Keily Fox
Una vez más, Alberto S. Manzano, gracias por esta maravillosa portada. Me encanta trabajar contigo y ver cómo vas moldeando cada detalle…
RocĂo Parra, has sido todo un descubrimiento como lectora beta. Gracias por tu gran implicaciĂłn y tu rápida lectura. He disfrutado mucho de nuestra charla posterior, del intercambio de opiniones y de las risas. Espero poder contar contigo de nuevo, a pesar del tercer grado al que te sometĂ… ¡Ha sido genial!
Bea Moreno, como siempre ha sido un placer contar contigo. Sabes que valoro mucho tus opiniones, mil gracias por ese huequito que siempre le haces a mis chicos y por cada uno de tus aportes. ¡Vuela alto, mi pequeño colibrĂ!
Jelly Reynoso, es todo un lujo tenerte como lectora cero. Siempre me ayudas a sosegar los nervios, con cada carcajada que me arrancas. Gracias por cada opinión que me das, por querer tanto a mis chicos y por toda la paciencia que me tienes a veces…
Vanesa S. Mena, gracias por buscar minutos de lectura donde no los tienes para poder ayudarme en esta aventura. Sabes que valoro tu opinión y cuánto disfruto de nuestras charlas posteriores.
Un Ăşltimo y especial agradecimiento a cada uno de mis lectores, sin los que nada de todo esto tendrĂa sentido. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. CapĂtulo 1 Cuando Kirsty Danvers traspasĂł la puerta del concurrido bar-restaurante, sonriĂł ante la algarabĂa que provocĂł su llegada. Un aluviĂłn de aplausos, silbidos y vĂtores le dieron la bienvenida, consiguiendo que sus mejillas se sonrojaran. No estaba acostumbrada a generar tanta expectaciĂłn, aunque era consciente de que, probablemente, la gran mayorĂa de la gente no tenĂa ni la más remota idea de quiĂ©n era ella o por quĂ© aplaudĂan. —¡Voy a mataros! —Rio divertida señalando a sus amigas, que eran las más entusiastas del bar—. Os pedĂ discreciĂłn. Tampoco ha sido para tanto. —¡¿Best seller en un par de horas?! —gritĂł Jess, saltando sobre ella para demostrarle su felicidad—. DeberĂamos haber contratado una banda de mĂşsica. —TodavĂa estamos a tiempo. —Rio Alyssa, reclamando ahora su atenciĂłn y abrazándola con fuerza—. El tipo con el que hemos contratado los fuegos artificiales las ofrecĂa a buen precio. Kirsty se dejĂł llevar por el entusiasmo y terminĂł riendo a carcajadas mientras se dejaba arrastrar hasta la mesa que solĂan reservar siempre que iban a cenar allĂ; lo que ocurrĂa al menos una vez al mes, aunque no hubiera nada que festejar. —Entonces, Âżhemos desechado por completo la idea de celebrarlo con un stripper? — preguntĂł Jess mientras cogĂa asiento, fingiendo cierta decepciĂłn—. Uno igual que el detective Riley: potente y sexi que te mueres. —NingĂşn hombre puede ni siquiera parecerse al detective Riley —opinĂł Alyssa divertida—. Me temo que aquĂ doña escritora de best sellers ha puesto el listĂłn demasiado alto. Kirsty dejĂł escapar una carcajada divertida, obviando el repentino calor que la invadĂa cuando pensaba en el protagonista de sus novelas más conocidas. Cuando hacĂa ya cuatro años habĂa escrito el primero de los cinco libros que componĂan la saga de Riley, jamás se le habĂa pasado por la cabeza que aquel sexi detective, con ciertas habilidades paranormales, se terminarĂa convirtiendo casi en un icono sexual, ganándose de inmediato la admiraciĂłn de cualquier mujer que cayera entre sus páginas. La cuarta entrega de la saga habĂa salido a la venta aquella misma mañana y la primera ediciĂłn se habĂa agotado casi en un suspiro, metiĂ©ndola en las listas de los más vendidos de forma automática. Y aquello no era nada fácil en una ciudad como Nueva York. —Ya sabĂ©is que nunca fue mi intenciĂłn convertirlo en un sex simbol —les recordó—. Hay veces que ni yo misma puedo entender el fenĂłmeno Riley. Es un tipo muy… imperfecto. —¡Ay, sĂ… —Jess hizo una pausa y se mordiĂł el labio inferior con deleite—, pero tiene todas esas habilidades y resuelve los casos tan bien! —¡Pon un Riley en tu vida, Kirs! —bromeĂł Alyssa entre risas. —Me conformo con que siga colaborando con mi cuenta corriente. —Los derechos de autor no te calientan los pies en invierno —insistiĂł Jess. —Para eso tengo un nĂłrdico y una bolsa de agua caliente. Las tres rompieron a reĂr y atrajeron un montĂłn de miradas masculinas sobre ellas, pero continuaron charlando sin inmutarse. —Es una pena —se lamentĂł Jess con una pĂcara sonrisa—. El tipo que hay en la barra está como un queso y no te quita los ojos de encima desde que has llegado. —¿Y es una pena para quiĂ©n? —bromeĂł Kirsty—. Yo estoy la mar de a gusto desde que decidĂ darme un respiro con las citas. Alyssa y Jess intercambiaron una mirada preocupada. —¿Ni siquiera vas a mirarlo? —dijo Alyssa, instándola a hacerlo—. El de la camisa gris, en el extremo de la barra. Dejando escapar un sonoro suspiro, Kirsty posĂł sus ojos sobre el tipo en cuestiĂłn. —Es guapo —admitiĂł a regañadientes. —¡Cuánto entusiasmo! —se quejĂł Jess. —Lo siento, chicas, pero me provoca demasiado tedio todo el esfuerzo que tendrĂa que hacer para terminar con la misma decepciĂłn de siempre en cuanto que lo bese —admitiĂł Kirsty sin la menor duda—. De verdad que no me compensa. —En algĂşn momento alguien logrará prender la llama —insistiĂł Jess—. Pero para eso tienes que darte una oportunidad. —Quizá podrĂa empezar las citas por el final —bromeĂł Kirsty de nuevo, aunque sin poder disimular del todo su incomodidad. —¿Empezar por el beso de despedida? —Al menos, si no saltan las chispas, no habrĂ© perdido el tiempo —se encogiĂł de hombros—. Ni siquiera tendrĂa que decirles mi nombre. —Pues adelante —la animĂł Alyssa, divertida, señalando hacia la barra—. Te da tiempo a intentarlo mientras traen la cena. Kirsty se obligĂł a sonreĂr. —La cuestiĂłn es… que no me apetece. —Entonces será difĂcil que te ayude con tu… —Jess se detuvo, sin saber muy bien cĂłmo decirlo para que no sonara tan mal como parecĂa. —¿Problema? —SonriĂł Kirsty con cierta resignaciĂłn—. Puedes decirlo. Aunque ya sabes que a mĂ me gusta más llamarlo mi pequeña maldiciĂłn. —¡QuĂ© exagerada! —Rio Alyssa—. Solo necesitas al hombre adecuado. Kirsty suspirĂł y tuvo que hacer un esfuerzo titánico para evitar que la sola menciĂłn al hombre adecuado le arruinara la noche. Si dejaba que aquel pensamiento anidara en su interior, pronto su mente estarĂa galopando por las extensas praderas en las que habĂa crecido. —¿Podemos cambiar de tema? —suplicĂł, esbozando una sonrisa—. No sĂ© si os habĂ©is enterado, pero he vendido un mogollonazo de novelas esta mañana. —¡SĂ! Y me encanta…, ¡porque nos vas a invitar a cenar! —gritĂł Jess, arrancándoles una carcajada a ambas. Las risas se vieron interrumpidas por Vince, el dueño del local, que escogiĂł aquel momento para detenerse frente a su mesa con una enorme sonrisa en el rostro y una novela en la mano. —¿CĂłmo están las mujeres más guapas del bar? —Esperando a que vinieras a darnos nuestra dosis de piropos —bromeĂł Alyssa—. Ya te estábamos echando de menos. —Eso ella, Vince, yo estoy hambrienta —Rio Jess—, preferirĂa que nos tomaras nota de la comida. —¡Oh, eso ha dolido! —suspirĂł el hombre, llevándose la mano al pecho como si un dardo acabara de impactarle—. ¡Creo que acabas de romperme el corazĂłn! —Cuando tengo hambre, no entiendo de sutilezas —siguiĂł bromeando. —Si no es nada personal, te lo perdono. —SonriĂł mientras dejaba escapar un suspiro teatral y le tendĂa a Kirsty un ejemplar de su Ăşltima novela—. ÂżMe pones algo bonito para quitarme el disgusto? Para Brenda y Vince, ya sabes. —¿Has hecho cola? —preguntĂł Kirsty, sorprendida de que hubiera conseguido uno de los ejemplares de su libro. —¡Por supuesto! Lo que haga falta para que mi Brenda tenga a su detective favorito y estĂ© contenta. Kirsty entrecerrĂł los ojos y mirĂł al hombre con una divertida expresiĂłn suspicaz. —Te lo ha traĂdo Alek, Âżno? —dijo casi convencida. —¿Me ves haciendo cola para otra cosa que no sean unas entradas para ver a los Mets? —Rio el hombre sin ningĂşn tipo de vergĂĽenza—. Me lo trajo anoche, que estuvo por aquĂ. —¿Alek Dawson trasnochando? —Le faltĂł tiempo a Jess para burlarse—. ÂżEl mundo se ha vuelto loco o quĂ©? —¡Pero si Alek es uno de los tipos más divertidos y geniales que conozco! —SonriĂł Vince. Jess fingiĂł bostezar y sus amigas no pudieron evitar reĂr. —¿No le habrás invitado a cenar? —le preguntĂł Jess a Kirsty con cara de espanto. —Lo hice, sĂ, es mi editor y le debo mucho. —¡No me fastidies! —No te preocupes, que ha dicho que no —MirĂł a Jess con una divertida expresiĂłn acusatoria —. No me imagino por quĂ©. El exagerado suspiro de alivio de Jess volviĂł a hacerlas sonreĂr. La enemistad entre Jess y Alek no era nada nuevo. Apenas si se habĂan visto en cinco o seis ocasiones, pero desde el primer momento habĂan chocado en cada una de sus opiniones y aquello ya no parecĂa tener remedio. Si uno de los dos asegurara que la nieve es blanca, el otro afirmarĂa con total contundencia no estar de acuerdo. Entre risas, Vince les tomĂł nota de la cena mientras Kirsty ponĂa una emotiva dedicatoria en la novela. —¿QuĂ© te ha pasado en la mano? —le preguntĂł Jess a Kirsty una vez volvieron a quedarse a solas. La chica llevaba una tirita bastante grande en la palma. —Anoche me cortĂ© mientras cocinaba —contĂł Kirsty—. De la manera más tonta. Ya sabĂ©is que los nervios suelen pasarme factura y cometo una estupidez tras otra. —¿Y es una herida muy profunda? —se interesĂł Alyssa—. Puedo mirártela, si quieres. —No es mucho, pero me tuvo botando un rato la condenada —confesĂł. —Apuesto a que en ese momento te hubiera encantado ser Darcy. —SonriĂł Alyssa. Darcy era el dolor de cabeza del detective Riley. Se veĂan obligados a trabajar juntos en cada novela, a pesar de que se detestaban, o eso parecĂa. La chica tenĂa una particularidad asombrosa, entre otras muchas, y era la capacidad de sanar las heridas de cualquier persona, solo aplicando las manos sobre ella. —No estarĂa mal, la verdad —admitiĂł Kirsty con una sonrisa. —Pues yo, si tuviera que escoger una de las habilidades de Darcy, preferirĂa el control mental —opinĂł Jess con convencimiento—. PodrĂa tener todo lo que quisiera. —Menos a Riley —le recordĂł Alyssa con una sonrisa traviesa. El detective era inmune a cualquier habilidad con la que intentaran manipularlo. —No necesitarĂa control mental para meter a Riley en mi cama —se vanagloriĂł Jess con un gesto divertido. —Lo cual no sĂ© si tiene mucho mĂ©rito, teniendo en cuenta que es un mujeriego incurable — les recordĂł Kirsty—. Pero Âżpor quĂ© estamos hablado de Riley de nuevo? He pasado doce horas al dĂa con ese tipo y su inmenso ego durante demasiado tiempo. —¿No se supone que deberĂas querer un poco más a tu gallina de los huevos de oro? —Rio Alyssa, a la que siempre le asombraba la animadversiĂłn con la que Kirsty hablaba del personaje que la habĂa llevado a los primeros puestos de los rankings de ventas. Kirsty sonriĂł, pero no agregĂł nada más. La respuesta a aquella pregunta era demasiado complicada, y se sentĂa tan absurda y enfadada consigo misma cada vez que se permitĂa profundizar en ello, que habĂa aprendido a no hacerlo. —CuĂ©ntanos cositas de Max, Aly —le pidiĂł, sin importarle el poco sutil cambio de tema. Y, como buena madre, su amiga estuvo encantada de deleitarlas con las Ăşltimas hazañas y anĂ©cdotas de su pequeño de cinco años. Las chicas, que adoraban al niño, disfrutaron de cada una de ellas. Cenaron entre risas, sin que se les agotara el tema de conversaciĂłn. Estaban disfrutando del postre cuando sonĂł el telĂ©fono de Kirsty. —Es mi padre —informĂł, consultando el visor—. Tengo que contestar, chicas, hace una semana que no hablo con Ă©l. RespondiĂł al telĂ©fono, pero entre la poca cobertura del sitio y la mĂşsica de fondo, se vio forzada a salir al exterior para poder hablar. —Papá, ahĂ es muy tarde. ÂżQuĂ© haces levantado aĂşn? —No podĂa acostarme sin darte mi enhorabuena —le dijo su padre con la voz impregnada de orgullo—. Acabo de leer que tu lanzamiento ha sido un Ă©xito total. —SĂ, la ediciĂłn se ha agotado en muy poco tiempo —le contĂł Kirsty, feliz—. Pero no te preocupes, te he guardado un ejemplar, como siempre. Te lo mandarĂ© mañana, y supongo que lo tendrás en casa en unos dĂas. SĂ© que te gusta tener el libro fĂsico, aunque ya hayas leĂdo el manuscrito. —¿Y por quĂ© no me lo traes tu misma? —le sugiriĂł esperanzado—. Hace muchos meses que no vienes por casa. Kirsty sintiĂł una punzada de anhelo, pero la acallĂł con rapidez. —Tengo que hacer toda la promo de lanzamiento —le contĂł, sintiendo cierto malestar por no ser sincera del todo. —¿Y no tienes ningĂşn compromiso aquĂ cerca? —insistiĂł su padre—. La Ăşltima vez hiciste gira por Inglaterra y pudimos vernos. —AĂşn no tenemos cerrado el calendario —dudĂł. En verdad tenĂa muchas ganas de ver a su padre. Quizá podrĂa… —SerĂa genial que pudieras coincidir con Mike esta vez. Aquella frase acabĂł de un plumazo con cualquier posibilidad de plantearse la visita. —Pues no va a ser posible —terminĂł diciendo con frialdad. —¿Seguro? No pudiste venir al cambio de presidencia cuando Ă©l tomĂł la direcciĂłn de la empresa, quizá era momento de… —De nada, papá —interrumpiĂł con cierta acritud—. TĂş flamante nuevo CEO puede ir esperándome sentado. —Cariño, en algĂşn momento tendrĂ©is que limar asperezas. —Ese momento no es ahora —le asegurĂł, intentando no sonar demasiado grosera. Ăšltimamente su padre insistĂa demasiado en aquello, con lo que solo conseguĂa que ella espaciara cada vez más sus llamadas a casa. —Es la Ăşnica familia que te quedará cuando yo falte. —Él no es mi familia —le recordĂł molesta. —Es lo más parecido que… —Tengo que dejarte, papá —interrumpió—. Estoy cenando fuera. —¿Con quiĂ©n? ÂżTienes novio, Kirs? —se interesĂł Thomas Danvers, olvidando por completo su anterior conversaciĂłn—. ÂżCĂłmo se llama? SonĂł tan esperanzado que cuando se quiso dar cuenta estaba mintiendo como una bellaca. —Se llama… Alek —se escuchĂł decir, sorprendiĂ©ndose a sĂ misma. —Alek Âżtu editor? ÂżEse Alek? A Kirsty el solo pensamiento de tener algo con Alek le resultaba absurdo, pero su padre no tenĂa por quĂ© saberlo, y no podĂa negar que era un hombre muy atractivo, aunque no era su tipo…, si es que tenĂa un tipo. «Sabes que lo tienes», intervino su conciencia solo por incordiar. —¿Y es algo serio? —escuchĂł insistir al hombre. —¿Vas a hacerme un tercer grado, papá? —bromeĂł divertida—. Ya no tengo diecisiete años. —Con esa edad era Mike quien te los hacĂa —le recordĂł. —SĂ, amargarme la vida siempre fue su pasatiempo favorito. —¡No exageres! «¿Exagerar? Hace años que no veo a Mike O'Connell, y aun asĂ sigo pagando cada dĂa las consecuencias de haberlo conocido», se dijo, cada vez más molesta. —Entonces, Kirs, Âżese novio…? —No es mi novio, papá —terminĂł admitiendo. Aunque no pudo evitar añadir—: No de momento, al menos, pero quizá sĂ en un futuro… «Ahora se lo zampas a tu Mike», pensĂł, apretando los dientes y soltando un sonoro suspiro. —Y ahora te dejo, papá, no quiero hacerlo esperar más tiempo. Sin esperar la rĂ©plica, colgĂł el telĂ©fono y lo apretĂł con fuerza entre sus manos. Molesta, se dijo a sĂ misma que tenĂa sobrados motivos para estar feliz y se repitiĂł hasta la saciedad que no iba a permitir que una desafortunada conversaciĂłn le amargara la noche. EntrĂł de nuevo en el bar, mirĂł hacia la barra y caminĂł con decisiĂłn hasta el tipo que no le habĂa quitado los ojos de encima en toda la noche. Sin pronunciar una sola palabra, le echĂł los brazos a cuello y lo besĂł. El tipo respondiĂł de forma automática y apasionada, mientras Kirsty ponĂa todo de su parte para que aquel beso fuera espectacular. «Mierda», se apartĂł treinta segundos despuĂ©s tan repentinamente como habĂa empezado. —Lo siento —le dijo al tipo, que la miraba con asombro. —¡Pues yo no lo siento nada! —SonriĂł el chico. —SĂ, ese tambiĂ©n es mi problema —dijo apenas en un susurro, aunque con una connotaciĂłn muy diferente. Sin añadir una sola palabra más, apretĂł los dientes y volviĂł junto a sus amigas, intentando no pensar en aquel otro beso… que comparaba con todos los demás. —¡Yo de mayor quiero ser como tĂş! —bromeĂł Alyssa, arrancándole una carcajada a Jess. —Pues no te lo recomiendo —dijo Kirsty cogiendo asiento, sin poder disimular su irritaciĂłn. —Besar a un desconocido de esa forma tiene su morbo, Âżno? —opinĂł Jess—. ÂżNo te ha provocado nada? —VergĂĽenza de mĂ misma, Âżeso cuenta? —No es en lo que pensaba… —SonriĂł su amiga—. Creo que necesitas conocer a alguien como… —¡Si se te ocurre mencionar de nuevo al dichoso Riley, te retiro la palabra! —la interrumpiĂł, amenazándola con el dedo. —¿Ves? ¡Lo odia! —dijo Alyssa, divertida, arrancándole otra carcajada a Jess. Kirsty no esbozĂł ni una mueca. Le estaba resultando muy complicado recuperar el equilibrio tras la charla con su padre. —¿SabĂ©is quĂ©? Quizá me cargue a vuestro querido detective en el prĂłximo libro. A ver quiĂ©n se rĂe despuĂ©s. —¡Ay, lo que ha dicho! —gritĂł Alyssa, fingiendo escandalizarse por completo. —¡No puedes matar a Riley! —protestĂł Jess. —Claro que puedo, es la Ăşltima novela de la serie. —¡Retráctate ahora mismo, mala pipol! —lloriqueĂł Jess, arrancándole una sonrisa inevitable a Kirsty. —¡QuĂ© exageradas! —TĂş quieres seguir teniendo una carrera como escritora, Âżverdad? —Vale —tuvo que terminar admitiendo—. Quizá la muerte sea excesiva, pero se lo voy a hacer pasar muy mal. —Eso te lo permitimos, pero sin pasarte, que Darcy lo necesita en plena forma —le recordĂł Jess—. Llevan cuatro libros al borde de la combustiĂłn espontánea, dĂ©janos disfrutar del momento cuando al fin suceda. —El momento podrĂa darse sin problema con un ojo a la virulĂ©. —¡La mato! —¡Ponte a la cola! Kirsty dejĂł escapar ahora una sonora carcajada. Aquella conversaciĂłn poco a poco estaba consiguiendo apaciguar su irritaciĂłn, pero no podĂa evitar deleitarse con la idea de martirizar un poco a su apreciado detective. —Está bien —admitió—. Voy a dejar que seáis vosotras las que decidáis el destino de Riley, pero debĂ©is ponerlo en grandes apuros. —¿Grandes? ÂżEs necesario? —protestĂł Alyssa. —Si querĂ©is otra novela, tendrá que pasar algo, digo yo. —¿Y no se pueden pasar todo el libro en la cama? —le preguntĂł Jess con una divertida expresiĂłn esperanzada. —¡Apoyo esa mociĂłn! —SonriĂł Alyssa. —No, a no ser que la cama estĂ© flotando en mitad de un ocĂ©ano infestado de tiburones. —¡Te odio! —Si aĂşn no lo he tocado. —Rio Kirsty—. Empecemos por generarle algĂşn conflicto fĂsico. QuĂ© tal una desagradable… Âżhalitosis? Dos pares de ojos la observaron sin disimular su aversiĂłn ante la idea. —A mĂ me parece perfecto —insistiĂł Kirs. «Si cierto individuo hubiera tenido un problema asĂ, quizá su pequeña maldiciĂłn ni siquiera existirĂa», se encontrĂł pensando. —¿Esas miradas asesinas son un no al mal aliento? —Se limitaron a arquear las cejas—. Entiendo… ÂżFlatulencia? —No te lo estás tomando en serio —se quejĂł Jess, divertida. —¡Impotencia! —exclamĂł la escritora entre risas. —¡Eh, cuidadito con esa broma! —interrumpiĂł Alyssa muy seria—. Te recuerdo que nos prometiste la culminaciĂłn total con Darcy en la Ăşltima entrega. —¡QuĂ© comedida! Lo que nos prometiĂł fue un polvazo —le recordĂł Jess. —Que lo llame como quiera, pero tanta tensiĂłn sexual no resuelta no puede desembocar en impotencia. —¡Vale, nada de impotencia! ¡QuĂ© pesadas, no me dejáis hacerle nada! ÂżPueden olerle los pies, al menos? —¡No me jodas, Kirs! —protestĂł Jess de nuevo—. Hemos esperado cinco libros para que Riley y Darcy se metan en la cama, no nos vas a joder el momento con un pestazo a pinreles. ¡Es anticlĂmax total! —A todos nos puede abandonar el desodorante de vez en cuando. —¿TĂş quieres vender novelas? —insistiĂł Jess—. Porque te juro que te hago un spoiler en el periĂłdico que no te lee ni el tato. —Entonces de la alopecia ni hablamos, Âżno? —Rio por las divertidas miradas asesinas que recibió—. Pues de todo no se puede librar. ÂżDiarrea? —No. —¿Sarna? —¡Ni hablar! —¡Piojos! —¡Hala, vete! —¿El ojo mirando a Poniente ya lo habĂamos descartado? —Del todo. —¡Con algo me tengo que desquitar! —protestó—. ÂżPuede picarle un enjambre de abejas? Las chicas se miraron entre sĂ y se terminaron encogiendo de hombros. —¿Es alĂ©rgico? —preguntĂł Alyssa con el ceño fruncido. —No. —De acuerdo —admitió—. Te dejamos que le piquen unas cuantas. —Sois demasiado buenas —terminĂł diciendo entre risas—. Riley no se merece tanto mimo. —Es verdad. —SonriĂł Jess con picardĂa—. Yo le daba caña de la buena. Kirsty no pudo evitar sonreĂr ante la expresiĂłn de su amiga, y se dejĂł arrastrar por aquel pensamiento durante más tiempo del recomendable. Tuvo que luchar con todas sus fuerzas para apartar de su mente al maldito Riley; pero cuando al fin lo consiguiĂł, la irritaciĂłn volvĂa a estar presente en cada cĂ©lula de su cuerpo. CapĂtulo 2 Tras cenar, aprovecharon para tomarse un par de copas mientras disfrutaban de la mĂşsica en la parte interna del local. Les encantaba aquel sitio porque no tenĂan que desplazarse para continuar con la diversiĂłn. Bailaron y rieron hasta bien entrada la madrugada, momento en que decidieron dar por finalizada la celebraciĂłn. Cuando salieron al exterior corrĂa una agradable brisa que todas agradecieron. —Gracias por otra noche de chicas perfecta —dijo Kirsty con una sonrisa sincera—. Me duele la mandĂbula de tanto reĂrme. —Y aĂşn no hemos terminado. —SonriĂł Jess—. TodavĂa nos queda la increĂble aventura de encontrar un taxi que nos lleve de vuelta a Brooklyn. —Lo mejor de la noche —bromeĂł Alyssa—. Y parece que hay menos movimiento de lo habitual. HabĂa dĂas que resultaba misiĂłn imposible encontrar un taxi libre en aquella zona de Manhattan. —Si vemos que en un rato no hay suerte, que Vince nos pida uno —dijo Jess, asomándose a la carretera para ganar visibilidad. —Que tendremos que esperar otra hora… —suspirĂł Kirsty—. Recordadme por quĂ© no nos quedamos más cerca de casa en lugar de venir siempre hasta aquĂ. —Porque no podrĂamos despotricar de esto a las dos de la madrugada. —Rio Alyssa—. Y la noche no estarĂa completa. Rieron mientras no perdĂan de vista la larga calle en busca del preciado taxi. Por eso todas fueron conscientes del momento en el que un enorme todoterreno negro se metiĂł en la acera, haciendo chirriar los frenos hasta detenerse. —¿Y este dĂłnde va? —susurrĂł Kirsty. Las tres retrocedieron y se alejaron unos metros. Dos tipos con la cara tapada con pasamontañas se bajaron del coche y, para su asombro, caminaron directos hacia ellas. —¿QuĂ© narices pasa? —se asustĂł Jess. —Contigo nada —dijo uno de los hombres al tiempo que tomaba a Kirsty de un brazo y tiraba de ella. La chica gritĂł asustada, resistiĂ©ndose al ataque. —Si vienes conmigo por las buenas, no sufrirás daño alguno —le asegurĂł el tipo entre dientes. Cuando Alyssa intentĂł ayudarla, el segundo hombre la empujĂł con fuerza y la lanzĂł contra el suelo. —¡SuĂ©ltame! —gritĂł Kirsty, luchando ahora contra su agresor con más ahĂnco. ContinuĂł forcejeando durante unos segundos, hasta que el asaltante duplicĂł sus esfuerzos y le liberĂł el brazo para agarrarla por detrás y levantarla en volandas, dispuesto a arrastrarla al todoterreno a cualquier precio, mientras Kirsty, aterrada, pataleaba con fuerza para intentar impedirlo. Al pasar cerca de la farola que estaba junto al coche, se agarrĂł a ella con todas sus fuerzas el tiempo suficiente para que Jess llegara corriendo hasta ella y le asestara una dolorosa patada en la espinilla al atacante, provocando que la soltara para agarrarse la pierna dolorida. Ambas aprovecharon aquel momento de desconcierto para correr en direcciĂłn contraria, pero no pudieron ir muy lejos; el otro atacante les cortĂł el paso y ambos las acorralaron contra la pared un segundo despuĂ©s. —Se acabĂł —dijo el hombre al que Jess habĂa agredido—. Os venĂs las dos de excursiĂłn. Ahora. —¿DĂłnde está la tercera? —preguntĂł el otro agresor. —¿QuĂ©? —La empujĂ© —insistió—, pero luego me despistĂ©. La puerta del bar se abriĂł de improvisto y Vince, acompañado de varios hombres más, salieron al exterior. Tras ellos estaba Alyssa, aĂşn masajeándose la parte trasera de la espalda, quien suspirĂł aliviada al ver a sus amigas ilesas. Los atacantes ni siquiera se plantearon hacerles frente. El que parecĂa llevar la iniciativa, de un movimiento brusco, tirĂł del colgante que Kirsty llevaba al cuello y fue el primero en echar a correr. —¡No! ¡Se lleva mi colgante! —gritĂł la chica, histĂ©rica. Y de no ser por Jess, que la sujetĂł con fuerza, hubiera echado a correr tras Ă©l—. ¡Cabronazo! Pero nadie pudo hacer nada para evitar que se fueran. Cuando Vince quiso reaccionar, los atacantes se habĂan subido al coche y se largaban quemando rueda. —¿Estáis bien? —corriĂł Alyssa hasta ellas para abrazarlas. —SĂ, Âży tĂş? —le preguntĂł Jess—. Te has dado un buen golpe. —No es nada, al menos he podido levantarme para pedir ayuda —dijo, masajeándose la zona de nuevo—. ¡QuĂ© susto! Kirsty aĂşn estaba en shock y no dejaba de mirar hacia la carretera por la que habĂa desaparecido el todoterreno, sin poder evitar que las lágrimas inundaran sus ojos. —Ya pasĂł Kirs —le dijo Jess, abrazándola. —Se lo han llevado —llorĂł, acariciándose el cuello—. Mi colgante… —Estás ilesa, Kirsty, eso es lo más importante. —Ese colgante era lo Ăşnico que me quedaba de mi madre —susurrĂł, dejándose envolver por una inmensa tristeza. Aquel pequeño colibrĂ de plata era su mayor y más preciado tesoro. Su madre lo habĂa llevado puesto durante años, y se lo habĂa regalado a Kirsty en su undĂ©cimo cumpleaños, muy emocionada, cuando ya era evidente que su enfermedad le ganarĂa la partida en breve. Y ahora ella lo habĂa perdido, y con Ă©l una parte importante de sĂ misma. —Tu madre solo querrĂa que tĂş estuvieras bien —insistiĂł Jess. —Para ella el colgante ahora serĂa lo de menos —apoyĂł Alyssa. Pero Kirsty estaba desolada y sabĂa que nadie entenderĂa del todo sus motivos. La policĂa tardĂł apenas diez minutos en llegar al restaurante. A Kirsty le costĂł mucho esfuerzo salir del trance, pero cuando lo consiguiĂł y tuvo que enfrentarse a los hechos, el pánico eclipsĂł todo lo demás. Las palabras intento de secuestro le arrancaron un escalofrĂo la primera vez que las escuchĂł de boca del policĂa que les tomaba declaraciĂłn, y en ese instante fue verdaderamente consciente de la seriedad del asunto. Además, tal y como el agorero inspector se habĂa molestado en recalcar, los secuestradores sabĂan muy bien quiĂ©n era ella, no era un objetivo al azar, y aquello hacĂa mucho más preocupante todo aquel asunto.
