El 21 congreso del PP es lo más profesional que ese partido ha hecho desde hace mucho tiempo. No pasará a la historia universal de los eventos partidarios, pero la elección del momento, el planteamiento conceptual y estratégico y la sincronización discursiva (especialmente la muy explícita entre el discurso de Aznar y el de Feijóo) merecen un notable; y la ejecución material un aprobado, que es más de lo que ese partido ha sido capaz de ofrecer en los últimos lustros, incluyendo congresos, actos públicos y campañas electorales.
Lo que faltaba para el éxito del congreso se lo proporcionó su rival. Sólo al que asó la manteca se le pudo ocurrir, en la circunstancia presente, contraprogramar el exultante congreso del PP con un fúnebre comité federal del PSOE. Inducir la comparación en tiempo real resultó providencial para los de Feijóo y suicida para los de Sánchez, porque intensificó los rasgos positivos del acto de IFEMA y los depresivos del de Ferraz, 70.
Recurramos de nuevo a nuestro viejo amigo Gustav, imaginario consultor sueco al que cada cierto tiempo presentamos la situación política española, a modo de cuadro impresionista, para que nos dé su opinión experta y no contaminada. Un vistazo rápido a los últimos meses -y, en concreto, al último fin de semana- bastaría a Gustav para dictaminar que aquí hay: primero, un país en decadencia por culpa de una política tóxica cronificada. Segundo, una fuerza emergente: la derecha en sus dos versiones. Tercero, una fuerza que naufraga: la izquierda en general y el PSOE en particular. Y que todo sugiere que esas tendencias se intensificarán en el horizonte visible.
Feijóo, presumible ganador de las próximas elecciones generales, ha iniciado en la práctica su campaña electoral afilando a su partido como cuerpo de combate y fijando dos objetivos: el primero es formar un Gobierno monocolor del PP que establezca alianzas en el Congreso de los Diputados, pero no en el Consejo de Ministros. El segundo es alcanzar 10 millones de votos para su partido.
Opinión TE PUEDE INTERESAR Las elecciones generales de 2030 Jesús Fernández-VillaverdeGobernar en solitario sin mayoría absoluta es la pauta de la normalidad en la democracia española. Todos los presidentes, de Suárez a Sánchez, lo han hecho en algún momento. Suárez gobernó en solitario con 165 y 168 diputados, Calvo Sotelo con los restos de una UCD hecha jirones, González con 159, Aznar con 156, Zapatero con 164 y 169, Rajoy con 137… ¡Y Pedro Sánchez con 84!
El primer objetivo de Feijóo, gobernar en solitario, es verosímil siempre que, como mínimo, supere los 150 escaños (13 más que los que tiene ahora): y estaría asegurado si los diputados del PP por sí solos sumaran más que los del bloque sanchista, lo que haría suficiente la abstención de Vox. Tal como van las cosas, lo primero debería suceder casi por inercia y lo segundo resulta plausible, puesto que todos los partidos del bloque sanchista están en descenso salvo Bildu y el BNG.
Opinión TE PUEDE INTERESAR Feijóo estrena superliderazgo Josep Martí BlanchNo fue casualidad que el líder del PP dejara caer lo de los 10 millones de votos en un discurso plagado de guiños al espacio felipista. Pero la cosa tiene su truco. Felipe González tuvo 10 millones de votos con un censo de 27 millones de electores, ganando el apoyo de cuatro de cada diez adultos con derecho de voto. Obviamente, tal cosa es irrepetible. Ahora bien, en este instante hay 38 millones de electores en el censo y este viene creciendo a razón de 350.000 personas cada año. 10 millones de votantes serían en la actualidad sólo el 26% del censo, lo que resulta mucho más accesible para un partido con el viento a favor.
Además, las elecciones de 2023 se celebraron en la fecha absurda del 23 de julio y ello se tradujo en una participación inusualmente baja (66,6%). Por pura lógica, una votación realizada en una fecha normal y con altas expectativas de cambio tendrá una participación más elevada.
