike sonrió con una sensualidad que a Kirsty a punto estuvo de arrancarle un gemido, y casi rozó sus labios mientras le susurraba: —Es una promesa. La soltó y salió de la habitación, dejándola sumida en un estado de excitación y expectación que apenas si podía controlar. «Eso te pasa por jugar con fuego», se amonestó, intentando calmar los sofocos, pero nada excepto lo prometido conseguiría ya apagar aquella llama. Capítulo 21 Las siguientes horas fueron de las más extrañas de su vida. Ella no estaba acostumbrada a sentirse tan acalorada y presa de sus instintos más primarios, y por más que intentaba concentrarse en otra cosa que no fueran las ganas de arrastrar a Mike a la sauna, no lo conseguía. Tardó el doblé de tiempo en realizar cualquiera de las tareas que tenía asignadas, mientras le mentía a su padre cada vez que este le preguntaba si le sucedía algo. Por fortuna, Nadine llegó a la casa cuando rondaba la hora de comer y lo distrajo lo suficiente como para que ella pudiera relajarse… y seguir comiéndose a Mike con los ojos, sin peligro a ser descubierta. —¿Está todo? —le preguntó el chico entrando ahora en la cocina, mirando los muebles. —Se han roto dos platos —le informó Kirsty con el corazón en la garganta. Desde lo sucedido en la alcoba, no había vuelto a hablar con él. «Intenta comportarte con normalidad, Kirsty, y no como si tuvieras puestas unas bolas chinas», se rogó a sí misma, y no pudo evitar sonreír ante aquel pensamiento. —¿Y te hace gracia? —¿El qué? —Romper platos. —No. Y ya venían rotos —le aclaró, sin dejar de mirarlo—. Deberías reclamarlo. —¿Te gustan especialmente? —¿Los platos? —¿De qué otra cosa podría estar hablando? —Sonrió él, pero le miró los labios mientras lo decía. —No están mal. —Le devolvió una mirada maliciosa. —¿Solo no están mal? —Bueno…, de momento solo los he visto por encima… —le dijo, encogiéndose de hombros con un gesto de aparente indiferencia—. ¿Cómo puedo saber si va a gustarme comer en ellos? Hay platos que engañan… Posó sobre él una mirada de pura inocencia, que terminó arrancándole a Mike un sonido ronco. —Sabía que era mala idea dirigirte la palabra —protestó, mirándola ahora sin disimular su frustración—. Necesito poder concentrarme en algo, pelirroja, y no me lo estás poniendo nada fácil. —No sé de qué me hablas. —Solo deja de mirarme —le pidió—. Con eso me conformo… —Se inclinó ligeramente y le susurró al oído—, al menos de momento. Se alejó de ella, dejando de nuevo aquella promesa en aire. «No, definitivamente unas bolas chinas ni por asomo me tendrían en este estado…», pensó, temblando de excitación mientras posaba los ojos en su trasero.

Durante el resto del día no tuvieron oportunidad de volver a hablar. Tras subir a comer a la mansión, Mike anunció que debía encerrarse a trabajar un rato en el despacho para cerciorarse de que todo estaba en orden y organizado para la reunión con Jian Wang del día siguiente. Dejó a Kirsty a cargo de Marty y se aisló del mundo durante lo que a ella le pareció una eternidad. A las ocho de la tarde recibió una llamada de Jess, que le ayudó a sobrellevar la espera. Kirsty contestó al teléfono con una enorme sonrisa. —Se te ve contenta —le dijo su amiga tras los saludos iniciales. —¿Para estar amenazada y prisionera dices? —bromeó Kirsty. —Para estar tan cerca del odioso e insignificante hombrecillo… Kirsty rio, pero agradeció que su amiga no estuviera allí para verla ruborizarse. Sin duda, acababa de ponerse como un tomate. ¿Cómo le contaba a Jess que el problema ahora era que no lo tenía tan cerca como le gustaría? —No está siendo fácil —optó por decir. —Imagino —dijo en un tono pícaro. —Pues no imagines tanto. —¿Ya viste el meme? Kirsty dejó escapar un exagerado suspiro. —Eso es un sí, parece. —Rio Jess. —Alek se ha encargado de mandármelo. —¡Dichoso Alek! —se quejó—. Me ha pisado la exclusiva. Si por algo le tengo tanta manía… —Si te sirve de consuelo, su intención no era mandármelo. Le habló a su amiga de las entrevistas y las firmas que Alek le había sugerido hacer en Inglaterra, de la negativa inicial de Mike y de cómo finalmente habían llegado a un acuerdo; obviando la manera en que él la había abrazado con ternura antes de ceder a las entrevistas… «¿No llevaba ya demasiado tiempo en el despacho?», se distrajo pensando. —¿Y ya has hablado con míster aburrimiento? —se interesó Jess. —Oye, es irracional la manía que le tienes a Alek. —Rio Kirsty—. Te juro que no es para nada aburrido. —Sus trajes lo son —aclaró Jess—, pero olvidémonos de él y vamos al meollo de la cuestión. Conociendo a su amiga y por el tono de su voz, Kirsty tuvo claro a qué se refería. —Uy, Jess, se te entrecorta la voz… —le dijo, haciendo ruidos extraños con la boca. —¡No me jodas, Kirsty! —La escuchó protestar. —Debe de ser la cobertura. —Rio a carcajadas. —Si crees que vas a librarte de hablarme sobre Riley, es que no me conoces bien —la amenazó—. Voy a llamarte cada cinco minutos hasta que me cuentes algo. Kirsty sabía que su amiga era muy capaz de llevar cabo aquella amenaza, pero no tenía muy claro qué quería contarle ni cómo hacerlo. Había algunas cuestiones de su relación con Mike, o lo que fuera que tuvieran, que no estaba preparada ni para admitirlas ante sí misma. —¿Qué quieres que te cuente, Jess? —terminó diciendo—. Nos pasamos media vida discutiendo. —¿Y la otra media? —¡Qué hábil! —Rio avergonzada. —Leer en los pequeños detalles es mi especialidad —bromeó—, pero tengo la sensación de que no estamos hablando de… detalles tan pequeños. —¡Eh! Si estas insinuando que puedo tener algún dato de sus… atributos físicos…, para el carro ahí. —Pues no me refería a eso —Rio Jess divertida—, pero me resulta muy interesante que seas tú quien lo mencione. Kirsty se ruborizó, pero no dijo nada. —Me refiero a que tengo la sensación de que ha sucedido algo importante. —¡Es imposible que sepas eso! —exclamo Kirsty. —Así que estoy en lo cierto —dijo Jess, eufórica—. Soy toda oídos. —Sí —Sonrió Kirsty, y bajó la voz para añadir—: y como tú, media casa. —¿Eso significa que no vas a contarme nada? —No en este momento. Estoy en el salón y mi padre no tardará en bajar a cenar. —Pero ha pasado algo —dijo Jess, convencida. A Kirsty le costó admitir: —Puede ser. —¡Lo sabía! ¿Y tú… pequeña maldición? —preguntó, ahora con cautela. —No sé de qué me hablas. —Sonrió Kirsty, y soltó una carcajada cuándo escuchó a Jess gritar eufórica al otro lado de línea—. ¡Estás como una berza! —Entonces ese detective ¿ya te cacheó de arriba abajo? —Hasta luego, Jess. —¡Eh! —Doris está a punto de servir la cena. —¿Quién es Doris? —La cocinera. —¡¿Tenéis cocinera?! —exclamó, perpleja—. ¿Cuándo vas a invitarme a conocer Little Meadows? —¿Cuando no esté amenazada y en peligro? Aquello sí provocó que Jess se pusiera seria. —¿No te sientes segura del todo ahí? Kirsty suspiró y se vio obligada a hablarle de la carta que había recibido y las pesquisas que estaban llevando a cabo. También le contó que Marty estaba allí, encargándose de la investigación, y que no era precisamente optimista con respecto a todo lo sucedido. —¿Y no pensabas contarme nada de todo eso? —protestó Jess—. No está la cosa para bromas, amiga. —Reírme es lo que más necesito —reconoció—. Lo demás prefiero no pensarlo demasiado. —¿Me llamarás si necesitas hablar o desahogarte? —le pidió su amiga. —Te lo prometo —aceptó—. Pero ahora cuéntame de ti. ¿No se te habrá pasado decirme que has conocido ya a ese apasionado aventurero que llevas toda la vida esperando? —¡Qué más quisiera! —suspiró Jess. —Tendrás que esperar a los premios Pulitzer. —Rio Kirsty—. Quizá tu Reese aparezca este año a recoger su premio y puedas conocerlo. Rio ante el suspiro exagerado que escuchó al otro lado de la línea. El tal Reese era uno de los periodistas y escritores más admirados por Jess, ganador de nada menos que dos premios Pulitzer, tres si contábamos con el anunciado hacía apenas un mes, pero al que nadie había visto jamás. Solo se sabía de él que tenía treinta y cinco años y viajaba constantemente, motivo por el que nunca parecía estar en Nueva York para recoger sus premios. —Ya no me hago ilusiones… —A la tercera va la vencida. —Rio Kirsty—. Yo que tú estaría preparada. —Llevaré las bragas limpias a la entrega de premios, por si acaso. La carcajada de Kirsty resonó en el salón. No había nadie como Jess para hacerla reír. —¿Y si tu Reese es un clon de Quasimodo? —Kirsty…, dale recuerdos al detective Riley de mi parte. Por desgracia, aunque hubiera querido darle aquellos recuerdos, apenas habría tenido ocasión. Mike se sentó a cenar con el tiempo justo, y antes de que llegara el postre anunció que debía retirarse pronto para atender una videoconferencia. «Al parecer mi protección ya no es prioritaria», se dijo, molesta, cuando Mike le encomendó a Marty incluso la tarea de revisar su cuarto al acostarse. Kirsty supuso que el hecho de pedírselo delante de todos fue para evitar que ella pudiera protestar por el cambio. «Pues va listo si cree que voy a mostrar mi desacuerdo… ¡Anda y que le den! Si no quiere estar a solas conmigo, no seré yo quien suplique sus atenciones», se dijo, irritada; aunque disimular su enojo no era tarea fácil. A partir de aquel momento, contestó con monosílabos a cualquier cosa que Mike le dijera y ni eso si no tenía nada que ver con el trabajo o la visita de Jian Wang. En una de las ocasiones en que Kirsty fue al baño, a su regreso se cruzó con él, que salía del salón. —Voy a trabajar otro rato —informó, pero no obtuvo más que un asentimiento de cabeza y una fría sonrisa. Kirsty pasó ante él dispuesta a entrar en el salón, pero Mike la tomó del brazo con un gesto serio. —Dime ya de qué se me acusa y acabemos con esto —le dijo casi en un susurro. —No te entiendo. —Tengo que trabajar, Kirsty —insistió—. Mañana solo podré dedicarme a Wang, y tengo mil cosas atrasadas. —¿He dicho yo algo? —Alto y claro, con cada gesto, y lo sabes. —Si eres tan listo, también sabrás lo que me pasa —intentó tirar de su brazo, pero no consiguió rescatarlo—. Suéltame. Mike se acercó un poco más y le habló casi al oído. —¿Qué es lo que quieres, pelirroja? —susurró—. ¿Mi atención? Esa la tienes, mal que me pese. —¡Yo no quiero nada de ti! —masculló irritada —No volvamos a ese punto. —Sonrió mordaz—. Ninguno de los dos engañamos ya a nadie empeñándonos en mostrar indiferencia. —¡Nadie lo diría! —le dijo, molesta, cuando en realidad se había prometido solo exigir su brazo de vuelta y no añadir nada más—. Primero me impones tu protección, pero después no tienes ningún problema en delegar todas tus obligaciones cuando te parece. Mike sonrió, ahora con algo más de diversión. —¡Guárdate tus sonrisitas, imbécil! —se agitó, ofendida, y tiró de su brazo con más ahínco. Fue en vano—. ¡Que me sueltes! —¿Crees que no me muero por ser yo quien revise tu habitación? —admitió junto a su oído, atrayéndola un poco más hacia sí. Ahora Kirsty tuvo que ahogar un gemido mientras miraba hacia la puerta abierta del salón. —Sería muy fácil engañarme a mí mismo y decirme que solo voy a hacer mi revisión nocturna —insistió Mike—, pero respeto demasiado a tu padre y esta casa como para poner un pie en tu alcoba, sabiendo que esta vez me aseguraré de cerrar la puerta contigo dentro en cuanto que cruce el umbral… A Kirsty se le disparó el corazón al mismo tiempo que la temperatura, y estuvo en un tris de suplicarle que la sacara de la casa hacia cualquier rincón oscuro del jardín. Casi no podía creer que estuviera a punto de rogarle unas cuantas caricias a un hombre…, y mucho menos a aquel, pero la necesidad empezaba a ser imposible de soportar. Sin decir una palabra, giró la cabeza y clavó sus ojos en los de él, implorando con la mirada el alivio que necesitaba, y, por la expresión atormentada que le devolvió, estuvo claro que recibió el mensaje alto y claro. —Joder, Kirsty, colabora —le suplicó—, porque hasta ese armario empieza a parecerme el paraíso… Pero ella no solo no lo ayudó, sino que miró hacia la puerta del ropero, claramente valorando aquella opción, aunque no tuvo tiempo de hacer ninguna replica. Mike dejó escapar un sonido exasperado, la soltó y se alejó de ella con urgencia hasta perderse dentro del despacho, que se aseguró de cerrar a cal y canto. «¿Habrá cerrado para que yo no entre o para evitar salir él?», se preguntó con curiosidad y cierto morbo. Ser consciente de que Mike también la deseaba con la misma intensidad era un potente afrodisiaco que parecía quemarle las entrañas. —¿Qué haces aquí sola en mitad del pasillo? —le preguntó Nadine saliendo del salón. —Estaba hablando con Mike —le explicó con una sonrisa, esperando que la mujer no notara su acaloramiento—. Va a trabajar otro rato. —Eso ha dicho —dijo Nadine—. Supongo que lo de mañana lo tiene muy nervioso. —¿Tú crees? —Según cuenta tu padre, lleva dos años trabajando para cerrar este trato, ¿tú no estarías nerviosa? —Sonrió—. ¡Atacada estaría yo! Kirsty ni siquiera se había parado a pensarlo, y de repente se sintió la persona más egoísta del planeta. —Y encima tiene que encargarse de mi seguridad —susurró, casi para sí misma. —Bueno, eso no parece importarle demasiado. —¿Qué? —Que no le veo yo muy molesto por tener que cuidar de ti… —Sonrió con cierta picardía, sorprendiendo un poco a Kirsty—. Y no hace falta que eches mano de tus comodines, no tengo pensado añadir nada más. Kirsty tuvo que reír ante el comentario. Decididamente, le caía muy bien aquella mujer. Podrían ser grandes amigas si el tiempo lo permitiera, pero aquella misma tarde Nadine le había comentado su intención de dejar su puesto y regresar a su casa. Su padre estaba cada vez más recuperado, y era obvio que ya no necesitaba una enfermera interna a tiempo completo, tal y como les había indicado la mujer hacía unas pocas horas. —Te voy a echar mucho de menos —le confesó Kirsty con sinceridad—. Me he acostumbrado a tenerte por aquí. —Yo también voy a echaros de menos a todos —admitió con una sonrisa apagada. —Entonces quédate, mi padre estará encantado de tenerte con él un poco más. —Ya no me siento cómoda cobrando un sueldo que no me gano —le dijo—. He llegado a un acuerdo con Thomas para quedarme hasta finales de semana, pero después me marcharé. Kirsty hubiera querido hacerla desistir, pero entendía tan bien como se sentía que no le pareció adecuado insistir. —Te dejaré mi teléfono. —Sonrió la mujer—. Si en algún momento te quedas sin comodines y te apetece hablar, solo tienes que llamarme. —No lo descarto —admitió Kirsty—. Me gusta hablar contigo, y últimamente estoy un poco… —Tuvo que hacer una pausa buscando la palabra adecuada, pero no encontró ninguna que no la comprometiera. —Vaya, así que ¿ni siquiera sabes cómo estás? —bromeó Nadine—. Entonces es más serio de lo que pensaba. —Bueno… —titubeó—, no todos los días intentan secuestrarme. —Ah, eso —Sonrió Nadine ahora—, pues fíjate que yo pensaba que tus peores quebraderos de cabeza tenían nombre y apellido… Kirsty no pudo evitar sonreír al tiempo que se ruborizaba e intercambiaba una significativa mirada con la mujer, sin molestarse en desmentir aquella última afirmación. Capítulo 22 A las doce de la mañana del día siguiente, todos esperaban la llegada de Jian Wang un tanto impacientes. Habían decidido recibirlos en la mansión para que pudieran instalarse en sus habitaciones, y Kirsty no dejaba de dar paseos por el salón mientras su padre la amonestaba de vez en cuando por su inquietud. La conversación con Nadine de la noche anterior le había hecho ser consciente de lo egoísta que estaba siendo al centrarse solo en sus propias necesidades y antojos, así que había pasado la mitad de la noche prometiéndose a sí misma que pondría todo de su parte para colaborar con Mike y que aquella reunión fuera un éxito. Nada de atosigarlo ni inquietarlo en las próximas horas; aunque saber que no tendrían oportunidad de estar a solas ni un instante en todo el día la deprimía de una manera que incluso llegó a preocuparla. Mike entró en el salón procedente del despacho e informó a todos de que acababan de anunciarle la llegada de sus invitados. —Kirsty… —La miró de frente. —Dime. —No veo necesario que nadie sepa lo de tu intento de secuestro. —Perfecto, yo también prefiero no dar explicaciones —admitió la chica—. Si te parece, puedo alegar un problema en la rodilla como excusa para no salir a cabalgar. —Buena idea, sí —la miró Mike, con cierto asombro ante la buena disposición. «Cree que soy un ogro», se entristeció la chica, al ser consciente de cuánto le había sorprendido su colaboración. Y de repente se sintió totalmente avergonzada por su comportamiento habitual. ¿Qué opinión podría tener Mike sobre ella si desde que había llegado no había parado de quejarse y discutir por todo? Y cuando no protestaba por tener que soportar su compañía, lo hacía porque él no le prestaba toda la atención que quería… «¡Soy una mosca cojonera!», se dijo, horrorizada ante la idea. Debía aprender a gestionar todas las emociones que Mike provocaba en ella, sin dejar que fueran ellas quienes dominaran sus impulsos. En aquel mismo instante se juró a sí misma comportarse con diplomacia y saber estar. Al fin y al cabo, era la anfitriona y señora de la casa, le gustara el papel o no, y quería que Mike pudiera estar orgulloso de ella al terminar el día. Y con ese firme propósito salió a recibir a los Wang junto a Mike y su padre…

…Un par de horas después estaba al borde del colapso nervioso.

Los hijos de Wang no eran lo que se dice ejemplos de educación y disciplina. Los pequeños de seis y ocho años no habían parado de correr y toquetearlo todo desde que se habían bajado del coche, mientras se peleaban entre ellos hasta por la cosa más absurda. La hija mayor, que debía rondar los quince años, apenas si había colgado el móvil, y hablaba a un volumen que a criterio de Kirsty hacía del todo innecesario el teléfono, puesto que estaba convencida de que podrían oírla desde China si tan solo se esforzara en gritar al viento un pelín más. Y, para colmo, Shui Wang se limitaba a mirar a sus hijos como si fueran de otra y no estuviera autorizada a regañarlos o amonestarlos por nada. De pocas palabras incluso con ella, la mujer no parecía muy dispuesta a socializar lo más mínimo. Pero nada de todo aquello era tan inquietante como el propio Jian Wang, por el que había sentido una aversión inmediata nada más conocerlo, a pesar de que ser un hombre muy apuesto. La mirada lasciva que había puesto sobre ella al estrechar su mano le había arrancado un desagradable escalofrío, y, para su desgracia, no había sido algo aislado. Sentía sus ojos clavados en ella cada vez de forma más habitual, incomodándola más allá de lo imaginable. Decidieron tomar un aperitivo y después comer, antes de que los hombres se enfrascaran en los negocios; de modo que, tras asignar las habitaciones, todos se habían trasladado a casa de Mike. «Quizá te estás imaginando cosas, Kirs», se dijo, un tanto preocupada ante la mirada cada vez más insistente del asiático, intentando coger asiento en la mesa de la comida lo más lejos posible de él. Por desgracia, aquello la dejó sentada junto a los dos pequeños monstruitos, que cogían los canapés a puñados, y la niña que se había tragado el altavoz… Se obligó a sonreír, recordándose su firme propósito de comportarse como una buena anfitriona, mientras temía a cada rato que la cabeza comenzara a darle vueltas como a la niña de El Exorcista de un momento a otro. Cuando Doris estaba sirviendo el postre, Kirsty decidió que necesita un pequeño descanso para evitar el colapso total y se levantó de la mesa con la excusa de ir a por otra jarra de agua. Se escondió en la cocina durante unos minutos, disfrutando de la paz y la soledad, planteándose ponerse unos tapones y limitarse a asentir y sonreír como una autómata. Al fin y al cabo, Shui Wang parecía hacer eso mismo desde que había llegado… —¿Escondiéndote? —dijo Mike tras ella, provocando que diera un respingo. Kirsty se mordió los labios con cierta ansiedad, regañándose por aquel pequeño desliz. Y eso que se había prometido ser una buena anfitriona… —Solo… he venido a por una jarra de agua —se excusó, cohibida—. ¿Y tú? —Me temo que yo si he venido a esconderme. —Sonrió con un gesto de horror—. En esa familia están todos locos, y creo que la madre se droga para poder soportarlos, no es normal que no mueva ni una ceja. Kirsty tuvo que taparse la boca para amortiguar una carcajada. —Debiste agregar cuerda y cinta adhesiva a la lista —insistió Mike—. Se le quitan a uno las ganas de tener niños… —Es que a los niños hay que molestarse en educarlos. —Rio Kirsty de nuevo. «Lo nuestros serían tan bonitos…», suspiró sin remedio. —Pero pensé que no querías tener niños —le dijo sin pensar, para no tener que analizar el pensamiento que había dejado colarse en su mente —Nunca dije que no quisiera. Kirsty se mordió la lengua en sentido literal para no agregar nada más. Se había prometido comportarse y no incordiar a Mike con nada que pudiera despistarlo, y si empezaba a pensar en niños…, corría el riesgo de terminar pidiéndole una demostración detallada de cómo se hacían. —Volvamos a la mesa —se obligó a decir, evitando mirarlo. —No quiero. —Fingió sollozar. La chica volvió a reír y lo empujó con suavidad en dirección al jardín —Al menos tú estarás aislado en el despacho varias horas. —Eso es verdad —suspiró aliviado—. Lo siento por ti. —Sí, yo también lo siento por mí —admitió, con un gesto de disgusto que arrancó una sonrisa de labios de Mike. —¿Quieres que te dé algo para hacerlo más llevadero? —Se giró a mirarla con cierta diversión y una clara intención en los ojos. Kirsty lo miró sorprendida, aunque se contagió de su sonrisa. Las palabras brotaron solas de sus labios. —Sí, quiero —admitió. —Bien —fue todo lo que dijo Mike antes de atraerla hacia sí y robarle un beso intenso, aunque, a criterio de Kirsty, demasiado corto. Cuando la soltó, la chica protestó al instante: —Con esto solo compensas unos pocos minutos… —Te debo todo lo demás entonces —declaró Mike. Le guiñó un ojo, le regaló una sonrisa sexi y de lo más encantadora, y regresó al jardín. Kirsty lo observó alejarse, sin poder evitar mirarlo con una sonrisa en los labios. «Sonrisa de panoli», diría Jess si estuviera allí, pero no le importó admitirlo. Incluso sonrió más ampliamente y dejó escapar un suspiro. Disfrutaba mucho de aquellos momentos con Mike, debía reconocerlo. La complicidad entre ellos, las bromas, las risas…, atesoraba cada segundo que eran capaces de comportarse así. Y si a aquello pudiera sumarle el robarle un beso de manera natural siempre que le apeteciera… «¡Oh, ¿qué me está pasando?!», se preguntó, al ser consciente de la intensidad con la que deseaba que aquello fuera permanente. Se mordió el labio con un gesto nervioso mientras la parte más audaz de su cerebro le gritaba la respuesta de forma clara e inequívoca. Pero no la escuchó. Sin duda, no había peor momento que aquel para un repentino ataque de sinceridad consigo misma.

Las siguientes horas terminaron convirtiéndose en las más largas y tediosas de toda su vida. Al menos los pequeños monstruitos no le permitían pensar y quebrarse demasiado la cabeza, necesitaba de toda su energía y concentración para no cometer un infanticidio… Cuando a las siete de la tarde Dennis apareció con los caballos para el paseo por la finca, Kirsty hubiera podido gritar pletórica de felicidad. —Creo que acabo de ascender al séptimo cielo —le dijo a Marty mientras ambos veían alejarse a toda la trupe. —¿Te los imaginas viajando por toda Europa? —bromeó el hombre con una sonrisa divertida. —Que aprovechen hasta que se corra la voz —Rio Kirsty—, antes de que empiecen a cerrar fronteras a su llegada. El hombre dejó escapar una sonora carcajada, y Kirsty lo miró con cierta curiosidad. —¿Qué pasa? —La miró, un tanto cohibido. —No me había dado cuenta hasta ahora de que Mike se parece bastante a ti —le dijo, mirándolo con atención—. Los ojos y la sonrisa… Marty asintió complacido mientras ambos entraban en la casa. —Los ojos eran los de Rachel también —admitió el hombre. —¿Su madre? Marty asintió. —Creo que es lo único que tiene de ella. —Sé muy poco sobre ella —admitió Kirsty—. Creo recordar que murió muy joven. —Con veinticuatro años. Kirsty lo miró asombrada. —Vaya, no esperaba que tan joven. —Tuvo a Mike con dieciocho años —le dijo, con un deje de nostalgia. —Y lo abandonó un año después —Se le escapó a ella. Miró a Marty con pesar—. Lo siento, yo… no quería… —No te preocupes —interrumpió con serenidad—. Quería mucho a mi hermana, pero sus errores son inexcusables —suspiró—. A Rachel le gustaba vivir al límite y no pudo soportar que la maternidad le cortara las alas. Los excesos y esa vida loca que llevaba no tardaron en pasarle factura. —Qué triste —declaró Kirsty—. ¿No tenías más familia? —Marty negó con un gesto—. ¿Y cómo retomaste la relación con Mike? —Querrás decir cómo lo conocí —Sonrió ahora con satisfacción—, porque mi hermana jamás me dijo que había tenido un hijo, supongo que para que no la juzgase. —¡No fastidies! —Kirsty estaba ahora perpleja. —No tenía ni idea de que tenía un sobrino hasta que se presentó en mi puerta hace unos años —explicó, y de repente la sonrisa se le congeló en el rostro, aunque ella no pareció darse cuenta. Kirsty lo miró con una sonrisa emocionada, esperando que el hombre continuara, pero no lo hizo. —¿Ya está? —Sonrió divertida—. ¡Eres pésimo contando historias, Marty! El hombre rio, pero se limitó a decirle: —Quizá debería ser Mike quien te lo contara. —¿Crees que querrá? —¿Por qué no iba a querer? Kirsty lo miró, un tanto cohibida. —Habrás notado que nuestra relación no es… todo lo fluida que debería. —No lo era en Nueva York —dijo convencido y sin dejar de sonreír—, pero parece haber mejorado un poco. La chica tuvo que mirar para otro lado, consciente de haberse ruborizado. —Quizá un poco —admitió—. ¿Quieres una limonada? El hombre asintió, y Kirsty le pidió que se sentara en el jardín mientras ella las preparaba. Le caía bien Marty y se alegraba mucho de que Mike lo tuviera en su vida. Estaría encantada de escuchar la historia de su reencuentro de labios del chico. Y de repente, algo que el hombre había dicho durante la conversación se coló en su cabeza, desconcertándola por completo. Tomó las dos limonadas y salió al jardín con premura. Puso el vaso ante Marty, y no dejó ni que le diera las gracias antes de preguntarle: —¿Has dicho que Mike se presentó en tu puerta? Marty asintió. —¿En Nueva York? —insistió la chica. El hombre asintió de nuevo, con un gesto serio—. ¿Y cuándo fue eso? —Quizá deberías… —¡¿Cuándo?! —Hace seis años —admitió finalmente. Kirsty se dejó caer en una silla con el ceño fruncido. —Así que Mike estuvo en Nueva York mientras yo estaba allí… —susurró casi para sí. Marty no pronunció una sola palabra más, y ella se perdió en sus pensamientos, sin tener claro cómo sentirse tras aquel descubrimiento. «Estuvo en Nueva York y no se molestó en ir a verme», se dijo, sin poder evitar que la pena le atenazara el pecho. Pero ¿acaso ella lo habría recibido cordialmente? Era muy consciente de que no, pero incluso así, le dolía que él no lo hubiera ni intentado. Sabía que era una incoherencia y que no tenía derecho a enfadarse con él por aquello, pero la tristeza fue difícil de asimilar. —Creo que ambos tenéis pendiente una conversación importante —se aventuró Marty ahora —. Espero que algún día seáis capaces de mantenerla. Kirsty no contestó, y el hombre se levantó tras apurar su limonada y se excusó para ir a inspeccionar los alrededores, tal y como ya había hecho varias veces a lo largo del día. —Un penique por tus pensamientos. —La sorprendió Mike cuando estaba a punto de liberar las lágrimas que pugnaban por salir. Se giró a mirarlo con el corazón en la garganta y estuvo a punto de desmoronarse por completo mientras buscaba la respuesta perfecta…, que, por supuesto, no incluía admitir su tristeza porque él no la hubiera visitado en Nueva York, ni el descubrimiento de cuánto habría deseado que lo hiciera. —Mis pensamientos no valen tanto —fue todo lo que terminó diciendo con una mirada cargada de pesares; pero se recordó a tiempo que aquel era un día importante para Mike y ella se había prometido estar a la altura. Se armó de valor y sonrió—. ¿Habéis hecho un descanso? —Uno cortito, sí. —Se sentó en una silla a su lado—. Wang está en el baño. —¿Y cómo van las cosas? —dijo, bajando la voz para preguntarle en un tono confidencial. —Nos está costando llegar a un acuerdo —le confesó—. Hubiera preferido seguir tratando con su padre. —Es un poco raro el tal Jian… —Es insoportable —se acercó a susurrarle casi al oído. Y aprovechó la cercanía para rozarle el cuello con los labios—. Joder, qué bien hueles… —¿Sí? —casi suspiró. —Sí. —Sonrió, y le dijo al oído—. Tengo que volver a las trincheras, ¿me darías un beso de despedida, pelirroja? —¿Cómo si partieras a la batalla? —ronroneó, mirándolo con picardía. —Justo, sí, uno de esos que me permita soportar la dura contienda que me espera. Kirsty no se hizo de rogar. Recortó la distancia que lo separaba de su boca y lo besó como si el mundo fuera a acabarse en los próximos minutos. Aquella era la primera vez que era ella quien daba el primer paso y se concentró a conciencia, desplegando sensualidad por cada poro de su piel. Su lengua le arrasó la boca con un hambre voraz, que él devolvió con idéntica intensidad. Cuando se apartó y lo miró a los ojos, una mirada turbia se clavó sobre ella. —¡Joder, qué pedazo de beso! —susurró, sin dejar de mirarla a escasos centímetros. —Espero que tengas suficiente para ganar la guerra. —Sonrió, luchando para no ceder a la necesidad de besarlo de nuevo. Mike sonrió, y ella a punto estuvo de suspirar. —Aguarda mi regreso —dijo él, en un divertido tono solemne—. Si gano, habrá que celebrarlo; y si pierdo…, necesitaré consuelo. —Sea como sea, gano yo —bromeó Kirsty. Mike dejó escapar una carcajada, al tiempo que se ponía en pie y le hacía un divertido saludo militar, que Kirsty le devolvió divertida. Antes de alejarse, se agachó de nuevo y le robó otro pequeño beso. —Para el camino —dijo, y cuando se giró para marcharse se topó con Nadine, a la que ninguno de los dos había oído llegar. Mike miró a Kirsty con un gesto inquieto y se dirigió a la enfermera. —¿Has venido sola? —le preguntó, intentando aparentar una calma absoluta. —No. —Sonrió la mujer. —Ya… Divertida, Nadine terminó apiadándose de él. —Thomas está en el salón con Jian Wang y varias personas más que han llegado de la oficina. El abogado y el contable, creo que son —contó, y casi susurró—. Espero que vengan a luchar de tu lado en esa guerra. Kirsty dejó escapar una carcajada divertida. Al parecer Nadine llevaba más rato allí del que ambos habían pensado. Mike miró a ambas, con un toque de preocupación en el rostro. —Nadine… —No sé de qué beso me hablas —interrumpió la mujer de inmediato—. Y Thomas tampoco lo sabrá. Mike las miró de nuevo, algo más relajado, y entró en la casa. La enfermera observó a Kirsty con un divertido gesto malicioso y se sentó junto a ella. La chica guardó silencio y esperó a que fuera la mujer quien hablara. Ya la conocía un poco como para saber que su silencio era engañoso… —Así que tomando partido en una guerra —bromeó divertida. —Nadine… —sonó a súplica. —Te juro que no sé de qué beso me hablas. Kirsty no tuvo más remedio que reír de nuevo. —Sí, aprovecha y ríete ahora… —dijo la mujer, un poco más seria. Una mirada suspicaz se clavó en ella. —¿Qué pasa? —Una vieja amiga tuya viene en el destacamento, me temo —informó. —¡Mierda! —protestó—. Morritos Simmons era justo lo que me faltaba hoy… Como si no tuviera bastante con la niña megáfono y los dos mini chuckis. Nadine rio con ganas. —¿Y a la encantadora Shui Wang no le has puesto mote? —ironizó divertida. —Sí, la alegría de la huerta la llamo —Ambas rieron—, pero desde el cariño, ¿eh? Capítulo 23 Una hora más tarde, Shui Wang mostró su interés por cambiarse de ropa. Al parecer, ponerse elegante para cenar era una costumbre en su casa. Marty se ofreció a llevarlas a la mansión, siempre y cuando Kirsty también fuera. Y puesto que aquella exposición en defensa de los buenos modales era la frase más larga que la mujer había dicho en todo el día, a la chica no le pareció bien negarse. —¿Tú vas a cambiarte? —le preguntó Nadine a Kirsty ya en la mansión, cuando la asiática y sus hijos subieron a sus habitaciones. Kirsty le devolvió una mirada dubitativa. —No quiero hacerle un feo a doña simpatía a estas alturas… Resignadas, ambas subieron a sus alcobas. Cuando Kirsty se miró en el espejo quince minutos más tarde, sonrió con cierto nerviosismo. Se había puesto una falda corta, que hacía resaltar sus largas piernas, y una camisa negra de gasa, semitransparente, sobre un corpiño entallado de encaje que dejaba al descubierto gran parte de su abdomen, el cual se dibujada a través de la gasa. El resultado del conjunto era espectacular y realzaba su elegancia natural de forma asombrosa. «Espero no haberme arreglado demasiado», se dijo mientras cepillaba su larga cabellera cobriza. Después se calzó las botas tejanas para darle un toque informal al atuendo. Se topó a Nadine al pie de la escalera, que se había puesto un sencillo vestido de color azul, pero que le sentaba a las mil maravillas. —Estás guapísima, Nadine —le dijo, admirándola con honestidad. —Gracias, pero tú sí que estás preciosa. —Sonrió—. Conozco yo a un soldado al que se le va a acelerar un poco el pulso… Kirsty rio. —¿Tú crees? —dijo, un tanto inquieta—. ¿A pesar de tener al lado a esa especie de Barbie rubia que jamás lleva un pelo fuera de su sitio? —La tal Melanie palidece a tu lado —le aseguró. La chica frunció el ceño, dubitativa. —Seguro que viene embutida en uno de sus inmaculados trajes de falda y chaqueta, además de sobre unos tacones de vértigo. —Me gustaría decirte otra cosa —admitió Nadine—. Pero ¿y lo cómodas que vamos nosotras? —Eso es verdad. —Sonrió la chica, haciendo un simpático zapateado—. No necesitamos tacones de aguja para estar preciosas. —¡Esa es la actitud! —Sí, ya… —suspiró, ahora más seria. Le gustaría ser realmente tan optimista, pero Melanie siempre conseguía que se terminara sintiendo pequeña y un patito feo al lado de su adorable perfección. Suponía que tenía que ver con el hecho de que Mike siempre la hubiera escogido y preferido a ella. —¡Eh, ¿por qué esa cara?! —le dijo Nadine, confusa. —Quisiera no tener que ir a esa cena —admitió, un tanto acobardada ahora. —Podemos amordazar y maniatar a los Wang al completo, si quieres —bromeó Nadine—. Bueno, menos a la madre, a la que quizá sería mejor inyectarle un chute de adrenalina. Kirsty dejó escapar una sincera carcajada. —Pero no son los Wang los que te preocupan, ¿me equivoco? —insistió Nadine. El silencio de Kirsty fue una respuesta a gritos. —Realmente te afecta mucho esa mujer…, la tal Melanie. —Me quitó demasiado —admitió Kirsty ahora. —¿Te quitó o la dejaste quitarte? Kirsty frunció el ceño, meditabunda. Hasta hacía unos pocos días hubiera tenido clara la respuesta, pero ahora se le antojaba confusa… Melanie siempre se había encargado de dejarle claro que tenía una relación seria con Mike, que iba mucho más allá de la laboral, pero ¿hasta qué punto había sido real? Si se paraba a pensarlo, jamás había visto a Mike hacerle una sola carantoña; para él aquella mujer no parecía representar gran cosa. «Creo que estás olvidando el episodio del establo…», tuvo que recordarse. Pero incluso aquello había sucedido hacía ya siete años. ¿No debería esa relación haber avanzado y haberse consolidado? «Y luego está el hecho de que Mike me bese a mí siempre que tiene ocasión…». —¿Sabes, Nadine?, esa pregunta… es muy puñetera —terminó admitiendo—. Puede que la adolescente dolida se dejara influir demasiado por… algo que escuchó una tarde en las caballerizas. No pudo evitar preguntarse si todo habría sido distinto si ella hubiera enfrentado a Mike por mentirle en lugar de cortar toda relación con él. Aquello había iniciado la guerra que terminó con ella lejos de Little Meadows. ¿Te quitó o la dejaste quitarte?… «La dejé alimentar mi enemistad con él durante casi un año», entendió ahora, de forma inequívoca. Melanie se encargaba de seguir sembrando semillas de discordia entre ellos. Siempre que iba a Little Meadows, lo que ocurría muy a menudo y con cualquier excusa, aquella arpía aprovechaba para pasearle por los morros su relación con Mike, al principio fingiéndose su amiga. Incluso llegó a contarle, de forma íntima y confidencial, lo apasionado que aquel hombre era entre las sábanas, hasta que Kirsty terminó mandándola al infierno, lo cual no impidió que siguiera molestándola a cada rato. «Y después decidí exiliarme», resopló, inquieta… ¡No, sería mejor no pararse a analizar aquella segunda parte de la historia! Las palabras que Mike había pronunciado en su cuarto hacía unas pocas noches aún la atormentaban demasiado. —Vamos a olvidarnos de todo por unas horas —le sugirió Nadine al verla tan seria e inquieta —. No vaya a ser que se nos quite el hambre, y eso sí sería una catástrofe… ¿Has visto la pintaza de la comida que traían los del catering cuando salíamos? Kirsty rio divertida, dejándose arrastrar por su buen humor. —¿Dónde echas todo lo que comes, Nadine? —En el mismo sitio que tú. —Rio la mujer. —Yo corro treinta minutos todas las mañanas —le recordó. —Por eso a lo tuyo —La señaló de arriba abajo— no lo vence la ley de la gravedad, se queda firme en su sitio, como debe ser. —No te quejes —bromeó Kirsty—. Las dos sabemos que tienes una cola enorme de pretendientes esperando a que escojas uno. —Sí, ordenados en fila india. —Rio. —No puedo creerme que no haya nadie —insistió Kirsty, ahora con verdadera curiosidad. —A mi edad una se vuelve muy exigente —aseguró—. Y encontrar a alguien que te acelere el corazón y además te corresponda no es nada fácil. —Cierto, pero me temo que eso no va con la edad —suspiró—. ¿Y qué te parece Marty? Es guapo, fuerte, buena gente… Nadine rio de nuevo. —Quizá puedas convencerle de que se traslade a Inglaterra —insistió Kirsty. —Me temo que Marty no es mi tipo —admitió, ahora un tanto ruborizada. —¿No te acelera el corazón? —bromeó Kirsty. —No, él no, me temo. Kirsty tardó una décima de segundo en volverse a mirarla. —¿Y quién sí? —¿Qué? —Has dicho él no —insistió con cierta diversión. —Ha sido un decir… —titubeó, pero se ruborizó ligeramente. —Un decir mucho. —Rio. —Vale, sí —admitió—. Quizá haya alguien que me acelere el ritmo cardiaco, pero si no se cumple la otra parte de la ecuación, no tiene sentido que me haga ilusiones. —¿Y crees que él no te corresponde? —Sé que no. —Sonrió azorada—. Y si sigues insistiendo, terminaré pidiéndote prestado uno de tus comodines. —Lo siento, no me quedan. —Qué momento tan estupendo este para preguntarte por cierto soldado… —Uy, qué tarde. —Rio Kirsty—. Seguro que hace rato que nos están esperando. Los gritos inconfundibles de los Wang interrumpieron las risas de ambas. Unos segundos después, los vieron bajar a toda prisa por las escaleras. —Vuelta a la locura —se quejó Kirsty. —Pero mira que monos, con sus mini corbatitas… Madre e hija fueron las siguientes en hacer su aparición y descender por las escaleras, ataviadas con sendos vestidos hasta los pies y maquillaje suficiente como para parecer muñecas de porcelana. —Madre de Dios —susurró Nadine entre dientes, solo para Kirsty—. Eso es arreglarse para la cena y lo demás es tontería. —Quien dice una cena, dice una boda en Buckingham Palace —opinó Kirsty, divertida. —Y tú y yo de trapillo… —Añadió la enfermera, haciendo un esfuerzo enorme para no romper a reír—. Esto no lo arreglamos con unos tacones. —Me temo que necesitaríamos mínimo un hada madrina…, o quizá dos. Ambas tuvieron que girarse, incapaces de contener la risa.

Cuando aparcaron frente a la casa de Mike de nuevo, Kirsty apenas era capaz de disimular su inquietud. Durante el corto trayecto en coche no había podido dejar de pensar en tonterías absurdas, como que quizá debería haberse recogido el cabello o maquillado un poco más. El hecho de que Mike pudiera tener solo ojos para Melanie la angustiaba de una forma que apenas podía controlar. Y aquello ya no tenía nada que ver con la rabia que había sentido siempre al verlos coquetear, no, sabía que ahora sería infinitamente peor, y no estaba segura de poder soportarlo. —Habéis tardado —les dijo Mike saliendo a recibirlos. Kirsty se sorprendió cuando él le tendió la mano para ayudarla a bajar del coche. —Las cosas de palacio van despacio —bromeó Kirsty, intentando templar sus nervios, mientras sentía cómo el calor invadía su cuerpo a través de la mano que él no le había soltado aún—. Y, por si no te diste cuenta, traemos a gente de la realeza china en el coche —susurró. Pero Mike no parecía estar escuchándola. —¿Qué? —confirmó su suposición—. Perdona, pero no… —No me estabas haciendo ni puñetero caso. —Sonrió ahora—. ¡Qué bonito! Ahora sí le arrancó una sonrisa divertida. —Tú tienes la culpa de eso… —susurró él—. Tú y tu camisa transparente… —¿Cómo se ha dado la cosa? —le preguntó Marty por lo bajo cuando la familia Wang al completo entró en la casa. A Mike le llevó unos largos segundos decidirse a apartar los ojos de los de Kirsty para contestarle. —Estamos esperando la confirmación de Tao Wang desde China para las firmas —les contó por fin—, pero se supone que el acuerdo está cerrado. Kirsty dejó escapar un grito contenido de euforia y lo abrazó realmente feliz con la noticia. —No cantemos victoria aún. —Sonrió Mike, aunque le devolvió el abrazo. —¿Y cuándo se supone que tiene que llamar ese Wang? —se interesó Nadine. —Teniendo en cuenta la diferencia horaria, ya tendrá que ser por la mañana —explicó Mike. —Entonces disfrutemos tranquilamente de la cena —opinó Marty. Los gritos de los niños, que debían estar ya en el jardín, llegaron altos y claros. —Tranquilamente suena demasiado optimista —bromeó Kirsty, y miró a Mike, quien le devolvió una extraña expresión. —Cuanto antes empecemos… —Sonrió Marty, y le hizo un gesto a Nadine para que encabezara la marcha. —¿Ya está todo listo para cenar? —se interesó Kirsty, caminando hacia la casa un poco por delante de Mike—. ¿Cuántos camareros han enviado con el catering? —Dos, creo. —¿Solo lo crees? —Sonrió, girándose hacia él con curiosidad. —En este momento no estoy seguro de nada —admitió, mirándola con un brillo intenso en los ojos. Kirsty se ruborizó al sentir cómo él recorría su cuerpo de arriba abajo sin ningún tipo de disimulo. —¿Puedes dejar de hacer eso? —le pidió, cohibida. —¿Puedes tú dejar de respirar? —Sonrió. —No es lo mismo. —Para mí sí. Kirsty suspiró y se dio por vencida. Cuando Mike tomaba aquella actitud, ella solo podía pensar en arrastrarlo al jacuzzi, y aquello fue exactamente lo que reflejaron sus ojos. —Pff, sé que esto no es buena idea, pero… —susurró Mike mientras recortaba la distancia con la clara intención de besarla. Pero no pudo llegar hasta sus labios. La puerta de la casa se abrió y Nadine se asomó de improvisto, un tanto acalorada, haciendo mucho ruido. —Es cierto, Thomas, aún siguen aquí afuera —dijo con una sonrisa de alivio. Thomas Danvers salió de la casa tras ella. —¿A qué estáis esperando? —les preguntó el hombre—. Por amor de Dios, llenémosles la boca de canapés a esos niños a ver si se callan un rato. Entre risas, Nadine y Thomas volvieron a entrar en la casa. Kirsty subió los tres escalones de acceso y se giró a mirar a Mike, que observaba el dobladillo de su falda con total descaro. —¡Eh! ¿Dónde tienes los ojos? —Fingió protestar. El chico subió ahora los escalones, y antes de entrar en la casa le susurró al oído: —Mantente lejos de mí, pelirroja, te lo suplico…

¡Y, para su disgusto y enfado, no tuvo más remedio!