Cuando al fin pudo coger la cama aquella noche, eran casi las cinco de la madrugada. La policĂa las habĂa entretenido con montones de preguntas durante más tiempo del esperado, pero al menos las terminĂł llevando en coche hasta su apartamento, evitando que tuvieran que volverse en taxi tras el susto. —¡Menudo noche! —le dijo Jess, dejándose caer a su lado en la cama. —Hubieras estado más cĂłmoda y tranquila en tu casa, Jess. —¿Y dejarte sola despuĂ©s de lo sucedido? ¡Ni loca que estuviera! Kirsty se girĂł hacia su amiga intentado sonreĂr, pero solo consiguiĂł esbozar la mitad de una sonrisa. —Gracias, locatis —bromeó—. No me apetecĂa nada estar sola en realidad. —Me quedarĂ© contigo unos dĂas, Âżte parece? —Te lo agradezco, Jess, pero no pienso vivir con miedo —le dijo con una convicciĂłn que en realidad estaba a años luz de sentir. —Si es por mĂ, boba —bromeĂł su amiga—, que estoy acojonada. Kirsty sonriĂł con cierta tristeza. SabĂa que Jess estaba bromeando, pero aun asĂ se sintiĂł fatal. —Siento mucho todo esto —susurrĂł abatida—. Estáis metidas en este follĂłn por mi culpa. —¡Eh! ¡Nada de esto es por tu culpa! —le recordĂł su amiga—. Solo esos son los responsables. Seguro que no tardan en cogerlos. —Ojalá. «Porque necesito recuperar mi colgante», pensĂł, pero se guardĂł el comentario para sĂ. Nadie podrĂa entender realmente cĂłmo se sentĂa. SabĂa que era muy afortunada por no haber sufrido daños y que aquellos indeseables no hubieran conseguido su cometido, pero eso no le aportaba todo el consuelo que necesitaba. Aquel colgante no era solo el Ăşltimo recuerdo que le quedaba de su madre, además, por absurdo que pudiera parecer, era de las pocas cosas que la ayudaban a no sentirse tan sola en su dĂa a dĂa. De alguna manera la conectaba no solo con su madre, sino tambiĂ©n con su niñez, con sus orĂgenes, con su casa. Llevaba demasiados años anhelando regresar a su adorado Little Meadows y negándose a hacerlo, y solo con acariciar aquel pequeño colibrĂ siempre conseguĂa relajarse y ganar algo de paz. Perderlo era como perderse a sĂ misma… de nuevo. —Ahora lo que tenemos que hacer es olvidarnos ya de todo este dichoso asunto —opinĂł Jess —. Intentemos dormir un poco. Kirsty asintiĂł, cerrĂł los ojos e intentĂł dejar la mente en blanco, pero a pesar de estar exhausta, sabĂa que serĂa incapaz de dormir. ParadĂłjicamente, la imagen que siempre intentaba apartar de su cabeza fue a la que se agarrĂł para no ceder a la angustia y el miedo. Se imaginĂł a sĂ misma galopando por las extensas praderas de Little Meadows a lomos de su adorado Hope. Sin poder contener ya sus pensamientos, recordĂł el momento en el que su padre se lo habĂa regalado al cumplir los trece años, gracias a que Mike habĂa intervenido para convencerlo de que ya estaba lista para tener su propio caballo. Juntos habĂan bautizado al joven corcel como Hope, para que Kirsty no olvidara que la esperanza era lo Ăşltimo que debĂa perder. «Mike», pensĂł, sin poder evitar suspirar con cierta nostalgia. ¡Cuánto lo habĂa adorado a aquella edad! Se dejĂł arrastrar por los recuerdos y se vio a sĂ misma correteando tras Ă©l desde el mismo instante en el que el chico tuvo que trasladarse a vivir a Little Meadows, tras quedarse huĂ©rfano. El padre de Kirsty, socio y mejor amigo del fallecido, lo tomĂł bajo su tutela, y ella lo convirtiĂł en la razĂłn de toda su existencia. Por aquel entonces, Kirsty era apenas una niña de diez años y Mike estaba a punto de cumplir los dieciocho, pero la diferencia de edad jamás habĂa sido impedimento para perseguirlo por todas partes. Un año más tarde, la vida de Kirsty sufriĂł un duro revĂ©s cuando perdiĂł a su madre por una cardiopatĂa congĂ©nita, y su padre estaba demasiado sumido en su propio dolor como para estar todo lo pendiente que ella hubiera necesitado. Fue Mike quien la acogiĂł bajo su manto y se encargĂł de ayudarla a superar la pĂ©rdida, fortaleciendo aĂşn más el vĂnculo entre ellos. Para ella no habĂa nadie más importante que Mike, con el que, en silencio, soñaba casarse algĂşn dĂa. Lo idolatraba de una forma ilusa e inocente; hasta que una trágica tarde el Ădolo se desplomĂł de su pedestal. Se revolviĂł inquieta entre las sábanas mientras dejaba que su mente ahondara aĂşn más en aquellos dolorosos recuerdos. Se vio a si misma a sus diecisiete años reciĂ©n cumplidos, haciĂ©ndose tontas ilusiones con alguien que jamás la habĂa visto como una mujer. Descubrirlo trastocĂł su vida por completo de nuevo. TenĂa cada detalle de aquella tarde grabado a fuego en su memoria…
Resignada, Kirsty se puso boca arriba en la cama y abriĂł los ojos de par en par para alejar los recuerdos. Casi preferĂa rememorar el momento en el que intentaron secuestrarla que seguir ahondando en todo aquello. Se llevĂł la mano al cuello buscando el consuelo de su pequeño colibrĂ, y se sintiĂł desolada de nuevo al encontrarlo vacĂo. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin remedio mientras una punzada de nostalgia hacĂa mella en su interior, anhelando aquella sensaciĂłn de seguridad y felicidad de la que no disfrutaba desde que se habĂa visto obligada a odiar a la Ăşnica persona capaz de hacerla sentirse asĂ. «Tienes todo lo que necesitas para ser feliz, Kirsty», se dijo con lo que le pareciĂł una convicciĂłn absoluta. «Solo necesitas dormir unas horas. AsĂ que… una ovejita, dos ovejitas…». Por fortuna, ciento treinta y ocho ovejas despuĂ©s, su cuerpo se rindiĂł al cansancio y pudo dormir algunas horas sin interrupciones. CapĂtulo 3 Eran casi las doce de la mañana cuando se sentĂł con Jess a desayunar. Su amiga siempre parecĂa tener la capacidad de arrancarle una sonrisa, de modo que, a pesar de todo lo sucedido, Kirsty no tardĂł en sentirse mejor y algo más optimista. —¿Vamos a salir a correr? —le preguntĂł Jess ahogando un bostezo—. Que conste que no pondrĂa ningĂşn impedimento en saltarnos hoy esa rutina. —Mañana duplicamos esfuerzo, Âżte parece? —Me suena a mĂşsica celestial —admitiĂł Jess—, porque estaba a punto de rogarte. Kirsty sonriĂł ante el gesto de alivio de su amiga y el exagerado suspiro de agotamiento con el que se dejĂł caer en el sofá. Estaba a punto de imitarla cuando su telĂ©fono mĂłvil las sobresaltĂł. —Es mi padre —comprobĂł Kirsty, sin poder disimular su sorpresa. —Hablaste anoche con Ă©l, Âżno? —SĂ, es raro. —DescolgĂł el telĂ©fono—. Hola, papá, Âżpasa algo? —DĂmelo tĂş, Kirsty —dijo el hombre con un tono de alarma—. ÂżEs cierto que han intentado secuestrarte? La chica se quedĂł perpleja ante la pregunta. Tanto que solo pudo responder: —¿CĂłmo te has enterado? —AsĂ que Âżes verdad? —preguntĂł sin disimular su angustia—. ÂżY no pensabas decĂrmelo? —Claro que sĂ, pero no me has dado tiempo —casi protestó—. AquĂ apenas son las doce de la mañana. —¿Y cĂłmo estás? —De una pieza. —No bromees, Kirsty —le suplicĂł el hombre—. Y, por favor, vuelve a casa una temporada hasta que cojan a la gente que intentĂł hacerte daño. Kirsty suspirĂł y se dejĂł caer en el sofá. —Papá, tengo compromisos laborales que cumplir aquà —le recordĂł. —Lo primero es tu seguridad. —Esto solo ha sido algo puntual —dijo, esforzándose por sonar convencida. —¿CĂłmo puedes saberlo? —insistiĂł su padre—. ÂżCĂłmo sabes que no volverán a intentarlo en unos dĂas? Un escalofrĂo recorriĂł a Kirsty de los pies a la cabeza. En aquel punto su padre tenĂa razĂłn, pero regresar a Little Meadows no era una opciĂłn, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. —No te preocupes, papá, no va a pasarme nada. —Pero… —Por favor, no insistas —le rogó—. Te llamarĂ© todos los dĂas para que sepas que estoy bien, Âżvale? —Kirs… ColgĂł el telĂ©fono sin esperar la rĂ©plica y se sintiĂł fatal por ello nada más hacerlo. —Soy lo peor —susurrĂł, dejando escapar un suspiro. —Quiere que vayas a casa, Âżno? —interrogĂł Jess con una sonrisa—. Es normal que estĂ© preocupado. ÂżY no te lo planteas? Kirsty le dedicĂł una mirada crĂtica a su amiga. —Quizá deberĂas quitarte del medio una temporada —insistiĂł Jess—. Y siempre dices cuánto echas de menos Little Meadows. —Tengo una promociĂłn que hacer. —A la que no podrás asistir si te pasa algo. —¡No fastidies, Jess! No pienso vivir asustada, ya te lo dije anoche. Su telĂ©fono volviĂł a sonar, y Kirsty resoplĂł al comprobar que era su padre de nuevo. —¿No vas a contestar? —la instĂł Jess al ver que se limitaba a mirar el aparato—. No ha estado bien colgarle asĂ. Resignada, Kirsty descolgĂł de nuevo el telĂ©fono. —Lo siento, papá, pero ya te he dicho que no puedo ir. —Me da igual lo que le hayas dicho a Ă©l, Kirsty —dijo una voz profunda al otro lado de la lĂnea—. Vas a coger el primer vuelo que salga hacia Inglaterra. La chica se quedĂł muda por la sorpresa. ReconocerĂa aquella voz en cualquier parte, a pesar del tiempo que habĂa transcurrido desde la Ăşltima vez que la escuchĂł. Muy a su pesar, no pudo evitar estremecerse y su traicionero corazĂłn comenzĂł a latir como un loco. Poco a poco, la sorpresa fue dejando paso a la furia. Se puso en pie y comenzĂł a pasear por el salĂłn, incapaz de guardar la calma. —El gran Mike O'Connell, ¡cuánto honor! —ironizĂł como Ăşnico saludo. —Ya veo que sigues tan agradable como siempre —dijo Ă©l, irritado—. TendrĂ© que armarme de paciencia para lidiar contigo. —Descuida, no será necesario. —Vas a volver a Little Meadows, Kirsty —le aseguró—. Me dan igual tus pataletas. Kirsty tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no perder por completo la compostura. —Esto no es ninguna pataleta —dijo entre dientes—. Ya no soy una niña a la que puedas darle Ăłrdenes, Mike. —No malgastes saliva, Kirsty, va a servirte de muy poco. —¿QuĂ© pasa? ÂżTe has quedado sin gente a la que amargarle la vida? —Tu padre está muy preocupado —insistiĂł Mike—. Pero a ti jamás te ha importado nadie que no seas tĂş, Âżverdad? —Un placer charlar contigo —terminĂł diciĂ©ndole con una aparente frialdad—, hasta dentro de otros cuantos años. ColgĂł el telĂ©fono y dejĂł escapar un improperio, que incluso a Jess le sorprendiĂł. DespuĂ©s, se pasĂł por la habitaciĂłn como un leĂłn enjaulado, bautizando a Mike con un sinfĂn de calificativos irreproducibles. —¡Y me quejo yo de la relaciĂłn con mi familia! —dijo Jess, mirándola con asombro. —¡Mike O'Connell no es mi familia! —gritĂł irritada. HabĂa tenido que repetir aquello mismo ya en dos ocasiones en apenas unas horas. —¿Puedes intentar calmarte, Kirs? Ahora entiendo por quĂ© nunca quieres hablar de Ă©l. —¡Porque no es importante en mi vida! —afirmĂł con un movimiento exagerado de brazos—. ¡Porque es un cero a la izquierda! QuĂ© digo un cero, ¡un menos uno, eso es lo que es! A Jess le hizo gracia el comentario y tuvo que sofocar una carcajada. Jamás habĂa visto a su amiga asĂ y aquello le causaba cierta curiosidad. —Vamos a salir a dar un paseo —sugiriĂł Jess—. Te vendrá bien que te dĂ© el aire un poco. Kirsty se dejĂł arrastrar a la calle y ambas caminaron a paso rápido durante veinte minutos. Cuando se dejaron caer en el cĂ©sped, exhaustas, Kirsty dejĂł escapar un largo suspiro y por fin pareciĂł llegar la calma. —¿Mejor? —preguntĂł Jess cuando pudo recuperar el aliento. Su amiga asintió—. ÂżSiempre os habĂ©is llevado tan mal? Kirsty dejĂł escapar un sonoro suspiro y le costĂł mucho admitir: —No. Durante muchos años Ă©l fue… mi todo. Perpleja, Jess se girĂł a mirarla. ÂżCĂłmo era posible que en los cinco años que llevaban siendo amigas apenas si le hubiera hablado de Ă©l en un par de ocasiones y de pasada? —DiscĂşlpame, Kirsty, pero estoy alucinando. Para Kirsty no resultaba nada fácil hablar de aquello con nadie, pero quizá le vendrĂa bien desahogarse. Le habĂan pasado demasiadas cosas en las Ăşltimas horas, y aquella conversaciĂłn con Mike era el broche de oro. —Cuando Ă©l llegĂł a Little Meadows yo tenĂa diez años —comenzĂł. Y una vez que empezĂł a hablar, no se detuvo hasta contarle lo sucedido el dĂa en que escuchĂł aquella dolorosa conversaciĂłn en el establo—. Para mĂ aquello fue un antes y un despuĂ©s —admitiĂł con tristeza. —Puedo imaginarme como te sentiste. —Con todo el respeto, Jess, no creo que puedas —le dijo, sintiendo un latigazo de dolor con el simple recuerdo—. PerdĂ el rumbo aquel dĂa y me rebelĂ© contra el mundo entero. —Sobre todo contra Mike, supongo. Kirsty asintiĂł de mala gana. —Nuestra relaciĂłn comenzĂł a deteriorarse de un dĂa para otro —admitió—. Para mĂ nada de lo que Mike decĂa era aceptable, y Ă©l parecĂa concentrarse solo en amargarme la vida. Pasamos casi un año entero discutiendo por todo. —Kirsty, los diecisiete años no son una Ă©poca fácil para nadie. —SonriĂł Jess, intentando restarle algo de hierro al asunto—. Quizá ahora, desde tu perspectiva de mujer adulta… —¡Él no tenĂa ningĂşn derecho a opinar sobre todo lo que hacĂa! —la interrumpiĂł de forma acalorada—. No era nadie para meterse en si me teñĂa el pelo de verde o de rosa. Ahora fue Jess quien la cortĂł. —Kirsty Danvers, ¡¿te teñiste tu impresionante cabellera de verde?! —De morado, pero… —¡Pero nada! ¡QuĂ© sacrilegio! Kirsty dejĂł escapar un suspiro de hastĂo. DebĂa reconocer que se habĂa arrepentido de aquello nada más hacerlo. Su larga melena, de un precioso tono cobrizo, siempre habĂa sido la envidia de todas sus amigas. Kirsty habĂa heredado el color de pelo de su madre, y mezclaba un precioso tono rojizo con reflejos naranjas, que parecĂa diseñado en la mejor peluquerĂa de Manhattan, y que iba perfecto con el intenso verde de sus ojos. —No fue mi momento más brillante —terminĂł admitiendo. «Pero la cara descompuesta de Mike nada más verla todavĂa la reconfortaba a dĂa de hoy», recordĂł, aunque se guardĂł aquel comentario para sĂ. —Pero vamos, resulta gracioso que seas tĂş, que cambias de color de pelo como de ropa, quien me eche a mĂ la bronca —prefiriĂł protestar. —No te me desvĂes del tema, listilla. —SonriĂł Jess. —No era mi intenciĂłn. —¡Claro que sĂ! Y no voy a permitirlo, asĂ que continĂşa —insistió—. Imagino que vivisteis en pie de guerra durante un tiempo —acertĂł Jess. Su amiga asintió—. Pero ahora eres una mujer adulta, Kirsty, Âżno ves las cosas desde otro prisma? —Al recibir una mirada asesina, se apresurĂł a añadir—. Me refiero a que quizá puedas entender mejor que Ă©l solo te viera como a una niña en aquella Ă©poca. —SĂ, Jess, quizá pudiera excusarlo por aquello —hizo una pausa—, si no me hubiera echado de mi propia casa tiempo despuĂ©s. —¡¿QuĂ©?! ÂżMike te echĂł de Little Meadows? —Él convenciĂł a mi padre para meterme en un internado el Ăşltimo año de instituto —contĂł sin poder contener su rabia—. Le dio igual cuánto llorĂ© y pataleĂ©. —Entonces, Âżno terminaste el instituto ese año? —Bueno, teñirme el pelo de morado no fue lo peor de aquellos tiempos —tuvo que admitir —. No aprobĂ© ninguna asignatura y no pude graduarme ese año. —¿Por eso lo del internado? —No tenĂan ningĂşn derecho a obligarme a dejar mi casa —dijo, apretando los dientes. —¡Y encima mandarte a Nueva York! —A Jess ahora sĂ se la veĂa enfadada—. ÂżPor quĂ© no enviarte a un internado más cerca de casa? ÂżLittle Meadows no está en un pueblecito de los Cotswolds? —SĂ, en plena campiña inglesa. —Y creo recordar que alguna vez me has dicho que estáis apenas a hora y media de Londres en coche. Kirsty tragĂł saliva y se aclarĂł la garganta, un tanto cohibida, antes de admitir: —Nueva York fue elecciĂłn mĂa. Jess la observĂł con cierta suspicacia. De repente su amiga parecĂa sentirse muy incĂłmoda con la conversaciĂłn, señal de que habĂa algo de lo que no estaba demasiado orgullosa. —Si Mike iba a echarme de mi casa, no serĂa bajo sus condiciones. Aquella frase aclarĂł un poco el misterio. —¿Cruzaste medio mundo y te negaste a volver? —preguntĂł Jess, convencida de la respuesta. Kirsty asintiĂł y dejĂł escapar un suspirĂł de resignaciĂłn. Estaba contenta con su vida, y jamás habrĂa conseguido una carrera tan prometedora como escritora de no haber salido de Little Meadows, pero aĂşn sentĂa que pertenecĂa en cuerpo y alma a aquellas praderas donde habĂa crecido, y odiaba a Mike un poco más cada vez que la nostalgia la hacĂa soñar con volver a casa y los recuerdos la mantenĂan lejos. —Quizá llegĂł el momento de enterrar el hacha de guerra, Kirs —se atreviĂł a decirle Jess, ganándose otra mirada asesina—. Tu seguridad está por encima de todo, y las dos sabemos cuánto echas de menos tu tierra. —Mike y yo no podemos convivir en la misma casa, Jess —le aseguró—, no soporto la idea de verlo ni dos minutos. ApretĂł los dientes y lucho contra la parte de su cerebro que se afanaba por rescatar un recuerdo que ni podĂa ni estaba dispuesta a dejar anidar en su mente. —¿QuĂ© no me estás contando, Kirs? —La sorprendiĂł su amiga. Kirsty frunciĂł el ceño. La perspicacia de Jess a veces resultaba molesta, pero no podĂa hablar de ello. No revivirĂa aquellos pocos minutos de felicidad envueltos en autĂ©ntica locura… Bastante tenĂa con que su subconsciente los tuviera grabados a fuego, y le hubiera impuesto aquella maldiciĂłn que le impedĂa sentir ningĂşn tipo de emociĂłn al besar otros labios. —¿Te parece poco todo lo que te estoy contando? —se escaqueĂł. —Entiendo tu postura —admitiĂł su amiga—. Y Âżdesde cuándo no lo ves? Porque Ă©l vive aĂşn con tu padre, Âżno? ÂżSueles verlo cuando vas en Navidad? —No. Mike siempre viaja en Navidad. —AsĂ que hace al menos seis años que no os veis. —En las navidades de hace dos años se presentĂł en casa de improvisto —admitiĂł, recordando con cierta inquietud aquella noche… Mike habĂa llegado a Little Meadows sin previo aviso en Nochebuena, alterando por completo su calma. Kirsty recordaba haber pasado en silencio gran parte de la cena, luchando por contener y controlar las mil emociones distintas que bullĂan en su interior; pero Ă©l no era de los que se dejaba ignorar mucho tiempo. Al terminar de cenar, cuando cada cual se retiraba a su habitaciĂłn y lejos de los oĂdos de su padre, no habĂa tardado en enfrentarla. —AsĂ que Âżno piensas dirigirme la palabra en ningĂşn momento, Kirsty? —le preguntĂł con una mirada frĂa y un gesto de indiferencia. Ella tuvo que echarle mucho valor para mirarlo a los ojos e intentar sonar en el mismo tono que Ă©l. —¿Y quĂ© quieres que te diga, Mike? —SonriĂł irĂłnica—. ÂżQue muchas gracias por joderme las navidades? Él le devolviĂł una mirada mordaz. —Sinceramente, Kirsty, me decepcionas —dijo, sin apenas pestañear—. A estas alturas esperaba que hubieras madurado un poco. Kirsty recordaba haber hecho un esfuerzo titánico para no perder la compostura, consciente de que aquello era justo lo que Ă©l esperaba. —He madurado, Mike, he aprendido a dominar mi carácter —le asegurĂł, intentando no dejar de sonreĂr—. Ni imaginas el verdadero y adulto esfuerzo que estoy haciendo para controlarme y poder mirarte a la cara. Por un instante la expresiĂłn de Ă©l consiguiĂł desconcertarla. Aquella frase parecĂa haberle asestado un buen derechazo. —Han pasado muchos años, Âżtanto me sigues odiando? —Sà —afirmĂł ella, tajante, levantando el mentĂłn con altivez. —Bien. Pues no hay mucho más que decir. Aquello fue lo Ăşltimo que le dijo antes de alejarse de ella y desaparecer dentro de su alcoba. Kirsty habĂa tenido que correr tambiĂ©n a su propia habitaciĂłn para dominar el ataque de ansiedad producto de aquella conversaciĂłn.
—¡Tierra llamando a Kirsty! —escuchĂł decir a Jess junto a su oĂdo. Su amiga rio de lo lindo cuando al fin consiguiĂł sacarla del trance. —¿Por quĂ© me gritas? —protestĂł. —De algĂşn modo tendrĂa que traerte de vuelta. Kirsty apenas sonriĂł. Eran pocas las veces que se dejaba atrapar por los recuerdos, pero le costaba digerirlos cuando sucedĂa. Y la llamada de Mike la habĂa cogido con la guardia demasiado baja. —¿Podemos cambiar de tema? —le pidiĂł a Jess, luchando por encontrar la manera de recuperar el control de sus emociones. Se llevĂł la mano al cuello buscando el consuelo de su colgante y dejĂł escapar un suspiro de impotencia. —¿No ibas a contarme lo de aquella Navidad? —se extrañó. Kirsty negĂł con un gesto, incapaz de rememorar aquello a viva voz. Le habĂa costado mucho recuperarse de aquel encuentro. Porque debĂa reconocer que lo peor de todo no fue la frĂa conversaciĂłn, sino la desoladora y amarga decepciĂłn que habĂa invadido su espĂritu cuando se habĂa levantado la mañana de Navidad, con el corazĂłn encogido y el alma en vilo, para descubrir que Mike se habĂa marchado al alba de Little Meadows. —¿Y vas a dejarme con la intriga? —protestĂł Jess con un simpático gesto de indignaciĂłn—. No me lo puedo creer, me estás haciendo lo mismo que en tus novelas. Kirsty no pudo evitar reĂr. —CapĂtulo cerrado, sĂ. —¡Venga ya! Si todavĂa no me has descrito al protagonista —insistiĂł Jess. —Al antagonista, querrás decir. —Lo que sea, pero cuĂ©ntame, ÂżcĂłmo es tu Mike? —¡No es mi Mike! ¡No es mi nada! —¿Y no te empeñas demasiado en dejarlo claro? —Jess… —Vale, reestructuro la pregunta… —Ya sĂ© que lo tuyo es deformaciĂłn profesional, Jess —se quejó—, pero Âżpuedes olvidarte un rato de la periodista y traer a mi amiga de vuelta? —Tu amiga tambiĂ©n quiere saber cĂłmo es ese… —se interrumpiĂł al ver el gesto de hastĂo de Kirsty y añadiĂł con sorna—: Âżodioso e insignificante hombrecillo? —Eres un plomizo. —SonriĂł Kirsty—. ÂżQuĂ© quieres saber exactamente? —¿Es guapo? —No. —¿Ni un poco? —insistiĂł, un tanto decepcionada. —Es del montĂłn. —¿Del montĂłn de la parte de arriba? —De la parte media, supongo —dijo, encogiĂ©ndose de hombros e intentando que su cerebro no compusiera una imagen nĂtida de Ă©l tras sus retinas—. En realidad, eso de odioso e indeseable hombrecillo le pega mucho. Y ahora Âżpodemos cambiar de tema? —Claro, Âżquieres hablar del besazo que le arreaste a un desconocido anoche en el bar? —Rio. —Jess…, Âżte importarĂa recordarme por quĂ© sigo siendo tu amiga? Ambas terminaron riendo a carcajadas. CapĂtulo 4 Pasaron por casa de Jess a por algo de ropa y decidieron volver al apartamento de Kirsty dispuestas a comer y pasar la tarde viendo pelĂculas y charlando de cien mil temas distintos. Alyssa habĂa quedado en reunirse con ellas a eso de las seis, y traerĂa al pequeño Max, lo cual siempre era motivo de algarabĂa. El niño era un encanto que se las metĂa a todas en el bolsillo a la primera sonrisa. Cuando llegaron al bloque de Kirsty, un hombre corpulento, de unos sesenta años, que estaba apostado junto a la puerta del portal, se incorporĂł al verlas llegar. Ambas lo miraron con recelo y se pusieron alerta, guardando las distancias. —Señorita Danvers, soy Marty Evans —lo escucharon decir—, me envĂan desde Little Meadows para darle protecciĂłn. —¿Perdone? —Kirsty estaba perpleja. —Soy su nuevo guardaespaldas —insistiĂł el hombre—. Al menos de momento. —¿Es una broma? —Con la seguridad no se bromea —dijo muy serio. Kirsty, alucinada, se girĂł a mirar a Jess, que observaba la escena con una sonrisa divertida. —No necesito protecciĂłn, Marty —le dijo con total seguridad—, asĂ que tiene usted la tarde libre. —Se lo agradezco, pero me he comprometido a mantenerla a salvo hasta que llegue mi relevo. —EstarĂ© a salvo —le aseguró—. No pienso salir de casa en toda la tarde. —Y yo me asegurarĂ© de que no entre nadie que usted no haya invitado. —Pero… —No me haga esto, señorita —interrumpiĂł el hombre—. He firmado un contrato riguroso. Si a usted le sucediera algo, me meterĂa en problemas. Kirsty lo mirĂł con el ceño fruncido. Estaba tan desconcertada con todo aquello que apenas sabĂa cĂłmo reaccionar. Se girĂł de nuevo hacia Jess, sin esconder su estupor. —¿Te lo puedes creer? Esto es de cámara oculta. —Con la seguridad no se bromea, Kirs —le recordĂł Jess intentando controlar el acceso de risa. —¡Ay, la leche! Las chicas entraron en el portal, y Kirsty, sorprendida, comprobĂł que Marty iba tras ellas. —Nosotras solemos subir por la escalera —le dijo, intercambiando una significativa mirada con Jess. —¿Hasta el piso diez? —SĂ, usted puede subir en el ascensor y esperarnos arriba —le aconsejó—. Cuando lleguemos harĂ© una llamada y podrá marcharse a su casa. Ambas enfilaron las escaleras y comprobaron, con cierto estupor, que subĂa tras ellas. El hombre las siguiĂł a escasos par de metros hasta el tercer piso, pero a medida que seguĂan ascendiendo, la distancia se iba incrementando más y más. —A ver si le va a dar un infarto —susurrĂł Jess cuando llegaron a la quinta planta. Kirsty afinĂł el oĂdo y escuchĂł la respiraciĂłn acelerada del hombre, que intentaba seguir su ritmo sin conseguirlo, a pesar de que parecĂa estar muy en forma. —Esto es surrealista —suspirĂł Kirsty, deteniĂ©ndose en seco para esperarlo—. Estamos algo cansadas, Marty, ÂżquĂ© le parece si subimos el resto de pisos en ascensor? —Por mĂ no lo hagan —dijo casi sin respiraciĂłn. —Si es por nosotras, hombre —SonriĂł Kirsty—, que hoy estamos en baja forma. El hombre le regalĂł una sonrisa agradecida. Cuando llegaron al apartamento, Marty entrĂł tras ellas y recorriĂł cada rincĂłn de la casa ante el estupor de las chicas, que lo miraban alucinadas. —Está todo en orden —les dijo unos minutos despuĂ©s, pasando ante ellas hacia la puerta de salida—. EstarĂ© aquĂ afuera, pueden estar tranquilas. —¡No lo dice en serio! —protestĂł Kirsty. Pero el hombre saliĂł y cerrĂł la puerta tras Ă©l. La chica cogiĂł el telĂ©fono y marcĂł el nĂşmero de su padre. —¿Todo bien, Kirs? —contestaron de inmediato al otro lado de la lĂnea. —SĂ, papá, tranquilo, pero tengo aquĂ a un tal Marty que… —SĂ, Marty Evans, lo sĂ©, quĂ© bueno saber que ya ha llegado. —¡No necesito un guardaespaldas, papá! —protestĂł. —Kirs, tengo una reuniĂłn importante —argumentó—. ÂżPodemos posponer esta discusiĂłn? —Pero… —Es que llego muy tarde. —¿Una reuniĂłn en sábado? —Ya sabes que este negocio no entiende de fines de semana. —Ya, pero… —Deja que Marty se quede hasta que podamos discutirlo con más tranquilidad, por favor. —Papá. —Por favor —insistió—. Estará en la puerta, ni siquiera te acordarás de que está ahĂ, pero todos estaremos tranquilos. La chica no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer. ColgĂł el telĂ©fono, caminĂł hasta la puerta y la abriĂł dejando escapar un suspiro de resignaciĂłn. Marty estaba de pie firme de espaldas a la puerta, pero se girĂł a mirarla de inmediato. —Parece que te quedas unas horas, Marty —informó—. Pero solo será hasta que pueda discutirlo a fondo. —Me parece perfecto. AquĂ estarĂ©. —Ande, pase adentro. —Mi sitio está guardando la puerta —insistiĂł con cierta abnegaciĂłn. Kirsty suspirĂł resignada. —Coja usted una silla, al menos. —No es necesario que se moleste. —Caramba, Marty, yo que usted hablarĂa con su sindicato, sus condiciones laborales no pueden ser legales El hombre sonriĂł con sinceridad. —Vale, le acepto la silla. Kirsty entrĂł en el apartamento y saliĂł de nuevo cargada con uno de los butacones más cĂłmodos que tenĂa. —¿Hasta quĂ© hora dura su turno? —se interesĂł. —Hasta que llegue mi relevo. —¿Y cuándo será eso? —Mañana por la mañana. —Caramba, no envidio nada lo larga que se le va a hacer la tarde-noche. El hombre le devolviĂł una sonrisa divertida y cogiĂł asiento. Para Kirsty tambiĂ©n fue una tarde difĂcil. Por más que intentĂł distraerse, ni siquiera Max, con su sonrisa preciosa, consiguiĂł que la desazĂłn que anidaba en su pecho se disolviera del todo. TratĂł de no pensar en el hecho de que habĂan intentado secuestrarla y en todo lo que hubiera podido padecer de haberlo logrado, pero, paradĂłjicamente, la conversaciĂłn con Mike era lo que peor estaba llevando. Desde aquella mañana, estaba en un estado de ansiedad difĂcil de obviar, por mucho que se empeñara en repetirse que le importaba un pimiento aquel imbĂ©cil dĂ©spota y mandĂłn. Cuando al fin decidiĂł irse a dormir, por primera vez en mucho tiempo, tuvo que tomarse un tranquilizante que la ayudara un poco a descansar y evitara que su cabeza pensara más de la cuenta en quien no debĂa. Por fortuna, durmiĂł de un tirĂłn y se levantĂł con algo más de optimismo. —Has madrugado —le dijo Jess cuando el olor a cafĂ© la levantĂł de la cama. —Es que he dormido genial —reconociĂł mientras preparaba tres tazas de café—. De un tirĂłn. —Eso es bueno, yo tambiĂ©n —admitiĂł Jess—. Podemos salir a correr temprano hoy. —¿TĂş crees? —SonriĂł Kirsty caminando hacia la puerta. AbriĂł de par en par con una sonrisa —. ÂżQuĂ© tal, Marty? Menuda noche de fiesta has tenido, Âżeh? —Buenos dĂas, señorita. —¿Volvemos a las andadas? ÂżQuĂ© hablamos anoche? —Es verdad, buenos dĂas, Kirsty —EsbozĂł una sonrisa sincera. Cuando la noche anterior le habĂa ofrecido un par de trozos de pizza, la chica le habĂa hecho prometer que dejarĂa las formalidades a un lado. —Mucho mejor. —Sonrió—. Pasa a desayunar. Y no, no pienso sacarte el cafĂ© al descansillo. Vas a entrar y vas a sentarte a la mesa como una persona normal. El hombre entrĂł en la casa sin protestar. Ya parecĂa tener asumido que llevarle la contraria a aquella mujer era una guerra perdida de antemano. —Voy a volver a llamar a Little Meadows —explicĂł la chica mientras le tendĂa la bandeja de rosquillas—. Con un poco de suerte, podrá irse a descansar en unos minutos. MarcĂł el mĂłvil de su padre, pero no obtuvo respuesta, de modo que colgĂł y probĂł suerte en el fijo de la casa. Tras cuatro llamadas, una voz femenina contestĂł al telĂ©fono. —Soy Kirsty Danvers —dijo extrañada. ConocĂa la voz de todos los que trabajaban en la mansiĂłn, pero no lograba ubicar aquella—. ÂżQuiĂ©n eres tĂş? No me suena tu voz. —Soy Nadine, trabajo aquĂ desde hace poco —explicĂł la chica. Kirsty frunciĂł el ceño, por la voz parecĂa una mujer joven, pero le extrañaba mucho que su padre no le hubiera comentado que habĂan contratado a alguien más en la casa. Aun asĂ, decidiĂł que aquello no era importante en aquel momento. —¿Puedo hablar con mi padre? No me coge su telĂ©fono. —Es que está reunido —contĂł la tal Nadine—. Y me ha pedido que nadie lo moleste. —Pero yo soy su hija —informĂł. —Lo sĂ©, Kirsty —aclarĂł con voz jovial—, pero me ha insistido mucho en que no querĂa interrupciones. Es una reuniĂłn importante. —¿Y tiene que dirigirla Ă©l? —se quejĂł, un poco molesta—. Ayer tambiĂ©n me dejĂł esperando su llamada. ÂżNo se supone que se ha nombrado un nuevo y flamante CEO para que mi padre pueda descansar? —Es que Mike ha tenido que salir de viaje y no está en la casa. «¿Mike? ¡Cuánta confianza!», se dijo, apretando los dientes, aunque sin ser consciente de ello. —¿Puedes decirle a mi padre que me llame en cuanto salga? —le pidiĂł, intentando ser educada. —Por supuesto. ColgĂł el telĂ©fono con el ceño fruncido, preguntándose quiĂ©n narices era aquella Nadine y cĂłmo serĂa. Además, tenĂa la sensaciĂłn de que su padre no querĂa hablar con ella. —¿Nada? —se interesĂł Jess. —Al parecer vuelve a estar reunido. —¿Y por quĂ© lo dices en ese tono? —Porque tengo la sensaciĂłn de que me está evitando aposta. —¿Y por quĂ© harĂa algo asĂ? —Para que no proteste por tener aquĂ a Marty, por ejemplo —dijo convencida. —Tiene sentido. —Vuelvo al rellano —interrumpiĂł el hombre la conversaciĂłn. Las chicas no dijeron nada hasta que desapareciĂł y cerrĂł la puerta detrás de sĂ. —¿Y quĂ© hacemos ahora? —interrogĂł Jess—. Si nos llevamos a Marty a nuestra sesiĂłn de running, igual tenemos que acercarlo a urgencias. Kirsty dejĂł escapar una inevitable carcajada. —Quizá si le ponemos algo más de cafĂ© en vena, consigue llegar hasta el parque —insistiĂł Jess haciĂ©ndola reĂr de nuevo, puesto que el parque en cuestiĂłn estaba al otro lado de la calle. —Te juro que voy a matar a mi padre. —Eres su niña del alma, Kirs, es lĂłgico que se preocupe. —TambiĂ©n soy una mujer adulta —protestĂł. Jess sonriĂł y levantĂł las manos. —A mĂ no tienes que convencerme —bromeó—. Yo te veo crecidita.
Decidieron hacer tiempo y bajar a la hora en la que habĂan quedado con Alyssa y Max en el parque. Tuvieron que discutir con Marty durante un rato para convencerlo de que caminara junto a ellas y no dos metros por detrás, donde al parecer tenĂa más visibilidad, pero al fin el hombre dĂa su brazo a torcer y todos pudieron relajarse un poco. De vuelta al apartamento, Kirsty empezaba a estar muy molesta con su padre por su falta de comunicaciĂłn. Calculando las cinco horas de diferencia, en Inglaterra debĂan ser cerca de las ocho de la tarde y seguĂa sin noticias suyas. No habĂa quien se tragara ya el cuento de la reuniĂłn. —A estas alturas tengo que insistir en que te marches a descansar, Marty —le dijo al tiempo que entraban en el ascensor. —Mi relevo está de camino —le asegurĂł. —No me pasa nada por esperarlo un rato sola. Jess estará conmigo hasta que llegue y no saldrĂ© a ninguna parte —contĂł mientras los tres salĂan del ascensor y recorrĂan el extenso pasillo hasta su puerta—. Si quieres, puedes echar un vistazo al apartamento y marcharte. —Kirsty… —Kirsty nada, tienes que dormir —interrumpió—. HablarĂ© con mi padre ahora mismo, aunque tenga que hacerme pasar por uno de mis secuestradores. —No bromees con esas cosas —le pidiĂł el hombre, mirando a Jess de forma condenatoria por reĂr aquella gracia—. Tu padre estará muy preocupado. —Me da igual, va a darte la tarde libre —le asegurĂł, metiendo la llave en la cerradura y entrando en la casa. —Pero yo no respondo ante tu padre, Kirsty —dijo Marty entrando tras ella en el apartamento. Kirsty se girĂł a mirarlo con el ceño fruncido. —¿No te mandĂł mi padre? —No exactamente… —Entonces ÂżquiĂ©n te contratĂł? —interrogĂł, contrariada. —Fui yo —dijo una voz frĂa a su espalda, que sacudiĂł cada cĂ©lula de su cuerpo incluso antes de volverse a mirarlo. La exclamaciĂłn de admiraciĂłn que saliĂł de labios de Jess le hubiera resultado graciosa, de no estar completamente paralizada por la impresiĂłn. Tuvo que respirar hondo durante unos segundos antes de girarse para encarar al dueño de aquella inconfundible voz. Y cuando por fin lo hizo, aĂşn necesito de unos segundos más para recomponerse del shock de verlo ante ella tan… Ă©l. —DebĂ suponerlo —le dijo al fin como Ăşnico saludo, luchando para que su corazĂłn dejara de intentar salĂrsele por la boca. —Siempre tan educada, Kirsty. —SonriĂł Mike con cinismo—. Haces de los reencuentros algo Ă©pico. Kirsty soltĂł aire con lentitud antes de contestar. Se la llevaban los demonios al verlo apoyado en la barra americana de su cocina, con las manos metidas en los bolsillos del pantalĂłn vaquero y la misma tranquilidad de alguien que está esperando el autobĂşs. Sus ojos grises la observaban y brillaban burlones, aunque sin ninguna simpatĂa. ParecĂa imperturbable. «Calma, Kirsty, no te exaltes», se repetĂa a sĂ misma una y otra vez mientras luchaba por controlar el acceso de ira que amenazaba con convertirla en el doctor Jekyll de un momento a otro. —AsĂ que tĂş eres el motivo de que mi padre estĂ© evitando hablar conmigo desde ayer —dijo, convencida de aquello. —El motivo es tu impertinencia, Kirsty. —Si has venido a mi casa a insultarme… —No era mi intenciĂłn —la interrumpió—, pero nada es fácil nunca contigo. —Claro, como tĂş eres Gandhi. Mike dejĂł escapar un suspiro y caminĂł en su direcciĂłn. Kirsty tuvo que hacer un esfuerzo enorme para permanecer donde estaba, sin mover ni una ceja. De repente parecĂa haberse olvidado hasta de respirar. Pero Mike pasĂł de largo para llegar hasta Marty, que observaba la escena en silencio, y ambos se fundieron en un emotivo abrazo que dejĂł a Kirsty perpleja. —Puedes irte ya, estarás cansado, luego hablamos —le dijo, dándole una amistosa palmada de afecto en la espalda con una amabilidad que Kirsty aborreció—. Espero que tratar con la señorita Danvers no haya sido muy duro. —Pues si quieres que te diga la verdad —MirĂł a la chica con una sonrisa—, a mĂ me parece un encanto. —Eres un hombre afortunado —ironizó—. Yo hace mucho tiempo que no tengo la suerte de ver esa faceta de su carácter. —¡Por algo será, imbĂ©cil! —interrumpiĂł Kirsty la conversaciĂłn, furiosa. DespuĂ©s caminĂł con premura hasta su habitaciĂłn, seguida de Jess, y desapareciĂł dando un enorme portazo. —¿Ves lo que te decĂa? —agregĂł Mike—. Encantadora es…, pero de serpientes. CapĂtulo 5 Cuando Kirsty entrĂł en su habitaciĂłn, casi tirando la puerta abajo del tremendo portazo, por fin dejĂł salir su furia a la superficie. CogiĂł uno de los cojines de su cama y lo golpeĂł con saña, hasta terminar arrojándolo al otro lado de la habitaciĂłn. —¡Pero ÂżquiĂ©n narices se ha creĂdo para colarse en mi casa y en mi vida de esta manera?! — gritĂł, paseando ahora de un lado para otro—. Ese… ese… —¿Dios romano? —bromeĂł Jess. —¡Patán, mandĂłn… y prepotente! —dijo tan furiosa que le costaba encontrar las palabras—. Es una… una… —¿Divinidad griega? —¡Una rata de alcantarilla, eso es lo que es! —MirĂł a su amiga molesta—. ¡Jess, ÂżquĂ© pasa contigo?! —¿Conmigo? —Sonrió—. Solo trato de ayudarte a relajarte un poco, pero está claro que las bromas no funcionan. —¡Es que no estoy para bromitas! —se quejó—. A estas alturas supongo que tienes claro quiĂ©n es el tipejo ese que está ahĂ fuera. —Oh, sĂ, más que claro —admitiĂł Jess, y se alejĂł un poco para añadir—: ¡Es el puñetero detective Riley! Jess esquivĂł el cojĂn que volĂł hasta su cabeza de puro milagro. —¡Vale! TenĂas razĂłn. Es un odioso e insignificante hombrecillo —concediĂł Jess. —¡SĂ, eso es lo que es! —Aunque quizá lo de insignificante… —¡Jess! —interrumpiĂł indignada. —Chica, lo siento, es que me ha cogido de sorpresa —reconoció—. Pongámonos serias. —¡Eso! —¿Eres consciente de que lo has dejado en tu salĂłn para venir a esconderte a tu cuarto? Kirsty frunciĂł el ceño, se cruzĂł de brazos y mirĂł a su amiga con cierta irritaciĂłn. —Te odiarĂa en este momento, Jess —le dijo tras unos segundos, arrancándole una sonrisa divertida a su amiga—, pero necesito de toda mi mala hostia para enfrentarme a ese odioso. Pero no se moviĂł de donde estaba. Inquieta, se mordiĂł los labios y tragĂł saliva, buscando las fuerzas para traspasar de nuevo la puerta y enfrentarse a Ă©l. Resultaba vergonzoso admitirlo, pero Jess tenĂa razĂłn. Se habĂa encerrado en su cuarto como toda una cobarde, y es que, a pesar de que le resultara bochornoso admitirlo, una parte de ella se sentĂa aĂşn como una adolescente impresionable frente a Ă©l. Y aquello la enfurecĂa de una forma insoportable. —¡Esta es mi casa! —se reiteró—. ¡Y puedo echarlo cuando quiera! Jess tenĂa claro que aquellas palabras eran para convencerse a sĂ misma, pero aun asĂ se aventurĂł con franqueza: —Bueno, no parece un tipo fácil de echar. —¡Tampoco es tan guapo! —se quejĂł Kirsty, molesta. —PodrĂamos discutir mucho ese punto, pero no voy por ahà —aclaró—. Me refiero a esa actitud que tiene. De alguna forma es como si se sintiera con derecho a todo… —¡No en mi casa! —bramĂł. —Pues sal a decĂrselo. —¡Eso voy a hacer! —CaminĂł hacia la puerta—. Ya me he dejado intimidar bastante. Ese tipo es el responsable de mi exilio. —Es verdad. —No pienso dejarme coaccionar. —¡Bien dicho! —la animĂł. —Bastante tengo con que mi vida sexual sea un fracaso por culpa de aquel beso. —Tienes todo el derecho a… ¡¿CĂłmo?! —se interrumpiĂł Jess, alucinada—. ÂżDe quĂ© beso me hablas? —Jess, no es momento para eso —dijo, de repente muy nerviosa. No habĂa tenido intenciĂłn de decir aquello en alto. —AsĂ que Âżno siempre fue platĂłnico? —De verdad que no puedo pensar en eso ahora. —¡Es el responsable de lo que llamas tĂş pequeña maldiciĂłn! —casi gritĂł Jess, convencida— ¡Pedazo de beso debiĂł arrearte! —¡Shhh! —siseĂł con fuerza, tapándole la boca con la mano—. ÂżQuieres que te escuche desde fuera? ¡Era lo Ăşnico que me faltaba! Que se enterara de cĂłmo me afectĂł aquello. —¡Ay, mi madre! —Deja a tu madre en paz, Jess, y olvida que he mencionado nada sobre un beso —le suplicĂł —. No puedo pensar en eso ahora, bueno, ni nunca en realidad. —Vale, me callo —concediĂł Jess—. Yo me marcho y os dejo a solas. —¡No! —protestĂł Kirsty al instante. —Lo siento, Kirs, pero recuerda que tengo que recoger a Max. Ambas se habĂan comprometido a cuidar del pequeño aquella tarde, puesto que Alyssa tenĂa turno de guardia en el hospital. —¡Joder, no me acordaba! ¡QuĂ© mierda! —Te bastas y te sobras sola para echar a ese tipo de aquà —le dijo, mirándola de frente y a los ojos—. Solo tienes que hablarle como Darcy al detective Riley. Kirsty torciĂł el gesto con una mueca mordaz, y su amiga no pudo evitar dejar escapar una carcajada. —Te has guardado muchas cosas, amiga —bromeĂł Jess, encogiĂ©ndose de hombros. —SĂ, y ojalá pudiera borrarlas de mi memoria, crĂ©eme. —RespirĂł hondo repetidas veces—. Vamos allá… Pero antes de salir hizo algo de lo que ni siquiera fue consciente. Se mirĂł en el espejo que habĂa junto a la puerta y se atusĂł el pelo con un movimiento nervioso. —Ni una palabra —amenazĂł a Jess con un dedo cuando fue consciente de la sonrisa burlona con la que la miraba su amiga. Y sin permitirse pensarlo más, saliĂł de la habitaciĂłn dispuesta a sacar a Mike de su vida en los siguientes dos minutos.
