Papa Francisco


The author reflects on the death of Pope Francis, analyzing contrasting opinions and questioning the impact of his papacy on social issues within the Catholic Church.
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Haz lo que digo, no lo que hago

Aunque la mayoría de las sociedades occidentales son laicas, cada vez que se muere un Papa se produce el curioso fenómeno de que todos sus habitantes se convierten, durante unos días, en creyentes absolutos y vaticanólogos aficionados. Lo hemos podido comprobar en nuestro país tras el fallecimiento del padre Francisco, que se ha apoderado de prensa, radio y televisión con la connivencia de lectores, oyentes y telespectadores. Todo el mundo ha tenido algo que decir al respecto. Y se han distinguido claramente dos sectores de opinión: el de los que admiraban al difunto por sus (presuntas) contribuciones al avance social de la Iglesia y los que lo consideraban, Dios les conserve la vista, un peligroso comunista.

Ya que todo el mundo tiene una opinión al respecto, comprenderán que yo no voy a ser menos y también voy a verme obligado a echar mi cuarto a espadas. Como de costumbre, no estoy ni entre los fans ni entre los detractores. Francisco me ha parecido siempre un tipo que apuntaba maneras en distintos temas sociales de urgente solución, pero que nunca acababa de rematar el clavo. Tal vez porque, sencillamente, no podía.

Poner orden en ese inmenso putiferio que es el Vaticano (lean el libro de Frederic Martel Sodoma y se harán una idea de la magnitud de la tragedia) debe estar fuera del alcance de cualquiera: recordemos que monseñor Ratzinger se jubiló anticipadamente porque no se veía capaz de meterse en ese jardín. Francisco amagó con hacerlo, con su defensa de los parias de la tierra, de los homosexuales, de los transexuales, de las víctimas de las guerras. Pero hacer algo al respecto, hacer, lo que se dice hacer, no tengo la impresión de que haya hecho gran cosa. ¿Porque era un chanta, como podrían decir sus compatriotas? ¿O porque el Vaticano es lo que es, no hay quien lo arregle y te juegas la vida si lo intentas (recordemos al pobre Juan Pablo I, del que nunca sabremos qué le pasó exactamente para morirse tan pronto)?

Tengo la impresión de que intentar dilucidar si un nuevo Papa es un conservador o un progresista constituye una lamentable pérdida de tiempo. Un Papa es, simplemente, un cura al que las cosas le han ido mejor que a los demás. Y por mucho que anuncie grandes cambios, todos sabemos que los homosexuales van a seguir estando mal vistos (como sugiere la Biblia), que las mujeres continuarán haciendo de chachas de los curas en sus atribuciones diarias (aunque se las deje ejercer de groupies durante el interregno controlado por el cardenal camarlengo) y que el celibato seguirá rigiendo per in secula seculorum.

Y es que tal vez las cosas deban seguir como están. No por el bien de la cristiandad, evidentemente, sino por el de la santa madre Iglesia. Como asegura el dicho anglosajón, No lo arregles si no está roto. Y la Iglesia ha llegado hasta nuestros días a base de no moverse ni un metro de sus posiciones. Si a veces sale un Papa como Francisco, que hace gala de pobreza y humildad, pues le llenas el entierro de enfermos, pobres de pedir, prostitutas y transexuales y allá penas, que no por eso los integrantes de dichos colectivos van a poder esperar un trato mejor de la Iglesia católica.

El sarcástico (y difunto) Christopher Hitchens dijo de la madre Teresa de Calcuta que hacía como que era amiga de los pobres, cuando en realidad lo era de la pobreza. Yo creo que habría dicho algo parecido de Francisco. Y de la Iglesia en general.

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