Solo se había despistado un instante mientras saludaba a Bill Jefferys y Adam Nichols, a los que conocía de toda la vida, y cuando fue a tomar asiento junto a Mike, aquella arpía rubia se le había adelantado. Enojada, miró a Nadine y la mujer le pidió con un gesto que respirara hondo, consejo que, por fortuna, Kirsty siguió a rajatabla mientras cogía asiento entre su padre y la propia Nadine. —Esto va a ser una pesadilla de cena —le susurró a la mujer, evitando mirar al frente, donde Melanie comenzaba ya su agasajo sobre Mike de un modo notorio e imposible de tolerar para Kirsty. —No los mires —le aconsejó Nadine. —¿Y dónde quieres que mire si los tengo justo en frente? —Pues Wang no es una opción —le dijo, ahora un tanto seria—. Ese hombre es el colmo del descaro. Me da escalofríos. Kirsty suspiró, muy consciente de a qué se refería. El asiático estaba sentado junto a Mike y no le quitaba la vista a Kirsty de encima en ningún momento, tal y como había hecho durante la comida, sin disimular ni un poco cuánto le gustaba lo que veía. —Se me está quitando el hambre —admitió la chica, que entre unas cosas y otras estaba al borde del colapso nervioso. —Tú y yo aquí a lo nuestro. —Sonrió Nadine—. Te dejo ponerme morritos, si quieres. Kirsty dejó escapar una divertida carcajada que atrajo sobre ella todas las miradas, incluida la de Mike, que fue con el único con el que cruzó la vista. —¿Puedo toquetearte también? —le susurró Kirsty a Nadine, furiosa, al ver cómo Melanie reclamaba la atención de Mike acariciándole el brazo, fingiendo quitarle una pelusa. —Vale, pero poco —admitió la mujer, pero aquello a la chica ya no le arrancó ni una sonrisa —. Respira más despacio. —No puedo. —¿Quieres hiperventilar y que todos se den cuenta de que te mueres de celos? —¿Quién está celosa? —Se encogió de hombros—. Solo quiero cogerla de los pelos por deporte… Me conformaría incluso con revolvérselo y desgreñarla un poco. Nadine rio divertida y miró con disimulo a Mike, que no parecía estar muy cómodo. Observó cómo interactuaba con todos a su alrededor y la manera en que sus ojos volaban con disimulo hasta Kirsty cada cinco segundos, como si realmente no fuera capaz de evitarlo. —Puedo pedirle a Mike que me cambie el sitio para charlar un rato con Melanie —le propuso Nadine con una sonrisa—. Me interesa mucho que me enseñe a poner esos morritos. —¡Ni se te ocurra! —protestó, pero no pudo evitar reír. —¿Por qué? Te garantizo que él no protestaría lo más mínimo —dijo divertida. —Nadine… —la amonestó, dándole un codazo—. No me pongas más nerviosa. —Nerviosa ya estás… —Ambas vieron como Melanie se apoyaba ahora sobre el hombro de Mike con un gesto coqueto— y con motivo. —¡Pues a él no lo veo protestar! —le recordó, cada vez más enfadada—. ¡Y dale con los toqueteos, qué mujer más pegajosa! Por fortuna, Bill Jefferys la distrajo en aquel momento. —Nos ha contado Thomas el éxito de tu última novela —le dijo con una sonrisa—. Sinceramente, todavía no sabemos si es real o exageración de padre. Su padre y Adam Nichols rieron la broma, y todos en la mesa concentraron su atención en aquella conversación. —¿Es en serio? —dijo ahora Adam—. ¿Todo agotado en un par de horas? —Bueno…, quien dice un par de horas, dice ciento veinte minutos —bromeó su padre, mirándola con orgullo. Todos rieron de nuevo. —Debo decir que no exagera. —Sonrió, un tanto avergonzada por tanta atención—. Cuando mi agente me llamó para decírmelo, incluso yo pensaba que me estaba vacilando. —¡Qué logro, Kirsty, me alegro muchísimo! —le dijo Bill con una sonrisa sincera. Aquellos hombres habían trabajado para su padre durante toda la vida, así que la habían visto crecer y la tenían en gran estima. —El éxito que te mereces —le apoyó Adam. —Gracias —dijo, un poco nerviosa ante aquellos elogios y deseosa de cambiar de conversación. Pero fue solo hasta que miró de reojo a Mike, que la observaba con una sonrisa de admiración, mientras Barbie morritos parecía estar casi verde de la envidia; así que decidió disfrutar del momento. —No sé si me lo merezco o no —admitió—, pero me emociona mucho la respuesta de la gente. —Es que escribes de una forma maravillosa —intervino Nadine. —Eso mismito dice mi mujer —apoyó Bill—. Bueno, eso… y un montón de burradas de tu famoso detective que no son reproducibles delante de niños pequeños… ¡Diablos, casi no son ni para adultos! Todos rieron la broma, y Kirsty se ruborizó ligeramente. —Sí, Riley es… todo un fenómeno —admitió con una sonrisa tímida, intentando no posar sus ojos sobre quien no debía. —El detective macizo lo llama mi Corinne —contó ahora Adam, divertido—. Que sepas que has hecho mucho daño a mi ego, chiquilla. —Las comparaciones son odiosas —se burló Thomas. —Al menos se anima a comparar, que ya es mucho. Las carcajadas fueron inevitables. —Al parecer voy a tener que hacerme con esos libros —dijo Wang, sorprendiéndolos a todos —. ¿Dónde los consigo? —En las tiendas no —bromeó Bill—, ¿verdad, Thomas? —No, agotados todos y cada uno de los ejemplares, de momento —dijo el hombre con un divertido gesto de orgullo que todos rieron—. El último lanzamiento voló en par de horas, ¿ya os lo dije? Kirsty sonreía, un tanto avergonzada. Casi no podía creer que todos estuvieran bromeando de forma tan abierta incluso sobre sexo. Pero claro, en la última reunión en la que estuvo presente tenía apenas diecisiete años, así que nadie hablaba tan libremente de ningún tema con ella. Miró ahora a Mike, que no había abierto la boca, y sus ojos se encontraron con los de él, abrasándola por dentro por completo. Hasta que Melanie reclamó su atención para decirle algo, y él se vio forzado a romper el contacto visual. «¡Es que la odio a muerte!», gritó para sí. Y estuvo a punto de levantarse y gritarle que dejara de toquetear ya a su Riley. Por fortuna, la cena se sirvió en ese instante, y aquella arpía se centró en usar sus manos solo para utilizar los cubiertos. Pero el descanso solo le duró hasta el postre, momento en el que Barbie silicona se empeñó en que Mike probara la tarta de chocolate que él había decidido no comer. —Mira que es insistente la muy lagarta —protestó Kirsty solo para el oído de Nadine, muerta de celos—. ¡Y dale con la manita! —Sí es pesada, sí. Y ante la mirada atónita de Kirsty, aquella odiosa mujer le acercó a Mike la cuchara a la boca cargada de tarta, pidiéndole una vez más que la probara. Kirsty posó sus ojos sobre ellos, incapaz ya de disimular lo más mínimo, esperando la reacción de él. «Si acepta la tarta de su cuchara…, no me pone más un solo dedo encima», se juró a sí misma muerta de celos y con el corazón en un puño. Por suerte, Mike declinó la oferta y le apartó la mano con un gesto serio. Kirsty estaba a punto de respirar aliviada, cuando lo vio inclinarse sobre Melanie para susurrarle algo muy de cerca. Aquel gesto íntimo fue demasiado para Kirsty, que se levantó de la mesa con premura, se excusó con toda la sangre fría de que fue capaz y entró en la casa buscando apaciguar su instinto asesino aunque fuera un poco, temerosa de perder los nervios delante de todos. Capítulo 24 Kirsty recorrió el salón y la cocina varias veces buscando descargar la adrenalina, mientras que la rabia eclipsaba por completo su raciocinio y le impedía pensar con un mínimo de coherencia. Por fortuna, la gente del catering se había marchado a petición de Mike tras servir el postre, y nadie era testigo del desequilibrio emocional del que hacía gala. —¿Se puede saber que estás haciendo aquí tanto rato? —la sorprendió Mike, llegando hasta ella. Kirsty posó una mirada iracunda sobre él. —Dando un paseo por la casa, ¿no es evidente? —Kirsty… —¡Kirsty nada! —interrumpió—. ¡No os necesito ni a ti ni a Marty para esto, así que déjame en paz! —¿Puedes bajar los humos y decirme qué te pasa? —¡Nada! ¿Por qué tendría que pasarme algo? —insistió furiosa—. La cena ha sido perfecta y la compañía al parecer también, ¿verdad? ¡Deberías haber probado la tarta sin cortarte! Y de pronto Mike sonrió y aquello fue como armarla con un bazuca y munición suficiente como para volar media colina. —¡Eres un imbécil odioso, Mike O'Connell! —le dijo, caminando hasta él dispuesta a darle una tremenda bofetada, pero él interceptó su mano antes del impacto y capturó la otra también cuando intentó sorprenderlo por la izquierda. —¡Suéltame! —casi gruño, sintiéndose atrapada. —¿Para que puedas intentarlo de nuevo? —Haciendo gala de su fuerza, le llevó las manos a la espalda y la retuvo contra él. —Ni me toques, maldito. Mike observó su rostro a escasos centímetros mientras ella intentaba zafarse de su abrazo. —¿Tienes idea del escarmiento que acabas de ganarte? —le dijo, con la voz ronca—. Y esta vez te prometo que el castigo estará a la altura del agravio. —¡Vete a darle tus escarmientos a Barbie tarta de chocolate! —masculló entre dientes—. Seguro que estará encantada. Mike no pudo evitar sonreír de nuevo y tuvo que duplicar sus esfuerzos para retenerla. —¡¿De qué coño sigues riéndote, idiota?! ¡Suéltame! —Déjame disfrutar de tu ataque de celos un poco más… —Volvió a sonreír. —¿Celos? ¡Ja! —¿Ja? —Ahora fue una carcajada lo que se le escapó. —¡Ahhgrr! Es que eres… —se interrumpió, retorciéndose entre sus brazos, intentando liberarse. —¿Qué soy? —insistió Mike, atrayéndola un poco más hacia sí—. Dime todo lo que se te ocurra, porque estoy deseando empezar a castigarte. Kirsty lo miró ahora con cierta ansiedad, de repente consciente de cada músculo del él contra su cuerpo. —No te atreverías a tocarme con todo el mundo en el jardín —titubeó. —Pero es lo que te mereces… —¿Yo? —Volvió a la carga—. ¡Yo no he sido la de los cuchicheos y los mensajitos al oído! Mike guardó silencio unos segundos y la miró como si de verdad estuviera recapacitando sobre aquella cuestión. —Puede que en eso sí tengas razón —admitió muy serio—. Te pido disculpas. —¡Pues no las acepto! —Kirsty… ¿de qué otra manera podía decirle que dejara de coquetearme? —susurró finalmente, ganándose su atención al instante—. Un caballero no grita esas cosas delante de todo el mundo. La chica lo miró, ahora en silencio, valorando lo que acababa de escuchar. Su rabia se había disipado un poco desde el momento en el que él la tomó entre sus brazos, pero todavía le costaba pensar con claridad. —Tú… ¿qué le has dicho? —se atrevió a preguntar. —Que no era de su cuchara de la que quería comer tarta. —Ah —musitó—. Y ¿crees que lo ha entendido? —Te lo aseguro. —Bien —La calma resultante tras la intensa rabia pronto empezó a convertirse en algo muy diferente, algo excitante y caliente—. ¿Puedes… aflojar un poco la presión? —le pidió, moviendo las manos aún cautivas a su espalda, mientras se perdía en sus ojos. Mike le concedió su deseo tal y como ella lo había pedido. Aflojó la intensidad con que le sujetaba las muñecas, pero no la soltó del todo. —¿Así? —Sí —musitó Kirsty, loca por sentirlo todavía más cerca. —Perfecto. Y ahora… —susurró con la voz ronca y casi sobre sus labios —, ¿te importaría insultarme para cumplir con el protocolo de escarmientos? Kirsty anhelaba sus besos de un modo tan desesperado que cedió al instante: —¡Tonto! —musitó, sin poder disimular una tímida sonrisa —Me vale…, gracias —murmuró Mike entre dientes, y un segundo después bebió de su boca totalmente sediento. Una oleada de intenso deseo, primitivo y urgente recorrió a Kirsty de los pies a la cabeza, y se colgó de su cuello en cuanto que él le liberó las muñecas. Ambos estrecharon el abrazo con impaciencia, buscando sentir cada parte del cuerpo del otro lo más cerca posible. La chica apenas era consciente de nada a su alrededor, que no fuera el modo en el que la lengua de él invadía su boca con exigencia y el efecto que aquello tenía entre sus piernas y en el resto de su cuerpo… Cuando sintió que él la tumbaba en el sofá, no protestó. Se limitó a acogerlo entre sus brazos mientras lo besaba con mayor desesperación y abría ligeramente las piernas, casi por instinto, para permitirle acoplarse a ella. En lugar de los vaqueros habituales, Mike llevaba puestos unos pantalones de vestir mucho más finos, que representaban apenas una pequeña barrera. Cuando él presionó su dura erección entre sus piernas, la chica dejó escapar un gemido ronco que él ahogó con otro beso salvaje y hambriento. Sin poder evitarlo, ella se movió contra aquel emblema de su virilidad, sintiendo que un deseo arrollador la impulsaba a abrir las piernas más y más, anhelando con una intensidad desmedida que desaparecieran las prendas de ropa que le impedían comenzar su ascenso al paraíso. Mike se apartó ligeramente hacia un lado para conseguir mayor acceso a ella. Una de sus manos ascendió por su muslo desnudo y recorrió el resto de su cuerpo hasta colarse por dentro de aquella camisa de gasa, buscando más piel que recorrer, mientras ella se dejaba hacer, abandonada por completo a sus caricias, a él. Cuando llegó hasta sus pechos y rozó ligeramente uno de sus henchidos pezones por encima de la tela del corpiño, Kirsty dejó escapar un suspiro de dicha del que apenas fue consciente. Siguió suspirando cuando él sembró un camino de besos desde su boca hasta la curvatura de sus senos mientras desabrochaba los primeros botones de la camisa de gasa… Y estaba a punto de descender por el sendero de piel que iba descubriendo, cuando escucharon una voz llamarlos con extrañeza. —¿Mike? —insistió la voz de nuevo—. ¿Kirsty? Ambos se quedaron paralizados. Era Thomas Danvers, de eso no había duda. Por fortuna, habían escogido el sofá que daba la espalda a la puerta del jardín y el respaldo los mantenía ocultos a los ojos de cualquiera que entrara desde aquel lado. Sin moverse ni pronunciar una sola palabra, Kirsty y Mike se miraron a los ojos con un gesto idéntico de sorpresa por encontrarse en aquella situación. —¿No están aquí? —escucharon preguntar ahora a Nadine. —No parece —agregó Thomas. Oyeron varios pasos adentrarse un poco más en el salón, y Kirsty cerró los ojos y enterró la cabeza en el cuello de Mike, incapaz de enfrentar a su padre en aquella situación si el hombre decidía seguir caminando. Para no hacer ruido, Mike incluso tenía aún la mano dentro de su camisa y sobre su pecho, lo que era bien visible por culpa de las transparencias de la prenda. —Seguro que han salido a dar un paseo —opinó Nadine—. Volvamos al jardín, Thomas, todos no nos podemos marchar. —Pero ¿estarán bien? —Claro, donde sea, están juntos. Casi sin atreverse a respirar, ambos esperaron la respuesta de Thomas, conscientes de que su voz sonaba ya muy cerca y que probablemente solo necesitaría dar un par de pasos más para verlos. Cuando el hombre accedió, el alivio fue evidente en los dos. Mike recuperó su mano, muy despacio, pero no se movió mucho más. —Joder —susurró tras unos segundos de silencio, dejándose caer hacia un lado mientras dejaba escapar un suspiro de alivio. Para Kirsty aquel gesto fue demasiado y, sin remedio, rompió a reír sin tener claro si lo hacía por lo absurdo de la situación o por puros nervios. El chico le puso la mano en la boca con un gesto de horror. —Uno de tus ataques de risa no, por favor —suplicó entre susurros, aunque no pudo evitar sonreír a su vez. —Es… que… ha sido surrealista —dijo, sin poder parar de reír, girándose hacia Mike para esconder la cara y amortiguar el sonido, pero terminó exclamando—. ¡Jo, qué bien hueles! Mike la empujó con suavidad. —Que corra el aire, Kirsty —bromeó—, que tardo muy poco en perderme de nuevo… La chica volvió a reír y le devolvió un gesto risueño. Estaba tan encantador con el pelo revuelto y aquella expresión de pillo en sus ojos… —Asómate a ver si se han ido —le sugirió divertida. —¡¿Que me asome?! —La miró horrorizado—. ¿Te volviste loca? Si me encuentro a tu padre de frente, no podré volver a mirarlo jamás. —¡Qué exagerado! —Asómate tú. —¿Por culpa de quién estamos aquí tumbados? —le recordó ella. —Qué pregunta más tonta… ¡por la tuya! Kirsty fingió escandalizarse por completo. —¡Da gracias a que no puedo gritarte o te ibas a enterar! —lo zarandeó levemente. —Cuidado, pelirroja, que por cosas como esta estamos en este aprieto —bromeó, y se apoyó sobre un codo para mirarla con mayor comodidad—. Anda, sé buena y levántate. —¿O qué? —¡Tus o qué no ayudan! —protestó, sin dejar de mirarla ahora con demasiada intensidad de nuevo—. Suelen terminar en escarmientos… —Pues genial, Mike, si viene mi padre podemos decirle justo eso. —Sonrió—. Quizá si le decimos que en realidad me estabas regañando… —Claro, ¿cómo no se me ha ocurrido a mí? —ironizó. —Piensa que hubiera sido mucho peor que te hubiera pillado regañando a su hija de diecisiete años… —¡Oh, por Dios! —susurró, tapándose la cara con la mano—. Tenías que recordarme aquello. Kirsty rio, sin poder disimular su diversión ante su azoramiento. —Te estás divirtiendo, ¿no? —Sonrió Mike ahora. —Una no tiene muchas oportunidades de ver al gran Mike O'Connell completamente avergonzado… —Eres mala. —No todo lo que me gustaría —le aseguró, mirándolo ahora con mayor intensidad, jugueteando con el cuello de su camisa. —Kirsty…, si tu padre vuelve a entrar… —Se lo diremos. —¿Esto? —hizo un gesto señalándolos a ambos—. ¡No! Su expresión horrorizada desconcertó a Kirsty, que no pudo evitar sentirse un poco molesta. —Somos adultos y libres para hacer lo que queramos, Mike —le recordó algo más seria. —Respeto a tu padre como si fuera el mío, Kirsty —le aseguró—. Así que no voy a decirle que me acuesto con la que él supone mi hermanastra, no de momento. —Entre otras cosas porque no nos estamos acostando —le recordó. —Eso es solo cuestión de tiempo. —O no —dijo, irritada—. Todavía está por verse. Mike dejó escapar un sonoro suspiro y la obligó a mirarlo. —No te enfades, pelirroja —le pidió—. No tengo ningún problema en que el mundo entero sepa lo que hay entre nosotros, pero no sé cómo puede encajarlo Thomas, y aún no está recuperado del todo. Kirsty dejó escapar un sonoro suspiro de impaciencia. —Tienes razón —admitió, ahora incómoda—. Y será mejor que nos levantemos de aquí antes de que tengamos que lamentarlo. —Tú primero —le pidió. —¡Menudo listo! —protestó—. ¿Y yo por qué? —Yo… necesito unos minutos más —confesó entre dientes. —Esperaré contigo —dijo confusa. —Unos minutos a solas, Kirsty, sin tu precioso cuerpecito pegado al mío —Se movió ligeramente contra ella para hacerse entender, y Kirsty se encendió al instante en cuanto que sintió aquella dureza contra su muslo. —¡Oh! —Se le escapo junto con un gemido ronco. —¡Joder, pelirroja! —protestó y la empujó con un gesto de horror—. Fuera, levanta de aquí. Ahora. Ella no pudo evitar reír. —Sal y diles a todos que he tenido que atender una llamada urgente… —le suplicó. —Eso me suena a favor. —No te lo pido por mí, sino por la empresa. —Sonrió—. No quedaría muy profesional que todos supieran que me he escaqueado de mi propia reunión para darme un revolcón con la hija de mi socio, ¿no crees? Pero vamos —agregó, mirándola ahora con lujuria—, que yo a ti te hago todos los favores que hagan falta. Kirsty ardió ante aquel comentario. «¡Cómo me gusta este Mike, por favor!», gritó para sí, pero era consciente de que si no se levantaban pronto de allí, iban a lamentarlo. —¡Eh, vaquero, ¿dónde crees que vas de nuevo? —protestó, cuando sintió la mano masculina colarse por dentro de su camisa. —¿No es evidente? —intentó besarla. —Lo evidente es lo poco que va a tardar mi padre en volver a entrar. Mike guardó silencio, pareció valorarlo y un segundo la empujó suavemente de nuevo para que saliera del sofá. Kirsty rio a carcajadas y tardó aún unos segundos en decidirse a abrocharse los botones de la camisa, bajo la atenta mirada masculina. Después se incorporó un poco en el sofá y se asomó por encima. —No hay nadie —susurró—. Tú llamada empieza a contar desde ya. Se puso en pie, se aliso la ropa y regresó al jardín. Capítulo 25 Comportarse con normalidad tras salir de aquel sofá no fue algo fácil para Kirsty. Aún sentía la humedad entre sus piernas y se moría por regresar al salón, arrastrar a Mike a un lugar íntimo y terminar lo que habían empezado. Solo con pensarlo le hervía la sangre y se le abrían las piernas solas… Se quedó de pie junto a la carpa. En aquel momento tenía demasiado calor como para meterse allí debajo. Además, su padre junto con Bill y Adam estaban de pie también, alejados a un lado de la carpa, para que uno de ellos pudiera fumarse un cigarrillo. —¿Dónde andabas metida? —la sorprendió Nadine cuando estaba realmente a punto de escaquearse. —En el baño —mintió, pero no pudo evitar sonreír ante la mueca de la mujer—. ¿Qué pasa? Tuve una necesidad urgente… —Eso me lo creo —Sonrió—, pero ¿estás segura de que esa necesidad no ha sido en el despacho? —Te lo garantizo, o todavía seguiría allí —tuvo que admitir. De haber estado en un lugar íntimo y sin interrupciones, estaba segura de que su virginidad a aquellas alturas sería historia. Lo que le recordaba que quizá era buena idea contarle aquel pequeño detalle a Mike… «Demasiadas explicaciones», se preocupó. ¿Cómo le contaba que nunca había deseado a nadie más sin aceptar que él era el motivo? Y aquello no se lo confesaría jamás, lo tenía claro. —Vamos, que no tienes pensado decirme dónde estabas —bromeo Nadine—. Pues deja que yo te cuente la cara que se le ha quedado a tu amiga la rubia cuando Mike ha ido en tu busca; y a cada minuto que pasaba se ponía más roja de la rabia, ¡que han sido un porrón de minutos, eh! Kirsty rio con ganas. —Para mí ha sido como un suspiro —reconoció. —Imagino, pero tu padre ha estado a punto de llamar a la policía. —Sí. —Sonrió, ahora nerviosa—. Menos mal que lo has convencido para volver al jardín. — Nadine dejó escapar un divertido sonido de sorpresa—. Vale, eso último no tenía intención de decirlo en alto. —Pero ¿dónde estabais metidos? —Ella misma se contestó—. Déjalo, creo que no quiero saberlo. Kirsty sonrió ahora con un poco más de inquietud. Si se paraba a pensarlo, resultaba preocupante el poco control que ejercía sobre su cordura en cuanto que Mike le ponía un dedo encima. El único consuelo que tenía era que a él parecía ocurrirle algo similar… —Tengo un serio problema en cuanto me toca, Nadine —confesó, turbada. Y en aquel momento Mike regresó al jardín y sus miradas se cruzaron casi al instante—. Y en cuanto me mira también… —añadió, sintiendo que ardía por dentro—. Esto no puede ser saludable. La carcajada de Nadine le arrancó a ella también una sonrisa. —Voy a echarte mucho de menos —se quejó Kirsty, que ya se sentía como si conociera a la enfermera de toda la vida—. ¿Y si te quedas una temporada de vacaciones? Wang interrumpió la conversación justo en aquel instante, para disgusto de las mujeres, que se vieron obligadas a concederle una educada sonrisa. Los tres estuvieron charlando de cosas banales, hasta que la alarma que Nadine se había puesto para no olvidar darle a Thomas su medicación la alejo de allí. —Así que eres una escritora consagrada —le dijo el asiático—. Nunca lo hubiera imaginado. Belleza e inteligencia en un mismo frasco. —¿Y le sorprende? —intentó sonreír. —Un poco, no suelen darse conjuntamente. «Kirsty calma, pon una excusa y vete», se dijo, respirando hondo. —¿En su círculo se refiere? —se encontró diciendo—. Porque yo tengo un montón de amigas que reúnen esas dos cualidades. —Y peleona… —Sonrió Jian Wang, mirándola ahora con lascivia —. De las que me encanta domar. Kirsty sintió la rabia y el enojo bullir en su interior, y miró a su alrededor buscando algo a lo que poder agarrarse para no explotar. Posó sus ojos sobre Mike, que charlaba con Jefferys de forma animada, y se tragó el rugido que pugnaba por salir de su garganta. «No te cargues sus dos años de trabajo por culpa de un machista imbécil y arrogante», se dijo, pero si no se marchaba pronto… —Discúlpeme —le dijo al asiático, forzando una enorme sonrisa educada—, pero se me ha partido una uña y tengo que ir a limármela. Entró en la casa de nuevo, evitando blasfemar para no llamar demasiado la atención. Controlar su carácter, que siempre fue visceral y casi indomable, había sido un milagro. No soportaba el machismo ni a los hombres que respetaban tan poco a las mujeres, y eran pocas las veces que había logrado no entrar al trapo en una conversación como aquella. Además, Jian Wang tenía la poca decencia de hablarle así y casi lanzarle la caña estando su propia esposa sentada a par de metros. —¡Qué asco de tío, de verdad! —susurró, intentando digerir los últimos minutos. Fue directa a la cocina y abrió la nevera para servirse un vaso de agua que enfriara un poco su furia, pero cuando cerró la puerta y se giró hacia la encimera, chocó directamente contra Jian Wang y dejó escapar un grito de sorpresa. —¿Continuamos con nuestra conversación? —le dijo el asiático, mirándola ahora de arriba abajo. Kirsty se las arregló para esquivarlo y poner algo de distancia, pero no pudo evitar sentirse acorralada en apenas par de metros cuadrados, entre la encimera y la altura del asiático. —Me temo que no soy buena conversadora —le dijo, intentando sonar normal—. Lo mío es escribir. —Podemos… no hablar entonces. —La miró con lascivia y avanzo un par de pasos. Kirsty tragó saliva, los nervios comenzaban a ser incontrolables. Las intenciones de Jian era evidentes y ella empezaba a estar realmente asustada. —Eres la mujer occidental más hermosa que he visto en mi vida —le dijo con una sonrisa que al debía parecerle sexi, pero que a Kirsty le recordó la de una hiena hambrienta—. Cerremos el trato de nuestras empresas a lo grande, bella Kirsty. —Yo no formo parte de ese trato —le dijo con firmeza, intentando no mostrar su miedo. —Quizá no habrá trato entonces. La chica lo miró con una mezcla de miedo, furia e incredulidad mientras intentaba pensar con algo de claridad, buscando la mejor forma de proceder en lugar de dejarse llevar por la ira. Mike llevaba dos años trabajando en aquel acuerdo, que estaba a punto de romperse, porque ni loca permitiría que aquel indeseable le tocara un solo pelo. No voluntariamente al menos…, pero el asiático no dejaba de avanzar y mirarla como si tuviera derecho a tomar de ella lo que quisiera. —De acuerdo, informaré a Mike de tu cambio de opinión. —Se la jugó, ahora tuteándolo, puesto que consideraba que no se merecía ni una pizca de respecto por su parte—. Estoy segura de que os invitará a marcharos esta misma noche. —¿Tienes idea del negocio que tenemos entre manos? —Sonrió, ahora con cinismo—. ¿Qué hombre en su sano juicio renunciaría a semejante millonada solo por una mujer? —Uno con principios. La carcajada de Wang la irritó sobremanera. —Y uno enamorado. —Se le ocurrió añadir. Aquello sí pareció hacer mella en Jian, que alzó las cejas con asombro. —¿Acaso tú y O'Connell …? —Sí —se apresuró a confirmar. —Interesante. Kirsty alzó el mentón y no añadió nada más, esperando la reacción del tipo. Si aquello no funcionaba, el contrato se iría a la mierda, Mike la odiaría y ella se sentiría culpable el resto de su vida, a pesar de saber que nada de aquello era culpa suya. —Un hombre muy afortunado —Sonrió—, pero al que no te he visto acercarte en toda la noche, y me pregunto por qué. —No tenemos por qué pregonarlo a los cuatro vientos. —Eso… o mientes —dijo, acercándose a ella un poco más —. Y no me gusta nada que me tomen por idiota. Kirsty apenas podía creer todo lo que estaba pasando. Resultaba surrealista en pleno siglo veintiuno, pero, al parecer, si ella y Mike no estuvieran juntos, él se creía con derecho a exigir… ¿qué? ¿cerrar el acuerdo con una noche de sexo? Pero ¿de dónde narices había salido aquel tipo? ¿De la Edad Media? Estaba a punto de decirle que ella no era una moneda de cambio, a pesar de sentirse muy culpable por estar a punto de echarlo todo por tierra, cuando Marty interrumpió la conversación, logrando que Kirsty suspiraba de alivio. —¿Pasa algo? —preguntó el hombre, consciente de la palidez de la chica. —Nada. —Sonrió el asiático, girándose a mirarlo—. La señorita Danvers me hablaba de la relación con su sobrino. Marty miró a Kirsty, que le imploró con la mirada que le siguiera la corriente. —Sí —terminó diciendo Marty—. Yo no podría desear una sobrina política mejor que Kirsty. A la chica casi se le escapó un suspiro de alivio. —Sin duda es una mujer adorable —añadió Wang, ya sin sonreír ni siquiera con sarcasmo—. Le decía hace un momento que no deberían esconder su relación, me encantan las muestras de amor. Los enamorados irradian esa… aura de complicidad. —Esa aura es visible incluso desde lejos. —Sonrió Marty, posando sobre Wang una mirada crítica. El ambiente se podía cortar con un cuchillo—. Solo tienes que observar cómo se miran. Hay cosas imposibles de ocultar. —Me cuesta intuir esas cosas —dijo el asiático muy serio—. Quiero y prefiero verlas claramente. Miró a Kirsty de forma incisiva y se alejó de allí, dejando a la chica sumida en la ansiedad. No había que ser muy listo para darse cuenta de con qué sutileza aquel indeseable había lanzado un ultimátum: o eran capaces de convencerlo de la veracidad de aquella relación, o se sentiría tan insultado que aquel acuerdo no se firmaría jamás. Marty esperó a que Jian Wang saliera al jardín para hablar. —Tremendo hijo de puta —dijo el hombre, sorprendiéndola un poco—. Disculpa el lenguaje, pero es que no soporto a los hombres como él. ¿Te ha hecho algo? Porque le rompo todos los dientes en el momento que me lo indiques. La chica sonrió, que era lo que el hombre pretendía con el comentario. —Estoy bien, pero en una encrucijada —admitió—. Y no es justo. —¿Qué hacéis aquí? —preguntó Nadine, llegando a la cocina—. Me he cruzado con Wang. Ese hombre me pone los pelos de punta. Kirsty aún estaba un poco en shock por el giro de acontecimientos y la miró muy seria. Hizo un resumen de lo ocurrido, y entre ella y Nadine tuvieron que convencer a Marty para que no saliera al jardín a partirle las piernas, y esta vez sin ánimo de bromear. —¡Qué cabronazo! —dijo Nadine enfadada—. ¡Que se meta sus chantajes por donde amargan los pepinos! De no estar tan jodida, Kirsty hubiera reído mucho por aquel comentario, pero apenas si fue consciente. —Me siento fatal —admitió, suspirando con desesperación. —Tú no has hecho nada —le recordó Nadine. —Lo sé, pero… no quiero ser la causante de cargarme un negocio millonario. Mike ha trabajado tanto… —Miró a ambos, confundida—. ¿Qué hago? —Convencerlo de que lo tuyo con Mike es real —opinó Marty. —¿Solo para que ese picha floja no se sienta agraviado? —protestó Nadine—. ¡Como si una mujer no pudiera decir que no solo porque le da la gana! —Soy de esa misma opinión Nadine, pero no puedo pensar solo en mí —dijo Kirsty, a punto de hiperventilar. Miró a Marty—. ¿Y si fingimos que no ha pasado nada? Quizá Wang también estaría dispuesto a olvidarlo todo si no hablo de sus propuestas, no puede estar muy orgulloso de lo que ha pasado aquí. —Lo siento, pero la actitud de ese tipo es inadmisible, no podemos ocultárselo ni a Mike ni a tu padre —opinó Marty—. Tienen derecho a saber con qué tipo de persona están haciendo negocios. Los hombres como Wang no son de fiar, y deben tenerlo muy en cuenta. —¿Crees que llevará a cabo su amenaza y no firmará ese acuerdo? —Muy posiblemente —admitió Marty—. Conozco a los tipos déspotas y orgullosos como él. Kirsty era de la misma opinión. Terminó soltando un suspiro y dijo: —Está bien, cederé ante ese cabronazo. —Miró a Marty—. ¿Qué sugieres? —Que vuelvas al jardín y actúes como lo haría una novia enamorada. —Creo que te olvidas de mi padre —dijo cohibida—. No sé cómo pueda reaccionar si de repente finjo que entre Mike y yo hay algo. Recordó que a Mike le preocupaba mucho aquello. —Yo hablaré con Thomas —intervino Nadine—. Intentaré contarle con cuidado cómo están las cosas, para que esté advertido y sepa que lo tuyo con Mike es solo una pose. —Bien, yo hablaré con Mike… —dijo Kirsty. —Me temo que eso no es buena idea —interrumpió Marty—. No puedes contárselo a Mike. —Pero antes has dicho que debe saberlo. —Estaba confundida. —Sí, y lo mantengo, se lo contaremos en cuanto que podamos enviar a los Wang a dormir a la mansión, no antes. Kirsty lo miró con los ojos como platos y un repentino nudo en el pecho. —¿Quieres que me pegue a Mike sin contarle el motivo? —Sí. —¿Y cómo quieres que consiga que me siga la corriente? —No lo sé —admitió—, pero conozco a mi sobrino, Kirsty, y es de sangre caliente. Si le hablas de lo sucedido estando aún Wang presente, ni un milagro podrá salvar ese acuerdo, y la noche puede terminar muy mal. Kirsty sabía que tenía razón. Todavía recordaba a Mike cogiendo de la pechera al portero de su edificio solo por haberlo dejado entrar en su apartamento. —¿Y crees que mañana será diferente? —preguntó preocupada Marty se encogió de hombros. —Al menos habrá tenido unas horas para procesarlo antes de enfrentarlo, quizá así haya una oportunidad. —Vale… —Tomó aire para coger fuerzas—, que empiece la función. Capítulo 26 Kirsty respiró hondo varias veces antes de regresar al jardín acompañada de Marty. Hacía unos minutos que habían enviado a Nadine de avanzadilla para que pudiera hablar con su padre, antes de que ella empezara con su numerito. Le había escrito una nota para que la mujer le entregara, donde le pedía encarecidamente que le siguiera el juego, apelando al esfuerzo que Mike había hecho durante aquellos dos años; y dado que su carácter temperamental era heredado del su padre, aún no sabía si el hombre sería capaz de contener la furia que, estaba segura, invadiría cada célula de su ser en cuanto que supiera lo ocurrido. Miró a su alrededor y los localizó a ambos a un lado de la carpa, y fue muy consciente de la mirada preocupada que el hombre puso sobre ella. Después lo vio mirar a Wang y apretar los dientes con furia contenida. —No sé si puedo hacerlo —se detuvo Kirsty junto a la puerta del jardín—. ¿Qué pasa si Mike me echa a un lado? —se horrorizó ante la idea—. ¿O si me pregunta qué narices estoy haciendo? —No lo creo. Pero para Kirsty aquello era una posibilidad muy real, teniendo en cuenta su última conversación. La negativa de Mike a que su padre se enterara de sus devaneos todavía la tenía demasiado presente. Estaba segura de que a él no iba a hacerle ninguna gracia que ella se pasara sus deseos por el Arco del Triunfo… —Te recibirá entre sus brazos —insistió Marty, convencido. —¿Y si lo llamamos y probamos en privado? —Eso no funcionará —le aseguró, mirando hacia la mesa donde el asiático estaba sentado charlando con el resto de hombres—. Wang no te quita los ojos de encima desde que hemos salido, esperando tu próximo movimiento. Kirsty miró al tipo disimuladamente, que encima tuvo la osadía de hacerle un gesto con la cabeza a modo de saludo. La chica tuvo que hacer un esfuerzo titánico para contenerse y no caminar hasta él para cruzarle la cara de lado a lado. Estaba segura de que Wang era de los que devolvían las bofetadas, pero estaría dispuesta a arriesgarse solo por tener el placer de calzarle aunque fuera una hostia bien dada. —Vale. —Soltó aire con fuerza—. Al fin y al cabo, el contrato estará perdido si no lo intento. Miró de nuevo a su padre y a Nadine, que aún estaban de pie en un extremo de la carpa y, sin pararse a pensarlo más, caminó hasta Mike con el corazón en la garganta. Saludó a todos con una sonrisa que esperó que pareciera natural, y puso sus brazos sobre los hombros de Mike en una clara actitud íntima, que hablaba alto y claro. Él miró hacia arriba y le devolvió una sonrisa que todos calificarían como cómplice, en la que solo ella pudo leer «¿qué carajos crees que estás haciendo…?». Por desgracia, sabía que no se podía permitir amilanarse. —¿Cuánto tiempo creéis que se va a alargar la velada? —preguntó sin dejar de sonreír, y miró a Mike con una mirada insinuante que fingió ocultar del resto, pero que habría que ser un ciego para no ver. —Yo ahora estoy en mi salsa —admitió Adam con una clara diversión en la voz—, pero si me tomo una copa de champán más, voy a tener que irme a casa a gatas. —¿Y eso es que nos vamos ya o nos quedamos otro rato? —bromeó Bill—. Y me da la impresión de que la anfitriona se decanta por la primera opción… Kirsty rio y se inclinó ligeramente sobre Mike, aún desde atrás, y sus manos descendieron por sus pectorales en un abrazo íntimo que no podía negar estar disfrutando, a pesar de los nervios. Desvió ligeramente su mirada para no mirar a Wang y se topó con los ojos de Melanie Simmons, que no se molestaba en ocultar su furia. «¡Me había olvidado de ella por completo!», se dijo, y le sonrió a la mujer con cierta arrogancia. Ver aquellos ojos cargados de rabia era un daño colateral de su batalla con Wang con el que no contaba y del que no se quejaba en absoluto. Y, hasta el momento, Mike no se había quejado ni intentado alejarse, y Bill y Adam parecían haber encajado su relación de forma asombrosa y sin preguntas. —Ha sido un día muy largo. —Rio Kirsty la broma. —Qué pareja tan bonita me habéis parecido siempre —dijo Adam de improvisto, lo suficiente alto como para que llegara a oídos de Thomas. Definitivamente, al hombre le sobraban un par de copas de champán, pero lo más curioso era que parecía sincero—. Mi Corinne estará encantada de haber visto cumplida su predicción. Siempre dijo que estabais hechos el uno para el otro. «Ay, la leche, que esto se está complicando…». Podía sentir la tensión en los hombros de Mike, que se tensaba más a cada segundo que pasaba. —Qué calladito te lo tenías —miró Adam ahora a Mike. —Estás cosas suelen estropearse cuando se cuentan antes de tiempo. —Sonrió Mike, y miró hacia su izquierda para toparse con los ojos de Kirsty, que lo abrazaba aún muy íntimamente. La chica tuvo que controlar un escalofrío junto a todas las explicaciones que se moría por darle, al sentir la frialdad y la ira en aquellos ojos grises. —Me alegra saberlo. —Rio Bill ahora, y miró a Thomas, que aún estaba de pie—. ¿Desde cuándo lo sabías tú? Kirsty tragó saliva y espero que su padre pudiera mentir de manera natural, sin demostrar su aversión por Wang. —Eso es secreto de sumario —dijo el hombre, aunque fue incapaz de sonreír. Mike se puso en pie ahora, y Kirsty se aseguró de abrazarlo por la cintura, forzándolo a pasarle un brazo por los hombros. La mirada helada que se clavó en ella la torturó. —Yo confieso que estoy encantado —admitió Bill. —Y yo —afirmó Adam, y las dos copas de champán de más añadieron—: Yo creo que deberíais sellar esta unión con un beso. Kirsty se quedó paralizada. Algo le decía que Mike no iba a ceder a besarla delante de todos. Por fortuna, su padre solucionó aquel problema. —Aún me está costando habituarme un poco a verlos juntos —intervino con un gesto serio—, así que tampoco nos pasemos. —Sí, dejemos los que se besen para la boda. —Rio Bill—. Caramba, qué sorpresa tan agradable. —Y miró a Mike—. Siempre me he preguntado por qué viajabas dos veces al año a Nueva York si no tenemos negocios allí. Para Kirsty aquello fue como un puñetazo en la boca del estómago, pero se cuidó de que nadie se diera cuenta. Se preguntó si Bill también estaría pasado de champán y podía estar equivocado, pero no lo parecía. Mike se encargó de confirmar aquel dato un segundo después. —Mi tío vive en Nueva York —les recordó. —Sí, ya, no solo tu tío… —Sonrió Adam con una sonrisa pícara—. Qué listillo. Kirsty maldijo por dentro. Las cosas iban de mal en peor y Adam no parecía poder ejercer control alguno sobre sus comentarios. De seguir así, Mike terminaría explotando, estaba segura de ello. Thomas Danvers volvió a salvar la situación, insistiendo: —Las palabras me está costando habituarme os dicen poco, ¿no? —intervino con un gesto seco—. ¿Podemos cambiar ya de tema? Kirsty ya no podía mirar a Mike a los ojos. Por la fuerza con la que la tenía ahora cogida de la cintura, sabía que estaba a punto de montar en cólera de un momento a otro. La chica se vio forzada a poner una mano sobre la suya para obligarlo a aligerar la presión, que comenzaba a lastimarla. Por fortuna, Mike cedió y aflojó un poco la mano. —Yo no haría enfadar más al jefe —bromeó Kirsty mirando a su padre—. Voy a acercarme a ver mis damas de noche, por cómo huelen creo que se ha abierto alguna más. Se preocupó de hacerle a Mike una caricia en el brazo y mirarlo con ojos tiernos antes de alejarse hacia el extremo del jardín. Recibió una sonrisa exenta de calor como respuesta. Caminó hasta las plantas y las observó con detenimiento, intentando que el increíble aroma inundara sus sentidos y la ayudara a sentirse mejor. Aquello estaba resultando incluso más duro de lo que había pensado. Sabía que Mike estaba furioso con ella, y cada mirada helada que le dirigía la llenada de angustia. Solo esperaba que cuando pudiera contarle sus motivos, él lo entendiera y volviera a mirarla como lo hacía mientras ambos estaban tumbados en el sofá. De momento, las cosas no parecían muy halagüeñas, y ni siquiera tenía claro si Wang se estaba tragando todo aquel montaje, que, paradójicamente, era una realidad que solo Mike y ella conocían. «Bueno y Nadine…, también Dennis, y, por alguno de sus comentarios, le daba en la nariz que Marty también sospechaba algo», frunció el ceño. Diablos, aquello empezaba a ser de dominio público. —¿Se puede saber a qué demonios ha venido todo eso? —la sorprendió Mike, llegando hasta ella. Kirsty contuvo la respiración y se agarró a su cintura con premura, intentando no olvidarse del par de ojos que estaba segura observaban aún desde la mesa. —Suéltame, Kirsty —exigió con frialdad, sin moverse—. Te juro que no estoy para jueguecitos. La chica lo soltó al instante y se agachó ante la dama de noche para disimular, buscando algunas palabras que pudieran ayudar a tranquilizarlo. —Estas flores son nuevas. —Rozó la planta con las manos. —Déjate de gilipolleces —dijo entre dientes—. Ya me cuesta hasta dirigirte la palabra en este momento. —Mike… —Se puso en pie. —Mike nada —interrumpió— ¡¿Es que tú siempre tienes que hacer lo que te dé la gana?! — El tono de su voz, engañosamente bajo, le puso a Kirsty los pelos de punta—. Creía que habías crecido un poco, Kirsty, pero al parecer sigues siendo la misma caprichosa y egoísta de hace seis años, a la que no le importa nadie más que ella misma. Kirsty tuvo que contener las lágrimas. Sí, aceptaba que la adolescente de entonces se comportó como alguien egoísta y egocéntrico, pero también había pagado un precio muy alto por culpa de su orgullo, ahora lo veía más claro que nunca, e intentaba pensar en alguien más que en ella y sus propios sentimientos; pero aquello no podía decírselo en ese momento. —Ya basta, Mike —susurró dolida—. No es necesario que recurras al insulto. —¿Y qué esperabas? —insistió con rabia—. ¿Que te aplaudiera por tu gracia? —No, pero… —¿Has visto la cara de tu padre? —insistió—. ¡Estaba furioso! Kirsty no podía desmentir aquella afirmación. La furia de su padre era palpable para cualquiera que lo conociera, pero no podía contarle la verdad y decirle que su ira era para Wang, no para ellos. —Claro que no me extraña que casi nos mate con la mirada —continuó Mike, que sonaba cada vez más furioso—, porque no has tenido el detalle ni de contárselo a él primero. —Las cosas no siempre son lo que parecen… —susurró Kirsty, apretando los dientes. —¿Qué se supone que significa eso? —Déjalo. —¿Esto es por Melanie? ¿Son celos? ¿Es que eres incapaz de creer en mi palabra? —insistió —. ¿Necesitabas pasearle por la cara nuestra relación por si acaso? —Esto no tiene nada que ver con ella. —¡Entonces ¿en qué coño estás pensando?! —subió un poco el tono de voz—. ¿Es que no lo dejé claro antes? Me has creado un problema con quien no solo es como mi padre, sino que también es mi socio. —No grites —le pidió, echándole los brazos al cuello para asegurarse de no llamar la atención. —No quiero hacer una escena, Kirsty, pero te juro que no soporto que me toques en este momento —susurró, ahora casi en su oído. La chica tuvo que contener un sollozo ante aquella frase y la frialdad con que la había pronunciado. Soltó a Mike y volvió a agacharse ante la planta. Se decía que era normal que estuviera enfadado y que todo pasaría cuando pudiera contarle la verdad, pero ¿y ella?… ¿podría perdonarle todo lo que él dijera mientras tanto? —Vuelve a la mesa —le dijo Kirsty, intentado esconder su tristeza y evitar que siguiera hablando. —Me iré cuando me dé la gana. No soy una marioneta que se mueve a tu antojo. Kirsty se puso en pie, repentinamente molesta. —Mira quién fue a hablar. —Lo enfrentó ahora—. No es agradable que te den ordenes, ¿verdad? Es mucho mejor cuando eres tú quien las imparte. —Ya habíamos superado esa fase… —Sonrió irónico. —¡Hasta que has decidido comportarte como un gilipollas! —¿Yo? ¡Esto ya es el colmo! —Baja la voz. Lo vio apretar los dientes incluso a través de la poca luz que los amparaba. —¿Qué te preocupa, Kirsty? —dijo ahora, recortando las distancias—. ¿Qué todo el mundo se entere de que eres una mentirosa? La chica le devolvió una mirada iracunda. Al parecer, para él su relación era inexistente; aquello sí le hizo daño. —Sí, tienes razón, Mike —dijo entre dientes, más dolida incluso de lo que ella creía—. No sé en qué narices estaría pensando para suponer que entre nosotros hay algo más que las ganas de echar un polvo. —Será un polvo impresionante, eso te lo garantizo. —¡No será una mierda, imbécil! —dijo, dejando salir su rabia—. ¿Crees que me acostaría con alguien que piensa que soy una egoísta caprichosa que solo se mira el ombligo? No me meteré en tu cama después de esto. —Por supuesto que lo harás —La tomó de la cintura y la atrajo hacia él—, pero cuando se me pase el mosqueo. —¿Y cuándo crees que se me pasará a mí? —dijo entre dientes—. El último me duró seis años. —Tú no tienes derecho a estar enfadada —opinó, ya casi sobre sus labios. —Quizá tengo más que tú —dijo con una furia absoluta brillando en sus ojos, posándolos sobre los de él. Pudo leer sus intenciones al instante y se adelantó—: Si se te ocurre besarme en este momento, Mike, te juro que va a importarme una mierda todo lo que intento evitar y voy a montar un espectáculo que no va a gustarte nada. Kirsty no supo si fueron sus palabras o la rabia que leyó en sus ojos lo que lo convencieron de que hablaba en serio, pero él la soltó y se apartó un poco. —Esta conversación no ha terminado —le aseguró Mike. Se giró sobre talones y regresó a la mesa, donde todos parecían estar poniéndose ya en pie para marcharse. La chica tuvo que tomarse unos minutos más para derramar las lágrimas que a duras penas había logrado contener. Lágrimas de rabia y dolor. Se giró y miro al asiático desde lejos, odiándolo con todas sus fuerzas. Aquel indeseable nunca sabría cuánto le había quitado aquella noche; porque, por mucho que le costara admitirlo, había demasiados años de odio y dolor entre Mike y ella como para resistir discusiones como aquella sin consecuencias. Sin duda, su relación había vuelto a sufrir un revés importante, que no estaba segura de poder superar esta vez. Capítulo 27 Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Kirsty despidió a Bill y Adam con una sonrisa en los labios; gesto con el que no obsequió ni a Melanie ni a ninguno de los Wang cuando salieron de la casa. Su padre había cedido su coche a los asiáticos y se había encargado de llamar a Doris a la mansión para que recibiera a sus invitados y se asegurara de atenderlos, alegando querer quedarse a adecentar un poco la casa antes de partir. Cuando solo quedaban al fin ellos cinco, Kirsty observó la cara desencajada de su padre y le asaltaron las preocupaciones. —Papá, ¿te encuentras bien? —le preguntó, caminado hasta él—. ¿Cómo estás? —¡Estoy que rabio! ¡¿Cómo voy a estar?! —aceptó Thomas dejando que sus emociones fluyeran al fin—. ¡Solo quiero partir cabezas en este momento! —Tom… —dijo Mike dando un paso en su dirección. —Sí, lo sé, Mike, sé que debo calmarme, pero me llevan los demonios… —Thomas miró a Kirsty, que tenía una cara de desolación absoluta y las palabras murieron en su garganta—. Dios, qué desconsiderado soy… —Abrió sus brazos y la chica se metió entre ellos al instante, dejándose abrazar, intentado no dar rienda suelta a sus lágrimas por miedo a no poder parar una vez las dejara fluir—. Soy yo quien debo preguntarte a ti cómo estás, mi pequeña. —Estoy bien. —¿Seguro? Kirsty asintió y miró a su padre con una sonrisa un tanto abatida, pero firme. —En realidad no ha sido para tanto. —Si te ha puesto un dedo encima… —No, de verdad, Marty ha llegado justo a tiempo. —Pero ella ya lo tenía controlado. —Sonrió el detective para darle ánimos—. Yo solo me he limitado a seguirle el juego. —¿Quién narices va a contarme lo que al parecer me he perdido? —dijo Mike de repente, mirándolos a todos con una expresión entre alerta y severa. Thomas miró al chico con un gesto de asombro. —¿No le has dicho nada? —le pregunto a Kirsty, que se limitó a negarlo sin mirar al chico. De una forma absurda, Kirsty se sentía responsable de la actitud de Wang. —Yo le pedí que no lo hiciera —admitió Marty, mirando ahora a Mike con cierta intranquilidad. —Ya me parecía raro que estuvieras llevando todo esto tan bien —admitió Thomas. La impaciencia de Mike era ya demasiado evidente. —Quien sea, que me lo cuente —exigió—. Pero ya. —Wang ha intentado tomarse algunas… libertades con Kirsty —comenzó diciendo Marty. —Eso es suavizarlo demasiado —interrumpió Nadine, a la que todavía se la llevaban los demonios al recordarlo—. Ha exigido que formara parte del acuerdo, como si fuera una moneda de cambio. Todos vieron con asombrosa claridad cómo Mike apretaba los dientes y los puños, al tiempo que sus ojos se llenaban de una cólera apenas controlable. Sin pronunciar una palabra, dio un paso en dirección a la puerta, pero Marty se interpuso al instante para impedirle el paso. —Aparta. —Intentó esquivarlo. —No. —¿En qué coño estabas pensando para ocultarme algo así? —le dijo iracundo. —Precisamente en evitar lo que estás a punto de hacer —admitió. —¡Lo que ese hijo de puta se merece! —Sí, y estoy de acuerdo, pero vamos a pensar las cosas con un poco más de calma —le pidió Marty—. El motivo para no contártelo ha sido que pudieras disponer de unas horas para valorarlo todo en frío. Si vas en busca de Wang ahora mismo, todo habrá sido en balde. ¿Quieres echar a toda la familia a la calle a las doce de la noche? Mike dejó escapar un sonoro suspiro de frustración y se volvió hacia Thomas, que le dijo: —Que lo saques a golpes de la cama no es una opción, Mike, lo sabes. —No estaría acostado en tu casa si me hubieras contado antes todo esto —le aseguró. —Kirsty ha solventado bien la situación y la cosa no ha pasado a mayores —explicó—. Sí, quizá ni tú ni yo hubiéramos tomado esa opción, pero ya está hecho. Ahora le debemos sentarnos a pensar con la cabeza fría. No ha debido ser nada fácil para ella tragarse el orgullo para salvar ese acuerdo. Mike miró a Kirsty, que seguía abrazada a su padre, pero ella se negó a devolverle la mirada. —¡Nadie se lo ha pedido! —dijo entre dientes, aún lleno de rabia—. No puedo creer que me hayáis dejado fuera de todo esto. —Y viendo tu reacción, ahora me parece lo más acertado —dijo Thomas dejando escapar un leve suspiro—. Me alegro de que al menos le hayas seguido el juego a Kirsty sin protestar. Kirsty levantó ahora la mirada y sus ojos se encontraron con los de Mike, justo cuando él pareció entender el alcance de aquellas palabras; pero lejos de parecer sentirse culpable, los ojos de Mike brillaron de rabia de nuevo. —¿Y cómo se supone que el fingir una relación entre nosotros ayudaba en todo este lío? —le preguntó a Kirsty directamente. Pero no fue ella quien contestó, sino Marty. —Fue lo único que pareció calmar a Wang —explicó. —¿Calmarlo a él? —gritó de nuevo fuera de sí—. ¡Pero ¿es que aquí estamos todos locos o qué? —Mike, tranquilízate. —¡No le encuentro un sentido a todo esto! —Wang amenazó con no firmar ese acuerdo si yo no… —susurró Kirsty ahora, pero no pudo acabar la frase—. Pero cuando insinué que había algo entre nosotros pareció ceder, solo que debía demostrarle que lo nuestro no era una invención mía. Kirsty se sintió pequeña bajo su mirada. Explicado de aquella manera no sonaba igual de lógico que cuando se lo decía a sí misma en su mente. —Así que has decidido que ceder a su chantaje era lo mejor —dijo con sarcasmo—. Pues la próxima vez quizá deberías dejarles estas cosas a los adultos. A Kirsty estuvo a punto de darle vueltas la cabeza. Lo enfrentó, ahora con la misma rabia de la que él hacía gala. —Solo intentaba ayudarte, pedazo de tarugo, aunque no te lo merezcas. —¡Y yo hubiera preferido poder darle a Wang su merecido y sacarme toda esta rabia de adentro! —¿Incluso a costa del acuerdo? —¡¿Qué acuerdo?! ¡No seas ilusa! —le gritó—. Ese acuerdo estuvo perdido justo en el instante en el que ese cabrón te hizo la primera insinuación. —Pero solo debemos… fingir un poco más, ¿tanto esfuerzo te supondría? —Los dos sabemos que no, pelirroja, pero esa no es la cuestión. Kirsty tuvo que esconder su rubor, preguntándose qué demonios tenía de especial el oírlo llamarla pelirroja para que su cuerpo reaccionara de aquella manera incluso en mitad de una discusión. —No voy a fingir nada para congraciarme con ese desgraciado —les aseguró Mike, mirándolos ahora a todos para dejarlo claro—. Y no tenéis forma de convencerme. —¿Estás seguro? —le preguntó Marty—. Esta misma tarde me has comentado que es con su padre con quien tendrás que tratar, y que parecía un buen hombre. —Y un pésimo padre, al parecer —insistió Mike. —Eso no es muy justo —opinó Marty. —Me da igual. —¡Eres un obtuso! —lo acusó Kirsty, con los ojos cargados de angustia—. Papá, ¿es que no vas a decir nada? Thomas Danvers suspiró, miró a Mike y después a su hija, con un gesto resignado. —No quizá lo que te gustaría, pequeña. —¿Qué? —Que me temo que estoy de acuerdo con Mike —admitió—. Solo accedí a no ser yo quien echara de aquí a ese tipo porque me pediste que lo hiciera por Mike, por respeto a esos dos años de trabajo. Kirsty apretó los dientes y no pudo contener una exclamación exasperada. —¡¿Así que lo he perdido todo para nada?! —Se le escapó. Sabía que solo Mike entendería de qué hablaba. —Yo soy el que más ha perdido aquí —le dijo, mirándola ahora con una de sus expresiones indescifrables, aunque estaba claro que no hablaba solo de negocios. Thomas dejó escapar un suspiro de agotamiento que dio por finalizada la conversación. —Necesitas descansar, Tom —le dijo Nadine ahora—. Ha sido un día muy largo. —Sí, es verdad —aceptó el hombre, y miró a Mike y Kirsty con una expresión extraña—. Por cierto, una representación muy buena la vuestra. Ha habido un momento en el que, incluso yo que sabía que todo era puro teatro, me he creído que había algo entre vosotros. —Pues no ha sido una actuación nada fácil —dijo Kirsty con frialdad. —Cierto. Ha sido muy raro, teniendo en cuenta que Kirsty es como mi hermana. —Sonrió Mike con cinismo, clavando su mirada en ella—. Sería una locura ni siquiera pensarlo. —Un milagro es lo que sería —remató Kirsty con una sonrisa helada—. ¿Nos vamos? Se hace tarde, y mañana tenemos un montón de chinos a los que echar de casa. —Quizá sería buena idea que vosotros dos hicierais noche aquí —dijo Thomas de repente, señalando a su hija y a Mike. Muy a su pesar, el cuerpo de Kirsty reaccionó a aquel ofrecimiento como lo haría una fogata a un bidón de gasolina, y aquello solo contribuyó a enfurecerla aún más. —Ni hablar —dijo de forma automática. —No tienes necesidad de volver a cruzarte con ese indeseable —insistió su padre—. Mike puede subir por la mañana a la mansión. —¡Ni loca voy a quedarme en esta casa un solo segundo más! —aseguró contundente, mirando a Mike como si de repente le hubieran crecido cuernos y una cola como al mismísimo diablo. No esperó réplica de nadie, se limitó a caminar hacia la puerta de salida. Thomas y Nadine salieron tras ella. —¿Era tan difícil agradecerle un poco su sacrificio? —le dijo Marty a su sobrino antes de salir por la puerta—. Solo intentaba ayudar. —Nadie se lo ha pedido. —Mike… —¿Y de qué sacrificio me hablas? —insistió—. ¿Tanto martirio crees que le supone fingir que le gusto un poco? —Yo más bien me refería al hecho de tener que soportar las insinuaciones de Wang y encima tener que claudicar a sus imposiciones —le aclaró—, pero tú te lo llevas todo a terreno más personal. Su desprecio hacia ti te molesta mucho. —Me molesta que todos confabuléis a mis espaldas —le aseguró con rabia—. Y me molesta no poder partirle la cara a ese cabrón por la afrenta. —Kirsty no tiene la culpa de nada, y debe de estar sintiéndose fatal. —No te creas, discutiendo está en su elemento —dijo entre dientes—. Para ella estas cosas son solo un entretenimiento. —Ah, menos mal que me lo aclaras. —Sonrió Marty irónico—. Porque a mí me ha engañado del todo. Me ha parecido miedo y angustia lo que había en sus ojos cuando la he encontrado acompañada de Wang, pero qué sabré yo. —¡Y es capaz de cualquier cosa con tal de no pedir mi ayuda! Lo vio apretar los dientes con alarmante intensidad. —Y eso es lo que más te irrita, ¿no? —Sonrió Marty, ahora con cierta compresión—, que no te deje ser su caballero andante. —¡Qué absurdo! —Puede ser, pero por si acaso, déjame decirte que a veces lo único que la dama quiere es que el caballero la abrace, muestre algo de gratitud y le diga que todo está bien. —¡Qué bonito! —ironizó, y apretó los dientes—. Pero te recuerdo que esta dama en particular… odia demasiado a este caballero como para ceder al abrazo. —Quizá es que el caballero tampoco se lo pone fácil —le dio un golpecito en la espalda y salió por la puerta—. Te esperamos en el coche. Pero el caballero andante aún tuvo que recorrer el salón varias veces como un tigre enjaulado, golpear con saña el sofá que se atravesó en su camino y dejar escapar un grito de impotencia, antes de poder salir de la casa con un mínimo de serenidad.

Al llegar a la mansiĂłn, se aseguraron de que los Wang estaban ya descansando en sus

habitaciones antes de entrar en el salón, donde Mike les informó de que le pediría al asiático que se marchara de la casa a primera hora de la mañana. Ninguno de los presentes dijo una sola palabra al respecto. El tono de Mike dejaba más que claro que nada le haría cambiar de opinión. —Lo que decidas, para mí está bien —dijo Thomas, poniéndose en pie—. ¿Te importa tomarme la tensión en mi alcoba, Nadine? La mujer asintió y ambos se despidieron. —Yo también me retiro —dijo Kirsty, y miró a Marty—. ¿Revisas mi alcoba, por favor? —Yo lo haré —se adelantó Mike. —Prefiero que lo haga Marty. —Se giró a encararlo, irritada. —Pues mala suerte. —Sonrió mordaz. —Yo voy a revisar el resto de la casa —dijo Marty de inmediato, y desapareció sin dar lugar a más discusiones Kirsty clavó una mirada furiosa en Mike, que tuvo la osadía de sonreír con un cinismo que a punto estuvo de arrasar con el autocontrol que ella se afanaba por mantener. Lo observó, echando fuego por los ojos, cuando él se limitó a hacerle un gesto con la mano hacia la puerta para indicarle que fuera ella delante. Estuvo en un tris de negarse y exigir que fuera Marty quien subiera, pero debía reconocer que apenas si le quedaban ya fuerzas para discutir aquella noche. El día había sido largo e intenso, y demasiadas emociones juntas se hacían eco dentro ella, estaba agotada. Necesita la soledad de su habitación con urgencia para asimilar todo lo ocurrido. Salió del salón y enfiló la escalera con Mike pegado a sus talones. Le hizo un gesto tosco para que entrara cuando llegaron a la puerta de la habitación, mientras ella se quedaba en el pasillo tal y como ya hizo en otra ocasión. Mike cumplió con el protocolo y revisó la alcoba a conciencia. Después, con total tranquilidad, salió al pasillo, tiró de ella hasta arrastrarla dentro del cuarto y cerró la puerta. —Tenemos demasiados oídos en la casa como para discutir en mitad del pasillo —le dijo ante el gesto de estupor de la chica. —¡Es que no tenemos nada más de lo que discutir! —protestó, una vez vencida la sorpresa inicial—. Sal de mi cuarto. Mike, apoyado sobre la puerta de la habitación, no parecía tener ninguna intención de marcharse, pero tampoco parecía querer acercarse demasiado, lo que tenía a Kirsty de los nervios, sin saber a qué atenerse. —Te dije en el jardín que la conversación no había terminado —le recordó él. Kirsty lo miró como si se hubiera vuelto loco de remate. —Y yo te recuerdo que después de eso han pasado muchas cosas. —dijo molesta—. En cualquier caso, estarás feliz de saber que mi padre ni se ha enterado ni se enterará nunca de lo que hubo entre nosotros. —¿Hubo? —Sonrió mordaz—. Yo no hablaría en pasado tan rápido… —Te recuerdo que el incesto sigue siendo delito en muchos países —hizo una pausa y agregó sarcástica—, hermano. —Parece que te ha molestado demasiado ese comentario. —La miró ahora con cierto grado de diversión—. En realidad, lo último que quieres es que te trate como a una hermana, ¿verdad? Kirsty tuvo que respirar hondo antes de hablar. —Ya no quiero que me trates como a nada —informó con un gesto obstinado—. Volvemos a ser solo enemigos, sin más. —¿Eso es realmente lo que quieres? —le preguntó Mike, ahora más serio. —Sí —afirmó con más contundencia de la que realmente sentía. —Mientes. Aquello terminó de sacarla de sus casillas. —¿En serio? —preguntó dolida—. Quizá todas las ganas que tenía de estar contigo se han evaporado al escucharte decir lo que piensas realmente de mí; que soy una persona tan horrible como para no respetar ni la salud de mi padre por satisfacer mi vanidad. Mike la observó con una expresión hermética. —¿Y qué querías que pensara? Los hechos no dejaban lugar a dudas… —Sal de mi cuarto. —Vale, quizá me equivoqué al sacar conclusiones precipitadas —aceptó—, pero estaba demasiado enfadado para pensar con claridad. —¿Sabes cuál es el problema, Mike? —Recortó la distancia un poco—. Que sigues diciendo quizá me equivoqué, en lugar de aceptarlo y pedir disculpas. —Ah, claro, ¡porque tú eres una maestra en aceptar tus equivocaciones! Kirsty apretó los dientes. Sí, sin duda tampoco era su mayor virtud. Mike avanzó ahora hacia ella con una expresión de enojo. —¿Tienes idea de la humillación que ha supuesto para mí todo lo sucedido esta noche, Kirsty? —le dijo casi entre dientes—. ¿De verdad creías que me ayudabas ocultándome lo sucedido con Wang, negándome toda posibilidad de reacción? ¿Te parezco tan desvalido como para necesitar que tú luches mis batallas? —Así que ¿es una cuestión de ego o de machismo? —¡Es una cuestión de principios! —rugió—. ¡Wang ha intentado asaltarte y he sido el último en enterarme! ¿Tanto esfuerzo te suponía pedir directamente mi ayuda, Kirsty? ¿Por qué tengo que imponerte siempre incluso mi protección? ¡Esa manía tuya de luchar contra mí todo el tiempo me saca de quicio! Kirsty era consciente de que ya no estaban hablando solo de Wang. Era la primera vez que escuchaba a Mike admitir cómo se sentía ante sus continuos asaltos, y no sabía bien cómo encajarlo. Debería estar furiosa, pero, por alguna extraña razón, el hecho de saber que él no era inmune a todas sus discusiones resultaba alentador. Aun así, no estaba dispuesta a ceder. —¿Quieres una sumisa que siempre diga sí, mi amo? —le preguntó, furiosa. —No, por favor, ¡qué aburrimiento! —admitió—, pero tampoco puedo seguir lidiando con alguien que lucha contra cada palabra que digo, no lo soporto más tiempo. —¡Nadie dijo que tengas que hacerlo! —le recordó rabiosa—. Marty puede protegerme, para eso ha venido. No necesitamos ni vernos a partir de ahora. —Lo miró con los brazos cruzados sobre el pecho y el mentón levantado en un claro gesto de obstinación. —¿En serio? —Sonrió sin rastro de humor—. ¡Qué descanso! Kirsty estuvo a punto de abofetearlo. —Pues genial —dijo en su lugar—. Te relego de tus funciones de carcelero. Aquello fue como encender la mecha de un cartucho de dinamita. Mike tiró de ella con fuerza y la acorraló contra la puerta de la habitación, mirándola con una furia que apenas podía disimular. —¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame! —protestó, pero su traicionero cuerpo no parecía hablar el mismo idioma y se acopló a él incluso mientras pronunciaba aquellas palabras. —Así que ¿me apartas como carcelero? —le susurró Mike muy de cerca, atrayéndola más hacia él—. Repítemelo en esta postura. —Esto… ya no va a suceder, Mike… «Titubear no ayuda», se maldijo Kirsty, que ya sentía su cuerpo combustionar. —Deberías trabajar en tu seguridad, pelirroja. —Sonrió con cinismo—. Si tan solo sonaras un poco más convincente… —¡Ese carcelero tiene prohibido acercarse a mí! —le dijo, ahora con firmeza, pero no se esforzó por salir de sus brazos. Mike sonrió y la miró con una lujuria que a Kirsty estuvo a punto de arrancarle un gemido. —Puedo convertirme en un policía de aduanas, si lo prefieres —le susurró casi sobre sus labios—. De esos que están autorizados a inspeccionar cada recoveco… Aquella frase provocó casi un cortocircuito en Kirsty, que no solo se deleitó con la idea de que él llevara a cabo aquella amenaza, sino que, además, tenía un significado extra que la llenaba de una extraña satisfacción. Aquella fue la primera frase que el detective Riley le dijo a Darcy el día que se conocieron en la primera novela de la serie… —Tú… ¿has leído mis novelas? —le preguntó, sin disimular su estupor. —Solo capítulos sueltos —le dijo con una sonrisa maliciosa que provocó que Kirsty soltara un bufido—. Vale, si te digo que sí…, ¿me dejarás ser ese policía, pelirroja? Pero Kirsty ya no estaba para mucha sutileza. Durante unos segundos se había sentido como la adolescente deseosa de conseguir su aprobación y una pizca de admiración, y aquello la llenó de una inexplicable rabia que se coló en cada fibra de su ser. —Eres un… —Ni siquiera le salieron los insultos. —Adelante, me muero por saber qué soy. Y ella también se moría por pronunciar el insulto que sabía que la llevaría a la cama un segundo después, pero el dolor y la rabia eran demasiado intensas para ceder. —¡Te odio! —murmuró entre dientes en lugar de insultarle. Y, para su bochorno, deseó con todas sus fuerzas que aquello también funcionara para provocarlo. Pero aquellas palabras tuvieron una reacción totalmente inesperada por parte de Mike, que borró de su rostro cualquier atisbo de simpatía y clavó en ella una mirada fría que le heló los huesos. —Qué duro tiene que ser desear tanto a alguien que odias —dijo con la voz exenta de toda emoción —¡Qué arrogancia la tuya! —se defendió Kirsty—. A lo mejor no te deseo tanto como crees, quizá ya no quiero ni tus besos. Mike la miró a los ojos con una de sus expresiones indescifrables, y tardó en responder lo que a ella le pareció una eternidad. —Perfecto —le dijo casi en un susurro mientras se inclinaba sobre sus labios lentamente. Kirsty aguardó aquel beso con el corazón en la garganta, pero, muy a su pesar, no llegó a saborear sus labios. —Espero que lo tengas claro, Kirsty —Escuchó en su lugar—, porque si en algún momento quieres aunque sea un simple beso, vas a tener que pedírmelo. La chica tragó saliva y dejó a su orgullo contestar por ella. —¡Espera sentado! —Eso haré. —Sonrió con frialdad. —¡Pues te vas a hartar de esperar! —Eso no es problema. En seis años se cultiva la paciencia —dijo en un extraño tono que la desconcertó. —¿Qué se supone que quieres decir con eso? —no pudo evitar preguntar, a pesar de su furia. —Seguro que te encantaría saberlo —Sonrió mordaz—, pero no pienso darte ese gusto. Antes tendrás que pedirme ese beso, y te garantizo que lo harás tarde o temprano. —¡Vete al infierno! —le dijo entre dientes. —¿Y dónde carajos te crees que he vivido todo este tiempo? —susurró en un tono extraño justo antes de abrir la puerta y desaparecer. Capítulo 28 A la mañana siguiente, Kirsty bajó las escaleras con un pellizco cogido en el pecho que no la había abandonado en toda la noche. Lo sucedido con Wang, el enfado de Mike, sus propias reacciones a aquel enfado… y los besos que se moriría antes que pedirle, la habían mantenido ocupada hasta altas hora de la madrugada. Como resultado, se le habían pegado un poco las sábanas; lo cual no le importaba lo más mínimo, puesto que prefería no tener que toparse con un Wang, ni niño ni adulto, nunca más. Su padre la recibió en el salón con una sonrisa de bienvenida. Hacía mucho rato que el hombre había terminado de desayunar, pero la aguardaba con paciencia desde entonces. —¿Hay asiáticos en la costa? —preguntó Kirsty con cautela, cogiendo asiento. —No, no los hay. —Sonrió su padre—. Se han marchado hace poco más de una hora. —¿En serio? —preguntó perpleja—. Sí que se han dado prisa. Y… ¿me cuentas un poco cómo ha sido? —Muy pacíficamente, teniendo en cuenta la mirada asesina que Mike apenas podía disimular —contó—. Pero a Wang no le interesaba que todo este asunto trascendiera y llegara a oídos de su mujer. —Pues ayer no le importaba nada. —Esta mañana parecía incluso asombrado del giro de los acontecimientos —explicó—. Bajaba dispuesto a firmar ese contrato. Kirsty suspiró con pesar. A pesar de todos sus esfuerzos, el acuerdo se había roto y ella había perdido a Mike en el proceso. La tristeza invadió cada centímetro de su cuerpo y tuvo que soltar la tostada sobre el plato, incapaz de probar bocado. —Tú no tienes culpa de nada —adivinó su padre. —¿Y por qué me siento como si la tuviera? —se quejó, con los ojos acuosos. —Creo que Wang se ha llevado aprendida la lección de su vida de Little Meadows. —Sonrió Thomas—. Espero que haya entendido que hay cosas que no compra el dinero. —No tiene pinta de ser de los que entiende nada que no le convenga. —Puede ser, pero su padre parece estar hecho de otra calaña —opinó—. Y Mike no ha tenido inconveniente en insinuar el motivo por el que se han roto las negociaciones cuando Tao Wang lo ha llamado personalmente. —Qué bien, me encanta andar de boca en boca… —Mike ha sido muy sutil, te lo garantizo. Kirsty dejó escapar un suspiro de resignación mientras se prometía no hacer la pregunta que rondaba en su cabeza desde hacía rato. Rompió su promesa un minuto después. —¿Y dónde está Mike? —preguntó de pasada, igual que hablaría del tiempo. —Se ha marchado a la oficina —explicó su padre. —¿A Oxford? —Sí, Marty ha salido a revisar la zona, pero no tardará en llegar. Puedes salir a cabalgar con él cuando llegue, si quieres. Seguro que te apetece dar un paseo para airearte. «No es que me entusiasme la idea», se dijo, con una tristeza apenas disimulada. —Claro, papá —asintió—. Y entonces, ¿Mike ya va a volver a trabajar en la oficina cada día? —No lo sé. «Pues qué bien». —No pareces muy contenta —opinó—. Y eso que Mike me ha asegurado que estarías encantada de perderlo de vista. —¡Y lo estoy! —se apresuró a añadir con unas absurdas y repentinas ganas de llorar. El teléfono fijo sonó en ese momento, a tiempo para no cometer la tontería de ceder al llanto delante de su padre. Se levantó y descolgó el inalámbrico con premura. —Buenos días, ¿me pasas con Tom, por favor? —le pidió Mike en un tono educado. Ya solo el sonido grave de su voz le calentó la sangre y la llenó de un anhelo vergonzoso e irritante. Le tendió el teléfono a su padre sin añadir una sola palabra, y se sentó a escuchar como hablaban de trabajo durante unos minutos. —¿Te esperamos para comer? —preguntó el hombre antes de colgar, y aquello sí llamó la atención de la chica—. Marty me ha comentado que quería acercarse personalmente hasta la mensajería que trajo la carta. Kirsty estaba con el corazón en vilo, intentando entender los retazos de conversación. —Yo tampoco creo que debamos levantar la guardia —dijo su padre—. De acuerdo. Cuando colgó el teléfono, Kirsty tuvo que morderse la lengua de forma literal para no bombardearlo a preguntas. —¿Qué pasa? —preguntó en un tono apático, tras esperar en vano a que su padre hablara. Marty entró en el salón antes de recibir respuesta. El hombre saludó a Kirsty con una sonrisa. —Acaba de llamar Mike —informó su padre—. No cree poder venir a comer. —Intentaré hacer mis pesquisas por teléfono —dijo Marty, y miró a Kirsty—. ¿Quieres salir a cabalgar un rato? Pero la chica ya no tenía ganas de nada más que de regresar a su habitación; cosa que su teléfono móvil evitó por el momento. Consultó el visor y descolgó el teléfono. —¡Alek, qué sorpresa! —Pues espero que no demasiada, acabo de aterrizar en Londres. Kirsty abrió los ojos de par en par. ¡Se había olvidado por completo de que Alek llegaba aquella mañana! —¿Qué tal el vuelo? —preguntó, cortés. —Regular, he tenido lo más parecido a una cotorra parloteando en mi oreja desde Nueva York, y eso que hemos viajado de noche —le dijo, y a Kirsty le pareció escuchar un imbécil casi al oído. —¿Acaban de insultarte? —Sonrió divertida. —La cotorra, que parece haberse ofendido. —¿Qué? —Que te traigo una sorpresa desde Nueva York que te va a gustar, aunque a mí me parezca una tortura insufrible. —¡Tú sí que eres una tortura, sieso! —escuchó decir ahora a Jess alto y claro. Y un segundo después su amiga se puso al teléfono, tras lo que a Kirsty le pareció un inquietante forcejeo que le arrancó una carcajada—. Vete preparando un té con pastas, Kirs —la saludó Jess, feliz. Una hora después Kirsty se abrazaba a su amiga, sin poder evitar que unas cuantas lágrimas cayeran por sus mejillas.

La visita de Jess y Alek supuso un soplo de aire fresco para Kirsty. Les enseñó la casa, los jardines, los establos, y quedaron en salir a cabalgar un rato aquella misma tarde. —¿Cómo es posible que abandonaras este paraíso para vivir entre hormigón? —dijo Jess mirando ahora las praderas, maravillada con las vistas, aunque se arrepintió del comentario al momento—. Lo siento, siempre digo las cosas sin pensar. —Reconocerlo ya es un paso importarte… —alegó Alek con cierta sorna. —¿Estoy hablando contigo? —lo miró Jess, malhumorada. —No, afortunadamente, ya he tenido suficiente —dijo el chico, y se alejó unos metros para contestar una llamada telefónica. —¡No soporto a don siempre tan trajeado! —se sulfuró Jess. —Hoy lleva vaqueros. —Sonrió Kirsty divertida. —Seguro que se los ha puesto solo para molestarme. —¿Y por qué deberían molestarte sus vaqueros? Jess frunció el ceño y miró a Kirsty con un gesto irritado. —Si eres el aburrido del traje de chaqueta, no puedes salirte de tu rol porque te dé la gana — se quejó, mirando a Alek de arriba abajo—. Todo el mundo lo sabe. —Estás como una cabra. —Rio Kirsty. —Sí, eso tampoco es nuevo —admitió su amiga con una sonrisa. —Pues le sientan bien los vaqueros —opinó Kirsty mirando al chico, que les daba la espalda unos metros más allá. —No me he fijado. —Qué raro, no eres tú de no fijarte en esas cosas. —Sonrió y posó sus ojos sobre Alek de nuevo—. Caramba, el traje esconde muchas cosas… —No te creas —susurró Jess. Kirsty miró a su amiga con las cejas arqueadas y un gesto de sorpresa. —¡¿Qué?! —terminó protestando Jess. —¿Ese es un no te creas, no hay tanto que ver, o un no te creas que el traje oculta tanto porque yo ya me había dado cuenta perfectamente? —Así que… ¿has echado de menos Nueva York? Kirsty rio, pero aceptó el poco sutil cambio de tema. Se paró a pensar la respuesta unos segundos y terminó aceptando: —Me gustaría poder decirte que sí… —Pero la realidad es que nos pueden ir dando mucha pomada a todos. —Rio—. Gracias por la franqueza. —Casi no me ha dado tiempo a aburrirme desde que llegué —le aseguró. —Sí, y puedo imaginar por qué… —la miró con un divertido gesto—. ¿Y… dónde anda mi detective favorito? Me muero por volver a verlo. «Y yo», tuvo que aceptar Kirsty para sí, muy a su pesar. —En la empresa, en Oxford. —¿No era tu paladín de brillante armadura? Kirsty se cruzó de brazos, dejó escapar un suspiro y aceptó: —Tú lo has dicho, era. —Señaló a Marty, que estaba apostado en la escalinata de acceso a la casa—. Ahora lo tengo a él, que sí es detective, pero de los de verdad. —Pues… lejos de desmerecer al tipo, que tengo que reconocer que tiene muy buena planta, me parece que has salido perdiendo con el cambio —bromeó—. Riley es… ¿cómo lo llamaste? Ah, sí, del montón —La miró con una divertida expresión condenatoria. Kirsty dejó escapar una sonora carcajada ante la mueca. —Del montón de la parte media —la imitó Jess—. ¡Qué poca vergüenza! —¿Y qué querías que te dijera? Estaba enfadada. —La verdad hubiera estado bien. —¿Que es de la parte sobresaliente del montón? —bromeó. —Que es el que se encarga de vigilar el montón desde el puto Olimpo. —¡Qué exagerada! —Jess la miró muy seria, con las cejas arqueadas, hasta que Kirsty tuvo que admitir—. ¡Vale, es un tipo impresionante! ¿Contenta? —Más o menos —aceptó sonriendo—. Pero he visto a tipos así dejarte fría. —Sí, y hubiera preferido seguir así. —¿Frígida? —¡Vete a la mierda, Jess! —protestó, fingiendo ofenderse—. ¡Qué palabra más horrorosa! La periodista rio a carcajadas y añadió: —Dícese de la persona incapaz de sentir deseo sexual. —le dio un codazo—. Déjame adivinar…, con tu Mike no te pasa. A Kirsty le costó admitir: —Me temo que hay palabras que definen mejor mi respuesta a él, sí —Se sonrojó tanto que Jess dejó escapar un grito de euforia—. El problema es que no es mi Mike. —¿Por qué? ¿No quieres que lo sea? —Es complicado —admitió. —Pero ¿quieres o no? —Mi cuerpo quiere…, mi mente me impulsa a rebelarme —lo dijo tan seria que Jess dejó de bromear y la miró preocupada. —Pero pensé que las cosas estaban mejor entre vosotros. Kirsty dejó escapar un suspiro de resignación. —¿Cuándo fue la última vez que hablamos, Jess? —susurró—. Porque nuestra situación cambia cada cinco minutos…

Cuando se sentaron a comer una hora más tarde, Kirsty le había hecho un pequeño resumen a Jess de cómo estaba su situación con Mike. Lo justo para desahogarse un poco y que su amiga pudiera darle algún consejo. Por desgracia, casi todos los consejos de Jess incluían fresas, champán y una cama enorme, y Kirsty había terminado aquella conversación con un calentón innecesario, cuando su vívida imaginación se empeñó en recordarle que no había cama más grande que la que Mike tenía en su alcoba… Su padre se encargó de amenizar la comida, y todos estuvieron muy animados charlando sobre la finca. Al parecer, Alek era un jinete habitual y parecía saber mucho de caballos, lo cual sorprendió a Jess, que no pudo evitar lanzarle varias puyas que él encajó con una buena dosis de cinismo, devolviendo cada ataque, lo que resultó muy divertido para el resto de comensales. Cuando apenas si habían comenzado con el segundo plato, Mike entró en el salón y saludó a todos con una sonrisa cortés. El corazón de Kirsty se desbocó y comenzó a latir como si llevara siglos sin verlo. —¿Estoy en tu sitio? —se excusó Alek, haciendo amago de levantarse. —No te preocupes. —Sonrió Mike—. El que llega el ultimo se acopla donde puede. Kirsty observó cómo cogía asiento junto a Marty y le pedía a Doris que le trajera solo el segundo plato. Dolida, fue muy consciente de que él no le había dirigido no ya una palabra, sino ni una triste mirada. «¡Pues que le den!», se dijo molesta. —Joder, Kirsty, mi memoria no le hacía justicia —le susurró Jess casi al oído, inclinándose hacia ella—. Si decides no tirártelo, me avisas. Aquel comentario le valió una mirada asesina, que Jess recibió un tanto perpleja. —Así que esto no va solo de sexo… La mirada angustiada de Kirsty le arrancó a Jess una sonrisa tierna. —Ay, amiga, eso ya no resulta gracioso… Debí suponerlo.