Lo encontrĂł junto a la ventana, donde parecĂa disfrutar plácidamente de las vistas mientras se bebĂa una lata de coca cola. Aquello enfureciĂł a Kirsty, a pesar de que se habĂa prometido no exaltarse. —¿QuiĂ©n te crees que eres para campar por mi casa a tus anchas? —le empezĂł diciendo, señalando la bebida que, era evidente, habĂa cogido de su nevera. —Lo siento. ÂżTe hacĂa ilusiĂłn atenderme tĂş? —SonriĂł Mike, irĂłnico—. Pues no te preocupes, puedes hacerme un sándwich, no pruebo bocado desde muy temprano. —¡No te servirĂa ni una aceituna! En contra de lo que Kirsty esperaba, Mike, en lugar de sentirse molesto, se girĂł para hablar con Jess. —Espero que no trate asĂ a todas sus amistades —le dijo con tranquilidad. —El problema es que no creo que entres dentro de esa categorĂa —dijo Jess, intentando permanecer seria para apoyar a su amiga. —SĂ, eso lo tengo asumido —aceptĂł. DespuĂ©s sonriĂł y le tendiĂł la mano a Jess—. Por cierto, soy Mike O'Connell. —Yo no —fue todo lo que pudo balbucear Jess, estrechando su mano. Aquel comentario provocĂł que Mike le regalara otra sonrisa, esta vez más sincera. Jess mirĂł a su amiga y susurrĂł —: Ay, Darcy…, lo tienes jodido. Sin agregar nada más, se despidiĂł de ambos y saliĂł del apartamento, abanicándose con la mano. —Me cae bien —admitiĂł Mike. Y Kirsty se encontrĂł de repente envidiando a su amiga. Ser consciente acabĂł con toda su capacidad de contenciĂłn. —Lárgate de mi casa, Mike, ¡ahora! —Pues como en estos años no te hayas licenciado en arte marciales para ser capaz de noquearme —SonriĂł con cinismo—, me temo que no vas a tener suerte. —Eres… —SĂ, ya sĂ© que soy poco menos que el diablo para ti —interrumpiĂł impasible—, pero me da igual. No he viajado seis mil kilĂłmetros ni para ser tu amigo ni para darte opciones, Kirsty, no las tienes. —Te aseguro que has viajado en balde —dijo entre dientes, levantando el mentĂłn con un gesto obstinado. Mike clavĂł los ojos en los suyos y recortĂł, muy despacio, la poca distancia que los separaba. A Kirsty le supuso un triunfo aguantar estoicamente sin huir. —Recoge tus cosas, Kirsty —exigiĂł casi en un susurro—. Volvemos a Little Meadows mañana mismo. —¿Y si me niego? —preguntĂł, intentado que el calor que sentĂa por su cercanĂa no la influyera—. ÂżVas a secuestrarme? —Bueno, mejor yo que los tipos de la otra noche. —Pues si tengo que elegir… —¡No digas más tonterĂas! —se enfadĂł, y puso distancia. —Es posible que lo del otro dĂa solo fuera un hecho aislado —dijo, intentando convencerse a sĂ misma. —Eres un personaje pĂşblico, Kirsty, y el mundo está lleno de colgados. —Casi prefiero que me secuestren que tener que pasar las horas contigo —le asegurĂł, cruzándose de brazos y mirándolo con altanerĂa. —SĂ, bueno, seguro que te soltarĂan en cuanto que te conocieran un poco… —se mofĂł Mike, cogiendo asiento en el sofá—. Pero no puedo decirle eso a tu padre. Para Kirsty aquello fue como una bofetada, pero se escudĂł tras una frĂa y aparente indiferencia, intentando no desmoronarse. —Al menos no te molestas en fingir que te importa algo lo que me pase. Mike se puso en pie de nuevo y caminĂł hacia ella hasta que casi la acorralĂł contra la pared. —¿En quĂ© momento te he dicho yo que no me importas? —le preguntĂł, ahora furioso. A Kirsty se le secĂł la garganta y tuvo que repetirse varias veces que aquello no significaba nada y no debĂa influirle, pero la cercanĂa de Mike no la ayudaba a mantener la mente frĂa. Bueno, ni la mente… ni el resto de su cuerpo. Lo empujĂł y se hizo a un lado, huyendo de la repentina intimidad y maldiciĂ©ndose a sĂ misma. ÂżPor quĂ© su cuerpo tenĂa que responder asĂ precisamente ante el Ăşnico hombre que ni querĂa ni podĂa tener? —Tengo compromisos laborales que cumplir —le dijo ahora, intentando serenarse—. No puedo desaparecer sin más. Ahora tengo responsabilidades, aunque tĂş sigas viendo solo a la niña de entonces. —Tengo muy claro que ya no eres aquella niña, Kirsty —le aseguró—. DejĂ© de verte asĂ mucho antes de que te marcharas de Little Meadows. —Querrás decir antes de que me echaras de allà —interrumpiĂł. Vio como Mike apretaba los dientes y dejaba escapar un sonido de pura exasperaciĂłn. —No vamos a discutir eso ahora —insistiĂł Ă©l con un gesto de impaciencia—. AsĂ que apelo a esa pizca de sensatez que espero que tengas en alguna parte dentro de tu preciosa cabecita, para que te des cuenta de que te estás exponiendo de forma innecesaria. «¿Acaba de llamarme preciosa?», pensĂł Kirsty dejándose invadir por una absurda sensaciĂłn de bienestar, por la que se amonestĂł un segundo despuĂ©s. —TomarĂ© precauciones —pudo titubear—. EstarĂ© atenta. —¡Venga, Kirsty! —insistiĂł Mike—. ¡Me he colado en tu casa a las doce de la mañana de un domingo cualquiera sin el menor problema! Kirsty guardĂł silencio. Aquello era indiscutible y hablaba alto y claro. —PodrĂa ser un secuestrador, un atracador o un violador, y nadie me habrĂa puesto una sola traba —le recordó—. No he tenido que forzar ni la cerradura para llegar hasta ti. Aquel comentario sĂ estaba consiguiendo inquietarla. —¿Y cĂłmo has entrado? —Me ha abierto el conserje. —¿Lo dices en serio? —Kirsty apenas daba crĂ©dito. SabĂa que los fines de semana la empresa de seguridad mandaba a un suplente para sustituir al que tenĂan de forma habitual, pero siempre pensĂł que serĂa alguien igual de cualificado—. ÂżTe ha dejado entrar en mi apartamento sin más? —Solo he tenido que decirle que soy tu hermano y que vengo desde muy lejos para darte una sorpresa —explicó—. No me ha pedido ni un documento de identificaciĂłn. Aquello descolocĂł a Kirsty por completo. En cualquier otro momento, escuchar a Mike llamarla hermana le hubiera molestado, pero el miedo a saberse tan expuesta fue mucho más intenso. Pensar en que aquel incompetente podrĂa haber dejado entrar a cualquier desaprensivo en su apartamento para esperarla resultaba muy alarmante. Estaba tan horrorizada con la idea que cuando el timbre de la puerta sonĂł, pegĂł un respingo y dejĂł escapar un leve grito de sorpresa. Mike se encargĂł de abrir y se topĂł con el conserje del que hablaban, al que matĂł con la mirada. —¿Se ha alegrado su hermana de verlo? —le preguntĂł el hombre con una sonrisa maliciosa mientras con un gesto entrecomillaba la palabra hermana. —No me lo puedo creer —susurrĂł Kirsty ante lo evidente. Resultaba obvio que el tipo tenĂa más que claro que Mike no era su hermano, y aun asĂ habĂa usado sus llaves de repuesto para abrirle la puerta de su apartamento. DebĂa de sentirse muy bien pensando que aquello era una especie de broma o favor entre machos. —No sĂ© cĂłmo le sentará que le traiga una carta y una rosa de otro —insistiĂł el hombre al no obtener respuesta—. Las ha traĂdo un mensajero. Kirsty se acercĂł a la puerta y cogiĂł el sobre y la flor de la que hablaba. MirĂł a Mike de reojo y se preguntĂł quĂ© pasarĂa por su cabeza. SeguĂa sin pronunciar una sola palabra, pero Kirsty observĂł que no apartaba la vista del tipo mientras apretaba los dientes. —Está usted muy solicitada, señorita —dijo el conserje dejando escapar una risotada, y mirĂł a Mike—. Como usted no se dĂ© prisa, es posible que… No pudo terminar la frase. Mike lo tomo de la pechera de la camisa y casi lo izĂł del suelo al mismo tiempo. —¡¿TĂş eres gilipollas?! —dijo entre dientes, apretando un poco más la mano sobre su cuello. Kirsty, perpleja, observaba la escena a escasos par de metros. —No entiendo —se quejĂł el hombre ya sin rastro de humor—. Lo siento, no pretendĂa insinuar nada sobre su hermana. Yo pensé… —¡TĂş no piensas, ese es el problema! O jamás hubieras dejado entrar a un extraño en su apartamento. —Lo acorralĂł contra la pared con furia—. ÂżY si yo hubiera sido un loco en potencia que solo querĂa hacerle daño? —SeñalĂł a la chica—. ÂżY si por tu incompetencia ahora estuviĂ©ramos lamentando algo grave? Los ojos del hombre se abrieron como platos. —No… volverá a suceder —dijo asustado y al parecer ahora consciente de su enorme error. —¡Eso te lo garantizo! —exclamĂł Mike sin soltarlo—. Porque voy a asegurarme personalmente de que no vuelvas a trabajar en un puesto similar jamás. —Pero hombre, si al fin y al cabo no ha pasado nada. —Se quejĂł casi sin aliento. El telĂ©fono del tipo sonĂł en aquel instante y Mike lo soltĂł de improvisto, provocando que casi cayera. —Contesta —le exigió—. Debe de ser tu jefe para que pases a firmar tu dimisiĂłn. Sin más, Mike le cerrĂł la puerta en las narices. Kirsty estaba alucinada y sin saber cĂłmo debĂa sentirse. Se resistĂa a dejarse eclipsar por la faceta protectora de Mike, pero era tan difĂcil no sentirse halagada… Él siempre se habĂa comportado asĂ con ella, incluso en los peores momentos de su relaciĂłn. —¿En serio has llamado a su jefe? —preguntĂł, más por llenar el vacĂo que por una curiosidad real. —En cuanto que me ha dejado entrar, sà —admitiĂł. AĂşn sonaba enfadado—. No soporto la incompetencia. —Vaya, no te andas con chiquitas —murmurĂł. —No, no es mi estilo, deberĂas saberlo, a pesar de los años. —SeñalĂł la carta y la flor que Kirsty todavĂa sujetaba en las manos, y preguntĂł con frialdad—: ÂżQuĂ© demonios es eso? Kirsty frunciĂł el ceño ante su tono imperativo. Antes de contestar, caminĂł hasta la cocina, cogiĂł un vaso de tubo y metiĂł la rosa en agua. —Creo saber quĂ© es —dijo Kirsty mirando ahora el sobre. —¿Y puedes abrirlo para que nos enteremos todos? —¿Y si es personal? —Lo mirĂł iracunda de nuevo. —Pues lo siento por ti, pero mientras que no cojan a los tipos que intentaron secuestrarte, no tienes intimidad —le asegurĂł, caminando hasta ella—. Abre ese sobre o lo hago yo. —¡Eres un…! —SĂ, ya, soy lo peor —interrumpió—. Abre el puñetero sobre, Kirsty. —Yo lo leerĂ© primero —le avisĂł, frunciendo el ceño—. Si no tiene nada que ver con el asunto del secuestro, no tengo por quĂ© enseñártelo. —¿QuĂ© te preocupa? —dijo burlĂłn—. ÂżQue sea una carta subida de tono? La chica apretĂł los dientes y le dieron ganas de abofetearlo. Por su culpa no le subĂa el tono nadie, pero antes se morirĂa que admitirlo jamás frente a Ă©l. —No tiene que ser subida de nada para ser privada —le dijo con sequedad mientras rasgaba el sobre. Tal y como esperaba, dentro habĂa una carta escrita a mano, con una letra ya muy reconocible para Kirsty, tras tantas recibidas, y que le arrancĂł una sonrisa al instante.
Estimada Kirsty,
Ansió y vivo para el momento en el que Darcy y Riley al fin puedan estar juntos. Al menos conservo la esperanza de que eso suceda…
Continuaba hablando de los pasajes que más le habĂan gustado o sorprendido, y le daba su opiniĂłn acerca de los mismos. Kirsty no era una persona vanidosa, pero adoraba leer aquellas cartas una y otra vez, porque podĂa sentir una sincera admiraciĂłn muy especial por su trabajo en cada palabra. Le encantarĂa poder mirar a esa persona a los ojos algĂşn dĂa, y contarle cuánto la ayudaron sus palabras cuando comenzaba su andadura y estaba aterrada porque las malas crĂticas pudieran comerse a sus bebĂ©s literarios de un solo plumazo. Quien quiera que fuese aquella persona se habĂa ganado su respeto a travĂ©s del tiempo y siempre conseguĂa emocionarla. Durante años le habĂa intrigado saber quiĂ©n estaba tras el bonito gesto. SabĂa que era un hombre porque hablaba de Ă©l mismo en masculino, pero hacĂa al menos cuatro años de la primera entrega y jamás habĂa intentado conocerla ni acercarse lo más mĂnimo. LlegĂł al final de la carta y su sonrisa se ampliĂł un poco más. Siempre firmaba con un «Siempre tuyo» y un pequeño garabato. —¿Y bien? —cortĂł Mike sus divagaciones—. ÂżTenemos que preocuparnos? A Kirsty le molestĂł la interrupciĂłn. —No. —¿De quiĂ©n es? —No tengo ni idea —dijo con sinceridad. —¿No sabes de quiĂ©n es? —ArqueĂł las cejas—. Entonces ÂżcĂłmo sabes que no tenemos de quĂ© preocuparnos? —Porque recibo tres cartas al año desde hace cuatro. —¿De un extraño? —SĂ, de un seguidor de mis novelas —dijo, irritada por el interrogatorio—. De alguien que admira mi trabajo y se asegura de que lo sepa siempre que saco una novela nueva. —No sacas tres novelas al año. —Cierto, tambiĂ©n me escribe en Navidad y en mi cumpleaños. —Ah, quĂ© detalle. —SonĂł a burla—. AsĂ, sin más acercamiento. Kirsty apretĂł los dientes y mirĂł a Mike con un gesto tosco. —No te esfuerces —le dijo malhumorada—. No podrĂas entenderlo nunca. La sonrisa socarrona de Ă©l, que demostraba que nada parecĂa importarle un pimiento, terminĂł por sacarla de sus casillas, aunque se esforzĂł por ocultarlo. —La simple carta de un desconocido… —le dijo con frialdad buscando borrarle la sonrisa— me acelera el corazĂłn más de lo que podrás hacerlo tĂş jamás. En contra de todo pronĂłstico, Mike dejĂł escapar ahora una sonora carcajada que solo contribuyĂł a exacerbarla más. —Lo siento —ironizĂł burlĂłn un segundo despuĂ©s, mirándola a los ojos—. Es que me hace gracia tu insistencia en atacarme. ÂżDe verdad crees que me afecta lo más mĂnimo? —No, supongo que para eso tendrĂas que tener corazĂłn. Mike sonriĂł de nuevo. —Quizá lo que tengo es un autocontrol a prueba de estupideces. —La mirĂł ahora más serio —. Lo cual deberĂas agradecerme… CaminĂł hacia ella muy despacio. —…porque cualquier otro… SiguiĂł avanzando sin dejar de mirarla a los ojos. —…no dudarĂa en recordarte cierto dĂa… —Se detuvo a escasos centĂmetros— en el que conseguĂ que tu corazĂłn bombeara sangre como un loco hacĂa cada Ăłrgano de tu cuerpo. A Kirsty le costĂł la misma vida contener el gemido ronco que se habĂa formado en su garganta, mientras sentĂa un fuego lĂquido entre sus piernas al que no estaba ni remotamente acostumbrada. Pero Ă©l no tenĂa por quĂ© saberlo, y no estaba dispuesta a dejarle ganar aquella batalla. —Las adolescentes cometen estupideces —le dijo cuando creyĂł que podĂa hablar sin balbucear—. TambiĂ©n me teñà el pelo de morado. —SĂ. Casi te mato aquel dĂa. —SonriĂł Mike ahora de forma sincera, tomando un mechĂłn de pelo entre sus dedos. —Fue muy gratificante verte la cara —admitiĂł Kirsty. «Por favor, quĂ© maldito calor hace aquĂ de repente», se dijo, maldiciendo aquella sonrisa y recordándose que no solo las adolescentes cometĂan estupideces. —¿Por quĂ© lo hiciste? —le preguntĂł Mike sin dejar de jugar con su pelo. —Te pedĂ en todos los idiomas que dejaras de llamarme pelirroja —susurrĂł, consciente de que deberĂa apartarse a un lado, pero sin encontrar las fuerzas para hacerlo. —Joder, pelirroja, eres de un extremismo que asusta —murmurĂł Mike, apartándole ahora un mechĂłn de pelo de la frente. A Kirsty aquel leve contacto de sus dedos le quemĂł la piel, pero por fortuna el comentario de Mike le recordĂł por quĂ© debĂa odiarlo. De forma brusca, apartĂł su mano de un manotazo y se hizo a un lado, recordándose el verdadero motivo por el que habĂa teñido su cabello. Era cierto que habĂa sido para que dejara de llamarla pelirroja, pero lo que Ă©l consideraba extremismo, para ella fue supervivencia. Mike la llamaba asĂ, como apelativo cariñoso, desde que habĂa llegado a la finca y ella era apenas una niña. Kirsty siempre habĂa adorado el tono en el que Ă©l pronunciaba aquella palabra, siempre cargada de afecto, pero cuando su relaciĂłn comenzĂł a deteriorarse, aquello le recordaba demasiado a menudo lo que habĂa perdido y pronto comenzĂł a resultarle demasiado doloroso escucharlo. —Ni soportaba ni soporto que me llames pelirroja —le dijo molesta. —Cuando eras niña te encantaba —le recordĂł, mirándola con frialdad. —SĂ, tambiĂ©n me encantabas tĂş y los osos de peluche —SonriĂł sarcástica—, pero las cosas cambian. Durante un extraño segundo le pareciĂł que Mike la miraba dolido, pero terminĂł desechando la idea cuando lo vio sonreĂr con sorna. —Voy a pasar por alto el hecho de que acabes de compararme con un oso de peluche, pelirroja —dijo aparentemente divertido. Y ensanchĂł su sonrisa aĂşn más al escucharla bufar por el apelativo—. Pero nos estamos desviando del tema. —No hay ningĂşn tema más que tratar —le asegurĂł iracunda—. No pienso enseñarte mis cartas. —¿Las conservas todas? —Mike ahora sĂ pareciĂł sorprenderse. —Por supuesto. Doce con esta —admitió—. Aunque eso tampoco sea de tu incumbencia. —¡QuĂ© bonito detalle! —SonriĂł mordaz—. No te tenĂa por una sentimental. —TĂş no tienes ni idea de cĂłmo soy. —Pero sĂ te conozco un poco mejor que ese tipo —dijo, señalando la carta—. ÂżO acaso no hubieras preferido recibir un lirio en lugar de una rosa? Kirsty guardĂł silencio, muy sorprendida. Que Ă©l recordara que los lirios siempre habĂan sido sus flores preferidas habĂa conseguido desconcertarla. Ojalá pudiera decirle que estaba equivocado, pero seguĂa adorando aquella flor por encima de todas las demás. —Kirsty… —susurrĂł, mirándola de una forma extraña que ella no supo identificar, pero que le acelerĂł el corazĂłn. EsperĂł con cierta ansiedad sus siguientes palabras—. Haz las maletas. Aquello fue como un jarro de agua frĂa. «¿Y quĂ© coño esperabas?», se dijo, recuperando su enfado. «Nada de nada, ÂżquĂ© coño voy a querer yo de este odioso», se respondiĂł sola, prometiĂ©ndose no bajar la guardia nunca más. Y, sin remedio, se vio en la necesidad de contratacar. —¿Por quĂ© crees que he cambiado de opiniĂłn? —le dijo, mirándolo con enojo—. Tienes el mismo derecho a darme Ăłrdenes que hace diez minutos. —¡Eres una mujer completamente desesperante! —se quejĂł Mike, perdiendo por un momento la compostura. A Kirsty le dieron ganas de reĂr. Al fin habĂa conseguido desequilibrar un poco al hombre de hielo y aquello la llenaba de una inexplicable satisfacciĂłn. —Yo tambiĂ©n te quiero —ironizĂł, pero tuvo que mirar hacia otro lado, temiendo ruborizarse. —SĂ, ya lo sĂ©, como yo a ti —dijo Mike—, pero creo que ambos deberĂamos pensar un poco en Thomas, que lo está pasando mal con este tema. —¿SĂ? Pues yo no consigo que hable conmigo desde ayer —protestĂł Kirsty al instante. —Eso es porque le pedĂ que te diera largas hasta que yo llegara aquĂ. —¡Lo sabĂa! ¡Eres…! —¿Otra vez, Kirs? —interrumpiĂł, fingiendo un suspiro de agotamiento—. ÂżVuelta a lo mismo? Vas a venir conmigo sĂ o sĂ, aunque sea pataleando, no malgastes más tu energĂa. El que te dejemos en Nueva York, expuesta a vete a saber quĂ©, no es una opciĂłn. No hasta que cojan a esos tipos. Fin de la historia. —¡¿Y una mierda fin de la historia?! —bramó—. Si al menos fueras un poco más educado y menos odioso, quizá la idea de volver a casa no me producirĂa tanta aversiĂłn, pero… —¡Pero nada! ÂżQuĂ© quieres, que te lo pida por favor? Está bien —resoplĂł buscando paciencia y hablĂł con una calma total y absoluta—. Querida y apreciada Kirsty, ÂżserĂas tan amable de volver a casa hasta que cojan a esos tipos que querĂan secuestrarte con la intenciĂłn de violarte, torturarte o cortarte en pedacitos? —Eres un gilipollas. —¡Vaya por dios! —Es que no te esfuerzas nada por ser menos idiota —insistiĂł Kirsty—. Tu y yo no podemos convivir juntos, Mike, Âżes que no te das cuenta? —Si eso es lo que te preocupa, me irĂ© de la casa en cuanto lleguemos. Aquello sĂ sorprendiĂł mucho a Kirsty. —¿Te marcharĂas de Little Meadows? —No, solo de casa de Thomas, aunque seguirĂ© viviendo en la finca La chica frunciĂł el ceño y lo mirĂł con cierto recelo. En la Navidad de hacĂa dos años, en uno de sus paseos a caballo por la finca, Kirsty habĂa comprobado un tanto alucinada que en la zona del valle en la que alguna vez soñó con construir su casa se estaba levantando una estructura que por aquel entonces apenas subĂa un metro del suelo. Recordaba haberse enfurecido cuando su padre le dijo que Mike estaba construyendo una casa allĂ mismo, pero ella habĂa preferido borrarlo de su memoria junto con todo lo demás. —AsĂ que has terminado tu casa —dijo apretando los dientes, pero ocultando cuánto le dolĂa aquel hecho. —Sà —admitió—. Aunque todavĂa no me he mudado. Estoy esperando a que Thomas estĂ© más restablecido, pero me irĂ© si tĂş decides volver. —Espera, ÂżquĂ© le pasa a mi padre? —preguntĂł, un tanto desconcertada—. ÂżDe quĂ© tiene que reestablecerse? Mike guardĂł silencio y la mirĂł muy serio unos segundos antes de contestar. Kirsty lo vio tragar saliva y tuvo la sensaciĂłn de que a Ă©l se le habĂa escapado aquella informaciĂłn. —Tuvieron que hacerle un bypass de urgencia hace cuatro semanas —terminĂł diciĂ©ndole con un gesto serio. —¡¿QuĂ©?! —gritĂł alarmada—. ¡¿Y por quĂ© carajos nadie me ha dicho nada?! —Thomas querĂa que pudieras disfrutar del lanzamiento de tu novela sin preocupaciones. —¡Pero tenĂa derecho a saberlo! —Lo sĂ©, y Ă©l tambiĂ©n lo sabe. —¿Y cĂłmo está? —Todo saliĂł muy bien y la recuperaciĂłn está siendo muy buena —admitió—, pero tiene que tomarse las cosas con tranquilidad y no debe alterarse, Kirsty. Y tu situaciĂłn no lo ayuda. —¿Y por quĂ© narices no has empezado por ahĂ? —Porque me pidiĂł que le dejara contártelo Ă©l. Kirsty paseĂł de un lado a otro de la habitaciĂłn, sin poder reprimir un repentino ataque de nervios. —¿QuiĂ©n está con Ă©l? —le preguntĂł con cierta ansiedad—. Antes me ha cogido el telĂ©fono una tal Nadine. ÂżQuiĂ©n es? —Su enfermera —explicó—. Vive en la casa. —Yo… no entiendo, Mike —titubeĂł, y tuvo que sentarse en el sofá porque las rodillas apenas la sujetaban ya—. ÂżHa sido de repente? Él suspirĂł y se sentĂł a su lado. —No. Hace meses que le trata el cardiĂłlogo —admitió—. Por eso me cediĂł la presidencia. Necesitaba frenar el ritmo. A Kirsty aquello la enfureciĂł de nuevo. —Ah, ¡quĂ© bien! —Se puso en pie—. Y ambos dijisteis Âżpara quĂ© vamos a contarle nada a la idiota de Kirsty? —Eso lo hablas con Ă©l —le dijo Mike, dando a entender que no habĂa tenido nada que ver con aquella decisiĂłn—. Pero con calma, que es lo Ăşnico que necesita. —¿Crees que voy a llegar a Little Meadows gritando y pidiendo explicaciones? —preguntĂł con los ojos anegados en lágrimas—. ÂżQuĂ© clase de monstruo crees que soy? —Kirs… —intentĂł acercarse. —¡No me toques! —Tienes que calmarte. —¡PerdĂ a mi madre por un problema cardiaco! —le recordĂł entre lágrimas—. Y casi pierdo a mi padre sin que nadie me haya dado la posibilidad de despedirme. ¡Tengo todo el derecho del mundo a ponerme como me dĂ© la gana! El telĂ©fono mĂłvil de Kirsty interrumpiĂł el repentino ataque de histeria. Fue Mike quien se acercĂł a mirar el visor y le dijo: —Es Ă©l. Kirsty tomĂł el telĂ©fono de manos de un preocupado Mike, al que le costĂł mucho soltarlo. —Kirsty… La chica le devolviĂł una mirada irritada. —No soy imbĂ©cil, Mike, aunque tĂş me veas asĂ. RespirĂł hondo varias veces y contestĂł al telĂ©fono. —Papá, por fin, estás muy solicitado —dijo, haciendo un esfuerzo considerable por sonar normal. —Lo siento, cariño. —Espero que tengas algo más de tiempo para mĂ cuando llegue. —¿En serio, Kirsty? —preguntĂł con evidente emociĂłn—. ÂżVas a venir a casa? Kirsty tuvo que taparse la boca con la mano para evitar que su padre escuchara el sollozo que se le escapĂł. Se le escuchaba tan feliz con la noticia… —SĂ, papá, ya sabes que Mike puede ser muy convincente. —Lo mirĂł con frialdad—. Y un imbĂ©cil del quince, pero eso tambiĂ©n lo sabes. EscuchĂł a su padre reĂr a carcajadas al otro lado de la lĂnea. Al parecer, estaba tan contento por su regreso que no le importaba ni que insultara a su querido pupilo. —¿Cuándo regresáis? —Mañana mismo, supongo —admitió—. En un rato te llamamos para confirmarlo, Âżte parece? Su padre quedĂł encantado con la idea, y Kirsty colgĂł un minuto despuĂ©s. —AsĂ que un imbĂ©cil del quince —dijo Mike muy serio—. ÂżEs que no te podĂas contener un poco más? —QuerĂas que sonara con normalidad, Âżno? —Se encogiĂł de hombros—. Además, parece que le ha hecho gracia. Debe de tenerlo asumido, al fin y al cabo, Ă©l te conoce mejor que nadie. Se alejĂł sin añadir una palabra más y desapareciĂł tras la puerta de su habitaciĂłn. CapĂtulo 6 Su intento de secuestro, la enfermedad de su padre y tener que soportar a Mike paseándose por su apartamento estaban consiguiendo pasarle factura a sus nervios. Desde hacĂa mucho rato, tiraba ropa dentro de su maleta sin casi prestar atenciĂłn a lo que estaba haciendo, pero solo fue consciente de aquello cuando comprobĂł que apenas le quedaba espacio ni para el cepillo de dientes. MirĂł la maleta, con el ceño fruncido, y dejĂł escapar un sonoro suspiro de frustraciĂłn. «Acabo de hacer el equipaje de un loco», pensĂł, sentándose en la cama y rebuscando un poco dentro de la maleta. Ni siquiera recordaba la mitad de las cosas que habĂa echado. —Vale, Kirsty, tienes que guardar la calma —se dijo en alto. RespirĂł hondo varias veces buscando algo de paz. «Por suerte papá está vivo y recuperándose muy bien, yo tambiĂ©n estoy a salvo y Mike…, Ă©l… ¡está ahĂ fuera invadiendo mi salĂłn con toneladas de testosterona…!». Estuvo a punto de hiperventilar de nuevo. Cuando consiguiĂł recuperar la compostura, se dio cuenta de que acunaba de forma absurda una de sus zapatillas de deporte y la lanzĂł con saña contra la pared. El sonido del timbre del apartamento le llegĂł desde lejos y saliĂł al salĂłn, extrañada, justo para ver como Mike cerraba la puerta de nuevo y caminaba hacia la cocina con una bolsa en la mano. La chica lo observĂł en silencio, esperando con curiosidad a ver quĂ© habĂa dentro. —¿Tienes hambre? —le preguntĂł Ă©l, sacando al fin varios paquetes de comida de la bolsa. Ante su silencio, insistió—: Espero que siga gustándote la comida china y no te haya pasado como con… los osos de peluche. Kirsty apretĂł los dientes y se obligĂł a guardar silencio. No se sentarĂa a una mesa con Mike O'Connell ni muerta. Y si Ă©l pensaba que por pedir su comida preferida…, que inundaba su cocina con aquel aroma exquisito…, iba a ceder… —No tengo hambre —obligĂł a su boca a decir, pero el sonido de sus tripas, que no probaban nada desde hacĂa muchas horas, se apresurĂł a desmentir aquella afirmaciĂłn. Mike arqueĂł una ceja y la mirĂł con un gesto burlĂłn. —Una pena —dijo, encogiĂ©ndose de hombros, sin dejar de abrir envases—. ÂżLa ternera con salsa de ostras no era de tus favoritas? —preguntĂł mientras cogĂa un pedazo de carne con la punta de los dedos, miraba hacia arriba y se lo dejaba caer dentro de la boca, de la que Kirsty no podĂa apartar sus ojos. Una punzada de deseo la cogiĂł completamente desprevenida. «Joder, lo que me faltaba», se quejĂł para sĂ, dándole la espalda por miedo a haberse ruborizado de forma visible. Se centrĂł en echarse un vaso de agua de la nevera y se volviĂł de nuevo hacia Ă©l cuando creyĂł superado el bache. —¿Cuándo nos vamos? —le preguntĂł muy seria, sin ceder a probar bocado. —No quedaba nada para esta tarde —le contĂł, cogiendo asiento en una silla alta de la barra de la cocina—. Saldremos mañana por la mañana, en el vuelo de las nueve. Mike comĂa mientras hablaba, y Kirsty se limitaba a observarlo, ahora que parecĂa que no tenĂa puesta toda su atenciĂłn en ella. Los años lo habĂan tratado bien, aquello era indudable, y su traicionero cuerpo hacĂa rato que se lo gritaba a pleno pulmĂłn, a pesar de que ella hubiera decidido hacer oĂdos sordos. Si el Mike que ella recordaba, y que habĂa convertido en un sex simbol a travĂ©s de su famoso detective, ya era inolvidable, aquel tipo que estaba sentado en su cocina, seis años más maduro, resultaba realmente irresistible. «¡No para mĂ, claro!», se dijo al instante, tras el fugaz pensamiento. «Que me importa a mĂ su… impresionante y perfecto metro ochenta y muchĂsimos…, sus ojos grises y enormes… o ese rostro de un atractivo que… ¡Que no, hostias, que Mike O'Connell no me provoca nada de nada! El que sea de un sexi que te mueres, no quiere decir que a mĂ tenga que gustarme». Hasta a ella misma le sonĂł absurdo aquel Ăşltimo pensamiento. —DejĂ© allĂ el coche —escuchĂł decir a Mike casi desde lejos. —¿QuĂ© coche? —El mĂo. ÂżQuĂ© coche voy a dejar en el aeropuerto? —dijo, mirándola con curiosidad—. ÂżDĂłnde estabas, Kirsty? La observĂł con una franca sonrisa que terminĂł de darle la puntilla. «Sus sonrisas tampoco me afectan lo más mĂnimo, ¡ni un poquito!», se recalcĂł, ya muy irritada. —¡¿Y quĂ© me importa a mĂ tu coche?! —le dijo, cruzando los brazos sobre el pecho. —Ya era mucha calma —lo escuchĂł murmurar. —¿QuĂ© has dicho? —Que te sientes a comer antes de empezar otra discusiĂłn. —Ya te he dicho que no quiero nada —insistiĂł, obcecada. —Pero si hace un momento casi se te caĂa la baba. —¡No es verdad! —protestĂł con más intensidad de la razonable—. Pero ÂżquĂ© te has creĂdo? «Mierda, Kirsty, razona, que Ă©l piensa que lo que mirabas con la baba colgando era la comida… ¡Ay, joder, putos nervios!». —¿Será posible?… ¡quĂ© pesado con la comida! —insistiĂł para esconder su bochorno. CaminĂł hasta el salĂłn para huir de su mirada, y pegĂł un traspiĂ©s que a punto estuvo de costarle la poca dignidad que sentĂa. Cuando comprobĂł que el motivo de su tropiezo era una pequeña mochila, frunciĂł el ceño y cayĂł en algo en lo que hasta aquel momento no se habĂa parado a pensar—. ÂżDĂłnde te alojas? Mike ni siquiera se girĂł a mirarla. Kirsty caminĂł de nuevo hasta Ă©l y lo enfrentĂł. —¿No vas a contestarme? —¿Puedo terminar de comer antes de otra de tus pataletas? —¡Yo no tengo pataletas, imbĂ©cil! —se indignĂł. —¿No? Entonces te contestarĂ© —dijo con tranquilidad—. Me alojo aquĂ mismo, en tu casa. —¡Ni hablar! —le saliĂł del alma. Mike la ignorĂł y siguiĂł comiendo sin inmutarse. A Kirsty le dieron ganas de coger uno de los envases de comida y ponĂ©rselo de gorro, se contuvo a duras penas. —No vas a quedarte aquà —le asegurĂł cada vez más furiosa ante su calma. —Intenta echarme. —No seas idiota. —Le he prometido a tu padre que te llevarĂa a salvo a casa —insistió—. No pienso perderte de vista. —No tengo pensado salir de aquà —le asegurĂł. —Eso te lo garantizo. —¡No tengo por quĂ© soportarte en mi apartamento! —VolviĂł a la carga. Solo con imaginarlo durmiendo cerca…—. Te largas. Punto. —Joder, Kirsty, te recordaba agotadora, pero no tanto —dijo, dejando escapar un suspiro de hastĂo. Aquello fue como si le hubiera metido un dedo en el ojo. —¡Y yo a ti te recordaba insoportable, manipulador y mandĂłn, y sigues siendo exactamente igual! —le gritó—. ¡TĂş me echaste de mi casa una vez, y ahora yo te echo de mi apartamento! Vio como Ă©l apretaba los dientes, bebĂa agua y se ponĂa en pie, recortando las distancias con ella al instante. Kirsty reculĂł hasta verse acorralada contra la encimera. —No vas a intimidarme —le dijo, esperando que en su tono no se notara su repentina inquietud. —No es mi intenciĂłn intimidarte, Kirsty —le dijo, a escasos centĂmetros, sin dejar de mirarla a los ojos—. Pero sĂ necesito que entiendas que no puedes ganar la batalla que estás peleando. Intentar que te deje sola es un gasto inĂştil e innecesario de tu propia energĂa y de la mĂa. —Puedo llamar a alguien para que se quede conmigo —le dijo, en un tono algo menos hostil. —¿A Alek Dawson, por ejemplo? —SonriĂł Mike con cierto sarcasmo. «La leche, papá, eres una portera», se dijo Kirsty, tragando saliva. HacĂa tan solo par de dĂas que le habĂa insinuado que quizá tenĂa algo con Alek y ya era de dominio pĂşblico. Pero algo tenĂa que contestar. —Pues sĂ, seguro que estará encantado de pasar la noche conmigo —dijo, alzando el mentĂłn con prepotencia, gesto con el que solo consiguiĂł que su boca quedara aĂşn más cerca de la de Ă©l. «Eres inmune a los besos, Âżrecuerdas?», se dijo para tranquilizarse. Menuda sorpresa se darĂa Mike si intentara besarla. «¡Pero ÂżquĂ© demonios haces pensando en besos? ¡Y menos en los suyos!». —Lo siento por Ă©l, pero se va a quedar con las ganas —le asegurĂł Mike con frialdad—. Tendrás que reprimir tus necesidades por una temporada. «¿Necesidades?», frunciĂł el ceño. «¡Necesidades!». AbriĂł los ojos como platos al entender a quĂ© se referĂa y, por alguna extraña razĂłn, le molestĂł que a Ă©l pareciera darle igual con quiĂ©n satisfacĂa ella sus necesidades. —Bueno, en realidad puedo invitarlo aunque tĂş estĂ©s aquà —le recordĂł, mordaz—. Esta es mi casa. Mike sonriĂł con autosuficiencia. —Por mĂ no te cortes, yo con el sofá me apaño —dijo con una tranquilidad absoluta—. TĂş sabrás a quiĂ©n invitas a tu alcoba. Kirsty hubiera palidecido de no estar hablando de sexo. Quedaba más que demostrado que a Mike ella como mujer seguĂa importándole menos que nada. ÂżY por quĂ© iba a ser diferente? —Me pondrĂa unos cascos tambiĂ©n, pero no escucharĂa la puerta si alguien intentara colarse —insistiĂł Mike sin alejarse un centĂmetro, mirándola de una forma extraña—. ÂżEres de las silenciosas o de las escandalosas, Kirsty? «Soy de las no practicantes», pensĂł para sĂ, pero se cortarĂa la lengua antes que decirle aquello. «¡Además, no tengo por quĂ© hablar de esto con Ă©l!», se recordĂł con contundencia, tanta que casi se sorprendiĂł a sĂ misma al oĂrse decir: —Eso depende. —¿De quĂ©? —De la maestrĂa del tipo en cuestiĂłn. «Ay, pero que estás diciendo, Kirsty», se recriminĂł. Pero aquella respuesta sĂ pareciĂł sorprender a Mike, al que vio entrecerrar los ojos antes de preguntarle: —¿Y has comparado mucho? «Oh, sĂ, he comparado a todos contigo, imbĂ©cil», pero sabĂa que no era aquello lo que Mike le preguntaba. Y ya puesta a mentir… —Pues, a ver… Soy una mujer de Ă©xito, joven, sin compromiso, y, aunque no lo creas, a muchos les parezco atractiva. ÂżMe preguntas si aprovecho todo eso? ÂżA ti quĂ© te parece? —Vaya, fuiste tardĂa para recibir tu primer beso, pero por lo que parece has recuperado muy bien el tiempo perdido. La sola menciĂłn a aquel beso la desestabilizĂł por completo. Si ya estaba a punto de echar humo solo por su cercanĂa, si seguĂa mirándola asĂ mientras recordaba aquello…, pronto no tendrĂa dĂłnde esconder su calor. —Muy considerado por tu parte mencionar aquello —ironizĂł. —¿No deberĂa? —SonriĂł mordaz—. Yo dirĂa que para ser tu primer beso, no estuvo nada mal. ÂżTĂş no lo recuerdas asĂ? —Yo no lo recuerdo de ninguna manera —le asegurĂł al instante—. Jamás he vuelto a pensar en ello. Mike la taladrĂł con la mirada. —¿No? Entonces quizá necesitas un recordatorio —susurrĂł, desviando la mirada a sus labios y regresando a sus ojos despuĂ©s. «¡SĂ, sĂ, por favor, sĂ!», gritĂł su cuerpo a pleno pulmĂłn. Por fortuna, o eso pensĂł, su mente no estuvo de acuerdo. —IntĂ©ntalo y verás —lo amenazĂł, furiosa. Mike dejĂł escapar una sonora carcajada. —¡QuĂ© más quisieras! —agregĂł despuĂ©s. —¿Yo? —SonriĂł Kirsty haciendo un esfuerzo brutal—. ÂżPudiendo llamar a Alek? ¡No me hagas reĂr! «Ay, joder, quĂ© puñetero calor hacĂa allĂ de nuevo», pensaba, regañándose a sĂ misma por sentirse asĂ. No recordaba haber estado tan acalorada desde…, bueno… «¡Mierda, Kirsty, recuerda…, eres inmune a los besos, eres inmune a…!». Sus traicioneros ojos se desviaron apenas un segundo hacia aquellos labios carnosos y perfectos y tuvo que contener un suspiro. ÂżA quiĂ©n querĂa engañar? Su cuerpo sabĂa, y su mente debĂa aceptar, que Mike podrĂa romper su pequeña maldiciĂłn en segundo y medio. Otra cosa diferente era que ella fuera a permitirlo. —¿Puedo irme ya o pretendes seguir acorralándome contra la encimera mucho rato más? Por su expresiĂłn supo que aquello sĂ lo habĂa desconcertado. Como si Ă©l no hubiera sido consciente de que la tenĂa casi prisionera hasta que ella lo habĂa mencionado. Se apartĂł a un lado al instante, con lo que parecĂa cierto azoramiento y turbaciĂłn. «Imaginas cosas, Kirsty», se dijo. «¿Mike O'Connell avergonzado por algo? ¡QuĂ© absurdo!» —Gracias, asĂ respiro mucho mejor —insistiĂł Kirsty, ahora que parecĂa ir ganando. —Has tardado en protestar, Âżno? «Joder, quĂ© poco me ha durado la ventaja», se quejĂł, irritada. No obstante, intentĂł contratacar. —QuĂ©date con el sofá, Mike, me resulta indiferente —dijo con frialdad—, pero prefiero privarme del placer de tu compañĂa. Sin agregar nada más, se dio media vuelta, caminĂł hasta su habitaciĂłn y se encerrĂł a cal y canto.