En 2023 el PP obtuvo ocho millones de votos tras una campaña calamitosa. Contando con un censo superior a 38 millones de electores por el aumento de la población adulta y cerca de 27 millones de votos válidos por la crecida de la participación, para alcanzar los 10 millones Feijóo necesitaría mejorar en cuatro puntos su resultado anterior y avanzar dos puntos más en su actual proyección demoscópica. Nada que parezca inalcanzable mientras el adversario se desangra por días y no se cometan errores de principiante.
Así pues, que el PP logre gobernar en solitario y consiga 10 millones de votos no es fácil pero, en estas circunstancias, resulta viable. De hecho, ambas metas no están ligadas: el gobierno monocolor del PP es políticamente esencial y lo de los 10 millones tiene un valor más bien simbólico. ¿Alguien duda de que, con el actual curso de la situación en España y con la deriva a la derecha en toda Europa, el PP pueda conseguir 13 escaños más que en 2023 y mejorar en dos puntos su actual estimación demoscópica?
Personalmente, soy partidario de realizar inmediatamente las elecciones generales en interés de España. Cualquier solución que pase por prolongar la vida de estas Cortes (moción de censura, cuestión de confianza, dimisión de Sánchez e intento de investir un heredero) sería un paso en falso. Nada positivo puede esperarse de este parlamento incapaz de sostener un gobierno estable y legislar productivamente. El tiempo que le quede a una legislatura infame desde la cuna será de podredumbre y crispación.
Ahora bien, se da la paradoja, no tan infrecuente, de que los dos grandes partidos defienden la posición contraria al que sería su interés objetivo. En términos puramente tácticos, al PSOE le convendría que las elecciones se celebraran cuanto antes, hoy mejor que mañana, sobre todo si Sánchez se empecina en repetir como candidato. Con el panorama que le espera, no hay un solo elemento a la vista que permita esperar que este Titanic reflote. Se mire por donde se mire, su mejor resultado electoral posible es el que obtendría hoy, y será afortunado si la sociedad le da la ocasión de regenerarse en la oposición con una dirección sensata. Lo demás es fruto del pensamiento mágico o, simplemente, de la codicia por apurar el disfrute del poder hasta la última gota, aunque ello suponga pasar sed durante lustros o, simplemente, irse por el sumidero.
Opinión TE PUEDE INTERESAR Feijóo o el arte de acontecer Abelardo BethencourtSi al PSOE lo consumirán la ceguera de su propietario y el egoísmo mediocre de su actual casta dirigente, el PP podría ser víctima de la impaciencia. Que un congreso salga bien no significa que el trabajo esté consumado. Aznar y Feijóo dibujaron a dos manos la imagen de un partido mainstream, capaz de recuperar la eficiencia operativa extraviada y levantar creíblemente las banderas que el partido de Sánchez dejó tiradas en su galopada populista: la de la moderación, la de la centralidad constitucional (no confundir con el vaporoso centrismo) y la de la vocación mayoritaria, capaz de formular y conducir un proyecto nacional no cismático. Pero ese fruto aún necesitaría tiempo para madurar.
España necesita unas elecciones ya, pero el sanchismo no cederá ni un día en el poder y al PP le vendría mejor que Sánchez avance en su proceso de autodestrucción mientras ellos van eliminando los anticuerpos disuasorios que aún producen en una parte importante del cuerpo social. ¿Quién dijo que la política es una cosa racional?
El 21 congreso del PP es lo más profesional que ese partido ha hecho desde hace mucho tiempo. No pasará a la historia universal de los eventos partidarios, pero la elección del momento, el planteamiento conceptual y estratégico y la sincronización discursiva (especialmente la muy explícita entre el discurso de Aznar y el de Feijóo) merecen un notable; y la ejecución material un aprobado, que es más de lo que ese partido ha sido capaz de ofrecer en los últimos lustros, incluyendo congresos, actos públicos y campañas electorales.
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