La comida no fue mal, a pesar de que Mike continuara ignorándola, y Kirsty estuviera a punto varias veces de tirarle una bola de miga de pan a la cara para forzarlo a mirarla. Cuando llegó el postre y la chica ya se había resignado a su invisibilidad, la conversación tomó un derrotero que poco a poco le hizo desear volatilizarse, pero de verdad. —Entonces, ¿no se sabe quién envió esa carta? —escuchó a Alek preguntar. —No de momento —negó Marty—. Al menos por teléfono no he sido capaz de conseguir el dato. —Esta tarde puedo quedarme yo aquí, si quieres acercarte —le propuso Mike. —También podéis encerrarme en mi cuarto. —Sonrió Kirsty con sarcasmo, molesta porque hablaran de ella como si no estuviera presente—. Así no molestaría a nadie para hacer de niñera. Aquello le valió la primera mirada de Mike, que, aunque cínica y cargada de reproche por la ácida broma, no le disgustó del todo. «Algo es algo», se dijo. «Pues qué algo más triste», se contestó al instante. Si esperaba que él le dijera un no es molestia o incluso un tú y tus gracias, se quedó con las ganas. Mike volvió a centrarse en la conversación con Marty sin dirigirle la palabra. —Para estas cosas es más efectiva la mañana, que es cuando suelen estar los gerentes —opinó Marty—. Aunque no tengo mucha esperanza de sacar algo en claro. —De no ser por esa foto quizá ni siquiera hubieran sabido que estaba en Inglaterra —dijo Alek, convencido—. Las redes sociales hacen corren las noticias como la pólvora, y no siempre para bien. «Oh, mierda», dijo Kirsty para sí entre otras blasfemias. —¿De qué foto hablas? —De la que os sacaron en Heathow el día que llegasteis —contó, extrañado—. ¿Kirsty no os ha dicho nada? La mirada que Mike puso sobre ella estuvo a punto de desintegrarla, lo cual Kirsty hubiese aceptado gustosa en aquel momento. —Se hizo viral en pocas horas —continuó Alek—. Por eso estoy aquí. —¿Puedo ver esa foto? —pidió Mike sin disimular su enojo. —¡Yo te la enseño! —dijo Kirsty con una rapidez tan ilógica que Mike frunció el ceño, aunque esperó a que ella se la mostrara. Kirsty entró en su WhatsApp, hizo un zoom sobre la foto hasta sacar el titular de plano e hizo una captura de pantalla, todo aquello bajo la atenta mirada de Jess, a la que estaba segura que le estaba costando aguantarse la risa. Cuando se la tendió a Mike, él chico se la mostró también a Marty. —¿Cuándo se viralizó esta foto? —preguntó el detective. —Hace par de días, tres con la diferencia horaria —contó Alek —Justo cuando recibimos el sobre con la foto del colgante. Mike miró a Kirsty con un claro gesto de furia contenida. —¿Te olvidaste de hablarnos de esta foto? —No… me pareció relevante. —¿No te pareció relevante contarnos el motivo por el que tus secuestradores saben que estás en Inglaterra? —dijo entre dientes—. ¿En qué coño estabas pensando? Kirsty se sintió tan avergonzada que no fue capaz de decir nada. Se había concentrado tanto en evitar que ese meme llegara hasta Mike, que no pensó en las repercusiones que podía tener aquella foto para ella y su propia seguridad. —Bueno, seguro que Kirsty no se paró a valorar la amenaza real —intervino su padre ahora; lo cual le valió una mirada agradecida de su hija. —En cualquier caso, forzosamente tuvieron que hacer sus deberes para localizar su paradero aquí —opinó Marty—, aunque no es muy difícil si tienes los contactos adecuados, la verdad, pero sí tienes que tomarte la molestia. —Lo que nos deja con la misma pregunta del principio —dijo Mike—. ¿Qué narices es lo que quieren? —Que mal rollo —declaró Alek ahora—. Y yo que pensaba que el meme solo podía beneficiarnos… —¿El meme? —lo miró Mike de nuevo, con el ceño fruncido. —Se refiere a la foto… —intervino Kirsty como un rayo. Aquello le valió otra mirada iracunda. —Sé lo que es un meme —le dijo Mike, con un gesto aún más molesto—. Y, por gilipollas que me consideres, también sé distinguirlo de una simple foto. —Miró a Alek y exigió—: Enséñame completo ese meme. Alek observó a la pareja con cierta curiosidad, sin duda preguntándose cuál era el problema con la foto. —¿No es ese? —Señaló el móvil de Kirsty, que aún lo tenía Marty. El detective le mostró a Alek la foto. —Sí, es esa, solo le faltan los titulares —confirmó, y miró a Kirsty, un tanto confuso. Mike le quitó a Marty el móvil con un gesto impaciente y solo tuvo que usar la flecha de retroceso para ver la foto original, donde leyó los titulares con atención. Kirsty, roja como la grana, intentaba comportarse con una normalidad imposible. Cuando Mike posó sobre ella una mirada cargada de sarcasmo, estuvo a punto de mandarlo al carajo. —No os hacéis idea del revuelo que ha levantado esa foto. —Sonrió Alek. Thomas Danvers no pudo evitar dejar escapar una sonora carcajada cuando fue su turno de ver la foto. —Sin duda das el pego como Riley. —Rio, pasándole el móvil a Nadine, quien también rio sin tapujos. —Si no os conociera, como fan que soy de Riley y Darcy, yo también me volvería loca al ver esta foto —bromeó. —¡Lo que me faltaba! —se le escapó a Kirsty—. Guasitas con el tema. Ahora sabéis por qué no os he dicho nada. —Tu seguridad está por encima de tu sentido del ridículo —le dijo Mike, que no había esbozado ni una simple sonrisa. —Pues no le veo feliz de la vida, detective macizo —atacó Kirsty. —Eso es porque no me hace ni puñetera gracia —aceptó Mike. —La misma que me hizo a mí. —Estupendo, pero eso no implica que estuviera bien guardarte una información así. —Vale, ya está hecho, ¿tengo alguna penitencia que cumplir o algo? —ironizó. Mike posó sobre ella una mirada profunda, cargada de algo más que irritación. —No es necesario, pero si quieres que te ponga alguna, solo tienes que decirlo. La insinuación implícita en el comentario le arrancó un inevitable sonido ronco del que nadie fue consciente. Nadie excepto Mike, que se permitió el lujo de mirarla con una sonrisa mordaz, aunque fría como el hielo. «¡Será odioso!», gritó para sí. —No te preocupes —le dijo sin pensarlo—, si siento la necesidad de fustigarme, ya buscaré a otro que me ayude. No esperaba que la respuesta de Mike fuera levantarse y abandonar la mesa, pero aquello fue exactamente lo que hizo. Capítulo 29 —¿Qué me he perdido, Kirs? —le preguntó Jess, confusa, en cuanto que tuvo la oportunidad y ambas estuvieron encerradas en su alcoba pocos minutos después. Kirsty apretó los dientes intentando contener sus lágrimas, pero no lo consiguió. —No me he dado cuenta. —Sollozó con tristeza—. Es que… no me acordaba de que Mike piensa… —¿Qué? —Que tengo una relación con Alek. Jess se quedó perpleja. —¿Y por qué piensa eso? —¡Porque soy una imbécil! —se quejó, intentando limpiarse las lágrimas—. Se lo dije a mi padre, que se lo dijo a Mike, que lo insinuó en mi casa, cosa que yo no desmentí, sino que acrecenté… ¡Yo que sé, Jess! Si ni siquiera me acordaba. —Y esto te preocupa ahora porque… —esperó la respuesta, confundida. Kirsty suspiró. ¿Cómo explicarle a Jess que el hecho de haber insinuado que buscaría a otro para fustigarse, para Mike significaba algo muy distinto? Porque una cosa era decírselo como una amenaza general, sin fundamento, y otra que pensara que ella estaba insinuando que Alek sería el elegido ahora que estaba allí. Pero ni siquiera había reparado en nada de todo aquello hasta que había visto salir a Mike por la puerta. Intentó resumir todo aquel lio para Jess, quien, para su sorpresa, lo entendió a la primera. —Sí…, no ha sido bonito —aceptó su amiga—. Pero siempre puedes decirle la verdad. Kirsty le devolvió una mirada crítica. —Sí, qué fácil suena. —Solo tienes que aclararle que entre tú y Alek no hay nada. —La miró ahora con cierta preocupación—. Porque no hay nada…, ¿no? —¡Claro que no! —Pues yo no dejaría de decírselo, Kirs —insistió Jess—. Alek es un pedazo de tío, y puede generar mucho conflicto entre vosotros sin necesidad, yo creo que es mejor que Riley sepa cuanto antes que nunca has tenido nada con él. —¡Que no le llames Riley! —protestó, secando sus ojos de nuevo, que no parecían querer parar de llorar. —Perdón, es la costumbre. —Sonrió ahora—. Pero te mira igual que Riley a Darcy en tus novelas. —¿Cómo? —¿Y tú me lo preguntas? ¡Si has descrito miradas entre ellos mejores que un polvo, Kirs! —Pero no has podido ver eso en Mike —se quejó—. Si me ha ignorado desde que ha llegado, apenas si me ha mirado en toda la comida. —No mientras tú lo mirabas a él. —Sonrió. —¿Qué? —¡Que cedas y le pidas ese beso, Kirsty! —le aconsejó—. ¿O acaso no te mueres por estar con él? —Sí, pero… —¡No hay peros! —insistió Jess—. Si es un sí, no hay más que agregar. —No puedo, Jess —dijo ahora con la mirada triste, sentándose junto a ella en la cama. Su amiga se puso seria de nuevo. —No te entiendo —admitió. —Hay demasiado resentimiento entre nosotros, Jess, demasiadas cosas, demasiado odio… — dijo, dejando escapar un suspiro—. El más mínimo desacuerdo, la discusión más nimia, lo manda todo por el retrete. Y yo no puedo controlar cada palabra que digo. —Creo que lo que necesitáis es una conversación sincera. —¿En la que él me diga que me echa todos los polvos que quiera siempre que no se entere mi padre? —se quejó—. ¡No, gracias! —Pues lo de los polvos debería sonarte a gloria… —bromeo Jess, arqueando las cejas—. No puedes seguir siendo virgen toda tu vida, Kirsty, no es saludable. Porque hemos quedado en que tu maldición… no es problema con él. ¡Vamos, que te pone! Kirsty tuvo que sonreír a la fuerza ante el tono y la expresión de su amiga. —Me pone de más —aceptó—. Y solo con mirarme. Se dejó caer hacia atrás en la cama mirando al techo. —¡Guau! —exclamó Jess, tumbándose a su lado en la misma postura—. No sé qué carajos haces todavía aquí conmigo. —Es que también me pone de los nervios, me pone furiosa, me pone… —Feliz cuando te sonríe, emocionada cuando te mira… —interrumpió Jess—. Y si quieres seguir con el juego de palabras, podemos… ponerle un nombre a lo que te pasa. Kirsty frunció el ceño. —¡Ni se te ocurra! —Tarde o temprano tendrás que hacerlo —opinó Jess—, porque no creo que ya tenga remedio. Dudo de que lo haya tenido alguna vez… —¿Te callas, por favor? Su amiga fingió cerrarse la boca con una cremallera imaginaria, y ambas quedaron en silencio unos largos segundos. —Oye, Jess…, ¿acabas de reconocer hace un momento que Alek es un pedazo de tío o me lo he imaginado? —Te lo has imaginado —respondió con absoluta tranquilidad.

Debido a que Jess había viajado de noche, necesitaba descansar un poco antes de la cabalgata pendiente, así que Kirsty aprovechó para coger su portátil y consultar sus redes sociales, que tenía muy abandonadas desde que estaba allí. Buscó su rincón favorito del jardín, pero hacía demasiado calor aquella tarde, y de pronto se encontró deseando poder sentarse bajo aquella pérgola junto a la piscina… Iba de regreso a la casa, buscando el fresco del salón, cuando se topó de frente a Mike, que salía por la puerta en aquel momento. Kirsty lo miró con el ceño fruncido. —¿Te vas otra vez? —le salió solo, aunque se regañó por ello. —Sí. Ella no agregó nada más y entró en la casa, pero antes de que le diera tiempo a cerrar la puerta, cuando pensaba que Mike ya no pensaba añadir nada más, él se giró a mirarla. —¿Hay alguna otra cosa que te hayas callado y que nos pueda explotar en la cara? —le preguntó con una irritación evidente. «Este es el momento de decirle que no tienes nada con Alek», le dijo su conciencia, pero la acalló al instante; sabía que no era a aquello a lo que Mike se estaba refiriendo. —No —dijo con sequedad. —Eso espero. —No me calle aposta lo de esa foto —le aseguró—. Nunca pensé que podía repercutir en mi seguridad. —No, claro, solo pensabas en esconderme ese comentario. —¡Qué tontería! Ese comentario es una broma de mal gusto —dijo irritada—. De considerar la foto importante, no tendría por qué ocultarlo. —Eso depende. —La miro suspicaz. —¿De qué? Mike la miró muy serio y le preguntó lo último que ella esperaba. —¿Soy Riley? Kirsty buscó la sonrisa más irónica posible antes de contestar. —No lo sé. ¿Eres detective y tienes poderes paranormales? —terminó preguntándole, irritada —. Aunque sí que eres igual de gilipollas a veces… Mira, eso te lo concedo, compartís algunos rasgos de personalidad. —Por lo visto, no solo compartimos ese rasgo. —Sonrió con arrogancia—. Lo hiciste irresistible al parecer. Las mujeres adoran a Riley. —¡Porque no lo conocen igual de bien que yo! —se le escapó. —Estás admitiendo… —¡Nada! Es solo un decir —exclamó irritada—. ¿Y de verdad te crees irresistible? —Debo de serlo para ti si basaste ese personaje en mí, eso es lo único que me importa. —¡Buah, qué tontería! —Rio sin rastro de humor—. ¡Mira que eres creído! —La vanidad nunca ha sido uno de mis defectos —le aseguró—. Y lo sabes. —Nadie lo diría al escucharte —lo miró, molesta—. Pero ¿quieres sentirte Riley? Perfecto, no tengo problema. Si te sientes identificado con él… —Hizo una pausa teatral—. ¡Ah, no, espera, que para eso tendrías que haberte molestado en leer alguna de mis novelas! Mike le devolvió una mirada seria. —No soy de literatura ligera. —Ah, claro, tú eres más de Crimen y castigo —dijo, ahora furiosa—. Si, te pega más, sin duda. Pues no necesito más lectores, tengo suficientes, no te preocupes. —Sí, parece que ahora tienes suficiente de todo —dijo en un tono tan helado como su mirada —. Estarás contenta. Kirsty tragó saliva ante la evidente insinuación, y pensó que quizá aquel era otro buen momento para aclararle su no relación con su editor. —Con respecto a Alek… —empezó diciendo. —¿Sabe él cuánto has disfrutado de mis escarmientos? —la interrumpió con una sonrisa fría, avanzado en su dirección—. ¿Le has dicho ya que te mueres por estar entre mis brazos, aunque tu orgullo te impida reconocerlo y pedírmelo? Kirsty lo miró con una expresión torturada, debatiéndose entre confesarle la verdad sobre Alek o mandarlo al infierno. —¿O es que tenéis una de esas relaciones abiertas? —insistió, sin dejar de avanzar, mientras ella retrocedía sin poder romper el contacto visual. Hasta que Kirsty no se chocó con la barandilla de la escalera, no se dio cuenta de que había estado reculando ante su avance. Aquello la incomodó, consciente de que no huía de él, sino de sus propios instintos y necesidades. Sabía que debía decirle la verdad sobre Alek, pero las palabras que el pronunciaba con aquella helada calma no ayudaban a la sinceridad. —Te advierto que yo no soy dado a compartir —lo escuchó decir ahora. —¿Y primero no tienes que tener algo para poder compartirlo? —terminó dejando hablar a su orgullo por ella. —Los dos sabemos que si aún no te he tenido… —casi recortó la distancia hasta su boca—, ha sido porque no he querido. Aquello encendió la mecha de su furia mientras se sentía como un barril de pólvora a punto de estallar. —¡Eres un desgraciado! —dijo entre dientes. —Perfecto, ya puedes seguir odiándome durante otros seis años. Marty y Thomas salieron en aquel momento del salón, haciendo el suficiente ruido como para que Mike se alejara un par de pasos, pero se miraban con tal intensidad que fue imposible que los hombres no preguntaran. —¿Qué pasa? —Intervino Thomas mirándolos con un gesto preocupado. Ante el silencio de ambos, añadió—: Pensé que la relación entre vosotros había mejorado. —Hay cosas que nunca cambian —dijo Mike, sin dejar de mirarla—. Da igual cuánto esperes que lo hagan. —No entiendo nada… —insistió Thomas—. ¿Vais a volver a la lucha encarnizada entre vosotros? —No te preocupes. —Sonrió Mike con cinismo—. Me mantendré lejos a partir de ahora. —Perfecto, ya tengo suficiente gente que me proteja —dijo Kirsty, dolida. —Estaré más que encantado de salir de tu camino entonces. Salió de la casa sin despedirse de nadie, aunque Marty fue tras él.

Mike bajó los cuatro escalones con una furia visible desde lejos. Escuchó a su tío llamarlo, pero no se detuvo; aunque cuando llegó al establo ya no pudo seguir huyendo. —No tengo ganas de conversación —le dijo con frialdad mientras ensillaba a Thunder con movimientos enérgicos. —¿Por qué te empeñas en hacerle ver que te da igual todo, hombre? —ignoró su petición. —¿Qué te hace pensar que no es así? —Que te conozco. —Quizá no me conoces tanto, tío. —Olvidas que no soy solo tu tío —le recordó—. También soy el que enviaste a protegerla durante seis años. El que conoce tus preocupaciones y tus desvelos… —Pues al parecer ya tiene quien la proteja. —Lo miró lleno de furia—. Y no nos necesita ni a ti ni a mí. —¿Lo dices por ese Alek? —preguntó confuso. —El tipo es casi perfecto, de eso no hay duda. Marty sonrió ahora con cierta diversión, lo que le valió una mirada asesina de vuelta. —Acabáramos… ¡Te matan los celos! —Rio Marty, ahora sin ningún disimulo. —¡No seas absurdo! —rugió. —No hay nada entre ellos, por si te interesa. —Para ser tan buen detective te falta mucha información. —Lo miró irritado. —¿Tú crees? —Sonrió Marty de nuevo. Mike miró a su tío con algo menos de convicción, pero la furia brillaba demasiado aún en sus ojos. —Estaré trabajando en mi casa el resto de la tarde, por si me necesitas para algo. —¿Algo como proteger a cierta pelirroja? —¿He tenido la desvergüenza de mandarte a la mierda alguna vez, tío? —Recibió una mirada socarrona como respuesta—. Pues cuidado, alguna vez tiene que ser la primera. Se subió al caballo y salió del establo, alcanzando aún a escuchar las carcajadas de Marty desde dentro. Capítulo 30 A las siete de la tarde decidieron salir a dar el paseo a caballo por la finca que se habían prometido. Además, Alek estaba muy interesado en visitar la casa donde harían las entrevistas para valorar las distintas posibilidades, así que decidieron dar un rodeo para ver todo lo posible y llegar hasta casa de Mike por la parte de atrás. —¿Has montado a caballo alguna vez, Jess? —le preguntó Kirsty, viendo como su amiga miraba la yegua que se le había asignado con los ojos como platos. —Una vez —admitió—, pero debieron darme un pony, porque no recuerdo yo que aquel caballo fuera tan grande. Kirsty rio ante la broma. —Mandy es la yegua más mansa que tenemos —le aseguró—. Te encantará. —No sé si hay demasiadas cosas que me encanten aquí ahora mismo —Miró a su alrededor. Sus ojos se posaron sobre Alek, que se subía a su caballo unos metros más allá, y frunció el ceño. Kirsty siguió su mirada y sonrió. —Va a ser verdad que sabe montar —le dijo viendo como Alek giraba con maestría a su caballo, con una técnica perfecta, y salía del establo junto a Marty—. Y ese estilo no es de Central Park. —Quién iba a decirlo. Primero los pantalones vaqueros, ahora el caballo… —Frunció Jess el ceño—. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Comer con las manos? La carcajada de Kirsty fue inevitable. —Cuidado, Jess —bromeó—, a ver si te va a deslumbrar. —Buah, ¡a prueba de destellos soy yo! Entre risas, Kirsty ayudo a Jess a subir a la yegua y le dio un par de consejos que su amiga cogió al vuelo. La personalidad aventurera de Jess, sin duda, la ayudaba a afrontar sus miedos de forma rápida y le permitía disfrutar a tope de aquel tipo de experiencias. Pronto los cuatro estuvieron paseando por las extensas praderas, probando diferentes pasos. Jess terminó riendo a carcajadas cuando su yegua imitó el trote del resto de los caballos. Cuando llegaron a casa de Mike desde el flanco trasero, Marty fue directo al lateral donde tendrían que atar los caballos. —¡Qué belleza! —exclamó Alek mirando el impresionante caballo negro que comía hierba atado a la valla. Kirsty miró a Thunder con los ojos como platos y el corazón desbocado de nuevo. —Este es Thunder. —Sonrió Marty, acariciando el pelaje del caballo—. Es una preciosidad, ¿verdad? —Es increíble, parece… salvaje —admitió Alek. —Y casi lo es —le contó—. Mike se encargó de adiestrarlo hace muchos años, pero, incluso a día de hoy, el condenado solo permite que lo monte él. Kirsty estaba muda por la sorpresa. Si Thunder estaba allí…, Mike también, sin duda. —Quizá… hemos debido avisar de que veníamos —le dijo Kirsty a Marty con un gesto preocupado—. ¿Tú sabías que estaba aquí? —¿No has echado en falta su caballo en el establo? —Sí, pero pensé que estaría cabalgando por la finca… —Ha venido a trabajar desde aquí. —Para no tener que toparse conmigo, supongo —dijo, sin poder evitar sentirse un poco dolida. Marty sonrió con cautela. —Aquí está más tranquilo —le dijo. —Qué comedido, Marty. —Intentó sonreír, pero solo logró esbozar una tensa mueca—. Adelante, vamos a enfrentarnos a la furia del dragón. ¿Tienes llaves o tenemos que llamar? —Tengo llaves —Sonrió—, pero puesto que está en casa, será mejor usar el timbre. Cinco timbrazos y una llamada telefónica después, Marty tuvo que terminar usando la llave y los cuatro entraron en la casa. —¡Me he caído del cielo y he aterrizado en el paraíso! —exclamó Jess cuando salió al jardín —. Esta casa es espectacular, ¡madre, qué buen gusto! Kirsty sonrió solo por compromiso. No podía dejar de preguntarse dónde narices estaba Mike, y lo cierto era que empezaba a estar preocupada. —En el despacho no está —le contó Marty tras comprobarlo, y aquello la alarmó todavía más. —¿Crees que puede estar echándose una siesta? —le preguntó Kirsty. Ambos caminaron hacia la puerta de las habitaciones. —Yo compruebo la alcoba, mira tú en la piscina —le pidió Marty. Kirsty se asomó a la cristalera a través de la que se veía el spa, y le llamó la atención una toalla sobre una de las tumbonas, pero no parecía haber ni rastro de Mike. Se coló dentro y casi corrió hasta la piscina, aterrada por la idea de poder encontrarlo en el fondo. Respiró aliviada porque no estuviera allí y angustiada al mismo tiempo por la incertidumbre. Sin pensarlo, caminó hasta la sauna y abrió la puerta de par en par… —A no ser que hayas venido a pedirme ese beso, pelirroja, cierra la puerta y lárgate de aquí —dijo Mike, sin ni siquiera incorporarse. Pero Kirsty estaba paralizada ante la imagen que tenía frente a sí. Él solo llevaba una minúscula toalla atada a las caderas y estaba plácidamente tumbado bocarriba en uno de los bancos de madera. Su piel brillaba por el sudor seco de la sauna y cada músculo de su torso parecía estar esculpido en piedra. La sangre de Kirsty se convirtió en fuego líquido a una velocidad casi imposible, y todo su cuerpo le rogó que cediera, se acercara a él y tomara mucho más que un simple beso. —¿Entras o sales, Kirsty? —insistió Mike de nuevo—. Me da igual lo que decidas, pero cierra esa puerta que se escapa el gato. —Los dos sabemos que no te da igual lo que decida —dijo, molesta con su aparente indiferencia. Lo vio sonreír, pero esperó en vano a que dijera algo más. —Hemos llamado al timbre durante mucho rato, ¿sabes? —le dijo irritada—. Incluso Marty te ha llamado al móvil… Mike se incorporó y se quedó ahora sentado frente a ella, con los brazos abiertos en cruz, apoyados en el escalón superior. —Como observarás, no tengo dónde guardarme el teléfono —le dijo, mirándola ahora a los ojos—. Y tampoco podía abrir de esta hechura… Kirsty apenas si podía respirar. La imagen que tenía frente a sí arrancaría suspiros hasta de la puritana más convencida. La sensualidad que Mike exudaba por cada poro de su piel empezaba a aflojarle las rodillas… y abrirle las piernas. —Si no tienes pensado desnudarte en los próximos minutos, deja de mirarme así, pelirroja — le dijo con la voz ronca—. No te tengo demasiada simpatía en este momento, pero no soy de piedra. —¿Y crees que yo te estimo mucho? —se defendió, ruborizándose de forma inevitable. —No es un requisito indispensable para lo que tengo en mente… «Sal de la sauna, Kirsty», se suplicó repetidas veces, pero su cuerpo se negó a obedecer la orden impuesta por su cerebro. Mike tuvo la osadía de recorrerla con los ojos de arriba abajo, de la misma descarada manera en que ella lo hacía. La fina camisa de tela empezaba a pegarse a su cuerpo debido al calor de la sauna y se amoldaba a sus curvas cada vez más, dejando al descubierto la inconfundible excitación de sus pezones, erectos casi desde que había puesto sus ojos sobre él. —Te mueres por ceder, ¿eh? —Sonrió Mike, mordaz, sin dejar de mirarla. Kirsty guardó silencio, consciente de que negarlo sería muy estúpido por su parte. —Ven hasta aquí, pelirroja… —susurró—, y pronuncia las palabras mágicas. Y de no escuchar a Marty llamarla, habría terminado cantando incluso La Traviata, de habérselo pedido… —Está aquí. —Se asomó a decirle a Marty, que estaba junto a la puerta de entrada al spa. —Dile que le debo una colleja por el susto que nos ha dado —dijo el hombre, que cerró la puerta de nuevo y salió del spa, dejando a Kirsty en la misma condenada posición que antes de su interrupción. —Tú también estabas asustada, Kirsty —le preguntó Mike con una sonrisa cínica. —Solo aparentaba estarlo ante tu tío —le dijo, recordando cómo había corrido hasta la piscina con el alma en vilo—. Y también me preocupaba cómo tomaría mi padre la noticia si algo te pasara. —Entiendo. —No deberías bañarte estando solo en la casa —continuó. —Soy un buen nadador. —Nadie nada con un corte de digestión o un calambre en una pierna. «Pero ¿qué demonios estaba diciendo y por qué no terminaba de salir de la maldita sauna?». —Lo tendré en cuenta —asintió Mike, y abrió ligeramente las piernas haciendo peligrar la buena disposición de la toalla—. ¿Algo más? «Oh, por Dios, dile que sí», gritó alto y claro el latigazo de deseo que sintió en la pelvis al posar sus ojos en la porción extra de piel que dejaba entrever ahora la toalla, convirtiendo en su mayor anhelo el saber si estaba totalmente desnudo bajo la tela. «Y si está desnudo, ¿estará en estado normal o… mi mirada le habrá provocado algún tipo de efecto indeseado?». Aquel pensamiento la alarmó incluso a ella misma. «¡No puedo creer que me esté preguntando si está empalmado bajo esa toalla…!… pero ¿lo estará?». Salió corriendo de la sauna, como alma que lleva el diablo, antes de ceder a la necesidad de comprobarlo.

Cuando se reunió con Jess y los demás en el salón, su aspecto dejaba mucho que desear. Con la ropa sudada y el cabello húmedo pegándose a su rostro, sabía que resultaría imposible evitar los comentarios. —¿De dónde sales? —le preguntó Jess al verla aparecer. —Mejor no preguntes. Marty sonrió y miró a Kirsty con simpatía. —Ya podíamos estar llamando —le dijo el hombre, divertido—. No nos hubiera abierto en la vida. —No debería bañarse estando solo —insistió Kirsty. —¿Bañarse? —intervino Jess, perpleja—. ¿Está en la bañera? —En la climatizada —contó Kirsty—, bueno, ya no, ahora está en la sauna. —¿Una sauna y una piscina climatizada? —Abrió los ojos de par en par—. ¿A que va a ser verdad que vive en el puto Olimpo? Kirsty sonrió a medias. Alek y Marty entraron en el salón buscando la localización perfecta para las entrevistas, pero cuando Kirsty iba a seguirlos… —No tan rápido, Afrodita —la detuvo Jess—. ¿Te has metido vestida en la sauna? Kirsty la miró con cierto fastidio. —Sí, me temo que hago una tontería tras otra últimamente —se quejó—. Pero solo he hablado, no te hagas líos. —¡Buah, vaya un chisme tan poco jugoso! —Bueno, vale… —Sonrió—. Quizá también he mirado un poco. —Un mucho, por cómo te ruborizas. —Rio y la miró con picardía—. Hacía calor en esa sauna, ¿eh? —Como en el mismísimo infierno —tuvo que admitir, y se levantó un poco el pelo para refrescarse el cuello —Puedo imaginarlo. —No, créeme, no puedes —aseguró —¿Tanto? —Más. Se dejó contagiar por la carcajada divertida que Jess dejó escapar, y agregó en un susurro. —Entre lo bueno que está, cómo me pone y los años que llevo viviendo en Siberia… —Te pasas el día más caliente que el pico de la plancha —completó Jess por ella. Kirsty hizo amago de pegarle y le arrancó una carcajada—. A las cosas por su nombre, Kirs, que ya somos adultas. —La miró con malicia—. A pesar de que te sientas como una adolescente sobrehormonada. —¡No sé para qué te cuento nada! —se quejó. —De poco te habría servido —bromeó—. Tu aspecto habla por sí solo. —¿Sí? ¿Y qué dice? —Dice me ha faltado el canto de una moneda para tener sexo alucinante en una sauna. —Mírame mejor, porque yo creo que más bien dice soy una mujer adulta que no se deja gobernar por sus instintos más primarios… —¿Con un tipo así? —Rio—. Pues cuidado, porque la línea entre ser una mujer adulta y ser idiota es demasiado fina. —Sí, y últimamente me siento idiota demasiado a menudo —admitió resignada. —Quizá ya es hora de que amortices la píldora anticonceptiva. —Sonrió Jess divertida. A Kirsty se la habían recetado hacía más de un año para regular su periodo, y no era la primera vez que bromeaban con el hecho de estar perdiendo dinero al no poder usarla para lo que se suponía que era su mayor cometido. —¡Uf, qué puñetero calor! —protestó Kirsty, abanicándose con la mano—. ¿Estará puesta la calefacción de la carpa? —Lo siento, pero la carpa no tiene nada que ver con tus sudores… —Rio Jess. Aquel fue el momento que Mike escogió para salir al jardín junto a Marty y Alek. Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta negra que le sentaba como a los modelos de televisión, y, para más inri, aún tenía el pelo mojado, lo cual le aportaba un atractivo extra que Kirsty no necesitaba. —Es que es como un puñetero anuncio de colonia —protestó Kirsty solo para oídos de Jess. —A mí me parece más uno de condones… —¡Joder, Jess, eso no me ayuda! Discutieron durante un rato la organización de las entrevistas. No había mejor localización que el jardín, en eso estuvieron todos de acuerdo, pero cuando llegó el momento de hablar del número de medios a citar, empezaron los problemas. Alek quería aprovechar al máximo la organización, pero Mike no estaba dispuesto a permitirlo si para alcanzar la cifra propuesta tenían que llenar la casa de gente. —Para lograr esos números tenemos que tener a los periodistas haciendo cola. A más gente, más caos y más riesgo —dijo Mike, ya muy molesto con el tema—. Y no voy a permitirlo, fin de la historia. Se levantó de la mesa y le dijo a Marty: —Tres entrevistas en la mañana y tres en la tarde. —Su tío asintió—. Estaré en mi despacho. Desapareció dentro de la casa, sin despedirse. —Es lo más seguro para Kirsty —dijo Marty, que había sido el primero en exponer sus dudas sobre levantar demasiado revuelo. —¿Y podemos alargarlo un par de días? —preguntó Alek, resignado—. Así doblamos los números y estamos todos contentos. —Sí, eso es una opción. —¿Se lo comentas tú? A mí parece odiarme, y no entiendo muy bien el motivo… —suspiro Alek, con el ceño fruncido—. Creo que en este momento ya se negará a cualquier cosa que salga de mí. Kirsty había permanecido en silencio durante toda la discusión. No era su trabajo organizar aquellas entrevistas, sino de Alek, y, además, al comenzar las primeras discusiones se había prometido no intervenir para no decantarse por darle la razón a ninguno de los dos. —¿Siempre es así de protector? —le preguntó Jess en cuanto que tuvo la oportunidad. —Eso me temo. —¿Que lo temes? —Rio—. Pues a mí ese instinto de protección hacía rato que me habría desarmado por completo, babeando estaría yo ya… —¿Y por qué crees que digo que eso me temo? Jess sonrió, aunque la miró con un gesto preocupado. —No tienes forma de salir airosa, lo sabes, ¿no? —dijo, ahora convencida. Kirsty se limitó a suspirar. Capítulo 31 Cuando una hora más tarde Kirsty entró en su alcoba para darse una ducha antes de cenar, tras la sudada en la sauna, se sorprendió al encontrarse la puerta de la terraza entreabierta. Estaba convencida de haberla cerrado antes de salir, así que supuso que quizá Jess había salido a ver las vistas desde allí, lo cual era raro, porque en su habitación también había una terraza que daba al mismo punto. «Empiezo a estar paranoica», se dijo, acallando así el temor mientras caminaba hacia la terraza para cerrarla. Pero cuando cruzo la habitación, le llamó la atención un sobre marrón, de buen tamaño, que había sobre su cama. Con un temblor de manos imposible de contener, examinó el sobre buscando algún indicativo de su procedencia o de qué podía contener, pero no había nada de nada. Era un sobre muy parecido al que recibió con la foto del colgante, pero al tacto parecía contener mucho más que aquel otro. No se atrevió a abrirlo. Salió de la habitación, lamentándose porque Mike no estuviera en la casa. Hubiera dado cualquier cosa porque fuera él quien le brindara sus brazos y la ayudara a calmarse. Encontró a Marty en el salón. Por la palidez de su rostro, no tuvo necesidad de explicar que algo había pasado. —Estaba sobre mi cama —le dijo, tendiéndole el sobre. El hombre la miró, perplejo, y rasgó la solapa al instante. —¿Qué es? —preguntó la chica con un hilo de voz. —Creo que son fotos —le dijo el hombre, inspeccionando el interior del sobre desde fuera usando un bolígrafo. —¿Fotos? No entiendo… Marty sacó ahora el contenido del sobre, y ambos miraron la primera foto totalmente estupefactos. Cuando el hombre fue pasando cada instantánea, la inquietud de Kirsty se convirtió en temor. —¿Qué pasa? —preguntó Mike desde la puerta, sobresaltándolos. Kirsty tuvo que hacer el esfuerzo más grande de toda su vida para no correr a resguardarse entre sus brazos. —Han enviado otro sobre —le dijo Marty, sin disimular un gesto preocupado. —¿Qué contiene? —Se acercó de inmediato. —Fotos de Kirsty. —Le tendió las imágenes—. Contigo, con Nadine, con Thomas… Mike examinó las fotos con un gesto serio. —Y todas están tomadas aquí —dijo el chico—. Entre los jardines y el establo… Joder. — Volvió a mirarlas—. Se han colado en la finca para hacerlas. Doris entró en el salón en aquel momento para poner la mesa para la cena, y Marty aprovechó para preguntarle: —¿Tú has subido este sobre a la habitación de Kirsty? —¿A su habitación? —preguntó Mike al instante, aún más alarmado—. ¿Es que ese sobre estaba en su cuarto? Marty asintió y todos corrieron a la alcoba de Kirsty, en cuanto que Doris les confirmó que ni ella ni nadie del servicio había visto ni tocado el sobre. —Estaba sobre mi cama —contó Kirsty, todavía pálida como la cera—. Y la puerta de la terraza abierta. —La han forzado —informó Marty, tras echarle un vistazo. Los dos hombres salieron a la terraza y se asomaron—. No hay demasiada altura. —No, cualquiera con un mínimo de agilidad podría trepar hasta aquí —opinó Mike, con un gesto intranquilo—. ¿Qué crees que quieren? —¿La verdad? —lo miró su tío con cierto malestar—. No tengo ni puñetera idea.

A la vista de los nuevos acontecimientos, la cena no fue demasiado divertida. Ni siquiera Jess fue capaz de encontrar una broma para descargar tensiones, e incluso los platos volvieron medio llenos a la cocina. Thomas Danvers había recibido la noticia con un gesto nervioso, que había obligado a Nadine a tomarle la tensión, pero, por suerte, la tenía como un reloj. Cuando ya en la sobremesa todos empezaban a retirarse, su padre les pidió a Kirsty y Mike que se quedaran un momento. Marty aguardó también en el salón. —Sentaos —les pidió muy serio a ambos, que se miraron entre sí, un tanto sorprendidos—. Marty y yo hemos estado hablando largo rato tras lo de las fotos, y ambos creemos que deberías trasladarte a casa de Mike una temporada. Sin duda, aquello era lo último que Kirsty habría esperado escuchar de labios de su padre. —¿Por qué? —Por tu seguridad —continuó—. Aquella casa es más fácil de vigilar. Con Marty y un vigilante más podemos controlar fácilmente todo el perímetro. Mike puede trabajar desde aquel despacho y… —¿Mike? —interrumpió Kirsty al instante—. ¿Quieres que viva allí con él? —Ahora sí estaba perpleja. —¿No querrás vivir sola? —No, pero… —Sin peros, hija, por favor —suplicó su padre—, que no están las cosas para peros. ¿Tú eres consciente de la amenaza implícita en esas fotos? La chica tragó saliva. Por supuesto que lo sabía, le había dado mil vueltas al asunto desde que llegaron, pero… vivir con Mike… —¿Tú no vas a decir nada? —se giró Kirsty a mirar a Mike, que aún no había abierto la boca —. ¿O eres partícipe de toda esta encerrona? Por el gesto helado que recibió como respuesta, supo que había equivocado las palabras. —No lo sabía —admitió. Parecía furioso—. Y te garantizo que me hace la misma gracia que a ti. —¿Puedo pensarlo al menos o es una orden? —Volvió Kirsty a mirar a su padre. —No te molestes —aclaró Mike poniéndose en pie, y miró a Thomas—. Porque yo no acato órdenes. —Mike… —No voy a vivir con Kirsty —les aseguró—. Es obvio que a ella le repele la idea, lo que significa que va a convertir mi vida en un infierno desde que entre por la puerta. —Sabes que es la opción más segura —intervino Marty ahora. —Duplicaremos la seguridad de la mansión y la de la finca en general. Kirsty estaba desconcertada. La actitud de Mike había sido como un jarro de agua fría que alguien arrojara de improvisto sobre su cabeza, y no podía evitar sentirse… ¿molesta? ¿dolida? «Desolada», tuvo que terminar admitiendo cuando lo vio salir del salón sin despedirse. —¿Puedes hablar con él? —le pidió Thomas a Marty. —Será mejor que le dejemos madurarlo —opinó el detective—. Es posible que termine claudicando solo. —Lo que solo os deja conmigo como oposición —interrumpió Kirsty, para recordarles que estaba allí—. Por mucho que Mike cediera, lo que no parece probable, yo no lo haré. —Hija… —No, papá, no insistas. —Si esto es por Alek, te recuerdo que solo estará aquí unos días más. —¿Por Alek? —Frunció el ceño—. ¿Qué narices tiene Alek que ver en esto? —Bueno…, quizá crees que vuestra relación se puede resentir si vives con Mike… —dijo su padre con diplomacia. Kirsty suspiró con cierto hastío al comprender de qué le hablaba. —No tengo nada con Alek, papá —le aseguró—. No lo he tenido nunca, ni tengo ninguna intención de tenerlo. —¿No? —Ahora se le veía confundido. —No. Solo te lo dije para que te quedaras tranquilo —admitió, cansada—. Su nombre fue el primero que me vino a la mente ese día, pero pude haber dicho Peter o Paul… —Ya. —¿Puedo irme? —Claro. ¿Vas a dormir con Jess? —Sí, en su cuarto, hasta que arregléis la cerradura de mi terraza —dijo, recordándoles así que tenía pensado quedarse en la mansión.

Marty la acompañó hasta su cuarto y revisó su alcoba de nuevo para que pudiera lavarse los dientes y prepararse para dormir. Se despidió cuando la dejó ante la puerta de Jess, a punto de entrar. Aún no había abierto la puerta cuando vio a Mike salir de su alcoba y sus miradas se cruzaron. —¿Dónde vas a estas horas? —le preguntó Kirsty con curiosidad. —Al despacho, voy a trabajar otro rato. —¿Tú no descansas nunca? —Lo intento, pero suelen fastidiarme los mejores momentos —dijo mordaz. Kirsty lo miró con el entrecerró fruncido. —Ah, que te refieres a la sauna. —Sonrió irónica—. Se me había olvidado. —¿En serio? Por cómo me mirabas, no parecía que pudieras olvidarlo tan fácil. —Pues ya ves, no eres tan irresistible, al fin y al cabo. —¿A ti ni las amenazas importantes te quitan las ganas de lanzarme pullas? —le dijo ahora, muy serio. La chica se encogió de hombros. —Mientras me meto contigo, no pienso en nada más —aceptó—. Y si es inevitable que me maten mañana, no voy a amargarme el hoy. —No seas macabra —le regañó—. Nadie va a llegar hasta ti, eso te lo garantizo. —¿Sí? ¿Y piensas impedirlo desde la oficina de Oxford o desde la sauna? Mike la miró ahora con una sonrisa cínica. —¿Me estás echando en cara que haya delegado tu protección, Kirsty? —No era mi intención. —Lo ha parecido —insistió—. Lo que se me ha hecho raro, teniendo en cuenta que no solo tienes a Marty, sino a tu preciado Alek. Kirsty izó el mentón y se cruzó de brazos. —Sí, por eso te digo que me has malinterpretado, no necesito más brazos que me protejan que los suyos. «Ay, Kirsty, ¿por qué narices tienes que embarrarla siempre de esta manera? ¿Tan difícil es decirle que solo es en sus brazos donde quieres estar?». —Es curioso —dijo Mike, ahora con frialdad—, porque no te veo mirarlo de la misma manera que a mí. —Será que no te has fijado. —¿Quieres las llaves de mi casa? —Se acercó a ella con un peligroso brillo en los ojos—. Quizá quieras vivir allí con él. —¿Harías eso por mí? —Fingió emocionarse. Mike la tomó ahora de un brazo, con la furia brillando en sus ojos grises. —¡No te pases, Kirsty! —dijo, atrayéndola hacia sí—. Mi paciencia tiene un límite. —¡Ah, ¿no la tenías cultivada o no sé qué gaitas?! —lo miró a los ojos con irritación. Después tiró de su brazo con fuerza hasta soltarse—. Pero estate tranquilo, no tengo intención de volver a esa casa para nada. —Excepto para las entrevistas, supongo. —Sí, supones bien, pero puedes no estar, si tanto te molesta coincidir conmigo. Mike la estudió en silencio durante unos segundos y terminó esbozando una sonrisa mordaz. —Ya entiendo —le dijo ahora, con lo que parecía cierta diversión—. Te ha molestado mi negativa a vivir allí contigo. —¡Buah! —Reconócelo —insistió en tono de burla—. Te hubiera encantado negarte y que yo te impusiera esa penitencia por obligación. Kirsty rezó para no estar ruborizándose. No lo admitiría jamás ante Mike, pero aquello era una verdad como un castillo de grande. —¿Ahora que por fin me he deshecho del carcelero? —dijo, irritada ante su tono burlesco—. ¿Lo dices en serio? ¡No me hagas reír! Mike la miró sin dejar de sonreír, y la furia de Kirsty se fue inflamando cada vez más, hasta que casi escupía fuego por los ojos. —¡Eres el tipo más arrogante, creído y desesperante que he conocido! —Puede ser, pero también soy muchas otras muchas cosas, ¿verdad, pelirroja? —la miró con un gesto malicioso que le calentó la sangre. Kirsty tuvo que contenerse para no reaccionar al calor que había en su mirada. —Entra ya en la alcoba, Kirsty —le aconsejó—. Es lo mejor para los dos. —Puede que aún esté decidiendo en qué puerta quiero entrar —le dijo, señalando la de Alek al fondo del pasillo; y se sintió algo mejor al comprobar como Mike borraba por completo el gesto burlón para mirarla ahora con furia apenas disimulada. Mike caminó muy despacio en su dirección, matándola con la mirada. Kirsty no pudo evitar retroceder, un tanto preocupada, hasta topar con la puerta de Jess, donde quedó a merced de él y aquella mirada asesina. —Creo que yo también empiezo a odiarte un poco —lo escuchó decir entre dientes. Y a continuación, él abrió la puerta que estaba tras ella, la empujó dentro de la habitación y cerró desde fuera. Kirsty se quedó parada en mitad de la alcoba, mirando la puerta cerrada con perplejidad. —¿Qué haces ahí en medio? —la miró Jess, asomándose desde el baño. Casi sin poder contener sus lágrimas, Kirsty se metió en la cama. Aquel creo que yo también empiezo a odiarte le había dolido como un fino latigazo, justo al lado del que aún no había dejado de sangrar, tras escucharlo negarse a vivir con ella. —Kirs… —Estoy cansada, Jess —susurró, siendo consciente ahora de cuánto—. Mejor no preguntes, por favor. Se metió entre las sábanas e intentó acallar todas las emociones que intentaban gritar dentro de ella al mismo tiempo: miedo, tristeza, rabia, deseo, furia, inquietud, desolación…, eran demasiadas y el día había sido muy largo. Si no conseguía mantenerlas a raya, se volvería loca. De modo que recurrió a la única imagen que podía aportarle algo de paz: Thunder y Hope galopando a gran velocidad, risas de fondo… y una inmensa pradera por recorrer.

Cuando Kirsty y Jess bajaron a desayunar, solo Nadine y su padre estaban en el salón. La mujer se marchaba al día siguiente de la casa, a pesar de que todos querían que prolongara la estancia un poco más. Incluso su padre le había pedido que se quedara un tiempo como invitada, si le apetecía, pero la enfermera se había negado en rotundo. Aquella misma tarde tenían una revisión médica en cardiología y, si estaba todo como esperaban, ya no quedarían motivos para alargar la estancia. —¡Tienes que convencerla para que se quede! —protestó Kirsty mirando a su padre. —Lo he intentado casi todo —reconoció Thomas mirando a la menuda mujer—, pero no hay forma. —¿Y si te pongo morritos? —le dijo Kirsty ahora. Nadine rio a carcajadas—. ¿Ves? ¿Quién se va a reír de mis chistes malos cuando no estés aquí? —Jess lo hará, ¿verdad? —Miró ahora a su amiga. —Yo me marcho dentro de unos días —se lamentó Jess—. Así que deberías quedarte por aquí. —¿Os vais a confabular contra mí? —Rio Nadine—. No me parece justo. —¿Qué necesitas para decidir quedarte? —insistió Kirsty—. Solo pídelo. Nadine sonrió ahora con lo que parecía tristeza y suspiró con cierto malestar. —No siempre se gana… —susurró apenas. Kirsty la observó con un gesto de extrañeza, con la sensación de que se le estaba escapando algo, pero sin entender el motivo por el que tenía aquel pálpito. Mike entró en el salón interrumpiendo por completo la conversación. Kirsty no esperaba que él siguiera en la casa y casi le da un tabardillo cuando apareció de improvisto. Saludó a las chicas con un gesto de cabeza y le tendió a Thomas unos papeles. —Ya está —le dijo a su padre, ofreciéndole un bolígrafo—. Un autógrafo en la última página y en el costado del resto. Kirsty evitó mirarlo todo lo que pudo, hasta que las ganas pudieron más que ella. Él estaba pendiente de su padre, así que pudo contemplarlo a sus anchas. —Caramba, cuánto autógrafo —se quejó Thomas cuando ya llevaba seis o siete firmas—. Parezco un Beatle. —Solo un par de ellas más, Paul. —Sonrió Mike con sinceridad, y a Kirsty se le cayó la tostada de las manos, lo cual llamó la atención sobre ella al instante. —¡Qué torpe! —se dijo, ruborizándose. Mike volvió a centrarse en Thomas, y ella maldijo su debilidad. —¿Ya te vas? —le dijo el hombre cuando terminó de firmar. —Voy a llamar a Jefferys primero. —Voy contigo, quiero consultarle un par de dudas legales. Ambos salieron del despacho, y a Kirsty se le escapó un suspiro que llamó la atención de las dos mujeres. —Eso ha sonado serio. —Rio Jess. —Tendría que ser delito estar tan guapo a las diez de la mañana —protestó Kirsty, frunciendo el ceño, de verdad muy molesta—. ¿Y dónde se va otra vez? —Prefiere trabajar desde su casa —le contó Nadine. A Kirsty le entristeció el hecho de que él quisiera poner espacio entre ellos. No solo había renunciado a besarla y escarmentarla, sino a ser su protector también, y la realidad era que no lo soportaba. —Ya no quiere ni mantenerme a salvo —dijo casi en un susurro. —¡Qué tontería! —la contradijo Nadine al instante—. Si Marty y él han pasado una hora esta mañana planificando tu seguridad. «Pero yo quiero que sea solo él quien me proteja», reconoció con tristeza, recordándose un segundo después que quizá había llegado el momento de decírselo. —¿Por qué no te replanteas irte unos días con él a su casa? —le dijo ahora Nadine, en un tono de cautela. —Negarme no ha sido solo cosa mía —le aseguró, y de paso le hizo un mini resumen a Jess, a la que no había tenido tiempo de contarle nada de todo aquello—. En conclusión, que antes se cortaría una mano que vivir conmigo. Nadine la miró con una sonrisa tierna en los labios y le preguntó: —¿Has probado a pedírselo tú? —¿El qué? —Que te acoja en su casa y sea él quien te proteja —sugirió Nadine—. Igual te sorprendes. —O igual se ríe en mi cara y termino matándolo. —Terminareis pagando cara esa falta de comunicación —opinó Jess, ahora con un gesto serio. Nadine asintió, mostrando su acuerdo con aquella afirmación. —Pero a veces resulta imposible exteriorizar lo que sientes —dijo la enfermera con un gesto de pesar—. Te entiendo mejor que nadie. «Ahí está de nuevo el gesto triste», pensó Kirsty, confusa, anotando mentalmente preguntarle cuando estuvieran a solas. Alek les dio los buenos días en aquel momento y se sentó a la mesa. —¿De dónde sales? —lo miró Jess con un gesto burlón—. Ten cuidado, a ver si vas a meter las ojeras en la mantequilla. —Buenos días a ti también, encanto —ironizó el chico—. Algunos no estamos de vacaciones, ¿sabes?, y tenemos que trabajar venciendo la diferencia horaria. —Ah, ¿que esa no suele ser tu jeta habitual? —Sonrió mordaz—. Nunca me había fijado. —Pff, creo que voy a necesitar más de un café para soportarte esta mañana. —Pues no funciona, eh —aseguró Jess—, yo ya llevo un par de ellos, y ha sido verte y ponerme de mala hostia. Alek se sirvió un café, se puso en pie y salió del salón con la taza en la mano, lanzando improperios. Nadine y Kirsty miraban a Jess con una expresión entre asombrada y divertida. —¿Y tú eres la reina de la comunicación? —le dijo Kirsty al instante, arrancándole a Nadine una carcajada. —Pues sí, Kirsty. Tenía claro lo que quería decir y lo he dicho. —Sonrió Jess, encogiéndose de hombros—. Sincera y a la yugular. —¿Y te parece normal? —Me parece lo que se merece después de… —guardó silencio de improvisto. Las dos mujeres la observaron con curiosidad esperando que terminara la frase, pero no lo hizo. —¿Nos vas a dejar así? —No es un secreto que no nos llevamos bien —dijo Jess, encogiéndose de hombros al tiempo que le daba un bocado enorme a su tostada. —¿Qué me he perdido? —Sonrió Kirsty con curiosidad. Su amiga se hizo un gesto a la boca para hacerla consciente de su imposibilidad para hablar mientras masticaba. —Sabes que pienso esperar hasta que te tragues eso, ¿no? —le preguntó Kirsty con un gesto divertido. Jess se sintió observada, hasta que terminó diciendo: —Quizá ayer tuvimos una pequeña discusión cuando subimos a dormir —admitió—. Y quizá me molestó un poco que se metiera con Reese, y… quizá también le dije por dónde podía meterse sus opiniones. —Esos son muchos quizás. —Él tampoco se quedó callado, eh —insistió Jess—, y eso es ya sin el quizá. Kirsty sonrió, un tanto perpleja. —¿Discutiste con Alek por culpa de un tío al que ni siquiera conoces? —Con el que pienso mantener un tórrido romance. —¡Pero si no sabes nada de ese tipo! —le recordó Kirsty. —Sé que es joven, soltero, aventurero, y que tiene una mente brillante, ¿qué más necesito? —¿Un mínimo de atracción sexual? —ironizó Kirsty—. Sin eso las cosas no funcionan, te lo digo yo que sé de lo que hablo. —A mí tres Pulitzer me ponen como una moto. —Sonrió Jess—. Eso ya solo de entrada. Kirsty se dio por vencida, pero no pudo evitar reír por la expresión divertida de su amiga. Capítulo 32 Aquella misma tarde, cuando rondaban las seis, Mike regresó a casa tras haber estado fuera todo el día, incluso se había saltado la comida. Kirsty, a pesar de estar con Jess, lo había echado muchísimo de menos, hasta el punto de estar distraída la gran mayoría del tiempo. No podía evitar pensar en él, por mucho que se esforzara, y aquello la sacaba de quicio de vez en cuando y la hacía suspirar otras veces. —¿Qué tal la sauna de hoy? —le preguntó al cruzarse con él cerca del despacho, al que iba acompañado de su padre. Mike no se molestó ni en contestar, lo cual le valió un gesto furioso de Kirsty. —¿No tenías revisión en el hospital? —le preguntó a su padre, entrando con ellos en el despacho. —Sí, nos vamos en unos veinte minutos —le contó—. Voy a cerrar un par de cosillas con Mike. —¿Y tú? —Miró a Mike con un gesto hosco—. ¿Te vas a quedar aquí en la casa? —Sí —confirmó—. ¿Te molesta mi presencia? Kirsty sonrió irónica. —¿De verdad quieres una respuesta sincera? —Sí, me encantaría, pero sé que no tienes ninguna intención de dármela —dijo mordaz—. Así que deja caer una de tus respuestas ácidas e hirientes y déjanos solos, por favor. —Sois de un desesperante los dos… —se quejó Thomas cogiendo asiento mientras dejaba escapar un suspiro resignado. Kirsty tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no darle la razón con una pulla digna de su último comentario. —Saldré a cabalgar un rato —dijo en un tono amargo, y miró a Mike—. Así no tendremos que cruzarnos hasta la cena. Se despidió de su padre y fue en busca de Marty. Hasta hacía un segundo no tenía ninguna intención de salir de la casa, pero ahora que se lo había dicho a él, la necesidad de sentir el viento en la cara a lomos de Hope se convirtió en imperiosa. Aquello era de las pocas cosas que conseguían calmarla. Le propuso el paseo a Jess, pero su amiga prefirió aprovechar para terminar de escribir un artículo que su jefe ya le había reclamado dos veces, incluso estando de vacaciones. —¿Una carrera hasta el árbol viejo, Marty? —Te advierto que esta vez voy a darlo todo —le dijo el hombre con una enorme sonrisa—. Se acabaron las contemplaciones. —¿Eso quiere decir que ya no quieres que te dé ventaja? —bromeó Kirsty, y rio ante el divertido gesto indignado del detective. Cuando llegaron al famoso árbol, ambos se bajaron del caballo con una sonrisa. Había sido una carrera divertida, aunque nada reñida, puesto que ambos sabían que Kirsty era mejor jinete. —Se respira paz aquí arriba —reconoció el hombre, mirando la casa de Mike a los lejos. —Este siempre ha sido mi rincón favorito de la finca —confesó Kirsty con una sonrisa de añoranza—. He pasado horas y más horas sentada bajo este árbol, disfrutando de las vistas. A Mike y a mí nos encantaba hacer una parada aquí siempre que salíamos a cabalgar —contó—. Había veces que se nos hacía incluso de noche mientras charlábamos o escuchábamos música. Kirsty no pudo evitar que se le quebrara la voz al pronunciar aquellas palabras. De repente aquel recuerdo le formó un nudo en el pecho que no pudo disimular. Sus ojos dieron muestras al instante de su estado y tuvo que adelantarse unos pasos para que Marty no se diera cuenta. La intensidad con la que anhelaba volver a sentarse junto a Mike bajo aquel árbol… era incluso dolorosa. —¿Ese es Mike? —Escuchó decir a Marty con extrañeza. Kirsty se giró a mirar hacia la pradera y divisó al chico galopando hacia ellos, a una velocidad contra la que ni ella podría competir. Embelesada, Kirsty observó la escena y se sintió más y más cautivada a medida que él se acercaba y se iba haciendo más grande. Como siempre cabalgaban juntos, pocas veces podía pararse a mirarlo mientras lo hacía, y aquella imagen le arrancó un suspiro apenas perceptible, pero que le salió del alma. Aquel era Mike en estado puro, igual de increíble y salvaje que su adorado Thunder, una visión maravillosa… Lo observó con absoluta fascinación, sintiendo una creciente emoción a cada metro que él recorría…, hasta que llegó hasta ellos y lo miró a los ojos, donde una furia intensa e hiriente parecía refulgir como un intenso destello. Kirsty se preocupó más de lo que le gustaría admitir, sin poder dejar de preguntarse qué había hecho ella ahora para ganarse su ira. —¿Ha pasado algo? —le preguntó Marty también con un gesto de asombro. —No, pero quiero hablar con Kirsty —dijo casi entre dientes—. ¿Puedes dejarnos, por favor? La chica estuvo en un tris de rogarle a Marty que no se fuera, pero las palabras se negaron a salir de sus labios. El hombre los observó a ambos durante unos segundos, hasta que terminó subiéndose a su caballo y alejándose de allí. Mike posó una fiera mirada sobre ella y aguardó a que su tío se alejara antes de hablar. —No sé de qué se me acusa ahora, pero… —empezó diciendo Kirsty, incapaz de seguir soportando aquella mirada en silencio. —Será mejor que te calles —interrumpió Mike—. Lo último que necesito ahora es que alimentes más mi ira. —Pues nada, aquí te quedas solo —dijo, caminando hacia Hope—. Cuando te calmes, hablamos. Mike llegó hasta el caballo antes que ella, le dio una palmada en el lomo y lo jaleó para espantarlo. —¡Eh! —gritó Kirsty, ahora iracunda, cuando vio como Hope echaba a correr pradera abajo —. ¡Es la segunda vez que me haces eso, imbécil! Pero ¡¿qué mosca te ha picado?! —Una mosca cojonera, además de mentirosa al parecer. —¿Debería saber de qué estás hablando? —Cruzó los brazos sobre el pecho. —¡De tu supuesta relación con Alek, de eso hablo! Kirsty se quedó perpleja. —¿Qué… pasa con ella? —¡No me tomes por imbécil, Kirsty! —le gritó, recortando mucho las distancias—. ¿Te has divertido haciéndome creer que tienes algo con él? Ella fue incapaz de pronunciar palabra. —¿O acaso es a tu padre a quien le has mentido? —¿Y a ti que más te da? —le dijo con un gesto obstinado, fruto de la vergüenza. —¿Que qué más me da? —rugió—. ¡Yo no sé si tú eres idiota o te lo haces! —¡Vete a insultar a quien lo aguarte! —vociferó a su vez, indignada. Se giró dispuesta a recorrer a pie el camino de vuelta, pero solo consiguió dar un par de pasos. Mike tiró de ella y la retuvo entre sus brazos. —¡Ya estamos! ¡Que me sueltes! —le gritó. —No hasta que reconozcas la verdad sobre Alek. —¿Es una orden? —¡Sí, lo es! —¡Ja! ¡Vaya cosa! —insistió con una sonrisa irónica—. Ni que fuera yo de acatar tus órdenes… —Kirsty, no me calientes más. —Duplicó la fuerza de sus brazos—. ¿Tienes o no algo con Alek? —Piensa lo que quieras. Lo escuchó dejar escapar tal improperio que tuvo que tragar saliva y contenerse para no temblar. No recordaba haber visto a Mike jamás tan enfadado… ¿Y todo aquello por su mentira sobre Alek? —Kirsty… —Soltó aire varias veces antes de seguir—. Estoy a punto de zarandearte. —¡¿No te lo ha dicho ya mi padre?! —terminó diciendo, desesperada—. ¡Pues ya está! —Quiero escucharlo de tus labios —dijo, ahora algo más calmado. —Entiendo, quieres avergonzarme y hacerme sentir mal. —¡Sí, maldita sea! —gritó de nuevo, atrayéndola un poco más hacia él—. ¿Tan difícil es de entender? —Kirsty le devolvió una mirada testaruda—. A ver si lo comprendes de esta manera…: o me dices la verdad en los próximos diez segundos o esta noche quedo con Melanie y le echo el polvo del siglo. De ti depende. Kirsty sintió como su sangre hervía de rabia e intentó revolverse entre sus brazos. Con gusto lo hubiera abofeteado de tener las manos libres. —Parece que por fin nos vamos entendiendo —dijo ahora Mike con una sonrisa cínica—. Te quedan cinco segundos. —¡Vete a la mierda! —Los mismo cinco segundos que ella tardaría en abrirse de piernas. —¡Cabrón! —¿Tienes algo con Alek? —¡No! Ni lo tengo ni lo he tenido nunca ni lo tendré porque Alek no me gusta —le gritó—. ¿Contento? ¡Ahora suéltame, idiota, y vete en busca de tu Melanie si te da la gana! —Que a ti te parecería bien, ¿no? Kirsty miró hacia otro lado. No estaba dispuesta a dejarle ver cuánto le dolía siquiera pensarlo. —Contéstame. —¡Ya estoy harta de tus preguntas! —¿No es una pregunta tan difícil? —insistió Mike, sin soltarla—. Al fin y al cabo, tú no me quieres para ti. Ella siguió sin mirarlo. Sabía que sus ojos serían un libro abierto en aquel momento. —No estás dispuesta a ceder ni un poco y pedirme lo que te mueres por tener. —Ya estás suponiendo demasiado de nuevo. Mike sonrió, ahora con cierta tristeza. —Qué caro nos está costando tu orgullo a los dos, pelirroja. Kirsty apretó los dientes y parpadeó violentamente para alejar las lágrimas que pugnaban por salir. —¿Has terminado con tu interrogatorio? —dijo, con la mirada perdida en la distancia—. ¿Puedo irme? —Todavía no. Ella lo miró a los ojos, con cierto asombro, y su corazón se volvió aún más loco. —¿Qué… más quieres? —preguntó con cautela—. No puedes darme uno de tus escarmientos, así que… —Te lo mereces más que nunca. Kirsty tuvo que contenerse para no dejar escapar un gemido de anticipación. Su cuerpo celebraba ya aquella noticia por todo lo alto. —Pero tenemos un problema… —susurró Mike, obligándola a recular, sin soltarla, hasta apoyarla sobre el árbol—. Tu… reticencia a ceder hace de este escarmiento algo muy complicado. —Oh, qué pena, acaban de indultarme entonces —ironizó, aunque con cierto fastidio—. ¿Puedo irme ya? —No puedes —susurró Mike, poniendo una de sus manos en la corteza del árbol, justo encima de su cabeza, mientras con la otra acariciaba ahora uno de sus brazos—. Tendré que hacer uso de la letra pequeña del contrato… Ella le devolvió un gesto preocupado, pero ardió en llamas ante el contacto de aquellos dedos. Casi exhaló un suspiro cuando él posó tal mirada de lujuria sobre ella que supo que aquella letra pequeña iba a resultar abrasadora. —Pero… dijiste que no me tocarías si yo no te lo pedía… —titubeó. Y se molestó consigo misma por ser tan imbécil como para recordarle aquello. —No te confundas, pelirroja —susurró, recortando la distancia aún más—. Dije que no te besaría… La caricia que había ascendido por su brazo llegó ahora hasta su cuello y las yemas de los dedos de él comenzaron a descender por el canadillo entre sus pechos, muy despacio, provocando que los pezones de Kirsty se endurecieran al instante, mostrándolo con absoluta claridad a través de la fina camisa que llevaba puesta. Abochornada, la chica apenas podía moverse, presa por completo de sus caricias. Un calor sofocante recorría ya cada centímetro de su cuerpo, mientras aquellos dedos seguían atormentándola. Ahora con el dedo índice, Mike se desvió hacia uno de sus pezones e hizo círculos alrededor, observando aquel movimiento con atención, lo cual solo servía para acrecentar el placer que Kirsty ya no podía ocultar en ninguna parte. —Mike… —consiguió murmurar casi de puro milagro. —¿Qué? —susurró él, desviando ahora sus atenciones hacia el otro pecho, pero la miró a los ojos para preguntarle—. ¿Vas a pedirme que pare o a suplicarme un beso? Y antes de que supiera siquiera qué contestar, Kirsty dejó escapar un jadeo de sorpresa y excitación cuando aquella mano continuó su recorrido hacia abajo. Esperó su siguiente movimiento con el corazón en un puño, convencida de que él metería la mano por dentro de su camiseta para acariciarla sin la prenda de por medio, pero Mike la sorprendió metiendo un par de dedos por dentro de la cinturilla de sus vaqueros y tirando de ellos ligeramente. —Admite que me deseas, pelirroja, al menos eso… —le susurró Mike, ahora casi sobre su boca. Kirsty evitó incluso mirarlo, consciente de que sus ojos estarían ardiendo en llamas, incapaces de ocultar el fuego que abrasaba su sangre. Inmóvil, a pesar de que él hacía rato que no la estaba reteniendo, se negó a pronunciar una sola palabra, sabiendo que todo lo que dijera saldría entre gemidos y suspiros de excitación. —Dímelo, Kirsty —insistió Mike. Su silencio le costó el primer botón del pantalón vaquero, y casi le provocó una exclamación de asombro. —Tengo que insistir —continuó él. Silencio. El segundo y el tercer botón fueron uno tras otro. —Mike… —dijo ahora en un susurro velado. —¿Mike para o Mike no te detengas? —musitó en su oído. Ni siquiera ella lo sabía. Su mente, nublada ya por el deseo, apenas si le permitía razonar, y su cuerpo deseaba que aquellos dedos continuaran su camino, de un modo irracional. —¿Tendré que comprobar tu grado de excitación yo mismo entonces? —dijo Mike con la voz ronca, metiéndole la mano dentro de los pantalones. Kirsty dejó escapar un gemido que la abochornó por completo, pero que no sería el último. Mike se coló dentro de sus bragas con un movimiento firme y llegó hasta el centro mismo de su placer con una maestría indiscutible, empapándose al instante de la respuesta a su pregunta. —Ahora… no tienes dónde esconderlo —susurró él de nuevo en su oído, sin poder contener un jadeo de excitación. Movió sus dedos contra el pequeño botón que anhelaba sus caricias, y Kirsty dejó escapar un gemido ronco e incontenible, abriendo las piernas de forma casi inconsciente para facilitarle el acceso. Mike aprovechó aquel gesto para acomodar su mano y meter un dedo dentro de ella, que ya no era capaz de reaccionar a nada que no fuera el intenso placer que la quemaba por dentro. —Estás incluso más preparada para mí de lo que esperaba, cariño —gimió él sobre su boca —. Pídeme… un beso, Kirsty… —le suplicó, sin dejar de mover los dedos—. Por favor… Pero Kirsty ya era incapaz de entender sus palabras. Fue ella quien terminó moviéndose contra aquellos dedos de forma casi involuntaria, buscando su culminación de un modo totalmente desesperado y exento de cordura. Cuando la palma de la mano, tan apretada dentro de los estrechos pantalones, rozó levemente el pequeño botón mágico mientras aquellos dedos seguían obrando su magia en su interior, Kirsty estalló en un universo de cientos de miles de colores que le cortaron la respiración por su belleza e intensidad. Se estremeció entre sus brazos durante más tiempo de lo que jamás pensó que pudiera durar un orgasmo, mientras sentía que él la sujetaba para evitar que cayera, incapaz de mantenerse del todo en pie por sí sola. Pero cuando poco a poco su respiración se fue normalizando y fue recuperando el equilibrio y con él la razón, la vergüenza y el insoportable bochorno que arrasaron cada célula de su ser resultaron igual de intensos que aquel clímax espectacular. Empujó a Mike y salió de sus brazos, alejándose unos pasos, buscando una serenidad que no encontraba por ninguna parte. Sintió la rabia crecer en su interior hasta cegarla por completo y se aferró a ella para superar la vergüenza. —Kirsty… —lo escuchó susurrar. —No te atrevas a hablarme —le dijo irritada, pero sin mirarlo. —Estoy igual de sorprendido que tú… Aquellas fueron, sin duda, las palabras peor elegidas de la historia. —¿Es que tú no te cansas nunca de humillarme? —le gritó Kirsty, mirándolo por primera vez a los ojos, aún roja como la grana. —No era mi intención —le aseguró—. ¿Y qué te humilla tanto? A mí me ha parecido algo increíble y…. —¡Que te calles! —interrumpió a voz en grito, sin poder evitar que dos traicioneras lágrimas rodaran por sus mejillas. Se las limpió con saña y se enfrentó a él—. ¿Cómo creías que terminaría esto? ¿Esperabas que te diera las gracias por el desahogo? ¿Tienes la más remota idea de cómo me siento ahora mismo? —recortó más todavía las distancias, escudándose en su furia para poder mirarlo a los ojos—. ¿Es que jamás te cansas de anularme? Me obligaste a regresar a Little Meadows, me forzaste a que aceptara tu protección, te escudaste en tus escarmientos para poder hacer conmigo lo que quisieras mientras me pedías que mi padre no se enterara de nada… ¿Por su salud? ¿Porque lo respetas? —Rio con cierto histerismo—. ¡Qué poca vergüenza y qué poca decencia! Si respetaras a mi padre lo más mínimo, me respetarías a mí también y no me tratarías como si fuera una concubina. —Jamás te he faltado al respeto —le aseguró Mike, muy serio. —¿No? ¿Y qué ha sido eso de hace un momento? —continuó aún rabiosa, consciente de que cuando guardara silencio el dolor lo eclipsaría todo—. ¿Qué creías que pasaría cuando terminaras con semejante escarmiento? ¡Esta ofensa ha superado con creces a todas las demás! ¿Te sientes más hombre al demostrarme que no puedo resistirme a ti por mucho que mi mente lo desee? —rugió, dándole pequeños golpecitos con el dedo índice sobre el pecho—. ¡Pues gracias por demostrarme de qué pasta estás hecho! Se dio media vuelta y comenzó a caminar con furia en dirección a la casa. Y nunca sabría qué extraña locura se apoderó de ella al pasar ante Thunder, pero para cuando su cordura volvió a regir, se había subido al caballo y lo había espoleado con fuerza mientras escuchaba a Mike gritarle y rogarle que se detuviera. Cinco segundos. Aquello fue todo lo que Thunder permitió que galopara sobre él antes de ponerse a dos patas para quitársela de encima. Y por un aterrador instante, en el que comprendió que iba a pagar caro aquel arranque de locura, deseó con todas sus fuerzas poder retroceder el tiempo tan solo un minuto atrás, para que las últimas palabras que él había escuchado de sus labios no fueran tan hirientes. Cuando aterrizó en el suelo, rodó un par de metros y sintió un intenso dolor en cada parte de su cuerpo. Finalmente quedó tumbada bocarriba sobre el césped y observó el precioso cielo azul con una extraña sensación de paz. La rabia parecía haberse disuelto como por arte de magia, jamás se había sentido tan tranquila. Mike llegó corriendo hasta ella con una expresión de total y absoluta devastación, y ella intentó sonreír para tranquilizarlo, aunque no tenía claro si lo estaba consiguiendo. —Kirsty… —lo escuchaba repetir una y otra vez con angustia, y ella se tenía que limitar a mirarlo porque no tenía fuerzas para nada más—. No cierres los ojos, amor, quédate despierta — le suplicó ahora. «Me ha llamado amor…», se dijo mientras se dejaba invadir por una agradable sensación de plenitud. Y de una forma extraña, se le vino a la memoria cuando lo arropó en su apartamento y él dijo aquella misma palabra entre sueños… Deseo con todas sus fuerzas poder dormir entre sus brazos algún día. —Por favor, Kirsty, mírame, no dejes de mirarme… «Te miraría toda mi vida», pensó, y deseó poder decírselo, pero empezaba a dolerle de un modo insoportable la cabeza. Quizá si cerraba los ojos unos segundos, lograría que aquel dolor cediera un poco para poder hablar… —No, no, abre los ojos, amor —escuchó a Mike suplicarle una y otra vez. «Amor, de nuevo». Sonrió para sí, y durante un segundo se permitió creer que él lo decía en serio. Después todo se hizo oscuridad. Capítulo 33 Cuando Kirsty abrió los ojos de nuevo, miró a su alrededor desorientada. Tenía una extraña sensación de laxitud que no le desagradaba del todo y el dolor de cabeza había desaparecido por completo. Si le hubieran dicho que iba subida en una nube, no habría dudado en creerlo. A lo lejos escuchó una voz familiar susurrar su nombre y se giró en busca de su procedencia, con el corazón palpitando con renovada intensidad. «Mike». Quiso sonreírle, pero cuando lo intentó, el dolor de cabeza regresó con fuerza, así que tuvo que limitarse a mirarlo. Un segundo más tarde él desapareció de su vista, y varias personas a las que no conocía de nada, comenzaron a pulular a su alrededor. —Soy el doctor Maxwell —le dijo al fin el desconocido que hacía rato que la examinaba minuciosamente—. Estás en el hospital John Radcliffe, en Oxford. ¿Recuerdas algo de lo que ha pasado? Kirsty asintió y miró a su alrededor, un poco asustada, buscando la única cara conocida que quería ver, pero no la encontró. —Mike —consiguió decir. —Sí, está aquí. —El doctor hizo un gesto y la enfermera se apartó a un lado para que el chico pudiera tomarla de la mano. Kirsty lo miró a los ojos, sintió sus dedos enredarse entre los suyos y su corazón se encabritó al instante, como le ocurría siempre que lo tenía ante sí. —Parece que le aceleras el pulso —dijo el médico—. Lo cual es sorprendente, teniendo en cuenta la cantidad de calmantes que lleva en sangre. —Y volvió a mirarla—. Te has echado una siesta de día y medio, Kirsty, estarás descansada —bromeó ahora. «¿Llevaba día y medio inconsciente?», se sorprendió y abrió mucho los ojos, muy asustada. —¿Mi padre? —dijo entre susurros. Aquel susto podía haberle costado caro. Se sintió tan culpable que sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. —Él está bien —le aseguró Mike—. Aún no le hemos dicho lo de tu accidente. Aquello consiguió calmarla. Mike siempre estaba tan pendiente de todo… —Apriétame la mano con fuerza, belleza —le pidió ahora el médico—. Perfecto… Ahora te vamos a llevar a hacerte un escáner en la cabeza—le contó, y miró a Mike—. En una hora estaremos de vuelta. Cuando una hora más tarde Kirsty regresó a la habitación, Nadine y Jess estaban esperándola. Ambas se abalanzaron sobre ella con un gesto de preocupación. —¡Menudo susto nos has dado! —le dijo Jess en un tono jovial—. No sé si me gusta tu forma de tratar a las visitas. Kirsty esbozó ahora una tímida sonrisa. En la última hora había ganado algo de reflejos, incluso había charlado un poco con las enfermeras que la preparaban para el escáner. —¿Cómo te encuentras? —le preguntó Nadine, apartándole un mechón de pelo de la cara con suavidad. —Como si me hubiera caído de un caballo… —bromeó Kirsty, mirando a su alrededor con un gesto de extrañeza—. ¿Dónde está Mike? —Ha salido hace un momento —le contó Jess. La decepción que inundó su corazón fue difícil de asimilar, pero no dijo nada. Empezaba a tener dolores en gran parte de su cuerpo que le hacían muy difícil mantener una conversación normal. Y cuando una simpática enfermera entró dispuesta a aliviarle el dolor, bromeó con la idea de levantarle un monumento. En unos minutos el dolor cesó, y con él toda posibilidad de mantener una conversación coherente. —¿Por qué vuelve a estar dormida? —preguntó Mike cuando regresó a la habitación. —Acaban de ponerle medicación —le contó Nadine—. Tiene muchos dolores. —Sí, dice el doctor Maxwell que tiene el cuerpo lleno de contusiones —contó—. Por fortuna, solo serán unos días de reposo. Aunque quizá el esguince de tobillo tarde un poco más en curar. —¿El escáner…? —Ha bajado la inflamación. —Sonrió—. El peligro ha pasado, solo es cuestión de tiempo que se recupere. —¡Qué bueno! —suspiró Jess—. Ayer las cosas no pintaban nada bien… —Hay veces que solo se puede esperar —les recordó Nadine, y sonrió—, pero ha merecido la pena. Pronto esto solo será una pesadilla. —El doctor Maxwell me ha pedido que la ayudemos a estar relajada —siguió diciéndole Mike a Nadine—. No debe exaltarse, necesita tranquilidad. La inflamación del cerebro ha bajado mucho, pero no del todo. Sufrirá de dolores fuertes de cabeza en los próximos días y la ansiedad no ayuda. —Habrá que mantenerla entretenida entones —bromeó Jess—. Kirsty no sabe estar sin hacer nada mucho tiempo sin desesperarse. —Habrá que emplearse a fondo —bromeó Nadine, y miró a Mike—. Vete a casa un rato. Lo necesitas. —Marty está aparcando —le contó—. Él y Andy, uno de los guardas de Little Meadows, se turnarán para manteneros protegidas. —¿Lo ves necesario? —Es muy fácil colarse en la habitación de un hospital, Nadine —le recordó—. Y Kirsty ahora mismo está muy indefensa. —Eso es verdad —aceptó—. ¿Y vas a contarle ya algo a Thomas? Mike lo valoró. —Si puede ser y tiene fuerzas, esta tarde dile a Kirsty que lo llame —opinó—. Ya le he puesto demasiadas excusas para no poder pasarle el teléfono, pero preferiría que Kirsty estuviera algo más recuperada antes de hablarle del accidente. Entre todos se habían encargado de proteger a Thomas hasta ver la evolución de Kirsty. Para el hombre, su hija estaba en casa de Mike intentando habituarse a vivir con él. —Me parece perfecto —aceptó Nadine—. Yo haré noche hoy aquí, si te parece bien. Mike asintió y después se acercó a la cama, mirándola con un gesto extraño. La observó dormir durante largo rato, hasta que finalmente se inclinó sobre ella, le dio un suave beso en la frente y le susurró algo al oído como si fuera una suave caricia. Kirsty sonrió, sintiéndose mecida por una nube de algodón, mientras creía soñar que Mike le susurraba al oído un «adiós, amor» que le arrancó un suspiro.