Horas despuĂ©s, su cuerpo aĂşn seguĂa atormentándola de manera insoportable. HabĂa probado de todo a lo largo de la tarde para deshacerse de aquella sensaciĂłn tan desacostumbrada en la boca del estĂłmago, que se extendĂa hacia su pelvis cuando menos lo esperaba. La misma que solo la asaltaba en las ocasiones en las que se dejaba invadir, aunque fuera durante dos segundos, por el recuerdo de aquel beso devastador que tan caro estaba pagando. Maldijo a Mike de nuevo por haberla acorralado de aquella manera contra la encimera para amenazarla con… refrescarle la memoria. Su cuerpo no podĂa olvidar aquella insinuaciĂłn y parecĂa haber entrado en bucle esperando aquel recordatorio. Y cada vez que se veĂa obligada a admitir que se morĂa porque la besara, se volvĂa loca de rabia hasta lograr convencerse de que antes le besarĂa el culo a un mono que los labios a aquel pedante insoportable. Y asĂ habĂa pasado la tarde, la mar de entretenida, pasando de un extremo al otro, como si sufriera de un trastorno bipolar para el que necesitara medicaciĂłn urgente. Y no habrĂa salido al salĂłn ni aunque una bomba hubiera asolado su alcoba, si no fuera porque el hambre ya empezaba a dominar la situaciĂłn, paseando ternera y arroz tres delicias tras sus retinas, si cerraba los ojos. ConsultĂł su reloj, comprobando que eran las diez de la noche, y calculĂł que para Mike, debido al jet lag, serĂan como las tres de la madrugada. Era muy posible que ya estuviera dormido, asĂ que podĂa salir a comer algo sin problema. Si intentaba dormirse sin probar bocado, se veĂa contando ovejitas asadas con verduritas hasta bien entrada la madrugada. Se descalzĂł y saliĂł con sigilo de su habitaciĂłn. En el salĂłn todo estaba en penumbra. Desde la distancia, entrecerrĂł los ojos y comprobĂł que Mike estaba tumbado en el sofá y parecĂa dormir. CaminĂł a la cocina y, por primera vez, le molestĂł que no hubiera paredes reales que la separaran del salĂłn. Con todo el sigilo del que fue capaz, se llenĂł un plato con parte de los restos de los envases de comida china y lo metiĂł en el microondas, que le pareciĂł que hacĂa el mismo ruido que una enorme hormigonera; aunque tuvo la precauciĂłn de pararlo antes de que la campanita anunciara a bombo y platillo que estaba mangando a hurtadillas las sobras de la comida que de forma tan poco elegante habĂa rechazado antes. Estuvo en un tris de sentarse a comer en el suelo, tras la barra americana que separaba la cocina del salĂłn, pero pensĂł que no se le ocurrĂa nada más humillante que el hecho de que Mike pudiera levantarse para beber agua y la pillara allĂ sentada, escondiĂ©ndose en su propia casa. CogiĂł su plato dispuesta a llevárselo a su cuarto, pero se detuvo en mitad del salĂłn mirando con curiosidad hacia el sofá. «Ni se te ocurra», se dijo, intentando afinar la vista. Pero observarlo mientras dormĂa resultĂł ser una tentaciĂłn difĂcil de contener. «Solo un segundo», se prometiĂł, soltando el plato sobre la barra. CaminĂł casi de puntillas hasta el sofá, muy despacio, y solo se pudo relajar un poco cuando se asegurĂł de que Mike tenĂa los ojos cerrados y parecĂa dormir. No pudo evitar recorrer su cuerpo de arriba abajo, comiĂ©ndoselo con los ojos. Se habĂa cambiado los vaqueros por unos pantalones de deporte, y la camisa que todo el dĂa habĂa llevado abierta sobre una camiseta negra estaba ahora en el respaldo del sofá. Sin ser consciente de lo que hacĂa, Kirsty cogiĂł la prenda, se la llevĂł a la nariz y aspirĂł el aroma de su colonia, que inundĂł sus sentidos como si el propio Mike la hubiera rodeado con sus brazos… «¡Joder!», se quejĂł ante la intensa punzada de excitaciĂłn, soltando la camisa como si fuera una serpiente de cascabel. «No puedes permitirte ser tan dĂ©bil», se dijo molesta. «Recuerda que tienes motivos de sobra para odiarlo». Pero tambiĂ©n tenĂa ojos, y no podĂa dejar de mirarlo, fascinada con la imagen. No creĂa que hubiera una sola mujer en la tierra que pudiera posar sus ojos en Ă©l con absoluta indiferencia. DebĂa reconocer que aquella era una visiĂłn increĂble. Y saber que Ă©l dormĂa, ajeno a cĂłmo ella lo devoraba con la vista, añadĂa una especie de morbo a aquella inspecciĂłn que la tenĂa obnubilada. RecorriĂł su cuerpo con la mirada una y otra vez; desde sus largas piernas, pasando por su vientre plano y su torso perfecto, para detenerse en su rostro largo rato. Sin duda, era un hombre de un atractivo irresistible. Era… su detective Riley, de aquello no habĂa duda. Lo Ăşnico que habĂa cambiado para crear a su personaje habĂa sido el color del cabello. El de Mike era moreno, casi negro, mientras que ella se habĂa asegurado de que uno de los rasgos más caracterĂsticos de Riley fuera su pelo rubio. Pero todo lo demás, su actitud, su aspecto fĂsico y su maldito encanto cuando querĂa, eran los del hombre que dormĂa ante ella. «¿CĂłmo narices voy a aguantar tantos dĂas viĂ©ndolo a diario?», se dijo, preocupada. Estaba segura de que terminarĂa desquiciada. Además, volver a Little Meadows no facilitarĂa las cosas. TenĂan demasiada historia juntos allĂ y no toda habĂa sido mala. Tuvo que luchar contra los recuerdos de ambos cabalgando por las extensas praderas de la finca, riendo a carcajadas mientras competĂan para ver quiĂ©n alcanzaba antes el árbol viejo de la colina. «TambiĂ©n me mandĂł a un internado a pesar de mis sĂşplicas», tuvo que recordarse. «Y luego estaba aquel rechazo…». No, aquello no debĂa recordarlo, cĂłmo dolĂa a pesar de los años a veces resultaba inconcebible. TenĂa que odiarlo, no se merecĂa un solo gesto amable de su parte. Se girĂł sobre sus talones dispuesta irse, pero solo dio un par de pasos en direcciĂłn a la cocina antes de detenerse. —Debo de ser gilipollas —murmurĂł entre dientes mientras caminaba hacia el armario de la entrada. SacĂł una manta fina y regresĂł al sofá blasfemando para sĂ. Con sumo cuidado para no despertarlo, extendiĂł la manta sobre su cuerpo y lo arropĂł hasta el pecho. Cuando estaba a punto de incorporarse, Mike entreabriĂł los ojos, soñoliento, y los posĂł sobre los de Kirsty. —Gracias, amor —lo escuchĂł susurrar, quedándose paralizada. Pero Mike tirĂł de la manta para acomodarse, cerrĂł los ojos de nuevo y acompasĂł su respiraciĂłn. Estaba dormido, no habĂa duda. Kirsty lo mirĂł con los ojos hĂşmedos. A paso rápido caminĂł de vuelta a la cocina, cogiĂł su plato y regresĂł a su habitaciĂłn; pero ya no tenĂa hambre. Se dejĂł caer en la cama, permitiendo que sus lágrimas cobraran vida. «Soy una imbĂ©cil», se dijo una y otra vez, sin poder entender del todo por quĂ© lloraba. Era evidente que Mike estaba dormido cuando habĂa pronunciado aquella frase, y, a pesar de saberlo, aquellas simples palabras la habĂan roto por dentro y le aterraba profundizar en el motivo. Se secĂł las lágrimas con un gesto irritado unos minutos despuĂ©s. No podĂa dejar que Mike siguiera afectándola de aquella manera a cada pequeña cosa. Su estancia en Little Meadows serĂa un infierno si no encontraba la forma de ignorarlo, pero aquello no era tarea fácil. Si al menos aquel maldito beso no la hubiera marcado a fuego, quizá pudiera solo odiarlo sin desearlo al mismo tiempo. ÂżY si realmente aquel beso no habĂa sido tan bueno, sino solo el primero para una adolescente impresionable? Jamás se le habĂa ocurrido pensar en esa posibilidad, porque en realidad llevaba años alejando aquella noche de su cabeza cada vez que el recuerdo se colaba en su mente. Quizá solo debĂa analizar cada detalle para darse cuenta de lo absurda que habĂa sido durante todos aquellos años. Era posible que romper aquella maldiciĂłn siempre hubiera estado en su mano. «Vale la pena probar», se dijo, cerrando los ojos para sumergirse en la noche del baile de fin de curso… CapĂtulo 7 Gracias al odioso de Mike, le habĂa costado mucho trabajo convencer a su padre para que la dejara ir a ese baile. Tan dispuesto a amargarle la vida como siempre, a Mike no le parecĂa bien premiarla dejándola asistir al baile de un curso en el que no habĂa aprobado ni EducaciĂłn FĂsica. Por fortuna, en aquella ocasiĂłn ella ganĂł la batalla, aunque tuvo que comprometerse a estar en casa a las doce de la noche en punto. Y podĂa tener muchos defectos, pero cuando daba su palabra, cumplĂa a rajatabla. Aunque tenĂa toda la intenciĂłn de hacer un poco de trampa… A las doce de la noche, el todoterreno de Steve Danfort se detuvo frente a la mansiĂłn, y Kirsty sonriĂł con autosuficiencia. Estaba en Little Meadows, promesa cumplida, lo cual no querĂa decir que tuviera que bajarse de aquel coche de inmediato. Steve habĂa pasado medio curso pidiĂ©ndole salir sin conseguir que ella aceptara, pero debĂa reconocer que era guapo y mostraba un interĂ©s claro, asĂ que quizá habĂa llegado el momento de dar un paso que, para su vergĂĽenza, llevaba años posponiendo. Y no se trataba de sexo, por el cual ya habĂan pasado casi todas sus amigas, lo cierto era que Kirsty ni siquiera habĂa besado a nadie aĂşn. Y pensaba solucionarlo en aquel mismo instante…, hasta que la puerta del coche se abriĂł de repente y una voz frĂa como el hielo le exigiĂł que se bajara. —¡Estoy en casa, Mike! —le dijo, sin acatar la orden—. He cumplido mi promesa. —Baja del coche —insistió—. Yo tambiĂ©n he hecho una promesa. Tu padre se ha acostado temprano, con la condiciĂłn de que yo me asegurara de que estás a salvo. —Y lo estoy —protestĂł. —SĂ, lo sĂ©, porque vas a bajarte de ese coche —dijo, asomándose por primera vez dentro del vehĂculo, taladrándola con una mirada acerada—. No me obligues a sacarte yo. Kirsty le sostuvo la mirada, echando fuego por los ojos, mientras valoraba sus opciones; que no fueron muchas, puesto que escuchĂł a Steve sugerir casi en un susurro: —Quizá… deberĂas hacerle caso. La chica se girĂł a mirar a su acompañante y pudo leer el temor en sus ojos con total claridad. ¡Y pensar que habĂa estado a punto de besar a aquel imberbe! Se bajĂł del coche, cerrĂł de un portazo y se enfrentĂł a Mike, que la miraba con una sonrisa burlona. —Si hubiera luchado un poco, quizá os habrĂa dado unos minutos —ironizĂł, señalando hacia el coche que ya se alejaba a toda prisa. Kirsty estaba tan enfadada que apenas si se habĂa dado cuenta de aquel detalle, pero le dio igual. —¿Te diviertes con todo esto? —lo encarĂł, furiosa. —Quizá un poco. —Pero no sonreĂa. —¿Tienes idea de lo que acabas de robarme? —Cálmate, pelirroja… —¡Que no me llames pelirroja! —le gritĂł, arrepintiĂ©ndose de haber recuperado su color de pelo natural—. Estoy harta de que siempre me fastidies los planes. Hoy habĂa decidido dar un paso importante… —¿QuĂ©? —Nada, no lo entenderĂas —dijo, de repente cohibida por lo que habĂa estado a punto de confesar. —TambiĂ©n he tenido diecisiete años, Âżsabes? —ParecĂa enfadado—. AsĂ que puedo imaginarme de quĂ© va todo esto. Kirsty no fue capaz de mirarlo. —Pero jamás se me hubiera ocurrido tener sexo por primera vez justo en la puerta de mi casa —insistiĂł Mike. —¡¿QuĂ©?! —casi graznĂł. —En serio, Kirsty, si lo que quieres es echarme un pulso…, no vayas por ahà —dijo irritado. —Pero… —RespĂ©tate un poco, porque… —¡Que te calles ya! —interrumpiĂł a voz en grito—. ¡Que no tenĂa ninguna intenciĂłn de acostarme con Ă©l! —Kirsty, te repito que he tenido tu edad… —¡Solo querĂa besarlo! —terminĂł gritándole, furiosa. —¿Besarlo? —Ahora sĂ la mirĂł con cierto grado de confusiĂłn—. Pero has hablado de dar un paso importante… Kirsty cruzĂł los brazos sobre el pecho y frunciĂł el ceño para disimular su repentino azoramiento. Hubiera querido gritarle algo mordaz e hiriente, pero no fue capaz de pronunciar una sola palabra. —Kirsty…, Âżnunca has besado a un chico? —le preguntĂł, sin disimular su desconcierto. —¡Solo tĂş eres capaz de lograr que me avergĂĽence por algo asĂ! —le dijo, molesta, aunque incapaz de mirarlo a los ojos. —Lo siento, no era mi intenciĂłn. La aparente sinceridad en su tono de voz la obligĂł a levantar la cabeza para estudiar su expresiĂłn. —Pero si ese chico fuera el adecuado, no hubiera salido corriendo al primer ladrido… — agregĂł, con una sonrisa que hacĂa mucho tiempo que Kirsty no veĂa. —El adecuado… —susurrĂł Kirsty apretando los dientes y apartando la mirada—. Eso ha tenido gracia. —¿Por quĂ©? —Porque ya he esperado demasiado. «Concretamente toda mi vida», se dijo irritada. «Pero tĂş prefieres revolcarte en el heno con cualquier otra». Aquello volviĂł a encender la mecha de su furia. —¡Acabas de fastidiarme uno de los mejores momentos de mi vida! —le gritĂł iracunda —Tampoco dramatices… —Tengo diecisiete años, Mike, y nunca me han besado, habrĂa sido un bonito recuerdo que la primera vez hubiera sido la noche del baile de fin de curso —insistiĂł, ahora furiosa—, pero a ti quĂ© te importa eso… —Si este tema te va a acarrear un trauma, tendrĂ© que ayudarte a evitarlo, Âżte sirvo? Kirsty se quedĂł perpleja y lo mirĂł sin poder disimular su estupor. —¿QuĂ© has dicho? —Estaba segura de haberlo entendido mal. —Quieres un beso la noche del baile —dijo con tranquilidad—, y puesto que he espantado a tu candidato, lo mĂnimo que puedo hacer es ofrecerme voluntario. El corazĂłn de Kirsty, que hacĂa rato que no latĂa con normalidad, se encabritĂł ahora de una forma desaforada. Solo pensar en que Mike apenas la rozara la hacĂa sentirse acalorada. —Me estás vacilando —dijo, mirándolo con los ojos entornados. —No. —Tú… —le costĂł añadir—: Âżme besarĂas? —Me siento en la obligaciĂłn. —SonriĂł burlĂłn—. Te he robado un momento importante, no quiero esa responsabilidad sobre mis hombros. Para Kirsty ya resultaba difĂcil hasta respirar con normalidad. Y el esfuerzo que estaba haciendo para que Ă©l no se diera cuenta empezaba a resultar inĂştil. IntentĂł recordarse a sĂ misma las razones por las que lo odiaba y debĂa mandarlo al infierno, pero no pudo encontrar una sola. El simple pensamiento de que Ă©l quisiera besarla… eclipsaba por completo todo lo demás. —¿Estamos hablando de un beso… de verdad? —titubeĂł, mirándolo con una expresiĂłn de inocencia que le arrancĂł a Mike una sincera sonrisa que casi la tumbĂł de espaldas. —Yo no sĂ© darlos de mentira. —Me refiero a un beso… beso. —¿Y cĂłmo es un beso beso, Kirsty? —se interesĂł, intentando disimular su diversiĂłn—. ÂżEs diferente a un beso normal? —Hablo de… un beso con… —Se señalĂł la boca, avergonzada, incapaz de añadir la palabra lengua a la frase—, bueno, ya sabes. —¿Con los labios? No podrĂa darte un beso sin usarlos, Kirsty. —¡No me referĂa a los labios! —exclamĂł, ya un poco exasperada. —¿Y a quĂ© te referĂas? —insistiĂł Mike. —Es igual. —No, no es igual, a lo mejor yo nunca he dado un beso beso y lo hago mal. —Seguro que no. —¿TĂş crees? Kirsty lo mirĂł ahora a los ojos y leyĂł en ellos una inconfundible chispa de diversiĂłn. —¿Te estás riendo de mĂ? —le preguntĂł, abatida—. En realidad nunca has tenido intenciĂłn de besarme, Âżverdad? —No deberĂa —admitiĂł, al tiempo que recortaba la distancia. —¿Por quĂ©? —susurrĂł, presa ya de sus ojos. —Por sentido comĂşn. —Ah. Mike sonriĂł de nuevo, la tomĂł de la cintura y la atrajo con delicadeza hacia Ă©l; gesto que casi arrancĂł un suspiro de labios de Kirsty, que apenas pudo susurrar: —Entonces vas a… —SĂ, voy a. —Vale —musitĂł. Y tuvo que recordarse a sĂ misma que debĂa seguir respirando. Cuando Mike recortĂł lentamente la distancia hasta sus labios, Kirsty cerrĂł los ojos y aguardĂł con el corazĂłn a mil. El momento que habĂa estado esperando toda su vida estaba a punto de suceder… El primer roce de sus labios le supo a gloria, pero terminĂł antes de que pudiera apenas saborearlo. —¿Ya? —le saliĂł del alma, junto con un sonido de protesta. AbriĂł los ojos y se topĂł con unos asombrosos ojos grises a escasos centĂmetros, que la miraban con ternura. —¿AlgĂşn problema? —le preguntĂł Mike, con una enigmática sonrisa. —No, bueno… sĂ… —TragĂł saliva—. Es que no me referĂa solo a…, bueno… Estaba tan nerviosa por la cercanĂa que sabĂa que serĂa incapaz de pronunciar las palabras que querĂa. Las manos de Ă©l parecĂan abrasarle la piel de la cintura incluso por encima de la tela del vestido, y casi podĂa sentir su aliento sobre el rostro, lo cual le provocaba una extraña sensaciĂłn de hormigueo. —Ah, es verdad, que eso ha sido solo un beso —susurrĂł Mike casi sobre su boca, sin dejar de mirarla a los ojos—, y tĂş querĂas un beso… beso. Ella se limitĂł a asentir, incapaz de emitir un solo sonido. —Pues espero que lo que me pides sea algo parecido a esto… —Apenas una dĂ©cima de segundo despuĂ©s asaltĂł su boca con lo que distĂł mucho de ser un simple roce. Kirsty, maravillada, le rodeĂł el cuello con los brazos y comenzĂł a devolverle cada uno de sus besos con un entusiasmo desmedido, nacido de la fascinaciĂłn absoluta. HabĂa imaginado que Mike la besaba asĂ montones de veces…, pero ninguna de sus ensoñaciones la habĂa preparado para el momento en el que Ă©l se abriĂł pasĂł con la lengua y arrasĂł su boca por primera vez, para poner su mundo patas arribas. Por puro instinto, su propia lengua dejĂł de permanecer pasiva y saliĂł a su encuentro, imitando los mismos movimientos con los que Ă©l la estaba llevando donde jamás habĂa estado. Por un instante le pareciĂł escuchar un sonido de protesta intentando salir de la garganta de Mike, pero apenas un segundo despuĂ©s sintiĂł que la atraĂa con más fuerza contra Ă©l y embestĂa con su lengua de una forma mucho más exigente. Aquello hizo estragos en el cuerpo de la chica, que se apretĂł contra Ă©l mientras sentĂa las manos masculinas ascender por su espalda, buscando la parte de piel desnuda que el vestido dejaba al descubierto y que sintiĂł arder bajo su tacto. La otra mano la enterrĂł entre su pelo, intentando atraerla más hacia su boca, si es que aquello era posible. Y debĂa serlo, porque al menos Kirsty sentĂa una necesidad imperiosa de profundizar en aquel beso más y más, mientras un fuego salvaje parecĂa devorarla por dentro y una intensa punzada en la pelvis, que jamás habĂa sentido antes, la enloquecĂa pidiĂ©ndole algo que no alcanzaba a entender, pero que necesitaba con una desesperaciĂłn total y absoluta. Un gemido ronco del que apenas fue consciente escapĂł de su garganta y, por instinto, se frotĂł contra Ă©l con una urgencia primitiva y desconocida. Por eso dejĂł escapar una sonora protesta cuando sintiĂł que Mike frenaba la intensidad de aquel maremoto, batiĂ©ndose en retirada… —Kirsty…, ya —lo escuchĂł susurrar. —No… —rogĂł entre dientes—, solo un poco más. —No puedo. —SonĂł casi a lamento, mientras tiraba de las manos que Kirsty aĂşn tenĂa rodeándole el cuello. —Mike… —intentĂł volver a abrazarlo, pero Ă©l no lo permitiĂł. —Un beso, ese era el trato. Kirsty lo mirĂł con los ojos enturbiados de un deseo urgente, que no se molestaba en ocultar porque ni siquiera sabĂa que fuera tan evidente; a cambio recibiĂł una extraña mirada brillante, que fue incapaz de leer, pero que parecĂa transmitir cierto pesar… Âżo era agonĂa? Jamás habĂa visto una mirada ni remotamente parecida, era casi imposible de descifrar. —LlĂ©vame al establo —susurrĂł Kirsty casi sin pensar, lanzándose sobre Ă©l de nuevo, logrando colgarse de su cuello. —¡No! —exclamĂł, horrorizado, intentado poner distancia—. ¡Por Dios, Kirsty, Âżpero quĂ© estás diciendo?! —Solo un ratito… —suplicĂł. —¿Un ratito? —repitiĂł con asombro, dejando escapar un suspiro de frustraciĂłn—. No tienes ni idea de lo que me estás pidiendo, Âżverdad? —Unos cuantos besos más y ya —insistiĂł, mirándole lo labios con insistencia. EscuchĂł a Mike inspirar hondo varias veces y posĂł sobre ella una extraña mirada vidriosa mientras guardaba silencio durante lo que pareciĂł una eternidad. Kirsty jamás olvidarĂa su tono de voz frĂo y carente de emociĂłn cuando al fin le hablĂł. —No habrá más besos, Kirsty —le aseguró—. Si insistes, solo vas a conseguir que me arrepienta de lo sucedido. La chica fue incapaz de decir nada. El dolor y la vergĂĽenza se hicieron eco en ella de una forma insoportable y solo pudo batirse en retirada, incapaz de contener las lágrimas que pugnaban por salir.
Kirsty regresĂł al presente y se incorporĂł en la cama, abatida, luchando contra todas las emociones distintas que pugnaban por hablar al mismo tiempo. Pero entre todas ellas habĂa una que gritaba alto y claro en forma de punzada intensa en la parte baja del abdomen y que no habĂa forma de ignorar. «Aquello ni por asomo habĂa sido un simple beso», se asombrĂł mientras un deseo devastador hacĂa mella entre sus piernas en forma de fuego lĂquido. Aquella era la primera vez que comprendĂa que quizá a Mike se le habĂa escapado tambiĂ©n un poco de las manos aquel beso, porque ahora recordaba muy bien la intensidad de su abrazo y la forma en que devoraba su boca mientras la atraĂa más y más hacia Ă©l. —¡Me deseaba! —exclamĂł en alto, convencida—. A mĂ. Su conciencia solo tardĂł unos segundos en gritarle de forma muy grosera: «Durante unos minutos se olvidĂł de a quiĂ©n estaba besando, eso es todo, seguro que pensaba que eras la maldita Melanie Simmons». IntentĂł agarrarse de nuevo a la imagen de aquella odiosa mujer revolcándose con Ă©l en el establo, buscando alejar el sofoco que invadĂa cada cĂ©lula de su cuerpo, pero no funcionĂł. Durante aquel devastador beso, la adolescente inocente ni supo ni entendiĂł quĂ© era lo que la quemaba por dentro y cĂłmo apagarlo, pero la mujer… se morĂa de ganas de traspasar aquella puerta para arrancarle la ropa a mordiscos al hombre que dormĂa en su sofá. El hambre que sentĂa por Ă©l en aquel instante la excitaba y avergonzaba a partes iguales. Se repitiĂł una decena de veces cuánto lo odiaba, buscando aunque fuera una ligera brisa en aquel insoportable sopor, pero su cuerpo y su mente parecĂan hablar idiomas distintos. «Esto no puede estar pasando», se dijo, rozando un muslo contra el otro casi en contra de su propia voluntad, respirando con dificultad. BuscĂł de nuevo la forma de calmar el calor, sin tener que recurrir a lo que parecĂa inevitable. Acariciarse pensando en Ă©l, sabiĂ©ndolo a escasos metros…, resultaba humillante y excitante al mismo tiempo. «No voy a ceder…», se dijo cada vez más acalorada, recordando cĂłmo lo habĂa recorrido con los ojos mientras dormĂa y lo increĂble que serĂa poder acariciarlo tambiĂ©n con las manos… La intensa oleada de placer que recorriĂł su cuerpo la obligĂł a ceder a lo inevitable. AbriĂł ligeramente las piernas, metiĂł la mano por dentro de sus braguitas y solo tuvo que tocarse con suavidad para encontrar el alivio que necesitaba. Y la vergĂĽenza la habrĂa invadido al instante, si no fuera porque gran parte de la excitaciĂłn seguĂa presente incluso despuĂ©s de aquello. —¡Joder, quĂ© mierda! —protestĂł en alto—. ¡Maldito Mike! DebĂa encontrar la forma de arrancarse del todo aquella excitaciĂłn de encima, y, muy a su pesar, solo se le ocurriĂł una manera para evitar salir de aquella habitaciĂłn en busca de lo que no debĂa. Se sumergiĂł de nuevo en los recuerdos, buscando los más dolorosos…
Aquel verano, tras el beso, Mike trabajaba a destajo. Apenas si se habĂa cruzado con Ă©l unas cuantas veces y de lejos, puesto que siempre parecĂa estar ocupado. Ni siquiera tenĂa tiempo para comer y cenar con su padre y con ella como habĂa hecho siempre. Para Kirsty aquello resultaba una tortura, hasta tal punto que echaba de menos incluso discutir con Ă©l y que la regañara a todas horas. Pero Mike parecĂa haberse convertido en un extraño en su propia casa. Una mañana su padre la mandĂł llamar a su despacho y lanzĂł sobre ella una bomba que jamás habrĂa esperado, y que supondrĂa el principio del fin de su vida tal y como la conocĂa. —¡No! —gritĂł Kirsty ante aquella imposiciĂłn. —Solo será un año y creo que será bueno para ti. —¿Vivir lejos de Little Meadows? —le gritó—. ¡CĂłmo puedes pensar que será bueno! —¡Necesitas centrarte, Kirsty! Has tirado todo un año a la basura, no sĂ© quĂ© te está pasando. —CambiarĂ©, papá, y estudiarĂ©, te lo prometo, pero aquĂ. —Está decidido, Kirsty —sentenciĂł Thomas Danvers con más severidad de la acostumbrada —. El prĂłximo año lo pasarás en el internado de Westminster. De nada sirviĂł todo lo que Kirsty luchĂł y pataleĂł. TerminĂł saliendo de aquel despacho con la misma respuesta que cuando habĂa entrado. Destrozada y buscando la manera de convencer a su padre para que le permitiera quedarse, saliĂł de la casa para respirar algo de aire fresco que le aclarara las ideas. «Mike», pensĂł de repente. Él era el Ăşnico que podĂa convencer a su padre para que cambiara de opiniĂłn. Deseosa de hablar con Ă©l, se planteĂł pedirle a Dennis, el mozo de cuadra, que la llevara hasta la empresa familiar en Oxford en aquel mismo instante, pero al final no fue necesario. Vio el coche de Mike avanzar por el camino de acceso a la finca y lo esperĂł con ansia hasta que se detuvo frente a ella. RespirĂł hondo para alejar los nervios antes de enfrentarse a Ă©l. Aquella era la primera vez que hablaban despuĂ©s del beso y se le salĂa el corazĂłn por la boca solo con verlo tan de cerca. AguardĂł con impaciencia a que Mike se bajara del coche; lo que no esperaba era que Melanie Simmons viniera con Ă©l. —¿Kirsty? —se extrañó Mike al verla allĂ con aquella cara de espanto—. ÂżQuĂ© haces aquĂ? —¿Podemos hablar? —le suplicĂł con un ligero temblor de labios. —Hemos quedado con Thomas a la una —intervino Melanie con una sonrisa frĂa—. Y son menos cinco. Kirsty se girĂł a mirarla y odiĂł a aquella mujer de rostro y aspecto perfecto, que jamás parecĂa llevar un pelo fuera de su sitio. —¿Estoy hablando contigo? —le dijo Kirsty con cierta irritaciĂłn, y se volviĂł de nuevo hacia Ă©l—. Necesito unos minutos, Mike, por favor. —¿No puedes esperar? —No. —Dame un momento —le pidió—. Necesito hablar algo urgente con Dennis sobre uno de los caballos. —Se girĂł hacia la otra mujer—. ReĂşnete con Tom, Melanie, irĂ© en cuanto pueda. Mike se alejĂł hacia el establo para buscar al mozo, y Kirsty respirĂł aliviada. Lo contemplĂł embelesada mientras se alejaba. Estaba tan absorta que no se dio cuenta de que Melanie no habĂa hecho caso y todavĂa estaba junto a ella, —Es todo un festĂn para los ojos, Âżverdad? —la escuchĂł decir, obligándola a volverse a mirarla—. Pues no mires mucho, no me lo vayas a desgastar… Kirsty apretĂł los dientes intentando controlar el acceso de ira. —¿Acaso es tuyo? —la enfrentĂł. —La duda ofende. —SonriĂł la arpĂa. «¡Cualquier dĂa la arrastro de los pelos!», se dijo Kirsty, apretando los puños. Aquel no era el primer encontronazo que tenĂan. Por razones obvias, Kirsty no la soportaba, pero aquella mujer parecĂa odiarla incluso más, y siempre estaba dispuesta a atacarla de forma gratuita. —¿Y Ă©l sabe que es de tu pertenencia? —le preguntĂł Kirsty imitando su sonrisa. «Porque no lo parecĂa mientras me besaba a mĂ», hubiera querido añadir. ConsiguiĂł callar a duras penas. —Por supuesto, y espero que te convenzas del todo el dĂa que me ponga un anillo en el dedo. A Kirsty se le descompuso el cuerpo ante la sola idea y fue incapaz de pronunciar palabra. —Es posible que cuando vuelvas de ese internado ya estemos casados… —insistiĂł la mujer. Aquello fue una bofetada difĂcil de encajar y disimular para Kirsty. —¡Yo no me voy a ninguna parte! —le gritĂł crispada, y estuvo a punto de agredirla cuando la escuchĂł reĂr a carcajadas—. Solo tengo que hablar con Mike. La risa sonĂł de nuevo alta y clara. —¿Crees que Mike va a cambiar de opiniĂłn respecto a eso? Kirsty la mirĂł, un tanto aturdida. —Ah, que no lo sabes… —SonriĂł Melanie con frialdad—. ÂżPensabas que la idea del internado era de tu padre y que Mike te defenderĂa? —Rio—. QuĂ© mona… Para Kirsty la sola insinuaciĂłn fue como una puñalada en el estĂłmago. PosĂł sus ojos en el establo y casi corriĂł hasta allĂ, en busca de la Ăşnica persona que podĂa desmentirla. Mike estaba aĂşn hablando con Dennis cuando ella entrĂł como una exhalaciĂłn, con la cara descompuesta. —Dime que no es verdad —le suplicĂł, sin importarle interrumpir la conversaciĂłn. Mike posĂł sus ojos sobre ella y suspirĂł. Le pidiĂł a Dennis que los disculpara unos minutos y el chico saliĂł del establo, dejándolos a solas. —Kirsty…, hablemos con calma. —¡¿Yo no puedo estar calmada?! —exclamĂł, aunque algo más bajo—. Mi padre quiere mandarme a un internado… Por favor, dime que no ha sido idea tuya. AguardĂł la respuesta, temerosa de lo que podĂa escuchar. —Es lo mejor para ti en este momento —terminĂł diciendo Mike tras un largo silencio. La punzada de dolor que la partiĂł en dos fue tan evidente que Mike recortĂł la distancia hasta ella. —Solo será un año —insistió—. DespuĂ©s podrás decidir quĂ© quieres hacer con tu vida. Pero Kirsty apenas escuchaba aquellas palabras. Su mente se habĂa quedado anclada al momento en el que habĂa comprendido algo devastador. —Quieres… echarme de casa —susurrĂł, mirándolo desolada—. ÂżPor quĂ©? A Mike tampoco parecĂan salirle las palabras del cuerpo. La miraba a los ojos con una expresiĂłn extraña, que Kirsty no se parĂł a analizar. —No es mi intenciĂłn echarte de aquĂ, Kirsty —le aseguró—. Pero necesitas centrarte y terminar tus estudios, para que puedas decidir tu futuro. —Yo tengo claro cuál quiero que sea mi futuro —le dijo, con los ojos anegados en lágrimas —. Solo quiero construir una casa en el valle, casarme y tener montones de niños a los que poder enseñar a cabalgar y a amar estas praderas. Es todo lo que quiero de la vida. —¿Y cĂłmo lo sabes si nunca has salido de Little Meadows? —le preguntĂł muy serio. —Lo sĂ©, porque he soñado solo con eso casi toda mi vida. —Entonces no te importará esperar un año más —le dijo con una extraña expresiĂłn—. Cuando regreses…, yo aceptarĂ© todo lo que tĂş decidas, eso te lo prometo. —Mike, por favor —Se abalanzĂł sobre Ă©l, desesperada, echándole los brazos al cuello—. No puedes desear que me marche… —Esto no tiene nada que ver conmigo, es por tu bien. —Mi bien eres tĂş —le susurrĂł entre lágrimas, mirándolo a escasos centĂmetros—. No me alejes de mi casa, Mike, por favor, ni de ti, y te darĂ© lo que quieras, cualquier cosa que me pidas… Lo vio apretar los dientes mientras tiraba de sus brazos para quitárselos del cuello. —Kirsty, deja de decir tonterĂas —le dijo ahora con una voz helada—. No pongas las cosas más difĂciles. —Esto… Âżes por ese beso? —le preguntĂł, sin poder esconder su angustia. —Ni lo menciones. —¿Por quĂ©? ÂżVas a decirme que no te gustĂł? Mike se encogiĂł de hombros y contestĂł en un tono apático y exento de emociĂłn. —Ni siquiera me he parado a pensarlo —le aseguró—. No era un beso para mi disfrute. Solo iba destinado a cumplir tus cuentos de hadas infantiles. —No es verdad… —Aquella indiferencia la mataba, y escucharlo llamarla infantil resultaba del todo insoportable. —Entiendo que tĂş estĂ©s impresionada, Kirsty, pero yo beso asĂ a las mujeres constantemente —insistiĂł, sin un solo atisbo de delicadeza—. Para mĂ no significĂł nada, y te garantizo que no volverá a suceder. Y si tenĂas alguna esperanza, más vale que te vayas olvidando. Esta es otra de las razones por las que ese internado es lo mejor para ti en este momento. Cada una de aquellas palabras fueron como puñales sobre su cuerpo; pero cada herida que le infringĂan mataba la angustia y el dolor para dejar solo paso a una rabia ciega, que pronto controlĂł todas y cada una de las cĂ©lulas de su cuerpo. —Eres un miserable —le arrojĂł a la cara. —Lamento que te lo tomes asà —insistió—. Solo estamos pensando en tu bien. A la larga, cuando crezcas un poco, te darás cuenta de… —¡Vete a la mierda, Mike! —interrumpiĂł iracunda—. Cuando crezca un poco… —lo imitĂł en un tono irĂłnico—, seguirĂ© pensando que eres un miserable, que me echĂł de mi casa como si yo fuera un estorbo del que hay que deshacerse. —No es verdad. —¡Por supuesto que sĂ! Él se limitĂł a suspirar, resignado. —Pero escĂşchame bien, Mike O'Connell. —RecortĂł las distancias y lo mirĂł con furia y una firme resoluciĂłn en los ojos—. Si tengo que irme de Little Meadows, lo harĂ© bajo mis condiciones. Echarme de aquĂ es lo Ăşltimo que tĂş vas a decidir sobre mi vida. —¿Algo más? —fue todo lo que Ă©l le preguntĂł, aparentemente inmune a su dolor. Para Kirsty aquella pasividad fue como echarle gasolina a una hoguera. Se acercĂł a Ă©l con lentitud y la rabia más absoluta brillando en sus ojos, y lo encarĂł hasta que casi pudo sentir su aliento sobre el rostro. —Te odio —musitĂł entre dientes, sin dejar de mirarlo—. Y nunca te perdonarĂ© por esto — Casi rozĂł la nariz con la de Ă©l antes de añadir—: ¡Jamás! Dicho esto, se dio media vuelta y sacĂł a Mike de su vida…
…hasta ahora, que se veĂa obligada a soportar su presencia, le gustara o no, al menos durante el tiempo que durase aquella locura que habĂa desatado su intento de secuestro. Recordar el dolor de aquel dĂa, hacĂa seis años, al fin logrĂł apagar por completo su excitaciĂłn, pero le llenĂł el pecho de una extraña y desagradable sensaciĂłn de abatimiento. «En realidad jamás te libraste del todo de Ă©l», le recordĂł su conciencia. Y aquello era una verdad indiscutible. Casi de forma inconsciente, lo habĂa convertido en uno de los pilares fundamentales de su vida a travĂ©s de aquel detective que la acompañaba en su dĂa a dĂa, y que amaba a ratos y odiaba casi todo el tiempo. Y luego estaba aquella pequeña maldiciĂłn suya, que jamás le habĂa permitido llevar una vida normal. Mike la habĂa marcado de tal forma con aquel beso, que le resultaba inĂştil encontrar ni un atisbo de deseo en ningĂşn otro. Lo cual la convertĂa en un bicho raro, un bicho raro… virgen, para ser más exactos. CapĂtulo 8 Kirsty, cada vez más inquieta, se revolviĂł en el asiento del coche de Mike, anhelando llegar cuanto antes a su adorada Little Meadows. DebĂan quedar apenas unos kilĂłmetros, y la emociĂłn de estar en casa ya hacĂa palpitar su corazĂłn de forma incontrolable. Al igual que el hombre que conducĂa a su lado, con el que se habĂa asegurado de intercambiar solo unas pocas palabras desde que habĂa amanecido. —Parece que en seis años has aprendido a apreciar el silencio, Kirsty —dijo Mike de repente, sin apartar la vista de la carretera—. No te habĂa visto nunca callada durante más de diez minutos. Sorprendente. Kirsty se limitĂł a mirarlo durante unos segundos y se girĂł de nuevo hacia su ventanilla, sin hacer un solo comentario. —A ver lo que nos dura esta paz —lo escuchĂł ahora susurrar. En aquella ocasiĂłn, Kirsty sĂ tuvo que respirar hondo varias veces, pero no le dio el gusto de reaccionar ante el comentario. Se sentĂa orgullosa de sĂ misma por haber sido capaz de ignorarlo durante tantas horas, incluidas las seis que habĂan pasado metidos en un aviĂłn. Durante la noche, en la que apenas habĂa dormido, se habĂa prometido a sĂ misma pasar de Ă©l todo lo que pudiera. El que tuvieran que verse, no significaba que debieran relacionarse entre sĂ. Con aquella premisa bien clara, se habĂa enfrentado aquella mañana al hombre que conducĂa a su lado, al que preferĂa ni siquiera mirar para evitar que su cuerpo le recordara el calor sufrido durante la noche y cĂłmo se vio obligada a sofocarlo, casi en contra de su propia voluntad. La vergĂĽenza aĂşn teñĂa sus mejillas al recordarlo. Diez minutos despuĂ©s, al tomar la curva que anunciaba que habĂan llegado a su destino, Kirsty contuvo la respiraciĂłn hasta ver la puerta de la finca ante sus ojos. Cuando el coche se detuvo para esperar a que se abriera el portĂłn de acceso, Kirsty observo los enormes pilares de piedra que marcaban la entrada y se deleitĂł con el enorme letrero, tallado en aquella misma piedra, donde se leĂa en letras claras: Bienvenidos a Little Meadows. La emociĂłn la embargĂł de forma inevitable y sintiĂł una invasiĂłn de recuerdos de cuando era feliz allĂ. Siempre intentaba regresar al menos un par de veces al año, cuando sabĂa que Mike estaba de viaje de negocios, pero se veĂa obligada a volver a Nueva York demasiado pronto. En aquella ocasiĂłn hacĂa ya cinco meses que no iba, desde la Ăşltimas Navidades, el mismo tiempo que llevaba sin ver a su padre. Pero debĂa reconocer que la emociĂłn que la embargaba en aquel instante era muy diferente a cualquiera de sus anteriores visitas. Realmente se sentĂa como si llevara seis años en el exilio y regresara a casa al fin. Una extraña sensaciĂłn mezcla de agitaciĂłn, emociĂłn y dicha le inundaba el pecho, al tiempo que se esforzaba por ni siquiera plantearse el motivo por el que se sentĂa asĂ. Mike traspasĂł los muros y siguiĂł conduciendo por el camino que se elevaba y curvaba, mientras a Kirsty se le agitaba la respiraciĂłn, deseosa de ver aparecer por primera vez la mansiĂłn, que por fin se mostrĂł tras el Ăşltimo recodo, recortada contra el telĂłn de árboles del fondo. El cĂ©sped estaba cortado y las azaleas en plena floraciĂłn. El sol realzaba los brillantes colores, consiguiendo que todo su cuerpo se relajara casi al instante. Cuando Mike detuvo el coche frente a la escalinata de entrada, Kirsty sonriĂł. —Estoy en casa —musitĂł, casi sin darse cuenta. —Por fin… —escuchĂł susurrar a Mike en un tono extraño, pero estaba demasiado emocionada como para pararse a analizarlo. BajĂł del coche, mirĂł a su alrededor e inspirĂł con fuerza, deseosa de llenar no solo sus pulmones, sino todos sus sentidos de aquel aire limpio y puro, donde los intensos aromas de las flores flotaban en el ambiente y parecĂan mezclarse con los recuerdos más felices de su vida. Cuando posĂł sus ojos sobre la inmensa y maravillosa pradera que se extendĂa más allá del horizonte, suspirĂł, deseosa de salir a galopar a lomos de Hope cuanto antes. GirĂł varias veces sobre sĂ misma, maravillada ante la belleza del que siempre fue su hogar, y se sintiĂł como si lo viera por primera vez. Se dejĂł inundar por una felicidad total y absoluta, que colaborĂł para convertir la vista casi en una escena de cuento de hadas Thomas Danvers gritĂł su nombre mientras salĂa por la puerta de la casa, y Kirsty subiĂł corriendo los pocos escalones que la separaban de Ă©l. AbrazĂł a su padre con fuerza, ocultando los ojos empañados en lágrimas, dando gracias por poder estar entre sus brazos una vez más. —¡Mi pequeña, quĂ© ganas tenĂa de verte! —¡Y yo a ti, papá! —¿Estás bien? —Se separĂł para inspeccionarla de arriba abajo—. ÂżDe veras no te hicieron nada esos bárbaros? —Estoy perfecta, solo fue un susto —le asegurĂł con una sonrisa. —Pero pudo terminar en tragedia. —Papá, no seas agorero. —Vale, pero aquĂ estarás a salvo. Kirsty leyĂł la satisfacciĂłn en el rostro de su padre y sonriĂł de nuevo, observándolo ahora con más detenimiento. HabĂa perdido varios kilos desde las navidades, pero su rostro parecĂa lozano y fresco, no pálido y enfermizo como esperaba encontrarlo. Siempre habĂa sido un hombre muy guapo, y a sus sesenta y dos años todavĂa se veĂa muy atractivo, a pesar del susto que la vida acababa de darle. —Tienes buen aspecto —le dijo Kirsty con cautela. Su padre sonriĂł un tanto cohibido y mirĂł a Mike, que llegaba justo hasta ellos cargando la maleta de la chica. —Lo sabe —admitiĂł Mike—. Lo lamento, pero se me escapĂł durante una conversaciĂłn. Thomas mirĂł a su hija con ojos resignados. —Siento no habĂ©rtelo dicho antes, Kirsty —empezĂł diciendo. —Debiste hacerlo —se quejĂł, aunque no sonĂł a regaño. —Puede ser. Mike es de la misma opiniĂłn. Aquello sorprendiĂł a la chica, que se esforzĂł para no mirarlo. —Pero ya hablaremos de eso más tarde —insistiĂł Thomas—. Ahora dĂ©jame verte bien. —Se apartĂł un poco y la observĂł con una sonrisa radiante—. MĂrala, Mike, Âżno es la mujer más hermosa que has visto nunca? —Su belleza está a la altura de su terquedad, sin duda. Kirsty intentĂł morderse la lengua, en sentido literal, pero no funcionĂł. MirĂł a Mike con el ceño fruncido. —No sĂ© si con ese comentario has pretendido halagarme o insultarme. —PretendĂa ser un cumplido. —¡Ay, entonces gracias! —dijo en lo que parecĂa un tono jovial—. Eres un imbĂ©cil realmente encantador. En contra de todo pronĂłstico, Mike sonriĂł con una sinceridad que a punto estuvo de costarle un suspiro a la chica. —TouchĂ© —le dijo con cierta diversiĂłn, sin dejar de mirarla. Thomas los observaba con una sonrisa de oreja a oreja, de la que solo Ă©l conocĂa el motivo. —¿QuĂ© te pasa? —le preguntĂł Mike, confuso ante su enigmática expresiĂłn. —Nada, Âżpor quĂ© deberĂa pasar algo? Mike observĂł al hombre unos segundos más, que seguĂa luciendo una especie de sonrisa traviesa, hasta que terminĂł dándose por vencido. Estaban a punto de entrar en la casa cuando una mujer morena y menuda, de una belleza asombrosa, saliĂł por la puerta para unirse a ellos, luciendo una sonrisa radiante. —Ah, Nadine, quiero presentarte a mi hija —dijo su padre, feliz. Kirsty le tendiĂł la mano e intentĂł sonreĂr. AsĂ que aquella era la tal Nadine, la enfermera de su padre… Pues era una mujer preciosa. —Ya tenĂa ganas de conocerte —le dijo la mujer con un afecto sincero—. Tu padre no para de hablar de ti. —Encantada. —Cuando la mirĂł de cerca, se dio cuenta de que no era tan joven como le habĂa parecido. ÂżLe gustarĂan a Mike las mujeres más mayores que Ă©l? «¿Y a mĂ que narices me importa eso?», se contestĂł al instante, pero se contradijo un segundo despuĂ©s. «¿Habrá pasado ya la tal Nadine con Ă©l por el establo…? ¡Es muy probable!». —Voy a subir a instalarme —dijo, sintiĂ©ndose malhumorada de repente—. Luego os veo. Cuando fue a coger su maleta, Mike se le adelantĂł. En silencio, ambos entraron en la casa. —¿QuĂ© demonios has metido aquĂ dentro, Kirsty? —protestó—. ÂżPiedras? —Esas cositas redonditas que tiene debajo se llaman ruedas —le indicĂł mordaz—. Se usan para arrastrar la maleta y no tener que cogerla al peso. Mike soltĂł la maleta en el suelo, junto a la escalera, y la mirĂł con una expresiĂłn irĂłnica. —Anda, genial, entonces no tendrás ningĂşn problema para arrastrarla escaleras arriba hasta tu cuarto. Se hizo a un lado y se cruzĂł de brazos, esperando a que Kirsty tomara acciĂłn. La chica lo mirĂł con altivez y cogiĂł su maleta del asa. Era consciente de que no habĂa ninguna posibilidad de subir aquellos veinte escalones tirando de aquel muerto y conservar un mĂnimo de dignidad. Pronto estarĂa deslomada y parecerĂa un tomate maduro del esfuerzo… —¿No tienes nada que hacer? —le dijo irritada. —Nada que sea más interesante. —Pues debes llevar una vida muy aburrida. —Puede ser, pero al parecer tĂş has venido dispuesta a amenizármela. —Se apoyĂł con tranquilidad contra la pared y señalĂł la escalera—. Por favor, muĂ©strame cĂłmo funcionan las ruedas de una maleta, estoy expectante. —¡No tengo ningĂşn problema! —le asegurĂł molesta—. Llevo seis años arrastrando sola mi maleta, Mike, sin necesitarte a ti para hacerlo. —¿Sola? —SonriĂł con sarcasmo—. Seguro que siempre has tenido a alguien alrededor dispuesto a llevártela. —Pues sĂ, nunca me ha faltado quien se ofreciera —lo mirĂł irritada, consciente de que ya no hablaban de la condenada maleta. —Con esa actitud que te gastas, compadezco al que se lo permitieras. Kirsty tuvo que respirar hondo para no mandarlo al quinto infierno. ÂżDĂłnde habĂa quedado su firme propĂłsito de ignorarlo? —Al que yo le permita… llevar mi maleta, Mike, te aseguro que no tiene queja. Su padre entrĂł en la casa acompañado de Nadine y Dennis, al que le habĂa faltado tiempo para correr a verla desde el establo. Kirsty lo saludĂł de forma efusiva, contenta de verlo. Dennis llevaba al menos diez años trabajando en Little Meadows, ocupándose de los caballos, y siempre habĂan tenido una relaciĂłn cordial. Alrededor de los treinta años y de un atractivo indiscutible, tonteaba con ella casi desde el primer dĂa que habĂa llegado a la finca, aunque Kirsty solo podĂa verlo como a uno de esos primos segundos que vienen de visita de vez en cuando. —¿Cuánto tiempo te quedas? —le preguntĂł el chico tras los saludos iniciales. —TodavĂa no lo sĂ©. —MirĂł a Mike de reojo, que observaba la escena en silencio—. De momento voy a instalarme. —Genial, luego te veo, Âżte ayudo con la maleta? —se ofreciĂł. Kirsty sonriĂł mucho más que complacida con el ofrecimiento, pero eso fue solo hasta que Mike interrumpiĂł la conversaciĂłn para decir: —No es necesario, Dennis, yo me encargo. El chico se despidiĂł y saliĂł de la casa junto con Thomas y Nadine, que decidieron dar un paseo por los jardines mientras Kirsty colocaba sus cosas. Malhumorada, Kirsty mirĂł a Mike con el ceño fruncido. —¿Tanto te costaba permitir que Dennis subiera la maldita maleta? —le dijo irritada. Mike recortĂł la distancia, quedando a un escaso medio metro, y clavĂł su mirada en ella. A la chica le costĂł mucho trabajo mantenerse serena. —Mientras estĂ©s en Little Meadows, Kirsty… —dijo con lo que parecĂa una seria advertencia en los ojos—, nadie más que yo va a tocar tu maleta. Y sin añadir nada más, tomĂł la maleta del asa y comenzĂł a subir la escalera con agilidad, igual que si pesara como una pluma. Kirsty tragĂł saliva y clavĂł sus ojos en Ă©l, de repente muy acalorada, sin poder dejar de apreciar cada centĂmetro de su cuerpo. «¿QuĂ© narices ha querido decir con eso de nadie más que yo va a tocar tu maleta?», se preguntĂł, con el corazĂłn aĂşn a mil por hora. Lo que su mente se empeñaba en leer en ese comentario estaba haciendo estragos en cada cĂ©lula de su cuerpo, y eso la irritĂł de nuevo. Si aquello venĂa a colaciĂłn de su anterior conversaciĂłn, la connotaciĂłn era clara; siempre y cuando ella no hubiera malinterpretado nada, porque tambiĂ©n cabĂa la posibilidad de que Mike estuviera hablando de la puñetera maleta en sentido literal… «Putos juegos de palabras, ¡me cago en la leche!». Se habĂa quedado tan anclada en aquel comentario que cuando se quiso dar cuenta Mike venĂa de vuelta escaleras abajo, y ella no habĂa subido un solo peldaño. —¿A quĂ© estás esperando? —le dijo Ă©l, pasando a su lado sin mirarla y casi sin detenerse—. ÂżNo querrás que sea yo tambiĂ©n quien cuelgue la ropa en el armario? Aquello fue lo Ăşltimo que lo oyĂł decir antes de desaparecer por la puerta principal. «Ahhggrrrr, ¡quĂ© hostia te daba!», quiso gritar mientras pataleaba contra el suelo. «Sigue asĂ, Kirsty, lo está ignorando de miedo», ironizĂł la parte toca narices de su cerebro. —¡Oh, cállate! —se dijo a sĂ misma en alto, comenzando a subir peldaños, pateando cada uno como si tuvieran la culpa de su cabreo.