Los siguientes cuatro días fueron una montaña rusa de emociones para Kirsty. Cada día había ido recuperándose un poco más, hasta el punto de que ya apenas si necesita medicarse para los dolores. Ya le habían permitido levantarse y dar pequeños paseos, aunque debía hacerlo con muletas debido al esguince en su tobillo, lo cual empeoraba el dolor de la espalda. Su padre pasaba algunas horas al día con ella, leyendo y charlando sin parar, y Nadine, Jess e incluso Alek la mantenían entretenida a ratos. Marty y Andy se turnaban para que todos estuvieran tranquilos. Todo resultaría idílico si no la estuviera matando la pena por la ausencia de la única persona que se moría por ver. Mike apenas si le había hecho un par de visitas de diez minutos durante aquellos cuatro días; pero no podía culparlo. Poco a poco, había ido recuperando todos los recuerdos previos al accidente y con ellos cada palabra que le gritó aquella tarde. Se había sentido tan humillada por lo sucedido que quizá se había pasado de la raya… Y, para colmo, había cometido la estupidez de subirse a un caballo que sabía que no podría dominar. —¿Por qué esa mirada tan triste? —le preguntó Jess, sentándose junto a ella en la cama—. Quizá mañana te dan el alta, son buenas noticias. Kirsty sonrió. Sí que lo eran. El doctor Maxwell se lo había dicho hacía un rato, tras pasar a examinarla —Estoy muy contenta —le aseguró. —Pero tu Mike tampoco ha venido hoy. —Entendió Jess, y Kirsty le devolvió una mirada triste—. ¿Quieres que vaya a buscarlo y le pegue dos guantazos de tu parte? Solo tienes que pedírmelo… Aquello sí le arrancó una sonrisa a Kirsty. —Puedo incluso traerlo hasta aquí cogido de una oreja. —Déjalo…, por obligación, prefiero que no venga. —Volvió a sonreír, pero esta vez con cierta melancolía. —No entiendo a ese hombre —confesó Jess, un poco enojada. —No puedes obligar a alguien a preocuparse por otra persona, Jess —dijo abatida. —Eso es lo raro… —Jess miró a su amiga, a la que no había querido hablarle de aquello hasta no estar más recuperada—. Deberías haberlo visto por un agujerito mientras te debatías entre la vida y la muerte, Kirsty… —¿A qué te refieres? ¿Estaba preocupado? —¿Preocupado? ¡Estaba desolado! —le aseguró Jess—. No se movió de ese sillón en las treinta y seis horas que pasaste inconsciente… —¿Lo dices en serio? —Kirsty estaba perpleja. —Pregúntale a Nadine —le dijo—. Tuvo incluso que amenazarlo para obligarlo a comerse medio sándwich que le trajo de la cafetería. Te juro que parecía un zombie. Kirsty apenas si podía creer lo que estaba escuchando. Hasta que, de tanto pensar, encontró una explicación posible. —Se sentía culpable —dijo convencida, con cierta tristeza. —O quizá le importas un poco, Kirs… Los ojos de Kirsty dieron muestra de su dolor y ya no quiso ni pudo disimularlo. —No le he dado un solo momento de paz desde que estoy aquí, Jess —admitió, dejando correr sus lágrimas—. Incluso la única vez que he intentado ayudarlo, terminé arruinando el negocio de su vida. Y no quieras saber la de cosas horribles que le dije antes de subirme a ese caballo… —Él tampoco es fácil de tratar, Kirsty —le recordó su amiga—. Y, a pesar de eso, a ti te importa. —La miró arqueando las cejas—. Porque te importa, ¿no? Kirsty sonrió ante el gesto divertido mientras intentaba secarse las lágrimas, sin éxito. —Igual un poco…, sí. Marty entró en la habitación con una sonrisa entusiasta. —Llegó la caballería —bromeó el hombre. —Me alegro de verte. —Sonrió Kirsty con sinceridad. —Thomas y Nadine se han quedado un poco rezagados, pero han venido conmigo —contó—. Así que quizá te dan el alta mañana —le dijo ahora, realmente contento—. ¡Es genial! —Sí, pero ¿cómo te has enterado? —Me lo ha dicho Mike —dijo el hombre con toda tranquilidad—. Él salía del hospital cuando yo entraba. Las dos chicas lo miraron estupefactas. —El médico parece muy sorprendido con tu recuperación —siguió diciendo Marty—. Supongo que tienes muchas ganas de salir de aquí. La chica se limitó a asentir, intentando brindarle una sonrisa que no logró esbozar. Su padre y Nadine entraron ahora por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. —¡Es genial que ya vayan a darte el alta! —casi gritó su padre, acercándose a besarla. —Pero bueno, cómo corren las noticias —protestó Kirsty con una mezcla de sorpresa e irritación. Al parecer, ella era la única que no se había enterado de la gran noticia a través de Mike, lo cual era lógico, puesto que no se había molestado en pasar a verla. —En casa te recuperarás mucho antes —continuó diciendo su padre, ajeno a sus cavilaciones —. Lo que me recuerda que tengo algo delicado que comentarte… Kirsty lo miró con el ceño fruncido, leyendo la preocupación en su rostro. —Sin paños calientes. —Sonrió, intentando facilitarle las cosas. —El caso es que el doctor Maxwell cree que necesitarás algo de rehabilitación en el tobillo… —Sí, a mí también me lo ha dicho —afirmó—. ¿Y qué es lo delicado? —Ha indicado que las mejores terapias se hacen en el agua, y que te vendría bien también la natación para recuperarte del todo. Ahora sí lo vio venir de frente, sin frenos y a toda pastilla… —¿Y? —dijo, no obstante, esperando la gran sugerencia que ya le tenía encogido el estómago. —No quiero que te exaltes, Kirsty, pero había pensado que quizá… podrías alojarte unos días con Mike en su casa —dijo, y se apresuró a añadir—. Solo hasta que te recuperes del todo. Mike no tiene escaleras y… —Papá… —Así también estarías protegida. —Papá… —Y mataríamos dos pájaros de un tiro. —Ahora sí guardó silencio, y esperó su respuesta con una ansiedad mal disimulada. —Mike apenas ha pasado por esta habitación —le dijo, intentando que nadie se diera cuenta de cuánto la entristecía eso—, ¿qué te hace pensar que va a aceptar que me aloje en su casa? —A él le parece bien —se apresuró a contarle Thomas. Kirsty lo miró asombrada y con el corazón martilleando ahora a toda pastilla. —Se lo he sugerido hace unos minutos, en cuanto que nos ha dado el parte médico. —¿Y qué ha dicho exactamente? —preguntó, como si aquella respuesta le importara menos que la cría y reproducción del escarabajo pelotero. —Que si tú accedes, él no tiene problema. La chica miró a Jess, quien le devolvió una mirada interrogante. La posibilidad de vivir con Mike una temporada la llenaba de una emoción apenas contenida. Sería absurdo engañarse a sí misma fingiendo que no se moría por aceptar, pero no quería imponerle su presencia si él apenas podía soportar verla. Sus miradas de desagrado la matarían lentamente, estaba segura. —¿Qué dices, Kirsty? —la alentó su padre de nuevo. —Yo no pondré objeción… si Mike me dice personalmente que no le importa mi presencia en su casa. —Pero si acaba de decírmelo… —Me da igual —insistió—. Deberá decírmelo a mí. No creo que le mate pasar por la mansión a hablarlo conmigo. Pero no tuvo que esperar tanto tiempo. A la mañana siguiente, cuando el doctor Maxwell firmó su alta y solo le quedaba esperar a que Marty fuera a recogerla, fue Mike quien entró en la habitación. —¿Cómo estás? —le preguntó el chico, como si fuera de lo más normal que él estuviera allí. —Mejor, gracias —contestó con educación, sin atreverse a mirarlo. La sorpresa debía ser obvia en su expresión—. ¿Y Marty? —En la casa, organizando la seguridad para tu llegada—le contó. —¿En… tu casa? —casi titubeó. —Sí, si no tienes inconveniente. —Se encogió de hombros. Kirsty estuvo a punto de caerse de espaldas, ni siquiera supo cómo logró sonar normal. —Si tú no lo tienes, yo tampoco —admitió. —Perfecto, entonces vámonos —dijo Mike—. ¿Crees que puedes llegar al coche con las muletas? Kirsty lo pensó detenidamente. —Aún me duele mucho la espalda —confesó—. Solo puedo usar las muletas en trayectos cortos. Mike se paró a meditarlo. —Aguarda aquí… Kirsty lo vio salir y sonrió con cierto nerviosismo. A pesar de la inquietud que sentía, si no fuera por su tobillo, podría ponerse a danzar por la habitación. Era posible que al finalizar el día tuviera los nervios tan destrozados que se arrepintiera de haber aceptado alojarse con Mike, pero en ese preciso momento apenas podía contener la emoción. «Tienes que hacerte mirar este trastorno bipolar, Kirsty», se dijo con una sonrisa en los labios. Era muy consciente de que la última vez que habían estado a solas había puesto a Mike de vuelta y media, de tan enojada y humillada que se había sentido tras… tras… «Vale, mal recuerdo para este momento…», se dijo acalorada. La cuestión era que había estado a punto de pasar a mejor vida, que llamarla así ya era mucha confianza en el más allá, sin haberse permitido explorar ni un poco todo lo que Mike le hacía sentir. ¿Y por qué? ¿Por miedo, por orgullo, por pura cabezonería…? Lo había meditado mucho aquella última noche y había decidido que, si tenía ocasión, a partir de aquel momento estaba dispuesta a dejarse llevar por las sensaciones, aunque para eso tuviera que ceder y pedirle a aquel pedazo de dios griego que le arreara un besazo de esos que terminan en el sofá en mitad de una cena de negocios… Suponiendo que la divinidad en cuestión siguiera dispuesta a concederle aquel deseo tras todo lo sucedido, lo cual, debía reconocer, no tenía del todo claro. Los motivos de Mike para mantenerse lejos del hospital eran lo único que estropeaba aquella idílica conversación consigo misma… Él regresó unos minutos después con una silla de ruedas, que al parecer le habían prestado para llegar hasta el aparcamiento. Kirsty cogió asiento, y Mike le dio las muletas y se colgó al hombro la bolsa de deporte con las pocas cosas que había acumulado en su estancia en el hospital. Cuando se detuvieron para esperar al ascensor, una de las enfermeras que había estado atendiéndola llegó hasta ellos a la carrera. —¡Casi te me escapas! —le dijo la mujer, tendiéndole las tres primeras novelas de la serie Riley—. Me ha costado una discusión y un viaje a Londres que mi amiga me las devolviera, pero misión cumplida y justo a tiempo. Kirsty sonrió divertida. Se había reído mucho con ella mientras la mantenía al día de todas las pesquisas que hacía para recuperar sus novelas prestadas y que pudiera firmárselas. —Estas no volverán a salir de mi casa, eso te lo… —Entonces levantó la vista, vio a Mike y ya no terminó la frase—. ¡Ay, por Dios! Kirsty no pudo contener una divertida carcajada, viendo como la mujer miraba pasmada al chico. —¡Es aún más guapo que en la foto! ¡Y las novelas tampoco le hacen justicia del todo…! —Gracias…, supongo —titubeó Mike, realmente perplejo. Y miró a Kirsty con un gesto interrogante, un tanto cohibido. —Salude a la chica, detective —le dijo Kirsty, mirándolo de reojo mientras firmaba las novelas, sin disimular su diversión. —¡Qué graciosa! —murmuró. —No seas grosero Riley —insistió Kirsty. Por fortuna, el ascensor se abrió y pudieron alejarse de la simpática enfermera, que los despidió con una cara de felicidad absoluta. —Eso ha sido surrealista total… —le dijo Mike, comprobando que el botón de la planta baja ya estaba pulsado. —¿Qué te costaba guiñarle un ojo? —bromeó Kirsty—. Riley lo hace a menudo. El ascensor se detuvo a recoger gente dos plantas más abajo, y las chicas que subieron miraron a Mike y Kirsty con asombro. Durante el resto del trayecto las escucharon murmurar y reír como colegialas. —Creo que voy a encargarme personalmente de encontrar al que hizo esa foto… —se quejó Mike en voz baja, en un tono malhumorado— y se va tragar una copia. Pero Kirsty ahora daba por buena aquella foto, aunque fuera solo por haberles permitido romper el hielo entre ellos durante aquello pocos segundos. Por desgracia, apenas se subieron en el coche volvieron a sentirse encorsetados de nuevo, ambos incapaces de comportarse con normalidad. «No va a ser tan fácil aventurarte y pedirle ese beso, Kirsty», se dijo mordiéndose el labio inferior con nerviosismo, observándolo con disimulo mientras conducía, demasiado consciente de su atractivo. Miró sus manos firmes sobre el volante, y un segundo después el recuerdo de una de ellas metida dentro de sus pantalones se formó nítido en su mente, provocándole un cortocircuito. Se había negado a rememorar aquello durante los días que había pasado ingresada en el hospital. El doctor Maxwell había hecho mucho hincapié en que debía estar relajada, sin alterarse lo más mínimo, para favorecer a su recuperación, así que supuso que recordar un orgasmo, cuya intensidad jamás pensó que fuera posible, no era lo más inteligente. «Lo que no es inteligente es recordarlo en este momento, pelirroja», se dijo, y sonrió al ser consciente de que se había llamado pelirroja a sí misma. —Se te ve contenta —le dijo Mike de repente, sobresaltándola. Kirsty no pudo mirarlo a los ojos, pero contestó con una sonrisa: —Estoy viva, y eso siempre es motivo de celebración. Mike asintió, pero no hizo un solo comentario al respecto, lo cual la defraudó un poco, aunque la ayudó a calmar el calor. Cuando llegaron a la casa, Kirsty estaba especialmente nerviosa. Mike salió con rapidez de coche y dio la vuelta para entregarle las muletas y ayudarla a bajarse. —Gracias —le dijo la chica con una sonrisa tímida, pero honesta. Después caminó con las muletas los pocos metros que la separaban de la puerta y miró los tres escalones de acceso con un gesto de horror—. Esos sí van a ser un problema. No sé si puedo impulsarme tanto. —Coge las muletas con una mano —le pidió Mike. Ella obedeció al instante, y se sorprendió cuando él la tomó en brazos y subió los escalones casi sin esfuerzo. Cuando la soltó frente a la puerta, Kirsty estuvo a punto de protestar, pero se contuvo a tiempo. —Quizá deberíamos hablar unos minutos. —Se le escapó a la chica, casi sin pensarlo. —Sí, pero no ahora —dijo, abriendo la puerta y dejándole paso para que fuera ella quien entrara primero. Y entonces, Kirsty entendió por qué debían esperar para la charla. Su padre y Nadine, Jess y Alek, Marty e incluso Doris, todos estaban allí esperando su llegada. La recibieron con tal algarabía, entre vítores, que a Kirsty terminaron saltándosele las lágrimas sin remedio. —La pancarta ha sido idea tuya, ¿a que sí? —le dijo a Jess cuando llegó su turno de abrazarla, señalando el «bienvenida» enorme que colgaba de la pared. —Mujer, el stripper no me pegaba mucho con la ocasión —Y se acercó a susurrarle al oído —, pero siempre puedes pedirle un pase privado a tu detective, ahora que vais a vivir juntos. Kirsty la mató con la mirada, pero terminó sonriendo ante el gesto malicioso de su amiga. No pudo evitar buscar a Mike con la mirada, al que localizó charlando con Marty. Al parecer, hablaban de cómo habían dispuesto los turnos de vigilancia para que todos pudieran estar tranquilos. Kirsty intentó captar algo de la conversación, pero había demasiada gente hablándole al mismo tiempo. Quizá se había precipitado al pensar que Mike también iba a vivir en la casa… —¿Puedo saber cómo vamos a organizarnos? —preguntó en alto, presa de una repentina angustia. —¿A qué te refieres? —preguntó su padre con curiosidad. Kirsty se ruborizó. No podía preguntar directamente si Mike iba a vivir con ella, pero la realidad era que aquello era lo único que le importaba. —No lo sé… —dudó—. ¿Estoy segura aquí? ¿Quién va a vivir en la casa? —Cuanta más gente, más barullo —opinó Marty—. Tanto Andy como yo haremos turnos de día, y para las noches hemos contratado seguridad especial. Alek y Jess es mejor que sigan durmiendo en la mansión. «Genial, una información interesante, pero insustancial», pensó, irónica. Aquello no le aclaraba lo más importante. —Te he preparado una maleta con ropa y cosas de aseo —le dijo Nadine ahora—. Pero si necesitas algo más, me lo dices. Voy a quedarme unos días más en la mansión para mimarte un poco. —Sonrió ante el aplauso entusiasmado de Kirsty—. Y habrá que retirar el vendaje del tobillo en breve para que puedas empezar a ejercitarlo. —Yo también vendré a verte muy a menudo —le dijo su padre, feliz. —Vamos que no voy a estar sola ni un momento. —Rio Kirsty, intentando disimular un ligero malestar ante la idea de no tener un solo segundo a solas con Mike—. Todos vais a estar mimándome a todas horas. —Bueno, en las noches tendrás que conformarte con Mike —dijo su padre con una sonrisa sincera—. Y pobre de él como no mime a mi niña como se merece —Miró al chico, risueño—. Ya se lo he dicho. Kirsty estuvo a punto de hiperventilar. Se aventuró a mirar a Mike para leer su reacción, pero solo encontró una de sus expresiones imperturbables en su rostro y una sonrisa de compromiso para su socio. La chica prefirió no añadir nada más por miedo a que su padre siguiera haciendo comentarios comprometedores. Suponía que al hombre le resultaba tan inconcebible que entre Mike y ella pudiera surgir algo, que no pensaba las cosas antes de decirlas. Pero al menos le había aclarado el punto que más le importaba: Mike viviría allí con ella, y aquello la llenaba de dicha. Una hora más tarde estaba agotada. Era feliz rodeada de gente, pero debía reconocer que aún no estaba ni de lejos recuperada del todo. La cabeza comenzó a dolerle ligeramente y el cuerpo le pedía algo de descanso y tranquilidad. —¿Te muestro tu habitación? —le sugirió Mike cuando más necesitaba alejarse. Kirsty le regaló una sonrisa enorme de agradecimiento. —Sí, por favor. La ayudó a ponerse en pie y le tendió las muletas. La chica se excusó con todos por tener que retirarse a descansar al menos una hora. Después podrían comer todos juntos, dado que Doris parecía haber hecho comida para un regimiento. Caminó junto a Mike, que tuvo la cortesía de ir a su ritmo, y ambos desaparecieron tras la puerta que llevaba al resto de la casa. —¿No es una imagen genial? —Sonrió Thomas señalando a la pareja que se alejaba, dándole a Marty un codazo divertido. El detective sonrió. —Eres todo un personaje, Thomas —dijo risueño—. Solo espero que no tengamos que lamentarnos de nada. —Están cautivos en el paraíso —le guiñó un ojo—. ¿Qué puede salir mal? —¿Con esos dos? —le devolvió una mirada incrédula—. Montones de cosas, lo sabes igual que yo. —No seas cenizo, hombre —se quejó Thomas. —Realista nada más —Sonrió Marty—, aunque espero que seas tú quien tenga la razón, claro. El detective se alejó de allí para hablar con Andy, que le hacía señas desde la puerta. —¿Qué cuchicheabais tanto? —Rio Nadine, acercándose a Thomas. El hombre le devolvió una sonrisa esplendida. —Marty apuesta porque terminarán matándose, pero yo soy más optimista y creo que su relación saldrá fortalecida con la convivencia cercana. —¿Te refieres a su relación de hermanastros? —Claro. —Pero sonrió con cierta diversión. —Pero te recuerdo que no son hermanastros —insistió Nadine. —¿Y qué? —Como que ¿y qué? —Sonrió la mujer, y observó a Thomas con más detenimiento. —¿Qué pasa? —terminó preguntándole el hombre, ampliando su sonrisa un poco más—. Siempre tuvieron una relación muy especial. Nadine frunció el ceño y volvió a mirarlo, suspicaz. —Y… ¿hasta qué punto crees que es especial, Tom? —¿Hasta qué punto es especial la nuestra, Nadine? —le preguntó él a su vez, con una sonrisa maliciosa. La mujer se ruborizó al instante. —Pues eso —agregó Thomas, dejando escapar una sonora carcajada.

Kirsty entró en la bonita habitación y sonrió. Miró a su alrededor con asombro, comprobando que no faltaba un detalle. A mano izquierda había un baño y, aunque nada allí era tan grande como en la alcoba principal, resultaba una estancia realmente cómoda y encantadora. —¿Todas tus habitaciones son tan impresionantes? —le preguntó Kirsty, sentándose en la cómoda cama. —Todas son amplias y tienen baño propio, si te refieres a eso. —Pero esta parece más decorada incluso que la tuya. —Doris estuvo aquí ayer, con un batallón de gente, para preparar la alcoba para ti —le contó —. Por cierto, tu ropa está en el armario y tus cosas de aseo en el baño. El asombro de Kirsty era patente. —¿Y… si me hubiera negado a venir? —preguntó con cautela. —Thomas me aseguró ayer que habías dicho que sí —dijo, encogiéndose hombros. —Cierto, pero con requisitos —le recordó. —Requisito que he cumplido al ir a buscarte ¿o no? Kirsty asintió, un tanto cohibida. Lo siguió con la mirada mientras él descorría las cortinas para que entrara la luz. —Esta no tiene terraza, espero que no te importe —le dijo, girándose a mirarla—. Te habría cedido mi alcoba, pero Doris insistía en ponerte unas cortinas de colores, a juego con una colcha de no sé qué y un sinfín de cosas innecesarias más, que no voy a necesitar en mi cuarto cuando te vayas —le contó—. Así que ambos decidimos que era mejor prepararte esta habitación a ti. La chica se entretuvo en mirar a su alrededor para no tener que pensar en la sutileza con la que él había hablado del hecho de que esperaba que ella se marchara de allí en algún momento. —Levanta un segundo que te destapo la cama —le dijo él ahora, caminando de nuevo hasta ella. Le tendió la mano para ayudarla a mantener en pie mientras con la otra tiraba del edredón y la fina sábana hacia atrás. Kirsty sintió su mano arder ante el contacto con la de él e inspiró hondo para deleitarse con el aroma de su colonia, al que su cuerpo reaccionó de forma exagerada. La intensidad con la que necesitaba abrazarlo la abrumó. —Mike… —susurró cohibida—. Yo… quería hablar contigo… —Sé lo que vas a decir, Kirsty —la interrumpió—. Y no debes preocuparte por nada. —La miró con los ojos cargados de una extraña emoción que ella fue incapaz de identificar—. Te garantizo que no te molestaré más. Tienes mi palabra. Kirsty tuvo que sentarse en la cama, incapaz de seguir sujetándose sobre una pierna. Aquello no pintaba bien. —Estamos hablando… —Fue incapaz de formar la frase entera. —De respeto —le confirmó él—. No más escarmientos de ningún tipo. Puedes estar tranquila aquí, Kirsty. No tendrás más acoso por mi parte. «¡¿Acoso?!». —Bueno…, yo no considero que me hayas acosado nunca… —le dijo, horrorizada ante lo que parecían haber causado en él sus palabras antes del accidente. —Llámalo como quieras —insistió—. Solo quiero que sepas que no volveré a tocarte, hacer insinuaciones ni siquiera a mirarte, con otros ojos que no sean los de un hermano. «Esto no puede estar pasando…», se dijo Kirsty, intentando no romper a llorar hasta que él saliera de la alcoba. —Siempre nos llevamos bien, Kirsty —continuó Mike—. Quizá podríamos intentar recuperar aquello, solo tenemos que esforzarnos un poco. Kirsty se limitó a asentir, consciente de que sería incapaz de hacer funcionar sus cuerdas vocales, paralizadas ahora por una amarga tristeza que comenzaba a no poder esconder. Se tumbó en la cama con una necesidad imperiosa de estar a solas y llorar hasta desfallecer. Mike la arropó con un gesto tierno, y Kirsty a punto estuvo de apartarlo a manotazos. Sencillamente, no podía soportar que él le mostrara aquel cariño de hermano mayor… —Descansa. Lo necesitas —fue lo último que le dijo antes de salir de la habitación. Nunca sabría la amarga desolación que dejaba tras él.

Mike caminó a pasó rápido hasta el salón, pero pasó ante todos sin detenerse. Salió por la puerta delantera sin decir una sola palabra. Al menos hasta que se topó con Marty, que estaba fuera dándole unas instrucciones a Andy. —¿Qué te pasa? —lo detuvo su tío, observándolo con atención. —Nada. —Entonces, ¿por qué estás así? —¿Así cómo? —preguntó, sin detenerse, caminando hacia el coche. —Como si acabaras de firmar tu sentencia de muerte. —Porque puede que acabe de hacerlo —susurró, subiéndose ahora al coche. —Pero ¿dónde vas a estas horas? —Voy a ir salir a montar un rato. —Pero si es casi la hora de comer —le recordó su tío. —Empezad sin mí —fue lo último que escuchó decir a Mike antes de acelerar y perderse en la distancia. Marty observó el coche alejarse y dejó escapar un suspiro resignado. «Ay, Thomas…, esto no pinta bien». Capítulo 34 Los siguientes días fueron demasiado raros para Kirsty, que pasaba de la risa al llanto, de ahí a la rabia y de vuelta a la risa, con una facilidad que empezaba a enervarla; todo esto al tiempo que se recuperaba de las últimas secuelas del accidente y que evitaba que Mike se diera cuenta de que ya mismo necesitaría medicación psiquiátrica, de seguir así. Mike se comportaba con ella como todo un caballero, haciendo gala de una educación exquisita, y se cercioraba de hacer todo lo posible para que estuviera cómoda. Se aseguraba de que todas sus necesidades estuvieran cubiertas…, a excepción de la única que ella se moría por llenar. Por fortuna, Jess pasaba casi el día entero con ella para evitar que se volviera loca del todo. Al menos funcionaba cuando estaban solas, porque si sumaban a Alek a la ecuación, ambos se convertían en un tándem imposible de soportar mucho tiempo. Incluso Mike, que ahora parecía llevarse un poco mejor con ambos, salía corriendo a su despacho en cuanto que entraban juntos por la puerta. Nadine y Thomas pasaban por allí cada tarde, pero últimamente parecían estar de un raro que Kirsty no acertaba a entender… Pero estaba demasiado saturada con sus propios problemas como para pararse a analizarlo. Al menos veía a su padre contento y parecía que completamente restablecido. Volvía a tener la misma vitalidad de siempre, junto con su envidiable sentido del humor, y Kirsty estaba encantada de verlo así. Incluso le había recomendado el día anterior que se echara una novia que pudiera aprovechar todo aquel despliegue de energía, a lo cual, para su sorpresa, no se negó del todo. Y Kirsty tuvo que reconocer que, a sus sesenta y dos años, su padre era un tipo aún muy atractivo y con un sinfín de cualidades que lo convertían en un gran partido. Claro que a ella la idea de tener una madrastra no la seducía demasiado. —Me ha dicho Nadine que mañana ya puedes retirarte la venda para empezar a ejercitar el pie —le dijo Mike, sentándose en el sillón que había frente al sofá donde Kirsty descansaba, tras quedarse por fin a solas. —Sí, dice que vendrá por la mañana para ayudarme —le contó—. Si al terminar de moverlo me duele mucho, tendrá que volver a vendarlo. —Seguro que todo va genial. —Eso espero —admitió—. Me apetece mucho empezar con la terapia. Me muero por darme un baño en la piscina, bueno… y por meterme en el jacuzzi —Sonrió—, y por usar la sauna y el sillón de masaje… —No sé si estás para las palizas que te pega ese sillón —bromeó Mike—. Se levanta uno baldao de allí. —¿En serio? Porque necesito un masaje urgente en la espalda —se quejó—. ¿Me das uno? «No se te ocurra ruborizarte», se dijo, tras un comentario que no había tenido ninguna intención de hacer en alto. —Si tuviera la más mínima idea de dar masajes, no tendría problema —le dijo Mike de una forma de lo más natural—. Pero igual te termino de estropear. Kirsty sonrió, pero le molestó lo poco que a él parecían afectarle aquel tipo de comentarios. En realidad, últimamente parecía no afectarle lo más mínimo nada de lo que ella dijera. Claro que ella estaba teniendo la precaución de comportarse. Por cuánto tiempo iba a lograrlo era la pregunta del millón de dólares. —Una pena —bromeó Kirsty ahora—. Deberías incluir un servicio de masaje con la cuota del spa. —¿Además de la pensión completa? —Sonrió divertido, provocándole a Kirsty un cosquilleo en salva sea la parte que la chica prefirió ignorar. —Lo que me recuerda que tengo hambre. —Oye, zampas mucho —le dijo, poniéndose en pie—. ¿Dónde narices lo echas? —Supongo que es una cuestión de genética. —Sonrió, orgullosa por el halago—. ¿Me alcanzas las muletas? —¿Dónde vas? —Contigo a la cocina. No estoy manca, puedo ayudar. —¿Es tu forma de ganarte tu manutención? —Es un modo de verlo. —Rio Kirsty, poniéndose en pie—. Espera, voy a intentar apoyar el tobillo un poco… —¡Ni hablar! —protestó Mike al instante. —Nadine dice que mañana podré empezar a hacerlo. —Hoy no es mañana. —Pero creo que puedo llegar a la cocina sin muletas —insistió—. Me tienen la espalda muy sobrecargada. Intentó posar el pie un poco y al segundo siguiente se encontró volando por el aire cuando Mike la levantó en brazos. —¡Que no pasa nada! —Rio divertida, sintiéndose como en una reposición de cine clásico. —Mañana con Nadine haces lo que quieras, pero mientras estés conmigo, mando yo —le dijo, caminando con ella en brazos hasta la cocina. «Igual podríamos retrasar un poco la recuperación si consigo que me lleve en brazos a todas partes…», sonrió, complacida, y sin poder evitar que se le acelerara el ritmo cardiaco. —Echaba un poco de menos al Sargento Semana —dijo Kirsty, y rio ante el divertido gesto de espanto de Mike—. Reconoce que te gusta mandar, no pasa nada. Mike la sentó en uno de los taburetes altos de la isleta de la cocina. —También acato órdenes estupendamente —se defendió. —¿Me juego la cena si discrepo? —dijo Kirsty entre risas. —De verdad tienes hambre, ¿eh? —La carcajada de Kirsty le hizo sonreír a su vez—. Te nombro encargada de la ensalada —le dijo, sacando los ingredientes de la nevera. —Guau, ¡cuánto honor! —¿Has visto? Para que luego me llames mandón… Mike se giró hacia la inducción para hacer a la plancha los filetes que tenían para cenar, y Kirsty lo miró embobada, sin poder borrar la sonrisa de su rostro. Debía reconocer que le encantaba bromear con él de aquella manera. Si tan solo pudieran añadir a la ecuación algún que otro beso… «Vale, igual no me conformaría solo con los besos», tuvo que admitir. «También quiero volver a ver el universo de colores… ¡Qué demonios, quiero ver ese universo cada diez minutos!». Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de su trasero y concentrarse en la ensalada. Capítulo 35 El tobillo resultó no estar tan bien como cabría suponer. La movilidad, a criterio de Nadine, era demasiado reducida para llevar diez días inmovilizado, y Mike se empeñó en llevarla al hospital para consultarlo con un traumatólogo, que estuvo de acuerdo en que necesitaría hacer terapia con un fisioterapeuta profesional. Por fortuna, el propio traumatólogo tenía un amigo, muy bueno en aquel tipo de terapias, y que no tendría inconveniente en desplazarse a Little Meadows para tratarla. —No pasa nada —le dijo Mike en el coche cuando iban de vuelta a casa. Kirsty le devolvió una mirada triste. —En pocos días estarás corriendo de aquí para allá —insistió el chico—. Y ha dicho que puedes empezar a apoyarlo. —Sí, lo sé, es solo que me había hecho a la idea de que podría bañarme ya. —Bueno, ahora solo llevas esa tobillera —le recordó—. Puedes quitártela y bañarte cuando quieras. —Pero no puedo nadar. —No, pero si puedes meterte en el jacuzzi. La cara de Kirsty se iluminó como un árbol de Navidad. —¿Tú crees? —No veo por qué no. —Sonrió, contagiándose de su entusiasmo. —¿Sí? —De repente parecía una niña con zapatos nuevos—. ¡Pues voy de cabeza a ese jacuzzi en cuanto que entre por la puerta! Claro que no sé si tengo un bañador… —Frunció el ceño—, pero me da igual. Puedo bañarme en ropa interior sin problema, al fin y al cabo, ahora solo somos hermanos. No te importa, ¿no? —¿Por qué iba importarme? —dijo Mike, encogiéndose de hombros. «Claro, Kirs, ¿por qué iba a importarle verte medio en pelotas?», se dijo irritada, pero no se dejó influir. —Genial. —Sonrió, ahora fingiendo más entusiasmo del que sentía—. Oye, me encanta ser tu hermana, de no serlo tendría que haber esperado a que me trajeran un bikini para poder bañarme. —Nunca has tenido problema con eso, que yo recuerde. Kirsty sonrió. Quizá si conseguía que él hablara de aquella noche… —¡Es verdad! —dijo encantada—. No sería la primera vez que me meto en tu jacuzzi en paños menores, aunque aquel día tenía mis motivos para desnudarme… —¿Sí? —preguntó casi como de forma distraída. —Claro, quería provocarte para que me dieras uno de tus escarmientos —dejó caer, como si hablara del tiempo—, pero ya no tengo que preocuparme por eso. Lo miró de reojo y comprobó que él ya no sonreía; aquello la hizo sentirse mal también. —No pretendía molestarte —le dijo, ya más seria—. Creía que ahora podíamos hablar de todo. —De los escarmientos no —le dijo con voz grave mientras entraban por fin en Little Meadows y enfilaban el camino hacia la casa. —Pues no entiendo por qué tiene que ser un tema tabú —opinó. —Prefiero que lo sea. —¿Por qué? —se aventuró a preguntar con cautela. —Porque aún acarreas secuelas del último, por ejemplo. Kirsty se quedó perpleja ante la respuesta. Observó a Mike con detenimiento y fue consciente de la forma en que sus manos se aferraban al volante, con más fuerza de la necesaria. —Mi accidente no tuvo nada que ver con aquello —le dijo, tras buscar las palabras adecuadas —. Yo nunca debí subirme al caballo, así de simple. Él no contestó. —¿Mike? —Déjalo. —Pero… —Pero nada, Kirsty —interrumpió, y se giró a mirarla tras detener el coche a la puerta de la casa—. Nunca te habrías subido a ese caballo de no ser por mi culpa, tú lo sabes y yo lo sé, fin de la historia. Jamás volveré a cometer un error semejante, eso ya te lo prometí, pero no me pidas que hable de todo aquello, porque no puedo. Se bajó del coche dejando a la chica perpleja y con ganas de gritar de impotencia. Mike acababa de calificar como un error todo lo que había pasado entre ellos, pero no era aquello lo que más le preocupaba, sino el intenso sentimiento de culpa que él parecía albergar en su interior… y del que no había sido realmente consciente hasta aquel instante. Cuando Mike abrió su puerta y le tendió la mano para ayudarla a bajar del coche, Kirsty solo hubiera querido abrazarlo fuerte y besarlo hasta borrar todo rastro de culpa. Sabía que aquello no sería bien recibido, pero tampoco podía dejar las cosas así. Tomó la mano de Mike, salió del coche, pero lo miró a los ojos antes de coger las muletas que le tendía. —Yo no te culpo por el accidente, Mike —le aseguró con firmeza—. Sé que lo pasaste mal cuando estuve inconsciente, pero no sabía que seguías culpándote tras pasar el peligro. ¿Por eso no fuiste casi a verme mientras estaba en el hospital? —Hizo una pausa y admitió—: Eso sí me dolió. Observó que Mike apretaba los dientes y parecía buscar las palabras adecuadas antes de hablar. —El doctor Maxwell insistió en la importancia de que estuvieras tranquila —terminó diciendo—. Y los dos sabemos que mi presencia no te ayudaba. Kirsty lo miró perpleja. —¿Lo hiciste por mí? —casi susurró. —Era lo mejor. «Aquello era un sí», pensó con el corazón en un puño, conteniéndose con todas sus fuerzas para no lanzarse a sus brazos. —Y ahora ¿podemos entrar en la casa? —insistió él, tendiéndole de nuevo las muletas. —Mike… —Ya, por favor. Perpleja, leyó la súplica en sus ojos además de en sus palabras. —Pero… no quiero que te sientas mal, Mike —le pidió—. Todo está bien. Yo me estoy recuperando y pronto todo esto solo será una anécdota. —¿Una anécdota? —le dijo Mike, ahora en un arrebato—. ¿Tú eres consciente de lo poco que ha faltado para que esa caída te matara? —¡Pero no me mató! —A mí sí —dijo ahora en un susurro casi imperceptible, dejándola ver en sus ojos la agonía que anidaba dentro de él. Kirsty tuvo que ahogar una exclamación de angustia cuando sintió aquel dolor como suyo. —Mike… —intentó abrazarlo, pero él no se lo permitió. —Por favor, Kirsty, vamos a olvidar los últimos minutos —suplicó ahora, poniéndole las manos sobre los hombros para asegurarse su atención—. Déjame comportarme de forma honorable y ser el hermano que necesitas a partir de ahora. Kirsty solo quería llorar.

Durante el siguiente par de días, Kirsty intentó comportarse con la misma naturalidad de hermana que los primeros días de convivencia, pero cuando estaba a solas o con Jess, no podía evitar llorar desconsolada. Aquella conversación junto al coche, que había surgido de una forma tan fortuita, había terminado siendo la más sincera y reveladora que habían tenido nunca, y las consecuencias dolían a cada minuto del día. Lo curioso era que no sufría solo por ella, lo que no podía apartar de su mente era la mirada angustiada de Mike, que anhelaba poder borrar con besos lentos y tiernos. Por fortuna, Alek la había mantenido ocupada aquel día de una entrevista a otra, impidiendo que se ahogara de nuevo en sus propias lágrimas. Al menos hasta que uno de los periodistas de la única revista sensacionalista a la que habían dado cabida, se las apañó para preguntarle a Mike qué tipo de relación mantenían entre ellos, a lo que él no había tenido ningún problema en confirmar que eran como hermanos. A partir de aquel momento, un negro nubarrón había sobrevolado su cabeza y no había sido capaz de centrarse del todo de nuevo. Eran cerca de las ocho de la tarde cuando la revista literaria Poetry London se despidió, y Kirsty pudo relajarse. —Han sido demasiadas entrevistas —protestó Mike cuando ella dejó escapar un suspiro de agotamiento. —Estoy bien. —Al menos nos las hemos quitado en un día —dijo Alek, y le sonrió a Kirsty—. Has estado estupenda, te felicito. Marty salió al jardín con una sonrisa también cansada. —Decidme que hemos terminado —suplicó el hombre, dejándose caer en una silla—. Creo que no pienso leer más ni la prensa deportiva. —¡Qué exagerado! —Rio Jess—. Si los periodistas somos la salsa de la vida. —La salsa agridulce —susurró Alek. —¡La salsa picante! —le dijo malhumorada—. Pero qué vas a saber tú de eso, sosainas. —¡Joder, no veo el momento de perderte de vista! —terció Alek, irritado. —Dos días nos quedan solo por soportarnos —le recordó Jess. —Más las seis horas de vuelo, que van a ser como seiscientas… Kirsty intentaba sonreír ante la discusión. Debía reconocer que había algunas peleas entre Jess y Alek dignas de ser retransmitidas, por lo ingeniosas que podían resultar a veces por ambas partes, pero estaba ya muy cansada de todo el día y solo aguardaba el momento de poder sentarse con Mike a cenar y a charlar de cualquier tema. En el tiempo que llevaban viviendo juntos, sobre todo durante las cenas, había descubierto cuánto le gustaba conversar con él y las opiniones tan interesantes que él tenía sobre prácticamente cualquier cosa que le preguntaras. Al menos durante aquellos momentos disfrutaba mucho de su compañía, sin pensar en todo lo que la atormentaba. Sorprendida, una noche había comprendido que ahora era cuando realmente estaba comenzando a conocerlo en profundidad, y no conseguía encontrar en él nada que no le gustara. Thomas y Nadine hicieron su aparición cuando Kirsty estaba a punto de echar con discreción a todo el mundo de la casa. Suspiró y se hizo a la idea de que la ansiada soledad con Mike tardaría un poco más en llegar. —Dice Andy que él no está hecho para el show business. —Rio Thomas cogiendo asiento. —A mí tampoco me seduce —admitió Marty divertido—, pero me he reído mucho con ese muchacho todo el día. Al menos se nos ha hecho amena la vigilancia. —Ha estado todo muy bien organizado. —Sonrió Kirsty—. Gracias a todos. —Se te ve cansada —le dijo su padre, preocupado. —Solo un poco. —¿Cómo tienes el tobillo? —le preguntó Nadine. —Creo que mejor, y mañana viene el fisio nuevo a empezar con la rehabilitación —contó la chica—. Lo pospuse para poder quitarme hoy de encima todas las entrevistas. A partir de mañana, no quiero oír hablar de Riley y Darcy en una buena temporada. —Miró a Alek—. No te ofendas. —Estoy harto de esos dos hasta yo. —Rio el editor—. Pero no te me duermas para empezar a trabajar en la última entrega. —¡Y no se te ocurra matar a Riley o te pongo una denuncia! —dijo Jess, amenazándola con un dedo. —¿Matarlo? —exclamó Nadine como una escopeta—. ¡No tendrías mundo para correr si me haces eso! Kirsty sonrió con sorna y dijo con tranquilidad: —Ya no quiero matarlo, no os preocupéis, en realidad ahora me cae bastante bien. —Miró a Mike, que estaba jugueteando con una pequeña goma elástica, y le guiñó un ojo. De forma un tanto imprevista, la goma se le escapó de entre los dedos y voló por el aire hasta la mejilla de Marty, que se quejó al instante. —Lo siento —se excusó Mike con cierta sorna—. Se me ha escapado. No saques la pistola. —¿Llevas pistola? —preguntó Jess, encantada. Marty sonrió divertido. —No, no la llevo —aclaró—. No soy el detective Riley, eso se lo dejo aquí a mi sobrino, por lo visto. Tanto Marty como Thomas dejaron escapar una divertida carcajada. —Qué graciosos —protestó Mike—. Me parto con vosotros. —No te quejes tanto. —Rio Thomas—. A ti te encanta Riley, debería ser un honor que te llamen así. Kirsty miró a Mike, sorprendida. De repente parecía un poco inquieto. —Pensé que solo habías leído capítulos sueltos —no pudo Kirsty contenerse en recordarle. Sus ojos se encontraron, y por un momento le pareció que él también rememoraba el momento en el que le había dicho justo aquello, tras un comentario muy subido de tono acerca de cierto policía de aduanas… Tuvo que contenerse para no abanicarse para intentar mitigar el repentino calor. —¿Capítulo sueltos? —Volvió a reír Thomas, que iba por libre—. Pero si me quita los manuscritos originales nada más llegar. No hay novela que no haya leído antes que yo, y me consta que las relee cuando llega el libro en papel. Kirsty lo miró, ahora pasmada, y una intensa y tierna emoción le recorrió el cuerpo para terminar anidando en su pecho. Cuando vio como Mike evitaba mirarla, realmente avergonzado, aquella ternura se multiplicó hasta el infinito. «Por Dios, ¡cómo amo a este hombre!», pensó para sí, sin poder evitar sonreír, pero aquello fue solo hasta que interiorizó aquella repentina auto confesión, que parecía haber brotado sola de lo más profundo de su corazón, el cual comenzó a latir a marchas forzadas. Ahora con un nudo enorme en la garganta, que le impedía hasta tragar saliva, deseó poder desaparecer por unas horas para poder asimilarlo. Por fortuna, su padre y Marty, ambos de lo más dicharacheros aquella tarde, se encargaron de cambiar de tema casi al instante y se lo llevaron por derroteros mucho más seguros para todos. Pero Kirsty ya no pudo seguir comportándose con normalidad. No tardó en excusarse, alegando necesitar descansar un rato tras el largo día. —Te acompaño a tu cuarto —le dijo Jess—. ¿Y las muletas? —Esta mañana he venido caminando —le recordó, poniéndose en pie, y no pudo evitar un gesto de dolor—, pero creo que eso ha sido teniéndolo descansado. —¿Voy a por ellas a tu alcoba? —preguntó Nadine, solícita. Mike se puso en pie con un movimiento enérgico. —No es necesario, yo la llevo. Kirsty estuvo en un tris de negarse. Lo menos que necesitaba en aquel momento era más intimidad, pero le pareció muy feo rechazar el ofrecimiento delante de todos; así que dejó que él la tomara en brazos, le rodeó el cuello con uno de sus brazos e intentó despedirse del resto con una sonrisa, aunque se aseguró de hacerle un gesto a Jess para que los siguiera. En el trayecto del jardín a su habitación, Kirsty estuvo tentada de apoyar la cabeza sobre su hombro más veces de las que resultaban lógicas en medio minuto de traslado. Cuando la soltó sobre la cama, le sonrió tímida y le agradeció su ayuda, deseando que se marchara cuanto antes. —¿Vas a decirme qué te pasa? —le preguntó Jess en cuanto se quedaron a solas. Kirsty tuvo que respirar hondo varias veces antes de poder hablar. —Lo amo —probó a decir en alto. —Lo sé, ¿y? —¿Que lo sabes? —La miró perpleja—. ¡Cómo que lo sabes, Jess! —Desde el primer día que llegué —le aseguró su amiga, sin ánimo de bromear—. Y tú también, Kirsty, otra cosa diferente es que no quisieras aceptarlo. —¡Ay, joder! —Casi hiperventiló—. ¡Necesito pasear! —Lo siento, pero el recorrido del tigre enjaulado no va a poder ser —le dijo, y le tendió un oso de peluche que había sobre la cama—. Puedes estrujar a este pobre, si quieres. Kirsty aceptó el oso y lo apretujó con nerviosismo. —No puedo creer que no me haya dado cuenta antes… —dijo casi para sí, aún aturdida—. Le odiaba tanto qué… —Has hablado en pasado. Aquel hecho también sorprendió a Kirsty, que estaba cada vez más exaltada. Se paró unos segundos a pensar en aquello y tuvo que terminar aceptando: —Yo… he dejado de odiarlo —admitió impresionada, sin poder evitar que las lágrimas afloraran a sus ojos. En realidad, empezaba a preguntarse si lo había odiado alguna vez, o solo se había escudado tras aquel sentimiento para poder esconder sus verdaderos sentimientos y que el dolor se hiciera soportable. Sea como fuere, ya no le guardaba ningún rencor por todo lo sucedido años atrás. Lo había perdonado, de eso estaba segura, y aquello de alguna forma la obligaba a admitir su parte de culpa en sus seis años de exilio… No pudo evitar dejar escapar un lamento y rompió a llorar—. ¡Ay, Jess, ¿qué voy a hacer ahora?! —De momento, calmarte —le pidió su amiga—. Lo verás todo mucho más claro cuando lo consigas. —Yo… me he cargado todo lo que pudo ser —se fustigó de nuevo. —No toda la culpa es tuya. —Lo sé, pero sí es mío el problema —suspiró y se llevó las manos al corazón—. ¿Qué demonios hago ahora con todo este sentimiento que llevo dentro? —¿Por qué das por hecho que él no lo quiere? —Porque me ha dejado bien claro que solo quiere a la hermana —le recordó—. Y yo quiero respetar sus deseos. —Venga, Kirsty, pero si hace un rato le has guiñado un ojo y casi deja tuerto a Marty — exclamó Jess, y rio ante el gesto de asombro de su amiga—. ¿Es que tú no te das cuenta de esas cosas? Pero Kirsty se sentía demasiado sensible y confundida en aquel momento. —Ya no me mira de ese modo —se lamentó, sin poder evitar soltar un sonoro y doloroso suspiro—. Y te juro que daría lo que fuera por poder ver de nuevo en sus ojos aquella lujuria que me hacía hervir la sangre. Me muero por volver a ser el blanco de sus insinuaciones, sus salidas de tono…, sus escarmientos. —Lloró de nuevo—. Pero nada de eso está ya ahí; y a mí se me doblan las rodillas en cuanto que lo veo sonreír. —¿Y quién dice que él no sufre de esa misma debilidad? —insistió Jess—. ¿O es que tú le dejas ver la tuya? Aquello sí consiguió confundirla. —Quizá deberías dejar de lamentarte e intentar conquistarlo —añadió Jess, al verla titubear. …Y aquella frase la persiguió durante el resto de la noche, en la que apenas pudo pegar ojo. Capítulo 36 Tras la larga noche y habiéndolo meditado durante horas, Kirsty salió de su habitación deseando comprobar si Jess podía tener razón en algunas de sus opiniones. Con el corazón acelerado, entró en el despacho de Mike, como cada mañana, para darle los buenos días e informarle de que se había levantado. Y, como cada mañana, él la recibió con una sonrisa y ambos fueron a la cocina para desayunar juntos; pero ella no se sentía igual que siempre… Su corazón seguía bailando de júbilo al verlo, pero tocaba un compás muy distinto, mucho más intenso y vivaz. —Te encuentras mejor —le preguntó Mike, al que la noche anterior le había puesto una excusa para no salir a cenar. —Sí, mucho mejor. —Sonrió—. Ayer fue un día muy largo. «Y el fin de fiesta ni te imaginas», pensó, resignada. —En un rato me gustaría meterme en el jacuzzi —le dijo antes de perder la valentía—. ¿Es posible? —Claro, ¿vas a esperar a Jess? —Jess va a tardar —le contó—. Quiere dejar hecha la maleta para mañana y tiene que terminar no sé qué artículo. «Y hemos quedado en que no vendría para que seas tú quien me ayude en el jacuzzi…», pensó, disimulando una sonrisa. Mike se limitó a asentir y se quedó muy callado. —¿Hay algún problema? —preguntó extrañada—. Hace par de días me dijiste que podía usarlo. «Solo que no he tenido ánimos…», pero aquello tampoco se lo dijo. —Claro que sí —se apresuró a decirle Mike—. Es solo que tengo que hacer algunas llamadas importantes. —¿Y qué? No pienso ahogarme en tu ausencia —bromeó. —¿Podrías ahorrarte ese tipo de comentarios? —se quejó, con una sinceridad que a Kirsty le arrancó una sonrisa tierna—. Solo dame una hora y te acompaño. —¿Vas a bañarte conmigo? —le preguntó como de pasada. —No —negó categórico. —¿Por qué? Si tienes que estar en el spa, al menos aprovecha también para relajarte. — Sonrió. ¿Sería muy atrevido decirle que quizá pudieran usar también la sauna?… —Yo… no creo que sea buena idea… —casi titubeó Mike. —¿Por qué? —Oye, ¿la etapa de los porqués no se pasa con tres años? —preguntó, ahora un poco irritado. Kirsty sonrió divertida. Al menos aquello era una reacción curiosa a su propuesta. —No te enfades —Sonrió con fingida inocencia—, es solo que me siento un poco culpable por fastidiarte la mañana de trabajo solo para cuidarme. Puedo dejar el jacuzzi para luego sí… —No, de verdad —interrumpió—. No me importa. Kirsty estuvo a punto de soltar una exclamación de triunfo. —Oye, te has convertido en un gran hermano… —bromeó, esperando que él no notara el retintín en su voz. Y creyó oírlo murmurar entre dientes algo ininteligible, pero que no sonaba muy amistoso—. ¿Has dicho algo? —No, todo bien. Pasa por mi despacho en un rato. —Descuida —Sonrió—, no se me olvidará. Una hora después, Kirsty estaba más feliz que Machín con su maraca mientras tocaba a la puerta del despacho de nuevo. Había estado en un tris de presentarse directamente en bikini, pero no había tenido las agallas suficientes, así que se había puesto encima una camisola enorme, pero que estaba deseando quitarse. Para su desgracia, cuando por fin lo hizo, solo consiguió una amarga decepción que la hundió en la más absoluta de las depresiones. Mike apenas se paró a mirarla, ni al entrar ni al salir del jacuzzi, a pesar de ser él quien le tendiera la mano y la ayudara a ponerse el albornoz, como haría cualquier hermano mayor solícito y atento. Aquello fue como un jarro de agua helada sobre su cabeza y, peor aún, le dolió igual que si una fina daga rajara su delicada piel. —¿Te encuentras bien? —le preguntó Mike con un gesto preocupado. —Sí, es solo que… creo que me ha bajado un poco la tensión —apenas susurró mientras se sentaba en una de las hamacas. —Es del jacuzzi. Relájate un poco —le aconsejó—. ¿Necesitas algo? «¡Que dejes de ser tan condenadamente educado!», estuvo en un tris de decirle. Empezaba a sacarla de quicio tanta complacencia.

Cuando Jess entró por la puerta de su habitación una hora más tarde, se encontró a Kirsty asomada a la ventana con un gesto triste. —¡¿Cómo es eso de que ni te ha mirado?! —se quejó Jess, molesta. —Ni un poquito —tuvo que repetir lo que ya le había dicho por WhatsApp. —Quizá tu bikini no es lo suficientemente pequeño… —opinó Jess. A Kirsty le hubiera encantado reír la broma, pero apenas pudo esbozar una tenue sonrisa. —No creo que el problema sea el tamaño de mi bikini —suspiró, y caminó hasta la cama cojeando—. Soy yo, ya no le atraigo ni un poquito. —¡Qué tontería! ¿No irás a darte por vencida? —No, pero… —¡Sin peros! —Jess caminó hasta el armario y lo abrió de par en par—. Vamos a hacer algunos arreglos en tu ropa… Kirsty la miró como si se hubiera vuelto loca. —¿Qué le pasa a mi ropa? —Nada, es perfecta, pero habrá que adoptar algunas medidas desesperadas para la ocasión — insistió Jess con una sonrisa—. ¿Dónde puedo encontrar unas tijeras? Por alguna extraña razón, que se escapó a su raciocinio, Kirsty le indicó el cajón exacto de la cocina. Durante una hora, permitió a Jess cargarse algunas camisetas y unos pantalones vaqueros. No sabía si serviría para algo, pero al menos sí consiguió que Kirsty sonriera y se olvidara un poco de sus quebraderos de cabeza. —Te has pasado un poco —dijo Kirsty mirándose en el espejo de cuerpo entero, intentando tirarse un poco de la camiseta que Jess había cortado al menos tres dedos por encima del ombligo, además de eso, le había quitado las mangas y el cuello. —A callar, pruébate los pantalones. —Se los tendió. —¡Jess! —gritó tras probárselos—. ¡Te has pasado tres pueblos! —Creo que siguen largos —opinó—. Mi intención era que se te vieran los carrillitos del culete… Kirsty dejó escapar una carcajada divertida ante el comentario. —Pero te sientan como un guante, Kirsty —agregó entusiasmada—. Chica, estás que te rompes de buena. Porque a mí me gustan más los tíos que a un tonto un lápiz, que si no… Entre risas, Kirsty siguió probándose un par de prendas más que su amiga había destrozado para ella, bueno para Mike, según se había encargado Jess de recalcar en varias ocasiones. —Venga, ¿qué te dejas puesto? —le preguntó cuando rondaba la hora de comer. —Nada de todo eso. —Rio ante el gesto de indignación mientras sacaba del armario unos leggins deportivos y una camiseta. Se vistió y se giró a mirar a su amiga—. No necesito más rechazos por hoy, gracias. Jess observó cómo se ajustaban aquellas mallas a su trasero y cómo la camiseta, a pesar de llegarle hasta las caderas, no escondía para nada aquel cuerpazo que habría que ser muy imbécil para no mirar. —Así estoy más cómoda. —Sonrió Kirsty mirándose en el espejo. —Pero igual de buena, Kirs, aunque yo… le daría un toquecito picante. —Caminó hasta ella, tiró de la camiseta hacia arriba y le hizo un nudo en la parte delantera—. El toque perfecto. Kirsty se miró en el espejo y suspiró. Tenía que reconocer que estaba estupenda, pero no sabía si podía enfrentarse de nuevo al hecho de que Mike no se inmutara. —Jess… —Tira para afuera. —Pero… —¿Otra vez? ¡Sin peros! —¡Tus sin peros se han cargado la mitad de mi armario! Cuando salían de la alcoba se cruzaron con Mike, que salía ahora del despacho dos puertas más allá. —¡Qué bien nos vienes! —le dijo Jess con una sonrisa inocente—. Le duele la espalda para muletas, ¿puedes llevarla en brazos al jardín, porfa? Kirsty hubiera matado a su amiga de tener oportunidad. —Claro —asintió Mike, y miró a Kirsty, que se esforzaba por parecer de lo más normal—. Pero ¿no vas a tener frío así? —Uy, la sudadera, sabía que se me olvidaba algo. —Entró de nuevo en la habitación y caminó cojeando hasta el armario. —¿Te ayudo? —le preguntó Jess, yendo tras ella. —Tú ya has hecho bastante —protestó en apenas un susurro. Su amiga le devolvió una expresión divertida. —¡Qué vergüenza, por favor! —insistió Kirsty. —Pero te ha mirado. —Rio Jess—. Ha tenido que hacerlo para darse cuenta de que vas medio desnuda… Kirsty descolgó una de sus chaquetas y miró a su amiga intentando no sonreír. Aquello le pasaba por hacerle caso. —No hagas esperar a tu transporte —le dijo Jess con sorna—. Te espera con los brazos abiertos. —No te pongas muy cerca, que todavía te cojo de los pelos… La carcajada de Jess la hizo reír a su vez.

Una hora más tarde se sentaron a comer juntos bajo la carpa del jardín. Alek llegó raspado a la cita, con la consiguiente protesta por parte de Jess, que siempre estaba dispuesta a amonestarlo. Aquella era la última comida que harían juntos antes de que Alek y Jess volvieran a Nueva York, y todos querían que fuera algo especial. Charlaron de forma animada durante toda la comida, e incluso se rieron de lo lindo mientras Alek les contaba la historia del día que había mantenido una acalorada discusión sobre fantasmas con un extraño frente a la casa del terror de un parque de atracciones de Portland, y hasta que no se marchó de allí no fue consciente de que aquel desconocido era Stephen King en persona. —¡No puede ser! —Rio Kirsty a carcajada limpia. —Os juro que me di cuenta casi en mi hotel. —¿Y qué hacías en Portland? —se interesó Jess. —Un estudio sobre casas encantadas —contó—. Recorrí dieciséis estados en cincuenta y cuatro días. Jess lo miró como si se hubiera vuelto loco de remate. —Por eso me fastidio tanto perder la oportunidad de charlar con King, sabiendo que era él. —Espera —interrumpió Jess de nuevo—. ¿Hablas en serio? —¿Por qué no iba a hacerlo? —Porque eso no encaja para nada con el Alek que conozco. —Con el sosaina de los trajes aburridos, ¿dices? —Sonrió el chico con cierto cinismo—. ¿Al que has visto seis veces? —Sí, justo ese. —Se la veía desconcertada—. Y soy especialmente buena para detectar a los tipos aburridos y sin fundamento. —¡Jess! —casi gritó Kirsty, tan avergonzada que no sabía dónde meterse, pero ninguno de los dos le hizo el menor caso. —Pues conmigo te has lucido —le aseguró Alek mirándola con hastío—. Espero que te documentes mejor en tus reportajes, o no te auguro mucho futuro en el periodismo. —¡Y qué narices sabes tú de periodismo! —Ahora estaba rabiosa. —Puede que un pelín más que tú. —¿Ahora resulta que eres periodista? —se burló. —Ahora no, lo soy desde hace diez años. Jess lo miró con rabia y estudió su expresión arrogante. Después miró a su amiga, que le hizo un leve gesto afirmativo. —¡Venga ya, no me lo creo! Mike se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó la tarjeta que Alek le había dado hacía un rato y se la tendió a Jess, esperando poder terminar con la discusión. La chica apretó los dientes con fuerza, irritada, cuando leyó la tarjeta.