Cuando Kirsty se preparaba para bajar a cenar, estaba nerviosa. Durante muchos años, sentarse a comer y cenar los tres juntos habĂa sido casi un ritual que ella esperaba ansiosa; al menos hasta que su enfrentamiento con Mike empezĂł a hacer de aquellos momentos algo insoportable. Ahora, seis años despuĂ©s, se veĂa obligada a retomar viejos hábitos, y solo esperaba controlarse lo suficiente como para aportarle tranquilidad a su padre, que era lo Ăşnico que le importaba en aquel momento. «¡Que le den a Mike!», se dijo. «Me importa un comino que estĂ© sentado a la mesa. Para mĂ está de más.». Se repetĂa más a menudo de lo normal, incluso en voz alta, mientras se cambiaba de ropa por quinta vez en la Ăşltima media hora. DespuĂ©s se sentĂł ante el espejo y se centrĂł en peinarse, para despeinarse con mucho cuidado un momento despuĂ©s, buscando aparentar cierta dejadez. Se maquillĂł de forma muy ligera, pero lo suficiente como para sentirse cĂłmoda con su aspecto. Aunque la realidad era que cualquiera que mirara a Kirsty Danvers, con o sin maquillaje, se sentirĂa fascinado por la belleza casi salvaje de su rostro. Sus ojos, de un verde intenso y enormes pestañas, parecĂan reflejar el precioso color cobrizo de su cabello, que jamás conseguĂa domar del todo y que debĂa obligarse a apartar de su bonito rostro de forma constante. Se puso en pie para mirarse en el espejo de cuerpo entero. Al final habĂa escogido una de sus faldas cortas más informales, que mostraban sus largas y bien torneadas piernas, y una sencilla camiseta blanca, pero que se ajustaba a su cuerpo de la manera más sugerente; lo cual era inevitable, puesto que sus bien proporcionadas curvas eran difĂciles de esconder. RebuscĂł dentro del armario en busca de sus viejas botas tejanas, que siempre habĂa usado incluso para montar, y se las calzĂł emocionada. —¡Me van perfectas! —dijo en alto, admirando su atuendo completo, consciente de que estaba realmente bonita—. A ver si te caes de culo al verme, odioso. «Pero vamos, me sigue importando un comino que estĂ©s sentado a la mesa…». CapĂtulo 9 Cuando entrĂł en el salĂłn, todos estaban ya allĂ. Le sorprendiĂł que Nadine tambiĂ©n estuviera, hasta que recordĂł que la mujer de momento vivĂa interna en la casa, cosa que habĂa olvidado por completo. Ella y su padre estaban sentados a la mesa, mientras que Mike aĂşn permanecĂa en pie, con uno de sus codos apoyado en el poyete de la chimenea, junto a los sofás. —Lo siento, creo que he perdido la nociĂłn del tiempo —se excusĂł Kirsty, intentado que sus ojos no se quedaran presos de la imponente figura que la miraba de una forma inescrutable. —TodavĂa es pronto —dijo su padre con una sonrisa—. Estás preciosa, Kirsty. —Gracias, papá, pero ya os advierto que no tengo por costumbre cambiarme de ropa para cenar. —SonriĂł, asegurándose de no mirar a Mike para nada—. Hoy ha sido una excepciĂłn. —Es un alivio —dijo Nadine en un tono divertido y cordial—. Porque yo no creo disponer de ropa suficiente como para cambiarme dos veces al dĂa. Kirsty sonriĂł con sinceridad. DebĂa reconocer que le caĂa bien aquella mujer. —EstarĂ©is preciosas con cualquier cosa que llevĂ©is puesta. —Rio su padre—. ÂżVerdad, Mike? —Por supuesto —contestĂł el aludido, caminando ahora hacia la mesa. Kirsty no pudo apartar los ojos de Ă©l mientras avanzaba. Le recordĂł a un peligroso pero impresionante felino, caminando hacia su presa, y se sintiĂł hipnotizada por aquella imagen. —Cuando una mujer es asĂ de hermosa, todo lo demás resulta indiferente —continuĂł diciendo Mike mientras cogĂa asiento a la mesa, sin mirar a nadie. «¿A cuál de las dos se estará refiriendo?», se preguntĂł Kirsty con cierta inquietud. «¿Era a Nadine a quien consideraba asĂ de hermosa?». Se regañó a sĂ misma por permitir que aquel tipo de comentarios le afectaran y prefiriĂł cambiar de tema. —He encontrado a Hope algo triste —comentĂł mirando a su padre. Kirsty habĂa pasado a ver a su caballo poco antes de vestirse para cenar. —Te echa de menos —le asegurĂł el hombre—. Como todos aquĂ. «Algunos más que otros», pensĂł Kirsty para sĂ, pero no dijo nada. —Seguro que está deseando salir a galopar contigo por esas praderas —insistiĂł Thomas. —¡No más que yo! —SonriĂł ella, feliz solo con imaginarlo—. Si la diferencia horaria no me hubiera robado medio dĂa, hace rato que estarĂamos disfrutando de uno de nuestros paseos. Mañana saldrĂ© a primera hora. A aquello Mike sĂ tuvo algo que decir. —Tendrá que ser cerca del mediodĂa —dijo categĂłrico. —¿Y eso quiĂ©n lo dice? —se quejĂł. —Lo digo yo. —Entonces menos mal que me importa un carajo lo que tĂş digas. —¡Kirsty…! —la amonestĂł su padre por el mal tono. —Disculpa, papá, pero disfruta dándome Ăłrdenes —SeñalĂł a Mike— porque sabe que no lo soporto. —Pero en este caso tiene razĂłn. La chica se quedĂł perpleja, y Mike se encargĂł de aclararle. —Tengo una reuniĂłn temprano que durará al menos un par de horas. —Pues, sin ánimo de parecer maleducada…, Âża mĂ quĂ© narices me importa? Ahora sĂ mirĂł a Mike, esperando una respuesta que ya presentĂa que no iba a gustarle. —No saldrás a cabalgar sola, Kirsty —le dijo rotundo, aunque con total tranquilidad—. Tendrás que esperar hasta que yo pueda acompañarte. —¡No voy a ir a ninguna parte contigo! —le saliĂł del alma, al instante. —Entonces no montarás —sentenciĂł sin más. Kirsty, entre furiosa y asombrada, mirĂł a su padre buscando su opiniĂłn ante aquella afirmaciĂłn. —Recuerda que no estás aquĂ solo de vacaciones, Kirsty —le dijo su padre en un tono conciliador, intentando apaciguar los ánimos—. De momento es peligroso que vayas sola a ninguna parte. —¡Oh, venga ya! —protestó—. AquĂ en la finca estoy a salvo. —Eso todavĂa no lo sabemos —insistiĂł Thomas—. No podemos arriesgarnos a que te pase algo. Kirsty apretĂł los dientes e intentĂł serenarse, recordándose que su padre no debĂa alterarse. Incluso asĂ no pudo evitar añadir: —Entonces, para que me quede claro, Âżsoy una prisionera en mi propia casa? —No deberĂas verlo asĂ… —Pero es la verdad. —Puedes ir donde quieras —insistiĂł Thomas—, solo tienes que esperar a que Mike puede acompañarte. Kirsty hubiera podido gritar como una posesa hasta quedarse ronca, pero Âżde quĂ© iba a servirle? SerĂa mucho mejor fingir que aceptaba y despuĂ©s hacer lo que le viniera en gana. —¡Pues quĂ© bien! —ironizó—. Mi estancia aquĂ va a ser una fiesta continua, ¡y me la querĂa perder! «AdiĂłs a mi idea de ignorarlo», se dijo, ofuscada. Era consciente de que si pasaba mucho tiempo en compañĂa de Mike, querrĂa sacarle los ojos cada dos minutos, y confiar en que lograrĂa dominarse siempre para no estallar era engañarse demasiado. —¿Y hasta cuándo durará mi cautiverio? —preguntĂł con una engañosa calma—. Lo pregunto para mentalizarme. Su padre dejĂł escapar un largo suspiro —Kirsty, no estás… —Hasta que estemos seguros de que nadie te ha seguido hasta aquà —interrumpiĂł Mike—. Si quieres verlo como un cautiverio, por mĂ no hay problema. —Mike… —intentĂł intervenir Thomas para pedirle calma, pero fue ignorado por ambos. —Oh, claro, Âżpor quĂ© iba a importarte a ti cĂłmo me siento? —Mi objetivo es mantenerte a salvo —dijo Mike con frialdad—, no tenerte contenta. —¡No podrĂas contentarme ni volviendo a nacer! —le dijo con un repentino sofoco que ni ella entendĂa. —¿Si me empleara a fondo? —SonriĂł sarcástico—. PermĂteme dudarlo. La mirada arrogante que posĂł sobre ella la sacĂł de sus casillas, e incluso asĂ sintiĂł que se ruborizaba de la cabeza a los pies. Mike estaba recordándole de nuevo aquel beso de años atrás, resultaba obvio por el modo en que la miraba, pero delante de su padre estaba atada de pies y manos para contestarle como se merecĂa. —Pon en duda lo que te dĂ© la gana —fue todo lo que pudo decirle, rogando para que su azoramiento ante el comentario no fuera demasiado evidente—. Pero mientras tanto vamos a cenar para que puedas largarte a tu casa cuanto antes —CogiĂł un pedazo grande de pan y se lo metiĂł en la boca para ilustrar sus palabas. Mike sonriĂł con autosuficiencia y guardĂł silencio. —Con respecto a eso… —intervino su padre—. Creo que es mucho mejor que Mike siga durmiendo aquĂ en la mansiĂłn unos dĂas más. La chica dejĂł escapar un largo suspiro de hastĂo, que fue todo lo que el enorme trozo de pan que se afanaba por masticar le permitiĂł expresar. —PiĂ©nsalo, Kirsty —insistiĂł Thomas—. Si alguien se colara aquĂ, yo no podrĂa protegerte, y necesito saber que estás segura. Si es necesario, doy mi permiso para que Mike y tĂş compartáis habitaciĂłn. Kirsty se atraganto con el pan al escuchar aquellas palabras. Tuvo que toser con fuerza para despejar sus pulmones. Nadine le sirviĂł un vaso de agua con sorprendente rapidez, que ella agradeciĂł con un gesto. Cuando al fin pudo dejar de toser, se sintiĂł invadida por un bochorno que apenas podĂa disimular. —¿Estás mejor? —se preocupĂł su padre. Kirsty asintiĂł y bebiĂł agua de nuevo. Sin poder evitarlo, mirĂł a Mike por encima del vaso. «Como si pudieras esconderte detrás de un simple cristal», se dijo, acalorada, aunque no pudo evitar mirarlo igualmente. Esperaba encontrar en Ă©l una mirada burlona, pero en su lugar se topĂł con una extraña expresiĂłn indescifrable que solo contribuyĂł a confundirla más. Y, puesto que consideraba que ya habĂa hecho el ridĂculo lo suficiente, decidiĂł guardar silencio y no seguir remando contracorriente. Si el maldito Mike tenĂa que dormir en la mansiĂłn, que asĂ fuera. «Pero no le abrirĂa las puertas de mi cuarto ni aunque me estuvieran matando», se dijo, intentando recuperar la compostura. Y lo estaba consiguiendo, hasta que la parte de su cerebro que iba por libre añadiĂł a su comentario… «Le abrirĂas tu cuarto y tus piernas, reconĂłcelo». —Disculpadme —dijo al instante, poniĂ©ndose en pie—. Voy al lavabo mientras Doris sirve la cena. SaliĂł del salĂłn a paso rápido, buscando la forma de recuperar el control de sus emociones. SabĂa que la convivencia en Little Meadows iba a ser complicada, y estaba preparada y dispuesta a lidiar con las continuas discusiones con Mike, pero aquella parte de su cerebro que se desestabilizaba ante el más mĂnimo comentario o insinuaciĂłn fuera de tono la desquiciaba más de lo que podĂa soportar. Y, para colmo, su cuerpo parecĂa ir por libre y se encendĂa como una hoguera sin que apenas pudiera controlarlo. «¿Y quĂ© esperabas? Llevas seis años sin sentir nada». AllĂ estaba aquella odiosa vocecilla otra vez. Aunque debĂa reconocer que en aquello sĂ tenĂa razĂłn. Su cuerpo habĂa estado apático y sin sentir ningĂşn tipo de estĂmulo durante demasiado tiempo, pero esa era tambiĂ©n la razĂłn por la que no estaba acostumbrada a lidiar con aquella intensa llamarada que se encendĂa en su interior en el momento más inesperado, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. «Ay, joder, no soporto este calor», se dijo, cogiendo un folleto publicitario que habĂa sobre el aparador del hall para abanicarse. —¿Te encuentras bien? —escuchĂł preguntar a Mike a su espalda. Kirsty se puso tensa de forma automática y le costĂł decidirse a volverse hacia Ă©l. —Sà —dijo con sequedad, mirándolo al fin—. ÂżNo lo parece? —¿Llevas diez minutos aquĂ en el pasillo? —respondiĂł con otra pregunta. La chica tuvo que esconder un poco su desconcierto. ÂżLlevaba tanto tiempo allĂ de pie perdida en sus divagaciones? —Vengo del baño —mintiĂł con descaro—. Te tomas tu papel de carcelero muy en serio, Âżno? Mike la mirĂł con una expresiĂłn seria y terminĂł soltando un suspiro exasperado. DespuĂ©s, recortĂł las distancias con una expresiĂłn feroz, consiguiendo que Kirsty reculara hasta toparse contra la pared. —Un dĂa de estos, Kirsty —le dijo con una mirada crĂtica, acorralándola muy de cerca—, voy a perder el control y a bajarte esa altanerĂa de una vez por todas. Y sin darle derecho a rĂ©plica, Mike se alejĂł de ella y saliĂł al exterior por la puerta principal. Kirsty tragĂł saliva y tuvo que apoyarse sobre la pared. Le temblaban tanto las piernas que dudaba de poder caminar hasta el salĂłn. VolviĂł a abanicarse, ahora con autĂ©ntica desesperaciĂłn.
Mike no regresĂł ni siquiera para cenar, lo cual desconcertĂł a Kirsty por completo, pero le permitiĂł relajarse un poco. Nadine resultĂł ser una conversadora muy agradable, y ambas, junto con su padre, mantuvieron una charla muy interesante mientras comĂan. La mujer, además, era una lectora asidua de sus libros, y se llevĂł una alegrĂa inmensa cuando Kirsty se ofreciĂł a prestarle el ejemplar de su Ăşltima novela que habĂa traĂdo para la biblioteca de su padre, puesto que Ă©l ya habĂa leĂdo el manuscrito antes de su publicaciĂłn, como hacĂa siempre. EufĂłrica, la enfermera se retirĂł a su habitaciĂłn con el libro en la mano y una sonrisa esplĂ©ndida. —Bueno, por fin podemos pasar un ratito solos —le dijo su padre con una expresiĂłn de felicidad—. Tendrás un millĂłn de cosas que contarme, mi pequeña. Kirsty sonriĂł y ambos se trasladaron a la otra zona del salĂłn para estar más cĂłmodos. —AsĂ que Âżno queda un solo ejemplar de tu novela en ninguna tienda? —SonriĂł Thomas, encantado, mientras caminaban hasta el mullido sofá. —Ni uno solo. —Rio. —¡QuĂ© orgulloso estoy de ti! —la abrazó—. ¡Esta es mi chica! Kirsty rio a carcajadas y le devolviĂł el abrazo, dejándose invadir por una maravillosa sensaciĂłn de dicha. DespuĂ©s se sentaron en el sofá, donde siempre solĂan terminar en las sobremesas. —Adoro tenerte en casa —confesĂł su padre, mirándola con ternura. —HabrĂa venido mucho antes si me hubieras hablado de tu enfermedad —le regañó, aunque con una voz suave y mirada tierna—. No ha estado bien ocultarme tu estado, papá. —Lo sĂ©, cariño, y Mike se encargaba de recordármelo casi a diario… —¿Por quĂ© callar entonces? —QuerĂa que nada enturbiara el lanzamiento de tu novela —dijo casi titubeante. —TĂş eres más importante para mĂ que cualquier novela —le aseguró—, y lo sabes. —SĂ. —¿Entonces? Thomas suspirĂł y la mirĂł con un extraño brillo en los ojos. —SĂ© lo mal que lo pasaste cuando mamá enfermĂł —admitiĂł al fin—, y no querĂa hacerte pasar por lo mismo. Kirsty suspirĂł y lo mirĂł con los ojos acuosos. Era cierto, la enfermedad de su madre fue muy dura para la niña que era entonces. —Ya no tengo once años, papá —le recordó—. Y pude haberte perdido sin ni siquiera despedirme. No ha estado bien. —Solo querĂa evitarte más sufrimiento. —Le tomĂł las manos y la mirĂł con cierto pesar—. Soy consciente de que no estuve a la altura cuando tu madre falleciĂł, Kirsty. —Papá… —Sabes que es verdad —la interrumpió—. Cuando perdĂ a Eloise, me perdĂ a mĂ mismo tambiĂ©n, y estaba tan absorto en mi propio dolor que te descuidĂ©. No estuve ahĂ para ti, que tambiĂ©n habĂas perdido a tu madre. Aquello era indiscutible y ambos lo sabĂan. —Si Mike no te hubiera tomado bajo su ala, no sĂ© cĂłmo hubieras podido soportarlo. Otra verdad absoluta, pero aquella le desagradĂł mucho más escucharla y, sobre todo, tener que aceptarla. —No me mires asĂ. —SonriĂł su padre ante su gesto obstinado y agregó—: Al CĂ©sar lo que es del CĂ©sar. Kirsty guardĂł silencio. —Mike siempre supo cuidar de ti mucho mejor que yo —insistiĂł su padre—. Y es algo que le agradecerĂ© toda la vida. —¡Uno no puede vivir siempre de las rentas! —le recordĂł con testarudez—, y hace mucho tiempo de aquello. Thomas sonriĂł y mirĂł a su hija con un extraño gesto de resignaciĂłn. —Tiempo al tiempo —susurrĂł el hombre casi para sĂ. Kirsty guardĂł silencio. SabĂa que su padre estaba convencido de que algĂşn dĂa ella y Mike terminarĂan limando asperezas, pero ella lo Ăşnico que estaba dispuesta a limarse eran las uñas. —¿Podemos dejar de hablar de CalĂgula y centrarnos en algo más interesante? —le pidiĂł con una expresiĂłn esperanzada. Aquello le arrancĂł a su padre una sonora carcajada. —No se te vaya a ocurrir llamarle asĂ a la cara, Kirsty… —¿Conoces algĂşn otro CĂ©sar peor que ese? —Ay, Kirsty, tĂş no te cansas nunca de torturarlo, Âżverdad? —¡Como si le afectaran lo más mĂnimo mis intentos de tortura! —protestĂł al tiempo que se ponĂa en pie y se alejaba hacia la mesa del salĂłn a por un vaso de agua. Thomas suspirĂł, la siguiĂł con la mirada y casi murmurĂł para sĂ: —Definitivamente, no hay peor ciego que el que no quiere ver…
Una hora más tarde, Thomas comenzĂł a achacar el cansancio y decidieron dar por finalizada la tertulia. Para Kirsty aĂşn era temprano, pero puesto que no habĂa casi dormido la noche anterior, tambiĂ©n decidiĂł retirarse a descansar. Al salir del salĂłn, cuando estaban a punto de subir las escaleras, Mike entrĂł en la casa por la puerta de la calle. —¿Está todo en orden? —le preguntĂł Thomas, deteniĂ©ndose a mirarlo. —SĂ, he recorrido toda la cerca —contó—. Y no se ve nada raro. Kirsty escuchaba la conversaciĂłn un tanto sorprendida. AsĂ que ÂżMike se habĂa tomado la molestia de inspeccionar todo el perĂmetro de la finca? ¡Si era kilomĂ©trica! —Pero Âżde verdad creĂ©is que alguien me perseguirĂa hasta aquĂ? —intervino—. Creo que estáis un poco paranoicos. —Mejor prevenir que curar, Kirsty —opinĂł su padre. Mike no se molestĂł en agregar nada, en realidad ni siquiera la mirĂł. —Yo me encargo de cerrar y asegurar todas las entradas —le dijo a su padre—. AcuĂ©state tranquilo. —¿A quĂ© hora te irás por la mañana? —siguiĂł interrogando Thomas. —A las siete, aunque la videoconferencia no es hasta las nueve. —Bien, espero que todo salga bien con Wang. —IntentarĂ© cerrar el acuerdo a distancia —contĂł Mike—. No podrĂ© viajar a verlos si se empeñan en hacerlo en persona. Ahora sĂ mirĂł a Kirsty, aunque muy de pasada, dando a entender que ella era el motivo de su comentario. —Por mĂ no te apures —intervino, irritada por su actitud distante—. Si tienes que viajar donde ese tal Wang, podrĂ© soportar vivir sin tu presencia. Mike la mirĂł con una expresiĂłn apática y ni siquiera se molestĂł en contestar. —Que no entre en su alcoba hasta que pueda revisarla —le dijo a Thomas justo antes de desaparecer hacia la cocina. «Será idiota», pensĂł furiosa. —¿Me he vuelto invisible de repente? —dijo en alto, arrancándole a su padre una carcajada —. ÂżY quiĂ©n es el tal Wang? —Si todo va como debe, nuestro socio en Hong Kong —le contĂł mientras ambos subĂan las escaleras. —¿En serio? —se asombrĂł la chica—. ÂżEstáis cerrando un acuerdo para llevar Dannell´s a China? —No solo eso —dijo emocionado—. Wang es el gran gigante ecuestre en toda Asia. Ese acuerdo llevarĂa la empresa a un nivel que ni siquiera yo me atrevĂ a soñar jamás. —¡Guau! —Espero que todo salga bien. —Sonrió—. Mike ha trabajado de forma incansable durante dos años para llegar a este punto. Kirsty guardĂł silencio, muy asombrada. Dannell´s no era una empresa lo que se dice pequeña. Centrados en el mundo de los caballos, fabricaban y exportaban artĂculos ecuestres de todo tipo, siendo una de las marcas más famosas y reconocidas, y lĂderes de ventas. De vez en cuando, la empresa tambiĂ©n organizaba y patrocinaba concursos hĂpicos, donde a veces solĂan llevar a algunos de los caballos de su propio establo. Estaban bien establecidos en todo el continente europeo, pero, sin duda, entrar en el mercado asiático los catapultaba a otro nivel. —Ahora sĂ estoy impresionada —tuvo que reconocer a regañadientes—. AsĂ que ese CEO tuyo realmente sabe lo que hace… Su padre volviĂł a reĂr. —QuiĂ©n lo hubiera dicho —agregĂł burlona. —Cualquiera que se pare a verlo trabajar dos minutos, Kirsty. —Se puso serio de repente—. Mike es más brillante que su padre y yo juntos, y siempre ha estado empecinado en demostrar que se merecĂa el puesto que heredĂł de Ă©l a su muerte. Ha trabajado catorce horas diarias durante años para lograrlo. Y creo que aĂşn no está del todo satisfecho. Kirsty no pudo ocultar su desconcierto. Jamás se le habĂa ocurrido pensar que Mike se sintiera en la necesidad de demostrar nada. —Nunca lo hubiera dicho —admitió—. Siempre se le ve tan eficiente y seguro de sĂ mismo, que resulta casi increĂble que… —¿El quĂ©? —SonriĂł su padre—. ÂżQuĂ© tenga sentimientos? —Iba a decir que resulta casi increĂble que sea humano. —Pues lo es —dijo Thomas, sin ánimo de bromear ya—. Y ya es hora de que pare el ritmo y se permita vivir un poco. Para Kirsty aquella conversaciĂłn empezaba a resultar incĂłmoda. No podĂa permitirse el lujo de cambiar su percepciĂłn de Mike en aquel momento. Bastante tenĂa con luchar contra lo que provocaba en su cuerpo. —¿A quĂ© te refieres con vivir un poco? —se encontrĂł preguntando a pesar de todo. —A que en la vida hay más cosas que el trabajo, Kirsty —suspirĂł. La chica se mordiĂł la lengua durante varios segundos. «No se te ocurra preguntarlo, Kirsty…». —Y Âżen su vida no hay nada más? «Si no pregunto, reviento. Soy el colmo», se amonestĂł. Justo en aquel momento llegaron al Ăşltimo escalĂłn y su padre tuvo que detenerse unos segundos para recuperar el aliento. —TodavĂa me fatigo subiendo escaleras —dijo entre jadeos. —Es normal, hace muy poco de tu operaciĂłn. «Pero estábamos hablado de Mike», estuvo a punto de recordarle, aunque en aquel momento el aludido reapareciĂł en el hall y subiĂł las escaleras para reunirse con ellos, haciendo imposible continuar con la conversaciĂłn. —Está todo cerrado a cal y canto —asegurĂł. —Bien, pues yo me retiro —se despidiĂł Thomas, dándole a Kirsty un beso de buenas noches. Y de pronto se encontrĂł en mitad del oscuro pasillo, con un hombre al que de repente sentĂa que no conocĂa en absoluto, pero hacia el que se veĂa atraĂda de forma inevitable. Y Ă©l parecĂa seguir ignorándola. —Tengo que revisar tu alcoba —le dijo Mike al fin con sequedad—. Para asegurarme de que nadie se ha colado mientras cenabas. —¿Hablas conmigo? ÂżVuelvo a ser visible? —suspirĂł con una sonrisa sarcástica—. ¡Cuánto honor! —Hablar contigo es discutir, Kirsty, y ya estoy harto —le dijo, caminando por el pasillo en direcciĂłn a la habitaciĂłn—. Voy a asegurarme de que todo estĂ© en orden y podrás perderme de vista. —Perfecto, pues cuanto antes mejor —aceptĂł irritada, yendo tras Ă©l. Mike se girĂł a mirarla cuando estuvo ante su puerta. —Adelante, entra —insistiĂł la chica—. Si alguien tiene que llevarse un estacazo, prefiero que seas tĂş. La chica hubiera jurado que fue un amago de sonrisa lo que asomĂł a los labios masculinos, pero no le dio tiempo a verla bien. Mike se colĂł en la alcoba y recorriĂł la terraza, el baño y el propio dormitorio en pocos segundos, incluida una rápida inspecciĂłn a los armarios. A Kirsty solo verlo pasearse por su cuarto ya le aceleraba el pulso, por eso intentĂł llenar el vacĂo con algo de sarcasmo. —¿Todo en orden, detective Riley? —le preguntĂł con una sonrisa mordaz, que solo le durĂł hasta que se dio cuenta de cĂłmo acababa de llamarlo; aunque Ă©l ni siquiera se inmutĂł. La chica se apresurĂł a añadir—: ÂżY piensas montar este nĂşmero cada noche? Mike tampoco se molestĂł en contestar a aquello. Cuando se girĂł hacia ella fue para decirle: —Te recuerdo que no puedes salir a cabalgar hasta que yo regrese. —El halcĂłn peregrino es el animal más rápido del mundo —le dijo Kirsty en un tono informal. Mike la mirĂł en silencio unos segundos, con el ceño fruncido y una expresiĂłn confusa. —Vale, lo confieso, no pillo la metáfora —terminĂł diciendo. —No hay metáfora que pillar —dijo Kirsty, encogiĂ©ndose de hombros—. Si tĂş respondes a mis preguntas con lo que te da la gana, yo hago lo mismo. Lo vio apretar los dientes antes de contestar: —SĂ, voy a montar este nĂşmero cada noche —concedió—. Puede que incluso lo haga varias veces al dĂa. Kirsty se horrorizĂł ante la idea de tenerlo en su cuarto a todas horas. —No saldrĂ© a cabalgar hasta el medio dĂa —terminĂł diciendo, deseosa de que saliera ya de allĂ. SentĂa el aire cada vez más cargado y empezaba a costarle respirar. —No saldrás hasta que yo regrese —matizĂł, y la mirĂł a los ojos, esperando que ella lo confirmará. —¿Puedes salir de mi habitaciĂłn ya, por favor? —dijo molesta. —Repite conmigo: Mike te prometo que no saldrĂ© hasta que regreses. —¡Eres muy pesado! —protestĂł. Él se limitĂł a cruzarse de brazos frente a ella. —¡Vale! No saldrĂ© hasta que regreses, ¡pero lárgate ya de mi cuarto! —terminĂł gritando exasperada, cada vez más nerviosa. —Por supuesto. —PasĂł ante ella y saliĂł de la habitaciĂłn comentando—: Sueña con tu querido detective. —¡SĂ, claro, eso era lo Ăşnico que me faltaba! —gritĂł en un tono airado antes de cerrar la puerta de un enorme portazo. CapĂtulo 10 Kirsty consultĂł su reloj por enĂ©sima vez en la Ăşltima media hora y dejĂł escapar un suspiro de desesperaciĂłn. Eran las doce y media y aĂşn no habĂa ni rastro de Mike. La mañana se le estaba haciendo eterna, a pesar de que habĂa salido a correr alrededor de la casa, se habĂa duchado, despuĂ©s habĂa desayunado con Nadine y conversado durante largo rato e incluso habĂa hablado por telĂ©fono con Jess, Alyssa y Alek. Pero el dichoso medio dĂa no parecĂa llegar nunca, y cuando lo hizo, pasĂł de largo desesperándola más de lo imaginable. —¡Pero ÂżdĂłnde demonios está Mike?! —dijo en alto, irritada. Doris, que andaba por allĂ organizando la mesa para la prĂłxima comida, pensĂł que hablaba con ella y contestĂł con tranquilidad. —AĂşn debe de estar en el despacho con tu padre. La chica se girĂł a mirarla con las cejas arqueadas. —¿Mike está en la casa? —SĂ, llegĂł hace una media hora —contó—. Está reunido con tu padre en el despacho. Kirsty tuvo que apretar los dientes y los puños con fuerza para intentar controlar la rabia que bullĂa en su interior. «AsĂ que me tiene esperando aposta», quiso gritar, conteniĂ©ndose a duras penas «¡Se acabĂł!». Fue hacia la puerta y saliĂł de la casa, sin detenerse a pensar en nada más. Con paso firme, caminĂł hasta el establo y casi se chocĂł con Dennis. —Buenos dĂas —la saludĂł el chico, cordial—. ÂżVienes a ver a Hope? —Vengo a ensillarlo —dijo sin titubear—. Nos vamos de excursiĂłn. No se molestĂł en esperar la rĂ©plica de Dennis. PasĂł de largo y caminĂł hasta la cabelleriza donde Hope le dio la bienvenida. —¡Por fin vamos a divertirnos! —le dijo al caballo, acariciándole el morro con deleite. —No puedes salir con Hope —dijo Dennis, un tanto incĂłmodo. —¿QuĂ© no? Ahora lo vas a ver. Sin pĂ©rdida de tiempo, Kirsty procediĂł a ensillar al caballo. —Kirsty, no puedo dejarte salir sola —insistiĂł el chico. —Entonces ven conmigo. Dennis parecĂa cada vez más incĂłmodo. —Tampoco puedo ir contigo —tuvo que admitir—. Son indicaciones que no puedo saltarme. Kirsty se detuvo a mirarlo un segundo, furiosa. —¿Te han prohibido salir conmigo a montar? El chico asintiĂł. —¿Por quĂ© no me cuesta adivinar quiĂ©n ha sido? —dijo iracunda—. Pero me da igual. —¡A mĂ no! —dijo una voz helada desde la puerta del establo. Kirsty se puso alerta y se girĂł hacia Mike, que avanzaba ahora con un gesto hostil solo comparable al que ella tenĂa en su rostro. —DĂ©janos un momento, Dennis, por favor —le pidiĂł Mike cuando pasĂł ante Ă©l, aunque sin apartar sus ojos de Kirsty. —No me mires asĂ, no me impresionas —le dijo Kirsty, enfrentándolo con los brazos en jarras. —¿QuĂ© crees que estás haciendo? —SeñalĂł la silla. —¿Te volviste ciego? —CreĂa que tenĂamos un acuerdo. —Y lo he respetado —le asegurĂł la chica. —¿Tengo que creerme que ibas a esperarme para salir? —No saldrĂ© hasta que regreses —le recordó—. Esos fueron los tĂ©rminos del acuerdo. Y al parecer hace más de media hora que estás en casa, aunque no te hayas dignado a decĂrmelo, lo cual me da derecho a salir cuando quiera. No es problema mĂo que no sepas utilizar las palabras… —¿Para ti todo esto es un juego? —le preguntĂł, muy enfadado, recortando las distancias. —Oh, sĂ, claro, un juego divertidĂsimo. Me lo he pasado pipa toda la mañana encerrada en casa a cal y canto —se quejĂł, izando el tono de voz—. Y nada menos que esperando a que tĂş llegaras; lo que a estas alturas ya debes suponer que no es la ilusiĂłn de mi vida. —A mĂ tampoco me entusiasma —le recordĂł. —¡Pues levanta la veda y dĂ©jame en paz! —¡QuĂ© más quisiera! —Oh, sĂ, estoy segura de lo que tĂş querrĂas —lo enfrentĂł —PermĂteme dudarlo. —No finjas más una preocupaciĂłn que no sientes, Mike —continuĂł diciendo, acalorada—. No es necesario. —Eres exasperante. —¡Venga, Mike, quĂtate la careta de una vez! —insistiĂł, apuntándole con el dedo—. Reconoce que habrĂas preferido que los secuestradores hubieran logrado su cometido. —Pero ÂżquĂ© estás diciendo? —Para ti serĂa mucho más conveniente que yo desapareciera del todo, Âżverdad? —insistiĂł, ya un poco fuera de control. —¡Deja de decir estupideces! —¿Seis mil kilĂłmetros ya no son suficientes? —¡Kirsty, basta! —le advirtiĂł con un brillo peligroso en los ojos. —¿TambiĂ©n tengo prohibido hablar? —Si es para decir tonterĂas, sĂ. —¿Y cĂłmo piensas conseguir que me calle? —SonriĂł mordaz—. Eso sĂ me gustarĂa verlo. —Pues estás a punto. Kirsty dejĂł escapar una carcajada cargada de sarcasmo. —Oh, venga, Mike, no me hagas reĂr. —No te va a hacer ninguna gracia, me temo. —¿Vas a amordazarme? —preguntĂł orgullosa, izando el mentĂłn. —No lo necesito. —Dudo que ahora seas de los que pega a las mujeres, asĂ que… —Tengo otros mĂ©todos. —¡Buah! ¡QuĂ© fanfarrĂłn! La furia que ardĂa en los ojos de Mike debiĂł advertirle que no era buena idea seguir presionándolo. —Sigue hablando, Kirsty, estás a punto de ganarte una demostraciĂłn. —¿Otra amenaza? ÂżCrees que alguna de ellas conseguirá callarme en algĂşn momento? —Se burló—. Eres un iluso si crees que… Ya no pudo terminar la frase, Mike tirĂł de ella, la encerrĂł entre sus brazos y cerrĂł su boca con un beso que la callĂł al instante. Durante unos segundos Kirsty se quedĂł perpleja, y cuando quiso reaccionar, ya la habĂa soltado y la miraba con los ojos cargados de un brillo extraño. «¿Ya?», se quejĂł la parte rebelde de su cerebro. «Pero si no me ha dado tiempo a enterarme…». —Eres un odioso —exclamĂł, molesta por sentirse tan decepcionada—. Si crees que puedes… —¿Insistes en hablar? —la interrumpiĂł. VolviĂł a besarla de nuevo, esta vez con mayor intensidad. Kirsty ya tuvo verdaderos problemas para no suspirar y echare los brazos al cuello. «Oh, joder», se quejĂł, al sentir que la apartaba de nuevo. —¡ImbĂ©cil! —lo insultĂł de inmediato, sin dejar de mirarlo a los ojos, ansiosa por seguir recibiendo castigos. —Respuesta errĂłnea —insistiĂł Mike, enterrando ahora una mano entre su pelo para atraerla de nuevo hacia sus labios, que besĂł con más ardor y una destreza incuestionable. Kirsty apenas podĂa pensar ya con cierta coherencia, pero dentro de su confusiĂłn solo tenĂa una cosa clara: bajo ningĂşn concepto… iba a guardar silencio. Cuando Mike liberĂł su boca y volviĂł a mirarla a los ojos, a escasos centĂmetros, a Kirsty le faltĂł tiempo para agregar: —No vas a conseguir que me calle, maldito. Mike le devolviĂł una mirada brillante, negra como la noche. —TendrĂ© que emplearme más a fondo… —susurrĂł sobre su boca, y bebiĂł de sus labios de nuevo, esta vez como si estuviera realmente sediento. Kirsty forcejeĂł durante unos segundos, asumiendo que estaba representando un papel de vĂctima que no podrĂa sostener durante mucho tiempo. Cuando la lengua de Mike arrasĂł su boca, tuvo que rendirse al evidente estallido de deseo que inundĂł su cuerpo mientras el mismo fuego salvaje que la habĂa poseĂdo hacĂa años crecĂa de cero a cien en apenas unas dĂ©cimas de segundo. Le devolviĂł cada beso y cada embestida de su lengua con un abandono del que apenas era consciente, mientras se colgaba de su cuello y tiraba de Ă©l hacia su boca de forma hambrienta. El calor sofocante que la invadĂa comenzĂł a concentrarse en la parte baja de su abdomen, reclamando con desesperaciĂłn lo que jamás le habĂa sido dado. Y estaba más que dispuesta a recibirlo… Por eso cuando Mike dejĂł de besarla, lo mirĂł como si fuera el más cruel de los hombres del universo. —Parece que por fin te he dejado sin palabras —le dijo, mirándola a los ojos. Kirsty fue ahora consciente de que la tenĂa acorralada contra una de las paredes del establo mientras la abrazaba estrechamente. Muy estrechamente. Su cerebro lanzĂł otra intensa punzada en direcciĂłn a su pelvis. —¡QuĂ© paz! —SonriĂł burlĂłn—. Lo que tiene que hacer uno para conseguir que dejes de parlotear. Ahora furiosa, Kirsty se revolviĂł entre sus brazos, pero Ă©l se negĂł a soltarla aĂşn. —¿No quieres agregar nada más? —le preguntĂł con una sonrisa cĂnica. Kirsty se debatĂa entre abofetearlo o insultarlo como una camionera para que volviera a besarla, pero aquello hubiera sido demasiado evidente y no estaba dispuesta a humillarse un solo segundo más. Bastante tenĂa con la vergĂĽenza de saber que habĂa correspondido a aquel beso igual que si fuera su Ăşltimo minuto de vida. ÂżCĂłmo habĂa llegado a aquello? El solo habĂa rozado sus labios, y ella habĂa caĂdo rendida un segundo despuĂ©s en aquel fuego sensual que casi la abrasa por dentro. —Bien, parece que nos vamos entendiendo. —SonriĂł Mike con sorna, al ver que ella no tenĂa pensado agregar una sola palabra—. Espero que hayas aprendido la lecciĂłn —insistiĂł, sin soltarla y sin dejar de mirarla a los ojos—, pero por si acaso todavĂa te quedan ganas de discutir por todo, te informo de que tengo pensado aleccionarte y darte un escarmiento similar cada vez que te pases de la raya. Ahora sĂ la soltĂł y se hizo a un lado, mientras la miraba como si hasta ahora hubieran estado tomando el tĂ© de forma apacible y serena. —¿Damos ese paseo? —le preguntĂł con la misma calma. —¡Vete al infierno! —le gritĂł Kirsty, empujándolo ahora con violencia y alejándose de Ă©l hacia la salida. —Cuida esa lengua, pelirroja —le dijo en alto, sin moverse de donde estaba—. Que luego llegan los disgustos.
La chica saliĂł del establo y caminĂł a paso rápido hasta la casa, casi pateando el suelo de pura furia. Cuando se encerrĂł en su cuarto golpeĂł un cojĂn con saña, imaginando que era la cara de Mike lo que tenĂa ante sĂ. —¡Pero ÂżquiĂ©n coño se cree que es para tratarme asĂ?! —dijo en alto, lanzando ahora el cojĂn con fuerza al otro lado de la alcoba—. ¡Patán odioso y arrogante! ¡Y cree que puede amenazarme el muy canalla! ¡DeberĂa buscarlo y decirle un par de cosas! «Y si tienes suerte, quizá te dĂ© otro escarmiento». —¡No! —gritĂł en alto—. ÂżDe dĂłnde narices ha salido ese pensamiento? «Del fuego lĂquido que aĂşn llevas entre las piernas». —¡Oh, por favor! Tampoco ha sido para tanto. «Ha sido para más…». —Estoy discutiendo conmigo misma —se quejĂł, dejándose caer en la cama, abatida—. Me estoy volviendo loca. Pero por mucho que se empeñara en discutir con su conciencia, tuvo que terminar aceptando que aquel beso habĂa encendido un fuego en su interior que le iba a costar mucho trabajo apaciguar. Al parecer su pequeña maldiciĂłn no era un problema cuando Mike la tocaba… «¿Y quĂ© esperabas, si fue Ă©l quien la causĂł?». —¡Te odio, Mike! —mascullĂł entre dientes—. ¡Y no deberĂa poder desearte al mismo tiempo! «Pero lo haces». Ya no tuvo fuerzas para rebatirse a sĂ misma aquel pensamiento. La necesidad de Ă©l que sentĂa en cada cĂ©lula de su cuerpo resultaba imposible de ignorar. «¿Y tan malo serĂa dejarme llevar un poco?», pensĂł, ahora de forma intencionada, recordando lo bien que se sentĂa entre sus brazos. Era innegable que deseaba a Mike de un modo incomprensible, al menos su cuerpo lo hacĂa… Âżpor quĂ© no disfrutar de ello? Si podĂa odiarlo y desearlo al mismo tiempo, no habĂa peligro de involucrarse mucho más allá. Y quizá una buena dosis de Ă©l conseguirĂa romper su maldiciĂłn de forma definitiva para que despuĂ©s pudiera disfrutar de su sexualidad con quien le diera la gana. —Intentas justificarte para ceder, Kirsty —se dijo ahora en alto, mirando al techo—. Un puto beso y te vuelves gilipollas. SuspirĂł, resignada, incapaz de decidir si querĂa enfadarse o hacer una lista de insultos para asegurarse otro escarmiento cuanto antes. CapĂtulo 11 A Kirsty le costĂł mucho trabajo recomponerse para bajar a comer. Enfrentarse con Mike tras aquel beso no resultaba nada fácil. Estaba nerviosa…, y a veces los nervios solĂan jugarle todo tipo de malas pasadas. Con el corazĂłn acelerado, entrĂł en el salĂłn, donde ya se escuchaban diversas voces, y se quedĂł perpleja al toparse con la Ăşltima persona que esperaba volver a ver jamás. Sentada junto a Mike, Melanie Simmons la mirĂł con una de sus prepotentes sonrisas. —La hija prĂłdiga —le dijo con una engañosa amabilidad—. Encantada de volver a verte, Kirsty. «Ojalá pudiera decir lo mismo», pensĂł irritada, pero incluso un igualmente le pareciĂł tan hipĂłcrita que se negĂł a decirlo. —Hola —fue todo lo que se permitiĂł decir mientras tomaba asiento frente a Mike, al que se negĂł a mirar. «¿QuĂ© mierdas hace aquĂ esta tipa? ÂżHabrá venido a ver a Mike?», se preguntĂł. Por desgracia, para descubrirlo tenĂa que dirigirle la palabra. —Y ÂżquĂ© te trae por aquĂ? —claudicĂł al final. —El trabajo, aunque la buena compañĂa tambiĂ©n afecta. —SonriĂł, mirando a Mike y a su padre con una falsa dulzura—. Mike querĂa trabajar en casa y tenemos muchas cosas acumuladas, asĂ que me ofrecĂ a venir. «Mike querĂa trabajar en casa, me ofrecĂ a venir», repitiĂł, imitándola dentro de su cabeza. ¡Menuda imbĂ©cil! ÂżY aquella vocecita de tonta del culo era necesaria? ÂżPor quĂ© hablaba todo el tiempo como una niña pequeña haciendo pucheros?». MirĂł a Mike por primera vez desde que habĂa llegado y se encontrĂł con que aquellos ojos grises parecĂan taladrarla. —¿Vas a trabajar toda la tarde? —le preguntĂł, imitando el tono exacto de la mujer que habĂa sentada junto a Ă©l. Él se limitĂł a asentir. —Pero no podrás vigilarme si te encierras en el despacho —le dijo, ahora con una expresiĂłn inocente, poniendo morritos. A Nadine se le escapĂł un sonido divertido ante la descarada imitaciĂłn, y Kirsty se sintiĂł un poco mejor al sentir que al menos parecĂa tener una aliada en la mesa. —ConfĂo en que te comportes —le dijo Mike, abrasándola con la mirada. Kirsty entrecerrĂł los ojos ante la velada amenaza. —Pero voy a aburrirme mucho… —insistiĂł en el mismo tono infantil y lastimero, pero terminĂł agregando con normalidad—: ¡Por favor, esto es agotador! ÂżMe pasáis el pan? La comida fue todo lo mal que podĂa esperarse. Melanie siempre habĂa disfrutado haciĂ©ndola sentirse invisible frente a Mike, de modo que se asegurĂł de sacar un complicado tema laboral para mantener la atenciĂłn de los dos hombres sobre ella todo el tiempo. Al parecer habĂa ascendido en la empresa, pasando de ser una simple asistente a un cargo directivo con importantes atribuciones, y Kirsty no podĂa dejar de preguntarse si tirarse al jefe formaba o no parte de ellas. Por fortuna, Nadine, sentada a su lado, habĂa avanzado mucho con la lectura de su novela y ambas pudieron enfrascarse en un apasionado debate sobre ella, hasta el punto de olvidarse por completo de las tres personas que estaban sentadas enfrente. Aunque de vez en cuando, Kirsty no podĂa evitar mirar hacia Mike, y casi todas las veces se sorprendĂa al toparse de frente con la mirada masculina. Se excusĂł en cuanto que terminĂł de comer para no tener que quedarse a la sobremesa. HabĂa quedado con Nadine para dar un paseo por los jardines cuando su padre subiera a echar su siesta, pero ya no podĂa soportar más tiempo las miraditas coquetas que aquella arpĂa, rubia de bote, le lanzaba a Mike casi todo el tiempo. AĂşn no habĂa subido ni tres escalones cuando lo oyĂł llamarla. Por un segundo estuvo tentada de fingir que no lo escuchaba, pero el muy maldito pareciĂł leerle el pensamiento. —Ni se te ocurra ignorarme, Kirsty —le dijo, autoritario, desde el pie de la escalera. Kirsty suspirĂł, se girĂł hacia Ă©l y descendiĂł un par de escalones. —¿QuĂ©? —se cruzĂł de brazos, mirándolo con un gesto de irritaciĂłn. —Hacia las seis creo que podrĂ© desliarme un poco —le dijo en un tono normal, para sorpresa de la chica—. Podemos salir a cabalgar entonces, si todavĂa te apetece. Perpleja, Kirsty asintiĂł y fue incapaz de pronunciar palabra. Se limitĂł a clavar los ojos en los suyos y mirarlo con anhelo apenas disimulado. Mike asintiĂł y le devolviĂł una mirada indescifrable, pero que durĂł más tiempo de lo que deberĂa. —Hasta luego, entonces—terminĂł diciĂ©ndole, cohibida, antes de alejarse. Cuando llegĂł al rellano de arriba, se girĂł y se sorprendiĂł al encontrarlo aĂşn allĂ, al pie de la escalera, apoyado sobre la barandilla. No la miraba, pero se le veĂa sumido en sus pensamientos. «En quĂ© narices estará pensando», se preguntĂł con curiosidad. Hubiera dado cualquier cosa por poder asomarse a sus pensamientos, aunque fuera durante unos segundos.
Nadine dejĂł escapar una enorme carcajada cuando Kirsty la saludĂł en el mismo tono en el que Melanie parecĂa decirlo todo. —Te juro que me ha costado contener la risa horrores durante la comida —le dijo la mujer mientras ambas salĂan al jardĂn. —SĂ, no sĂ© cĂłmo le habrá sentado a mi padre —Sonrió—, pero yo me he divertido. Nadine volviĂł a reĂr. —Al parecer la enemistad viene de lejos —dijo con curiosidad. Kirsty dejĂł escapar un bufido —. A mĂ tampoco me cae bien, si eso te sirve. Kirsty suspirĂł, intentando contenerse y mantener sus emociones a raya. —Digamos… que nos toleramos lo justo —admitiĂł, y carraspeĂł antes de preguntar como de pasada—: ÂżViene mucho por aquĂ? —Jamás la habĂa visto hasta hoy. —¿En serio? —se asombró—. Pero Mike vive aquĂ. —SĂ, pero no suele trabajar en casa. Aquello dejĂł un poco pensativa a Kirsty; tanto que Nadine se dio cuenta. —¿Por quĂ© te sorprende que ella no venga por aquĂ? —preguntĂł la mujer con toda naturalidad—. ÂżHay algo entre ellos? No me lo ha parecido. Kirsty dejĂł escapar un sonido de hastĂo y apretĂł los dientes. Aquella respuesta era demasiado complicada y, aunque se sentĂa muy cĂłmoda charlando con Nadine, aĂşn no tenĂa la confianza suficiente como para hablarle del pasado. Pero ya que estaba…, podrĂa aprovechar para indagar sobre algo que tambiĂ©n la inquietaba. —Y a ti te molestarĂa que hubiera algo entre ellos —se escuchĂł preguntar Kirsty, como quien no quiere la cosa. —¿A mĂ? —Nadine la mirĂł con una sonrisa curiosa—. ÂżY a mĂ que me importa? Kirsty la mirĂł de reojo, con una expresiĂłn un tanto avergonzada que hablaba alto y claro. —¿Mike y yo? —Rio Nadine de inmediato—. ¡Pero si es un polluelo! A Kirsty aquella respuesta le arrancĂł una carcajada. Escucharla calificar a Mike de polluelo barriĂł de un plumazo el mal humor que arrastraba por culpa de la odiosa rubia que lo monopolizaba en el despacho. —Me encantarĂa verle la cara si te escuchara llamarlo asà —reconociĂł Kirsty—. Pero no sĂ© si con treinta y cinco años se le puede seguir considerando un polluelo. —Si tienes mi edad, sĂ. —SonriĂł. —No puedes ser tan mayor, Nadine —le dijo Kirsty con cierta curiosidad. —Digamos… que llevo unos cuantos años cumpliendo cincuenta. Kirsty la mirĂł asombrada. —¡Quiero tu genĂ©tica! —exclamĂł al instante —Y yo tu frescura y tu sentido del humor. —Rio la mujer encantada—. Ese hombre jamás se aburrirĂa contigo. —¿QuĂ© hombre? —FrunciĂł el ceño. —Ese que no te quitaba los ojos de encima durante la comida. —¿Mi padre no paraba de mirarme? —bromeĂł, sin poder disimular del todo su repentino nerviosismo—. Es que vengo poco. Nadine rio y la mirĂł intrigada, pero no dijo nada más. Kirsty guardĂł silencio y ambas siguieron caminando entre las coloridas flores —Oye…, solo por curiosidad… —titubeĂł Kirsty casi un minuto despuĂ©s. —Dime. —Cuando dices que no me quitaba los ojos de encima… —se aventuró—, Âża quĂ© te refieres? Nadine sonriĂł de una forma maternal y preguntĂł: —¿Te parece una frase confusa? —Solo improbable —admitiĂł la chica apenas en un susurro. —¿En serio te lo parece? —¿A ti no? —preguntĂł a su vez, un tanto confundida. Nadine sonriĂł, se detuvo y la mirĂł con una expresiĂłn tierna. —¿QuĂ© es lo que te gustarĂa escuchar, Kirsty? —le preguntĂł comprensiva. La chica le devolviĂł una mirada inquieta, cargada ansiedad —Da igual lo que yo quiera, Nadine, la verdad es la que es. —Muy cierto. —Sonrió—. ¡Y cuántos quebraderos de cabeza nos evitarĂamos si fuĂ©semos capaces de decirla más a menudo!
A las seis y veinte, Kirsty caminĂł hasta el despacho y tocĂł a la puerta con el corazĂłn en un puño, despuĂ©s de convencerse durante largo rato de que estaba en su derecho de exigir lo que se le habĂa prometido. Para su sorpresa, Melanie estaba sola, sentada en el sofá de cuero, en una postura sugerente que no dejaba dudas de que era a Mike y no a ella a quien esperaba. —¿DĂłnde está Mike? —le preguntĂł Kirsty, sin molestarse en saludar—. HabĂamos quedado para salir a cabalgar. —Ah, creo que ha debido olvidarse —le dijo la rubia con una sonrisa ladina—. Me ha sugerido que celebremos lo bien que van las negociaciones con Wang. —Pues conmigo se ha comprometido a salir a montar —dijo Kirsty, furiosa, apretando los dientes—. AsĂ que tendrĂ©is que dejar las celebraciones para otro dĂa. —Pues… será difĂcil, ha ido en busca de una botella de champán y dos copas —insistiĂł la odiosa mujer—. Y por cĂłmo me ha mirado… creo que tenĂa algo más en mente. Aquel comentario impactĂł de lleno en Kirsty, que apretĂł lo puños y tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para que la arpĂa no se diera cuenta. «¡Agggh, no podĂa soportar a aquella mujer!» —Os dejo solos, entonces —le dijo, forzando tanto la sonrisa que le dolĂan los pĂłmulos—. A ver si hoy tienes suerte. —Eso seguro —le confirmĂł la rubia con sobrada prepotencia. —¿SĂ? No sé…, Âżno te está costando demasiado echarle el lazo? —le preguntĂł fingiendo cierta curiosidad—. Me aseguraste que estarĂas casada con Ă©l cuando yo regresara del internado… —le recordó—, y han pasado Âżcuántos?, Âżseis años? Yo que tĂş empezarĂa a preocuparme. El gesto descompuesto de la rubia la ayudĂł a sentirse un poco mejor, asĂ que no la dejĂł añadir una sola palabra más. GirĂł sobre sus talones y saliĂł del despacho a toda velocidad, buscando la calle. Se topĂł con Mike en el vestĂbulo. —Ah, te estaba buscando —le dijo Ă©l cuando la vio avanzar—. Necesito un rato más para poder… —OlvĂdalo —lo interrumpiĂł, mirándolo con rabia contenida y luchando con todas sus fuerzas para no golpearlo. ÂżCĂłmo se atrevĂa a darle largas para…? ¡Ni siquiera podĂa pensarlo! —Y exactamente Âżpor quĂ© me estás perdonando la vida en este momento? —le preguntĂł Mike, sin disimular su hastĂo. —¡Vete a la mierda! —le dijo sin más, pasando ante Ă©l sin mirarlo. Una mano de hierro la retuvo por el brazo, de la que ella intentĂł librarse, sin Ă©xito. —No sĂ© quĂ© bicho te ha picado ahora—le susurrĂł Mike entre dientes, con una furia palpable —, pero no se te ocurra ir mucho más allá del establo, Kirsty, o vamos a tener más que palabras. La chica tirĂł de su brazo con rabia y ahora sĂ consiguiĂł zafarse. Sin pronunciar una sola palaba más, saliĂł de la casa a paso rápido. «Maldito, te odio», se repitiĂł una y otra vez. «Espero que disfrutes de tu celebraciĂłn. ¡Os merecĂ©is el uno al otro, desde luego!». Pero nada de lo que decĂa conseguĂa aplacar el dolor del rechazo. Y eso que ya deberĂa estar acostumbrada porque no era la primera vez que sucedĂa aquello. Cierta tarde, hacĂa muchos años, tambiĂ©n habĂa escogido a aquella maldita mujer en lugar de su paseo a caballo… Cuando entrĂł en las caballerizas, la rabia la habĂa consumido por completo. CaminĂł hasta Hope, lo ensillĂł a una velocidad de vĂ©rtigo y saliĂł a galope del establo sin pararse a mirar atrás. CapĂtulo 12 No se detuvo hasta que habĂa disfrutado de suficiente velocidad, como para que la sensaciĂłn de libertad y deleite disipara por completo su rabia. DespuĂ©s galopĂł hasta el árbol viejo en la parte alta de la pradera. Cuando llegĂł al que siempre habĂa sido su lugar favorito en el mundo, se detuvo, mirĂł al frente y dejĂł escapar un sonido ahogado, totalmente perpleja. —¡Joder! —exclamĂł en alto, mirando la casa que se divisaba desde allĂ, con la boca abierta por la impresiĂłn. SabĂa que Mike habĂa construido allĂ una casa, a la que ella se habĂa negado ni a asomarse desde que hacĂa dos años habĂa descubierto apenas los cimientos, y estaba concienciada para enfrentarla ya terminada; pero para lo que no estaba ni remotamente preparada fue para lo que vieron sus ojos. ¡Aquella no era una simple casa, era su casa! Se bajĂł del caballo y continuĂł observándola, sin salir aĂşn de su asombro. Desde el techo triangular cubierto de tejas en color negro, pasando por la blanca fachada de ventanales enormes e incluso los pequeños escalones que ayudaban a alcanzar el desnivel entre la casa y el terreno… ¡Era idĂ©ntica a la que ella habĂa dibujado hacĂa siete años! Estaba construida en una Ăşnica planta, justo en mitad del valle. —¡Es increĂble! —exclamĂł en alto, alcanzando a atisbar la piscina que estaba casi escondida tras la valla de madera que se izaba en el lateral derecho. «No le falta un detalle», se repitiĂł anonadada. ÂżCĂłmo demonios era aquello posible? Estaba tan impresionada que no fue consciente de que ya no estaba sola hasta que escuchĂł bramar a Mike a su espalda: —¡Kirsty Danvers, eres la mujer más irritante que he conocido nunca! —le gritĂł mientras se bajaba del caballo. Kirsty lo enfrentĂł con los brazos en jarras, aparentando una valentĂa que no sentĂa en absoluto. La furia que brillaba en los ojos de Mike la impulsaba más a salir corriendo que a replicar lo más mĂnimo. —Me bajas el tono, vaquero —se aventurĂł a decirle—. Estoy de una pieza, asĂ que no sĂ© a quĂ© viene tanto alboroto. —¡SĂ, esta vez has tenido suerte! —siguiĂł rugiendo—. ¡No puedes hacer siempre lo que te dĂ© la gana sin pensar en nadie más! Kirsty observĂł su rostro, un tanto preocupada. No lo habĂa visto nunca tan enfadado. No dejaba de moverse, inquietĂł, haciendo aspavientos con los brazos. —Necesitaba montar, Âżes tan difĂcil de comprender? —¡Solo te pedĂ un rato más para salir contigo! —No querĂa interrumpir tu celebraciĂłn —le dijo ahora, recuperando su rabia—. Lo que tĂş hagas con tu vida privada me da igual, pero no va a condicionar mis acciones. —¿DeberĂa entender de quĂ© coño estás hablando? —insistiĂł irritado —¿QuĂ© te molesta tanto, Mike, que haya salido sin permiso o que te haya jodido la fiesta? —¿La fiesta? —volviĂł a gritar—. ¡Tengo que trabajar, Kirsty, no puedo pasarme el dĂa entero haciendo de niñera! Aquella frase le dio de lleno. —¡Ya no soy una niña, imbĂ©cil! —bramĂł, avanzando hacia Ă©l, iracunda. —Lo pareces cuando haces cosas como escaparte tu sola, sin ningĂşn tipo de protecciĂłn y sin decirle a nadie que te marchas. Kirsty izĂł el mentĂłn con obstinaciĂłn y se cruzĂł de brazos. SĂ, quizá no habĂa estado muy acertada al irse asĂ, pero la rabia la habĂa cegado por completo. Claro que aquello no podĂa reconocerlo ante Mike… «…¡pero en parte tambiĂ©n era culpa de Ă©l!», le dijo la parte de su cerebro que se afanaba por seguir buscando razones para odiarlo. —Yo no te pedĂ salir a cabalgar esta tarde, Mike —le recordĂł, molesta—. Si no pensabas cumplir, mejor no haberte comprometido. —¿Y quiĂ©n ha dicho que no pensaba hacerlo? «Melanie Simmons», pensĂł, ahora un tanto incĂłmoda. RecordĂł el momento en el que se habĂa cruzado con Ă©l en el pasillo y le habĂa dicho que la estaba buscando para pedirle un rato más… Y de pronto, en una dĂ©cima de segundo, todo cobrĂł sentido. «Mierda, Kirsty, ÂżcĂłmo te has dejado embaucar por esa arpĂa?», se dijo horrorizada. Pero la respuesta era demasiado humillante como para profundizar en ella. —Vale, quizá me he ofuscado un poco —admitiĂł, aunque aĂşn en un tono altivo—. Pero necesitaba salir con Hope, y llevas dándome largas todo el dĂa. —Eres increĂble. —SonriĂł irĂłnico—. Eres capaz de echarme a mĂ la culpa hasta para retractarte de tus acciones. ÂżTan difĂcil es admitir que has cometido un error al irte asĂ? —¡Solo querĂa montar a Hope! —Pues no vas ni a acercarte al caballo hasta dentro de una buena temporada. —¡Oh, venga ya! ¡No puedes decirlo en serio! Como respuesta, Mike caminĂł hasta Hope, le dio una palmadita en la parte trasera de lomo y lo jaleo para que echará a correr, orden que el animal acatĂł de inmediato. —¡No! Pero ¡quĂ© haces, imbĂ©cil! —protestĂł Kirsty, mirando impotente cĂłmo el caballo corrĂa pradera abajo. Se girĂł a encarar a Mike con su rabia en el punto más álgido de nuevo —Los dos sabemos que volverá directo al establo —dijo Mike sin un ápice de remordimiento. —¡¿Y cĂłmo demonios volverĂ© yo?! —le gritĂł iracunda—. ÂżAhora tambiĂ©n vas a maltratarme? ÂżQuieres que camine hasta la casa? —Te estarĂa bien empleado. —Dime la verdad, ¡tĂş disfrutas amargarme la vida! —le gritĂł, avanzando hacia Ă©l. —Por supuesto, es la razĂłn de mi existencia, Kirsty, me paso las noches enteras pensando en cĂłmo fastidiarte, no tengo otra cosa que hacer —ironizó—. De hecho, el que haya alguien ahĂ fuera intentando secuestrarte es anecdĂłtico, mi Ăşnica meta es joderte la vida. —¡Nadie va a atacarme en Little Meadows! —insistiĂł ante su sarcasmo—. Lo sabes igual de bien que yo. Es imposible que me hayan seguido hasta Inglaterra. —Yo no te seguirĂa ni hasta la gasolinera, pero hay gente para todo —¡Eres un cretino! —¿Necesito recordarte por quĂ© insultarme no es buena idea? —la mirĂł amenazante. —¿Y quĂ© vas a hacer? —lo enfrentĂł con una ansiedad mal disimulada—. ÂżVas a darme otro escarmiento? —Eso te gustarĂa, Âżverdad? —¡QuĂ© más quisieras! —se indignĂł. —No me parece que te disgustara tanto… —SonriĂł mordaz. —¡AtrĂ©vete a intentarlo de nuevo y te arranco el labio de un bocado! —le dijo, rabiosa ante su arrogancia. La risa ronca que saliĂł de labios de Mike terminĂł de enfurecerla, pero tuvo más que ver con el hecho de que su cuerpo reaccionara a ella de una forma intensa, caliente y desproporcionada. —RĂete, pero me encantarĂa ver cĂłmo se lo explicarĂas a mi padre. —No te esfuerces más, Kirsty, ya te ganaste ese escarmiento cuando decidiste salir sola. — PosĂł sobre ella una mirada que la abrasĂł por dentro—. No necesitas seguir haciendo mĂ©ritos. La chica tragĂł saliva y se esforzĂł por recordarle a su cuerpo que no estaba autorizado a disfrutar de aquello. —¡Si me pones una sola mano encima, voy a pegarte! —le gritĂł, apuntándole con el dedo. —Ah, no te preocupes, aquĂ arriba puedes estar tranquila. Aquello la desconcertĂł tanto que lo mirĂł en silencio y con el ceño fruncido. «¿No va a besarme?», se preguntĂł, confusa. «¡Esto ya es el colmo!». —No me mires asà —protestĂł Mike al instante. —¿CĂłmo te miro? —Como si estuvieras decepcionada. —¿Decepcionada? ÂżPorque no me beses? —IntentĂł sonreĂr, pero no lo consiguiĂł del todo—. ¡No se puede ser más engreĂdo! ¡Puedes meterte tus besos y tus escarmientos por donde te quepan! —No vas a librarte —le asegurĂł con una sonrisa maliciosa—. Solo lo estoy posponiendo. Kirsty se cruzĂł de brazos frente a Ă©l, aparentando estar furiosa, pero sin poder dejar de preguntarse quĂ© tenĂa de malo aquel lugar que parecĂa perfecto para… «Quieta, que te embalas», tuvo que frenar sus pensamientos. ÂżY ya habĂa protestado por la insinuaciĂłn? ¡No, aĂşn no! —Si crees que hay un lugar mejor que otro para que me tortures… —empezĂł diciendo. «Mierda, aquello no estaba sonando lo que se dice a protesta». —Resulta curioso que lo llames asà —la interrumpiĂł Mike, mirándola ahora con una sonrisa mordaz y un brillo particular en sus ojos grises—. Tortura serĂa la palabra exacta que yo tambiĂ©n usarĂa; para mĂ tampoco es fácil aleccionarte. —¿Y quĂ© sentido tiene entonces que nos torturemos los dos? —preguntĂł, dolida por el comentario. Mike sonriĂł, ahora de forma un tanto cĂnica. —Creo que necesitarĂa algo más que un pequeño escarmiento para que lo entendieras. Para Kirsty aquello fue demasiado. —¿Puedes dejar de hablar en clave? —se quejĂł molesta. La carcajada honesta que saliĂł de la garganta de Mike la fascinĂł. HacĂa tanto que no lo escuchaba reĂr asĂ… —Joder, Kirsty, creo haberte pedido hace un rato que no me mires asà —lo escuchĂł protestar con cierta desesperaciĂłn en la voz. —¿CĂłmo? —Estaba cada vez más confusa. —¡Como cuando tenĂas diecisiete años y aĂşn te gustaba estar conmigo! Kirsty se quedĂł helada y fue incapaz de decir nada. —Eso sĂ es una verdadera tortura —añadiĂł Mike casi en un susurro imperceptible. La chica estudiĂł su expresiĂłn abatida, un tanto perpleja, pero Ă©l tardĂł solo unos pocos segundos en reaccionar. —Volvamos a la casa —le dijo, ahora con rigidez. Kirsty se cruzĂł de brazos, con una expresiĂłn terca y no se moviĂł de donde estaba. «Quiero mi escarmiento ahora, Mike O'Connell, me lo he ganado a pulso», pensĂł para sĂ, haciendo un esfuerzo enorme para no gritarle justo aquello. —¡¿Y ahora quĂ©?! —se exasperĂł Ă©l de nuevo. —¡No pienso caminar detrás de ti y de Thunder! —aclarĂł Kirsty, acallando sus instintos más primarios—. AsĂ que os quiero al menos a veinte metros de distancia. Mike sonriĂł ante el comentario. —¿Te resulta gracioso que tenga que caminar porque te dio por espantar a mi caballo, imbĂ©cil? —bramĂł Kirsty, avanzando hacia Ă©l hecha una furia—. Eres odioso y detestable y… —Y a lo mejor cambio de opiniĂłn y te cierro la boca antes de irnos —la interrumpiĂł Mike, tomándola de improvisto entre sus brazos. —¡SuĂ©ltame! —¡Pues compĂłrtate y no te busques más problemas! —¡Yo no me busco lo que estás insinuando! —se indignĂł, forcejeando para salir de sus brazos. —¿Estás segura? —Mike la mirĂł a los ojos, y Kirsty se perdiĂł en ellos durante más tiempo del recomendable. Se morĂa de ganas de que la besara, esa era la detestable realidad. —¡Eres un patán! —agregĂł, ya sin luchar. —¡Colabora, Kirsty! —Aquello sonĂł casi a sĂşplica—. No me obligues a hacer algo que ambos terminarĂamos lamentando. No puedo ceder a darte un escarmiento aquĂ arriba, no debo. A Kirsty le pudo la curiosidad. —¿Y… quĂ© hay aquĂ que lo hace diferente? Pudo leer la inquietud en el rostro de Mike con absoluta claridad. —El problema es lo que no hay… —dijo, casi con pesar. —¿Y quĂ© es? —preguntĂł con una expresiĂłn confusa, mirándolo con genuina curiosidad. —Gente interrumpiendo —mascullĂł entre dientes. La soltĂł de forma repentina y se alejĂł un metro, que pareciĂł todo un mundo de distancia. A Kirsty le costĂł la misma vida no abalanzarse sobre Ă©l de nuevo, mientras no podĂa dejar de darle vueltas a quĂ© podĂa significar su Ăşltimo comentario. —Sube al caballo —le ordenĂł Mike, sujetando las riendas de Thunder. —¿QuĂ©? Pero… —¡Sin protestas, Kirsty, por una vez! —Es posible que Thunder tenga otra opiniĂłn. Aquel caballo habĂa sido salvaje y Mike hacĂa muchos años que se habĂa encargado de domarlo, pero aĂşn a dĂa de hoy solo permitĂa que lo montara Ă©l. —Yo montarĂ© detrás, no protestará —y repitiĂł malhumorado—. Sube. —Quizá si sugirieras las cosas en vez de imponerlas… La respuesta fue un repentino tirĂłn de muñeca hacia Ă©l y la sensaciĂłn de que volaba por el aire. Cuando quiso darse cuenta estaba sentada a lomos de Thunder. Mike se sentĂł tras ella un par de segundos despuĂ©s y tomĂł las riendas, dejando a Kirsty atrapada entre sus brazos y sin espacio libre ni para respirar. —Relájate —le sugiriĂł Mike cuando comenzaron a caminar—. No puedes ir tiesa como un palo hasta allĂ. Kirsty tragĂł saliva y cediĂł a la necesidad de abandonarse a su abrazo. ApoyĂł la espalda sobre su pecho y se deleitĂł con la sensaciĂłn de bienestar que la inundĂł al sentirse abrazada y protegida, aun a sabiendas de que aquello era solo una invenciĂłn de su imaginaciĂłn; al igual que debiĂł serlo el casi imperceptible suspirĂł que creyĂł escuchar de labios de Mike, acompañado de un leve estremecimiento. Cuando entraron en el establo, tras todo el camino en silencio, Kirsty esperĂł a que Mike se bajara del caballo y a continuaciĂłn lo hizo ella misma, negándose a aceptar la mano que le tendĂa. Apenas sin mirarlo, se girĂł hacia la puerta dispuesta a irse, pero una mano de hierro la tomĂł de la muñeca, tirĂł de ella con fuerza y la atrajo contra el muro de mĂşsculos sobre el que habĂa venido recostada. —Si piensas que vas a irte sin castigo, voy a sacarte de tu error. —A Kirsty no le dio tiempo ni a protestar. La boca de Mike tomĂł la suya de una forma firme y exigente, y se abriĂł paso con la lengua antes de que apenas pudiera darse cuenta, dejándola sin capacidad de reacciĂłn al instante y obligándola a rendirse a aquel dulce castigo. GimiĂł sobre su boca sin remedio y, de forma automática, sintiĂł que Mike la acorralaba contra la pared y se fundĂa contra ella ahora con mucha más impaciencia. Kirsty se dejĂł abrazar, a punto de arder en llamas, abandonada por completo a sus exigencias. —¿Kirsty? —Ambos escucharon a Nadine llamarla desde fuera del establo. Mike dejĂł de besarla, pero no la soltĂł de inmediato. La taladrĂł con una mirada negra como carbĂłn. —Si vuelves a exponerte al peligro, Kirsty —susurrĂł casi sobre su boca—, te encierro bajo llave. —¡Eres odioso! —lo matĂł con la mirada, furiosa. ÂżCĂłmo podĂa besarla asĂ y amenazarla con encerrarla al minuto siguiente? ¡Ella no podĂa desconectar tan rápido! —Estás advertida —insistiĂł. —¡Iros a la mierda, tĂş y tus Ăłrdenes! —le gritĂł. —¿Buscas otro escarmiento? Kirsty tragĂł saliva y lo mirĂł con los ojos cargados de un deseo mal disimulado. —¡Joder, Kirsty! —protestĂł Mike en un susurro, sin dejar de mirarla, y casi le implorĂł —: CompĂłrtate…, por el bien de los dos. Nadine volviĂł a llamarla, esta vez al mismo tiempo que entraba en el establo, y Mike la soltĂł de forma automática. «¡Gente interrumpiendo!», recordĂł Kirsty ahora. ÂżQuerĂa