Alek R. Dawson (Periodista. Escritor. Editor)

—Puede que seas periodista —aceptó Jess—, al menos tienes la titulación; pero si no ejerces, no tienes ni idea de periodismo. Alek dejó escapar una risa irónica. —Vale. Piensa lo que quieras —concedió finalmente, pero con una sonrisa tan prepotente que Jess no pudo disimular las ganar de golpearlo. —¿Podemos cambiar a un tema menos conflictivo? —suplicó Kirsty—. Habíais prometido no discutir durante la comida. —Díselo a tu amiga, la experta periodista. —Se encogió Alek de hombros con fingida tranquilidad. —¡Eres un imbécil! —exclamó Jess malhumorada. —¿Sí? ¿No necesito titulación para eso? —Bueno, vale ya —intervino Kirsty. Le quitó la tarjeta a Jess de las manos para zanjar el asunto, y la leyó de forma distraída, buscando otro tema de conversación—. Oye, por curiosidad, ¿de qué es la erre? —¿Qué? —Alek R. Dawson, ¿de qué es la erre? —Reese —admitió Alek a regañadientes. —¡Espera! —interrumpió Jess—. ¿Te llamas Alek Reese, igual que el intrépido periodista? —¿Por qué te crees que no uso la erre? —le preguntó malhumorado—. No es fácil moverte en mi mundo llamándote igual que un periodista famoso. —¿Que un dios del periodismo, querrás decir? —insistió Jess. Alek suspiró con hastío. —No voy a discutir contigo sobre ese tipo de nuevo —aseguró, pero lo estropeó al añadir—: Aunque llamarlo intrépido, me parece exagerado. Además, ¿quién habla así? ¡Intrépido periodista! ¡Guau, para dejarlo caer en cualquier conversación! —¿No será que le tienes envidia? —Eso sí es gracioso —ironizó—. ¿Y qué tendría que envidiarle? —¿Tres premios Pulitzer? —Los Pulitzer están sobrevalorados. —¡Tú ni eres periodista ni eres nada! —se indignó Jess por completo. —Vale, el tipo es bueno —admitió. Sonrió y añadió—: e intrépido…, pero ¿qué más tiene para que lo defiendas a ultranza sin conocerlo? —¿Y por qué crees que no lo conozco? Alek guardó silencio y la miró con cierta curiosidad. —¿Lo conoces? —Puede —dijo, orgullosa. —¿Y cómo es? —dijo mordaz—. ¿Qué tiene de malo? —¡No tiene nada de malo! —¿No? ¿Y por qué no va nunca a recoger ninguno de sus premios? —insistió—. ¿Tiene algún tipo de deformidad de la que se avergüenza? La discusión continuó largo rato, ante el total estupor de Kirsty y Mike, que terminaron mirándose entre ellos con resignación. —Hace rato que parece que estamos en un partido de tenis. —Rio Mike, inclinándose hacia Kirsty para que solo lo escuchara ella—. Pero debo reconocer que tienen su gracia… Kirsty rio y asintió, reclinándose también en su silla para ganar más intimidad. —Hasta que uno de los dos se viene arriba y termina avergonzándonos a todos —dijo divertida—. No sé si lograrán limar sus diferencias algún día. —¿En posición vertical? —Sonrió—. Lo dudo. La chica guardó silencio mientras analizaba aquel comentario. —¿Tú crees que… entre ellos…? —Obsérvalos discutir y dímelo tú. —Señaló a la pareja. Kirsty sonrió ante la pasión con la que ambos defendían sus puntos de vista y la mirada brillante que tenían puesta sobre el otro. —Guau, saltan chispas. —Rio Kirsty, intentando que aquel tipo de conversación con él no le afectara—. Quizá no esté todo perdido después de todo… —Si ceden, Kirsty, y parece que les va a costar. —Puede que necesiten aprender a llevarse mejor antes de dar otro paso. Mike movió la cabeza anunciando su total desacuerdo. —Hay cosas que solo se solucionan en la cama, pelirroja. Kirsty a punto estuvo de atragantarse con la saliva. Mike solo la llamaba pelirroja cuando las cosas entre ellos se caldeaban, y su cerebro parecía estar predispuesto a responder e incendiar su cuerpo en cuanto lo escuchaba, como lo haría alguien en trance frente a su hipnotizador. Observó a Mike de reojo, comprobando que parecía algo más serio, y se aventuró a decir: —Nosotros hemos conseguido superar nuestras discusiones. Esperó la respuesta con el corazón en un puño. Si le salía con el cuento de que ellos eran hermanos…, estaba segura de que iba a golpearle. —Sí, eso parece —murmuró Mike. —Y sin meternos en la cama. —Sonrió Kirsty, como si no estuviera a punto de sufrir una taquicardia—. Ahora podemos hablar de todo, tú me vigilas en el jacuzzi, me llevas en brazos a todas partes…, y todo eso sin inmutarte. Miró a Mike de reojo, que no se giró a mirarla en ningún momento, pero que parecía estar muy incómodo de repente. —Es sorprendente —insistió Kirsty—. Hasta hace nada me hubieras arrastrado a un cuarto oscuro a la menor oportunidad. «¿De dónde estaba saliendo aquella desvergüenza?», se preguntó, un poco asombrada. No lo sabía, pero le daba igual. Ahora sí recibió respuesta. Mike la miró con una sonrisa mordaz y un comentario malicioso. —Y tú te habrías dejado arrastrar a cualquier parte —le recordó, en un tono confidencial. —Sin duda —admitió Kirsty, asegurándose de sonreír—. Resistirme a tus encantos nunca ha sido mi punto fuerte. —¿No? Pues se te llenaba la boca diciendo lo contrario. —Hasta que me tocabas. —Se encogió de hombros con fingida indiferencia. La misma que parecía leer en los ojos de él. —Oh, sí, lo recuerdo… —Sonrió con picardía, mirándola ahora con más intensidad. Kirsty estaba a punto de echar humo. Su sonrisa junto con aquella mirada traviesa resultaba una combinación irresistible. Y estaba tan emocionada por volver a verlas juntas que no podía dejar de sonreír a su vez como una idiota, mientras pensaba en qué podía decirle que calentara un poco más aquella conversación. —Pero ahora no te vayas a quitar culpas, ¿eh? —decidió decir, coqueta, en el mismo tono divertido—, porque yo respondía a tus insinuaciones. —Y las provocabas también. —No es verdad —intentó decir seria, pero terminó riendo ante su divertido gesto crítico—. Vale, quizá un poco. —¿Un poco? —insistió Mike—. No me hagas recordarte cierto día, en cierto jacuzzi… A Kirsty se le pusieron rojas hasta las orejas. —Ah, veo que te acuerdas… —Rio Mike. —No creo poder olvidarlo nunca —admitió, cohibida—. Y qué diferente al de esta mañana… «Mierda, Kirsty, ¿qué necesidad había de decir eso?», se amonestó. —Sí, las cosas ahora son muy diferentes —admitió Mike, ya más serio, e hizo una ligera pausa antes de añadir—: Justo como tienen que ser. «Justo como tú quieres que sean», estuvo tentada a decirle, pero prefirió no agregar más leña a las brasas. —Sí, supongo —admitió en su lugar—, pero confieso que se me hace raro que ni siquiera me mires. «Pero ¿te has vuelto loca?». ¡Aquel comentario era mucho peor que el que había desechado! —¿En serio? —preguntó él con lo que parecía una sana curiosidad. —Sí, un poco. —Y… ¿acaso te parezco ciego o tonto? Kirsty frunció el ceño y tuvo que admitir que no tenía ni la más remota idea de cómo interpretar aquel comentario. —No, pero… —Pues eso. —Cerró Mike la conversación y se puso en pie, dejándola sumida en la confusión —. ¿Postre? —les preguntó a todos. «Ay, mi madre, pero ¿qué acaba de pasar?».

El resto de la tarde, Kirsty se la pasĂł despotricando junto a Jess sobre lo sucedido en la

comida. Le contó los retazos de conversación que recordaba y se enfureció un poco con Mike, e incluso con ella misma, por haber dejado tan inconclusa una charla tan provechosa. Jess rio de lo lindo aportando su particular opinión al jeroglífico, y Kirsty terminó más confundida que al principio. A las seis de la tarde, el fisioterapeuta que estaban esperando hizo su aparición junto con Marty. Cuando Kirsty miró al tipo en cuestión, casi no dio crédito a lo que veían sus ojos. —¿Steve Danfort? —Lo miró alucinada—. ¡Cuánto tiempo! —¡Kirsty Danvers! —Rio el chico, dándole un fuerte abrazo—. Cuando me dieron la dirección de Little Meadows, casi no me lo podía creer. Ni siquiera sabía que habías vuelto a Inglaterra. —Sí, hace unos días. —Se giró a mirar a Jess e hizo las presentaciones pertinentes. Después se sentaron en el salón a charlar un rato antes de empezar con la rehabilitación. Cuando Mike salió del despacho para conocer al fisio, también se sorprendió de lo lindo. —¿Te acuerdas de Steve? —le dijo Kirsty con una sonrisa. Mike sonrió y le estrechó la mano. —Hacía años que no te veía —le dijo Steve a Mike, divertido—. Bueno, concretamente desde que sacaste a Kirsty de mi coche el día del baile, casi a la fuerza. Mike sonrió con lo que parecía una buena dosis de humor. —¿Así que tú conducías aquel coche? —bromeó ahora—. Te fuiste tan deprisa que no me dio tiempo ni a verte la cara. —Es que me dabas mucho miedo —admitió el chico con sinceridad—. De hecho, me esforcé mucho por no pasarme un solo minuto de las doce solo para no tener que vérmelas contigo. —Ay, qué mono —le susurró Jess a Kirsty al oído—. ¿Fuiste al baile de fin de curso con este bombón y no te dejaste robar ni un piquito? Kirsty le dio a Jess un divertido codazo para que se callara. —Es que no me lo puedo creer, Kirsty —insistió Jess divertida—. ¿No te dejaste magrear ni un poco? —Oh, sí que me dejé… —le dijo, también al oído—. Por Mike. —¡¿Qué?! —gritó ahora en alto, atrayendo todas las miradas—. ¡¿Tú maldición se gestó ese día?! Kirsty hubiera podido estrangular a su amiga justo en aquel instante, tal y como se aseguró de que supiera matándola con la mirada. —Y eso le dice la prota, ¿te lo puedes crees? —dijo Jess resoplando—. No me acuerdo del nombre de la novela, pero está interesante… —Te odio —susurró Kirsty solo para ella. —Ya, pero solo a ratos. —Rio Jess. Miró a Steve y le preguntó con curiosidad—. Así que ¿fuisteis juntos al baile de fin de curso?

Según Steve, tras examinar de forma exhaustiva el tobillo herido, les aseguró que no debería tardar en recuperarse, y más si podían hacer terapia dentro del agua. El chico estaba convencido de que en pocos días podría caminar sin apenas cojear y sin que quedaran secuelas de ningún tipo. —Me alegra escucharlo —admitió Kirsty, contenta—. Necesito olvidarme de las muletas del todo cuanto antes, no me dejan recuperarme tampoco del dolor de espalda. —Puedo intentar calmar un poco ese dolor también —le dijo Steve— Si te doy algo de masaje en la espalda… —Aún tiene contusiones —interrumpió Mike de improvisto, que llevaba todo el tiempo sentado junto a ella en el sofá, en silencio. —Eso si es un problema para el masaje —reconoció Steve—. Si hay moratones, habrá que esperar un poco. —No tengo ni idea, como no me la veo —bromeó la chica. —Pues tienes —le aseguró Mike—. De todos los colores. Kirsty lo miró, un tanto perpleja. Parecía que al menos en los moratones si se había fijado aquella mañana. No sabía cómo tomárselo. —Bueno, mañana te la miro y decidimos —propuso Steve. —Perfecto. ¿A qué hora vendrás? —¿A la de hoy? —Genial —se anticipó Mike—. Marty, ¿te importa acompañar a Steve hasta la cancela de entrada? —Sin problema, hemos venido en los dos coches. Steve se despidió y salió de la casa junto al detective. —¿Eso que ha sido? —lo miró Kirsty, un tanto irritada—. ¿Un no es por echarte, pero vete? —¿Qué? Mike la miró con una expresión confusa, que ella estudió con atención. —Déjalo —terminó cediendo. —No entiendo nada —insistió Mike. —Es igual —dijo resignada—. Entonces ¿tengo la espalda muy mal? —Kirsty miró a Jess, y su amiga le levantó la chaqueta y parte de la camiseta para estudiar la zona. —Tienes algunos moratones, pero creo que quizá con cuidado… —Es que necesito un masaje urgente —protestó con un gesto de dolor al volver a colocarse la ropa. —Sí, yo también lo necesitaría con semejante fisio a mi disposición —le dijo Jess al oído, pero lo suficientemente alto como para que llegara a los oídos a los que iba destinado, que Kirsty no tuvo muy claro si eran los de Mike… o los de Alek. —Que decida mañana el experto —dijo Mike en un tono seco—. Va a ser a ti a quien le duelan las contusiones al día siguiente… Disculpadme, voy a hacer una llamada. Salió del salón camino al despacho. Apenas cerró la puerta, a Jess le faltó tiempo para murmurar entre dientes en un tono cantarín: —A alguien no parece gustarle que otro te manosee la espalda… Alek dejó escapar una sonora carcajada, y las chicas lo miraron con asombro. —¿Qué? —Sonrió el chico—. Eso ha sido gracioso.

Cuando llegaron las despedidas, Kirsty no pudo evitar derramar unas lagrimitas. Iba a echar mucho de menos a su amiga, pero la chica le prometió escribirle y llamarla a menudo para que no se olvidara de ella. Se apartaron a un lado para ganar algo de intimidad y poder charlar sin ser escuchadas. —No será la última vez que me tengas por Little Meadows. —Sonrió Jess, abrazándola de nuevo. —Igual regreso a casa antes de que te dé tiempo —le recordó Kirsty, con cierta ansiedad solo de pensarlo. Jess sonrió y la miró con un gesto tierno. —Las dos sabemos que estás en casa, amiga —le dijo casi en un susurro. Las lágrimas de Kirsty fueron ahora inconsolables. —Solo tienes que demostrarle a ese cabezota que no podrá vivir sin ti de nuevo. —Ah, sí, qué fácil es decirlo. —Casi sollozó. —Kirsty, mírame a los ojitos… —le exigió, y le puso las manos sobre los hombros para asegurarse de que no se perdiera ni una coma—. ¡Tu Riley está totalmente colado por tus huesitos! —Eso no lo sabes. —¡¿Como que no?! —Sonrió—. Tú dale caña de la buena con toda la artillería pesada — Señaló su cuerpo de arriba abajo con un gesto divertido—, y luego, por supuesto, no te olvides de contárselo todo a tu amiga del alma. Kirsty tuvo que reír ante las palabras y la expresión de su amiga, y decidió vengarse un poco. —Hablando de contar cosas… —dijo con una sonrisa divertida—. ¿Te he cazado antes comiéndote a Alek con los ojos o solo me lo ha parecido? —¿Al periodista punto escritor punto editor? —dijo escandalizada—, pero ¿por quién me tomas?

En el otro extremo del salón, Alek y Mike también mantenían una conversación de lo más curiosa. —¿Piensas devolverme a mi escritora estrella alguna vez? —preguntó Alek, sin tapujos. —Si dependiera de mí…, no —aceptó, y se apresuró a añadir—: Thomas la necesita aquí. —¿Thomas? —Sonrió, ahora abiertamente. —Eso he dicho —se reiteró—. Pero me temo que saldrá volando en cuanto que logremos acabar con la amenaza que la trajo de vuelta. —Se la ve feliz aquí —opinó Alek, y ambos miraron a las chicas, que estaban diez metros más allá, junto a la puerta de salida—. Le sienta bien Little Meadows. Mike no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a seguir mirando a Kirsty con lo que parecía un deje de tristeza en los ojos. —Pero ¿y tú, Alek? —Sonrió ahora—. ¿Crees que tendrás un solo minuto de paz en ese avión? Alek dejó escapar una sonora carcajada y aceptó: —No. —No parece suponerte un problema. —Pues lo es —admitió sin dejar de sonreír—. Y de los grandes, me temo. —No me cuesta creerlo… —Rio ahora Mike—. Por cierto, ese periodista que ella tanto admira… —¿Alek Reese? —Mike asintió—. ¿Qué pasa con él? —El caso… es que durante el tiempo que Kirsty ha pasado en Nueva York, he hecho mis deberes —empezó diciendo—. Y mi tío Marty es muy bueno en su trabajo. —Hizo una pausa intencionada y agregó—: Así que enhorabuena por ese nuevo Pulitzer…, señor Reese. Alek sonrió e hizo un gesto de asentimiento, agradeciendo la felicitación, sin hacer ningún intento por hacerse el tonto. —Si lo has sabido todo este tiempo…, ¿por qué no has dicho nada? —se limitó a preguntarle Alek, sin perder la sonrisa. —Porque no es mi guerra —admitió Mike, y preguntó con curiosidad—: ¿Por qué no se lo has dicho tú? Tu alter ego la encandilaría en un segundo. —Puede ser —admitió—, pero eso le quitaría toda la gracia, ¿no crees? Jess los miró ahora desde lejos, y Alek le hizo un saludo burlesco con la mano, recibiendo un gesto airado y furioso como respuesta. —…y va a ser tan divertido… —añadió después, sin dejar de sonreír. Capítulo 37 Kirsty se tumbó en uno de los sofás, en lugar de insistir en ayudarlo con la cena tal y como solía hacer. Estaba un poco deprimida aquella noche y no era solo por la marcha de Jess. Tenía ratos más optimistas, en los que se veía con fuerzas y posibilidades de conquistar a Mike, pero aquel no era uno de ellos. Las ganas de acurrucarse entre sus brazos en el sofá eran demasiado intensas, y no poder hacerlo llenaba su alma de una melancolía apenas disimulable. —¿Estás bien? —le preguntó él, poniendo una bandeja con la cena en la mesa pequeña frente al sofá. —Sí, pero no tengo mucha hambre —confesó, sentándose a mirar la comida. Mike volvió a la cocina y regresó ahora con su bandeja para sentarse junto a ella. —Estás triste por la marcha de Jess. —Kirsty asintió—. Entiendo, pero pica algo, por favor, aún te estás recuperando. Kirsty sonrió a la fuerza. Allí estaba el Mike protector y condescendiente de nuevo… Suspiró, resignada, y picoteó con desgana de su plato de ensalada. Aquella noche no estaba de humor para charlas ni debates. —¿Por qué no hay una tele encima de la chimenea? —preguntó, echando de menos algo que la distrajera de tener que hablar. Mike se encogió de hombros. —Eres muy raro —suspiró Kirsty. —¿Quieres una tele? —Sacó el móvil y lo consultó con interés. —¿Qué vas a hacer? —lo miró, un tanto alucinada. —Comprar una tele —dijo, como si estuviera pidiendo comida china. Aquello le arrancó una sincera sonrisa a Kirsty. —Puedes terminar de cenar antes —bromeó—, si te parece. —¿Por qué? ¿Es que quieres elegirla tú? —¿Puedo? —lo miró asombrada. —Puedes hacer lo que quieras —le dijo con absoluta sinceridad—. Incluso redecorar el salón completo, si te apetece. Los ojos de Kirsty se abrieron como platos y una tímida sonrisa apareció ahora en sus labios. —¿Lo dices en serio? Mike se puso en pie, caminó hasta la chimenea y cogió su cartera, mientras Kirsty lo miraba sin disimular su curiosidad. —Toma —le dijo, tendiéndole una tarjeta de crédito que ella miró pasmada—. Tienes carta blanca para comprar lo que quieras. —Pero… —Me dijiste que el salón era frío —le recordó—. ¿No irás a dejarme vivir toda la vida en el Polo Norte? —Sonrió ante su sincera cara de asombro—. Mañana mismo llamo para que vengan a por todos estos muebles, ¿te parece?, y empiezas desde cero por donde te apetezca, hasta convertir la casa en lo más parecido a un hogar que puedas. Aquella frase estuvo a punto de hacerla romper a llorar. Tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no hacerlo. Había algo muy íntimo y personal en el hecho de que Mike le pidiera que convirtiera su casa en un hogar. —¿No quieres? —se preocupó Mike al verla tan pálida. —Sí, claro que quiero —se apresuró a asegurar, con una sonrisa—, aunque quizá no sea necesario que devolvamos todo. —Como tú decidas. —De momento, ese sofá se queda. —Señaló el mismo en el que habían estado retozando juntos hacía lo que parecía una eternidad. —Me parece perfecto. —Sonrió—. Es muy cómodo. Se miraron a los ojos durante más tiempo del necesario, hasta que Kirsty tuvo que apartar la mirada, consciente de lo poco que le faltaba para saltarle encima. —Pide tú la tele —le dijo, cohibida aún, mirando hacia el frente—. A mí me da igual…, siempre y cuando me dejes el mando a distancia de vez en cuando. —Pff, el mando son palabras mayores, tengo que pensarlo —bromeó. —Lo siento, pero no es negociable —insistió divertida—. Es el pago que exijo por hacer de decoradora. —¿Solo quieres eso? —Sonrió—. Sales muy bien de precio. —Espero que sigas pensando lo mismo cuando desintonice todos los canales de deporte… Mike la miró como si acabara de cometer un sacrilegio, y Kirsty dejó escapar una sonora carcajada. —Eso ha dolido, ¿eh? —insistió, ya animada por completo por la conversación—. Pues ve despidiéndote…, porque además acabo de recordar que me debes un favor —¿Sí? —La miró extrañado. —Sí, y de los gordos. —Y se permitió añadir con toda normalidad—: El que ahora seamos hermanos, no anula los tratos hechos cuando no lo éramos. —¿Hablas de lo que pasó en el único sofá que se queda? —La miró con una sonrisa taimada. —Justo, sí. «Uf, el calor de nuevo…». —Si llego a saber que me iba a costar todos los canales de deporte… —Es lo que tiene deber favores. —Rio Kirsty—. Nunca sabes lo que te van a costar. —¿Y no podemos negociarlo? —protestó. —No lo sé, proponme algo interesante… y me lo pienso —dijo con naturalidad, pero asegurándose de que él leyera en sus ojos qué tipo de negocio sería el único que estaba dispuesta a aceptar. Mike se perdió en sus ojos más tiempo del que marcaban los cánones. —¿Puedo pensarlo? —terminó preguntando, con la voz ligeramente enronquecida. Kirsty estuvo a punto de decirle que no y que además quería cerrar el trato en aquel mismo instante, pero tuvo que limitarse a asentir. No se fiaba de sí misma si intentaba hablar. A Mike también pareció costarle un poco aventurarse a hablar. Kirsty observó cómo se pellizcaba los pellejos de las uñas con más inquietud de la que quería aparentar. «Vaya, vaya…», sonrió, fascinada con aquel descubrimiento. —Vale —terminó diciendo él por fin—. Pasemos a temas menos peliagudos que… —hizo una pausa que pareció intencionada— la perdida de los canales deportivos. —Sin problema. —Sonrió Kirsty—. ¿Cómo está eso de que lees mis novelas antes que mi padre? Mike dejó escapar un simpático sollozo desesperado, que Kirsty aplaudió entre carcajadas. —Directa a la yugular —bromeó el chico, con cierto azoramiento real. —Entonces ¿es verdad? —insistió, sin poder contener la emoción—. ¿Las has leído? Mike la miró ahora con algo más de seriedad y terminó admitiendo. —Todas y cada una de ellas. —¿Y por qué no lo admitiste sin más? —Mike se limitó a encogerse de hombros—. Estaba muy enfadada contigo por eso, ¿sabes? —¿Por qué? —se extrañó. —Ah, no, si tu no contestas a mis preguntas, no esperes que yo responda a las tuyas… Y quizá era mejor no meterse en aquel berenjenal, pensó Kirsty, recordando que aquel solo capítulos sueltos había sido precisamente el desencadenante de todo lo que se torció entre ellos… Ella le había gritado que lo odiaba, él le había asegurado que no volvería a besarla si ella no se lo pedía…, y de ahí a la letra pequeña que los llevó a su accidente. Y lo peor de todo era que en aquel momento todo aquello se le antojaba demasiado absurdo e irracional, como para haberle costado tan caro. Una vez Mike aceptó, entre divertidas pullas, que era un gran fan de sus novelas, se embarcaron en una entretenida y apasionante conversación sobre todas ellas. Kirsty jamás había disfrutado tanto de un debate sobre las tramas y entresijos de la serie Riley. Se sorprendió mucho al darse cuenta de que él no solo las había leído, sino que parecía conocerlas en profundidad y recordaba incluso los giros que más le habían sorprendido e impresionado; así que, una hora después, la impresionada era ella. Mike no disimulaba su profunda admiración y respeto por su trabajo, y ser consciente de ello provocó en Kirsty una sensación extraña, pero maravillosa. De alguna manera, quizá un tanto absurda, aquella conversación la ayudó a reconciliarse con la niña y la adolescente que fue, hasta aceptar que por fin era su igual: una mujer adulta que podía realmente optar a ganarse el corazón del único hombre que quería y necesitaba en su vida. —Entonces ¿no vas a anticiparme nada de lo que está por llegar? —preguntó Mike, sin disimular su curiosidad—. Sinceramente, no sé cómo narices vas a sacar a Riley y Darcy del lío en el que los has dejado metidos. —No pienso soltar palabra. —Rio. —Al menos dime que acabará bien. —¡Por supuesto! ¿Por quién me tomas? —bromeó—. Yo solo trabajo los finales felices. —¿Y piensas meterlos en algún momento en la cama? —Sonrió divertido—. Porque el polvo se está haciendo de rogar, Kirsty. —Lo bueno se hace esperar, ya lo sabes —contestó, con una tranquilidad que estaba a años luz de sentir—. Y ya han tenido algún que otro escarceo… Casi no podía creer que él tuviera el descaro de hablarle de sexo con aquella naturalidad. ¡Pues estaba muy equivocado si esperaba que se achantara! —Los magreos están muy bien —insistió Mike, mirándola ahora con intensidad—, pero ya empieza a ser necesario un desahogo… Posó sobre ella una mirada hambrienta, y Kirsty se alegró de estar al otro lado del sofá, casi a un mundo de distancia. Y, aun así, tuvo que agarrarse al reposabrazos para evitar gatear hasta él y lanzarse en sus brazos. —¿Seguimos hablando de literatura o hemos cambiado de tema, Mike? —le preguntó, con una franqueza que los sorprendió a ambos. Mike la observó largo rato, buscando, sin duda, la respuesta adecuada, mientras Kirsty no se amilanó lo más mínimo y esperó la réplica con el corazón acelerado y el cuerpo casi febril. —¿Sigue cayéndote bien Riley? —terminó preguntándole él en un tono impersonal, pero sin apartar los ojos de los suyos—. ¿O ya tienes ganas de matarlo de nuevo? —Solo a ratos… —reconoció ahora con un brillo divertido en los ojos, intentando alejarse de la seriedad de su mirada—. De vez en cuando me dan ganas de tirarlo por un barranco, sí. Es un tipo un tanto desesperante ¿sabes? —¿Por qué? —Nunca hace lo que se espera de él. —Darcy no es precisamente Blancanieves. Kirsty soltó una carcajada divertida, pero se sintió cohibida bajo su atenta mirada, cuando fue consciente de que él no le quitaba ojo, con una expresión extraña. —¿Qué pasa? —se terminó viendo forzada a preguntar, ya avergonzada. —Verte reír aún sigue siendo de mis cosas favoritas en el mundo —la sorprendió diciendo, y lo más curioso era que parecía sincero—. Tus ataques de risa son una de las cosas que más echo de menos del pasado. Kirsty le devolvió una mirada cohibida. El tono de su voz y la mirada nostálgica que tenía puesta sobre ella terminó formándole un nudo en el pecho. —Así que ¿me has echado algo de menos en estos años? —se aventuró a preguntar con ansiedad. Y esperó la respuesta con el alma en vilo. Mike posó sobre ella una mirada cargada de pesar, y Kirsty supo que iba a hacerle daño incluso antes de que empezara a hablar. —Empecé a echarte de menos cuando aún vivías aquí, Kirsty —le dijo en un extraño tono de resignación—. Durante años fuiste mi mejor amiga, a pesar de tu edad. No había nadie con quien me sintiera mejor que contigo, nadie con quien quisiera estar más que contigo…, hasta que un día cualquiera dejé de gustarte —la miró, dolido—. Y no te haces una idea del golpe que me asestaste ese día. Kirsty había ido palideciendo a medida que él pronunciaba cada una de aquellas palabras. Aquellos mismos recuerdos eran muy duros para ella, y saber que él también había sufrido debería ayudar, pero en aquel momento solo le causaba más dolor. Y de repente sintió una extraña necesidad de sincerarse… —No dejaste de gustarme un día cualquiera, Mike —se aventuró a confesar, sintiendo cada palabra como un fino y doloroso corte sobre la piel—. Fue el día que me engañaste diciendo que no podías salir a cabalgar conmigo…, para poder revolcarte en el establo con ella. Mike clavó una mirada de estupor sobre ella y se incorporó ligeramente en el sofá. —¡¿Qué?! —exclamó perplejo. —Os escuché, Mike, a ti y a Melanie —siguió hablando antes de perder la valentía—. La oí quejarse porque hubieras tardado tanto en deshacerte de mí, y… a ti decir muchas otras cosas, que te juro que podría recitarte de memoria porque no he sido capaz de olvidar una sola. —Lo miró sin esconder ya su dolor—. Aquella conversación me rompió el alma, esa es la verdad. Mike se había incorporado y sentado del todo en el sofá, y la mirada ahora con un extraño gesto, mezcla de enfado y desolación. —¡¿Y no se te ocurrió contármelo entonces?! —exclamó casi entre dientes. —Supongo que no supe cómo enfrentar tanto dolor —admitió, con la voz entrecortada. —Y decidiste echarme de tu vida sin más, sin una triste explicación. —Parecía estar haciendo un esfuerzo enorme por controlar su furia—. ¿Es que no merecía al menos eso? Kirsty estaba un poco desconcertada ante su reacción. Jamás pensó que pudiera afectarle tanto aquella confesión, pero estaba dispuesta a compensarlo con la verdad completa, aunque terminara de fastidiarlo todo. —Estaba despechada —dijo ahora con cautela—. Descubrir de tus labios que nunca me verías como a nada más que a una hermana…, simplemente no pude encajarlo ni soportarlo. —Hizo una pausa para tomar aire—. Comprender que tú jamás corresponderías a mis sentimientos fue demasiado. Estaba enamorada de ti, Mike. Aquello no pareció sorprenderle. —Creías estarlo, querrás decir —terció al instante—. Eras una niña. —No, Mike, lo estaba de veras. —Kirsty, me idolatrabas, como se hace con un dios —dijo entre dientes—. Me tenías en un pedestal del que solo era cuestión de tiempo que me cayera. Eso no es amor. —Siento discrepar con algo que pareces tener tan claro —ironizó, dolida frente al inequívoco rechazo de sus sentimientos—, pero si así te sientes mejor, puedes pensar lo que te plazca. —¡Me sacaste de tu vida con una mentira, Kirsty! —Se puso en pie, irritado—. ¿Quieres que te aplauda? —No, yo tampoco me siento orgullosa —admitió—, ni de los seis años que he pasado en el exilio tampoco —aprovechó para confesar—, pero te he amado media vida y te he odiado la otra media. Me he enfrentado a todos esos sentimientos de la mejor manera que he podido o que he sabido, y no ha sido un camino fácil. —Un camino que nos ha traído hasta un punto de no retorno —se lamentó. A Kirsty le impresionó la amargura que parecía destilar en cada palabra. —No todo ha sido malo desde que regresé —le recordó para intentar borrar un poco aquel gesto—. Y estos días están siendo… increíbles. —Salvo por el motivo que te ha traído hasta aquí —suspiró—. Primero el intento de secuestro y después… —No podía ni hablar de ello. —¿Podemos olvidarnos ya del accidente, por favor? —suplicó Kirsty poniéndose también en pie, dispuesta a dar un paso en su dirección—. Debemos avanzar. Mike interpuso la mano para evitar que se acercara. —Kirsty… —susurró, mirándola a los ojos—. Estoy muy enfadado contigo en este momento. Aquello fue como un doloroso puñetazo en el estómago para ella, pero no dijo una sola palabra. Observó que Mike le daba la espalda, dispuesto a marcharse. —Por cierto… —Se giró de nuevo a mirarla—. No llegué a acostarme con Melanie aquella tarde —le aseguró entre dientes—. Salí de ese establo sin tocarla. Y aquella verdad brillaba con tanta intensidad en sus ojos que a Kirsty no se le hubiera ni ocurrido dudar de sus palabras. Capítulo 38 Para Kirsty aquella fue otra noche dura. No dejaba de darle vueltas a aquella última conversación una y otra vez. Resultaba casi increíble que en todos los años que habían pasado desde que apartó a Mike de su vida sin aparente explicación, jamás se hubiera parado a pensar en cómo se había sentido él. Solo había dado por hecho que ella no le importaba lo suficiente como para que le afectara, y el dolor y la rabia que había visto en sus ojos tras su confesión dejaba claro lo equivocada que había estado, y aquello la atormentaba más de lo que podía soportar. Y por mucho que su cerebro se empeñara en recordarle que en aquella época era apenas una niña ingenua, aquello no representaba consuelo alguno. «Y, para colmo, no se acostó con Melanie aquella tarde», se recordó, sin otra intención que fustigarse un poco más. Y aquella odiosa mujer había jugado bien sus cartas en el pasado y se había asegurado de sembrar toda la cizaña posible en ella durante meses, presumiendo de una relación que empezaba a dudar de que hubiera existido alguna vez. Aunque ya daba igual. Habían pasado muchos años desde aquello. Ya no era culpa de Melanie que Mike pareciera dispuesto a mantener las distancias con ella a toda costa. —Eso te lo has ganado a pulso solita —susurró, dejando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Al fin y al cabo, solo le había dado quebraderos de cabeza desde que había llegado, incluso estaba atrapado en su propia casa sin posibilidad de escape. Todo aquello apagaría el fuego y el deseo de cualquiera… —. Y yo, tan ilusa, pensando solo en conquistarlo… Las lágrimas se convirtieron ahora en llanto inconsolable, mientras valoraba qué podría hacer con su vida si Mike resultaba estar fuera de su alcance para siempre. Si no podía estar con él…, se vería obligada a marcharse de Little Meadows en cuanto pudiera, porque no podría soportar verlo a diario. El problema era que pensar en no verlo más… la mataba igualmente. Durmió apenas cuatro horas, pero cuando se levantó lo hizo con el firme propósito de aportar todo lo bueno que pudiera a la vida de Mike, al menos hasta que se viera forzada a salir de ella. Y decidió empezar por convertir aquella casa en un lugar cálido, en el que realmente él no solo quisiera, sino que adorara vivir. No podía prometerle un hogar de verdad porque eso no se compraba en una tienda de muebles, pero sí podía asegurarse de que viviera en un ambiente que le aportara serenidad y felicidad, aunque no quisiera compartirlo con ella. Pasó ante la puerta del despacho intentando no hacer ruido. Aquel día no sabía muy bien a qué atenerse, así que fue incapaz de entrar a darle los buenos días como cada mañana. Pero aquello resultó un quebradero de cabeza del todo innecesario, puesto que Mike estaba en el salón y se lo topó de frente casi de sopetón. —¿Qué haces? —le preguntó con curiosidad, algo más tranquila ante su gesto de bienvenida, que parecía tan normal como siempre. —Acabo de comprar una tele del tamaño de un campo de futbol —le dijo, arrancándole una expresión de asombro—. Y ahora me preocupa haberme pasado. Kirsty no pudo evitar reír. Así que mientras ella estaba torturándose por no saber si él pensaba o no dirigirle la palabra aquel día, Mike se dedicaba a convertir la casa en un cine… «Pues no voy a quejarme», suspiró con alivio. —Si la tele no cabe en esos seis metros de pared, Mike, efectivamente te habrás pasado un poco —bromeó. —Qué graciosa, pero quiero que quede centrada con la chimenea —explicó—, o al menos que no sobresalga mucho. ¿Piensas salvar alguno de los muebles que van en el frontal? Complacida ante la pregunta y feliz porque él recordara que le había dado carta blanca para aquello, Kirsty se dejó caer en el sofá y observó con atención todo lo que había en la habitación. —La chimenea es espectacular y me fascina —opinó—, no creo que haya un solo mueble que esté a la altura. No encaja ni la estética ni el color, pero los sofás me gustan, aunque personalmente los ubicaría de manera diferente. La zona de comedor —Señaló— no está mal, si consigo darle el toque que quiero a toda esta parte, puede que me encaje tal cual está. —Guau, y todo eso sin desayunar —le dijo Mike, asombrado—. Perfecto, pero cuenta con que tendrás que integrar un equipo de sonido en todo lo que tengas en tu cabeza. Siete altavoces. —¿Siete? —Lo miró asombrada—. ¿Y de qué tamaño? —Acordes con la tele —contó—. ¿Café? Kirsty hubiera estado encantada de camuflar incluso veinte altavoces, solo por escucharlo hablar con aquella aparente normalidad y entusiasmo. Había esperado toparse con un Mike huraño y difícil de tratar, pero nada más lejos de la realidad, y, aunque debía reconocer que aquello la confundía un poco, aceptó con agrado el cambio. —Quiero hacer un boceto del salón —le comentó Kirsty cuando terminaron de desayunar y Mike se dispuso a trabajar un rato—. Necesito papel y lápiz, ¿puedes prestarme? Él pareció pensarlo unos segundos y terminó diciendo en un tono extraño: —Tengo un bloc de dibujo, ¿te sirve? —La chica asintió, y él se ausentó del salón unos segundos. Cuando regresó y le tendió el bloc, Kirsty lo miró perpleja. —¿Es… mi bloc? —La pregunta resultó retórica cuando lo abrió y se encontró con buena parte de sus antiguos dibujos. Miró a Mike con asombro—. ¿Por qué lo tienes tú? —Me lo encontré un día en el despacho de la mansión y lo usé para hacer un plano del spa para el constructor —le contó—. Supongo que me lo traje para verlo aquí con él, y aquí se quedó. Kirsty asintió, contenta de ver sus dibujos, y de repente se apresuró a mirar la última página usada, pero, decepcionada, recordó que el dibujo que buscaba no podía estar allí. La desilusión debió ser evidente en su rostro. —¿Qué te pasa? —le preguntó Mike, estudiando su expresión. Para ella no resultaba muy agradable hablar de aquello, pero decidió ser sincera. —Creí que el boceto que hice de la casa estaría aquí —le contó—, pero ahora recuerdo que… lo arranque del bloc. «Y lo rompí en un montón de pedacitos», fue lo que se calló. —¿Por qué? Kirsty sabía que aquello también era mejor no decirlo, pero Mike esperaba una respuesta… —No lo recuerdo —mintió, y agachó la cabeza—, pero no he vuelto a dibujar nada desde entonces. —¿Dejaste de dibujar? —preguntó Mike, con un gesto de asombro Kirsty asintió y se entretuvo en mirar los dibujos, la gran mayoría de diferentes puntos de Little Meadows, además de retratos de Hope, Thunder, incluso Mike. Cuando levantó la cabeza, fue consciente de que él la miraba con expresión pensativa. —¿Qué pasa? —preguntó, cohibida ante tanto escrutinio. —¿Por qué dejaste de dibujar? —No lo sé —insistió en su mentira. —Así que ¿esta casa fue el último boceto que hiciste? —Sí —admitió, y se esforzó por sonreír—, pero ¿esta casa? ¿Ahora me crees cuando te digo que era muy parecida a esta? —No tengo por qué dudar de tu palabra —aseguró—, ¿por qué arrancaste el dibujo del bloc? A Kirsty le cogió la pregunta tan desprevenida que no fue lo suficiente rápida en elaborar una mentira convincente, pero al mirar a Mike, algo le dijo que él tenía más que clara la respuesta. —La dibujé aquel día —terminó admitiendo, con un gesto preocupado. Solo esperaba que aquello no los llevara de nuevo a una discusión. —El día… que dejé de gustarte. —Aquello no fue una pregunta, aun así, Kirsty asintió, rogando para que las lágrimas no arrasaran sus ojos en el momento menos pensado. Aún recordaba el dolor y la rabia ciega con los que arrancó aquel dibujo que había mimado durante todo el día, y lo rompió en un montón de pedacitos, tal y como había sentido su corazón romperse aquella tarde. Por fortuna, Mike no parecía tener mucho más que añadir al respecto. —Me alegra que vuelvas a dibujar —fue todo lo que le dijo, con una sonrisa tenue, antes de despedirse con un movimiento de cabeza y alejarse rumbo al despacho. Kirsty lo miró mientras se alejaba, lamentándose de su mala suerte. Mike había intentado aparentar normalidad, pero su sonrisa ya no era la misma que cuando se habían encontrado aquella mañana. «Vuelta a la inquietud», se dijo apenada, pero en aquella ocasión algo en su interior se rebeló contra la inminente angustia, y antes de pararse siquiera a pensarlo… —Mike —lo llamó justo cuando él estaba abriendo la puerta del pasillo. Se volvió a mirarla —, no quiero pasarme horas preguntándome si vas a dirigirme o no la palabra cuando nos veamos para comer. —¿Qué? —Él volvió sobre sus pasos. —Quiero saber si sigues enfadado conmigo. Ahora se le veía perplejo ante la pregunta. Ella siguió hablando antes de perder la valentía. —No te culpo por estarlo —le aseguró—, pero si a partir de ahora me vas a tratar como si te debiera dinero, quiero saberlo desde ya. Se cruzó de brazos y esperó la respuesta, sin dejar de mirarlo, intentado no mostrarle su preocupación. —No. —¿No qué? —titubeó. —Ya no estoy enfadado —le aseguró—. Admito que ha sido una noche muy larga, en la que he llegado a sentir ganas de estrangularte… —Hizo una pausa. —Confío en que ahora venga un pero —lo alentó Kirsty a seguir. Mike esbozó una sonrisa ante su gesto de impaciencia. —Supongo que no tenías por qué contármelo —admitió Mike—, y lo hiciste, lo cual te agradezco mucho porque necesitaba saberlo. Sin duda, Kirsty hubiera esperado cualquier cosa menos aquello. Ni siquiera sabía qué decir. —Ah, bien…, eso es bueno, supongo —dijo confusa—, pero estabas más contento cuando me he levantado. ¿Ha… sido por lo del boceto? Mike respiró hondo varias veces ante de hablar. —Sí. —Entiendo —susurró apenada. Él recorrió la poca distancia que los separaba, puso un solo dedo bajo su barbilla y la empujó hacia arriba para obligarla a mirarlo. —Siento haberte herido tanto como para que esta casa fuera lo último que dibujaras —le dijo con una expresión de tristeza—. Eso… me ha hecho comprender cuánto debiste sufrir. Kirsty lo miraba intentando controlar las ganas de abrazarse a él y no soltarlo jamás. Con los labios entreabiertos, esperaba el beso que necesitaba para olvidar el dolor y empezar de cero. Y, por un instante, sintió los ojos de él clavarse en sus labios y estuvo segura de que iba a concederle aquel deseo. Su corazón se aceleró cuando reconoció la necesidad en sus ojos grises con absoluta claridad, y sintió una suave caricia de las yemas de sus dedos en la sonrojada mejilla. Y entonces, Mike hizo lo último que esperaba: se acercó a ella y depositó un suave y tierno beso en su frente. Después se alejó y desapareció. A Kirsty le costó un gran esfuerzo reaccionar. Perpleja, miró la puerta por la que había desaparecido, hasta que sintió que algo se revolvía en sus entrañas y subía por su esófago, para estallar como una granada de mano dentro de su cabeza: rabia, intensa, ciega y sofocante, explotando en cada célula de su piel. «¡Me ha dado un puñetero beso en la frente!», gritó para sí, lanzando un cojín con furia al otro lado del salón. Sí, tierno y precioso, pero ¡¿en la frente?! ¡Venga ya, no me jodas! ¡Será… Aggrrrrr! ¡Voy a matarlo!». A pesar del tobillo dolorido, caminó de arriba abajo por el salón, buscando algo de calma para no correr al despacho y darle un merecido guantazo por tratarla… ¡como a una puñetera hermana! —¡Ya está bien con el cuentito de la hermana! —dijo en alto—. ¡Con lo contenta que yo estoy siendo hija única! Soltó aire con fuerza y se sentó en el sofá, intentando pensar en qué podía hacer. Lo que aquel simple beso había desatado en su interior parecía desproporcionado, pero fue la pequeña y minúscula gota que colmó el vaso de su autocontrol y su paciencia. No estaba dispuesta a que Mike siguiera comportándose como un hermano solícito, no lo soportaba. Si ya no quería nada con ella, podía entenderlo, pero al menos se merecía que fuera el hombre quien la rechazara. —¡Y que sea capaz de negarse aún está por verse! —dijo en alto, recordando su última mirada antes del beso que había despertado a la bestia. Ella no se había imaginado el brillo de sus ojos, ni tampoco el anhelo con el que miraba sus labios…, ¡quería besarla!, de aquello estaba segura, pero mucho más abajo que en la frente y mucho más intenso… ¡Y con lengua, maldita sea! Casi sin pensarlo, se recogió la camiseta que tenía puesta y se hizo un nudo por encima de ombligo. Sabía que aquellos leggins le sentaban especialmente bien, y se aseguraría de que él también se diera cuenta antes de que terminara el día. Durante largo rato se deleitó pensando en las mil y una torturas que podría usar para traer de vuelta a su sexi carcelero…, hasta que el timbre de la puerta la sobresaltó, sacándola de una fantasía que empezaba a ponerse muy interesante. Se quedó parada en mitad del salón, recordando de milagro que tanto Mike como Marty le tenían prohibido acercarse a la puerta. Así que esperó, con una sonrisa maliciosa en los labios, a que él regresara al salón para ver quién era. —¿Esperas a alguien? —le preguntó Kirsty, mirándolo con una intensidad que ni pudo ni quiso disimular. Mike se limitó a negarlo con un gesto y la miró con las cejas arqueadas en señal interrogante. —¿Te pasa algo? —le preguntó con curiosidad. —Sí, me pasan unas cuantas cosas. —Sonrió Kirsty con irónica dulzura, consciente de que él iba a pensar que era una loca en potencia, pero sin importarle para nada. En los últimos minutos, su imaginación lo había hecho claudicar ante ella de diez maneras distintas y no tenía ninguna intención de esconder su acaloramiento. Cuando él abrió la puerta, Kirsty reconoció al instante la odiosa voz cantarina de Melanie Simmons. —Hola, jefe —la oyó decir, y no tuvo problema para imaginarse sus morritos al pronunciar aquella frase. La tuvo frente a sí dos segundos después, con su traje de chaqueta de quinientos dólares, su peinado perfecto y, como no, sus tacones de vértigo. Kirsty intentó no venirse abajo ante tanta perfección. Si ella se ponía al lado con sus mallas deportivas, la camiseta recogida en lo que ahora calificaría como estúpido nudo y el pelo recogido en una desenfadada coleta de la que se habían escapado ya algunos mechones indomables, no podía salir ganando ante los ojos de nadie. Aquello la deprimió al instante. ¿Qué demonios tenía aquella mujer para hacerla sentirse como el patito feo del cuento? A pesar de todo, no estaba dispuesta a dejarle ver su azoramiento. Aquella arpía era en parte la responsable de muchas de sus desgracias, y ya estaba harta de que siempre pareciera salir ganando. —Tú no eres el de la tele. —Sonrió Kirsty, cínica, como único saludo. Melanie sonrió con la misma frialdad de siempre, mirándola de arriba abajo, sin disimular el espanto absoluto ante lo que veía. Además, no se molestaba en esconder su escrutinio ante Mike, lo que lo hacía todavía más insultante. Kirsty sonrió, deseando cogerla de los pelos más que nada en el mundo. —Veo que aún sigues recuperándote, Kirsty —le dijo para mayor agravio, como si aquello explicara su aspecto desaliñado. —Ya voy estando en forma. —Sonrió a la fuerza. —Por cierto, gracias por intentar colaborar para intentar que no perdiéramos el negocio con Wang —dijo ahora con especial inquina—. Ya me han contado que lo vuestro resultó ser solo un numerito… «Hija de… su madre», pensó Kirsty. —¿Qué necesitas, Melanie? —intervino Mike ahora, lo cual Kirsty agradeció con todas sus fuerzas—. Tengo mucho trabajo. —Puedo echarte una mano —le propuso, por supuesto, entre morritos. —No es necesario. —Así terminaremos antes —ronroneó—. Y ya que estoy aquí… —Todavía no me has dicho a qué has venido —insistió Mike. «Toma corte», estuvo a punto de vitorear Kirsty. —¿Necesito una excusa para venir a verte? —le preguntó, con un fingido gesto de disgusto. Kirsty se cruzó de brazos y miró a Mike sin tapujos, haciéndole saber que también estaba muy interesada en la respuesta. —Pero la tengo, por supuesto —terminó diciendo Melanie antes de arriesgarse a una respuesta—. Me manda Jefferys a por el expediente de Interprises. «Seguro que se ha ofrecido ella a venir», se dijo Kirsty, irritada. —Pasa —la instó Mike ahora, pero cuando se iba a colar con él hacia el despacho, él se giró a pedirle que tomara asiento en el sofá y lo esperase allí. Kirsty sonrió ante el corte de la rubia, a la que prefería tener que soportar unos minutos antes que perderla de vista por ahí dentro junto con Mike. —¿No vas a ofrecerme nada de beber? —protestó Melanie, cogiendo asiento. —No —dijo Kirsty sin tapujos, tomando el bloc de dibujo—. Así podrás coger tus papeles y largarte cuanto antes. Tengo un salón que redecorar… El veneno de la víbora no se hizo esperar. —Así que ya te crees dueña y señora de todo esto. —Rio irónica—. Yo no cantaría victoria tan rápido. —Yo no canto las victorias. —Sonrió Kirsty—. Eso te lo dejo a ti. ¿Cuántas has tenido con Mike en estos últimos años? Seguro que estás deseando decírmelo, tal y como has hecho siempre. —Se aseguró de mirarla a los ojos antes de añadir—: Claro que esta vez me aseguraré de contrastarlo con él en cuanto que entre por esa puerta. Y, para su asombro, Melanie apretó los dientes y guardó un misterioso silencio, que a Kirsty le supo a gloria. —Tú solo eres un entretenimiento que ahora tiene muy a tiro —dijo Melanie unos segundos después, mirándola de forma altanera—. Tú, tus mallitas ajustadas y tu… pequeño ombligo. Kirsty se miró el estómago, muy seria, y preguntó con un fingido gesto de horror: —¿Te parece pequeño mi ombligo? Porque yo diría que tiene un tamañito perfecto… —¡Estúpida! —casi escupió ahora la rubia entre dientes—. Jamás entenderé que ve él en ti. —Ahora sí se ganó la atención de Kirsty—. ¿Qué te sorprende? ¿Crees que no he visto cómo te mira? ¡Tendría que estar ciega! Pero solo es cuestión de tiempo que supere esa fijación que parece tener por ti, y se dé cuenta de que soy yo la compañera que necesita un CEO ejecutivo de su envergadura. «¿Cómo me mira… y qué dice de una fijación por mí…?». ¡Joder, ¿es que aquella arpía no podía hablar más despacio?! Se le estaban escapando los detalles más interesantes…, pero ahí seguía hablando y hablando… —Conmigo a su lado, jamás habríamos dejado escapar a Wang —dijo ahora como remate. Aquello sí le hizo daño a Kirsty, que intentó defenderse como pudo. —Sí, estoy segura de que tú hubieras hecho cualquier cosa para cerrar el acuerdo…, lo que Wang te pidiera. —Por supuesto, era el negocio de su vida —le recordó—. Le has costado una millonada. —Esa es la diferencia entre tú y yo —Sonrió ahora Kirsty, mordaz—, que yo no estoy a la venta. Y si Mike permitiera un sacrificio semejante por mi parte, sería él quien no estaría a mi altura —Se puso en pie, enérgica—, pero lo está, porque es el tipo más íntegro y honesto que conozco, y lo último que se merece es a una tiparraca como tú en su vida. Melanie se puso también en pie, con la cara desencajada, un tanto perpleja porque la niña a la que siempre había podido manipular le hablara de aquella manera. —¡Eres…! —¡Soy la mujer de su vida! —le aseguró con renovada fortaleza, dispuesta a pelear con todas sus fuerzas—. Así que te aviso de que ya puedes irte olvidando de él, doña morritos, porque solo vas a poder acercártele de nuevo por encima de mi cadáver. Hasta aquí tus manipulaciones conmigo, bruja, ya no soy la niña que engañabas a tu antojo. —Así que la gatita tiene uñas… —se burló, pero sonó a desesperación. —¡Por supuesto! —dio un paso en su dirección—. Uñas, dientes y una mala hostia que no te haces idea. Y Mike le hizo el impagable favor de volver al salón antes de que aquella tipeja pudiera darle réplica. —Aquí tienes. —Le tendió los papeles—. Están firmados y sellados. Melanie tomó los documentos y miró a Kirsty con una altanería que, para su sorpresa, ya no le afectó lo más mínimo. —Una charla interesante —le dijo Kirsty con una sonrisa mordaz. Melanie la mató con la mirada y salió de la casa con paso firme y un cabreo monumental. —¿Qué le has dicho? —le preguntó Mike con cierta curiosidad. —Que eres mío —le dijo alto y claro—, y que si vuelve a acercarte a ti, le saco los ojos. Con aparente tranquilidad, se sentó y tomó de nuevo el bloc de dibujo. —Por cierto, ¿cuándo traen la tele? Fingiendo concentrarse en el dibujo, esperó a que él hablara, con el corazón a mil. A Mike le llevó más tiempo del esperado decidirse a decir: —Mañana. —¡Guay! —Claro, guay —lo escuchó imitarla por lo bajo. Y sin añadir nada más, salió del salón de nuevo. Kirsty soltó el aire que había estado conteniendo y se dejó caer hacia atrás en el sofá. —Menuda mañanita —dijo en alto, dejando escapar un suspiro estresado—, y me la quería perder… Capítulo 39 La conversación con Melanie consiguió reafirmarla aún más en su determinación por acabar con la resistencia de Mike. Resultaba curioso, porque sabía que aquello era lo último que la arpía rubia buscaba con sus palabras, pero había dicho algunas cosas interesantes durante la conversación, que no dejaban de dar vueltas en la cabeza de Kirsty. Ese crees que no he visto cómo te mira resonaba en su mente una y otra vez, y mantuvo una sonrisa permanente en su rostro durante toda la mañana. Aunque le hubiera gustado poder profundizar en aquello de la fijación que Mike parecía tener con ella. ¿A qué se habría referido? Fuera como fuese, debería jugar a su favor, ¿o no? En cualquier caso, estaba deseando que Mike saliera del despacho para poder verlo un rato, a pesar de que le inquietaba un poco no saber si iba a hacer algún comentario de lo que se suponía que había tenido el descaro de decirle a Melanie sobre él… No había sido su intención comenzar su conquista de una forma tan agresiva y esperaba poder ser un poco más sutil a partir de ahora, que iba más acorde con su carácter. Además, ir caldeando el ambiente poco a poco supuso que sería una estrategia mucho más afectiva. «Eso si puedo evitar saltarle encima…», se dijo, comiéndose con los ojos cuando Mike regresó al salón al rondar el mediodía. Pero casi no tuvo tiempo ni de encontrar una sonrisa coqueta cuando el timbre de la puerta volvió a sonar, y Marty se coló con su llave a continuación. —¿Por qué llamas si tienes llaves, Marty? —Rio Kirsty, a la que siempre le sorprendía aquel gesto. —Para avisar de que voy a entrar. —Sonrió el hombre. Kirsty lo miró divertida, pero no dijo nada más mientras pensaba que aquello era una actitud muy adecuada. ¿Qué tal si a Mike y a ella les daba por perder la cabeza sobre la encimera de la cocina?… Al menos tendrían tiempo de echarse al suelo antes de que el hombre se encontrara con… aquella excitante… imagen que… ¡ay, Kirsty, deja ese tipo de pensamientos para otro momento! —¿Qué llevas ahí? —le preguntó Mike, señalando el par de bolsas grandes que traía consigo. —Una tonelada de comida de Doris —dijo soltándolas sobre la encimera, y miró a Kirsty—. Dice que tu pie aún no soporta el cocinado. —¿Y no se fía de que yo la alimente bien? —dijo Mike, fingiéndose ofendido. —No mates al mensajero. —Rio Marty—. Y me voy ya, que Andy me ha pedido un par de horas libres. —¿Y vas a renunciar a toda esta comida? —le preguntó Kirsty, sin dejar de sacar envases de las bolsas. —Una pena, sí, porque huele que alimenta… Marty se despidió y los dejó a solas de nuevo para deleite de Kirsty, que no podía estar más encantada de la vida en aquel momento. —¡Cómo quiero a esa mujer! —Sonrió abriendo uno de los boles y aspirando su aroma—. Esto es el paraíso. —Cualquiera diría que te estoy matando de hambre —protestó Mike, con un divertido gesto de preocupación—. ¿Tan mal lo estoy haciendo? —Tú no haces nada mal, Mike —le guiñó un ojo—, pero Doris no puede saberlo. Se giró hacia la nevera para que él no viera su gesto de sorpresa. Al parecer, las indirectas, junto con la necesidad de tontear, le salían de forma natural. Y, para alimentar más su asombro, cuando se giró de nuevo hacia Mike él tenía puesto sus ojos sobre su trasero, aunque intentó disimularlo con premura. «Sí, sí, sí, ¡por fin!», tuvo que contenerse para no gritar a los cuatro vientos. No es que una simple mirada fuera mucho, pero sí el indicativo de que no le resultaba tan indiferente como quería aparentar. Aquel baño en el jacuzzi le había dejado un amargo sabor de boca, que acababa de endulzar considerablemente. —¡De repente tengo muchísima hambre! —exclamó, dichosa, y se ganó una mirada curiosa de Mike, que le hizo preguntarse si aquello había sonado con segundas…; lo que no le extrañaría nada, a pesar de que no había sido su intención. Resultaba curioso, pero pareciera que desde que había decidido conquistar a Mike, no solo su cuerpo, sino su mente e incluso su alma, se habían alineado para lograr su objetivo. Todo en ella vibraba de emoción y suponía que hablaba alto y claro, incluso sin necesidad de palabras. Aunque las palabras estaban para algo, el diccionario tenía un montón de ellas… —Así que ¿tú y morritos Simmons tuvisteis una relación muy larga? —le preguntó como si nada mientras sacaba un par de platos de la alacena. Mike la miró con un gesto de asombro ante la directa pregunta. —Igual de larga que la tuya con Alek —dijo, tendiéndole un tenedor. Sus miradas chocaron por un instante. —Ya te dije que jamás he tenido nada con Alek. —Pues eso. Kirsty lo miró ahora más seria, y le costó un poco decidirse a tomar el cubierto y apartar la mirada, lo hizo a regañadientes, pero de ahí a morderse la lengua… —Así que vosotros nunca… —No, Kirsty, nunca me he acostado con Melanie, ¿contenta? —le dijo, cogiendo asiento. La chica estuvo a punto de saltar de pura euforia—. Y ahora ¿podemos comer tranquilos? —Es que te incomoda la conversación —le preguntó con una sonrisa pícara, caminando hasta la nevera en busca de una botella de agua. —Me incomodan muchas cosas en este momento… —lo escuchó susurrar casi para sí, con cierta resignación. Y Kirsty se giró y lo cazó mirándole el culo de nuevo. —Mi intención no es incomodarte. —Sonrió divertida, fingiendo no verlo. —¿No? ¿Y por qué no me lo creo del todo? —Bueno, Mike, creía que ahora podíamos hablar de todo —insistió, cogiendo asiento a la mesa—. Anda, los vasos… Mike se puso en pie de forma automática. —Yo los cojo. —Genial, me toca mirar a mí entonces… —murmuró entre dientes, haciendo justo aquello. —Kirsty… —Sonó a amenaza, pero recibió una mirada de pura inocencia como respuesta, así que pareció resignarse—. ¿Qué te apetece comer? Kirsty no pudo evitar sonreír, consciente de que darle la respuesta que tenía en mente sería pasarse… —¿Un poco de todo? —dijo en su lugar. —¿Quieres probarlo todo? —Sí, Mike, quiero —dijo, asegurándose de mirarlo a los ojos. «¡Es que no puedo parar!», se dijo, asombrada de su propia capacidad de llevárselo todo al mismo terreno. Lo escuchó suspirar y murmurar algo ininteligible, mientras organizaba la mesa y abría el resto de envases. —¡Qué bueno! —dijo Kirsty ahora con sinceridad, planeando con el tenedor por encima de la comida, decidiendo a qué iba a hincarle el diente primero. Mike la observó con una sonrisa en los labios, hasta que consiguió incomodarla. —¿Qué? —Sigue costándose decidir qué probar primero. —Rio, ahora divertido—. ¿Te pasa siempre que tienes que tomar decisiones sobre algo o es solo con la comida? Kirsty sonrió. Aquello era una manía que tenía desde pequeña cuando había demasiadas opciones frente a sí. —El primer bocado que te metes en la boca marca el apetito con el que comerás el resto —le recordó—. No es la primera vez que te lo digo. En el pasado, Mike se había reído de ella por aquello en multitud de ocasiones. Y, pensándolo bien, aquello mismo le había pasado con el beso con el que él había marcado el resto de su vida. Mike pinchó una patata caramelizada y se la tendió a Kirsty, que clavó sobre él una mirada de sorpresa. Sin dilación, aunque muy despacio, Kirsty se acercó, abrió los labios sin dejar de mirarlo a los ojos y dejó que fuera él quien metiera la comida dentro de su boca. Cuando cerró los labios sobre el tenedor, le faltó muy poco para dejar escapar un gemido de deleite. ¿Cómo un gesto tan simple podía resultar tan increíblemente erótico? Su cuerpo había reaccionado de una forma irracional y salvaje, y no estaba segura de poder comportarse con la misma fingida normalidad que antes de aquello. Y la intensidad en la mirada de Mike, que parecía a punto de desintegrarla, no ayudaba demasiado. —¡Qué buena elección para arrancar con la cata! —Sonrió—. ¿Puedes escoger siempre por mí a partir de ahora? —Claro —aceptó Mike, posando sobre ella una mirada preocupada—, lo que sea por mi hermanita. Kirsty sonrió ahora con más amplitud. En cualquier otro momento le hubiera molestado el comentario, pero justo en aquel, se le antojó una muy buena noticia el hecho de que él se viera tan obligado a tirar de todo el arsenal para marcar el terreno tan abruptamente. Lo observó en silencio unos segundos antes de aventurarse a decir: —Si ese es el equivalente al beso en la frente, Mike, puede no funcionar como esperas. Él guardó silencio, lo cual fue como hablar alto y claro en realidad. El que ni siquiera se molestara en hacerse el tonto con lo de aquel beso, hizo comprender a Kirsty que aquello tampoco había sido fruto del azar. Lo que sin duda no esperaba Mike, era que tuviera en ella el efecto contrario del que, ahora estaba segura, había buscado. —Tu actitud también puede no funcionar como esperas, Kirsty —dijo él finalmente, tras lo que a ella le pareció un siglo en silencio. Kirsty observó su expresión seria, y de repente la asaltó una ligera sensación de vértigo, al sentir que se hallaba al borde de un inmenso precipicio que podría costarle muy caro si finalmente no hallaba el paracaídas que esperaba. —Me arriesgaré —terminó diciendo. Ahora que por fin había visto la luz y salido de su letargo, no estaba dispuesta a cederle terreno al miedo de nuevo. —Yo lo hice una vez, Kirsty —Se puso en pie—, y fuiste tú quien terminó pagando las consecuencias. No cometeré ese error de nuevo, te lo garantizo. —Bien, avisada quedo, entonces. —Se esforzó por sonreír, y señaló la comida—. ¿Dónde vas? Aún no has comido. Mike apretó los dientes y se perdió en sus ojos durante demasiado tiempo. Kirsty pudo leer una angustia desoladora en lo más profundo de su alma, que la tocó de lleno. —Siéntate a comer conmigo, Mike —le pidió. —No puedo —suspiró—, y bien sabe Dios… —La taladró con la mirada— que me muero de hambre. Se alejó de ella con premura. «¡El problema es que yo también, así que no creas que voy a ponerte fácil el ayuno!», hubiera querido gritarle antes de que él saliera de su vista; pero, aunque no lo dijo, lo tenía tan claro que estaba deseando regresar a su habitación para re-estrenar la ropa que Jess tan amablemente había destrozado para ella…

Un par de horas más tarde, cuando Kirsty hubo descansado un rato, salió de su habitación y se topó con Mike asaltando la nevera. —Tienes un problema con tu alimentación —dijo Kirsty en un tono divertido, y rio al sentir que él se sobresaltaba. —Joder, ¡qué sigilosa! —protestó Mike, dándose un pequeño golpe en la puerta de la nevera por la sorpresa—. Por un segundo creía que Doris me había cazado in fraganti. —¿Me parezco a Doris? —Rio de buena gana. —Solo en lo mandona —bromeó, pero no la miró. Kirsty, lejos de sentirse ofendida, sonrió complacida. Resultaba obvio que a él no se le había pasado por alto su atuendo, o no se esforzaría tanto por mantener sus ojos lejos de ella. Sin duda, Jess estaría orgullosa de su hazaña. Jamás pensó que en algún momento pudiera sentirse tan bien llevando aquellos minúsculos pantalones y la sexi camiseta que juró que jamás se podría. El conjunto la hacía parecer una portada de una revista para hombres, pero no le importaba. Además, se había recogido el pelo en un desenfadado moño, que estilizaba su cuello e incitaba a disfrutar de las formas que la camiseta insinuaba de un modo descarado. Desde luego, Mike tenía sobrados motivos para mantener su mirada en otra parte. Así que decidió darle la espalda para que pudiera mirarla un rato a escondidas. «Que buena persona soy…», sonrió, caminando hacia el salón, muy despacio. Tomó asiento en el sofá y puso los pies sobre la mesa, mostrando sus largas piernas en todo su esplendor… Pero para cuando llevaba allí media hora y él apenas si parecía afectado por su presencia, dejó de sentirse tan benevolente y optimista. «Quizá es que desde la cocina no se me ve bien», se dijo, a pesar de que era consciente de que nada entorpecía la visión. Se puso en pie, cogió el metro y se levantó a tomar unas medidas. Como no resultó, no tardó en pedirle ayuda a Mike, que muy solícito la ayudó a medir mientras ella se paseaba a su alrededor intentando ayudar. «¡Esto es increíble! Ha debido de quedarse ciego de repente el muy…», tuvo que girarse para poder controlar su enfado. «¿Y si resulta que estoy haciendo el ridículo y ni siquiera se ha dado cuenta de que me he cambiado de ropa?». El timbre de la puerta volvió a sonar de nuevo a las seis de la tarde, cuando estaba a punto de mandarlo todo al garete. —¿Quién demonios será ahora? —se quejó en alto, malhumorada. —Tu fisio, supongo —dijo Mike consultando su reloj, repentinamente serio. —Ah, ostras, me había olvidado de él… —admitió Kirsty. —Y yo. —Frunció el ceño, y ahora sí se giró a mirarla—. Ve a cambiarte de ropa. Kirsty se quedó perpleja; tanto que por un momento pensó que quizá había escuchado mal. —¿Perdona? —No vas a atenderlo vestida así. De no estar tan alucinada, se habría reído. —¿Qué le pasa a mi ropa? —dijo, callándose el a ti no ha parecido afectarte que tenía en la punta de la lengua. —Que solo te has puesto la mitad —le dijo, sin ninguna intención de bromear—. Y no vas a estar así delante de nadie más. «Más que de mí», sonrió Kirsty, terminando la frase para sí. Debería sentirse realmente molesta por aquel sentido de la propiedad, pero… no podía estar más encantada. «Ahora empezamos a entendernos…», aun así, se sintió en la necesidad de molestarlo. Así que llevaba todo aquel tiempo ignorándola adrede… El timbre volvió a sonar. —¡Abre ya! —exigió Kirsty. —Lo haré encantado mientras te cambias. —Y exactamente, ¿qué te hace sentirte con derecho a opinar sobre mi vestuario? —¿Qué pregunta es esa, Kirsty? —Sonrió con cinismo—. El derecho que cualquier hermano tiene de proteger la honra de su hermanita pequeña. Y si de paso prevenimos un catarro, tenemos un dos por uno, ¿no te parece? —Un cínico es lo que me pareces. Pero no siguió discutiendo, consciente de que no le interesaba. Ya había obtenido una reacción de Mike mucho más que interesante. Se giró sobre sus talones, fingiendo una furia que en realidad estaba lejos de sentir, y se marchó a su cuarto. Cuando regresó al salón, se había puesto la misma ropa que había llevado aquella mañana. Se cruzó con Mike en la puerta que llevaba al pasillo de las habitaciones. —Ah, ya estás aquí —le dijo con una mueca irónica en un tono amable, y señaló hacia el sofá —. Ha llegado Steve. —¿Qué tal estoy, paso la inspección? —ironizó Kirsty en apenas un susurro. Mike sonrió y, sin dejar de mirarla a los ojos, deshizo el nudo que había vuelto a atarse en la camiseta y la estiró hacia abajo todo lo que pudo. —Estás perfecta… —susurró muy de cerca—, hermanita. Y, para más inri, le dio un beso en la frente antes de desaparecer. Kirsty debería haber intentado golpearlo, además de mandarlo al carajo, al tiempo que se subía por las paredes de la rabia; y, sin duda, habría hecho todo eso… si hubiera sido capaz de borrar la sonrisa de los labios. Capítulo 40 A Kirsty le sorprendió mucho que Mike la dejara a solas con Steve. El día anterior no se había movido de su lado durante toda la terapia, y Kirsty hubiera estado encantada de tenerlo sentado junto a ella mientras tonteaba de vez en cuando con el fisio para intentar molestarlo, pero quizá había sobreestimado un poco la reacción de Mike con su ropa… —He traído la camilla plegable por si podemos ponernos con tu espalda —le dijo Steve con una sonrisa encantadora—. La tengo en el coche. —Perfecto, aunque como ya casi no uso las muletas, me duele mucho menos. Marty tocó el timbre y se coló en la casa cuando apenas habían comenzado con la terapia. El hombre se sentó al lado de Kirsty, con una sonrisa de oreja a oreja, y observó muy atento como el chico manipulaba el tobillo sin apenas gestos de dolor por parte de ella. —Esto va mucho mejor incluso de lo que esperábamos —le aseguró Steve. —No he necesitado las muletas en todo el día —reconoció Kirsty—, aunque me lo siento un poco flojito. —Pues al final no parece que vayas a necesitar terapia. —Sonrió el chico, y la miró con un gesto pícaro—. Lo que me molesta un poco, porque me encanta venir a verte. Kirsty se sintió un tanto cohibida ante el comentario, pero no dijo nada. —Mañana puedo enseñarte unos ejercicios en el agua, si te parece —le sugirió mientras seguía moviendo y masajeando el pie a conciencia—, para que puedas hacerlos a diario y fortalecer toda la zona cuanto antes. —¿Y ya no necesitaría más masaje? —Si no te duele, no lo veo necesario. —Caramba, qué bueno eres —bromeó Kirsty. —Me gustaría llevarme el mérito —Rio el chico—, pero solo necesitabas algo de tiempo. —Mike se empeñó en salir corriendo al hospital en cuanto que hice la primera mueca de dolor —bromeó Kirsty, y miró a Marty—. Se pone nervioso muy rápido, ¡eh! Marty sonrió divertido. —Solo en lo que a ti se refiere —dijo el hombre con un curioso gesto de ternura—, pero siempre es mejor prevenir que curar. —Claro que sí —afirmó Steve—, y este par de días de masaje te vendrán genial. Ponte de pie e intenta caminar sin cojear. Kirsty le hizo caso y caminó de un lado para otro durante un minuto. —¿Te duele? —Kirsty negó—. Entonces con algo de deporte, estaría listo. —¿Mañana por la mañana puedes venir para enseñarme los ejercicios en la piscina? —le propuso. —Intentaré escaparme a media mañana —asintió—. ¿Miramos la espalda? —Mañana, si te parece. —Perfecto. Kirsty guardó silencio, esperando que fuera Steve quien decidiera despedirse y marcharse, pero el chico no parecía tener prisa. —Entonces, Kirsty, ¿qué tal tu vida de famosa en Nueva York? —le preguntó, cogiendo asiento en el sofá vecino. «Piensa quedarse a charlar un rato, al parecer». —¿Famosa? —Se forzó a sonreír—. Para mis amigas, querrás decir. —Y para mí también. He leído todos tus libros, ¿sabes? —¿Sí? Espero que te hayan gustado al menos. —Muchísimo. Eres muy buena —admitió—. Me da vergüenza confesártelo, pero te he escrito en alguna ocasión, ¿sabes? —¿En serio? —se sorprendió—. No recuerdo haberlo visto, o te habría contestado. —Es que… quizá no te dije que era yo —admitió, cohibido—, y ni siquiera sé si escribí a la dirección correcta. Kirsty lo miró perpleja. —¿Tú eres Siempre tuyo? —preguntó, sin disimular su asombro. —Eh, bueno… —se le veía algo cortado. —¡No me lo puedo creer! —Sonrió Kirsty, ahora maravillada—. No tienes idea de cuánto me ayudaron tus cartas, sobre todo al principio. Steve sonrió como si le hubiera tocado la lotería con aquel comentario. —¿Lo dices en serio? —¡Claro! Incluso cuatro años después sigo esperando esa rosa junto con tus cartas. Kirsty recordó ahora el momento en el que el conserje le había subido la última y Mike lo había cogido de la solapa por permitirle entrar en su apartamento… No pudo evitar sonreír ante el recuerdo. —¿En serio? —Steve parecía pletórico—. De haberlo sabido, habría firmado con mi nombre. —Siempre tuyo es ideal —bromeó Kirsty—, pero me habría encantado saber quién eras para poder agradecerte tus palabras. ¿Sabes que releía cada carta al menos veinte veces? Las guardo como oro en paño. —Estoy alucinado, de verdad. —¡Y yo! —Rio Kirsty. ¿Dónde demonios estaría metido Mike? Estaba deseando contarle aquel descubrimiento. Quizá estaba relajándose un poco en la sauna, con esa toalla atada a las caderas y… nada más. —Bueno, Steve, siento no poder charlar más rato, pero tengo algo urgente que hacer —le dijo, poniéndose en pie de nuevo—. ¿Seguimos hablando mañana? —propuso. El chico salió de la casa un minuto después, y Kirsty se dejó caer de nuevo en el sofá. —¿Dónde está Mike? —le preguntó a Marty de inmediato. —Trabajando en el despacho. Kirsty canceló la visita a la sauna antes de salir corriendo. —¿Qué es eso de las cartas y la rosa? —se interesó Marty, con curiosidad. La chica le habló de Siempre tuyo y el papel fundamental que, sin pretenderlo, había jugado en su vida, alentándola a seguir persiguiendo sus sueños. —Espero sus cartas con mucho cariño y las releo montones de veces —admitió—. Bueno, menos la última, que apenas pude leerla una vez. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —Tu sobrino. Marty dejó escapar una carcajada, y Kirsty le contó todo sobre la llegada de esa carta y cómo Mike había cogido del cuello al conserje cuando fue a llevársela. —También se merecía un buen derechazo —opinó Marty entre risas. —Yo bien creí que iba a dárselo. —¿Qué es tan divertido? —dijo Mike, sobresaltándolos a ambos. El corazón de Kirsty saltó de júbilo como un tonto enamorado. —Al parecer el carácter os viene de familia. —Rio Kirsty. —Ese tipo nunca debió dejarle entrar en tu casa —insistió Marty. Y pasó a recordarle aquello mismo a su sobrino, para ponerlo al día. —Mi amiga Alyssa me dijo ayer mismo que ya no trabaja en el edificio —contó Kirsty. —La incompetencia se paga cara —opinó Mike—. ¿Y por qué os habéis acordado ahora de aquello? —Resulta que Steve es Siempre tuyo. Mike pareció quedarse perplejo. —¿Qué…? No entiendo. —¿Recuerdas al tipo de la carta y la rosa? —Sonrió Kirsty, deseosa de contárselo todo—. El que me escribe tres veces al año… —Que sí, que me acuerdo —dijo con impaciencia—. ¿Qué pasa con él? —Eso, que resultó ser Steve. —Ah…, ¿él te lo dijo? —Parecía realmente desconcertado con la noticia—. Qué bien. Misterio resuelto. ¿Ha llamado tu padre? «¿Aquello era todo lo que iba a decir? ¡Qué decepción!». —No sé nada de mi padre —dijo irritada—. He estado muy ocupada con Steve, charlando de unas cartas que son importantes para mí porque me aportaron más de lo que nunca puedas imaginarte. —Sí, me acuerdo —y la imitó con cierta sorna—. La simple carta de un desconocido me acelera el corazón más de lo que podrás hacerlo tú jamás. ¡Qué bonito! —¡Imbécil! —Pues este imbécil te ha demostrado en más de una ocasión que estabas equivocada. —La miró con los ojos cargados de recuerdos y secretos compartidos—. Antes de que fuéramos hermanos, claro —se aseguró de recalcar. Kirsty resopló entre dientes y se alejó furiosa hacia su habitación, Mike la siguió con la mirada. —Ya casi no cojea —dijo, cuando desapareció de su vista. Marty puso sobre él una mirada condenatoria que provocó que Mike se desesperara. —¿¡Qué!? —No te entiendo —suspiró—. Sigue así y se la terminarás sirviendo en bandeja al Siempre tuyo ese. —¡Eso tipo no es Siempre tuyo! ¡Si le faltan cocciones hasta para hacer bien su trabajo! — dijo molesto—. Y si ella quiere servirse en bandeja, que lo haga. —¡Ah, genial, ¿me puedes decir qué hago aquí entonces?! —le recordó Marty. Mike apretó los dientes, pero no dijo nada. —¿O es que vamos a fingir que no me has pedido que haga de carabina? —Solo te pedí que entraras para… vigilar un poco. —Ah, solo vigilar —ironizó—. ¿Vigilar qué, Mike? —No obtuvo respuesta—. Nada, perfecto, pero si vas a seguir comportándose como un idiota, mañana no me llames, apáñatelas tú en esa piscina… —¿Qué piscina? ¿Cuándo? —Qué más da, ¿no? —insistió. Mike se dejó caer en el sofá, abatido, sin pronunciar palabra. Se pasó las manos por el pelo con gesto nervioso. —¿Cómo va la investigación? —preguntó, tras un rato en silencio. —En un punto muerto —admitió Marty—. Y no tengo más vías abiertas. —¿No hay nada en esas fotos? —insistió casi en un susurro. —No. Ni una huella ni un solo indicio que nos lleve a ninguna parte —reconoció—. No queda un solo hilo del que tirar. —Y ¿cómo es posible? —Pasa a menudo —se lamentó—. Así que quizá, tanto tú como Thomas, deberíais empezar a aceptar que tendréis que dejarla regresar a su vida en breve. —¿Sin coger a esa gentuza? —No podéis tenerla prisionera para siempre —insistió Marty. —Al menos aquí puedo protegerla. —Entonces consigue que se quede en Little Meadows por voluntad propia —le sugirió. —¿Cómo? —¿Tengo que hacerte un croquis? Mike no pudo evitar sonreír, pero impregnó el gesto de cierta tristeza. —Yo… no soy bueno para Kirsty —dijo apenas en un susurró—. Le hice daño hace mucho tiempo y me he equivocado demasiado desde su regreso —suspiró—, y eso casi le cuesta la vida. —¿Te sigues culpando de su accidente? —Soy culpable —le aseguró—. Me vuelve tan loco que terminó impulsándola a hacer cosas estúpidas, como subirse a un caballo que sabe que no podrá controlar. —Es una mujer adulta, Mike —le recordó—. Responsable de sus propios errores. Mike no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza y soltar aire con demasiada intensidad. —Pues nada, dejemos que el tal Steve se lleve a la chica. —Sonrió Marty, irónico—. Lo que no tardará en hacer porque es un tipo encantador y no esconde su interés por ella. —Se puso en pie—. Déjales vía libre en el spa mañana. Creo que ha prometido traer la camilla portátil para aliviarle la espalda… —Marty… —Eso más la sauna y el jacuzzi —insistió— deberían bastar para que ella caiga rendidita a sus pies. Eso sí, no cuentes conmigo para vigilarlos, no me vayan a poner la cara colorada en el momento menos pensado… —¡Bueno, basta ya! —terminó Mike poniéndose en pie, con un claro gesto de irritación—. ¡A Kirsty no le gusta ese tipo! —Yo no estaría tan seguro, le escribió cartas que… —¿Otra vez con el cuento de las cartas? —Y ¿no la llevó a su primer baile? —le recordó—. Igual incluso fue el primero en… —¡No permití que Steve Danfort le pusiera un solo dedo encima entonces y no lo hará ahora! —interrumpió, ya furioso. —Eso no suena mal —admitió Marty—. Solo espero que no intentes conseguirlo imponiéndoselo como una orden, porque ya te digo que no funcionará. —¿Quién te ha pedido tu opinión? —Nadie en absoluto —reconoció—. Pero te quiero, Mike, y deseo verte feliz, a ser posible en esta vida. Por eso te recuerdo que el tiempo corre, su pie se recupera y los motivos para tenerla encerrada empiezan a ser insuficientes… —hizo una pausa, soltó un suspiro de preocupación y añadió—: Y ahora mírame y dime que puedes volver a vivir con el vigílala a escondidas sin volverte loco. Mike desapareció de su vista sin hacer ni una cosa ni la otra. Capítulo 41 Kirsty, tumbada sobre su cama, ya no sabía si cambiarse de ropa, quedarse con la que tenía puesta o vestirse de buzo. Debía reconocer que Mike la tenía confundida. Primero la ignoraba a pesar de estar medio desnuda, luego parecía molestarle que Steve pudiera verla así, pero después la dejaba a solas con él y desaparecía sin más preocupación. ¡Era una pesadilla de hombre! Molesta por sentirse siempre sobre aquel vaivén de emociones, decidió que aquella noche no saldría de su alcoba ni para cenar. Por desgracia, su padre y Nadine pasaron por allí para despedirse por un par de días, y se vio forzada a atenderlos. Los cuatro se sentaron en el jardín a tomar un aperitivo. —¿Y qué balneario es ese? —se sorprendió Kirsty al escuchar la noticia de su viaje. —Está en plena naturaleza, entre montañas —contó Thomas—. Lo dirige una amiga de Nadine, que nos ha invitado a pasar el día de mañana, volveremos pasado a medio día. —Ah, qué bien. —Sonrió Kirsty contenta, y observó, un tanto desconcertada, la mirada tímida que Nadine posaba sobre su padre y la sonrisa que él le devolvía. «¿Qué me he perdido?», se preguntó sonriendo a su vez, pero era tan evidente que no tuvo que preguntárselo mucho tiempo. Al parecer su padre había tomado a rajatabla su consejo de echarse novia, y Kirsty no podría estar más feliz por la elección. Aunque supuso que lo adecuado era esperar a que ellos le dieran la noticia, así que intentó hablar lo más normal posible. —¿Y no me puedo meter en una maleta e irme también a ese balneario? —¿Es que no tienes suficiente dosis de spa aquí? —Rio Nadine. —Pues lo creas o no, solo me he metido en el jacuzzi una vez —contó, asegurándose de no mirar a Mike, pero sí de que la oyera—. Ni piscina ni sauna ni sillón de masaje…, pero mañana viene Steve a media mañana para enseñarme unos ejercicios en el agua —dijo, más risueña de lo que se sentía. —¿Para fortalecer el tobillo? —se interesó Nadine. —Eso ha dicho, pero ya voy a aprovechar para hacerme una puesta a punto completa. — Sonrió, dejando caer en su tono cierta insinuación. —¿Es mono el tal Steve? —le preguntó Nadine por lo bajo. —Oh, sí…, y experto en masaje… —susurró Kirsty, demasiado alto. —¡Eh, que os estamos escuchando! —protestó su padre al instante, y miró a Mike—. Dime que vas a estar presente en esa puesta a punto. —Tres son multitud, Tom —dijo Mike con una sonrisa cínica—. Y Kirsty ya es una mujer adulta, no necesita una niñera. Kirsty hubiera podido pegarle sin sentirse culpable. —¡Tonterías! —insistió su padre—. Sigue siendo mi niñita, y no voy a imaginarla metida en una sauna con Steve Danfort. —¡Papá! —protestó. —No permitiré que se metan en la sauna, Tom. —Rio Mike, como si estuvieran hablando del tiempo—. Me encargaré de cerrarla con llave, ¿contento? Thomas rio divertido, y Kirsty no pudo evitar cruzar una mirada asesina con Mike, que parecía impasible y muy divertido ante la idea de su supuesto escarceo con otro. «Ya veremos si sigue pensando lo mismo cuando me vea en brazos de Steve», Pensó irritada, deleitándose con la idea de borrarle aquella estúpida sonrisa de los labios. Y ya no pudo sacudirse aquella rabia el resto de la noche. Cuando su padre y Nadine se marcharon, fue directa a la cocina y se preparó un sándwich que tenía toda la intención de comerse a solas en su cuarto. —¿Por qué estás tan molesta? —le preguntó Mike, como si no hubiera roto nunca un plato. —No lo sé, dímelo tú. —No te preocupes, Kirsty, que no pienso cerrar la sauna con llave. —Sonrió con descaro—. Solo lo he dicho para que tu padre se quedara tranquilo. Kirsty se preguntó si un par de guantazos serían suficientes para sentirse mejor, pero ¿por qué darle el gusto de demostrarle cuánto le afectaba su aparente indiferencia? —Genial. —Sonrió—. Espero también que no nos molestes demasiado… —Descuida. —Qué benevolente —ironizó—. No pareces el mismo que me ha obligado a cambiarme de ropa esta tarde. —Sí, lo siento, quizá me pasé un poco de conservador. —¿Significa eso que no vas a meterte en si mañana me pongo el bikini o decido bañarme sin él? Mike la miró con una sonrisa totalmente carente de humor. —Yo esperaría a ver si Steve comparte tu afición por el nudismo. —No te preocupes, que ya me encargo yo de que lo haga. La sonrisa de Mike empezaba a tocarle las narices más allá de toca lógica. ¿Es que tenía que meterse en la cama de Steve para borrársela del todo? —Muy sonriente te veo —insistió, controlando a duras penas las ganas de sacarle los ojos—. A ver si sigues pensando lo mismo cuando esté entre sus brazos… y le pida a él los besos que a ti te negué. Una décima de segundo fue lo que Mike tardó en tirar de ella para encerrarla entre sus brazos, ya sin una pizca de humor. —Vaya, ¿eso ha escocido? —¡Ya basta de tonterías! —Yo no llamaría tonterías a lo que tengo pensado… —insistió, satisfecha y ardiendo de excitación ante su reacción—. Te garantizo que va a dejar de hacerte gracia alguna. —Kirsty… —Si te portas bien…, puedo dejarte mirar a través de la cristalera —susurró entre dientes, retándolo aún más. Aquello pareció desatar todos los infiernos dentro de él. Se giró con ella entre los brazos y la acorraló contra la encimera con una furia apenas contenida. —¿Te gustaría eso, Mike? —insistió acalorada—. Ya que tú no quieres tocarme, igual te apetece mirar cómo lo hace otro. —Te excitarían más solo mis ojos sobre tu cuerpo, que todo lo que él pudiera hacerte —le aseguró, separándose ligeramente para pasear una lasciva mirada de su cabeza a sus pies. —Será interesante comprobarlo… —¡Déjalo ya! —casi rugió, ahora con un brillo peligrosos en los ojos—. Los dos sabemos que no te gusta Steve Danfort. —Ah, ¿no? ¿Acaso no lo escogí ya una vez para que fuera el primero en besarme? Lo vio apretar los dientes, sin dejar de mirarla a los ojos. —Qué pena haberle quitado ese honor —casi gruñó entre dientes. —Sí, yo también lo siento. —Sonrió irónica. —¿Que lo sientes? —La atrajo hacia sí aún con más fuerza, hasta amoldarla por completo contra su cuerpo—. ¡¿Crees que él te hubiera enseñado a besar de la misma manera?! —¿Y por qué no? —dijo Kirsty, encogiéndose de hombros, intentando disimular su estado de excitación, pero su cuerpo hacía ya demasiado rato que ardía de la cabeza a los pies. —Los dos sabemos que aquel beso fue mucho más que eso —insistió furioso. «¿Para ti también?». Estuvo en un tris de preguntarle, pero se contuvo. Estaba demasiado dolida por todos los desplantes de la tarde. —¿No supones demasiado? —dijo en su lugar, intentando no titubear, pero estaba tan cerca… —¿Vas a decirme que no lo disfrutaste? —recortó aún más las distancias, que prácticamente eran ya inexistentes—. Porque… te recuerdo rogándome que te llevara al establo. Kirsty tragó saliva, resistiéndose a rogarle de nuevo. —Sí…, admito que fue un gran primer beso —susurró. —El más increíble que nadie podía darte —insistió. —Eso no puedo saberlo, ¿acaso tienes la patente de los primeros besos o qué? —En lo concerniente a ti, pelirroja —Casi rozó su nariz con la suya—, tengo todas las patentes. La tomó de las nalgas y la atrajo con fuerza contra una poderosa erección, que arrancó un gemido ronco e inevitable de labios de Kirsty. —Repite ese sonido —susurró sobre sus labios, y se movió contra ella de nuevo, arrancándole otro gemido idéntico de la garganta—. Me nubla el juicio escucharte gemir entre mis brazos… —Mike… —suplicó, mirando ahora sus labios con un hambre que no podría contener mucho más tiempo. —¿Qué? —dijo enronquecido, enterrando una mano entre su pelo mientras casi rozaba sus labios con los de ella—. Dime que es lo que quieres… La chica apenas podía razonar ya. Se movió contra él buscando sentir su dureza más cerca, al borde de la combustión. —Dilo ya —suplicó Mike—, porque te juro que no voy a tocarte si no me lo pides… Aun sabiendo que terminaré volviéndome loco si no cedo pronto. —Todo —logró decir Kirsty entre dientes—. Lo quiero todo. —Kirs… No lo dejó terminar. Ya al límite de su resistencia, fue ella quien besó sus labios con una necesidad imperiosa, producto de un deseo devastador y fuera de control. Después se separó apenas unos milímetros y susurró sobre su boca. —¿Puedo… tenerlo todo ya? —suplicó de forma apenas perceptible, frotándose contra él. Una décima de segundo después, Mike besó su boca con un apetito feroz que Kirsty recibió con un gemido ronco de bienvenida. Sus lenguas se encontraron a mitad de camino y ambos dejaron escapar un sonido triunfal, devorándose de un modo casi desesperado. Kirsty se colgó de su cuello y se abandonó por completo a él, cuyas manos parecían moverse por todo su cuerpo al mismo tiempo, deseosas de llegar a cada centímetro de piel, mientras la atraía contra aquella parte de él que ella se moría por sentir cada vez más cerca. Deseosa de avanzar, metió las manos por dentro de su camiseta deleitándose con aquel torso perfecto, que necesitaba besar y acariciar hasta la saciedad. Tironeó de la prenda con un gesto nervioso y Mike terminó quitándosela, ganándose un beso de agradecimiento que podría haberles costado la cordura a ambos, de no tenerla perdida ya por completo. Cuando Kirsty pudo recorrer a sus anchas aquel despliegue de músculos, dejó escapar un suspiro de dicha que terminó costándole su propia camiseta, de la que Mike tiró, con un gesto impaciente, acariciando cada poro de piel descubierta con idéntica desesperación. Pero no se detuvo ahí. Tiró de las mallas hacia abajo, sentó a Kirsty sobre la encimera y se deshizo de la prenda, dejándola entre sus brazos con un precioso conjunto de lencería de encaje, que se comió con los ojos antes de volver a besarla. —Agárrate fuerte… —le susurró, levantándola e instándola a rodearle las caderas con las piernas—. Voy a llevarte a la cama. Aquellas palabras fueron como soltar una cerilla dentro de un barril de pólvora para Kirsty, que se agarró con todas sus fuerzas a él, y se concentró en besarle y lamerle el cuello y el lóbulo de la oreja mientras caminaban hacia la alcoba. Pero no pudo contenerse y besó sus labios de nuevo con un ansia descontrolada, que provocó que él se detuviera en mitad del salón para disfrutar del premio. —Kirsty, no… llegaré a mi alcoba si… —Su boca se vio invadida de nuevo por la lengua de ella, que era incapaz de permanecer quieta. —Me vale el sofá… —jadeó, tras unos segundos de delirio. —Tengo una cama de uno ochenta. —Sonrió sobre su boca, besándola de nuevo. La imagen de ambos retozando en aquella cama surtió su efecto, y, a regañadientes, se retiró unos centímetros. —Camina rápido, vaquero —le rogó, centrándose de nuevo en cada centímetro de piel accesible que podía saborear. Dejando escapar una carcajada ronca, Mike aceleró el paso y se perdió por el pasillo. Kirsty, sorprendida ante la intensa oleada de placer que el movimiento provocó en ella, gimió sin disimulo casi en su oído. —Madre… mía… —escapó de sus labios entre jadeos desesperados imposibles de controlar, mientras aquella dura erección presionaba con demasiada intensidad el centro mismo de su placer a cada paso que daba. Cuando Mike entró en la alcoba y cerró la puerta a cal y canto de una patada, con ellos dentro, algo parecido a la euforia se apoderó de ella. Estar encerrados en la alcoba de Mike acrecentaba su excitación de una forma irracional, pero irremediable, y generaba una expectación que rayaba ya en el delirio. Mike la soltó de pie junto a la cama al tiempo que tomaba su boca de nuevo con renovadas energías y, de forma muy hábil, soltaba el enganche de su sujetador provocando que cayera al suelo. En aquel punto se tomó unos segundos para alejarse unos centímetros solo para mirarla. Kirsty quizá debería haber sentido cierta vergüenza ante su desnudez, pero su mirada solo acrecentó su excitación, aún más, cuando fue consciente de la fascinación con la que él miraba sus pechos excitados y turgentes. —¡Qué belleza, pelirroja, mi imaginación no te hacía justicia! —tiró de ella con urgencia, volvió a besarla y recorrió aquellos pechos recién descubiertos con una de sus manos. Sentir aquella mano cerrarse sobre uno de sus senos y juguetear con el pezón la llevó a un estado de abandono total y absoluto, que se convirtió en locura cuando aquella boca descendió por su cuello y continuó hacia abajo para hacerle el relevo a sus manos. Se arqueó para darle mayor acceso y gimió de forma incontrolada, con la mano entre su pelo, mientras sentía aquella lengua juguetear primero con uno y después con el otro pezón. Cuando Mike regresó a su boca, Kirsty saboreó de nuevo sus labios con ansia y gimió de anticipación cuando las manos de él fueron descendiendo poco a poco por su espalda, hasta perderse dentro de sus bragas y atraerla del trasero más hacia él. Después, una de las manos se paseó por su cadera y descendió por la parte delantera buscando el centro del placer femenino, que ardía en deseos de ser acariciado. Kirsty casi gritó cuando sintió aquella mano entre sus piernas, y se frotó contra sus dedos sumida en un trance hipnótico no comparable a nada de lo que hubiera sentido jamás. Hasta que fue consciente de que los dedos de Mike la llevaban sin remedio hacia un abismo por el que estaba loca por tirarse, pero que quería posponer un poco más para hacerlo acompañada. —Mike…, yo… te quiero… a ti —suspiró sobre su boca—. Por favor… —Él retiró su mano y se concentró ahora en tirar de sus braguitas hacia abajo, que terminaron cayendo al suelo. Sin dejar de besarla, se desabrochó los pantalones y se los quitó, dejando que fuera ella quien tirara de sus calzoncillos hacia abajo a continuación. Cuando Kirsty liberó su erección y cerró su mano sobre ella, ambos dejaron escapar un sonido ronco. —Me gusta… —susurró Kirsty sobre sus labios, deleitándose con el tacto de su dureza. Lo escuchó casi gruñir, y un segundo después la tumbó sobre la cama y ambos se acoplaron como dos partes de un mismo todo. Él se movió ligeramente contra ella y todas las partes de su cuerpo entraron en contacto, incluida aquella por la que ella casi suspiraba ya de forma incontrolada. Apenas era capaz de pensar en nada más que en sentirlo en su interior cuanto antes, convencida de haber vivido para aquel momento durante toda su vida. «Quizá… debería decirle que… nunca he…»… Ya no le dio tiempo. Mike se hundió en ella de una certera embestida que hizo innecesario cualquier aviso. Una exclamación de sorpresa resonó en la habitación y no fue precisamente de boca de Kirsty, a la que ni siquiera le dio tiempo a quejarse del leve dolor antes de que hubiera pasado. Mike se quedó inmóvil y la miró con los ojos vidriosos por la excitación y una expresión de asombro. —Kirsty… —susurró, confundido, sin mover ni una pestaña. Ella se mordió el labio inferior, un poco avergonzada—. Eso era… —Sí —susurró. Kirsty se movió ligeramente bajo él y una punzada de placer recorrió su cuerpo, haciéndola sentir el tormento más exquisito de toda su vida. Probó de nuevo. —¡Oh! —exclamó, y ronroneó de satisfacción. Ella siguió moviéndose y miró a Mike, maravillada por la sensación. Lo amó más que nunca cuando fue consciente del esfuerzo que él estaba haciendo para mantenerse inmóvil y permitir que ella se acostumbrara a sentirlo dentro. —Kirsty… —Sonó desesperado unos segundos después, con el sudor ya perlando su frente. —Yo… —susurró ella entre gemidos— quiero comprobar… —Se movió con mayor intensidad. —Por Dios…, pelirroja… —se quejó ahora, apretando los dientes—. ¿Comprobar… qué? —Cuánto… —Aceleró el ritmo y sonrió como un gato relamiéndose los bigotes— aguantas sin moverte… Mike dejó escapar un sonido de fingida indignación, aunque lo estropeó al sonreír. —Voy a cobrarme cada segundo de tormento —le aseguró, mirándola con una expresión lujuriosa y los ojos cargados con la promesa de dulces castigos. —Eso espero, sí… —Y gimió cuando él se retiró hacia atrás y embistió de nuevo contra ella en profundidad—. Oh…, por… dios. —Volvió a moverse—. Mike…, ¡madre… mía! Él comenzó a moverse en su interior con una maestría que pronto ella acompasó, y poco a poco se fueron sumergiendo en una vorágine de deseo ciego y salvaje, que Kirsty no podría haber imaginado ni en sus mejores sueños. Hasta que llegó un punto en el que dejó de razonar, mientras que con cada embestida ascendía más y más alto, esperando el momento en el que irremediablemente tendría que dejarse caer. Y ese momento llegó justo en el instante en que cruzó su mirada con la de él y vio reflejado en sus ojos el mismo deseo intenso, fiero e irracional que la asolaba por dentro. Gimió su nombre entre dientes justo antes de abandonarse en caída libre desde lo que parecía el mismísimo Olimpo, arrastrando de la mano a Mike, que dejó escapar un gemido intenso y gutural y se aferró a ella como a un salvavidas. Kirsty se sintió flotar, como mecida sobre una nube, mientras el clímax iba cesando en intensidad, sumergiéndola en una especie de laxitud que tampoco había experimentado jamás. Cuando Mike se hizo a un lado, la arrastró hacia su costado y ella se acurrucó contra él, dejando que la más absoluta felicidad invadiera su alma. Jamás se había sentido así de viva y completa. Dejó escapar un suspiro de satisfacción, mientras acariciaba con la yema de los dedos el pecho masculino de forma distraída. Mike tomó su mano, y ella izó la cabeza para mirarlo con cierta timidez, ganándose una sonrisa que iluminó su mundo entero. Después se inclinó sobre ella y la besó con una ternura que le llegó al alma. —¿Estás bien? —le preguntó con un gesto preocupado. —Oh, sí, estoy en la gloria bendita —admitió Kirsty risueña. Mike dejó escapar una carcajada divertida. —Me alegra oírlo —admitió, pero la miró un poco más serio poco después—. ¿Por qué no me lo has dicho, Kirsty? La chica bajó la vista, repentinamente cohibida. —No sé —susurró—. No me parecía importante. —¿No te parecía importante decirme que aún eras virgen? —preguntó, un tanto perplejo. —Es que… me daba miedo que te echaras para atrás si te lo decía. —Era incapaz de mirarlo —. Y cuando quise hacerlo, era tarde… ¿Estás enfadado? —¿Enfadado? —Sonrió. Y tiró de su barbilla para obligarla a mirarlo—. ¿Cómo podría estar enfadado? ¿Tienes idea del inmenso regalo que acabas de hacerme? —¿Sí? —titubeó. —Ni lo dudes —le aseguró—. Y no me explico cómo he podido ser tan afortunado, pero de haberlo sabido, podría haberte tratado con algo más de dulzura y cuidado… —Ha sido perfecto. —Sonrió, dichosa ante su preocupación. —He sido un salvaje. —Frunció el ceño. —Pues eso, perfecto —insistió—. Y casi no me he enterado. —Se incorporó para añadir—: Del dolor, eh, que a todo lo demás he estado muy atenta. Mike no pudo evitar reír y terminó besándola con ardor. Kirsty le devolvió el beso y se sorprendió de que su cuerpo reaccionara de nuevo con el mismo entusiasmo que hacía un minuto. Por eso protestó cuando él se echó a un lado. —Déjame comportarme de forma honorable, Kirsty —le pidió—. Tienes que estar dolorida, quiero cuidarte un poco. Ella sonrió y lo miró con un gesto tierno, aunque impaciente. —Vale, y… —Se incorporó sobre el torso masculino— ¿como cuánto tiempo tengo que esperar? Mike rio divertido. —Es que, por si no te quedó claro —insistió Kirsty con un punto de diversión—, llevo casi veinticinco años sin…, ya sabes. Él sonrió y la miró ahora con cierta curiosidad. —¿Cómo es posible tal hazaña, Kirsty? —le preguntó—. No me malinterpretes, estoy mucho más que encantado de la vida, pero me sorprende un poco. Kirsty sabía que tarde o temprano tendría que responder a aquella pregunta, pero contestar con la verdad no era una opción; no de momento al menos. —Solo esperaba a la persona adecuada —se permitió confesar a medias. A Kirsty la confundió la mirada que él posó en su rostro. La observó largo rato con una extraña expresión de… ¿qué era aquello? ¿Anhelo?… Era un brillo muy especial el que había en sus ojos, pero no logró identificarlo. —Gracias por considerarme esa persona —le dijo finalmente, cuando ella pensó que ya no iba a decir nada, y besó sus labios con ternura—. Ven conmigo. Sorprendida, Kirsty se incorporó junto a él y tomó la mano que le tendía. —¿Dónde vamos? —Al baño —contó—. Quiero lavarte y mimarte un poco. Kirsty sonrió ante la dulzura de aquel detalle y se dejó guiar, aunque pronto su libido tomó la palabra. Sabía que debía tener restos de sangre en algún punto entre sus piernas, e imaginar a Mike ayudándola a retirarlos… no tardó en llevarla a ebullición. Observó detenidamente el cuerpo desnudo de Mike mientras abría el agua de la ducha. Ardió en deseos de tocarlo de nuevo de arriba abajo y de sentir aquellos poderosos brazos alrededor de su cuerpo y… —Tengo buenas intenciones, pelirroja —protestó, acercándose a ella de nuevo—, pero tienes que colaborar un poco. La chica fue consciente ahora de cómo estaba comiéndoselo con los ojos, pero se limitó a sonreír y a seguir mirándolo de la misma manera. Mike tiró de su mano y ambos se metieron en la ducha bajo el chorro de agua caliente. Kirsty esperó con cierta expectación su siguiente movimiento, y sonrió cuando él se echó una cantidad excesiva de gel de baño en las manos y, aun así, roció su cuerpo ligeramente con un poco más. Mientras él frotaba sus manos para hacer espuma, Kirsty jadeaba ya a marchas forzadas esperando el momento en el que las pusiera sobre su cuerpo. Cuando por fin lo hizo, no pudo controlar el suspiro de placer que escapó de sus labios, y no fue el último, puesto que Mike enjabonó y acarició cada parte de su cuerpo con lo que empezó siendo delicadeza, para terminar convirtiéndose en una dulce y excitante tortura que no tardó en írsele de las manos. Kirsty terminó apoyando la espalda contra su torso, completamente abandonada a sus caricias, mientras él recorría sus pechos con ambas manos y descendía después hacia su entrepierna con agónica lentitud. Gimió con fuerza cuando enterró una de sus manos espumosas entre sus piernas y las abrió para él todo lo que pudo, que la torturó hasta el delirio. —Sí… sigues haciendo eso… —dijo casi de forma ininteligible—, yo… voy a… —Me parece perfecto —le susurró al oído—. Yo me encargaré de llevarte de cero a cien una y otra y otra vez… Kirsty movió sus caderas hacia atrás y estuvo a punto de explotar cuando sintió aquella enorme erección contra su trasero, que él parecía haberse empeñado en mantener lejos. —Pelirroja, para quieta —gruñó entre dientes. Pero aquello era pedirle un imposible. La necesidad de arremeter contra su dureza era ya desesperada, y pronto él no pudo resistirse tampoco a frotarse y apretarse contra ella mientras metía los dedos en su interior, imitando el movimiento que ambos se volvían locos por sentir de nuevo. —Mike… —Volvió a gemir, ahora con una urgencia extrema—, yo…, no puedo… aguantar más. —Adelante —la incitó. —Ven… conmigo… —Aún no. Su nombre fue todo lo que pudo susurrar antes de abandonarse por completo al increíble clímax que la estremeció de la cabeza a los pies. —Guau —lo escuchó susurrar en su oído, con la voz ronca—. Ha sido todo un honor provocar algo así… Ella giró la cabeza y lo besó con ansía, al tiempo que se frotaba de nuevo contra su erección. Mike dejó escapar un gemido desesperado mientras se movía contra ella de forma casi involuntaria. —Quiero más… —susurró Kirsty, desesperada, dentro de su boca—. Te quiero a ti. Se giró del todo hacia él, que la tomó entre sus brazos con fuerza, sin dejar de besarla. —Kirsty… —suplicó, intentando separarse un poco—. No quiero hacerte daño… La respuesta de ella fue tomar su erección con una mano y usar los restos de jabón que tenía en su cuerpo para torturarlo. —Tienes que estar dolorida… —Kirsty lamió ahora uno de sus pezones y jugueteó con la lengua sobre él, sin dejar de acariciarlo más abajo— y… si vuelvo a… pues… ¡Joder, ya no sé ni que narices estoy diciendo!… Kirsty rio divertida, sin dejar de tocarlo. —Que conste que he intentado comportarme —jadeó, atrayéndola contra él. —Tomo nota. —Se colgó de su cuello. —Pero salgamos de la bañera —dijo, soltándola para descolgar la ducha. Kirsty protestó—. No voy a tomarte de pie, Kirsty, y eso no es negociable. —No es igual de placentero —preguntó con curiosidad mientras se dejaba enjuagar. —Oh, sí, lo es —admitió Mike, cerrando el agua—, pero no es adecuado para una segunda vez… Tú no podrás controlar el ritmo y estarás por completo a mi merced. —No me importa —le aseguró, con los ojos en llamas. Mike sonrió, un tanto alucinado, y la atrajo hacia él de nuevo. —Pero ¿de qué increíble fantasía sexual te has escapado tú, pelirroja? —susurró sobre su boca. —De una muy húmeda —dijo, frotándose contra él. —¿Sí? A ver… —Metió la mano entre sus piernas y se empapó de su excitación al instante —. ¡Vaya! —Siempre estaré así de lista para ti, Mike —le aseguró, con los ojos vidriosos, balanceándose sobre sus dedos. —Entonces vamos a tener un serio problema para salir de la cama… —susurró Mike mientras la izaba del suelo por las nalgas para acomodarla sobre él. Kirsty le rodeó las caderas con las piernas, ansiosa por volver a sentirlo en su interior, y dejó escapar un gemido lento cuando Mike fue dejándola resbalar sobre su erección, muy despacio, hasta enterrarse en ella por completo. —¿Bien? —susurró, enronquecido, mirándola con los ojos turbios y negros como la noche. —Creo… que bien es… quedarse muy corto —gimió, sobrepasada por la sensación de sentirlo hundido en su interior—. Es… increíble. —Tú sí que eres increíble… —susurró sobre su boca—. Y ahora no te muevas ni un poco… Y, para el asombro de la chica, salió de la ducha con ella en brazos, sin salir de su interior, y caminó de regresó a la cama. —¡Joder! —exclamó Kirsty entre jadeos, junto a su oído. Por mucho que intentara no moverse, el simple vaivén que él hacía al caminar la volvía loca. Mike se sentó en la cama con ella a horcajadas, y Kirsty no pudo esperar para cabalgar sobre él, aumentando el ritmo con rapidez, desesperada por encontrar de nuevo el alivio. Él había dejado por completo el control en sus manos y parecía haber perdido el norte mientras jadeaba dentro de su boca, besándola con una pasión ya incontrolable y fuera de toda lógica. Cuando los gemidos, suspiros y jadeos llegaron a su punto álgido, ambos contuvieron la respiración presos de un clímax simultáneo y salvaje, que casi les cortó la respiración. —¡Jo-der! —gritó Kirsty eufórica, aún entre jadeos, cuando puso los pies de nuevo sobre la tierra—. ¡No quiero hacer nada más que esto durante el resto de mi vida! Mike dejó escapar una carcajada divertida. —Para ti también es así de… —se cortó, cohibida. —¿Increíble, intenso y maravilloso? —terminó por ella. Kirsty sonrió—. Sí, lo es. —Y… ¿suele serlo… siempre? —Se ruborizó ligeramente—. Solo es curiosidad, pero… es que… Él sonrió con ternura. —Si lo que me estás preguntando es si es igual con todas las mujeres, la respuesta es no. —¿No? —Sonó tan insegura que Mike le sujeto la barbilla para que no pudiera apartar la mirada. —La química que hay entre nosotros, Kirsty, no es habitual —le aseguró con sinceridad—. Y te juro que jamás he vivido algo ni remotamente parecido a esto. Aquella respuesta arrancó una sonrisa de felicidad de labios de Kirsty. —¡Guau! —se le escapó a Mike, mirándola muy serio. —¿Qué? —Esa sonrisa tuya… acaba de cortarme el aliento. Kirsty volvió a sonreír y posó sobre él una mirada cómplice. —Te estás ganando otro billete al paraíso, Mike O'Connell… —bromeó, arqueando las cejas. Él dejó escapar otra carcajada divertida y aceptó encantado la invitación. Capítulo 42 Dormir y despertar entre sus brazos era otra de las cosas con las que Kirsty había soñado toda su vida y que vio cumplida aquella noche. Para mayor deleite, Mike la había despertado en un par de ocasiones a lo largo de las horas de sueño para volver a hacerle el amor con intensidad, casi en penumbra, y Kirsty había disfrutado de cada minuto entre una deliciosa sensación de letargo. Ya por la mañana, había sido ella quien se había encargado de darle los buenos días acariciando su torso desnudo y apretándose contra él, hasta que lo había escuchado pronunciar su nombre en sueños y había comprobado, maravillada, como su cuerpo iba reaccionando a sus manos con sorprendente rapidez. Cuando él fue realmente consciente de lo que estaba pasando, Kirsty ya cabalgaba sobre su cuerpo con exquisita lentitud… —Quiero despertarme así el resto de mi vida… —susurró Mike, abriendo los ojos muy despacio y quedando cautivado por la visión que tenía ante él. Kirsty se estremeció de arriba abajo por el comentario y deseo con todas sus fuerzas que aquello no fuera solo una frase hecha, producto del acaloramiento del momento. Supo que podría pasar cada una de las noches de su vida haciendo lo mismo que la anterior: charlando, riendo a carcajadas y haciendo el amor hasta caer exhaustos, para amanecer entre sus brazos y saludar al día volviendo a empezar. Mike se sentó en la cama y se abrazó a su cuerpo desnudo, mientras Kirsty se mecía sobre él de una manera lenta y deliciosa para ambos. La chica buscó sus labios y lo besó con ardor, y después se incorporó un poco para que él tuviera buen acceso a sus senos, que devoraba ahora con deleite. El clímax llegó contundente y de la forma más inesperada, y los arrastró de la mano hasta el paraíso. Cuando pudieron relajarse uno en brazos del otro, Mike consultó su reloj y dejó escapar un sonido de disgusto. —Debí cancelar mi agenda para hoy —dijo, atrayéndola un poco más sobre su costado. —¿Tienes mucho trabajo? —Por toneladas —reconoció, y la miró con un simpático gesto condenatorio—. Últimamente he estado un poco distraído y se me han acumulado demasiadas cosas. —Así que distraído… —Sí, un pelín —bromeó. —¿Solo un pelín? —Frunció el ceño—. Qué raro, porque me he empleado a fondo… Mike rio divertido. —No hace falta que lo jures —reconoció—. Me has estado volviendo loco, pelirroja, y pienso cobrarme cada distracción. Una oleada de deseo recorrió el cuerpo de Kirsty, cuando sus ojos se posaron sobre ella con aquella promesa brillando con intensidad. —Han sido… tres duchas frías diarias, varias noches en vela… Tres por cinco quince y me llevo una… —susurró como para sí ante la divertida mirada femenina—. Pff, ¡qué bien me lo voy a pasar! Kirsty rio feliz. —¿Tú solo? —Igual te dejo participar —bromeó—, pero tienes que ponerte para mí esos pantaloncitos cortos con la camiseta de la Nancy…, y darte unos paseítos por casa. —Haber mirado cuando tuviste ocasión —se quejó risueña. —Miré todo lo que pude —le aseguró—, pero tener que disimular tanto me generó un estrés que necesito quitarme mirando un poco más. La chica no cabía en sí de gozo. —¿En el jacuzzi también? —¡Guau, el jacuzzi! Eso se me ha pasado contabilizarlo… —La estrechó aún más entre sus brazos—. Se me acumulan los cobros…, me estoy agobiando. Kirsty recorrió su torso con la yema de los dedos, mirándolo con una descarada sonrisa de lascivia. —Pues conozco yo algo genial para el estrés… —¿Sí? —Sí, me han dicho que va súper bien… el encaje de bolillos. —Sonrió con malicia. Se giró hacia el otro lado dispuesta a salir de la cama, pero no le dio tiempo ni a poner un pie en el suelo. Mike tiró de ella, arrancándole un grito y una carcajada divertida, y la devolvió a sus brazos. —¿Dónde crees que vas sin pagar penitencia? —Yo también tengo cosas que cobrarme, ¿sabes? —ronroneó—. He soñado contigo dentro de esa sauna durante más tiempo del aconsejable… Mike rio. —Yo no sé quién le debe a quien de aquel día —aseguró—, porque no quiero ni contarte como me dejaste a mí. —¿Sí? —preguntó curiosa, aquello mismo le había quitado el sueño—. ¿Tú estabas… — Miró hacia su renovada erección— así bajo la toalla? —Yo llevo así por ti… mucho tiempo, pelirroja —dijo con un deje de misterio en la voz. —¿Cuánto? —preguntó, un poco sorprendida. —Demasiado para ser saludable. —La besó con dulzura. «Mejor no hablemos de salud sexual, Kirsty», se dijo, loca por seguir indagando en aquello, pero consciente de que, si profundizaban, quizá ella tendría que contarle el motivo por el que había llegado virgen hasta sus brazos… —Entonces, tendré que dejar que te cobres lo que necesites… —Sonrió dichosa, y se acurrucó más contra él—. ¿Cuándo quieres empezar? —¿Te lo digo o te lo cuento? —le dijo mientras una de sus manos ascendía por su abdomen camino a sus pechos. —No lo sé…, tú eres el que tiene tanto trabajo que… —Mike le cerró la boca con un beso hambriento y devastador, que Kirsty recibió con el mismo saludable apetito de siempre, y que provocó que Mike llegara tarde a una videoconferencia por primera vez en su vida.

Un par de horas después, Kirsty se sentó a tomarse el segundo café del día junto a Marty, que había tocado al timbre solo para avisarlos de que estaba fuera haciendo su guardia, pero había terminado sucumbiendo a los bollitos de canela que Kirsty horneaba. —¿Dónde está Mike? —se interesó el hombre, tras comerse dos bollos de golpe. —Trabajando. —Para no variar —protestó Marty—. Ese chico trabaja demasiado. Debería buscarse alguna afición. Kirsty escondió una sonrisa dentro de su taza de café, pero no dijo nada. —¿Y tú cómo estás? Se te ve cansada. La chica se atragantó con el café. —Pues me encuentro genial. —Sonrió, tras despejar sus pulmones. «Algo dolorida tras una noche de sexo salvaje con tu sobrino, pero salvo eso…». —¿Has dicho algo? —tuvo que preguntarle a Marty, consciente de que se había despistado un poco de la conversación. —¿Dónde estás esta mañana, Kirsty? —Rio el hombre divertido—. Menos mal que no te estaba contando un secreto. La chica se ruborizó ligeramente. —Te preguntaba por tu padre y Nadine, ¿han llegado al balneario? —Sí, solo está a un par de horas en coche —contó—. Me han llamado hace bastante rato. «Justo cuando estábamos aterrizando en la habitación desde muy lejos…», suspiró acalorada. Nada, era imposible no pensar en Mike. Llevaba apenas par de horas sin verlo y se sentía como si le faltara una droga dura que su cuerpo reclamaba de una forma intensa y desesperada. E igual que si lo hubiera conjurado con el pensamiento, lo vio avanzar hacia ellos con una sonrisa en los labios. —¿Qué huele tan bien? —preguntó el chico mientras se servía otro café. —Esta delicia… —dijo Marty, llevándose a la boca otro rollito de canela—. Debería estar prohibido que algo esté tan bueno. —Sí, definitivamente… —Sonrió Kirsty comiéndose a Mike con los ojos, que le devolvió una mirada divertida—. ¿Quieres probar mis rollitos de canela? —Por supuesto —le faltó tiempo para decirle—. Pero ¿también sabes cocinar? Ese también tenía algunas connotaciones que solo ella entendió. —Soy una mujer de múltiples cualidades. —Sonrió con picardía. Kirsty estuvo en un tris de acercarle el dulce directamente a la boca, pero pudo contenerse a tiempo. Miró a Marty de reojo, cohibida, pero el hombre estaba distraído mirando la crema de su dulce. Le tendió a Mike la bandeja y esperó con expectación a que lo probara. —¡Guau! Esto es, sin duda, lo segundo más bueno que he probado esta mañana… —dijo, abrasándola con la mirada. —¿Y qué ha sido lo primero? —preguntó Marty de forma distraída. —¿Eh? —Has dicho lo segundo más bueno. Mike se llevó la taza de café a los labios para retrasar la respuesta. —Es que este es el segundo bollito que se come —mintió Kirsty por él—. Ha metido la mano en el horno hace rato. «Y lo que no es la mano… ¡Ay, joder, Kirsty, para!», en aquella ocasión se sintió tan mortificada que tuvo que excusarse para ir al baño, mientas unos ojos grises la seguían hasta desaparecer de su vista. —Yo tenía un gato que se relamía los bigotes de la misma manera… —dijo Marty mirando a su sobrino con un gesto divertido. —¿Qué? —se hizo el loco, pero sin molestarse en disimular una sonrisa. —Sea lo que sea, sigue haciendo lo mismo, te sienta bien. Mike rio y su tío le dio una palmadita en la espalda. —No se te pasa una —bromeó Mike—. Supongo que es deformación profesional. —Suelo ser bueno con los detalles —admitió divertido—, aunque lo vuestro lo vería un ciego incluso desde lejos. Me alegra que me hayas hecho caso. —Lo miró ahora, más serio—. ¿Eres feliz? Mike le devolvió una mirada empañada de preocupación. —Todavía queda mucho camino por recorrer —casi susurró—. Y me temo que esquivar baches no es nuestro punto fuerte. —Quizá ambos necesitáis asfaltar la carretera… —¿Y cómo se hace eso? —Con dos palabras, Mike, con dos simples palabras… La chica interrumpió la conversación regresando a la cocina en aquel momento, y Marty se despidió para salir a recorrer la zona. —Llévate un bollito para el camino —le dijo Kirsty, y rio cuando Marty metió la mano en la bandeja con premura. —Me lo llevo puesto —dijo el hombre, y engulló el bollo de una sentada. Después se despidió y salió de la casa. Aún no había cerrado la puerta del todo cuando Mike tiró de ella y devoró su boca como si no hubiera un mañana. —Guau, tienes hambre, vaquero. —Rio Kirsty, cuando él intentó quitarle la camiseta—, pero siento recordarte que tengo sesión con el fisio en cinco minutos. Mike dejó escapar un bufido desesperado. —Pues menudo chasco… —protestó, colocándole la camiseta en su sitio—. Y ¿cuánto vais a tardar? —No lo sé, solo tiene que enseñarme unos ejercicios en el agua. —Espero que solo quiera eso… —gruñó Mike. —No tienes competencia en Steve —le aseguró. —¿No? —Frunció el ceño—. Ayer querías dejarme mirar por la cristalera… Kirsty dejó escapar una carcajada ante la expresión de fastidio. —No vuelvas a decirme algo así, pelirroja, por favor. —Aquello sonó más serio de lo que debería, y Kirsty lo miró con ternura. —Lo siento, solo quería hacerte reaccionar —admitió, y lo besó en los labios con suavidad—. Pero Steve ni siquiera me gusta, por muchas cartas que me haya escrito. —Ah, es verdad, las cartas… ¡Esa es otra! —se quejó. —Que no me resulte atractivo, no significa que no le agradezca cada una de sus cartas —tuvo que admitir Kirsty—. De veras me ayudaron mucho. —Eso lo entiendo, pero de ahí a que las haya escrito Steve… —¿Por qué iba a mentirme? Mike arqueó las cejas. —¿Necesitas que te lo diga? —La atrajo más hacia él—. Yo confesaría haber escrito Las mil y una noches solo por robarte un beso… Kirsty lo miró con el corazón dando brincos como un loco. —Tú no necesitas robarme los besos, vaquero —Sonrió enternecida—, solo tienes que pedírmelos… o tomarlos sin más. Un segundo después, Mike bebió de sus labios con ternura, haciéndola suspirar. Y cuando la cosa empezaba a animarse…, Marty, Steve y el tipo que venía a instalar la tele se colaron en la casa. —Tiene que ser una broma… —gruñó Mike, soltándola a regañadientes—. Tenemos overbooking en un momento…

Cerca de la hora de comer, Kirsty empezaba a estar desesperada. Steve no parecía tener prisa por irse, el tipo de la tele no era el más eficiente de su empresa y Marty paseaba impaciente por el salón a punto de ofrecerle su ayuda para terminar con la instalación. Mike lo observaba todo con resignación, y ella solo quería gritar en mitad del salón: «¡Necesito echar un polvo con este pedazo de tío, ¿podéis ir terminando?!» Se dejó caer junto a Mike en el sofá, y ambos observaron cómo Marty y Steve empezaban a dar consejos al instalador. —Esto es surrealista —susurró Mike acercándose a su oído, aprovechando para mordisquearle el lóbulo de la oreja. Kirsty se giró a mirarlo y al instante quedó presa de sus ojos. Ambos sucumbieron a los labios del otro sin remedio y se fundieron en un beso tierno y perfecto, que Mike tuvo que interrumpir a regañadientes. —Me muero por hacerte el amor, pelirroja —le susurró al oído—. Si en diez minutos no está la casa vacía, empiezo a echar gente… Las carcajadas de Kirsty llamaron la atención de todos los demás, pero ellos estaban tan absortos el uno en el otro que ni siquiera se dieron cuenta. —¡Creo que esto ya está! —anunció el instalador. —¡Aleluya! —exclamó Mike. —Solo me queda instalar el sonido y sintonizar. —¡Entonces no está! —protestó, y miró a Kirsty—. ¿Comemos? La chica lo miró cohibida. —Comida, Kirsty —Sonrió—, de la de verdad. Ya te digo yo que luego no vamos a tener tiempo… Con una sonrisa de las que matarían al más duro de los hombres, Kirsty tomó la mano que Mike le ofrecía y ambos caminaron hasta la cocina, seguidos por la mirada atenta de Marty, que sonreía de oreja a oreja. Steve no tardó en despedirse, y Marty se unió a ellos para comer, mientras que el instalador probaba el sonido y los dejaba a todos sordos. —La próxima vez igual debías poner una nota para que nos manden al espabilado de la empresa. —Rio Kirsty, cuando Mike estaba a punto de salirse de sus casillas. —O al menos a uno que sepa hacer un taladro. —Sonrió Marty—. He estado a punto de matarlo. El tipo en cuestión gritó desde el salón como si estuviera en una verdulería: —Jefe, le pongo la uno en el uno, la dos en el dos… —No te preocupes, ya lo hago yo —dijo Mike, y susurró por lo bajo—. Hasta esta noche lo tenemos aquí colocando canales. —Por un par de bollitos de canela, os lo saco de aquí en menos de cinco minutos —bromeó Marty divertido. A Mike le faltó tiempo para levantarse y poner la bandeja de bollos frente a su tío. —¡Y ahora el teléfono! —se exasperó Mike, consultando su móvil. Lo miró con una expresión de sorpresa—. Es Tao Wang. —Contesta —lo alentó Kirsty. —No hablo con él desde que eché a su hijo de aquí —le recordó. —Bueno, a ver qué quiere. —Es que tenía yo otros planes en mente… —le susurró casi al oído, con una expresión de fastidio. Kirsty sonrió y le respondió en el mismo tono: —Te espero en el spa, ¿te parece? —Me parece estupendo, sí —aceptó, con la voz ronca. —¡Pero contesta ya! El chico se alejó hacía el despacho hablando por teléfono mientras Kirsty lo miraba con un nudo de emoción cogido en el pecho. —Puedes suspirar, si quieres —bromeó Marty, mirándola con cierta diversión. —¿Eh? —Sobramos todos a vuestro alrededor, ¿no? —Rio Marty. La chica se ruborizó hasta las orejas. —¡Qué bonitos os veis! —declaró Marty emocionado. Cohibida, Kirsty se mordió el labio inferior sin poder evitar sonreír como una idiota. —¿Cómo… te has dado cuenta? —preguntó con ingenuidad. —Pues, si no lo hubiera intuido esta mañana, el besazo que te ha arreado en el sofá me habría dado una pista. —¡Por Dios! —exclamó alucinada y nerviosa—. Ni siquiera me he dado cuenta…, bueno de que me besaba sí…, pero me refiero a que no he visto que tu veías que… —Te estoy entendiendo —interrumpió entre risas. —Menos mal. —Ambos rieron. —¿Y dónde crees que os lleva todo eso…? —se aventuró a preguntarle. «Esa sí es una gran pregunta», se dijo Kirsty con preocupación. Y ya no pudo sacarse aquello de la mente durante un buen rato.

Metida en el jacuzzi mientras esperaba a Mike, llegó a la conclusión de que prefería disfrutar de la tarde antes de perderse en más divagaciones que terminaran arruinando lo más bonito que había tenido jamás. Se centró en recordar el modo en que él la miraba aquella mañana cuando cabalgaba sobre él, y sintió la temperatura del agua subir unos cuantos grados. «¿Por qué demonios tarda tanto?», se preguntó, ya desesperada. Al parecer, Wang padre era bastante más charlatán que el impresentable de su hijo. Cuando lo vio entrar por la puerta, con aquella sonrisa en los labios y guapo como el pecado, lo deseó con una intensidad que rayó en la locura y aquello la asustó un poco. Lo que tenían era demasiado frágil aún, y le aterraba perderlo más allá de lo imaginable. No sabía si podría volver a vivir sin él de nuevo; sin verlo cada día, sin sus besos, sus caricias…, y no tenía ni la más remota idea de lo que Mike pensaba al respecto. Si ella era solo un entretenimiento…, tarde o temprano la sacaría de su vida y ella se moriría de dolor. «No pienses en eso ahora, Kirsty, solo mira que guapo está…», se dijo, sonriéndole ahora con un nudo en el pecho de la intensa emoción. Mike caminó hasta el jacuzzi, se sentó sobre el borde y se inclinó para besarla. —Joder, qué mañana más larga —dijo, antes de tomar sus labios con cierto grado de desesperación. Pocos segundos después se dejó caer dentro del jacuzzi, aún vestido, mientras Kirsty reía a carcajadas. —¿Qué quería Wang? —le preguntó, ayudándolo a quitarse la camiseta. —Cerrar el negocio que rompimos. —Sonrió, mandando ahora a volar los pantalones—. Se compromete a dejar a Jian fuera de todo. —¡¿En serio? ¡Cuánto me alegro! —dijo con sinceridad, besándolo de nuevo—. Me sentía fatal por aquello. —No fue culpa tuya —La miró serio—, y…, por cierto, nunca te di las gracias por intentar arreglarlo. Kirsty lo miró sorprendida. —No voy a decirte que me gusta como manejaste el tema —admitió Mike—, pero sé que tenías buenas intenciones. Los ojos de Kirsty se llenaron de lágrimas de forma súbita y repentina. —¡Eh! No pretendía incomodarte. —La abrazó. Kirsty se dejó confinar entre sus brazos. Aquel detalle había puesto el broche de oro al coctel de emociones que intentaba manejar desde hacía rato. —¿Es por todo lo que te dije aquella noche? —insistió Mike, que parecía sentirse fatal—. Siento todo aquello, pelirroja, de verdad… La chica le puso un dedo sobre los labios y sonrió con ternura. —Olvidemos de aquello —le pidió—. ¿Qué le has dicho a Wang? —Que tengo que pensarlo. —¿Estás loco? —Sí, por ti, no razono mucho más en este momento. —Volvió a besarla con intensidad; tanta que Kirsty pronto se olvidó de Wang e incluso de su propio nombre, mientras dejaba que él la acomodara a horcajadas sobre sus piernas y se hundía en ella un segundo después, arrancándole un intenso gemido—. Luego… te compenso las prisas —le susurró al oído, acrecentando el ritmo con rapidez. La explosión llegó de una forma fulminante e intensa, y ambos rieron sobre la boca del otro con una complicidad absoluta. —Me has convertido en un adicto —le dijo Mike entre beso y beso, mientras se recuperaba del intenso ejercicio. —¿Yo a ti? —Rio dichosa—. Te recuerdo que aquí la virgen era yo. —Es verdad, pero yo tenía buenas intenciones —bromeó—, y no me has dejado comportarme como debía… —¿Y perderme la maratón de sexo? —Bueno, quizá aún pueda remediarlo. —¿Eso qué quiere decir? —Lo miró con atención y una expresión divertida. —Que voy a dejarte descansar y recuperarte el resto del día —dijo categórico. Kirsty lo miró como si se hubiera vuelto loco. —¡Venga, eso no te lo crees ni tú! —Rio—. ¿No vas a tocarme hasta mañana? —Yo no he dicho eso. —Sonrió—. Encontraré otros métodos para mantenerse contenta. —Seguro que son muy interesantes —ronroneó—, pero es que a mí este método en concreto… —Se movió ligeramente sobre él, que aún estaba dentro de ella— me gusta muchísimo… —Es por tu bien —insistió Mike sin dejar de sonreír—. Por hoy voy a mantener a mi… soldadito… Kirsty se movió sobre él con maestría. —… lejos… de tu… Aceleró el ritmo. —…confortable y… calentita… cueva… —jadeó y comenzó a moverse de nuevo casi sin voluntad propia. —Entonces…, ¿tengo que retirarme y… dejarte ser honorable? —gimió, sin dejar de moverse, al tiempo que le robaba un beso tras otro Mike sonrió sobre su boca. —¿Qué clase de hombre sería… si te dejara a medias, pelirroja? —Uno muy malo —suspiró. —Pues eso no está bien. Se fundieron en un beso dulce y salvaje a la vez, y ambos disfrutaron de un nuevo y apasionado viaje.