decir Mike que si no los interrumpĂan…? «Guau, quĂ© calor». Se centrĂł en Nadine, buscando una brisa fresca. —¡Por fin, menudo susto nos has dado! —le dijo la mujer avanzando hasta ella—. ÂżDĂłnde estabas? —Solo habĂa salido a montar un rato —contĂł, intentando impregnar su voz de un tono jovial para que no sonara tan malo como ahora le parecĂa—. Dennis no estaba cuando he venido y… no me he alejado mucho. La mirada crĂtica que Mike posĂł sobre ella la llenĂł de inquietud. —Vale, lo siento —dijo, mirando a Nadine—. No he debido irme asĂ, no ha estado bien. No volverá a pasar. MirĂł a Mike de reojo, comprobando la sonrisa cĂnica que lucĂa ahora en sus labios. Ambos sabĂan que aquellas palabras eran más para Ă©l que para la mujer que la miraba con una expresiĂłn preocupada, pero le resultaba mucho más fácil admitirlo de aquella manera. —No le he dicho nada a Thomas aĂşn —le contĂł Nadine—. Este tipo de sobresaltos no le son beneficiosos. Kirsty se sintiĂł la mujer más egoĂsta del planeta y agachĂł la cabeza, avergonzada. DebĂa aprender a controlar sus impulsos porque podĂan acarrear consecuencias serias, y no solo para ella. Se sentĂa tan a salvo en Little Meadows que estaba segura de que podĂa salir sola sin peligro alguno, pero no habĂa pensado en lo nervioso que aquello pondrĂa a su padre y la factura que su pobre corazĂłn podrĂa pagar por sus acciones. Por desgracia, para lograr controlarse, tenĂa que aprender primero a lidiar con todo lo que Mike le hacĂa sentir, para bien o para mal, y aquello ya no era tan fácil. —Gracias, Nadine, Âżsi prometo no volver a hacerlo, podemos evitar contarle nada de esto a mi padre? —¿Ahora te avergĂĽenzas? —intervino Mike con cierta sorna. —¿Estoy hablando contigo? —se girĂł Kirsty a mirarlo, malhumorada. DespuĂ©s volviĂł a mirar a Nadine con una expresiĂłn esperanzada—. Para quĂ© preocuparlo cuando no ha pasado nada. La mujer terminĂł sonriendo y la apuntĂł con el dedo. —Solo por esta vez. —Creo que es tarde para eso —volviĂł a decir Mike mientras desensillaba a Hope. Kirsty no entendiĂł el comentario hasta que escuchĂł a su padre gritarle desde la puerta del establo: —¡Kirsty Danvers, dime que no es verdad! Cuando se girĂł a mirarlo, comprobĂł que venĂa acompañado de Dennis, que al parecer se habĂa ido de la lengua, el muy chivato. —A ver…, tampoco vamos a hacer una montaña de un grano de arena —protestĂł la chica mientras caminaba hacia su padre, cada vez más angustiada—. Solo he subido hasta el árbol viejo para ver las vistas. —¿QuĂ© parte de es peligroso que salgas sola no has entendido, hija? —suspirĂł Thomas. —TĂş no te exaltes, por favor —le rogĂł, abrazándolo con cierta zalamerĂa—. Te prometo que no se me volverá a ocurrir —bajo el tono de voz para susurrarle—. Además, Mike ya me ha regañado duro, papá, y puedes imaginar cĂłmo me ha sentado. Aquello logrĂł que su padre sonriera a medias. —Pero tiene toda la razĂłn, Kirsty. —Cierto, a CalĂgu…, perdĂłn, al CĂ©sar lo que es del CĂ©sar. El hombre dejĂł escapar una inevitable carcajada ante el tono y la expresiĂłn encantadora de su hija. —Eres todo un caso, hija. —¿Ya está? —se acercĂł Mike hasta ellos con una expresiĂłn burlesca—. ÂżEs toda la bronca que vas a echarle? —Ya te encargaste tĂş, ÂżquĂ© más puedo decirle? Ya no es una niña. —Mike dejĂł escapar un suspiro exasperado—. No puedo evitarlo, Mike —aceptĂł Thomas con resignaciĂłn, mirando ahora a su hija—. Me camela en cuanto que me mira con esos ojazos verdes. Mike posĂł una mirada sobre Kirsty. —SĂ, me temo que tiene ese efecto en todo el mundo —dijo en un tono que parecĂa sincero. Kirsty tragĂł saliva y tuvo que contenerse para no preguntarle si Ă©l se incluĂa en el lote. Fue su conciencia quien le advirtiĂł que no se hiciera ilusiones absurdas. —Termina tĂş de atender a los caballos, Dennis, por favor —EscuchĂł decir ahora a Mike, que se volviĂł a mirarla de nuevo antes de añadir—: Me vi obligado a dejar una videollamada a medias con Jefferys, que tengo que retomar. —Voy contigo —dijo su padre al instante—. Me gustarĂa saludarlo, hace dĂas que no hablo con Ă©l. Ambos se alejaron hacia la casa y las dos mujeres salieron tambiĂ©n del establo, aunque a un paso mucho más pausado. —Menuda has liado en un momento —dijo Nadine sin poder evitar sonreĂr. —SĂ… Ahora me siento fatal, la verdad —admitió—. ÂżCĂłmo os habĂ©is enterado de que me habĂa ido? —El sonido de los cascos de caballo se escuchĂł alto y claro —explicó—. Mike apenas tardĂł cinco segundos en salir del despacho. ÂżCĂłmo se te ocurriĂł irte sola? Pensaba que habĂas quedado con Ă©l. —SĂ…, habĂa quedado. —¿Y quĂ© pasĂł? Kirsty suspirĂł. —¿Hay algĂşn tipo de comodĂn que pueda pedir para no contestar a esa pregunta? —bromeĂł, con las mejillas teñidas ahora de un rojo intenso. —Guárdatelo para más adelante. Con esa respuesta me vale para no seguir preguntando. — SonriĂł comprensiva—. Pero que conste que estoy un poquito enfadada contigo por exponerte asĂ. Y a ese hombre casi le da un infarto cuando te has ido; se quedĂł pálido como la cera en un segundo. Ha recorrido media casa buscándote como un desquiciado, antes de aceptar que lo que habĂa escuchado salir corriendo era tu caballo. Kirsty la mirĂł confusa. —Me pareciĂł entenderte que no le habĂas dicho nada. —¿A quiĂ©n? —A mi padre. —Es que no estoy hablando de tu padre, hablo de Mike. Los ojos de Kirsty se abrieron como platos. —Tu padre ha debido enterarse por Dennis —continuĂł diciendo Nadine, ajena al desconcierto que acababa de causar, pero fue solo hasta que mirĂł a la chica—. ÂżQuĂ© te pasa? —Nada, es que… me sorprenden un poco los comentarios que has hecho sobre Mike — admitiĂł, cohibida—. Ha sonado a… preocupaciĂłn verdadera. Nadine se detuvo y la mirĂł de frente. —Lo era la que yo he visto —le aseguró—. ÂżPor quĂ© te sorprende tanto? —Mike y yo tenemos una relaciĂłn complicada —suspirĂł. —Pero hace muchos años que Ă©l vive en esta casa. ÂżTĂş no le quieres ni un poco? Kirsty se quedĂł perpleja ante la pregunta. «Ni siquiera te plantees la respuesta», se suplicĂł a sĂ misma. No estaba ni remotamente preparada para analizar lo que sentĂa o no por Mike O'Connell. —¿Puedo usar ahora el comodĂn pendiente? —suplicĂł. Nadine dejĂł escapar una carcajada divertida. —Me tenĂ©is muy desconcertada ambos —admitiĂł despuĂ©s, sin dejar de sonreĂr. CapĂtulo 13 Aquella noche la cena fue algo más complicada de lo habitual para Kirsty. Sacudirse la vergĂĽenza por haberse ausentado de la casa de aquella manera estaba resultando complicado. Las miradas condenatorias que Mike no se molestaba en ocultar cada vez la ponĂan más nerviosa, a pesar de que intentaba ignorarlo. —¿Puedes dejar de mirarme ya asĂ? —protestĂł de repente, cansada de fingir que no se daba cuenta—. ¡Tampoco he cometido un asesinato! Mike no dijo una palabra, lo cual le molestaba incluso más que si la amonestara. —Seguid hablando de Wang, Wong o Ming —le recomendĂł irritada—. Pero olvĂdate de que estoy aquĂ sentada, ni me mires. —Vale, vamos a calmarnos —intervino su padre—. A ver, Mike, ÂżquĂ© me decĂas de Wang? Mike taladrĂł a Kirsty con la mirada de nuevo antes de decidirse a aceptar la recomendaciĂłn de Thomas. DespuĂ©s centrĂł toda su atenciĂłn en el hombre. —Su hijo estará unos dĂas con su familia de vacaciones en Europa, llega a Londres mañana. —¿Y quieren reunirse para cerrar el acuerdo en persona? —Eso parece, pero aĂşn hay un punto en el que no consigo que cedan. —Los gastos aduaneros —adivinĂł el hombre. Mike asintió—. Pues no son negociables. —Y ellos lo saben —explicĂł Mike—, pero se han puesto muy tercos con ese asunto. —¿Y crees que reunirte con Ă©l ayudarĂa? —Es posible. —Hazlo pues, Âżcuál es el problema? Mike guardĂł un silencio incĂłmodo antes de añadir. —No puedo irme a Londres. En aquella ocasiĂłn no mirĂł a Kirsty, pero ella se sintiĂł aludida igualmente, consciente de que era el motivo por el que Mike no querĂa ausentarse. En aquella ocasiĂłn se sintiĂł mal en lugar de ofenderse, a pesar de saber que ella tampoco tenĂa la culpa de su situaciĂłn. —¿Y si le invitaras a venir? —Se le ocurriĂł a Thomas—. ÂżCrees que aceptarĂa? —No lo creo. Está de vacaciones, su mujer y sus hijos viajan con Ă©l, y este acuerdo puede llevarnos unas horas —dijo Mike tras valorarlo—. No podemos sumarle un montĂłn de kilĂłmetros a la ecuaciĂłn. —¿Y si los invitas a venir a todos? —dijo Kirsty de pronto, sorprendiĂ©ndolos a ambos—. Dices que están de vacaciones. Mike asintiĂł. —Su mujer y sus hijos podrĂan divertirse mientras trabajáis. Pueden salir a cabalgar por la finca —insistiĂł Kirsty—, y… quizá darse un baño en tu piscina, suponiendo que la tengas llena, claro. —Lo están —dijo Mike con los ojos entornados, valorando la idea. «¿Lo están? ÂżEs que tenĂa dos o quĂ©?», se distrajo tanto con aquella idea que le sorprendiĂł cuando escuchĂł a Mike decir: —PodrĂa funcionar. —SĂ, suena bien. —SonriĂł Thomas—. AquĂ estarĂais mucho más relajados y yo tambiĂ©n podrĂa aportar. —Me gusta la idea —admitiĂł Mike, y mirĂł a Kirsty—. ÂżQuĂ© más se te ocurre? La chica le devolviĂł una mirada sorprendida porque Ă©l pidiera su opiniĂłn. —HabrĂa que organizar tambiĂ©n una cena especial para sellar el acuerdo —dijo sin demora—. Y quizá ofrecerles pasar la noche aquĂ en la mansiĂłn; puede que se haga tarde para que regresen a Londres. Mike asintiĂł pensativo. —Mañana mismo hablarĂ© con ellos —terminĂł diciendo—. LlamarĂ© a primera hora. A Kirsty no deberĂa gustarle tanto que Ă©l tuviera en cuenta sus ideas, pero no podĂa evitar sentirse muy bien por haber podido aportar una posible soluciĂłn a un problema. «Me afecta demasiado todo lo que dice o hace», se dijo, preocupada. «DeberĂa darme igual cualquier cosa relacionada con Ă©l», se recordĂł, dejando escapar un suspiro de angustia. Y no se habĂa dado cuenta de que estaba frunciendo el ceño hasta que Nadine se lo hizo saber. —Estoy bien —intentĂł sonreĂr, pero no era cierto. De repente le faltaba el aire y sentĂa la necesidad de alejarse de todo el mundo. Se puso en pie casi sin pensarlo—. Me retiro ya a mi alcoba. —¿Ya? Pero si aĂşn no hemos tomado el postre —le recordĂł su padre—. ÂżTe encuentras bien? —SĂ, solo estoy cansada. El gesto intranquilo del hombre la obligĂł a replantearse sus intenciones. MirĂł a Mike de soslayo y le sorprendiĂł que Ă©l estuviera observándola tambiĂ©n con lo que parecĂa un gesto intranquilo. ÂżPodrĂa tener razĂłn Nadine cuando le aseguraba que Ă©l se preocupaba por ella de forma sincera? «¿TĂş no le quieres un poco?». Aquella pregunta de la mujer, que antes habĂa sido incapaz de plantearse, entrĂł en su cabeza de nuevo arrasando con la poca calma que le quedaba. Con mucho esfuerzo, tuvo que aguantar el resto de la cena hasta poder alejarse de allĂ sin que su padre se alertara. —Hasta mañana —se despidiĂł, loca por llegar a su cuarto y poder dejar salir la angustia y la confusiĂłn que la asaltaban en aquel momento. Por desgracia, se habĂa olvidado de un pequeño detalle… —No tan deprisa —le dijo Mike saliendo tras ella. —¿Y ahora quĂ©? —se volviĂł a decirle de mala gana. Mike frunciĂł el ceño y la mirĂł sin disimular su irritaciĂłn. —El nĂşmero de todas las noches, Âżrecuerdas? —le dijo, pasando ante ella y tomando la delantera escaleras arriba. Kirsty suspirĂł, hastiada. Se le habĂa olvidado por completo que Mike tenĂa que revisar su habitaciĂłn antes de acostarse. «Lo que me faltaba», casi sollozĂł para sĂ, caminando tras Ă©l. Si el dĂa anterior el olor de su colonia, que se habĂa quedado rondando en el ambiente, le habĂa robado horas de sueño, ÂżquĂ© pasarĂa hoy cuando asociara aquel aroma con lo que sentĂa estando entre sus brazos recibiendo uno de sus escarmientos? —¿De verdad esto te parece necesario? —protestĂł al llegar a la puerta de la alcoba. —Totalmente. Mike se colĂł en la habitaciĂłn y la inspeccionĂł de arriba abajo, mientras que Kirsty se quedĂł en el pasillo esperando a que terminara. —Ya puedes pasar —lo escuchĂł decirle desde dentro. Kirsty apenas si se asomĂł a la puerta. —No hay nadie —insistiĂł Mike. —Estás tĂş —terminĂł diciĂ©ndole Kirsty, cruzándose de brazos bajo el quicio de la puerta. Mike le devolviĂł una mirada molesta. —Entra, te aseguro que no voy abalanzarme sobre ti. «¿Y cĂłmo vas a conseguir que no lo haga yo?», se dijo a sĂ misma, reconociendo que se morĂa de ganas de cerrar la puerta con Ă©l dentro. Por un momento se preguntĂł cĂłmo reaccionarĂa Ă©l si lo hiciera. ÂżBastarĂa con que cerrara y lo insultara para hacerse entender? «¡Ay, Kirsty, pero ÂżquĂ© estás pensando?!». Sin duda, Mike la afectaba cada vez más, y tenerlo en su habitaciĂłn le nublaba el juicio por completo. —No entrarĂ© hasta que te vayas —insistiĂł, ahora más convencida. —¿De verdad crees que intentarĂa algo en tu alcoba? —ParecĂa de verdad dolido. —No hasta que yo diga algo que consideres ofensivo, supongo —le dijo, sin moverse de donde estaba—, pero ya habrás notado que no siempre controlo mis impulsos cuando estoy contigo. —Cierto, no lo haces —clavĂł una mirada irritada sobre ella—, en ningĂşn sentido… Aquella insinuaciĂłn enfureciĂł a Kirsty, a pesar de saber que estaba en lo cierto. EntrĂł en la habitaciĂłn y caminĂł hasta Ă©l, apuntándole con un dedo. —¡Ni se te ocurra insinuar que me gustan tus… tus…! —Creo que la palabra que buscas es besos. —SonriĂł con cinismo. —¡Pues no, idiota! Iba a decir escarmientos. —Vale, sigamos llamándolos asĂ. El desconcierto de Kirsty fue tan evidente que Mike le devolviĂł una mirada burlona, cargada de significado. —¡Por Dios, Kirsty, eres tan transparente! —le dijo, terminando de enfurecerla. —¡Que te den! —le gritó—. A partir de ahora no quiero tener nada que ver contigo. —Mal momento para eso. —¡Me da igual! ¡Ya estoy harta de ti, de tus Ăłrdenes y de tener que controlar cada palabra que digo! —insistió—. Y si tengo que quedarme en casa y renunciar a mis paseos a caballo, lo harĂ©, pero no voy a pasar contigo ni un minuto más del estrictamente necesario. Mike la mirĂł en silencio, con una expresiĂłn inescrutable. —Está bien —terminĂł aceptando—. Contrataremos a alguien para que se encargue de tu seguridad, si eso es lo que quieres, y yo saldrĂ© de escena. Aquello cogiĂł desprevenida a Kirsty, que no esperaba que Ă©l fuera a aceptar sus condiciones con tanta facilidad, pero no se retractĂł. —Genial. Es lo mejor. —Se cruzĂł de brazos y levantĂł el mentĂłn con un gesto obstinado—. Los dos sabemos que tĂş tambiĂ©n estás deseando librarte de mĂ. Claro, que ya lo hiciste hace años, asĂ que no me sorprende. —Eres de un desesperante total y absoluto, Kirsty —se quejĂł, ahora dando muestras del monumental enfado que bullĂa en su interior. —¡Sabes que es la verdad! —¿La verdad? ¡La verdad es que tĂş siempre lo magnificas todo y despuĂ©s me echas a mĂ todas las culpas! —¡¿QuĂ© dices?! —Acabas de decirme que no quieres tener nada que ver conmigo —insistiĂł, ya sin poder contenerse—, pero cuando te ofrezco la opciĂłn de salir de escena, casi que me acusas de querer librarme de ti. —¿Y acaso miento? ÂżO vas a decirme que no estás deseando perderme de vista? —dijo dolida, esperando con demasiada ansiedad a que Ă©l rebatiera aquellas palabras. —En este momento no me faltan ganas de estrangularte —le asegurĂł entre dientes. —SĂ, supongo que seis años de ausencia te han sabido a poco. «No se te ocurra derramar una lágrima», se dijo, arrepintiĂ©ndose por haber sacado aquella dolorosa conversaciĂłn a colaciĂłn. Solo esperaba que Ă©l lo dejase estar y saliera cuanto antes de la habitaciĂłn para poder lamerse las heridas. No tuvo suerte. —¡Ya estoy cansado de acusaciones absurdas y sin fundamento! —dijo Mike, caminando hacia ella con una expresiĂłn iracunda en los ojos. —¡Me echaste de mi casa! —le gritó—. Eso no es ni absurdo ni infundado. —HabĂas perdido el rumbo, Kirsty —le dijo muy serio—. Y sabes tan bien como yo que no hubieras podido recuperarlo de seguir aquĂ en Little Meadows. —Eso no lo sabes. —Necesitabas salir de aquĂ, desarrollarte como persona y dejar de ser tan dependiente. —¿Dependiente? ÂżDe quiĂ©n? —¡De mĂ, Kirsty, Âżde quiĂ©n más?! —terminĂł admitiendo. —¡Estás loco! —Centraste toda tu existencia en echarme un pulso, Kirsty, todo lo que hacĂas era para enfurecerme o molestarme de alguna manera, reconĂłcelo. Kirsty tragĂł saliva. ÂżAcaso no era verdad aquello? —Necesitabas alejarte de mĂ una temporada y encontrarte a ti misma, para poder decidir quĂ© te apetecĂa hacer con tu vida —insistió—. La distancia era la mejor opciĂłn para los dos. —¿Para los dos? —Rio sarcástica—. ÂżAcaso a ti te afectĂł en algo que me fuera? Kirsty esperĂł aquella respuesta con el corazĂłn encogido. Mike la observĂł durante unos segundos con una expresiĂłn seria y cargada de… ÂżQuĂ© era aquello que habĂa en sus ojos? Fue incapaz de descifrarlo. —Eso ya da igual —terminĂł diciendo Ă©l en un tono extraño que parecĂa destilar amargura—. Fuiste tĂş quien decidiĂł tomar un rumbo que no esperábamos y que lo cambiĂł todo. —¡Fue a lo que tĂş me empujaste! —le gritĂł, colĂ©rica —No fue mi intenciĂłn, te lo aseguro. —¿Eso es lo que te dices a ti mismo para acallar la conciencia? —le preguntĂł, enfrentándolo ahora con verdadera rabia—. Ah, no, perdona, ¡que para eso tendrĂas que tener conciencia! —Nada de lo que me digas hará que tengas razĂłn. No te mandábamos al exilio, Kirsty, pero tĂş te empeñaste en verlo asà —insistió—, y te guste o no, fuiste tĂş quien escogiĂł y decidiĂł alejarse de aquĂ. —¿Crees que para mĂ ha sido fácil estar sola tan lejos de casa? —¡Nadie te obligĂł! PodĂas haber aceptado el internado de Londres y haber venido a casa cada poco —le recordó—, pero como no se jugĂł segĂşn tus cartas, rompiste la baraja y decidiste poner seis mil kilĂłmetros y el ocĂ©ano Atlántico de por medio. Para Kirsty aquella conversaciĂłn empezaba a resultar intolerable. Las palabas de Mike la estaban destrozando por dentro. —Sal de aquà —le exigiĂł de nuevo, incapaz de seguir escuchando. —Yo tambiĂ©n fui a la universidad, Kirsty, a cien kilĂłmetros de aquà —continuĂł diciendo Mike, como si todas aquellas palabras las tuviera enquistadas en su interior y necesitara dejarlas salir—. Y venĂa dos veces al mes a disfrutar de la familia, de la casa, de ti y de estas praderas que tanto adoras; y cuando terminĂ© mis estudios decidĂ establecerme en Little Meadows porque era donde… —se le quebrĂł ligeramente la voz— pretendĂa ser feliz. Esa fue mi opciĂłn, mi decisiĂłn. TĂş dejaste que el orgullo decidiera por ti. Aquellas Ăşltimas palabras le hicieron tanto daño que devolverle parte del dolor se convirtiĂł en una imperiosa necesidad. —No te equivoques, Mike, no ha sido el orgullo lo que me ha mantenido lejos tantos años — le asegurĂł, con la voz ronca por las emociones contenidas—, ha sido el odio. —Pues le has dejado robarte demasiado —dijo Mike casi en un susurro, con un deje de tristeza—. Nos ha robado demasiado a ambos. Se sostuvieron la mirada en silencio, mientras el ambiente parecĂa poder cortarse incluso con una pequeña cuchilla. —Mi vida es perfecta, Mike —le asegurĂł Kirsty, apretando los puños—. Soy feliz. —Pues me alegro por ti. Espero que puedas volver a ella cuanto antes. Dicho esto, cruzĂł ante ella y saliĂł de la habitaciĂłn. Kirsty se sentĂł en la cama intentando controlarse y no derramar las lágrimas que pugnaban por salir, pero no lo consiguiĂł. Algunas de las cosas que Mike acababa de arrojarle a la cara la quemaban por dentro, porque le aterraba toda la verdad que se escondĂa en sus palabras. Aquella discusiĂłn habĂa abierto una vieja herida en su interior que le habĂa costado mucho cerrar… Una herida que durante los primeros meses despuĂ©s de salir de Little Meadows sangraba cada cinco segundos, rogándole que reconsiderara sus acciones y gritándole a pleno pulmĂłn que quizá se estaba equivocando. Pero hacĂa demasiados años que habĂa mal cosido aquella herida, no podĂa ni debĂa tocarla a aquellas alturas. Si echaba la vista atrás, su corazĂłn y su alma recordaban demasiado bien el dolor de la ausencia y las lágrimas derramadas, que aĂşn fueron mucho peores cuando saliĂł del internado y tuvo que enfrentarse a la soledad. Durante el primer año en la facultad se habĂa sentido perdida por completo, cargada de un odio y un resentimiento que apenas podĂa gestionar. HabĂa pasado el año entero llorando cada noche hasta dormirse mientras añoraba Little Meadows hasta casi volverse loca. Por fortuna, su vida volviĂł a cruzarse un dĂa con la de cierta profesora del internado que le propuso participar en un concurso de relato corto, convencida de sus actitudes para la escritura. Ganar aquel concurso le habĂa hecho ser consciente de sus capacidades para escribir y de lo bien que se sentĂa sumergida en cada historia, lejos de sus problemas y pesares. Un año más tarde, habĂa abandonado la carrera de econĂłmicas para dedicarse por completo a lo Ăşnico que conseguĂa que sus heridas dejaran de doler. Aquello le habĂa costado una fuerte discusiĂłn con su padre, pero habĂa salido de ella victoriosa y con fuerzas renovadas para luchar por sus sueños. Años despuĂ©s podĂa decir que habĂa cumplido muchos de ellos, algunos muy ambiciosos, como poder vivir del todo y mucho mejor que bien de su pasiĂłn. SĂ, era una escritora reconocida y admirada, Âżpero era feliz tal y como le habĂa asegurado a Mike hacĂa un momento? Aquella respuesta era demasiado complicada, confusa… y dolorosa. «¿CĂłmo habrĂa sido mi vida si no me hubiera rebelado contra la decisiĂłn de ir al internado en Londres?», se preguntĂł de forma inevitable. «Si hubiera podido volver a casa cada poco para disfrutar del amor de mi padre, de mis adoradas praderas…, de Mike». «Basta», se regañó cuando sus pensamientos tomaron aquellos derroteros. Mike habĂa puesto ante sus ojos una realidad alternativa que no debĂa plantearse; hacerlo no cambiarĂa el pasado. «Pero quizá sĂ te ayude a reconsiderar el futuro…», le dijo su conciencia, arrancándole un suspiro de angustia cuando aquello trajo consigo una temida pregunta. «¿No serĂa maravilloso poder vivir de nuevo en Little Meadows? Al fin y al cabo, puedo escribir desde cualquier punto del planeta…». Aquello la impulsĂł a ponerse en pie para centrarse en cualquier otra cosa que la obligara a aparcar aquellos pensamientos. Volver a Little Meadows no era una opciĂłn. No podrĂa ver a Mike a diario y salir cuerda de la experiencia. CapĂtulo 14 Cuando Kirsty consultĂł el reloj a la mañana siguiente, se girĂł hacia el otro lado de la cama y se tapĂł la cabeza con la sábana. La noche no habĂa sido la mejor de su vida, entre tantas cavilaciones, pero incluso cuando habĂa logrado dormirse, el dueño de unos ojos grises y burlones se habĂa empeñado en colarse en sus sueños, provocando que su subconsciente se rebelara y se obcecara en echarlo allĂ, despertándola cada vez que la cosa se ponĂa… interesante. «Hoy no me levanto», protestĂł para sĂ bajo la sábana. Media hora despuĂ©s tenĂa tanta hambre que tuvo que rendirse y salir de la cama. Aun asĂ, se tomĂł su tiempo para vestirse, con la esperanza de que Mike ya no estuviera en el salĂłn cuando ella bajara. TodavĂa se sentĂa muy incĂłmoda tras la discusiĂłn de la noche anterior y no le apetecĂa enfrentarse a Ă©l tan temprano. Además, ella prácticamente le habĂa gritado que no querĂa su compañĂa para nada, asĂ que podĂa olvidarse incluso de salir a cabalgar aquel dĂa. —Parece que se nos acabĂł el descanso, Darcy —dijo en alto. Tras el Ăşltimo lanzamiento, se habĂa prometido darse un respiro y descansar antes de ponerse a escribir la Ăşltima parte de la saga Riley, pero si no se centraba en algo más que en ver pasar el tiempo, pronto estarĂa desquiciada y subiĂ©ndose por las paredes. AbriĂł la puerta de su habitaciĂłn con cuidado y se asomĂł al pasillo, como si tuviera toda la intenciĂłn de cometer algĂşn delito. Aquel pensamiento le arrancĂł una inevitable sonrisa y un suspiro de resignaciĂłn. «Lo Ăşnico que me faltaba era tener que andar a hurtadillas por toda la casa», pensĂł. SaliĂł de la alcoba y se detuvo de nuevo al ser consciente de que estaba caminando casi de puntillas. «¿Se puede ser más absurda? No voy a topármelo antes por…». Mike saliĂł de la alcoba de su padre y casi tropezĂł contra Ă©l, provocando que su corazĂłn diera un vuelco. —Bueno dĂas —le dijo Ă©l, mirándola casi de soslayo. A Kirsty casi no le dio tiempo ni a devolverle el saludo cuando Ă©l ya estaba en mitad de la escalera. Pocos segundos despuĂ©s habĂa desaparecido de su vista. «QuĂ© escueto», pensĂł, malhumorada. «Ayer le dijiste que no querĂas pasar con Ă©l ni un segundo más de lo necesario». «¡No vamos a empezar a discutir ya, Pepito Grillo! ¡Al menos dĂ©jame desayunar primero!». VolviĂł a topárselo al entrar en el salĂłn. Está vez Ă©l iba de salida y se limitĂł a echarse a un lado para dejarlo pasar. En aquella ocasiĂłn ninguno de los dos dijo una sola palabra. Kirsty buscĂł su mejor sonrisa y le dio los buenos dĂas a Nadine y a su padre, que todavĂa estaban en el salĂłn. Nadine aprovechĂł su llegada para subir a por el medidor de tensiĂłn arterial y desapareciĂł. —Hoy se te han pegado las sábanas —le dijo su padre con una sonrisa—. ÂżTe ha despertado Mike? La mirada confusa de la chica lo dijo todo. —Ha subido a por mis gafas a mi cuarto y le he pedido que te echara un vistazo. «¿QuerĂas que llamara a mi puerta como si tal cosa?». —Pues… ya me habĂa levantado… —titubeĂł, desconcertada. A aquellas alturas una conversaciĂłn seria con su padre parecĂa inevitable. Se sirviĂł un cafĂ© y le dio un par de bocados a un croissant antes de hablar. —Papá, necesito que entiendas que mi relaciĂłn con Mike es… delicada. —SĂ, lo sĂ©, no es nuevo. —Entonces no puedes mandarlo a mi cuarto a despertarme —protestó—. Esas situaciones pueden resultar incĂłmodas para ambos. —Pero Âży si te hubiera pasado algo? —¿QuĂ© me va a pasar en mi habitaciĂłn, papá? —No lo sĂ© —insistió—, pero tĂş seguridad está por encima de vuestras rencillas. Kirsty tuvo que respirar hondo varias veces antes de seguir hablando. —Anoche le pedĂ a Mike algo de distancia —le contĂł, consciente de que ni por asomo habĂa sido tan diplomática—. Es mejor para los dos que nos mantengamos lo más lejos posible. —Pero eso no puede ser —se quejĂł Thomas—. Mike debe protegerte, yo no tengo fuerzas aĂşn. —Nadie va a intentar hacerme daño aquĂ, papá —le asegurĂł. —Eso no lo sabes. —La gente que lo intentĂł ni siquiera sabe dĂłnde estoy. —Tampoco puedes estar segura de eso —insistiĂł el hombre, obcecado—. Debes estar cerca de Mike, te guste o no. Kirsty suspirĂł y le dio otro bocado a su bollo, ya sin ningĂşn apetito. —Además, ÂżcĂłmo piensas salir a cabalgar? —insistiĂł Thomas—. ÂżSola de nuevo? —No saldrĂ©, al menos de momento. Thomas la mirĂł perplejo. —¿Vas a renunciar a cabalgar por no pasar un rato con Mike? Kirsty asintiĂł con un repentino nudo en la garganta, que tuvo que admitir que no era solo por no poder salir a montar… De alguna forma, con aquella pregunta su padre la habĂa obligado a tomar conciencia de que ya no habrĂa más ratos a solas con Mike… —Pero hija, Âżtan mal están las cosas? «SĂ, lo están, y es culpa mĂa. Si tan solo pensara un poco más las cosas antes de decirlas…». Aquel pensamiento la obligĂł a guardar silencio. No podrĂa pronunciar una sola palabra en aquel momento sin venirse abajo. Por fortuna, Nadine regresĂł al salĂłn para sacarla del apuro, o eso creyĂł en un principio. —¿QuĂ© tal, Kirsty? —le preguntĂł la mujer con una sonrisa—. ÂżYa quedaste con Mike para salir a montar? Cualquier dĂa de estos me apunto a la escapada. La chica se vio obligada a salir del salĂłn, incapaz de contener las lágrimas. —¿QuĂ© he dicho? —se preocupĂł la enfermera mirando a Thomas. —Esto no va bien —susurrĂł el hombre, poniĂ©ndose en pie de forma repentina. —¿DĂłnde vas? Tengo que tomarte la tensiĂłn. —Dame unos minutos.