Un par de horas después, cuando ambos salían ahora de la sauna, sudando y acalorados por mucho más que el intenso vapor del interior, Kirsty caminó hasta el sillón de masaje y se dejó caer en él completamente exhausta. —Este es el spa más agotador en el que he estado nunca. —Rio al ver desplomarse a Mike en la tumbona que había justo a su lado. —Joder, me vas a matar, pelirroja —exclamó casi con un hilo de voz. Kirsty rio a carcajadas ante su fingida expresión de tormento. —Esta mañana, Steve me ha enseñado algunos ejercicios para relajar los músculos. —Sonrió —. Igual te vienen bien. Mike le devolvió una mirada crítica. —Espero que sea solo eso lo que te ha enseñado… —Frunció el ceño—. No sabes lo que me ha jodido tener que atender esa llamada y dejarte aquí sola con él. —Pues te has encargado de marcar tu territorio —Rio Kirsty—, porque ese besazo que me has arreado en sus narices antes de irte no ha sido muy sutil. Mike sonrió, pero no se molestó en negarlo. —Lo curioso es que no ha parecido sorprenderle ni un poco —contó Kirsty—. Por cierto, creo que tienes razón, Steve no es Siempre tuyo. —¿Te lo ha confesado? —No, pero le he hecho algunas preguntas sobre las cartas y no tenía ni idea de qué le hablaba. —Bueno, no me gusta decir te lo dije… —Sonrió. —Pero acabas de hacerlo. —Rio—. En fin, a mí tampoco me pegaba que fuera él —admitió —. Espero poder conocer al verdadero algún día, sino seguiré simplemente disfrutando de sus cartas. «Si es que me llegan a Little Meadows…». Se sintió un poco turbada ante el pensamiento, que por fortuna había mantenido solo para ella. No estaba preparada para contestar preguntas sobre su futuro. —Kirsty…, ese tipo… —¿Siempre tuyo? —Sí, bueno… Ella esperó en vano a que agregara algo más, pero Mike pareció pensarlo mucho antes de decir: —Déjalo Kirsty, sorprendida, observó su gesto incómodo y aquello le arrancó una sonrisa tierna. Sentir a Mike tan inquieto por un desconocido resultaba de lo más encantador. —Mike, aunque Siempre tuyo fuera el mismísimo Superman, no te haría ni un poquito de sombra. Una sonrisa un tanto avergonzada se posó sobre ella. —No estoy celoso de ese tipo —le aseguró. —¿No? Mike dejó escapar un divertido sonido de resignación y se incorporó en la silla. Durante unos segundos la miró con un gesto algo más serio, como si estuviera a punto de decirle algo importante y estuviera buscando las palabras adecuadas. —¿Sintonizamos la tele? —terminó diciendo. La chica lo miró perpleja y un poco descolocada. Por alguna extraña razón, había esperado algo mucho más trascendental. —¿Eso es una metáfora de algún tipo? —Sonrió, intentando esconder su decepción. —No. —Rio—. Necesito descansar un poco antes de más… metáforas. En silencio, pero intentando sonreír, Kirsty se puso en pie y se envolvió en un albornoz, sin poder evitar que las dudas la asaltaran de nuevo. Incluso en el caso de que Mike estuviera dispuesto a apostar por aquella relación, estaba claro que todavía había muchas cosas que solucionar entre ellos. El pasado siempre se erigiría como un muro inmenso e insalvable, si no tenían las agallas de enfrentarlo y hablar de ello. Eran demasiadas las cosas que aún estaban por decir…, y la tregua que ambos parecían haber firmado, incluso sin pretenderlo, no podría durar para siempre. Tarde o temprano alguno de los dos haría o diría algo que provocaría que todo saltara por los aires, estaba segura de ello. «¿Podría ayudar si le confieso que lo amo?», se preguntó, preocupada, pero el pánico la obligó a descartar la idea al instante. Si Mike rechazaba sus sentimientos, sería un golpe brutal que estaba segura de no poder soportar. Capítulo 43 A Kirsty le costó deshacerse de la angustia que aquellas cavilaciones habían sembrado dentro de ella. Inquieta, no dejaba de darle vueltas a todo, mientras Mike parecía estar sumergido por completo en el millón de opciones que se desplegaron en la enorme pantalla del televisor cuando presionó el menú. Lo miró de reojo y casi dejó escapar un suspiro de anhelo. Daría lo que fuera porque todos los días de su vida fueran como aquel, y poder disfrutar en su compañía de las pequeñas cosas. Cosas banales como que nunca se les acabara el tema de conversación, poder besarlo a placer o hacer el amor de forma salvaje y reír de cualquier tontería un segundo después… Pero, por encima de todo, quería que él la amara… con la misma intensidad que ella a él. —¿Qué te pasa? —le preguntó Mike de repente, sobresaltándola. Kirsty intentó sonreír. —¿Por qué crees que me pasa algo? Mike se giró a mirarla, ahora con una expresión seria. —Puedes decírmelo. La chica guardó silencio. «No, no puedo, no todavía», admitió resignada, pero algo debía decirle…, así que decidió trasladarle algunas de sus preocupaciones. —Marty dice que la investigación está en un callejón sin salida —le dijo, con un gesto preocupado. —Sí, lo sé —y casi susurró—: ¿y… eso te inquieta? —¿Qué pasa si nunca cogen a esos tipos? —le preguntó apenada—. No puedo vivir siempre encerrada, Mike. —¿Tan mal estás aquí? —No —se apresuró a decir—, no me malinterpretes, pero ni siquiera puedo abrir la puerta cuando llaman… Además, tú no puedes cuidar de mí las veinticuatro horas. —No lo estoy haciendo tan mal. —Sabes a qué me refiero, Mike —se quejó—. No puedo vivir en una jaula rodeada de guardias toda la vida. El suspiró, pero no dijo nada. —Además, Marty también tendrá que regresar a su vida en algún momento —le recordó—. Él vive en Nueva York. Mike la miró ahora con una expresión molesta. —¿Es tu forma de recordarme que tú también vives allí? —Sonó irritado—, porque no se me ha olvidado. —No pretendía recordarte nada —le aseguró. «Además, solo tendrías que pedirme que me quedara… y jamás regresaría allí», estuvo a punto de decirle, pero le molestó que él pareciera impasible ante la idea de su marcha. —Pero antes o después tendremos que tomar decisiones —insistió Kirsty, deseosa de escuchar de sus labios que deseaba que se quedara a su lado. —Perfecto, que cada uno tome las que crea conveniente. A Kirsty aquello le dolió como un hierro candente sobre la piel. —Bien, empezaré a valorarlo —le aseguró, apretando los dientes. —Perfecto. Espero que no tardes seis años en venir a verme. —¡O tú a mí! —se irritó ante tanta frialdad—. Quizá esta vez puedas visitarme también a mí cuando vayas a ver a tu tío. Aquello era una espinita que tenía clavada, pendiente de echarle en cara. —Sí, ya veremos… —dijo Mike impasible. —Pues muy bien. Kirsty se puso en pie, furiosa, dispuesta a desaparecer, pero Mike hizo gala de unos estupendos reflejos y tiró de su muñeca, provocando que aterrizara sobre su regazo. —¿Dónde crees que vas? —le susurró, reteniéndola entre sus brazos. —¿Acaso te importa? —Es posible. —Ah, qué respuesta tan cómoda —protestó enfadada—. ¡Suéltame! Mike levantó las dos manos y la miró con un gesto serio. —Vale, no te retengo, vete si quieres —dijo con una mirada tensa. Ambos sabían que no hablaban solo de salir de su regazo.—. No pienso impedírtelo. —Sí…, ya lo sé. —Sonó tan triste que Mike la miró con un gesto de sorpresa. —Kirsty… —titubeó, confundido—, acaso… ¿quieres que te lo impida? Aterrada ante la confesión que tenía en la punta de la lengua, lo miró a los ojos con cierta timidez y terminó claudicando ante el miedo. —Es posible —solo se atrevió a decir en el mismo tono que él había usado antes, observando con atención la reacción en los ojos de él. ¿Era decepción lo que había en ellos? Se perdieron uno en los ojos del otro, hasta que ambos fueron recortando la distancia y claudicaron ante un beso hambriento, que borró todo rastro de discusión, y los transportó al mundo donde todo era posible entre ellos. Mike besó y lamió cada poro de su piel, esta vez con exquisita lentitud, incluido el punto doliente y húmedo entre sus piernas del que se llevó algo mucho más profundo que solo gemidos. Después regreso a sus labios, y se hundió dentro de ella muy despacio…, mirándola con ternura antes de comenzar a moverse. —Kirsty… —susurró, perdiéndose en sus ojos—, nada es comparable a tenerte así entre mis brazos… —Tampoco para mí —musitó casi como un suspiro. Ambos tomaron los labios del otro de nuevo, y se dejaron arrastrar por una experiencia cargada de erotismo, lujuria e impregnada de ternura.

Cuando Kirsty abrió los ojos a la mañana siguiente, una tímida sonrisa acudió a su rostro al instante. La noche había estado llena de placeres que aún apenas estaba descubriendo, y que la habían tenido más tiempo flotando en el jardín del Edén que con los pies en aquella habitación. Parecía que aquella pequeña discusión los había hecho conscientes a ambos de lo rápido que podían perderlo todo, y las sensaciones se habían multiplicado de forma asombrosa. Para Kirsty aquel nada es comparable a tenerte así entre mis brazos… había sido un detonante emocional, que de repente intensificó cada beso, cada caricia, a límites difíciles de comprender para ella. Varias veces en la noche tuvo que repetirse que aquello no era un te amo y que haría bien en no hacerse demasiadas ilusiones, pero lo que veía en sus ojos cuando la miraba… la hacía suspirar. Se desperezó y se incorporó, dispuesta a ir en buscar de su príncipe azul, que había salido de la cama hacía un par de horas, tras hacerle el amor para saludar al nuevo día. Ella había decidido quedarse un rato más entre las sábanas, exhausta, y se había dormido de nuevo con una perezosa sonrisa en los labios, que aún lucía en aquel momento. Se vistió y fue en busca de Mike, al que se sorprendió de no hallar en el despacho. Lo encontró canturreando en la cocina mientras preparaba el desayuno, y su corazón saltó de júbilo ante aquella imagen. Él solo tenía puesto un pantalón deportivo y una camiseta, y jamás lo había visto tan relajado y feliz. —Estaba preparándote el desayuno. —Sonrió el chico—. Iba a llevártelo a la cama. —Puedo volver allí, si quieres —bromeó mientras lo saludaba con un beso tierno. —Mañana desayunamos allí, ¿te parece? —la atrajo hacia él. —Me parece perfecto. —Sonrió—. Pero que no se te olvide, porque no pienso levantarme hasta que vayas a por mí. —¿Olvidarme de que me esperas entre mis sábanas? —susurró, robándole pequeños besos—. Tendría que haberme vuelto loco… Tontearon un rato largo, hasta que se sentaron a desayunar en el salón, donde Kirsty miró la televisión con un gesto pensativo. —¿Sabes que voy a tener que adaptar todo el salón al tamaño de esa tele? —bromeó, con el ceño fruncido—. He hecho algunos bocetos, pero excepto la alfombra, el resto todavía no lo tengo nada claro. —¿Qué alfombra? Kirsty lo miró como si no diera crédito a aquella pregunta. —La que abarca toda esta zona hasta los sofás —explicó divertida—. No puedes tener una chimenea como esa y no poner una alfombra bien mullidita, en la que poder sentarte frente al fuego, tumbarte con comodidad… —Lo miró coqueta—. Una muy suave…, que no pique nada y en la que dé gusto estar desnudo. —¡Pídela ya! —dijo Mike de forma automática, mirándola con los ojos brillantes—. Puedo encender la chimenea esta misma tarde. —No creo que ya haga frío para eso. —Rio Kirsty. —Pues cojo mi varita y conjuro un mes de enero. —¿Tienes una varita? —preguntó divertida. —Sí…, mágica —susurró, comiéndosela con los ojos—, ¿quieres verla? —No me importaría… —admitió con una sonrisa pícara. Para desesperación de ambos, el timbre de la puerta y la posterior llegada de Marty, los obligó a aplazar el espectáculo de magia. Además, para mayor desgracia, el hombre no venía solo. —Qué pesadilla de tía —susurró Kirsty para sí cuando divisó a Melanie Simmons desde el sofá. —Siento interrumpir… —dijo Marty tras dar los buenos días, puesto que era evidente el punto en el que estaban, por rápido que hubieran querido levantarse. —Más lo siento yo —bromeó Mike, caminando hacia su tío. Kirsty no pudo evitar sonreír como una idiota. Al parecer, Mike no tenía ninguna intención de esconder lo que había entre ellos, y, aunque no era su intención ni necesitaba pasearle su relación a Melanie por la cara, no podía evitar sentirse un poco complacida. Aquella mujer le había hecho mucho daño en multitud de ocasiones, y querer tomarse un poco de revancha no era tan malo, ¿o sí? —Cuéntame, Melanie, ¿qué pasa? —se interesó Mike. La mujer se coló hasta el salón, donde Kirsty fingió seguir desayunando sin prestarle ninguna atención. —Jefferys necesita el informe Jenkins —dijo la rubia con una sonrisa forzada—. Hay unos flecos legales que… —Lo sé —interrumpió Mike—. Quedé en mandárselo con un mensajero a lo largo de la mañana. —Sí, pero es algo urgente —insistió—, y últimamente te… entretienes demasiado. —Miró a Kirsty de reojo. —Mis entretenimientos no son asunto tuyo —dijo Mike al instante, con la voz impregnada de puro hielo; tanto que incluso Kirsty tragó saliva. —No, claro…, no quería insinuar nada —titubeó la rubia al instante. —Pues guárdate tus comentarios fuera de lugar. La mujer se limitó a asentir, pero posó una mirada de odio sobre Kirsty que no pasó desaperciba para nadie. —Voy a por el informe —dijo ahora Mike, con una mirada crítica, y se alejó a paso rápido de ellas. Kirsty tomó ahora su bloc de dibujo, dispuesta a ignorar a la mujer y no dejar que la afectara. De reojo miró a Marty, que hablaba por teléfono apoyado en la encimera de la cocina, y deseo tenerlo sentado a su lado para no tener que intercambiar una sola palabra con aquella arpía, pero no iba a tener suerte… —Así que por fin conseguiste meterte en su cama —dijo Melanie, con la voz cargada de coraje contenido—. Qué fáciles son los hombres. Solo tienes que pasearte por delante ligerita de ropa… y caen como bobos. —No voy a entrar al trapo, Melanie, no te esfuerces. —Sonrió Kirsty, sin mirarla. —No te preocupes, no he venido a discutir —insistió con una sonrisa fría—. Al fin y al cabo, solo tengo que sentarme a esperar a que se canse de ti. —Entonces ponte cómoda —le recomendó, mirándola ahora con una sonrisa mordaz. —Oh, qué mona, ¿de verdad crees que lo tuyo con Mike es duradero? —Rio como lo haría una hiena enferma—. ¿Cuánto crees que tardará en deshacerse de ti cuando te haya tenido en todas las posturas posibles? Kirsty suspiró con hastío y murmuró un par de improperios entre dientes, después se puso en pie para mirarla de frente. —¿Por qué te crees con derecho a hablarme así? —le preguntó, intentando aparentar una tranquilidad que estaba a años luz de sentir. —¡Porque soy mejor que tú! —dijo, con un odio encarnizado en sus ojos—. Y tarde o temprano él se dará cuenta. No cesaré en el empeño hasta conseguir que sea mío. «¡La desgreño y la arrastro de ese moño por la casa…!», pensó Kirsty, respirando hondo varias veces para no caer en la tentación. —En algún momento, él volverá a la oficina y lo tendré solo para mí… —insistió la arpía, mirándola complacida. —¿Es que tú no tienes dignidad? —le preguntó Kirsty, fingiendo una curiosidad nata—. No, de verdad, me asombra tu insistencia en querer conquistar a un hombre al que está claro que no le interesas. Kirsty se esforzó por parecer fría e incluso divertida, pero en su interior no podía evitar sentirse muy incómoda ante sus palabras. —¡Y está claro lo que a él le interesa de ti…! —casi escupió Melanie, furiosa—. Y le has impuesto tu compañía de una manera magistral, la verdad. ¿Hasta cuándo piensas tenerlo forzado a convivir aquí contigo? Aquello sí sacudió a Kirsty por dentro, aunque se aseguró de esconderlo. —¿Por qué me odias tanto, Melanie? —le preguntó en su lugar, leyendo el desprecio más absoluto en sus ojos—. No voy a negar que jamás te he soportado, pero nuestra antipatía no la empecé yo. ¿Qué hice, Melanie, para que me detestes de una manera tan brutal desde que era casi una niña? La mujer se puso tensa, posó sobre ella una mirada de desprecio total y absoluto y dijo entre dientes: —Ya no eras tan niña cuando yo llegué a la empresa —le recordó con ira. Pareció contenerse para no seguir hablando. Kirsty la miró con curiosidad, preguntándose qué era lo que acababa de guardarse, pero no le dio tiempo a seguir investigando, Mike regresó al salón en ese instante. —Disfruta de tu encierro forzoso mientras puedas —la escuchó aún murmurar entre dientes —. Veremos qué pasa cuando lo liberes de tu cárcel Kirsty no pudo evitar sentirse herida de nuevo ante aquel comentario. No podía fingir que no había algo de verdad en ello. Mike no estaba allí con ella por voluntad propia y… en ningún momento había confesado que quisiera que ella se quedara a su lado cuando todo acabara. ¿Y si no acababa? ¿Y si nunca cogían a aquellos tipos…? ¡Aquello sería incluso peor! ¿Cuánto tiempo podría ella vivir sin saber si él seguía a su lado porque lo deseaba o porque no tenía más remedio? Entre divagaciones, vio como Mike le entregaba la documentación a Melanie y la acompañaba a la puerta. Marty salió tras ella para seguir con la vigilancia. Kirsty intentó sonreír por todos los medios, pero en esa ocasión aquella maldita mujer sí había conseguido sembrar un punto tristeza e inquietud en su interior. —¿Qué te pasa? —le preguntó Mike cuando intentó besarla y ella no respondió con el interés de siempre. —Nada…, creo que estoy un poco cansada. «Una excusa muy mala, Kirsty», tuvo que reconocer ante ella misma, pero necesitaba alejarse de él durante un rato para recomponerse. —Voy a darme una ducha. —Si quieres compañía, me avisas. —Sonrió Mike, pero frunció el ceño al toparse solo con una pequeña sonrisa de compromiso. Kirsty se alejó de él, que no dejó de mirarla hasta que hubo desaparecido de su vista. Abatido, se dejó caer en el sofá. «Hasta aquí, Mike, esa mujer se larga esta misma tarde», se dijo, apretando los dientes por haber sido tan necio y aguantado tanto; a veces su sentido de la lealtad no era una virtud. Solo tenía que esperar unas horas a que Thomas regresara del balneario para quitarse ese peso de encima. Capítulo 44 A Kirsty le costó mucho recuperarse de la conversación con Melanie. Y ya no era solo el hecho de saber que se había colado en su vida y en su casa como un polizón, era mucho más profundo… Podía engañarse pensando en lo que creía ver en los de Mike, pero eso no lo hacía real. La realidad era que él jamás había hablado de nada que fuera más allá del simple sexo, y, le gustara o no, ese fuego que Mike parecía sentir por ella se extinguiría tarde o temprano si un amor profundo y sincero no alimentaba la llama, y ese día… ella moriría de dolor. Mike se coló en la habitación cuando estaba a punto de meterse en la ducha para buscar algo de paz bajo el chorro de agua caliente. Se giró a mirarlo, medio desnuda, y su cuerpo reaccionó a él como siempre que lo tenía ante sí. —Ha llamado Thomas —le dijo Mike, sin perder la oportunidad de recorrer su cuerpo con los ojos de arriba abajo—. Vienen de camino y se han auto invitado a comer. —Vale —dijo, de repente cohibida, consciente de que necesitaba responder a algunas de sus dudas con urgencia para poder seguir adelante. Mike la miró con un ligero gesto de extrañeza. —Kirsty, ¿qué te pasa? —le preguntó caminando hasta ella—. ¿Ha sido por algo que te ha dicho Melanie? —No —mintió—. Estoy bien, pero… aprovecho para preguntarte qué le vamos a decir a mi padre. —¿Sobre qué? La chica tragó saliva, preguntándose si no era mejor callarse, pero necesitaba saber de qué pie cojeaba él. —Sobre nosotros. Mike frunció el ceño. —¿Quieres contárselo? —le preguntó, perplejo—. ¿No es un poco pronto? —Bueno…, es solo que… —ni siquiera sabía qué decirle. La reticencia de Mike hablaba alta y clara de sus intenciones, o al menos eso parecía—. Olvídalo. Caminó hacia el baño buscando la soledad, pero Mike se cruzó en su camino antes de que lograra cerrar la puerta. —Kirsty… —Déjalo, es igual. —Lo esquivó. —Estábamos hablando. —No hay mucho más que decir —dijo sin detenerse a mirarlo. Cerró la puerta, asegurándose de que él escuchara el pestillo, y por fin pudo dejar correr las lágrimas que pugnaban por salir.

Cuando al fin salió de la alcoba, se aseguró de que su padre y Nadine ya estuvieran en la casa. La ducha caliente la había ayudado a tomar una decisión importante, pero para llevarla a cabo debía esperar a que Mike y ella tuvieran todo el tiempo por delante, sin interrupciones. Necesitaba saber qué esperaba él de aquella relación y si tenía alguna posibilidad de que la amara algún día, pero sabía que solo había una manera de poder preguntarle por sus sentimientos… y era confesando primero los suyos. Así que tenía el firme propósito de decirle a Mike que lo amaba en cuanto se quedaran a solas, y esperaba no salir destrozada de la conversación. Nadine y su padre parecían felices mientras hablaban sin parar del precioso balneario al que tenían intención de volver en breve durante una estancia más prolongada. Kirsty intentaba sonreír para mostrar su alegría por la relación que parecía haberse consolidado, pero todos sus empeños se iban al traste cada vez que miraba a Mike, que parecía estar enfadado con ella y no se molestaba ni un poco en disimularlo. Cuando Nadine y su padre salieron al jardín para ir poniendo la mesa, Kirsty miró a Mike con el ceño fruncido. —¿Podrías ser un poco menos arisco? —le regañó. —Ah, ¿ahora quieres hablarme? —Se giró a mirarla de forma automática—. Pues hazte a la idea de que tengo echado el pestillo, Kirsty. La chica se quedó perpleja mientras lo veía alejarse hacia el jardín. «Oh, mierda…, mal momento para las confesiones…», se dijo con tristeza. Entendía por qué Mike estaba enfadado con ella. Si él le hubiera cerrado la puerta en las narices de aquella manera, también lo estaría y mucho. Esperaba poder explicarle que había estado tan triste y confundida en aquel momento, que no se había parado a pensar en nada más que en alejarse de él para poder pensar con claridad. Y, si tenía suerte, su confesión de amor la ayudaría a contentarlo un poco. «También puede repelerle», se recordó, resoplando de pura ansiedad. La comida resultó un poco tensa para Kirsty. Por más que intentaba congraciarse con Mike, él no dejaba de lanzarle miradas airadas, suponía que intentando castigarla un poco por el desplante del baño. —Tengo algunas cosas que hablar contigo, Tom —le dijo a su padre cuando dieron la comida por finalizada. —Bien, vamos al despacho si te parece y dejamos que las chicas se tomen un café tranquilas. Ambos se ausentaron, y Kirsty miró con ansiedad la puerta por la que habían desaparecido, dejando escapar un leve sonido de frustración. —Estás muy seria, Kirsty, ¿qué te pasa? —le preguntó Nadine nada más quedarse a solas. La chica no se molestó en negarlo. —Me han pasado muchas cosas en estos días —suspiró—. La gran mayoría eran buenas…, hasta hace poco. —¿Han avanzado las cosas con Mike? Sus mejillas adquirieron un tono carmesí que Nadine recibió con una exclamación divertida. —¿Tanto han avanzado? —insistió en bromear. Kirsty ni pudo ni quiso ocultar la verdad. —¡Ay, Nadine, ha sido algo increíble! —admitió, dejándose llevar por la emoción—. No te haces idea… —Entonces ¿qué te pasa? —Morritos Simmons, me pasa —contó—. Esa maldita mujer siempre sabe tocarme la moral. El sonido de un teléfono móvil interrumpió la conversación y Kirsty comprobó que era el de su padre, que se había lo había dejado olvidado sobre la mesa. —Es Jefferys —dijo, consultando el visor, aunque el teléfono dejó de sonar cuando estaba valorando descolgar—. ¿Crees que será urgente? Nadine se encogió de hombros. —Espera, mejor voy a acercárselo al despacho. Kirsty entró en la casa con premura y se coló por el pasillo hasta el despacho. Titubeó ligeramente antes de entrar, valorando si debía llamar a la puerta, que estaba ligeramente entreabierta. —Te juro que ya no puedo soportarla más tiempo, Thomas —escuchó decir a Mike alto y claro. Aquella frase la hizo detenerse en seco y ponerse alerta—. Necesito que se largue. —¿Estás seguro? —Complemente —dijo contundente—. Empieza a ponerse insoportable, con sus idas y venidas por aquí. A Kirsty se le cortó hasta la respiración, y tuvo que ponerse una mano sobre la boca para no exteriorizar su horror ante el comentario. Se quedó paralizada tras la puerta. —No la tolero más tiempo —insistió Mike, con frialdad. —¿Prefieres que hable yo con ella? —se ofreció Thomas. —No, yo lo haré, solo creí que debía hablarlo contigo primero. —Y te lo agradezco. —Le pediré que recoja sus cosas y se vaya esta misma tarde Kirsty, incapaz ya de seguir escuchando, se alejó de allí sujetándose ligeramente sobre la pared, intentando reponerse del enorme mazazo. El dolor sordo que sentía en el pecho era demasiado intenso, y por un momento creyó que no podría soportarlo y no tardaría en caerse rendida al suelo, pero pudo llegar hasta Nadine, con los ojos anegados en lágrimas y un intenso zumbido en los oídos producto de la angustia. —¡Kirsty! —la mujer se levantó, alarmada al verla en aquel estado—. ¿Qué pasa? —Quiere… que me vaya… —susurró horrorizada, rompiendo a llorar. Aquel hecho ya resultaba devastador, pero, además, Mike había sonado tan frío y exento de emoción que había sentido cada palabra como una puñalada en el pecho. «Ya no puedo soportarla más tiempo. Necesito que se largue», resonaba en su cabeza una y otra vez mientras empezaba a acusar la falta de aire. —Respira hondo, cariño —le decía Nadine, obligándola ahora a mirarla y haciéndole gestos para ayudarla a respirar—. Te estás hiperventilando. Durante unos minutos en los que comenzó a ver puntitos frente a sus ojos, tuvo que concentrarse solo en las palabras de la enfermera para no desfallecer, pero cuando lo peor fue pasando, el dolor volvió a ser tan intenso que Kirsty se puso en pie y corrió hasta su cuarto, aterrada con la posibilidad de que Mike la viera en aquel estado. Nadine se coló tras ella y cerró la puerta de la alcoba a cal y canto. —No puede ser tan malo, Kirsty —le dijo la mujer, preocupada. —Lo… oí, alto y claro —se lamentó entre sollozos—. Y yo, tan ilusa, iba a confesarle que lo amo… ¡qué imbécil soy! —Kirsty… —¡Como si hubiera alguna esperanza de que me correspondiera! —Cariño… —No digas nada —suplicó—. Yo sabía que él podía no ser receptivo a mis sentimientos, pero… tanta frialdad… —Rompió a llorar desconsolada de nuevo, sin poder seguir hablando. Lloro durante largo rato, hasta que se puso en pie con una firme resolución en los ojos. Abrió el armario y sacó su maleta, sin pararse a pensarlo demasiado. —¿Qué haces? —No puedo seguir aquí —le dijo a Nadine entre lágrimas de angustia. —Kirsty, tienes que calmarte y hablar con él. —No voy a esperar a que me eche, Nadine —le aseguró—. No soportaría que me lo dijera a la cara… ¡y te juro que no le daré el gusto de desmoronarme ante sus ojos! Caminó hasta el baño, se lavó el rostro con agua fría y se secó con firmeza. Aquellas habían sido las últimas lágrimas que soltaría en aquella casa, aunque sabía que, muy a su pesar, no serían las últimas que derramaría por él. Le gustara o no, le quedaba un largo camino por delante para aprender a vivir sin él. Regresó a la habitación y comenzó a guardar todas sus cosas dentro de la maleta, mientras Nadine la observaba preocupada. —Déjame hablar con Thomas antes de… —¡No, Nadine! —interrumpió horrorizada—. No quiero que hables con nadie. De hecho, quiero pedirte que nada de lo que te he contado salga de esta habitación. —No te entiendo… —Por lo que a mí respecta, no he escuchado esa conversación —le aseguró con contundencia —. Soy yo quien decide marcharse. —Pero… —No hay peros, Nadine. —Se sentó en la cama, le tomó las manos y rogó—: Déjame marcharme de esta casa con la cabeza en alto, por favor. Va a ser un camino difícil y quisiera preservar la poca dignidad que me queda. Nadine se vio forzada a asentir, y al menos aquello logró que Kirsty respirara aliviada durante unos pocos segundos.

Cuando llegó la hora de enfrentarse a Mike, los nervios apenas si le permitían respirar con normalidad. Había esperado a que Nadine y su padre abandonaran la casa para hacer partícipe a Mike de su decisión de irse. Tenía toda la intención de comunicárselo sin paños calientes ni demasiadas explicaciones, así evitaría tener que escuchar de sus labios cosas que no sabía si podría encajar sin derrumbarse. Se había prometido ser concisa y fría, el problema era que apenas podía contener las lágrimas en cuanto que ensayaba qué iba a decirle y cómo. Caminó hasta la puerta de la habitación por enésima vez, esta vez decidida a traspasarla, pero, como en las veces anteriores, se rajó antes de girar el picaporte. Angustiada, caminó de nuevo por la alcoba buscando las fuerzas que necesitaba. «Me ha utilizado», se dijo, intentando encontrar palabras hirientes que la ayudaran a alejarse de él. «Le he dado todo lo que soy… y… ¡no, no voy a llorar de nuevo», se enfadó, limpiándose una lágrima traicionera con saña. El leve toque a su puerta la cogió desprevenida. Al parecer, Mike estaba dispuesto a facilitarle las cosas. Varios golpes más volvieron a sonar antes de que Kirsty se decidiera a abrir, incapaz de enfrentarse a él. Era posible que no aguantara las ganas de abofetearlo. Pero cuando por fin abrió y lo tuvo ante sí, solo sintió la intensa necesidad de echarse en sus brazos y rogarle que no la apartara de su lado. —¿Podemos hablar ahora? —le dijo Mike casi en un susurro en cuanto posó sus ojos en ella. Kirsty cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con el ceño fruncido. —Yo tengo más derecho que tú a estar enfadado, Kirsty, antes me has cerrado la puerta en las narices… —le dijo, colándose en su habitación. —Hablemos en el salón —pidió con fría educación. —Oh, venga, pelirroja, vamos a hablarlo y… —calló de repente, con la vista fija en un extremo de la habitación—. ¿Para qué es la maleta? La chica estaba perpleja. No entendía la actitud de Mike. A pesar de haber decidido sacarla de su vida, parecía dispuesto a… ¿qué? ¿Acaso quería echarle un polvo de despedida antes de echarla de su vida? Aquello la llenó de una rabia intensa, a la que se agarró como la mejor aliada. —Me marcho —dijo con firmeza, y hasta a ella le sorprendió sonar tan entera. Mike parecía descolocado por completo. —¿Qué? —Quiero irme a mi casa. —¿A… la mansión? —Sí, al menos de momento —confirmó—. Más adelante valoraré qué hacer con mi vida. Mike caminó hasta el armario, lo abrió de par en par y se giró a mirarla de nuevo, con un gesto ahora exento de ningún tipo de emoción. —Veo que lo tienes claro —dijo con frialdad—. Has hecho incluso la maleta antes de decírmelo. —Sí. —Qué bien —ironizó—. Y este repentino arranque de… lo que sea esto ¿a qué se debe? El corazón de Kirsty estaba a punto de salirse de su pecho mientras buscaba las palabras que sabía que debía decir. —Lo nuestro no va a ninguna parte, Mike —dijo con la voz ahogada, pero bien alto—. Y creo que es mejor para los dos acabar con ello antes de hacernos daño. Mike la observó en silencio. —¿Y para esto querías que habláramos con tu padre, para dejarme al minuto siguiente? — terminó preguntando. La chica entornó los ojos, que le escocían ya demasiado, y lo miró con un enorme nudo en la garganta. «Vamos, Kirsty, solo un esfuerzo más…». —Supongo que tenías razón. —Se encogió de hombros—. Era prematuro hablar con él. —Ah…, y ¿de eso te has dado cuenta durante la comida? —insistió—. ¿Un mínimo punto de discordia y haces la maleta? Resultaba obvio que estaba muy enfadado. Kirsty supuso que era porque ella se le hubiera adelantado. A nadie le gusta que lo dejen…, ¿no? Solo que aquellos ojos grises parecían contener mucho más de lo que su actitud dejaba ver y aquello la descolocaba. —Es lo mejor para los dos —insistió. Mike dejó escapar una carcajada hueca desprovista de humor. —¡Eso sí tiene gracia! —exclamó, con los ojos inyectados ahora de rabia—. Así que te alejas de mí sin casi explicaciones, tal y como hiciste cuando saliste de ese granero hace siete años, porque es lo mejor para los dos. Aquello la hirió como un hierro candente porque en el fondo tenía toda la razón. Se estaba alejando sin decirle el verdadero motivo por el que lo hacía…, pero ¿qué podía hacer, confesarle la verdad y esperar a que fuera él quien la echara? —¿Piensas huir de Little Meadows también? —insistió Mike entre dientes. —¿Crees que puedo quedarme mientras tú vivas aquí? —Y comprendió que aquello era la única verdad que había dicho esa tarde—. Esta finca es pequeña para los dos, Mike, lo sabes igual que yo. Mi exilio es forzoso, por mucho que… me muera por quedarme. Lo miró a los ojos e imploró un milagro con todas sus fuerzas. Si tan solo él… se acercara a besarla en aquel instante…, ni siquiera le pediría una solo palabra; y, por unos interminables segundos, el clavó su mirada en ella con tanta intensidad que su corazón se aceleró ahora hasta límites poco saludables… ¿Era posible que…? —Si lo tienes tan claro…, ¿quién soy yo para oponerme? —terminó diciendo Mike con frialdad, pasando ante ella camino a la puerta. «No, no, debes aguantar las lágrimas un poco más, Kirsty», se suplicó a sí misma, dándole la espalda, intentando encajar que él no iba a evitar su marcha. «¿Y por qué iba a hacerlo, idiota? Ya no puede soportarte más tiempo, necesita que te largues…», se recordó las palabras que le habían desgarrado el alma. —Llamaré a Marty para que te lleve a la mansión —fue lo último que escuchó de sus labios antes de salir de la habitación dando un tremendo portazo. Kirsty tuvo que morderse la mano para evitar soltar un grito de dolor.

Cuando Marty entrĂł en la casa, Kirsty lo esperaba sentada en un taburete de la cocina,

intentando soportar el poco tiempo que le quedaba allí sin llorar. No había rastro de Mike por ninguna parte, así que supuso que estaría en el despacho, aprovechando la tranquilidad que ella dejaba para poder ponerse al día con el trabajo. «No te hagas más daño», se suplicó, ya que solo encontraba palabras hirientes que decirse a sí misma. De una forma ingenua y absurda, hasta que él había salido de su habitación dando un portazo, había guardado la esperanza de que recapacitara y pronunciara alguna palabra que le impidiera marcharse. Pero aquella ilusión ya no existía, solo quedaba el intenso dolor, que era similar al de un enorme cuchillo retorciéndose en su estómago, y que sabía que se intensificaría hasta límites de locura a cada metro que se alejara de aquella casa y de él. —¿Qué ha pasado? —preguntó Marty con un gesto de desconcierto cuando realmente se topó con la maleta de la chica en la puerta. —Me voy —aclaró, soltando aire despacio para ganar tranquilidad—. ¿Me llevas a casa de mi padre? A Kirsty se le escapó un sollozo ante aquel comentario, a través del que fue plenamente consciente de que ya no consideraba la mansión su casa, sino la de su padre. El que sentía su hogar lo abandona en aquel momento…, y una parte muy importante de ella se quedaba entre aquellas paredes. —No entiendo nada —dijo Marty mirándola con un gesto preocupado. Kirsty se limitó a coger su bolsa de mano y salir por la puerta, apretando los dientes con fuerza. Se subió al coche y se negó a mirar atrás. —¿Dónde está mi sobrino? —se asomó Marty a preguntarle. —En el despacho, supongo. —Dame unos minutos. Kirsty estuvo tentada a protestar, deseosa de acabar ya con aquella agonía, pero no le dio tiempo. Marty se internó en la casa, caminó a paso rápido hasta el despacho y se coló dentro sin llamar a la puerta. Mike tenía la silla girada hacía la ventana y apenas si se le veía uno de los brazos apoyado en el lateral. —Mike, ¿qué demonios ha pasado? —Llévala a la mansión —lo escuchó decir, sin ni siquiera girarse a mirarlo. —Pero… —Sácala de aquí —ordenó en un tono de voz helado, que parecía salir de ultratumba. El hombre dejó escapar un sonoro sonido de protesta y salió del despacho. Capítulo 45 Cuatro días. Cuatro días sin Mike, sin sus besos, sus caricias, sus sonrisas…, y el dolor parecía haber empeorado en lugar de amainar. Apenas salía de su cuarto para nada, a pesar de que tanto Nadine como su padre hacían todo lo posible para lograrlo; y cada mañana, cuando abría los ojos, su cuerpo anhelaba el calor del de Mike con una desesperación que la volvía loca. Daría lo que fuera por verlo entrar por la puerta con la bandeja del desayuno, tal y como había prometido hacer la última mañana que habían estado juntos… Su padre tocó a la puerta de su alcoba y se coló en su habitación con un gesto de preocupación bien visible. A Kirsty le dolía no poder evitarle la intranquilidad, pero, por más que lo intentaba, era incapaz de fingir que todo estaba bien. —Son las once, hija —le dijo el hombre, sentándose en la cama y mirándola con ternura—. ¿No piensas bajar a desayunar? —No tengo hambre —admitió, pero vio tal gesto de desolación en su padre que se apresuró a añadir—: pero algo picaré. —Se te va a juntar con la comida. —Sonrió. —No pasa nada. Vio que el hombre jugueteaba con las manos con un gesto nervioso y suspiró resignada, consciente de que la tregua que habían firmado había terminado. Cuando cuatro días antes había llegado a la mansión, se había limitado a decirle que ya estaba recuperada y no veía motivo para seguir en casa de Mike, y cuando él intentó indagar, le rogó que esperara unos días antes de hacer preguntas, esperando estar más recuperada, lo que no esperaba era ir a peor. —Kirsty, estoy preocupado —empezó diciendo Thomas. La chica se incorporó y se sentó en la cama para mirarlo de frente. Algo tenía que decirle, no le parecía justo tenerlo así. —Siempre has sabido que mi relación con… Mike —Le costaba hasta pronunciar su nombre — es difícil. —Sí, pero ha pasado algo diferente, ¿qué es? —se atrevió a preguntar. A Kirsty le dio un vuelco el corazón. No podía contárselo. —Pues… una convivencia de muchos días, papá. —Apretó los dientes para contener las lágrimas. —¿No te ha tratado bien acaso? —Sí, papá, él… ha sido muy atento y… Kirsty se dio cuenta demasiado tarde de que no lograría mantener aquella conversación sin desmoronarse. Cuando lo comprendió, no solo cayeron un par de lágrimas contenidas, sino que rompió a llorar de un modo desgarrador e inconsolable. Se arrojó a los brazos que su padre le abría y lloró hasta quedarse vacía. —Mi niña…, siento tanto todo esto… —le dijo su padre abrazándola fuerte—. Tus amenazas, que te vieras obligada a regresar… Kirsty lo miró a los ojos, desconsolada. —Necesito que esto termine, papá —se lamentó entre lágrimas—. No puedo más…, tengo que salir de aquí o me volveré loca. Las lágrimas que vio correr por el rostro de su padre la impresionaron, y se abrazó a él de nuevo. —Lo siento, papá. —Soy yo quien lo siente, mi amor —le aseguró—, no te haces idea de cuánto. Kirsty permaneció entre sus brazos durante largo rato, hasta que se sintió lo suficiente fuerte como para dejar de sollozar. —Así que… ¿quieres irte de Little Meadows? —le preguntó Thomas con cautela. —No puedo vivir encerrada toda la vida —admitió Kirsty tras resoplar con fuerza—. Y mi relación con Mike… —Buscó con cuidado las palabras— es irreparable. Ya no le guardo rencor por enviarme a estudiar fuera, pero… hay otras muchas cosas que… —Espera, ¿a qué te refieres con enviarte fuera? —Papá, déjalo. —La idea de mandarte a ese internado fue solo mía —le aseguró con firmeza—. De hecho, Mike se negó en un principio y peleó muy duro para hacerme cambiar de opinión. Kirsty se quedó paralizada por la sorpresa. Miró a su padre, buscando indicios de que pudiera estar diciéndole aquello solo para intentar congraciarla con Mike, pero solo encontró sinceridad en sus ojos. —¡Hablas en serio! —exclamó asombrada. —Por supuesto, ¿por qué iba Mike a decidir una cosa así sobre tu vida? Eres mi hija—insistió su padre, desconcertado—. Pero estabas descontrolada, Kirsty…, y perdida. —Lo sé —aceptó—. Y ahora sé que me equivoqué al mantenerme lejos de aquí tanto tiempo, pero entró en juego mi orgullo y odiaba demasiado a Mike. «Por algo que él no había hecho, al parecer». Aquello la mataba. —Sí, la guerra entre vosotros era desesperante —admitió Thomas—, pero ¿por qué pensaste que fue él quien decidió tu futuro? «Melanie Simmons», recordó ahora. Aquella maldita mujer se lo había lanzado a la cara mientras ella esperaba a Mike para rogarle que intercediera ante su padre. Él simplemente se limitó a no desmentir aquella acusación… ¿por qué? —Entonces, Mike… no… —Fue incapaz de formar una frase. —Él luchó para que te prohibiera ir al baile de graduación —confesó—, aquello sí me lo pidió expresamente, pero yo me sentía tan culpable por mi decisión de mandarte fuera que ignoré su petición —suspiró, tomó aire y siguió diciendo—: Aquella discusión fue dura, creo que la única en la que ambos hemos perdido un poco los papeles y levantado la voz. Él no quería ni oír hablar de la posibilidad de alejarte de Little Meadows, y tuve que terminar recordándole que era yo quien tomaba aquellas decisiones sobre ti. Las lágrimas rodaron por las mejillas de la chica de nuevo, aun a sabiendas de que a aquellas alturas ya daba todo igual. —Estuvo varios días sin dirigirme la palabra, ¿sabes? —terminó de contar su padre—. Hasta que una mañana se presentó en mi despacho para apoyarme en mi decisión de mandarte fuera. Siempre me he preguntado qué fue lo que motivo aquel cambio. «¿Pudo ser un beso?», se preguntó Kirsty, estremeciéndose ante el simple pensamiento, pero lo desechó al instante; aquello significaría que para Mike aquel beso también había sido importante… y nada más lejos de la realidad. —Baja a comer algo, por favor —le pidió ahora su padre, limpiándole las lágrimas de nuevo. Pero para Kirsty aquel era un momento difícil, que su padre jamás entendería del todo. —Dame un ratito —pidió, intentando sonar normal. El hombre salió de la habitación sin llegar a saber el profundo pesar y desconcierto que dejaba atrás. Aquella tarde, Kirsty se sentó al frescor del bonito jardín buscando algo de paz, pero echó tanto de menos su adoraba pérgola junto a la piscina que fue angustia lo único que consiguió del intento de serenidad. Estaba a punto de regresar a su alcoba cuando Nadine llegó hasta ella, con una de sus sonrisas maternales, y le pareció feo irse sin más. —¿Relajándote? —le dijo la mujer, cogiendo asiento junto a ella. —Intentándolo. —Sonrió Kirsty. —Eso está bien —dijo Nadine y miró a Andy, que estaba apostado unos metros más allá—. ¿Es difícil llevar escolta a todas partes? —le preguntó con curiosidad. —¿Por qué crees que no salgo más de casa? —¿Es por eso? Kirsty guardó silencio. Ambas conocían la respuesta. —Oye…, quería darte las gracias por guardar mis secretos —dijo Kirsty mirándola con cariño. Aún no había tenido fuerzas para hablar de aquella tarde. —No creo que haya servido para que te sientas mejor —opinó la enfermera con tristeza. —Hay pocas cosas que me hagan sentir mejor —admitió—. Duele, Nadine, de una forma insoportable, y no tiene pinta de ir a mejorar en breve. Y… sé que no debo, pero me muero por verle. Nadine asintió, suspiró y confesó: —Está en el despacho. Kirsty se incorporó en la silla. —¿Aquí en la mansión? —Sí. Su corazón se aceleró de forma descontrolada y fue incapaz de permanecer sentada. —Y… qué hace aquí, ¿lo sabes? —Marty le ha pedido que suba —contó—. Tenía algo importante que comunicarles a él y a Thomas. —¿Sobre qué? —No lo sé, yo solo soy la enfermera, ¿recuerdas? —dijo, levantando las manos con un gesto divertido. —Las dos sabemos que tú distas mucho de ser solo una enfermera en esta casa, Nadine — opinó Kirsty, subiéndole los colores a la mujer—, pero ya hablaremos de eso. Paseó arriba y abajo, con los nervios a flor de piel, peleándose con su conciencia, que se esforzaba por hacerle entender que verle no era bueno para ella. —¿Crees que podría… cruzarme con él por accidente…? —Sabía la respuesta, pero incluso así buscaba algo a lo que agarrarse para cometer aquella estupidez. Estaba tan concentrada en la respuesta de Nadine que se sobresaltó cuando Andy interrumpió. —Me pide Marty que te reúnas con ellos en el despacho —le dijo el chico, al tiempo que se colgaba el walkie de nuevo en el cinturón. —¿Con ellos? —repitió como un papagayo. ¿Aquello incluía a Mike? Sin pararse a pensarlo, se puso en movimiento y casi corrió al despacho, con el corazón desbocado por completo, pero, para su decepción, solo su padre y Marty la esperaban allí, ni rastro de quien se moría por ver. —¿Qué pasa? —preguntó un poco nerviosa. Su padre sonrió y le pidió que se sentara. —Voy a darte la mejor noticia de tu vida —empezó diciendo—. ¡Eres libre! —¿Qué? —Han cogido a los tipos que intentaron secuestrarte —contó ahora Marty—. Acaban de confirmármelo hace media hora. Kirsty los miró a ambos sin disimular su asombro. Sin duda, aquella era la mejor noticia que podía esperar recibir, y le hubiera gustado poder celebrarla con algo más de felicidad. —¿Lo decís en serio? —Por supuesto. La chica abrazó a su padre, contenta, y después a Marty, que también sonreía. —¿Lo… sabe Mike? —preguntó casi en un susurro. —Sí. —¿Y… está contento? —preguntó de forma ingenua, cuando lo que realmente quería preguntar era cómo está, dónde o por qué no está aquí… —Sí, supongo, como todos —le dijo su padre. «¿Supongo? ¿Y por qué solo lo suponía? ¿Acaso Mike no había estado en aquel despacho hasta hacía pocos minutos?, y ¿habría pedido él poder marcharse antes de llamarla a ella?». —Así que creo que van a ser unos cuantos años de cárcel —estaba diciendo ahora Marty. —Perdona, ¿qué? Ambos hombres la miraron, un tanto perplejos. Al parecer, Kirsty no tenía puesta la atención en los detalles que Marty contaba sobre sus agresores. —Esos hombres tienen antecedentes y no eres la primera a la que intentan secuestrar. —Ah, vale… —se limitó a decir, distraída. De nuevo dos miradas de preocupación se clavaron en ella. «¡¿Dónde está él, maldita sea?!». Estaba a punto de gritar, desesperada. Para evitar hacerlo, abrió la puerta del despacho y salió a toda prisa, pero se chocó contra un muro de músculos justo en la puerta. —Oh, vaya… —exclamó aturdida, mirando a Mike con los ojos como platos. —¿Estás bien? «¡No, ¿cómo puedo estarlo?! ¡Me muero por estar contigo!», quiso gritarle. Hasta que fue consciente de que él se refería al choque fortuito que acababan de sufrir y estuvo a punto de romper a llorar allí mismo. —Sí —se limitó a susurrar, recordándole a su cuerpo que no le estaba permitido anhelar sus brazos de aquella manera tan insoportable. —Bien. —Él se hizo a un lado y entró en el despacho—. Me marcho, Thomas, ¿necesitas algo más? —No, yo me encargo de todo —le dijo el hombre. Mike pasó ante ella sin mirarla y se alejó por el pasillo a paso rápido, mientras Kirsty buscaba la fortaleza para correr tras él, sin encontrarla. Le hubiera gustado tener la valentía de pedirle disculpas por los seis años de odio injustificado, pero no estaba segura de poder mirarlo a los ojos sin desfallecer. Tuvo que limitarse a verlo alejarse de ella poco a poco, sintiendo que se llevaba todas sus ilusiones con él. Ahogando un lamento, se apoyó contra la pared del pasillo. Él ni siquiera se había parado a mirarla demasiado, mientras que Kirsty apenas había podido apartar sus ojos de aquel rostro que amaba hasta el delirio. Nadine llegó hasta ella y le apretó uno de los brazos para infundirle fortaleza. —¿Ha sido muy duro? —le preguntó la mujer —Horrible —admitió—. No sé si puedo… vivir sin él, Nadine —sollozó de nuevo. —¿No habéis hablado de nada? —Kirsty negó—. Pues si te sirve de consuelo, no tiene buen aspecto. —¿Qué? —Tiene unas ojeras muy pronunciadas, Kirsty, ¿no te diste cuenta? La chica negó con un gesto. Para ella Mike era perfecto, con o sin ojeras. Marty salió del despacho en aquel momento y les sonrió a ambas. —¿Ya te ha contado la buena nueva? Kirsty se esforzó por ocultar sus lágrimas tras una sonrisa enorme. —Iba a decírselo, pero… me he emocionado antes de poder hablar. —Se limpió las lágrimas. —¿Qué pasa? —¡Se acabó la pesadilla! —dijo su padre saliendo del despacho en aquel momento—. Mi hija está oficialmente fuera de peligro. Nadine dejó escapar una exclamación de felicidad y abrazó a Kirsty. —Creo que eso se merece una celebración —opinó la mujer, feliz. —¡Claro que sí! Esta noche cenaremos todos juntos —dijo Thomas—. Voy a pedirle a Doris que prepare algo especial —se giró hacia Marty—. ¿Vas para casa de Mike? —El hombre asintió —. ¿Puedes pedirle que venga a cenar como favor especial hacia mí? Kirsty se puso tensa. ¿Cenar con Mike?… ¿Verlo dos veces en un día? Debería estar horrorizada, pero apenas podía disimular su emoción. «Debo ser masoca», se lamentó, pero no podía evitarlo. En dos minutos apenas si le había dado tiempo a mirarlo. —Podemos aprovechar y brindar también por el acuerdo con Wang —opinó Marty, que se despidió de ellos y se alejó. —¿Ya han firmado? — se sorprendió Kirsty. —Sí, señorita, hace apenas unas horas. —Sonrió—. ¡Hoy el día va de buenas noticias! Kirsty se alegró sinceramente por Mike, aunque le hubiera encantado poder abrazarlo para darle la enhorabuena. Quizá pudiera al menos decírselo de palabra aquella misma noche. —¡Qué alegría, papá! Esto catapulta la empresa a otra dimensión —se abrazó a él. —Yo ya no necesito mucho —admitió Thomas con una sonrisa—, pero estoy orgulloso y feliz por Mike. —Se lo merece, sí —dijo Nadine—. Ha trabajado duro y no fue nada justo todo lo que pasó. Los tres caminaron hacia el salón. —Bueno, y cuéntame, ¿qué es lo primero que vas a hacer con tu recién recuperada libertad? —bromeó Thomas mirándola con un simpático gesto. Kirsty se encogió de hombros e intentó sonreír. Lo único que quería hacer… le estaba vetado. —A lo mejor a Nadine y a ti os apetece venir mañana conmigo a Oxford —les ofreció—. Yo tengo que trabajar un rato, pero vosotras sois libres de recorrer la ciudad. —¿Tienes que ir a la empresa? —se extrañó Kirsty. —Sí, unas horas —contó—. Mike ha cogido unos días libres. Kirsty se quedó perpleja. —¿Ha cogido vacaciones? —Sí, al parecer no se encuentra muy bien. —¿Qué le pasa? —Cansancio acumulado, supongo. —¿Y tienes que ir todos los días hasta Oxford? —se interesó ahora Nadine. —No, solo mañana —dijo, tomando asiento en uno de los sofás—. Voy a entrevistar a un par de candidatos para el puesto de Melanie. —¿Por qué? —preguntó Kirsty, que tenía la sensación de estar recibiendo la información por fascículos. —Porque tenemos que cubrir su puesto cuanto antes, Kirsty —informó—. No podemos seguir posponiéndolo, se acumula el trabajo. —¿El puesto de Melanie? —repitió, mirándolo sin saber qué pensar—. Ella… está de vacaciones con Mike o… qué… —¿Con Mike? Pero ¡qué locura es esa! —Rio su padre—. Si tienen una relación pésima. —¿Desde cuándo? —casi graznó. —Desde siempre, hija, ¿en qué planeta vives? —Sonrió comprensivo—. Al principio no se llevaban mal, pero fue por poco tiempo. La chica apenas podía cerrar la boca del asombro. —Si Melanie ha seguido en la empresa todos estos años, ha sido por el agradecimiento que Mike sentía hacia su tía, que fue su profesora en el instituto y lo ayudó mucho cuando su padre falleció —explicó, dejando a la chica cada vez más alucinada—, pero todo tiene un límite. —Un… límite —murmuró para sí como una autómata—. Entonces… Melanie… se va de la empresa. —Decir que se va no es del todo correcto —explicó—. Ya hace días que no trabaja para la empresa, pero porque Mike la echó a la calle. Pensé que lo sabías. —Kirsty solo pudo negar con un gesto—. Supongo que discutisteis antes de que pudiera decírtelo… Fue el mismo día que regresaste a casa. —¿El día que volvisteis del balneario? —preguntó con el corazón en un puño y una inquietante sensación de abatimiento. —El último día que comimos con vosotros en su casa, sí —confirmó—. Tuvo la cortesía de informarme de que iba a despedirla antes de hacerlo, aunque nada que yo dijera le hubiera disuadido de ponerla de patitas en la calle porque había llegado a su límite. A Kirsty comenzaba a faltarle el aire. «Te juro que ya no puedo soportarla más tiempo, Thomas. Necesito que se largue». Aquellas palabras resonaron en su cabeza como si alguien las estuviera pronunciando de nuevo con un enorme megáfono. —Estaba furioso porque Melanie se presentaba en la casa demasiado a menudo, con cualquier excusa, solo para molestarte. «Empieza a ponerse insoportable, con sus idas y venidas por aquí». —¿Por qué nunca me dijiste nada, Kirsty? —le preguntó su padre, sin ser consciente de la conmoción que estaba causando—. Mike estaba convencido de que no era la primera vez que ella te mortificaba. La despidió ese mismo día. «Le pediré que recoja sus cosas y se vaya esta misma tarde». —¡Oh…, por Dios! —exclamó Kirsty ahora, acusando ya la falta de aire. Tuvo que coger asiento, pálida como la cera, sintiendo como unas enormes arcadas amenazaban con vaciar el contenido de su estómago. —Kirsty, ¿qué pasa? —se asustó su padre al escucharla respirar con dificultad—. ¡Nadine! La mujer se agachó frente a ella y la obligó a mirarla a los ojos. —Cariño, respira despacio… Kirsty la miró horrorizada, recordando haber vivido aquello mismo ya… —Yo…, Mike… —pero era incapaz de hablar mientras respiraba a marchas forzadas—. Nadine… —Lo sé, cariño, ya solucionaremos eso —le dijo con firmeza—, pero tienes que calmarte y respirar hondo. La chica intentó colaborar, pero fue incapaz de controlar el tremendo ataque de ansiedad por sí sola. Nadine tuvo que intervenir más de lo que le hubiera gustado y terminó inyectándole un tranquilizante, que la ayudó no solo a relajarse, sino a mecerse sobre una nube durante el resto de la noche. Cuando amaneció a la mañana siguiente, lloró desconsolada durante mucho rato. Había cometido el peor error de su vida al malinterpretar aquella conversación, y, si lo pensaba en frío, no entendía cómo había podido creer en algún momento que Mike podría tratarla así. Imaginó cómo debió sentirse él cuando encontró aquella maleta ya hecha y a ella saliendo de su vida sin mayor explicación ni respeto, y recordó su última conversación en aquella habitación. Primero el desconcierto en sus ojos…, después el enfado y la ira. —¡Imbécil! —lloró desconsolada, desgarrada por el dolor. Ella sola había acabado con cualquier posibilidad entre ellos. ¿Cómo podría Mike perdonarla por aquel deplorable comportamiento? Unos golpes a la puerta y la posterior entrada de Nadine la obligaron a centrarse en algo más que su propio dolor. —¿Estás mejor? —le preguntó la mujer, sentándose en la cama. —¿Puedes volver a pincharme? —le pidió entre lágrimas. —No, no puedo. —Sonrió Nadine—. Tendrás que conseguirlo sola hoy. Kirsty exhaló aire con cierta angustia. —Me perdí la cena de anoche… —dijo, con tristeza añadida. —No hicimos ninguna cena, Kirsty —le contó—. Thomas llamó a Mike para posponerla. —Y… ¿qué le dijisteis? —se preocupó. —Que no te encontrabas bien. La chica asintió y no se atrevió a preguntar si a Mike había parecido importarle lo más mínimo aquel hecho. —Pero levántate —la obligó Nadine, tirando de las sábanas hacia atrás—. Necesitas comer algo. —No tengo hambre. —Me da igual, no te lo digo como amiga, sino como enfermera —insistió—. La medicación que te pinché es fuerte, y ayer apenas comiste en todo el día. Necesitas reponer fuerzas. Ninguna de sus protestas sirvió de mucho, y Kirsty tuvo que dar su brazo a torcer y salir de la cama. Esperaba poder comer cualquier cosa y regresar a su alcoba sin demora, pero su padre se puso tan pesado con que ambas lo acompañaran a Oxford que tuvo que terminar cediendo, en cuanto que el hombre apeló al tremendo susto que le había dado el día anterior. Fue un día horrible. Para llevar tantos días encerrada en Little Meadows y años sin ir a Oxford, que era una de sus ciudades favoritas, el día se le hizo completamente eterno. Cuando cerca de las siete de la tarde regresaron a Little Meadows, apenas veía el momento de aislarse en su cuarto del resto del mundo hasta el día siguiente. —¿Hasta mañana? —le dijo su padre cuando se despidió—. ¿Es que no piensas bajar a cenar? —Estoy rendida, papá —dijo como única respuesta. —Pero no podemos cenar sin ti, Kirsty, y no quisiera tener que suspender la cena de nuevo. En la cabeza de Kirsty sonaron todas las alarmas. —Viene… él a cenar. Su padre ni siquiera se molestó en hacerse el sueco. —Sí, Mike viene a cenar —confirmó, dejando escapar un suspiro—. Y espero que tú también, Kirsty, porque me ha costado mucho convencerlo; pero creo que tenemos cosas que celebrar en familia. «Así que él no quería venir», pensó con amargura. «Yo tampoco querría verme si estuviera en su lugar». —Bajaré a cenar, no te preocupes. Y casi tuvo que pedirle ayuda a Nadine de nuevo para poder cumplir con su palabra. Enfrentarse a Mike aquella noche puso a prueba su sistema nervioso, que casi estuvo a punto de no salir victorioso. Capítulo 46 A las ocho de la tarde, Kirsty hizo acopio de valor y entró en el salón con lo que parecía un paso firme. Solo ella sabía que sus rodillas parecían de gelatina y temblaban de forma desesperante, pero inevitable. Caminó con premura hasta el sofá y cogió asiento, temiendo que dejaran de sujetarla de un momento a otro. —Hola a ti también—dijo una voz irónica a su espalda que la hizo sobresaltarse. Se giró como si un resorte la impulsara a hacerlo y encontró a Mike sentado a la mesa, consultando su teléfono móvil. —Hola…, lo siento, no te había visto —se excusó con sinceridad. —Ya. —Te juro… que no me he dado cuenta. Mike ni siquiera volvió a levantar los ojos del teléfono. «Empezamos bien…», se lamentó, entrelazando sus manos para intentar controlar el temblor. Había pasado una hora dándole vueltas a qué podía decirle cuando lo tuviera ante sí, pero había sido incapaz de concretar nada. Le debía tantas disculpas que no sabía cómo ni por dónde empezar, y eso suponiendo que él estuviera dispuesto a escucharla, que ya era ser muy optimista. Se puso en pie, repitiéndose que quizá no habría mejor momento que aquel, pero tuvo que coger asiento de nuevo cuando sus piernas se negaron a sujetarla. «Debo parecer imbécil…», se regañó, suspirando demasiado fuerte. Lo miró de reojo y se mordió el labio inferior con nerviosismo. «Está a par de metros, Kirsty, solo tienes que echarle valor…». —Mike —dijo antes de darse tiempo a arrepentirse—. ¿Podemos hablar un momento? Él posó una mirada tan fría sobre ella que le arrancó un escalofrío. —No creo que quede demasiado por decir entre nosotros —dijo alto y claro, y regresó la mirada a su teléfono. Kirsty se quedó muda y estuvo a punto de salir corriendo del salón. —Pero habla —dijo Mike unos segundos después, cuando ya no parecía tener intención de hacerlo—, si es que crees tener algo que decir. Pero no la miró, ni siquiera de reojo. Kirsty buscó las palabras adecuadas entre las decenas que había practicado durante todo el día, pero ningunas parecían las adecuadas para iniciar una conversación como aquella. Al borde del colapso nervioso, comenzó a escuchar voces en el pasillo y estuvo a punto de soltar un sollozo de angustia. —Se te acabó el tiempo —escuchó a Mike decirle justo cuando su padre y Nadine entraban en el salón. —Ya estáis aquí los dos —dijo Thomas con una sonrisa entusiasta, señalando lo obvio—. ¿Y Marty? —Ha subido a su cuarto a cambiarse de ropa —contó Mike. —Pero soy como el Superman ese —dijo el susodicho, entrando ahora en el salón. Nadine intercambió una mirada interrogante con Kirsty, que le devolvió apenas un gesto de angustia. Cuando Doris comenzó a servir la cena, Kirsty no tuvo más remedio que coger por fin asiento en la mesa, frente a Mike, e intentó mantener la vista sobre su plato. Sabía que si se permitía mirarlo demasiado, pronto no podría apartar sus ojos de él y aquello terminaría resultando muy embarazoso. No obstante, no pudo evitar mirarlo de reojo, y ahora sí fue consciente de las ojeras de las que Nadine había hablado el día anterior. «Realmente se le ve agotado», pensó preocupada, recordando que el chico se había cogido unos días de vacaciones que, según parecía, necesitaba mucho. —Vamos a empezar haciendo un brindis —dijo su padre, poniéndose en pie e izando su copa de vino—. Por todo lo bueno que nos ha pasado en las últimas horas. Por la libertad de Kirsty — Sonrió risueño—, el acuerdo con Wang —Miró a Mike— y… por la mujer que me ha devuelto la ilusión por vivir… —Entonces miró a Nadine, que se ruborizó hasta las orejas, y le devolvió una mirada enamorada que todos aplaudieron. A nadie pareció sorprenderle aquella repentina confesión. Kirsty abrazó a Nadine y la mujer le devolvió una mirada azorada. —Quería decírtelo, pero… no he encontrado un buen momento. —Era un secreto a voces. —Sonrió Kirsty—. Me alegro muchísimo por vosotros. ¿Era de mi padre de quien me hablaste aquel día? Nadine asintió. —Jamás pensé que él también se sintiera igual —admitió—. A nuestra edad no es fácil volver a empezar. —¿Acaso es fácil a alguna edad? —suspiró Kirsty, intentado no desviar su mirada. —¿Cómo están las cosas con él? —Mejor no preguntes… Kirsty se concentró en su plato e intentó no levantar la mirada a no ser que le hablaran expresamente. No mirar a Mike le estaba costando un esfuerzo sobrehumano, y cuando llevaban diez minutos a la mesa estaba agotada y deseando que terminara la cena cuanto antes. —Kirsty, ¿qué has pensado hacer en el futuro? —le preguntó su padre como si hablara del tiempo—. Sé que tienes tu vida en Nueva York, pero me encantaría que te quedaras una temporada larga en Little Meadows. Perpleja por el comentario frente a todos, Kirsty izó la cabeza y no pudo evitar mirar a Mike, que parecía muy concentrado en su comida y no se molestaba en prestar atención. —Aún no lo he pensado… —dijo con dificultad, sintiendo que los nervios le agarrotaban las cuerdas vocales. —¿Valorarás la opción de quedarte? —casi suplicó Thomas. —Puede, no lo sé… —suspiró, incómoda, suplicando una reacción por parte de Mike. —Consúltalo con la almohada, por favor —cedió su padre—. Os echaré muchísimo de menos a ti y a Mike. «¿A Mike?», aquello sí le sorprendió, tanto que no pudo contenerse en mirarlo y preguntar asombrada: —¿Te vas de Little Meadows? Por primera vez en la noche, Mike posó sus ojos sobre ella. —Sí. Kirsty lo miró, perpleja, y apenas si le salió la voz del cuerpo para preguntarle: —Y… ¿adónde vas? —A Hong Kong —dijo con sequedad. —¿Hong Kong… en China? —susurró, empezando a descomponerse por segundos. —Estaba allí la última vez que miré un mapa, sí. «¡No! Pero…»… —Necesitamos a alguien que ponga en marcha toda la logística junto a Wang —contó su padre ahora—. Y Mike decidió ir él. No es una decisión que comparta, ya lo sabe, pero en fin… «Se marcha… a diez mil kilómetros». Aquello la mataba y no tenía forma de disimularlo. —¿Y cuándo… te vas? —se esforzó por preguntar. —Pasado mañana. Aquella respuesta le arrancó una exclamación ahogada que no logró silenciar. Sus ojos se anegaron en lágrimas que no pudo contener ni ocultar, y que dejó fluir por sus mejillas casi sin ser consciente de que las estaba derramando. El dolor en aquel instante era tan intenso que lo sentía martillear en sus sienes, impidiéndole toda capacidad de reacción. —Kirsty… —escuchó decir a su padre casi en la lejanía. Pero dolía demasiado como para concentrarse en nada más que intentar soportarlo. Necesitaba salir de allí…, a cualquier lugar donde pudiera gritar de dolor, o se volvería loca. Con cierta torpeza, se puso en pie y salió corriendo del salón sin pronunciar una sola palabra. Salió de la casa y corrió entre lágrimas hasta el establo, buscando el único consuelo que siempre funcionaba para ayudarla a calmarse. Necesitaba con urgencia que aquel intenso dolor cesara o estaba segura de que iba a enloquecer. Ensilló a Hope a la velocidad del rayo y salió a galope en busca del alivio que necesitaba. Se cruzó a Nadine justo en la puerta del establo, pero aquello no la detuvo… Voló sobre Hope por la pradera, espoleando al caballo cada vez más fuerte, intentando mitigar su desconsuelo. Las lágrimas empañaban sus ojos cada vez más, impidiéndole ver nada pocos metros más allá. Pero ni el viento sobre el rostro ni la velocidad extrema ni siquiera la adrenalina de la carrera consiguieron que su mente se apartara un segundo de la insoportable realidad: en tan solo dos días… él pondría todo un mundo de distancia entre ellos. Angustiada, frenó a Hope en seco junto al árbol viejo y a punto estuvo de salir volando por encima, pero ni siquiera se asustó, incapaz de reaccionar a ningún otro estímulo que la angustia que le atenazaba el pecho. Se bajó del caballo y se enfrentó a la imagen de aquella casa maravillosa, que le taladró el corazón y le arrancó un lamento desolador…, que se vio eclipsado cuando una voz atronadora gritó a su espalda: —¡Maldita sea, Kirsty, ¿cómo se te ocurre cabalgar de esa manera?! —rugió Mike, cogiéndola totalmente desprevenida. Se giró asombrada a tiempo para verlo bajarse del caballo, en el que venía montando a pelo. —Mike… —apenas susurró. —¿Es que pretendes matarte? —siguió gritando, furioso, caminando hacia ella—. Si quieres que te facilite el trabajo, dímelo, porque te juro que en este momento no me faltan ganas de estrangularte. Kirsty estaba perpleja. —¡¿Es que no te cansas nunca de atormentarme?! —insistió Mike, iracundo, gesticulando como un loco. Pero Kirsty estaba tan asombrada por verlo allí que no era capaz de articular palabra. Se limitó a mirarlo, con los ojos como platos y unas ganas enormes de arrojarse en sus brazos, que lograba contener a duras penas. —¿No piensas decir nada? —siguió hablando, observándola ahora con atención. Kirsty dejó escapar un suspiro agotado. —Si has venido a regañarme, por favor, déjalo —suplicó—. Ya no puedo con más. Tuvo que girarse de nuevo hacia la casa para esconder sus lágrimas, repentinamente avergonzada de que tuviera que verla en aquel estado. —¿Tú no puedes más? —escuchó decir a Mike con lo que parecía cierta amargura—, eso sí tiene gracia… Kirsty se giró a mirarlo con un gesto de horror. —¿Y qué tiene tanta gracia, Mike? —lo enfrentó entre lágrimas—. ¿Qué tenga que enterarme por otra persona de que te marchas? —¿Eso es lo que te molesta, que no te lo haya dicho? La chica apretó los dientes ante la absurda pregunta y buscó las fuerzas para dejar de llorar, pero fue incapaz. —Eres… un idiota —dijo, dejando escapar un sollozo incontenible. —¿Por qué estás llorando, Kirsty? —Avanzó hacia ella—. Creía que te haría feliz que me fuera. —¿Feliz? —explotó dolida—. ¡Te vas a diez mil kilómetros! —¡Sí! —le gritó con la voz quebrada—. ¡Para que tú puedas quedarte! ¿Acaso no es eso lo que querías? —¡¿Y tú qué sabes lo que yo quiero?! —le gritó desesperada. Mike la miró en silencio, soltó aire muy despacio y dijo en un tono amargo: —Tienes razón, no lo sé, pero sí tengo claro… lo que no quieres. Kirsty lo miró con los ojos abiertos por la sorpresa, cuando un destello de sensatez le hizo comprender a qué se refería. —Y… ¿qué crees que yo no quiero, Mike? —preguntó con cautela, conteniendo la respiración. —A mí, ¿no es obvio? —Lo vio apretar los dientes. —Mike… —Déjalo, no tienes que decir nada —interrumpió—. Fuiste muy clara el día que te fuiste de la casa, no puedo reprocharte nada —concedió—, pero no tienes ningún derecho a llorar mi marcha. «Díselo, Kirsty», se suplicó a sí misma, dejando correr sus lágrimas de nuevo, pero no sabía ni cómo empezar. Pero cuando Mike le dio la espalda dispuesto a irse, las palabras brotaron solas de sus labios. —Quizá fui clara aquel día, Mike —Tragó saliva—, pero no sincera. Él se giró hacia ella y clavó una mirada intensa en su rostro, esperando a que se explicara. —Escuchar detrás de las puertas y sacar conclusiones erróneas parece ser mi peor defecto — empezó lamentando—. Debí aprender la lección hace siete años en ese establo…, pero… —Las lágrimas la obligaron a hacer una pausa y respirar hondo—. Mike…, yo… te escuché cuando le hablabas a mi padre de Melanie. —¿Y qué? —Le dijiste que… ya no la soportabas más y que querías que se fuera —Resopló con fuerza —, y yo… Guardó silencio y se mordió el labio con un gesto nervioso. Mike frunció el ceño y puso sobre ella una mirada perpleja, que poco a poco se fue llenando de ira, cuando pareció entender lo que tenía tantos problemas en verbalizar. —Kirsty… —Apretó los dientes, furioso—, como me digas que creíste que hablaba de ti, te juro que voy a zarandearte. —Puedes empezar cuando quieras —admitió avergonzada. Lo vio apretar los puños e hizo amago de estrangularla, después, le dio la espalda y se revolvió el pelo con movimiento inquieto, sin pronunciar una sola palabra. —Lo siento… —susurró Kirsty, cuando creyó que podría hablar sin riesgo de que él la lanzara rodando ladera abajo—. Entiendo cómo debes sentirte… —¡No, Kirsty, te aseguro que no tienes ni idea! —dijo entre dientes, sin mirarla. —Debí preguntarte directamente y… Ahora sí se giró a enfrentarla. —¿De verdad pensaste que podía echarte sin contemplaciones de la casa después de todo lo que hemos vivido? —Aquello parecía mortificarlo—. Pero ¿qué clase de monstruo sin sentimientos crees que soy? Kirsty dejó escapar un lamento ante el desconsuelo que veía en sus ojos. —No… me paré a pensarlo, Mike, estaba dolida y… se me nubló el juicio —sollozó—. Sé que no es excusa, pero Melanie consiguió sembrar algunas dudas en mí, que creí ver confirmadas cuando te negaste a contarle lo nuestro a mi padre. —¡Solo te dije que era pronto, maldita sea! —Lo sé, ahora me doy cuenta, pero… soy muy insegura cuando se trata de ti, Mike —aceptó, agachando la cabeza—. Y después escuché aquella conversación… —¡Y dos más dos te dieron cinco! —dijo iracundo—. Sí, eso ya lo has dicho. No puedo creer que nos hayas hecho lo mismo de nuevo. —¿De nuevo? —Aquello sí que no estuvo dispuesta a tolerarlo—. Esto no tiene nada que ver con el pasado, Mike, porque tocaras o no a Melanie en ese establo…, sí la llevaste allí para eso, y yo tenía todo el derecho a estar enfadada. —¡Pero debiste decírmelo en lugar de mentirme y convertir mi vida en un infierno! —le gritó molestó—. Y por supuesto que todo esto tiene que ver con el pasado, porque mientras que no seamos capaces de superarlo, nada tendrá sentido. —Hizo una pausa y la miró a los ojos con desesperación—. Necesito avanzar, Kirsty, yo sí que te aseguro que ya no puedo más. La chica tuvo que sofocar un lamento. —Tú te vas a la otra punta del mundo, Mike, ya estás avanzando —dijo con el corazón encogido—, yo no podré…, porque nunca lo hice —confesó entre lágrimas—. Jamás di un paso más allá de aquel primer beso. Soltó aire y decidió que había llegado el momento de terminar con los secretos, aunque aquello acabara con ella. —Me preguntaste cómo era posible que a mi edad siguiera siendo virgen —Tragó saliva—, pues aquí tienes tu respuesta: nunca he podido superar nuestro primer beso, Mike, me marcó tanto que… jamás he vuelto a sentir nada al besar a otro. ¡He pasado seis malditos años en el Polo Norte! Mike posó sobre ella una mirada de asombro que Kirsty aborreció. —Qué sorpresa, ¿verdad? —insistió la chica con un deje de amargura—. Espero que al menos eso te aporte algo de paz en tu nueva vida. —Kirsty… —Yo no tengo posibilidad de avanzar hacia ninguna parte —le aseguró, ahora con rabia y un nudo en la garganta—. ¡Mierda, Mike, ¿por qué tuviste que besarme aquel día?! —Kirsty… —¿Por qué no pudiste dejar que Steve me diera un beso simple y olvidable? —dijo molesta. —Intenté contenerme, pero… —¡¿Qué?! —¡Que no pude, maldita sea! —¿Por qué? —¡Porque estaba loco por ti! —le terminó gritando con cierta irritación en la voz. Kirsty lo miró perpleja, y aún más cuando él siguió hablando. —Porque un día cualquiera estábamos aquí mismo, sentados bajo este árbol, y… mi vida sufrió un revés del que jamás he conseguido recuperarme. —La miró con una desesperación que Kirsty jamás había visto en sus ojos—. Yo hice una broma, tú dejaste escapar una carcajada que te quebró la voz… y yo deseé besarte como jamás había deseado nada… ¡Y a partir de ese momento no pude pensar en otra cosa, cada segundo, de cada minuto, de cada maldito día! El corazón de Kirsty hacía largo rato que saltaba como un loco dentro de su pecho, pero estaba tan asombrada y turbada que no era capaz de reaccionar. —¿Tienes idea de cómo se siente un hombre que desea con locura a una niña de apenas diecisiete años a la que debería ver como a una hermana? —insistió Mike, avanzando hacia ella con un tormento escrito en sus ojos—. Me sentía un miserable todo el tiempo, pero era incapaz de renunciar a nuestros paseos, nuestras charlas cómplices, a pesar de saber que pronto sería incapaz de seguir conteniéndome. —Hizo una pausa para tomar aire—. Y una tarde tú… describiste una casa maravillosa y yo me perdí en tus ojos durante una eternidad, y en aquel momento supe que no lograría comportarme de forma honorable mucho más tiempo. Te deseaba de un modo… —se interrumpió y dejó escapar un suspiró—, bueno, eso ya puedes imaginarlo. «¿Cómo sigue haciéndolo ahora quería decir?», se preguntó Kirsty, con los nervios a flor de piel, pero le aterraba interrumpirlo y descubrir que todo aquello formaba parte del pasado. Lo dejó continuar…, casi preparándose para el momento en el que regresara al presente y le rompiera el alma. —Y, entonces, se me ocurrió que si… centraba mis atenciones en otra persona, quizá podría acallar un poco mis necesidades y dejar de desearte. Kirsty dejó escapar una exclamación de sorpresa. —Melanie… —susurró. —Sí, ella —admitió—. La llevé al establo aquel día para intentar apaciguar mis instintos, pero las cosas no fueron como esperaba… —La miró a los ojos con cierta ansiedad—. No pude tocarla, Kirsty, porque no era a ella a quien deseaba —suspiró, atormentado—. Y, a pesar de eso, llevarla al establo fue el peor error de mi vida…, y hasta siete años después no he sabido hasta qué punto me costó caro. —Mike…, lo siento, debí ser sincera… y decirte que os había visto —sollozó. —Me mató aquel has dejado de gustarme, Kirsty —admitió con la voz entrecortada—, pero fue eficaz para mantenerme a raya, al menos durante un tiempo. —Hasta el baile —susurró abatida. Mike asintió y dejó escapar un suspiro de resignación. —Te juro que luché con todas mis fuerzas para no sucumbir a besarte aquel día, Kirsty —le aseguró—, pero… lo celos no son buenos consejeros, y dejar que Steve Danfort siquiera te rozara no era una opción. Aquello le arrancó una exclamación de sorpresa a la chica, que tuvo que recordarse de nuevo que todo aquel sueño maravilloso pertenecía al pasado. —No tenía intención de besarte cuando te saqué del coche —le aseguró—, pero tú me confesaste que jamás habías besado a nadie y yo… me moría por ser el primero, e ingenuamente pensé que podría tan solo rozar tus labios —Sonrió ante el recuerdo—, y me pedías un beso con aquella dulzura… —Un beso… beso —recalcó Kirsty. —Sí. —Volvió a sonreír—. Ese fue mi error. Pensar que podía concederte aquello que llamabas beso beso sin perder el norte…, y ese nunca ha sido mi punto fuerte tratándose de ti. Kirsty puso en él sus cinco sentidos. Aquella frase no había sonado solo a pasado… —Te juro que no pretendía abalanzarme sobre ti de aquella manera, pero tú respondiste de una forma tan dulce e intensa… —Carraspeó ligeramente y Kirsty pudo ver en sus ojos cuánto le afectaba aquel recuerdo, y estuvo a punto de lanzarse a sus brazos. —Aun así…, te contuviste para no llevarme al establo. —Sonó casi a reproche. —Porque durante los pocos segundos que te miré a los ojos luchando contra mis instintos… —Se le quebró la voz—, fui plenamente consciente de algo que me perturbó demasiado. —¿Qué fue? Kirsty esperó aquella respuesta con el corazón en vilo y sin poder ni imaginar qué podía escuchar, mientras veía claramente a Mike debatirse entre callar o seguir adelante. El terminó suspirando con resignación. —Me di cuenta de que no era solo deseo lo que sentía por ti —admitió al fin—. En aquel instante supe que… estaba completa y locamente enamorado de ti. A Kirsty se le cortó la respiración. Lo miró con los ojos empañados en lágrimas de nuevo y el corazón desbocado. —¿Por qué no me lo dijiste? —sollozó. —Porque eras apenas una niña, Kirsty, y yo no tenía derecho a robarte todo lo que te quedaba por vivir —admitió con la voz entrecortada—. Y de repente un sentimiento que debería ser hermoso se convirtió en algo amargo, cuando comprendí que lo único bueno que podía hacer por ti era dejarte marchar, aunque eso me matara por dentro. —Se perdió en sus ojos unos segundos y añadió—: Aquello fue lo que hizo conmigo aquel beso, Kirsty. Me obligó a aceptar mis sentimientos… y me dejó vacío cuando tuve que dejarte ir. Kirsty dejó escapar un sollozó desconsolado por todo el dolor que leía en sus ojos, mientras sentía los latidos de su corazón martillear ahora en cada célula de su cuerpo, pero no se atrevía a hablar. Mike la había amado entonces, sí, pero le aterraba escuchar que había superado todo aquello. —Era muy consciente de que tras aquel beso no habría forma humana de mantenerme lejos si te quedabas en Little Meadows —siguió diciendo él—, pero estaba dispuesto a esperar un año a que regresaras. Serías mayor de edad, más madura y tendrías más claro qué querías hacer con tu vida; y, entonces, quizá… podría intentar un acercamiento. A Kirsty se le partió el alma. —Si tan solo me hubieras dicho… —Lo hice —le aseguró, caminando hasta ella—. En nuestra última conversación en el establo. Ella lo miró con un gesto interrogante. —No podía decírtelo directamente, Kirsty, porque, por tu propio bien, debías acceder a marcharte, y para conseguirlo debía ser muy duro contigo, pero me aseguré de recalcarte que cuando regresaras yo aceptaría lo que tú decidieras… Kirsty recordó aquel momento exacto, del que no había olvidado una sola palabra. Él había usado aquella misma frase… «Aceptaré lo que tú decidas…». —Eso te lo prometo… —susurró, recordando el final de la frase, horroriza por su ceguera. —Eso es, pero tú eras demasiado joven y estabas demasiado dolida como para leer entre líneas —se lamentó—, aun así, creí que… solo necesitabas algo de tiempo —Soltó un suspiro de dolor y agregó—: pero no conté con tu odio, Kirsty, jamás pensé que te negarías a volver a verme y a regresar a Little Meadows. Kirsty tenía tal nudo en la garganta que le impedía incluso tragar saliva. Todo aquello la estaba sobrepasando, y el momento de la verdad se ceñía como una enorme guadaña sobre su cabeza. Si tras toda aquella confesión Mike admitía que todo era historia, ella no lograría levantarse de nuevo. —Pero me dejaste pensar que fuiste tú quien decidió mandarme fuera de aquí —Mike la miró, ahora sorprendido—. Mi padre me lo contó —informó, y continuó con la voz casi rota—. Si tan solo me hubieras dicho la verdad… —Aquello no fue premeditado —admitió—. Fue Melanie quien al parecer metió su mano ahí, lo que le costó muy caro porque nunca pude volver a mirarla sin recordarlo. —Pero pudiste aclarármelo. —Estuve a punto —declaró—, pero entonces entendí que ibas a necesitar un aliado en Thomas; un pilar que te anclara a Little Meadows, en el que poder apoyarte para regresar a casa. Y no quise quitarte aquello también, bastante tenías con verte obligada a irte… —Y me permitiste pensar que era idea tuya, y… yo… —El llanto no le permitió continuar. —A mí ya me detestabas, Kirsty, hacía mucho que… yo había dejado de gustarte, ¿recuerdas? —suspiró—. ¿Para qué obligarte a odiarnos a los dos? «¡Oh, por Dios!», aquello se ponía cada vez más insoportable. —Pero a pesar de todo…, nunca me resigné a perderte —agregó Mike en un tono tenso. Kirsty lo miró, extrañada ante su mirada cargada ahora de una inquietante expresión de azoramiento. —Y… me concentré en… —Carraspeó nervioso— reunir todo aquello que siempre habías deseado, en un mismo lugar —Soltó aire con fuerza—, por si en algún momento deseabas regresar. —No entiendo… Mike sacó algo de su bolsillo, tomó una mano de Kirsty y puso el objeto sobre ella. Kirsty, perpleja, observó el llavero de plata. —Son las llaves de tu casa… —titubeo—. ¿Qué…? —Es tuya —le dijo con la voz ronca por la emoción—, porque la construí para ti. Capítulo 47 La chica miró a Mike con un gesto de absoluto estupor, sin poder comprender del todo sus palabras. —Yo no entiendo que… significa todo esto. —Aunque se moría porque se lo aclarara. Mike la miró, ahora un poco cohibido. Se adelantó un par de metros hacia el borde de la pradera y miró la casa durante unos segundos antes de seguir hablando. —Supongo que tienes derecho a saberlo todo —suspiró. Se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó su cartera y de ella un papel doblado que le tendió a la chica. Kirsty caminó hasta él, con un gesto de desconcierto, y desdobló el papel con mano temblorosa. Un segundo después miró la lámina con lágrimas en los ojos, completamente alucinada, acariciando con los dedos el boceto original de la casa que ella misma dibujó siete años atrás. Mike la había reconstruido y pegado cada pequeño pedazo con celo, no faltaba ni uno solo. —Mi casa —susurró con la voz rota. —Esa casa. —Señaló Mike en la distancia. La chica contrastó el dibujo con la realidad y sonrió. Eran idénticos. —¿Dónde lo encontraste? —preguntó con un hilo de voz. —En una de las papeleras del despacho —admitió—, por pura casualidad. —Mike…, yo no entiendo nada. —¿Aún no te has dado cuenta de que esa casa… tiene todo lo que siempre anhelaste? —habló ahora hacia el viento—. Una piscina, una bonita chimenea, cocina americana, un vestidor enorme y un jardín… con tus plantas favoritas por todas partes. —Dama de noche —susurró. —Dama de noche —repitió él, girándose ahora a mirarla—. Y los lirios no tardarán en crecer. —Pero… ¿por qué…? —Supongo que fui un ingenuo al pensar… —Se le quebró la voz—, que si te construía la casa de tus sueños, quizá querrías compartirla conmigo algún día. El simple pensamiento llevó a Kirsty al séptimo cielo. «¡Y quiero, por Dios, claro que quiero!», gritó su corazón a pleno pulmón. —Ahora es solo tuya —dijo Mike entonces—. Es un regalo, que espero que aceptes y disfrutes en mi ausencia. «¿Qué?… ¡No!», aquello arrasó con cualquier vestigio de esperanza y lo miró con una expresión mortificada. —No puedo aceptarla, Mike —dijo, rompiendo a llorar de nuevo. Aquello desconcertó al chico, que la miró con pesar. —Pero está diseñada para ti, amor —insistió, sin disimular cierta ansiedad—. Siempre fue tuya. «¡Me ha llamado amor! ¡Alto y claro! Y no está dormido ni soy yo quien lo estoy imaginando…». Kirsty dejó escapar un sollozo emocionado y sus lágrimas volvieron a brotar sin remedio. —¿Acabas… de llamarme amor? —preguntó con cautela, intentando prepararse para cualquier cosa. Mike sonrió con tristeza y posó sobre ella una mirada sincera cargada de tantas respuestas que a Kirsty se le aceleró el pulso incluso antes de que él hablara. —Siempre has sido y serás el amor de mi vida, Kirsty —declaró apenas en un susurro—. Y aunque tú no sientas lo mismo, yo… Kirsty dejó escapar una exclamación ahogada, recorrió la distancia que los separaba y le robó un beso que lo dejó sin aliento. Cuando se separó, Mike la miró con los ojos cargados de incertidumbre. —Kirsty, no entiendo que… —Te amo —confesó, sin dejar de mirarlo a los ojos. Y dejó escapar un suspiro de dicha cuando fue consciente del momento exacto en que Mike se permitió creer por fin que aquello era real, y le regaló la sonrisa más espectacular que había visto jamás. —¿Hablas en serio? —La tomó entre sus brazos. —Nunca he hablado más en serio —suspiró, feliz—. Y pensaba decírtelo la tarde que oí esa dichosa conversación. Mike asaltó su boca y la besó con una intensidad que casi parecía locura. Kirsty suspiró y se colgó de su cuello, abandonándose a él como hacía cada vez que la tocaba. —Te amo, Kirsty, te amo, te amo —susurró emocionado sobre sus labios entre beso y beso —. Había perdido la esperanza de volver a tenerte entre mis brazos y de que pudieras amarme algún día. —Te he querido toda mi vida, Mike, la niña, la adolescente y ahora la mujer… —suspiró—, todas ellas te han amado. Mike la abrazó con fuerza. —Por Dios, pelirroja, no te haces idea de los días que he pasado… —confesó después apoyando la frente sobre la de ella—. He sido como un zombie, paseando por la casa a todas horas. No podía dormir, no podía comer… ¡ha sido un tormento horrible! —Yo no lo he pasado mucho mejor —le aseguró Kirsty con lágrimas en los ojos. —No vuelvas a dejarme nunca —le suplicó con cierta desesperación. —¡Te lo prometo! —exclamó, más feliz de lo que creyó posible ser jamás —Ya no sé vivir sin ti, Kirsty, esta vez no podría resignarme a perderte. —No tendrás que hacerlo —suspiró emocionada—. Me iré contigo a Hong Kong, si es necesario. —¿Hong Kong… en China? —bromeó imitándola, y rio cuando recibió un manotazo como respuesta—. ¿Y qué demonios se nos ha perdido a nosotros en China? —suspiró—. Pero si quieres volver a Nueva York, también tendrás que cargar conmigo. Kirsty rio. —Nueva York sobrevivirá sin mí. —Yo no. —Volvió a besarla con intensidad—. Dime que estarás conmigo y te prometo que lo más lejos de ti que me iré será la distancia que me separa de la oficina. —Entonces espero convencerte para trabajar en casa a menudo. —No te costará demasiado… —Soy una jefa exigente —lo miró con malicia—. Voy a hacerte trabajar duro, ¿sabes? En la sauna…, en el jacuzzi…, puede que incluso bajo la carpa del jardín en pleno mes de enero. —¿En pelota picada? —Rio. —Claro, habrá que amortizar la calefacción. —Estoy dispuesto… —La atrajo hacia sí—, aun a riesgo de coger una pulmonía. —Qué buena noticia. —Lo besó Kirsty, saboreando su boca con deleite, al que Mike respondió devorándola por completo. —Pocas cosas me gustan tanto en esta vida como besarte, pelirroja —susurró, volviendo a enredar la lengua con la suya; después la atrajo contra su erección y murmuró—, bueno, quizá se me ocurre alguna otra… Kirsty gimió dentro de su boca y se frotó contra él de una forma descarada e insinuante. —Creo que esto… empieza a calentarse demasiado… —suspiró Mike, interrumpiendo el beso y mirándola con ojos vidriosos. —¿Y? —Que hace frío. —Creo que no te pillo… —¡Que estoy a punto de desnudarte, pelirroja! —Volvió a atraerla contra él—. Que te deseo de un modo insoportable —La besó de nuevo—, y aquí arriba no puedo tener lo que quiero, aquí no tenemos calefacción… —Pues tengo yo un pedazo de casa aquí cerca… —bromeó Kirsty— que quita el hipo. —¿En serio te gusta la casa? —le preguntó en un susurro, algo más serio. —Es perfecta, mucho más de lo que jamás me atreví a soñar —le aseguró risueña—, sobre todo cuando tú estás dentro. —¡Joder, Kirsty, casi no puedo creerme tanta felicidad! —La abrazó con fuerza—. ¡Por fin he recuperado mi magia, amor! Era incapaz de vivir en esa casa sin ti —exclamó, emocionado, y volvió a besarla con ardor—. ¡Pff, que me pierdo de nuevo! —La soltó y puso un metro de distancia entre ellos, con la consiguiente protesta por parte de ella—. Esta vez vamos a hacer las cosas bien. —Eso intento —Caminó hacia él, mirándolo con lujuria—, pero me lo estás poniendo muy difícil. —¡Quieta ahí! —Rio, apuntándola con un dedo—. Esto es lo que vamos a hacer: vamos a ir a la mansión… —No —se quejó. —Sí. —¿A mi cuarto? Mike sonrió divertido. —No, descarada, a tu cuarto no. —¡Pues vaya! —Vamos a pasar un mini segundo por el salón para contarle a tu padre… que hemos dejado de ser hermanos oficialmente. Kirsty lo miró emocionada. —¿Quieres decírselo ya? —Sonrió feliz—. Creía que te parecía pronto. —Eso era antes de saber que me amas —admitió, caminando hacia ella de nuevo—. Había demasiadas cosas confusas y sin decir entre nosotros, Kirsty, y todo saltaba como la pólvora en el momento menos pensado… La chica asintió y le devolvió una mirada feliz. —Además, ¿crees que puedo fingir que no estoy loco por ti delante de nadie? —La miró con los ojos enturbiados de deseo—. Ya no, pelirroja, por mucho que lo intente… Pero ¡¿por qué te estoy abrazando de nuevo?! Volvió a tomar distancia, y Kirsty rio a carcajadas. —Lo que te decía —retomó el monólogo—. Le informamos brevemente de lo que hay para que me conceda tu mano, y… —¿Mi mano? —interrumpió divertida y halagada al mismo tiempo—. ¿Vas a pedirle permiso a mi padre a estas alturas? —Sí. Bueno no. —¿No quieres mi mano? —Claro que la quiero. Bueno, la mano solo no… —Posó una mirada lasciva sobre ella y avanzó un par de pasos—, en realidad quiero cada centímetro de ese cuerpecito que me pone cardiaco y… ¡pero me estás despistando! Kirsty rompió a reír. —¡Yo no, te despistas tu solo! —Sí, debe de ser porque hace rato que no me llega suficiente riego al cerebro —bromeó, mirándola con malicia. —¿Puedo comprobarlo? —Avanzó hacia él. —No, no puedes —Rio—, no hasta que haya informado educadamente a tu padre de que debe considerar tu mano y… todo lo demás —La miró de arriba abajo— pedido y concedido. Después, con amabilidad, declinaremos su oferta para cenar, alegando que… tenemos cosas muy importantes que hacer en casa. —Posó sobre ella tal mirada de lujuria que Kirsty se estremeció de deseo de la cabeza a los pies—. Y que cuente con que mañana tampoco podremos venir, y pasado… ¡qué demonios, creo que no vamos a salir de esa casa nunca más! Kirsty dejó escapar una carcajada de felicidad. —No me preocupa —admitió, sonriendo—. Y a ratos sueltos puedo seguir redecorando. —Eso si te dejo alguno. —La miró, hambriento—. Bueno, quizá para comprar esa alfombra… —Qué dadivoso —Clavó en él una mirada cargada de deseo contenido. —Kirsty… —recortó la distancia, comiéndosela con los ojos—, súbete al caballo o no respondo. Y déjame sitio, voy a montar a Hope contigo. Kirsty sonrió encantada con la idea. —¿Por qué has venido montando a pelo? —le preguntó con curiosidad. —Porque no quería perder tiempo ensillándolo para venir tras de ti. —Ah. —Lo que me recuerda… —Tiró de ella cuando se iba a subir al caballo y la miró de frente, ahora más serio—. No vuelvas a cabalgar así nunca más, por favor, Kirsty. —¿Ya vas a ponerte quisquilloso? —quiso bromear. —Hablo en serio. Kirsty tuvo que borrar también su sonrisa. —Han estado a punto de darme varios infartos mientras te seguía de lejos. —La miró a los ojos, ahora con angustia—. Aún me cuesta incluso verte subir al caballo. —Mike… —Prométeme no hacer locuras. Vio tal ansiedad en sus ojos que se sintió fatal y se apresuró a decir: —Te lo prometo —aceptó—, tendré cuidado, pero tienes que olvidarte ya de aquello. —No es fácil —admitió, apartándole un mechón de pelo del rostro—. Te confieso que todavía tengo pesadillas con tu caída, amor. Aquellas treinta y seis horas, en las que no sabía si te perdería para siempre, fueron un infierno que no le deseo ni a mi peor enemigo. —Yo te ayudaré a olvidarlo… —Lo besó con ternura—. ¿Mejor? Mike fingió valorarlo. —No sé… —terminó diciendo—, quizá un poco más… La chica sonrió y volvió a besarlo, esta vez mucho más intensamente. Se apretó contra él y desplegó toda su sensualidad. —Oh…Kirsty… —susurró su nombre dentro de su boca—. Por favor… La chica se separó unos centímetros con una sonrisa pícara. —Que me suba al caballo, ¿no? —Rio, coqueta, ante su desesperación. —¿Serías tan amable? —suplicó. Kirsty dio su brazo a torcer y subió a Hope, dejándole espacio a Mike, que montó tras ella. —Qué viaje tan rico. —Sonrió, complacida, recostándose sobre su pecho cuando el caballo comenzó a caminar; y aprovechó para mover ligeramente su trasero, buscando la dureza que sabía que encontraría tras ella. —Eres una bruja —se quejó Mike entre risas. —No sé de qué me hablas. —¿No? —No —dijo con todo descaro al tiempo que volvía a moverse contra él. —Cuidado, pelirroja —le aconsejó—, porque a esto sabemos jugar los dos. —Tú tienes que llevar las riendas, vaquero —le dijo con cierta diversión. —Con una mano me vale… Kirsty se quedó perpleja cuando sintió la mano de Mike subir desde su cintura hasta cerrarse sobre uno de sus pechos por encima de la camisa, acariciándola con destreza, después le prestó atención al otro. —Pues sí… —susurró, recostándose aún más contra él, dándole mayor acceso—, tú también juegas bien a esto… —Todavía no has visto nada —susurró en su oído, y bajó la mano por su estómago camino a su entrepierna. —Mike…, no te atreverás a… —A este ritmo tenemos diez minutos de camino… —siguió diciéndole, lamiéndole la cara interna del cuello al tiempo que desabrochaba uno por uno lo botones de su pantalón. —¿Y me llamas bruja a mí? —Tú has empezado con esto. —Se metió entre sus piernas por dentro de la ropa interior—. Yo solo tengo que meter la mano, el traqueteo del caballo se encargará del resto. —Mike… —suspiró—. No creo que… ¡oh, vaya! —exclamó cuando aquellos dedos llegaron a su destino. —Relájate, pelirroja —susurró, arrancándole un escalofrío—, y disfruta del viaje. «¡Y qué viaje, por favor!», se dijo Kirsty unos minutos más tarde, cuando Mike la llevó a caballo hasta la cima del Everest y la trajo de vuelta. Cuando llegaron al establo, Kirsty era incapaz de borrar la sonrisa del rostro. —¡Ha sido el mejor paseo a caballo de toda mi vida! —exclamó cuando Mike le tendió la mano desde abajo para ayudarla a bajarse de Hope. La chica tomó la mano, pero antes de bajar pasó la otra pierna hacía ese lado para poder dejarse resbalar por el cuerpo masculino, tomando contacto con cada uno de sus músculos… y lo que no eran solo músculos. —Kirsty… —protestó él, sin poder evitar abrazarla. —No me gusta jugar sola, vaquero… —ronroneó, balanceándose contra él. —Pues tendrás que esperar. —¿En serio? No sé, yo diría que esto —Se movió de nuevo contra su dureza— no está para mucha espera. —Kirsty… —la miró con los ojos inyectados en pura lujuria—, ¡tienes toda la razón! La chica dejó escapar un grito de sorpresa y rio a carcajadas cuando Mike la izó en brazos y caminó con urgencia hacia una de las caballerizas vacías, donde acumulaban el heno. —Esto sí que no me lo esperaba. —Rio de nuevo cuando la tumbó sobre la paja. —No puedo entrar ahí dentro de esta guisa —bromeó, abriéndose los pantalones, que le apretaban de forma insoportable sobre la dura erección—, o jamás convenceré a tu padre de que tengo buenas intenciones. Kirsty metió la mano entre los dos y acarició su dureza por encima de los pantalones. —Pues de… intenciones vas sobrado. —Lo que empieza a preocuparme un poco —bromeó, dejando que ella le desabrochara los botones del vaquero—. Eres como una droga que no tengo intención de dejar jamás. —¡Guau! Deberías escribir esa frase. —Rio. —Memorízala —le aconsejó divertido—. Yo dentro de un par de minutos no recordaré ni mi nombre… —¿Y crees que yo sí? Kirsty centró ahora su atención en meter la mano dentro de los calzoncillos, pero cuando estaba a punto de llegar a su destino, unos sonidos en el establo los obligaron a quedarse muy quietos. —Pero ¿qué hacéis vosotros aquí? —Era Marty. La pareja se miró entre sí, perpleja. Mike estaba punto de incorporarse para salir a hablar con su tío cuando lo escuchó añadir: —¿Cómo habéis salido de vuestra caballeriza? —dijo, aclarándoles que hablaba con los caballos. Mike le tapó la boca a Kirsty justo antes de que soltara lo que, sin duda, sería una carcajada monumental. Le hizo un gesto de súplica, pero sin poder esconder su diversión. La risa ahogada que Kirsty no podía disimular comenzaba a ser contagiosa, mientras Marty hablaba con los caballos y los devolvía a sus caballerizas. —No me puedo creer que nos veamos de nuevo en esta situación —susurró Mike en su oído, provocando que Kirsty tuviera que usar también sus manos para contener la risa—. ¿Sabes qué te digo? —terminó susurrándole—. ¡Que le den por culo a todo! —La besó con tal ansia que la risa de Kirsty pasó a convertirse en fuego en apenas unos segundos, mientras Mike invadía su boca con la lengua con un hambre imposible de contener ya. Entre una neblina de deseo y suspiros, escucharon despedirse a Marty de los caballos y salir del establo, momento en el que Mike tiró de los pantalones y las braguitas de Kirsty con impaciencia, buscando perderse en su interior ya con una desesperación total y absoluta, al tiempo que ella tironeaba de los vaqueros de él para bajárselos levemente. Cuando al fin fueron libres de fundirse el uno con el otro, dejaron escapar un sonido triunfal que les arrancó un intenso estremecimiento, y una auténtica locura los transportó de la mano al séptimo cielo. —Joder, pelirroja —murmuró Mike sobre su boca cuando pudo hablar—. Nunca tendré suficiente de esto. —Tienes suerte de que a mí me pase lo mismo. —Rio, y lo besó de nuevo. —No sabes la de veces que he fantaseado con arrastrarte hasta aquí… —le confesó con una sonrisa maliciosa—. Ahora no me explico cómo pude contenerme tanto… —¿Hablas del pasado? —Podría hablar de aquellos días también, sí —admitió con una sonrisa—, pero lo peor vino cuando regresaste. —¿Sí? —casi ronroneo—. ¿Me has deseado mucho? —Como un loco —admitió. —Nadie lo hubiera dicho mientras me regañabas todo el tiempo… —¿En serio? —Sonrió divertido—. ¿Cuánto tardé en arrastrarte a mis brazos cuando llegamos aquí? ¿Par de horas? Kirsty soltó una carcajada dichosa. —¡Sí, más o menos! ¡Tú y tus escarmientos! —¡Oh, sí, qué gran excusa aquella! —bromeó, mordisqueándole el cuello, haciéndola estremecer—. Me esforzaba mucho para hacerte enfadar y obligarte a provocarme… —Pues no lo necesitabas —admitió—, yo ya me esforzaba solita para encontrar ofensas que no fueran demasiado evidentes. Mike la miró, obnubilado, con los ojos rebosantes de una felicidad plena. —¿Qué pasa? —Sonrió Kirsty ante su escrutinio. —Que te amo… —susurró sobre su boca—, de un modo que a veces me corta la respiración. Kirsty dejó escapar un suspiro dichoso y susurró también un te amo dentro de su boca que a él le supo a gloria. —Deberíamos movernos —dijo Mike unos minutos después, cuando pudo dejar de besarla. —¿Lo ves necesario? —protestó, fingiendo lloriquear. —No, pero todavía tenemos que contárselo todo a Thomas. —Hombre, todo… todo… —dijo pícara—, no creo que sea necesario. —No, es verdad, los detalles nos los podemos ahorrar —Rio—, aún está por verse si me va a aceptar o va a coger la escopeta… —Yo espero y confió en que me deje disfrutar de ti un poco más —bromeó—. Al menos… durante toda una vida. Mike no disimuló su emoción ante aquellas palabras y volvió a besarla con ternura. Después, la instó a ponerse en pie, repentinamente eufórico. —¿Se acabó el descanso? —se quejó Kirsty, resistiéndose a abandonar el heno. —No podré desnudarte entera y besar cada centímetro de tu cuerpo… —La miró con aquella promesa en los ojos— hasta que volvamos a casa. —¡Definitivamente hay que ponerse en marcha! —gritó Kirsty, poniéndose en pie con premura. Mike rio, se puso en pie también y le robo otro beso de pura dicha. —Aparta, vaquero, o nunca terminaré de ponerme los pantalones. —Igual me he precipitado un poco. —La tomó en sus brazos, atrayéndola del trasero contra él. —Si mi padre nos pilla de esta guisa —bromeó—, igual lo de la escopeta no es tan descabellado… Mike la soltó con un divertido gesto de desgana, que le arrancó a Kirsty una carcajada. —No te quejes, solo serán unos minutos —le dijo, dichosa. —Eso espero… —suspiró mientras se abotonaba los pantalones, ahora algo más serio. —¿Qué te pasa? —¿Eh? —se hizo el tonto, pero la miró con cierta inquietud. —Dímelo. —No…, es solo…, vamos, una tontería… —¡Mike! —protestó. —Estoy acojonado —bromeó finalmente, aunque la tensión era real—. No tengo ni la más remota idea de cómo va a reaccionar Thomas ante esto. Kirsty rio y lo miró con una sonrisa tierna. —Eres su niña del alma, Kirsty —insistió Mike. —¿Y crees que para él hay un hombre mejor que tú para mí? —Se acercó a besarlo. —Espero que no —La abrazó—, pero, le guste o no, tendrá que aceptarlo, porque no hay nada en este mundo que me mantenga lejos de ti a partir de ahora. —Pues vamos a decírselo ya —Sonrió conmovida—, para que podamos irnos a casa cuanto antes… Mike abrió la puerta de la caballeriza y le hizo un gesto con la mano para que saliera. —A por ello, pelirroja, es momento de levantar las cartas… Capítulo 48 Cuando entraron en la casa, ambos se miraron con una sonrisa nerviosa antes de traspasar la puerta del salón, pero apenas se detuvieron a pesarlo. Thomas y Nadine, acompañados por Marty, estaban sentados en los sofás en plena sobremesa. Parecían muy animados y risueños, lo cual tranquilizó un poco a la pareja, que se plantaron ante ellos cogidos de la mano, detalle del que ni siquiera eran conscientes. —¿De dónde salís vosotros? —les preguntó Thomas con una franca sonrisa. Mike no esperaba tener que contestar aquella pregunta y apretó la mano de Kirsty casi sin pretenderlo, haciéndola sonreír. —Necesitábamos hablar largo y tendido… —empezó diciendo el chico. —Ah, eso está muy bien —asintió Thomas, muy complacido, y miró a su hija—. ¿Estás más tranquila? Kirsty sonrió abiertamente. —Estoy de maravilla, papá —admitió. —Ya lo veo… —dijo su padre, paseando su mirada del uno al otro—. A ti tampoco se te ve mal, Mike. —Sonrió—. Y… ¿tenéis algo más que decir? Y en ese mismo instante, tanto Kirsty como Mike fueron conscientes de que Thomas tenía perfectamente claro y meridiano todo lo que habían venido a contar. Kirsty rio y apoyó la cabeza sobre el hombro de Mike con un gesto íntimo, y él la miró de forma cómplice. —Lo sabe, ¿no? —le susurró. La chica le devolvió una sonrisa y un gesto de asentimiento. —¿Saber qué? —insistió Thomas, ahora con cara de póker. —¡No seas malo, Tom! —protestó Nadine. —Es que nos han hecho sufrir más tiempo del que estaba previsto —bromeó el hombre—. Se han entretenido mucho por el camino. —Pues guardando los caballos no ha sido —dijo Marty, haciendo un gesto divertido. Thomas rio a carcajadas. —Parece que no hay mucho que decir —suspiró Mike, con una sonrisa aún tensa—. Así que… nosotros nos vamos a ir yendo… —No tan rápido, socio… —interrumpió Thomas—. Todavía no hemos hablado de tus intenciones con mi pequeño tesoro. Mike miró a Kirsty y se perdió en sus ojos, sin disimular ni una pizca del amor que palpitaba en cada latido de su corazón. —Todas las buenas intenciones que puedas imaginar, Tom —dijo con el corazón en la mano y los ojos cargados de emoción—. Amo a Kirsty desde que era casi una niña, y han sido unos años de espera muy duros. Me esforzaré para hacerla feliz durante el resto de mi vida, si ella me deja. Thomas sonrió, ahora emocionado y miró a su hija. —¿Y vas a dejarle, hija? —¡Sí, papá! —exclamó dichosa, mirando después a Mike con una expresión de ensoñación —. Él es lo único que he amado toda mi vida. Se miraron embobados durante más tiempo del que dictan los cánones, tanto que Thomas terminó diciendo divertido: —Puedes besar a la novia, Mike… Y, como si un juez de paz acabara de declararlos marido y mujer, Mike bebió de los labios de Kirsty con auténtica devoción. —He dicho puedes besar a la novia, ¿verdad? —escucharon bromear a Thomas por lo bajo unos segundos después—, de comértela no recuerdo haber dicho nada… Nadine dejó escapar una carcajada que retumbó en el salón. Mike y Kirsty se separaron con un gesto avergonzado, aunque sin dejar de sonreír. —Entonces, Mike, entiendo que buscarás a alguien para lo de Hong Kong. —Sí. No voy a ninguna parte. —Sonrió—. Y Kirsty tampoco. Thomas aplaudió aquello con una emoción apenas contenida. Aunque la felicidad más absoluta fue empañada de pronto por una extraña resolución que brilló en sus ojos con cierta inquietud. —Entonces —titubeó ligeramente—, creo que ha llegado el momento de hacer algunas confesiones… —Caminó hasta el cuadro tras el que escondía la caja fuerte y la abrió sin apenas titubear. Mike y Kirsty se miraron entre sí, un tanto perplejos, sin entender a qué podía deberse tanto misterio. Thomas caminó hacia ellos de nuevo con una pequeña cajita de madera entre las manos. —Os empiezo pidiendo disculpas a los dos —les dijo, inquieto—. Sobre todo a ti, Kirsty… —No te entiendo, papá. —Creo que ha llegado el momento de devolverte esto —dijo, soltando un suspiro y tendiéndole la caja a su hija. Cuando la chica miró dentro, se quedó perpleja. En el fondo había un pequeño colibrí de plata, que sacó de la caja y le mostró a Mike, con una expresión de asombro. —Es como el tuyo —dijo el chico, confuso. —Como el mío no, es el mío —le aseguró, y miró a su padre confundida—. ¿Dónde lo han encontrado? El hombre tragó saliva ante de decir: —En ninguna parte, Kirsty, porque… en realidad jamás se perdió —confesó muy despacio, estudiando el rostro de la pareja—. Siempre estuvo a buen recaudo, aquí en mi caja fuerte. Kirsty no entendía nada. Se concentró en acariciar el pequeño colibrí con un movimiento nervioso, consciente ahora de que no lo había echado de menos desde que había regresado a Little Meadows. Con un ligero abatimiento, miró a su padre. —No sé si quiero saber de qué va todo esto, papá —confesó. —Kirsty, yo… solo quería que regresaras a Little Meadows una temporada… —empezó diciendo Thomas—, pero estabas tan obcecada y enfadada que sabía que nunca darías tu brazo a torcer… —¡Joder! —escuchó exclamar a Mike con una mezcla de enfado y asombro. Kirsty cruzó una mirada de sorpresa con Mike, que la miró con un gesto preocupado. —No sé si te estoy entendiendo bien —dijo en un susurro, y clavó una mirada incisiva sobre su padre—. ¿Mi intento de secuestro…? —Solo fue un montaje —confesó Thomas, un tanto avergonzado ahora. Kirsty, perpleja, no sabía ni qué decir. Se limitaba a mirar al hombre que tenía delante, con los ojos como platos. —Pero ¿por qué? —terminó preguntando, intentando entender algo. —Porque me preocupabas mucho, hija, desde hacía mucho tiempo —explicó—, pero tras mi bypass, me obsesioné con la idea de que pudiera pasarme algo y te quedaras desamparada tan lejos de casa —Se le humedecieron los ojos—, y no podía permitirlo. Sabía que si te creía en peligro… —miró ahora al chico—, Mike no descansaría hasta traerte de vuelta; y era necesario que regresaras para que… pudieras reconectar con tus raíces. —Pero no lo entiendo, papá —confesó, aún perpleja—. Solo con que me hubieras hablado de tu operación, yo habría regresado. Thomas se acercó a su hija y tomó una de sus manos. —Pero yo no quería que volvieras a casa solo para estar conmigo, Kirsty —suspiró, cogió ahora una mano de Mike y la unió a la de ella—, tenía que conseguir que necesitaras estar con él. —Los miró a ambos, emocionado—. Él es tu verdadera conexión con Little Meadows, hija, es con él con quien necesitabas reconectar. —Miró a Mike—. Y tú, hijo, espero que también me disculpes la jugarreta, pero tenía que intentar devolverte la magia que perdiste por mi culpa cuando envié a Kirsty a ese internado. —¿Cómo… sabías que yo… bueno…? —Mike estaba perplejo. —¿Que estabas enamorado de ella? —Sonrió Thomas—. Solo lo suponía. Me lo plantee la noche del baile de fin de curso. Luchaste con uñas y dientes para que no la dejara ir a ese baile, y tendría que haber estado muy ciego para no ver cómo se te llevaban los demonios cuando se marchó con aquel crío… Y luego estaba la intensidad con la que luchaste contra mí para que no la mandara a estudiar fuera. Esa desesperación tan fiera… Mike apretó la mano de Kirsty con fuerza, y la chica lo miró con ternura. —Nunca supe qué te hizo cambiar de opinión, Mike —continuó—, pero lo hiciste, ella se marchó y… jamás he vuelto a verte sonreír con calidez desde entonces. Thomas suspiró, ahora más relajado tras soltar toda la perorata. —Siento haberos mantenido en vilo con lo del secuestro, pero no estaba dispuesto a irme de este mundo sin intentar solucionar las cosas entre vosotros…, aunque tuviera que tomar medidas desesperadas. —No sé ni qué decir —admitió Kirsty, aún un poco desconcertada—. Debería estar muy enfadada contigo, papá, pero… —Miró a Mike— soy tan feliz que apenas puedo reprocharte nada. Thomas soltó un suspiro que había estado conteniendo. —Pero ¿por qué mandaste la foto del colgante? —Se lo mostró. —De algún modo tenía que obligarte a pasar tiempo en su compañía —confesó, mirando a Mike—, porque tú no parecías tener miedo ni querer protección. —¿Y las otras fotos? —Sí, esas fueron las más complicadas… —admitió—. No tenía intención de seguir complicando las cosas, pero cuando Jess y Alek vinieron, vosotros os distanciasteis, discutisteis y volvisteis al punto de partida. «No exactamente», recordó Kirsty intentando no ruborizarse. —Ya había ido demasiado lejos, y me estaba costando mucho guardar la calma como para estropearlo —siguió explicando—. Tú debías estar con Mike, y para eso… tenía que volver a poner el punto de mira sobre ti, Kirsty. Lo siento de veras. Todo quedó en silencio durante unos interminables segundos. —Yo estoy… aún perpleja, la verdad —admitió Kirsty, y miró a Mike—. ¿Tú sospechabas algo? —Nada —reconoció—, y ahora me siento un poco estúpido, la verdad —Le sonrió—, pero se me pasa en cuanto que te miro, pelirroja. Kirsty sintió una corriente eléctrica al escucharle llamarla así, pero tuvo que contenerse para besarlo. —Nadine, ¿tú sabías algo de todo esto? —le preguntó Kirsty a la enfermera, que no había abierto la boca. —Me enteré cuando llegaron aquellas fotos —confesó. —Y lo encajó muy mal —contó Thomas—. De hecho, todo esto estuvo a punto de costarnos nuestra relación. Nadine me amenazó con irse de la casa si no te contaba la verdad. —¿Y por qué terminaste aceptando no decirnos nada? —preguntó Mike con curiosidad. —Porque… jamás vi a nadie tan desolado como tú al pie de una cama de hospital, Mike — confesó, conmovida—. Y entonces fui consciente de que quizá Thomas tuviera razón, y realmente solo necesitabais algo más de tiempo para solucionar vuestras diferencias. Yo sabía que Kirsty te amaba, y, a partir de aquel día, entendí que tú también a ella. Mike asintió y posó ahora sus ojos sobre su tío, que observaba la escena de pie, con uno de sus brazos apoyado en el poyete de la chimenea y una leve sonrisa en los labios. —¿Desde cuándo lo sabes tú, tío? —¿Por qué das por supuesto que lo sabía? —preguntó Marty a su vez. —Porque eres el mejor detective que conozco —admitió—. Y te he visto complicarte muy poco con todo esto y apenas preocupado. Marty sonrió a medias. —Vaya, tú también eres muy perspicaz… —¿Cuándo lo supiste? —insistió Mike. —Cuando examiné la foto del colgante —terminó admitiendo. —Pero ¡eso fue el día que llegaste! —dijo Kirsty, perpleja—. ¿Lo sabes desde ese día? — Marty asintió—. ¿Y… cómo? —Miró a su padre—. ¿Tú le contaste la verdad? Thomas miró a Marty, sonrió con respeto y admitió: —No tuve más remedio. Él mismo vino a pedirme explicaciones. Kirsty estaba perpleja. —Desde el principio todo era muy raro y había demasiadas incongruencias —explicó Marty —; y el hecho de que se hubieran molestado en arreglar tu colgante antes de mandarte esa foto fue decisivo. —¿Por qué? —Porque solo alguien para quien ese colgante significara algo se molestaría en hacerlo — contó—. Y la insistencia de Thomas para que estuvierais juntos también llamaba la atención. — Sonrió. —No me dejó mucha más opción que contárselo todo —terminó Thomas por él. —Y ¿por qué decidiste callarte, tío? —preguntó Mike ahora, aún desconcertado—. ¿Por qué seguir con la mentira? Marty suspiró y miró a su sobrino con mucho cariño. —Porque entendí sus razones, Mike —admitió—. Y me pareció que no perdíamos nada con intentarlo. Recuerdo muy bien la primera vez que nos vimos en Nueva York, ¿sabes?, el día que me pediste que cuidara de ella. —Señaló a Kirsty—. Recuerdo tu expresión de tristeza cuando la mirabas desde lejos y me rogabas que estuviera pendiente… Si le pasa algo, mi vida dejará de tener un sentido…, me dijiste, y en ese instante fui plenamente consciente de que estabas enamorado de ella. Y te he visto mirarla con esa expresión de tristeza y anhelo demasiadas veces desde entonces. Kirsty miró a Mike muy sorprendida, con los ojos empañados en lágrimas, y él le devolvió una mirada tímida. La chica no pudo contenerse y besó sus labios en un arranque de ternura. —Te amo —susurró después sobre sus labios, dichosa, sin importante que todos estuvieran escuchando. —Y yo te amo a ti. —Sonrió Mike, perdiéndose en sus ojos. —¡Ay!, ¡qué bonito! —exclamó Nadine con los ojos acuosos. Kirsty tuvo que sonreír ante el sincero arranque de emoción. —Papá…, termina de contarnos, ¿por qué decidiste terminar con la farsa? El hombre suspiró y la miró con resignación. —Me mató verte tan destrozada, hija, llorando entre mis brazos, desesperada porque todo acabara y poder marcharte —confesó—. Supe que había llegado el momento de liberaros a ambos. —Han sido días muy duros —admitió Kirsty, mirando de nuevo a Mike. —Que ya pasaron —le dijo el chico, besándola de nuevo. —Lo que me recuerda… que tenemos una casa que amueblar. —Lo miró con picardía. Mike rio de buena gana. —Tienes toda la razón —admitió. Se giró de nuevo a mirar a los demás—. ¿Sabéis? Tenéis suerte de que en este momento sea el tipo más feliz del universo —dijo con una expresión dichosa—. Soy incapaz de enfadarme por nada. Y supongo que todos habéis contribuido en diferente medida para que esto sea así. —Miró de nuevo hacia Kirsty—. ¿Necesitas coger algo antes de irnos? —El cepillo de dientes. —Sonrió. —¿Solo? —¿Crees que pueda necesitar algo más? —le preguntó al oído. —No de momento —susurró Mike—. Aunque quizá ciertos pantalones cortos… Kirsty dejó escapar una carcajada divertida y no pudo evitar ruborizarse. Sería mejor salir de allí antes de ponerse en evidencia. Pero, lejos de sentirse incómodos, eran solo miradas tiernas y emocionadas las que observaban cada arrumaco y cada gesto de amor verdadero… Capítulo 49 Horas más tarde, cuando estaban satisfechos y exhaustos tras reír, charlar y amarse sin descanso, ambos decidieron de mutuo acuerdo perdonar a Thomas por urdir algo tan delicado como un secuestro para traerla de vuelta a casa. Sí, quizá no había sido la forma más ortodoxa de hacerlo, pero ambos eran conscientes de que sin su intervención, quizá jamás habrían sido capaces ni de provocar un acercamiento entre ellos. La felicidad que les salía ahora por cada poro de su piel se la debían en parte a todo aquel embrollo, y no sería justo condenarlo. —Por lo que a mí respecta, Mike —dijo Kirsty, acurrucándose entre sus brazos en la enorme cama—, ese es un capítulo cerrado. Estar entre tus brazos bien vale incluso un secuestro real. —Mataría a quien intentara tocarte un solo pelo de esa preciosa cabellera —declaró él, mirándola con una sonrisa enamorada. Kirsty sonrió, se incorporó sobre un codo y besó su boca. Después se mordió ligeramente los labios y lo miró con cierta timidez. —Oye, Mike… —titubeó—, lo que dijo Marty sobre tus visitas a Nueva York ¿era cierto? El chico la miró en silencio unos segundos, un tanto azorado ahora, y terminó admitiendo: —Sí —suspiró—. He viajado a Nueva York dos veces al año desde que te fuiste, y te he observado desde lejos en cada una de mis visitas. Kirsty apenas podía creer lo que escuchaba. —De hecho, conocí a mi tío gracias al primer viaje que hice para verte —le contó—. Sabía que vivía en Nueva York y el azar me llevó hasta él. Para mi sorpresa, Marty no tenía ni idea de que yo existía. —Eso sí me lo contó él —admitió la chica, y aprovechó para preguntarle—: ¿Cómo es posible? —Supongo que mi madre no quería que nadie le echara en cara su abandono —dijo sin un atisbo de tristeza—. Tenía apenas diecisiete años cuando se quedó embarazada, Kirsty, cumplió los dieciocho dos días antes de nacer yo. Era uno de esos espíritus libres, al parecer. Yo le corté las alas y no pudo soportarlo. —Lo siento —dijo con tristeza. Mike sonrió. —Yo tengo más que superado todo eso, amor —le aseguró—. Aunque debo admitir que sí me influyó en mi relación contigo. —¿A qué te refieres? —A mi empeño porque vivieras y crecieras algo más antes de… meterte en una jaula, en mi jaula —admitió con un hilo de voz—. No podía soportar la idea de que me odiaras por ello y terminaras marchándote también algún día. Kirsty lo miró, sin disimular su sorpresa, y por fin entendió del todo su actitud años atrás. —Necesitaba que me eligieras a mí, Kirsty, con pleno convencimiento —siguió diciéndole—, aunque para eso tuviera que renunciar en ese momento a lo que me moría por tener. —Por eso tenías tanto empeño en que viviera… —susurró, y lo miró ahora con los ojos empañados de lágrimas. Mike asintió. —Kirsty, ahora doy por bueno todo el dolor de estos años —Le secó las lágrimas—, porque el tiempo te ha convertido en una gran mujer, segura de sí misma, con éxito y posibilidades de hacer lo que quieras con tu vida. Sé que si me eliges a mí es con plena libertad, no porque te veas eclipsada por todo lo que yo representaba para ti entonces. —Te elijo, mi amor, para el resto de mi vida —Lo besó emocionada—, pero también te hubiera elegido mucho antes, Mike. Si tan solo hubieras ido a buscarme en una de tus visitas… —¿Habrías querido que lo hiciera? —Se sorprendió. Kirsty valoró la respuesta con una recién descubierta sinceridad, y se sorprendió incluso a sí misma al comprender algo de lo que jamás había sido consciente. —Creo… que esa fue siempre la raíz de mi problema contigo, el verdadero motivo por el que creía odiarte —dijo ahora convencida—, que jamás fuiste a por mí. —Solo hubiera necesitado una señal… —aseguró con un gesto de pesar—. Cuando sabía que ibas a venir a Little Meadows, procuraba enterarme por Thomas si habías mostrado algún tipo de interés en verme, pero siempre me topaba con todo lo contrario, tú insistías en preguntar si yo estaría aquí, para decidir venir o no. Me había prometido a mí mismo que no te impondría mi presencia hasta que estuvieras preparada, y, mientras tanto, decidí levantar esta casa, supongo que buscando una esperanza que me ayudara a soportar la espera. Kirsty lo miró con tristeza, había sido tan terca… —Pero en las navidades de hace dos años ya no pude soportarlo más, y decidí presentarme de improvisto para ver tu reacción —confesó—, y… bueno, sobra decir que no fue como esperaba. Me marché destrozado aquel día, Kirsty —admitió, sin esconder el dolor que asomó a sus ojos —, tanto que perdí toda esperanza. Pasé aquellas navidades solo en la habitación de un hotel y… cuando te fuiste decidí tirar abajo los cimientos de esta casa. Las lágrimas de Kirsty se hicieron ahora inevitables. Recordaba que su padre le había contado aquello no hacía tanto tiempo…, pero jamás pensó que ella fuera el motivo. —No llores, amor, solo te cuento todo esto para que no quede nada por decir entre nosotros. —Sonrió—. Debemos echar el dolor afuera, para poder empezar a crear solo recuerdos felices. —Si te sirve de consuelo, yo me quedé desolada cuando me levanté el día de Navidad y te habías ido —confesó—, pasé días llorando sin parar. Mike le dio un dulce beso, y Kirsty se incorporó y se sentó en la cama para poder mirarlo de frente. —Mi vida desde que salí de aquí no ha sido fácil —se sinceró—. Echaba de menos de forma insoportable mi casa, a mi padre… y a ti, por encima de todo lo demás. —Sonrió, se mordió el labio de forma nerviosa y añadió—: Tanto, Mike, que parte de mí necesitaba convivir contigo a diario y sentirte cerca, así que… cree a Riley para sobrellevarlo. Mike sonrió divertido. —¿Admites que soy Riley? —¿Acaso lo dudabas? —Rio—. Aunque ahora sé que él es una versión de ti un tanto distorsionada. Para la adolescente que te cogió infraganti en el establo eras un mujeriego empedernido, y así te cree —admitió—. De lo que no me quejo, porque gracias a eso has sido la fantasía sexual de millones de mujeres, lo cual mi cuenta corriente agradece muchísimo… —Vaya, me alegro. —Sonrió—. De lo que no alegro tanto es de que me miren como si fuera un stripper en plena actuación… —No tardarán en olvidarse de esa foto —Rio divertida—, te lo prometo. —Mientras que seas solo tú quien disfrute de ello, no me quejo. —Posó sobre ella una mirada sensual—. Y… ¿cómo está eso de que nunca has… deseado a nadie más? Kirsty lo miró ahora con un simpático ceño fruncido. —Creía que te habías olvidado de eso… —se quejó, aunque terminó sonriendo. —¿Bromeas? ¡Si ha sido de las cosas más interesantes que has dicho en esa colina! —Eso fue culpa tuya y de ese pedazo de beso… Kirsty fue sincera y le contó todo lo referente a lo que ella llamaba su pequeña maldición. —¡Te hubiera matado cada vez que intentaba besar a alguien que me dejaba fría! —Es que lo nuestro no fue solo un beso, pelirroja. —Rio. Se miraron con una sonrisa radiante y dijeron al unísono: —Fue un beso… beso. Rompieron a reír sin remedio —Me vacilaste un poco antes de decidirte a darme lo que quería —se quejó Kirsty, fingiéndose ofendida. —Es que me provocabas tanta ternura con tu ingenuidad, y realmente era muy divertido escuchar tus esfuerzos por explicarte. No me refiero a un beso normal —la imitó—, quiero que sea con…, bueno… esto… —Idiota, estaba muy nerviosa —Hizo amago de golpearlo—. ¿Querías que te dijera que quería un beso con lengua? ¡Mike O'Connell iba a besarme, casi no podía ni hablar! El chico rio a carcajadas. —Ahora yo también me rio, pero es algo que me ha desesperado durante años —admitió Kirsty, aunque sin dejar de sonreír—. Creía que era frígida o algo así… Hasta que te vi aquellas navidades, me miraste y se me cayeron las bragas solas a los tobillos. La risa de Mike resonó ahora en toda la habitación. —No te rías, vaquero —Se echó sobre él—, que voy a exprimirte de lo lindo hasta recuperar todo el sexo que no he tenido en seis años. —¿Me lo prometes? —dijo, rodando con ella entre sus brazos hasta ponerse encima. —¿Acaso lo dudas? —lo miró con un gesto malicioso—. He pasado de ser frígida a una especie de ninfómana. —Joder, pues has ganado con el cambio —bromeó—. Y yo ya ni te cuento. Entre risas, se robaron besos y arrumacos que fueron calentando la cama mientras continuaban con la conversación. —Debo confesar, Kirsty, que tu pequeña maldición no me disgusta nada —admitió. —¡Qué listo! —Es que… no fue fácil para mí renunciar a ser el primero en enseñarte a algo más que a besar —admitió, ahora más serio—, y cuando descubrí que aún no habías estado con ningún otro… ¡joder, pelirroja, casi no podía creerme mi suerte! —Siempre he sido tuya, Mike, en cuerpo y alma —dijo, moviéndose ahora contra él, arrancándole un gemido. —No me lo pareció cuando me presenté en tu apartamento. —Sonrió—. Joder, casi me arrancas la cabeza solo por coger una coca cola de tu nevera. Kirsty rio a carcajadas. —Lo que de verdad quería era arrancarte la ropa a bocados desde que entraste por la puerta —admitió divertida—, pero no podía hacer eso. —Yo me habría dejado —le aseguró, mirándola con lujuria—. No sabes cuánto me costaba mantenerme indiferente, amor, cuando lo único que quería era tomarte entre mis brazos y besarte hasta desfallecer. —Adoro la dulzura con la que me llamas amor… —confesó Kirsty dejando escapar un suspiro—. Me desarmó la primera vez que la escuché de tus labios, y eso que estabas dormido… —Quizá no estaba tan dormido… Kirsty lo miró desconcertada. —¿Lo dices en serio? —Me miraste dormir durante lo que me pareció una eternidad —susurró Mike con una sonrisa ante su gesto de sorpresa—, y entones… cogiste una manta y me arropaste, y aquel gesto tan simple me devolvió la esperanza —le acarició el rostro con la yema de los dedos—. Aquel gracias, amor estaba cargado de significado, Kirsty, aunque sabía que no lo entenderías. La chica dejó escapar sus lágrimas de nuevo, con las emociones a flor de piel. Se abrazó a él con todas sus fuerzas. —¡Qué cerca hemos estado de perderlo todo! —le susurró al oído, horrorizada ante el simple pensamiento—. Siento tanto haber sido tan terca… —Lo miró a los ojos—. Perdóname, Mike, por tantos años de dolor. He sido muy orgullosa y te he castigado sin motivo… —Ambos somos culpables, Kirsty —le aseguró—. Te dejé marchar hace seis años sin decirte cómo me sentía, y debería haber ido a buscarte mucho antes… —dijo convencido—. Hice lo mismo hace unos días, cuando permití que te fueras de esta casa sin ser sincero… —La miró a los ojos, perdiéndose en ellos—. Te amo, Kirsty, y a partir de ahora me aseguraré de que sea lo último que escuches cada noche antes de dormirte. —Y siempre recibirás un y yo te amo a ti como respuesta. —Sonrió, dejando escapar un suspiro de anhelo. Después, Mike recortó la distancia hasta su boca y le dio un tierno beso cargado de promesas, que los sumergió en el más increíble de los viajes de nuevo. Al fin y al cabo, recuperar seis años no era tarea fácil, aunque sí muy… muy placentera. Epílogo Kirsty paseaba descalza por la tupida alfombra del salón, sin disimular su nerviosismo. De vez en cuando se sentaba ante el crepitante fuego de la chimenea y asaba una nube, que se llevaba a la boca con deleite…, pero volvía a su incesante caminar poco después. —Me estás poniendo nervioso —terminó protestando Mike, izando la cabeza de la lectura para mirarla. —¡Es que lees muy despacio! —protestó, haciendo un pequeño gesto de desesperación. —Es que quiero disfrutarlo —le recordó Mike con una sonrisa—. He esperado mucho para que Riley y Darcy estén juntos, pelirroja, déjame saborearlo… —¿Por dónde vas? —Por el epílogo —Sonrió—, y está calentito, así que vete desnudando… Kirsty rio y se mordió el labio inferior con nerviosismo. Hacía apenas unas horas que había terminado de escribir la última entrega de la serie, y decir que estaba nerviosa por tener la opinión de Mike era quedarse muy corta… Y es que había un motivo añadido que hacía muy especial aquella lectura y que llevaba callándose desde el día anterior. Se llevó la mano al bolsillo para comprobar que lo que se moría por enseñarle seguía allí y se sentó en la alfombra de nuevo, esperando con expectación a que él leyera el último folio del manuscrito. Sonrió, con el corazón acelerado, cuando lo vio arquear las cejas con una expresión de asombro un minuto después. —¡¿Darcy está embarazada?! —exclamó mirándola ahora con una expresión interrogante, cargada de anhelo. Kirsty posó sobre él una mirada emocionada. —Sí, lo está —dijo con una sonrisa enorme, sin poder evitar que sus ojos se humedecieran. —¿En serio? —se le quebró la voz mientras se dejaba caer de rodillas en la alfombra frente a ella. La chica sacó de su bolsillo la prueba de embarazo que se había hecho el día anterior y la puso ante sus ojos. —¡Eso dice aquí! —Rio a carcajadas cuando Mike se abalanzó sobre ella y la abrazó, dejando escapar un grito de felicidad—. Parece que te agrada la noticia. —¡¿Bromeas?! —exclamó eufórico—. ¡Me muero por tener un o una mini tú correteando por todas partes! —Cuando te pregunté hace unos meses, no parecía hacerte mucha ilusión lo de los niños. — Rememoró cierta conversación en el jardín la primera vez que la llevó a ver la casa. —Tampoco quería vivir aquí sin ti —le recordó, feliz—. Además, ese día solo te dije que hacía tiempo que había perdido la ilusión por tener una familia, pero la recuperé el mismo día que me dijiste que me amabas. —La miró después con cierta ansiedad—. Y ¿tú estás contenta? Quizá no contabas con ello tan pronto, y no sé cómo se ha producido este milagro si se supone que estás tomando la píldora, pero… Kirsty le puso un dedo sobre los labios para que callara. —La vida nos premia por amarnos tanto, Mike —le dijo, perdiéndose en sus ojos—. Y la idea de tener un pequeño pedacito tuyo dentro de mí, me hace inmensamente feliz. —¿Sí? —¡Sí, mi amor! ¡Claro que sí! —lo besó con intensidad. —Dios, cómo te amo, pelirroja —murmuró sobre sus labios, tumbándola muy despacio sobre la alfombra, junto al fuego. La desnudó muy lentamente y besó cada centímetro de su cuerpo con auténtica devoción, deteniéndose largo rato sobre su abdomen, donde crecía un pequeño pedacito de ambos, que los dos amaban ya con locura… Mucho tiempo después, cuando sus manos, sus labios y el resto de su cuerpo se rindieron pleitesía, Kirsty se acurrucó contra él sobre la mullida alfombra y recordó: —Aún no me has dicho si te ha gustado el desenlace de la novela… —Me ha fascinado —admitió—. Y tengo muchas cosas que debatir contigo sobre ella, pero antes… Mike se puso en pie, ante la atenta mirada de Kirsty, que no podía evitar comérselo con los ojos cada vez que lo veía complementa desnudo frente a ella. —¿Dónde vas? —No seas impaciente. —Sonrió, alejándose hacia la cocina, donde cogió algo que escondió a su espalda hasta llegar a ella—. Hay tradiciones que no debemos perder. Kirsty miró asombrada la rosa que le tendió y sonrió, un tanto desconcertada. —¿Qué es esto? —se incorporó y tomó la flor, que llevaba una pequeña tarjeta pegada al envoltorio. Con una sonrisa curiosa abrió el sobre y, perpleja, reconoció la letra al instante.

Por fin podré darte mi opinión entre las sábanas

Te amo.

Y, como no podía ser de otra manera, Siempre tuyo firmaba aquella nota, junto a su inconfundible garabato. —¡Tú! —dijo conmovida, con lágrimas en los ojos—. Debí suponerlo… —¡Eh!, no quería hacerte llorar, Kirsty. —Son las hormonas. —Rio ahora, dichosa—. ¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora? —Buscaba un momento especial —admitió. Kirsty dejó escapar un suspiro de dicha. —Pero tú estabas conmigo en Nueva York cuando me enviaste la última —le recordó—, y fuiste muy grosero para que la abriera… —Sí, es que estaba enfadado, pero quería que la leyeras para ver tu reacción… —confesó, un tanto cortado—. Me encantó escuchar cómo me defendías, amor, aunque no supieras que era yo. Una oleada de ternura inundó el pecho de Kirsty ante su gesto avergonzado. —¿Por qué una rosa y no un lirio? —preguntó con curiosidad— Tú mismo comentaste aquel día que son mis flores favoritas. —Porque quizá hubieras supuesto que las cartas eran mías —admitió—, y no quería arriesgarme a que las tiraras sin abrir, necesitaba ese punto de conexión contigo —Se giró a buscar algo que había dejado escondido a su espalda—, pero como ya no tengo que esconderme… —le tendió un precioso lirio, que ella tomó emocionada entre sus manos. Kirsty aspiró el aroma delicioso de la flor y recortó la distancia hasta su boca para besarlo. —Eres un hombre increíble, Mike O'Connell —le susurró sobre los labios—, y te amo un poco más a cada segundo que paso a tu lado —suspiró—. Lo cual debería ser humanamente imposible… —Te entiendo, amor, porque a mí me pasa exactamente lo mismo. Se miraron, embelesados, mientras Mike ponía la mano de forma tierna sobre su abdomen, y ella le regalaba una sonrisa espectacular que le cortó la respiración. Después se fundieron el uno con el otro, piel contra piel, y Mike recortó la distancia hasta sus labios para volver a besarla. …Aquel no fue un simple beso, sino algo mucho más intenso y especial que los unió en cuerpo y alma, convirtiéndolos en uno solo; aquel fue, sin duda, un beso… beso. Índice TE ODIO, PERO SOLO A RATOS Agradecimientos Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47 Capítulo 48 Capítulo 49 Epílogo

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