Mike levantĂł la vista del tedioso informe que estaba consultando y soltĂł el bolĂgrafo sobre la mesa con cierta irritaciĂłn. Intentar concentrarse en el trabajo aquella mañana estaba resultando misiĂłn imposible. Además, la cabeza aĂşn le seguĂa doliendo como un demonio, a pesar de llevar dos analgĂ©sicos ya. La puerta del despacho se abriĂł sin previo aviso y Thomas se colĂł dentro con lo que parecĂa una firme determinaciĂłn. —¿Pasa algo? —se sorprendiĂł Mike, mirándolo con cierta sorpresa. —Mi hija acaba de informarme de que habĂ©is llegado a no sĂ© quĂ© acuerdo para manteneros a distancia —le dijo con un gesto irritado que Mike no solĂa ver dirigido a Ă©l muy a menudo. El chico dejĂł escapar un suspiro de hastĂo y tuvo que admitir. —Ella lo ha decidido asĂ, sĂ. —¿Y quĂ© piensas hacer? —Creo que no te entiendo. —FrunciĂł el ceño. —¿Vas a cumplir sus exigencias? —¿Y quĂ© otra cosa puedo hacer? —¡Imponerte, Mike, igual que has hecho siempre! —SĂ, porque me ha ido de lujo con esa actitud —susurrĂł casi para sĂ. —Pues no es momento para cambiarla —opinó—. Te recuerdo que ella no está aquĂ de retiro espiritual. Hay alguien ahĂ fuera que quiere… ¡vete a saber quĂ© cosa de ella! Mike dejĂł escapar un suspiro —Tom, los dos sabemos que es poco probable que nadie la haya seguido hasta aquĂ. —Poco probable no significa imposible. —No, pero… —¡Pero nada! ¡Tienes que pegarte a ella como una lapa, eso es lo que tienes que hacer! —No puedo imponerle una compañĂa que no desea —dijo con una expresiĂłn de pesar—. BuscarĂ© a alguien que se centre en protegerla. —¡No voy a confiarle la seguridad de mi hija a nadie más que a ti! —insistiĂł, con una terquedad que Mike ya no sabĂa cĂłmo enfrentar. —Cálmate, por favor, tu corazĂłn… —Mi corazĂłn está perfectamente —interrumpió—, no es de porcelana. Mike lo observĂł con una expresiĂłn de asombro. Thomas Danvers siempre habĂa sido un hombre decidido y enĂ©rgico, pero desde que habĂa comenzado con sus problemas cardĂacos, apenas parecĂa tener fuerzas para nada…, hasta aquel momento al parecer; pero habĂa escogido recuperarse para luchar por algo para lo que no habĂa remedio —Kirsty ya no es una niña, Tom, y hace mucho que toma sus propias decisiones. —Las cuales no siempre son brillantes ni buenas para ella. —Puede ser, pero no podemos hacer otra cosa más que respetarlas. —¿Aunque eso le cueste la vida? Mike dejĂł escapar un suspiro de exasperaciĂłn. —¿Y quĂ© sugieres? ÂżMe esposo a ella por la muñeca? Thomas pareciĂł plantearse aquella opciĂłn. —Te prometo que hablarĂ© con ella —terminĂł diciĂ©ndole Mike, un tanto perplejo con su actitud. Con aquella promesa en el aire, Thomas saliĂł del despacho. Mike se dejĂł caer hacia atrás en la silla, exhalando aire con fuerza. HabĂa pasado toda la noche en vela, haciĂ©ndose a la idea de que debĂa respetar los deseos de Kirsty y alejarse de ella… ÂżY cuánto le habĂa durado el firme propĂłsito? La promesa que se habĂa visto obligado a hacerle a Thomas lo devolvĂa al punto de partida. «Y maldita la gracia que me hace», se dijo… tan solo un segundo antes de sonreĂr. CapĂtulo 15 Kirsty pasĂł la mañana sentada en la terraza trabajando con su portátil. TenĂa montones de notas que clasificar y organizar antes de poder comenzar a trabajar de lleno en lo que serĂa su prĂłxima novela. En breve vendrĂan la documentaciĂłn, la escaleta y un sinfĂn de preparativos más, pero no se quejaba, cualquiera de aquellas labores le encantaban, y la ayudarĂan a mantener su mente ocupada para que las horas no pasaran tan lentas. Cuando se quiso dar cuenta, era la hora de comer. Sin remedio, su corazĂłn comenzĂł a dar muestras de lo que aquello significaba y empezĂł a acelerar su ritmo hasta convertirlo casi en taquicardia. «Esto es absurdo», se regañó mientras entraba en la casa. TendrĂa que habituarse a ver a Mike en cada comida, aunque no cruzaran una palabra. Lo que no esperaba era topárselo en el recibidor cuando Ă©l tambiĂ©n iba direcciĂłn al salĂłn, suponĂa que procedente del despacho. Sin decirle una sola palabra, el chico señalĂł hacia el salĂłn para indicarle que pasara ella primero, y Kirsty se limitĂł a devolverle un educado gesto de agradecimiento. «Como que Ă©l tampoco tiene pensado hablarme demasiado», se dijo Kirsty, un tanto apenada. Cuando entraron en el salĂłn, su padre y Nadine aĂşn no habĂan llegado; lo cual Kirsty maldijo para sĂ una decena de veces. La tensiĂłn con Mike se podĂa palpar en el ambiente y empezaba a enervarla cada vez más. DecidiĂł sentarse en el sofá en vez de a la mesa frente a Ă©l, donde no habrĂa distracciĂłn posible, pero Mike debiĂł pensar lo mismo y tomĂł asiento en el sillĂłn frente al sofá, lo cual casi los dejĂł en la misma posiciĂłn, uno frente al otro. Por fortuna, Doris entrĂł en el salĂłn y le tendiĂł un sobre que acababa de llegar a su nombre, y que le permitiĂł evadirse un poco del cargado ambiente. —Acaba de traerlo un mensajero —le dijo la mujer—. Se lo han dejado al vigilante del portĂłn delantero. Kirsty mirĂł a Mike y preguntĂł en un tono serio. —¿Tenemos un vigilante fuera? —Ahora sà —fue la escueta respuesta. La chica asintiĂł, impresionada, y se entretuvo en mirar el sobre, buscando la procedencia, pero se sorprendiĂł al ver que solo tenĂa escrito su nombre y la direcciĂłn de la mansiĂłn. Con curiosidad, rasgĂł la solapa y mirĂł en su interior, comprobando que dentro solo habĂa una simple hoja de papel; pero cuando la extrajo y puso sus ojos sobre el contenido, se quedĂł perpleja. EstudiĂł la imagen que tenĂa ante sĂ con un asombro absoluto, que pronto se convirtiĂł en inquietud. «Esto… no puede ser», se dijo, sin dejar de mirar la foto. —¿QuĂ© te pasa? —le preguntĂł Mike cuando comprobĂł su repentina palidez. Kirsty, incapaz de pronunciar palabra aĂşn, le tendiĂł el folio con la foto impresa a todo color. Mike la estudiĂł con detenimiento. —Es igual que tu colgante —le dijo con curiosidad—. Tu colibrĂ de plata. —Igual no —le asegurĂł con un hilo de voz—, es el mĂo. —¿QuĂ©? La chica se puso en pie y caminĂł hasta Mike para señalarle el enganche del colgante. —¿Ves esa parte con la forma del sĂmbolo del infinito? —le indicĂł con un dedo—. Hace unos años se me partiĂł el broche original y desmontĂ© otro de mis colgantes para arreglarlo —le contĂł sin poder disimular cierto nerviosismo—. Te garantizo que es mi colgante. —¿Y lo has perdido? —interrogĂł, un tanto confuso. Kirsty tragĂł saliva, lo mirĂł con aprensiĂłn y tuvo que admitir: —Me lo quitaron los hombres que intentaron secuestrarme. Ahora sĂ saltaron las alarmas en el tono de voz del chico. —¿Este colgante lo tienen ellos ahora? —Me lo arrancaron del cuello —asintiĂł, recordando aquel momento con ansiedad, llevándose la mano al cuello vacĂo. Su padre escogiĂł aquel preciso instante para entrar en el salĂłn y se excusĂł por la demora, pero no tardĂł en darse cuenta de que algo no estaba bien. —¿QuĂ© os pasa? Kirsty y Mike intercambiaron una mirada preocupada. —No es nada, papá. —SonriĂł Kirsty, pero aĂşn estaba demasiado pálida como para que su padre creyera una palabra. —¿Ya estabais discutiendo de nuevo? —dijo, posando una mirada crĂtica sobre ambos—. Esto tiene que acabar o voy a terminar enfadándome mucho con los dos. —Ahora no discutĂamos —le asegurĂł Kirsty. Ojalá fuera aquel el problema. —¿Entonces quĂ©? —los mirĂł a ambos. —Nada, todo está bien —insistiĂł la chica sentándose encima el sobre, al ver cĂłmo Mike seguĂa manteniendo oculta la foto. —Dejad de tratarme como a un imbĂ©cil, ÂżquerĂ©is? —protestĂł el hombre—. Exijo saber por quĂ© os estáis comportando como si hubierais visto un fantasma. Kirsty agachĂł la cabeza, incapaz de seguir mintiendo, al mismo tiempo que Mike le tendĂa la hoja de papel. Thomas examinĂł la foto con el ceño fruncido. —Es tu colgante —dijo, mirándole el cuello—. No lo llevas puesto, Âżpor quĂ© está en esta foto? —Bueno, no quiero que te preocupes, pero… —¡Mal asunto! –interrumpiĂł Thomas cogiendo asiento junto a Kirsty—. Las frases que empiezan asĂ suelen querer decir todo lo contrario. Kirsty intercambiĂł una significativa mirada con Nadine, para hacerla entender que iban a soltarle una noticia peliaguda. —Las personas que intentaron secuestrarme me robaron el colgante —confesĂł de un tirĂłn. Al hombre le costĂł solo unos cuantos segundos atar cabos. Se revolviĂł inquieto en el sofá y mirĂł a Mike con cierta aprensiĂłn. —¿La han mandado ellos? —SeñalĂł la foto. Mike asintió—. ÂżQuĂ© crees que significa? —Es un aviso. —¿Un aviso? —A Kirsty casi no le salĂa la voz del cuerpo—. ÂżDe quĂ©? Mike posĂł una mirada preocupada sobre ella. —Intentan decirte que saben dĂłnde estás. —Pero… Âżpara quĂ©?, Âżpor quĂ©? —preguntĂł de nuevo, ya incapaz de disimular su inquietud. —Eso no podemos saberlo —admitiĂł Mike. —Es posible que solo quieran asustarla —opinĂł Thomas —Pero Âżcon quĂ© objetivo? —preguntĂł el chico, casi para sà —Hay locos por todas partes, Mike, quizá no responde a un motivo. —Pero si lo que pretenden es secuestrarla, Âżpor quĂ© avisarnos? —insistiĂł Mike—. No tiene sentido. Un escalofrĂo recorriĂł el cuerpo de Kirsty y se abrazĂł con fuerza al cojĂn que tenĂa junto a ella. —TĂş no te inquietes, cariño —le dijo su padre, tomándola ahora de la mano—. AquĂ estás a salvo. Yo te protegerĂ© con mi vida si hace falta, y Mike tampoco se separará de ti ni un momento —MirĂł al chico—, Âżverdad? Por el tono estaba claro que aquello no era una pregunta, sino una orden clara y concisa, que tanto Mike como Kirsty entendieron a la perfecciĂłn. Cruzaron una significativa mirada entre ellos, dejándose claro que aquello no era plato de gusto para ninguno de los dos, pero que ambos estaban dispuestos a acatar el mandato. —Por supuesto, Thomas —terminĂł admitiendo Mike, y añadiĂł en un tono mordaz—: SerĂ© como su sombra a partir de ahora. Thomas mirĂł a Kirsty, esperando que ella confirmara que no pondrĂa problemas a aquello. ÂżY cĂłmo ponerlos? Ahora sĂ empezaba a estar un poco preocupada por su seguridad. «Y se me ocurren cosas peores que tener a Mike pegado como una lapa», pensĂł casi sin pretenderlo, imaginándoselo tan pegadito… «Oh, madre mĂa, incluso amenazada mi mente va por libre y por el lado que no debe…», pero nadie tenĂa por quĂ© saberlo. En aquel momento tenĂa sobrados motivos para estar inquieta y roja como un tomate. —De acuerdo, si no hay más remedio… —No lo hay —interrumpiĂł su padre con contundencia. —SuspenderĂ© lo de Wang —dijo Mike tras unos segundos de silencio—. Estaba esperando su confirmaciĂłn de un momento a otro, en cuanto aterrice en Londres, pero le pondrĂ© una excusa. —¿Lo ves necesario? —preguntĂł Thomas—. ÂżSeguro que no podemos organizarnos? —Esta casa es muy grande, Tom, y al menos nos juntaremos doce personas, más la gente de catering —le dijo convencido—. Demasiado terreno que cubrir para estar tranquilos. Y por mucho que quisiera, no puedo tener a Kirsty sentada en mi regazo todo el dĂa. Kirsty disfrutĂł de aquella imagen más tiempo del conveniente, hasta que finalmente tuvo que carraspear para poder hablar. —Tampoco nos pasemos —dijo con firmeza—. El que hayan querido asustarme no puede condicionar toda nuestra vida. —MirĂł a Mike con más simpatĂa de la habitual—. Has peleado dos años por ese contrato, y no voy a permitir que lo tires todo por la borda ahora que estás casi a punto de conseguirlo. La mirada de sorpresa del chico no le pasĂł desapercibida, y le entristeciĂł el mal concepto que parecĂa tener sobre ella. —Te agradezco que estĂ©s dispuesto a sacrificarlo todo por mà —le aclarĂł para hacerle entender sus motivos—, pero no creo que sea necesario, y tampoco me sentirĂa bien si te permitiera hacerlo. —Pues yo no me sentirĂa bien exponiĂ©ndote tanto —insistiĂł Mike. —Creo que puedo tener una soluciĂłn para eso —interrumpiĂł Thomas con una sonrisa—. ÂżY si centramos todo ese asunto en tu casa? Es mucho más fácil de vigilar y controlar. Y si el tiempo lo permite, podemos cenar al pie de la piscina. Mike guardĂł silencio, sopesando aquella posibilidad. —HabrĂa que adecuar un poco la casa —terminĂł diciendo—. Ni siquiera sĂ© si tengo sillas para la mitad de la gente. —Eso se arregla —insistiĂł Thomas. —Muchas cosas habrĂa que arreglar, Tom, sabes que no he puesto mucho interĂ©s en la casa y… —Estoy seguro de que entre los dos podĂ©is encargaros de tenerlo todo a punto en un par de dĂas. —MirĂł ahora a Kirsty—. A ti siempre te gustĂł organizar eventos sociales. —SĂ, papá, pero… —Mientras lo organizáis, estarĂ©is juntos todo el tiempo, asĂ Mike podrá protegerte y yo estarĂ© tranquilo. —EnsanchĂł su sonrisa tras soltar lo que a sus ojos parecĂa perfecto. «¿Estar varios dĂas seguidos con Mike? ÂżA todas horas? ÂżCĂłmo voy a soportarlo?», pensĂł, horrorizada con la idea de pasarse los minutos luchando contra la imperiosa necesidad de… «¡Inviable, totalmente inviable!». —Papá, entiendo que eso pueda parecer genial para ti —empezĂł diciendo con cautela—, pero no sĂ© si que Mike y yo trabajemos juntos… es buena idea. —Es la idea más descabellada que he escuchado nunca —dijo ahora Mike, con el ceño fruncido—. ¡TerminarĂamos matándonos! —No si ponĂ©is de vuestra parte —insistiĂł Thomas, emperrado en la idea—. Centraos solo en el trabajo y no os quedará tiempo para discutir. —TĂş hija encontrará tiempo, te lo aseguro… —¡Eh, cavernĂcola! —protestĂł Kirsty al instante—. ¡No todas nuestras discusiones son culpa mĂa! —¿Lo ves? —La señalĂł Mike mirando a Thomas—. ¡Tiene un puñetero diccionario de insultos! —Pero… —¡Basta ya, por favor! —pidiĂł Thomas, izando un poco la voz—. Entonces, ÂżquĂ© sugerĂs? Porque acabamos de dejar claro que debĂ©is estar juntos por seguridad. ÂżPreferĂs estar ociosos? Vale, por mĂ perfecto, hablarĂ© con Melanie y que se encargue ella de organizarlo todo. «¡¿Melanie Simmons?!», casi estuvo a punto de gritar Kirsty, horrorizada. —¡Me niego a pasar un solo segundo con morritos Jagger! —exclamĂł al instante. La risa de Nadine inundĂł la estancia y terminĂł por arrancarle una sonrisa a su padre tambiĂ©n, aunque no tardĂł en ponerse serio de nuevo. —No se puede tener todo, hija. —Con que estĂ© lejos de mĂ, es suficiente. «Y de Mike», agregĂł su cerebro por ella. —Eso va a ser difĂcil —le recordĂł su padre—. Mike tiene que estar en su casa sĂ o sĂ, y tĂş tienes que estar con Ă©l por seguridad… Âżme sigues? —Te sigo, papá, pero te juro que matarĂ© a esa arpĂa si tengo que soportarla mucho tiempo. —Bien, hazte cargo del trabajo entonces —volviĂł a ofrecerle. Kirsty mirĂł a su padre con el ceño fruncido. El hombre conocĂa de sobra su aversiĂłn hacia Melanie, y, por ende, su reacciĂłn al comentario. HabĂa jugado bien sus cartas el muy zorro. —Eres un tramposo —protestĂł, mirándolo ahora con un gesto malicioso. Su padre dejĂł escapar una sonora carcajada. Kirsty mirĂł a Mike, que observaba la escena sin intervenir—. ÂżY tĂş no dices nada? Mike suspirĂł y se encogiĂł de hombros. —¿CambiarĂa algo lo que tenga que decir? —le preguntĂł en un tono de resignaciĂłn—. Estamos condenados a entendernos, nos guste o no. «Pues quĂ© bien, se le ve emocionado. Seguro que hay reos caminando hacia el patĂbulo con más ganas», pensĂł Kirsty intentando convencerse de que le daba igual…, pero no era cierto, y la repentina pena que le formĂł un nudo en el pecho se lo gritaba alto y claro. —Vale, firmemos algĂşn tipo de tregua —le ofreciĂł Kirsty, poniĂ©ndose en pie y caminando hasta Ă©l, intentando que no notara su verdadero estado de ánimo. —Yo no te matarĂ© si tĂş no lo intentas antes —dijo Mike, irĂłnico—. ÂżTe refieres a ese tipo de tregua? —Si, por ejemplo —admitiĂł Kirsty, deteniĂ©ndose a un escaso metro de Ă©l—. Aunque quizá tambiĂ©n podamos incluir un alto el fuego verbal… —¿Te estás quedando sin insultos? —se burlĂł. —Intento comportarme como una adulta, ÂżpodrĂas hacer lo mismo? —SonriĂł mordaz—. SĂ, ya sĂ© que debe de ser difĂcil para ti… Mike le devolviĂł una sonrisa divertida. —Será genial que seas tĂş la adulta en esta ocasiĂłn, Kirsty. —La mirĂł a los ojos—. Eso me evitará… complicarme la vida con los escarmientos. La chica se quedĂł perpleja ante el comentario y lo mirĂł ahora con una tensa sonrisa, tiesa como un palo. Tuvo que asegurarse de que le daba la espalda por completo a su padre, puesto que sabĂa que sus mejillas habrĂan tornado a carmesĂ. El problema era que esconderse de su padre significaba no poder dejar de mirar a Mike, que parecĂa muy divertido con su azoramiento. «¡Será sin vergĂĽenza!». —Los escarmientos quedan fuera de toda cuestiĂłn —casi grazno, irritada ante su descaro. —Una pena…, parecĂa que les habĂas cogido gusto. Aquella frase desatĂł los infiernos dentro de Kirsty, que ahora parecĂa echar fuego por los ojos. La sonrisa que a aquel maldito no se quitaba del rostro no contribuĂa a calmarla, y, para su bochorno, le provocaba otro tipo de calores que nada tenĂan que ver con su enfado. ÂżY cĂłmo se atrevĂa a insinuar delante de su padre que a ella le gustaban sus escarmientos? ¡El muy cabrito sabĂa que no podĂa defenderse sin ponerse en evidencia! —Tu optimismo es admirable, Mike —le dijo, esperando sonar convincente—, yo creo que te hace ver visiones. —¿TĂş crees? —Estoy segura. Se sostuvieron la mirada durante lo que a Kirsty le pareciĂł una eternidad. —Y entonces, Âżfirmamos esa tregua? Yo me comportarĂ© si tĂş tambiĂ©n lo haces —insistiĂł la chica. Y haciendo gala de una excelente serenidad añadió—: Sin escarmientos, eso no es negociable. Le tendiĂł la mano y esperĂł a que Mike se decidiera a aceptar los tĂ©rminos del acuerdo. —Hecho, pero sin escarmientos… será siempre y cuando no te los ganes a pulso —dijo, levantando su mano para estrechar la de la chica, pero ella apartĂł la suya al instante, y Mike soltĂł una risa divertida que solo contribuyĂł a hacerla irritar más. —Eres imposible —se quejĂł, incĂłmoda. —Soy práctico, y jamás firmo un acuerdo que no pueda cumplir. —No voy a ceder. —No firmaremos. Un sonido de frustraciĂłn escapĂł de labios de Kirsty, que lo matĂł con la mirada. —¿QuĂ© te da tanto miedo, pelirroja? —insistiĂł Mike ahora, retándola con la mirada—. Si cumples tu parte del acuerdo y te comportas, no habrá problema. —Para eso tienes que asegurarme que tĂş cumplirás la tuya. —¿Lo dices por tu susceptibilidad a mis modales? —SonriĂł. —Es una forma de decirlo. —Me comportarĂ© —le aseguró— hasta que dejes de hacerlo tĂş. En cuyo caso… ambos sabemos cĂłmo terminaremos. El rojo volviĂł a teñir las mejillas femeninas. La chica mirĂł horrorizada la mano que Mike le tendĂa ahora, consciente de que si sellaba aquello con un apretĂłn, probablemente… estarĂa en brazos de Mike antes de que acabara el dĂa. La parte cuerda de su cerebro mirĂł horrorizada el momento en el que tendiĂł la mano y la estrechĂł con la de Ă©l. Un calor inmenso invadiĂł su cuerpo solo con aquel pequeño roce, y, para su desgracia, se estremeciĂł sin remedio cuando Mike aprovechĂł el contacto para acariciarle con suavidad el dorso de la mano con el pulgar. Kirsty retirĂł la mano al instante ante aquel estremecimiento y se ganĂł una carcajada divertida como respuesta. —¡Eres un…! Mike, sin disimular su diversiĂłn, arqueĂł las cejas esperando el primer insulto. —¿Soy…? —la animĂł. Kirsty tragĂł saliva, respirĂł hondo varias veces y agregĂł con una sonrisa sarcástica: —Encantador, Mike…, realmente encantador. —Gracias, tĂş tampoco estás mal. El telĂ©fono de Mike interrumpiĂł la interesante conversaciĂłn. Era el hijo de Wang, suponĂan que ya desde Londres, de modo que se apartĂł a un lado para contestar. Kirsty se excusĂł para ir al baño, esperando poder recuperar el control de sus emociones. Nadine, sin disimular su curiosidad, le hablĂł a Thomas por lo bajo, casi en susurros. —¿De quĂ© iba toda esa conversaciĂłn? —No tengo ni idea —admitiĂł el hombre con una enorme sonrisa—, pero Âżno ha sido genial? Nadine rio tambiĂ©n. —No sĂ© cĂłmo va a terminar eso —admitiĂł la enfermera—. ÂżEstás seguro de que obligarlos a pasar las horas juntos no es un error? Esa tregua no garantiza que no terminen matándose entre ellos… —Creo que me arriesgarĂ©. —SonriĂł y dejĂł escapar un suspiro de anhelo—. Nadine…, Âżtienes idea del tiempo que hacĂa que no escuchaba a ese muchacho soltar una carcajada sincera? —Por tu gesto, supongo que mucho. —Años —admitiĂł, y volviĂł a suspirar—. Seis para ser exactos… CapĂtulo 16 Jian Wang estuvo más que dispuesto a viajar con su familia hasta Little Meadows para cerrar el negocio, pero debĂa ser tan solo par de dĂas despuĂ©s, puesto que tenĂan previsto volar a Centroeuropa. Aquello obligaba a Kirsty y a Mike a empezar con los preparativos aquella misma tarde. —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntĂł Mike antes de salir de la casa. —Ah, pero Âżtenemos otra opciĂłn? —le dijo con una fingida tranquilidad. —No, supongo que no. —Pues no le demos más vueltas —dijo seria—. Intentemos llevarnos lo mejor posible, por el bien de ambos. —Estoy dispuesto a poner de mi parte tambiĂ©n. Kirsty asintiĂł. —¿CĂłmo vamos hasta tu casa? —Cabalgando, si te parece bien —propuso Mike. —Me parece estupendo —aceptĂł, sin poder evitar formar ahora una sonrisa. Fueron juntos al establo y cada uno se encargĂł de ensillar a su caballo, en un perfecto ritual, tal y como habĂa hecho durante años. Diez minutos más tarde salieron a galope por la pradera hasta llegar al árbol viejo de la colina, donde se detuvieron sin haberlo planeado. En el pasado siempre se paraban a descansar justo en aquel punto, incluso a veces se sentaban bajo el frondoso árbol a disfrutar de las vistas de la finca, pero en aquella ocasiĂłn ninguno de los dos bajĂł del caballo. Kirsty mirĂł hacia la casa construida en el valle. Se maravillĂł de nuevo por su belleza y su parecido con la que ella dibujĂł un dĂa, la casa de sus sueños. —¿QuĂ© te parece? —terminĂł preguntándole Mike, tras unos segundos observándola. —No está mal —fue la escueta respuesta, junto a una encogida de hombros que venĂa a decir que le daba exactamente igual su casa—. ÂżVamos? Mike espoleĂł a Thunder, y Kirsty saliĂł tras Ă©l a buen ritmo, disfrutando hasta del Ăşltimo segundo de la carrera. Cuando se detuvieron frente a la casa, la chica se bajĂł del caballo y tuvo que contener un suspiro. De cerca parecĂa aĂşn más maravillosa, y de pronto tuvo la extraña sensaciĂłn de pertenecer en cuerpo y alma a aquel lugar. —¿Por quĂ© tan seria? —le preguntĂł Mike, sobresaltándola—. Entiendo que no te apetezca estar aquĂ, pero… —No tiene nada que ver con eso —le asegurĂł, intentando digerir el nudo que tenĂa en el estĂłmago—. Es que… Se detuvo, confusa. —¿QuĂ©? —insistiĂł Mike mirando a su alrededor igual que lo hacĂa ella. —¿QuiĂ©n te diseñó la casa? —decidiĂł preguntar finalmente. —Un arquitecto, Âżpor quĂ©?, Âżquieres echarle la bronca por algo? —No, yo…, era pura curiosidad —terminĂł diciendo, y mirĂł hacia los lados—. ÂżNo tienes establo? —No, aĂşn no he tenido tiempo de construirlo. —Yo lo levantarĂa justo allĂ, a unos quince metros de la casa —se le escapĂł, señalando hacia el lateral derecho. —Perfecto, ubicado entonces —admitiĂł Mike en un tono de voz tranquilo. Kirsty frunciĂł el ceño, incapaz de decidir si estaba o no hablando en serio, aunque lo parecĂa. Cuando fijĂł la vista sobre el lateral de la casa hacia el que Mike se dirigĂa, se sorprendiĂł al encontrar unas barras de madera destinadas a atar a los caballos, y que, para su sorpresa, tambiĂ©n formaban parte de su diseño original. —¿CĂłmo dices que se llamaba el arquitecto que diseñó la casa? —insistiĂł en preguntarle mientras amarraba las riendas de Hope. —¿QuĂ© demonios te pasa con la casa, Kirsty, vas a contármelo? —le preguntĂł Mike, frunciendo el ceño. Kirsty se planteĂł dejarlo correr, pero estaba tan impactada que las palabras casi brotaron solas de su boca sin pretenderlo. —Yo… hice un boceto muy parecido hace años. —¿Parecido a esta casa, dices? —IdĂ©ntico dirĂa yo. —¿Te estás quedando conmigo? —le preguntĂł Mike, mirándola con curiosidad. —Te aseguro que no —No serĂa tan parecida —le dijo, encogiĂ©ndose de hombros—. Ha pasado mucho tiempo, es posible que hayas olvidado los detalles. —BuscarĂ© el dibujo —le dijo, admirando la casa de nuevo—. Y verás que no exagero. —Es curioso, por ese no está mal que dijiste en la colina pensĂ© que la casa no te gustaba nada —le recordĂł Mike, con una medio sonrisa divertida. Kirsty tambiĂ©n sonriĂł, un tanto avergonzada. —A lo mejor me gusta un poco —admitiĂł sin mirarlo—. ÂżEntramos? «Me muero por verla por dentro», hubiera podido agregar, pero se mordiĂł la lengua. Ya habĂa hablado de más. Entraron en la casa por la puerta que accedĂa al salĂłn. Kirsty tuvo que contener una exclamaciĂłn al encontrarse en la estancia más increĂble que habĂa visto nunca. El salĂłn, el comedor y la cocina confluĂan en un Ăşnico espacio de techos altos, tal y como ella habĂa soñado que serĂa su casa por dentro. —Creo recordar que te gustaban las cocinas americanas —le dijo Mike en un tono despreocupado, caminando hasta uno de los sofás para soltar el portátil que habĂa llevado para trabajar. A Kirsty le costĂł decidirse a soltar palabra. Recordaba haberle hablado de aquello antes de dibujar el boceto que jamás le enseñó. —Sà —aceptĂł al fin—. Y reconozco que me encanta lo que veo, pero Âżpor quĂ© la tienes tan desangelada? Aquello sĂ le preocupĂł. Aquel era un espacio de ensueño, y, sin embargo, parecĂa estar exento de todo atisbo de calidez. Estaba llena de muebles de diseño de los que debĂan costar un ojo de la cara, pero ninguno aportaba ni un toque de humanidad. Excepto la preciosa chimenea, que era el alma del salĂłn y no parecĂa encajar con el resto de cosas. —¿Tienes intenciĂłn de vivir aquĂ algĂşn dĂa? —insistiĂł Kirsty cuando fue consciente de que Ă©l no pensaba contestar. Mike le devolviĂł una expresiĂłn un tanto extraña. —Te lo pregunto en serio, Mike. Es… frĂa. —MirĂł a su alrededor de nuevo con el ceño fruncido—. Pero podrĂas convertir esta estancia en algo mágico, si quisieras. —Si no puedo tener mi magia particular, no quiero ninguna —le dijo en un tono extraño. —Pues quizá deberĂas buscar esa magia —le aconsejĂł con sinceridad. —No creo que la pudiera conseguir —casi susurrĂł. —¿Por quĂ©? —En algĂşn momento del camino se me escapĂł de las manos —terminĂł diciĂ©ndole, tras una pausa tan larga que Kirsty estuvo convencida de que ya no pensaba decir nada. Pero lo hizo, y aquel comentario sonĂł tan desdichado que Kirsty lo mirĂł asombrada y se sintiĂł repentinamente preocupada por Ă©l. —Mike… —Te ofrecerĂa algo de beber —la interrumpió—, pero me temo que tendremos que hacer compra primero. La chica cogiĂł la indirecta y guardĂł silencio. —Ven, te enseño los exteriores. Kirsty fue tras Ă©l y ambos salieron al jardĂn por la puerta del fondo. Una enorme piscina ocupaba todo el lateral derecho del jardĂn. Aquello sĂ le arrancĂł una franca exclamaciĂłn de asombro. —¿Esto sĂ pasa el examen? —le preguntĂł en un aparente tono bromista. —Oye, Mike, no he querido ofenderte antes —le asegurĂł. —Eso es nuevo. —SonriĂł, mirándola con cierta mofa. La chica no contestĂł. TenĂa una sensaciĂłn extraña en la boca del estĂłmago que le impedĂa bromear sobre aquel asunto, pero decidiĂł dejarlo pasar. —Me gusta esta zona —admitiĂł, girándose sobre sĂ misma para no perderse un detalle del precioso jardĂn. A mano izquierda habĂa una pĂ©rgola maravillosa, cuya larga sombra hacĂa desear coger asiento a la mesa que habĂa bajo ella. «PodrĂa sentarme a escribir aquĂ durante… toda mi vida», reconociĂł, mirando ahora hacia la piscina de agua limpia y cristalina. —Para esta zona contratĂ© a un paisajista con mejor gusto —le contĂł Mike con una sonrisa divertida—. Se nota, Âżno? La chica sonriĂł a medias y pasĂł por alto el comentario. —¿Estará muy frĂa? —preguntĂł acercándose a la piscina, tentada de quitarse las botas y meter los pies. —Como el hielo —le aseguró—. Apenas si ha empezado a salir el sol esta semana. —Una pena —suspirĂł. —Para eso está la climatizada. —¿Perdona? —Kirsty se girĂł a mirarlo, asombrada. —Ven. La tomĂł de la mano con toda naturalidad y echĂł a andar. Kirsty no protestĂł y se dejĂł guiar, dejándose invadir por una sensaciĂłn de bienestar que le impedĂa dejar de sonreĂr como una idiota. Mike regresĂł al salĂłn y esta vez tomĂł la puerta que habĂa junto a la salida al jardĂn, por donde un pasillo llevaba al resto de estancias de la casa. Se quedĂł perpleja al encontrarse frente a una enorme cristalera, tras la que se veĂa una zona de spa. Cuando Mike la hizo pasar, mirĂł a su alrededor con un asombro patente. —¡Mi madre! —exclamĂł, girando sobre sus talones. La piscina era bastante más pequeña que la exterior, pero lo suficiente grande como para poder nadar varias personas a la vez sin problema. Al fondo del todo se veĂa una cubeta algo más grande, que estaba claro que era un jacuzzi. —Con lo que llueve en Inglaterra, me pareciĂł buena idea —explicĂł Mike. A Kirsty apenas le salĂa la voz del cuerpo. Aquello no estaba en su diseño…, pero solo porque jamás creyĂł posible materializarlo. Cuando más miraba a su alrededor, más detalles apreciaba en la estancia. En la pared que lindaba con la cristalera habĂa una pequeña sala de relajaciĂłn con un sofá, un sillĂłn hidromasaje y una pequeña mesa, y al fondo, junto a la piscina, identificĂł lo que parecĂa ser una pequeña sauna. Además, la luz entraba a raudales en la estancia de una manera un tanto sorprendente. MirĂł al techo y comprobĂł que gran parte era cristalera, lo que daba la sensaciĂłn de estar en el exterior, sin estarlo. Resultaba increĂble. —¿Te gusta? —le preguntĂł Mike ante su mutismo. —No está mal —dijo con un simpático y divertido gesto. Mike sonriĂł la broma con sinceridad, y ella a punto estuvo de desmayarse. —Supongo que tendrĂ© que conformarme con eso —bromeĂł. —No perdamos el tiempo con halagos, Mike, Âżnos desnudamos ya? —dijo agachándose a tocar el agua, que estaba a una temperatura perfecta. Y de repente fue consciente de lo que acababa de decir y estuvo a punto de tirarse a la piscina solo para esconderse en lo más hondo. La rĂ©plica de Mike apenas si tardĂł un par de segundos en llegar. —Adelante, no tengo ningĂşn inconveniente en que te desnudes —le dijo con una sonrisa divertida. El rubor en las mejillas de Kirsty no era disimulable, asĂ que ni siquiera lo intentĂł. SerĂa mucho menos vergonzoso asumir su metedura de pata e intentar bromear sobre el asunto. —¿EmpezarĂas a trabajar tĂş solo si decidiera hacerlo y darme un baño? —Puede ser…, aunque tambiĂ©n puede ser que me sentara en aquel sofá un rato a disfrutar del espectáculo. —PosĂł una mirada tan intensa sobre ella que Kirsty tuvo que abandonar la conversaciĂłn antes de proponerle que se desnudara tambiĂ©n. —Hace calor aquĂ dentro para estar vestidos. —Se abanicĂł con la mano. «Joder, Kirsty, ese comentario tampoco ha sido el más acertado de tu vida», se regañó. Y añadiĂł con premura: —¿Volvemos al salĂłn? —CaminĂł hacia la salida. —De repente estás muy interesada en ponerte a trabajar —le dijo Mike abriendo la puerta y haciĂ©ndole un gesto para que saliera. —Tenemos muchas cosas que hacer, y es muy posible que nos toque discutir a muerte cada una de ella —suspirĂł con fingida resignaciĂłn. —Llevamos al menos media hora sin discutir, Kirsty. —SonriĂł, y la mirĂł a los ojos antes de añadir—: Y reconozco que me gusta. «A mĂ me gustas tú», fue todo lo que Kirsty pudo razonar ante aquella sonrisa devastadora. «Vale, perfecto, busca un pañuelo y lĂmpiate la baba», se reprochĂł, frunciendo el ceño, preocupada de repente por el hecho de llevarse demasiado bien con Mike. No podrĂa esconder sus anhelos si lo hacĂa… —Te cambia el humor ante los comentarios más inocentes —escuchĂł que le decĂa Ă©l, mirándola ahora con cierta perplejidad—. Me desconciertas. —No te entiendo —mintiĂł. —OlvĂdalo —agregĂł el chico dejando escapar un suspiro de hastĂo—. Empecemos a trabajar. Kirsty mirĂł a su alrededor, intentando recuperar la compostura. CaminĂł hasta el sofá y sacĂł una libreta y un boli que habĂa guardado en el maletĂn de Mike. —IrĂ© apuntando todo lo que hay que hacer —le dijo—. Y llenar la nevera va encabezando la lista. —Luego hacemos un listado y que Doris se encargue. —Bien. Lo primero es decidir en quĂ© parte de la casa vamos a organizar la cena. —SacĂł el mĂłvil y lo consultĂł con rapidez—. No se esperan lluvias. Yo voto por el encanto del jardĂn. —De noche aĂşn hace frĂo junto al agua —le recordĂł Mike. —Oh, no lo habĂa pensado… —MirĂł ahora a su alrededor, en silencio. —¿QuĂ© tienen de malo mis muebles? —le preguntĂł Mike con cierta curiosidad. Por su expresiĂłn, Kirsty comprendiĂł que no era algo que lo preocupara demasiado. —Nada, me gustan tus muebles, Mike… —admitió—, para verlos en una revista de decoraciĂłn de interiores. El chico, lejos de ofenderse, sonriĂł. —¿Esas revistas no son para incitar a la compra? —SĂ, pero despuĂ©s tienes que imprimirles tu propia personalidad —opinó—, y aquĂ no hay nada tuyo, Mike, ni siquiera una simple foto. Es un espacio frĂo y sin vida, y tĂş no eres asĂ. Mike la observĂł ahora con un gesto de interĂ©s. —¿Y cĂłmo soy? —le preguntĂł de improvisto—. Y sĂ, sĂ© que me expongo a la crĂtica más brutal, pero admito que me pica la curiosidad. —No eres frĂo —dijo Kirsty al instante—, eso te lo aseguro, por mucho que a veces te esfuerces en parecerlo. —Pero tampoco soy ya aquel que idolatrabas. —Aquella frase sonĂł tensa, a pesar de cuánto pareciĂł Ă©l esforzarse en decirlo con naturalidad. —Yo tampoco soy aquella niña. Un silencio incĂłmodo se instalĂł entre ambos, obligándolos a retomar el trabajo para volver a zona segura. —Ven, salgamos a la piscina —sugiriĂł Mike, que parecĂa tener algo en mente—. ÂżQuĂ© te parecerĂa instalar unos calefactores bajo la carpa? —SeñalĂł el espacio—. Creo que con cuatro serĂa suficiente para mantener la zona confortable y cĂłmoda. —Para mĂ serĂa perfecto. —SonriĂł. —ApĂşntalo, por favor. —¿Y cĂłmo está la zona de luz en la noche? —se interesĂł la chica. —SegĂşn la ayudante del paisajista, es un sueño —le asegurĂł Mike—. Espero que no lo dijera solo para cobrarme la iluminaciĂłn a precio de oro. —TendrĂ© que esperar a que oscurezca para darte mi opiniĂłn. —Pff, espero que no sean solo luces de revista —dijo, fingiĂ©ndose horrorizado. La chica dejĂł escapar una carcajada. —No, en serio, eres una jueza muy dura. —Pues creo que me estoy comportando muy bien. —SonriĂł divertida—. Me gusta todo de tu casa, Mike, excepto tu diseñador de interiores, lo cual ni siquiera es culpa tuya. ÂżO fue diseñadora? «La curiosidad matĂł al gato, Kirsty», se regañó, pero una vez hecha la pregunta… —No tengo ni idea —admitiĂł, encogiĂ©ndose de hombros—. Lo encarguĂ© todo por internet. EnviĂ© unas fotos con las medidas del salĂłn y me mandaron los muebles. Kirsty lo mirĂł con una expresiĂłn incrĂ©dula. —¿No escogiste ni los sofás? —Mike negĂł con la cabeza. Kirsty estaba perpleja—. No me lo puedo creer. —Paso catorce horas en la oficina —contĂł, como si fuera algo normal—. Cuando llego a casa, voy directo a la cama, y el dĂa que viva aquĂ no será diferente. La chica lo mirĂł con una expresiĂłn seria. AsĂ que su padre no habĂa exagerado nada cuando le dijo aquello mismo. —Pero… en algĂşn momento tendrás que cambiar eso —se aventurĂł a decirle. —¿Por quĂ©? Kirsty carraspeĂł incĂłmoda. —AlgĂşn dĂa tendrás que casarte, formar una familia… —Lo dices como si fuera obligatorio. —¿No quieres tener hijos? «¡Por Dios, Kirsty, cállate ya!, Âżpara quĂ© martirizarte con esta conversaciĂłn?». La idea de que Mike tuviera mujer e hijos le resultaba del todo insoportable. A no ser que fuera con ella, claro… «Ahhggrr, Âżde dĂłnde demonios ha salido ese pensamiento?», tuvo que disimular su azoramiento. —No lo sĂ© —dijo Mike con un gesto indiferente. —¿QuĂ©? —Kirsty habĂa perdido el hilo de la conversaciĂłn entre sus divagaciones. —Hace mucho que perdĂ la ilusiĂłn por tener una familia —dijo Mike, poniĂ©ndose repentinamente serio, pero sonriĂł un par de segundos más tarde y añadiĂł en tono bromista—: Además, Âżno hay que tener una novia antes que los niños? «¡Ni se te ocurra meterte en ese jardĂn!», se prohibiĂł Kirsty hacer ningĂşn comentario al respecto, pero aquello fue como prohibirle a un niño comerse la piruleta. —Suele ir en ese orden, sà —admitiĂł con la mayor naturalidad que pudo—, pero siempre las tuviste haciendo cola en tu puerta, me resulta difĂcil creer que eso haya cambiado. Mike la mirĂł con un gesto de sorpresa. —Creo que tus recuerdos están un poco distorsionados. —No te estoy juzgando —se excusĂł Kirsty al instante—. Siempre tuviste Ă©xito entre las mujeres y lo aprovechaste, por eso me resulta curioso que no hayas encontrado a ninguna con la que sentar la cabeza. Pero cambiemos de conversaciĂłn y… —No, no, aguarda un momento porque estoy un poco confundido —la interrumpiĂł ahora con un gesto serio—. ÂżAcabas de insinuar que soy un mujeriego o me lo ha parecido? —De verdad, Mike, es mejor que… —De mejor nada —interrumpiĂł de nuevo—. No puedes acusarme de mujeriego y cambiar de tercio como si nada. —Tampoco es un insulto. —No lo serĂa —insistió—, si fuera verdad. «¿Y no lo es?… ¡Ni se te ocurra preguntarle!». —¿Y no lo es? «Jodeeeer». —No, no lo es —le asegurĂł con un gesto molesto. Kirsty estaba perpleja por la animosidad con la que la miraba ahora. De verdad parecĂa estar muy irritado con sus acusaciones. ÂżSerĂa porque era hombre de una sola mujer?… De repente, Melanie morritos Simmons acudiĂł a su mente. —¿Esto es… por Melanie? Mike frunciĂł el ceño y la mirĂł aĂşn con más irritaciĂłn. —¿Melanie? ¡Pero ÂżquĂ© carajos tiene que ver ella en esta conversaciĂłn?! —Hay algo entre vosotros, eso es evidente… —¿Evidente? —La mirĂł con tal furia que Kirsty estuvo a punto de salir corriendo— ¡¿Evidente para quiĂ©n?! «¡Evidente para la que os pillo echando un polvo en el establo!», pero aquello no podĂa decĂrselo, aunque aquel recuerdo ya no la abandonĂł y con Ă©l llegĂł la rabia. —Ella no deja de tontear contigo siempre que estáis juntos… —le recordĂł, ya con cierto retintĂn. —¿Y quĂ©? —Que a ti no parece disgustarte —lo acusĂł. —Supongo que a veces es agradable sentirse admirado —aceptĂł mordaz—. Sobre todo cuando por otro lado no dejas de recibir insultos. —Ah, genial, ¡pues haber insistido en trabajar con ella! —exclamĂł irritada. —Quizá debĂ hacerlo. —SĂ, seguro que habrĂas estado encantado. —El enfado era ya incontrolable, como su verborrea—. Y ella tambiĂ©n estarĂa encantada de ponerte morritos y decir que sĂ a todo lo que quisieras. Quizá deberĂas pedirle que redecore un poco la casa tambiĂ©n y la ponga a su gusto. Mike tuvo el descaro ahora de sonreĂr, y Kirsty estuvo en un tris de pegarle. —¡¿QuĂ© te hace tanta gracia?! —bufĂł. Él se tomĂł su tiempo para contestar, sin borrar la sonrisa. —AsĂ que Âżte molesta que Melanie me ponga morritos, Kirsty? —¡Buah! ¡QuĂ© tonterĂa! —casi graznĂł al instante—. ¡Por mĂ puedes hacer lo que te dĂ© la gana! —No es la sensaciĂłn que tengo. —¡Me dan lo mismo tus sensaciones! —insistiĂł con los ojos encendidos de rabia—. Pero si yo fuera un tĂo, te garantizo que en lo Ăşltimo en lo que me fijarĂa serĂa en una rubia de bote, adicta a la laca de uñas, y que me habla como si le faltaran un par de hervores, pero tĂş sabrás dĂłnde pones tus atenciones. Mike dejĂł escapar una carcajada divertida que a punto estuvo de costarle una tremenda bofetada. Kirsty logrĂł controlarse a duras penas y se girĂł dispuesta a irse. —¿DĂłnde vas tan deprisa, pelirroja? —Le dijo Mike, reteniĂ©ndola por la muñeca. —¡SuĂ©ltame! —intentĂł zafarse—. ¡Y no me llames pelirroja! Como respuesta, Mike tirĂł de ella y la arrastrĂł con fuerza hacia Ă©l, acogiĂ©ndola entre sus brazos. —¡Creo que ya te has divertido suficiente! —insistiĂł Kirsty, furiosa, luchando por liberarse. —AĂşn no. —SonriĂł, recortando la distancia un poco más. —Pues no va ser a mi costa —le asegurĂł con algo menos de seguridad en la voz, al sentir el ya tan reconocible calor quemándola por dentro—. Y no he dicho nada que merezca un escarmiento, solo la verdad. —No voy a darte un escarmiento —le asegurĂł Mike en un tono neutro. Kirsty se detuvo en seco y lo mirĂł a los ojos, un tanto desconcertada. —¿No? —No —confirmĂł. —¡Vale…, genial! «No necesito sus escarmientos para nada», se dijo con más irritaciĂłn de la cuenta. —Entonces…, ÂżquĂ© quieres? —le preguntĂł, muy inquieta por la mirada que se clavaba en sus ojos. —¿La verdad? —SonriĂł y estudiĂł su expresiĂłn con mucha atenciĂłn al tiempo que decĂa—: TenĂa toda la intenciĂłn de besarte… Aquello dejĂł sin palabras a Kirsty, pero su cuerpo sĂ tuvo mucho que decir al respecto… De repente apenas si podĂa respirar, y el fuego que ya hacĂa rato que la quemaba por dentro ahora la consumiĂł por completo. Y podĂa parecer una tonterĂa, pero el simple hecho de que Ă©l admitiera que iba a besarla convertĂa aquello en algo muy diferente a un escarmiento… «Pero espera, Âżha dicho tenĂa la intenciĂłn? ÂżEso significa que ha cambiado de opiniĂłn?», tragĂł saliva, inquieta. Estaba claro que no podĂa hacerle aquella pregunta… —¿Vas a torturarme mucho más? —terminĂł preguntándole, harta de sentirse tan turbada. —¿Y quĂ© te tortura, pelirroja, la amenaza de que vaya a besarte… o que no lo haya hecho aĂşn? —le preguntĂł, desviando ahora la mirada hacia sus labios para regresar despuĂ©s a sus ojos. —La incertidumbre —admitiĂł. Estaba ya tan cerca que casi podĂa sentir su aliento sobre el rostro, —Entonces tendrĂ© que solucionarlo… —susurrĂł Mike sin dejar de mirarse en sus ojos. InclinĂł la cabeza y recortĂł la distancia hasta su boca con una deliberada lentitud, que se convirtiĂł en lo que ambos estarĂan de acuerdo en calificar como agonĂa cuando escucharon a Thomas Danvers llamarlos desde dentro de la casa. —¡Oh, joder, debĂ ser más rápido! —se quejĂł Mike en un tono de fastidio que a Kirsty no pudo evitar hacerle gracia, aunque sentĂa su piel arder. El chico entrĂł en la casa para encontrarse con Thomas y Nadine, y para cuando salieron al jardĂn, Kirsty estaba recuperada de ese casi beso. —¿QuĂ© hacĂ©is aquĂ? —les sonrió—. No os esperábamos. —Vi una oportunidad de oro para escaparme un rato de casa —le dijo su padre—. Hace mucho que solo salgo para ir al mĂ©dico. —Y hemos traĂdo algo de merienda —les contĂł Nadine—. Doris nos dijo que no habĂais cogido nada. —No caĂmos, la verdad. —Pues hemos saqueado la despensa. —SonriĂł Thomas—. Y me alegra ver que aĂşn no os habĂ©is matado. —En realidad, estábamos confraternizando… —dijo Mike, posando sobre Kirsty una expresiĂłn divertida. La chica lo matĂł con la mirada, y a Mike se le escapĂł una carcajada que no contribuyĂł mucho a calmarla. —Me alegra veros asĂ. —SonriĂł Thomas, muy contento. —PodrĂamos estar mejor —VolviĂł a decir Mike, y mirĂł a Kirsty de nuevo—, mucho mejor en realidad… «Voy a matarlo». —Voy a por la merienda —dijo Kirsty, esforzándose por sonreĂr—. Y tĂş vas a ayudarme. TirĂł de la camisa de Mike, arrastrándolo hacia el interior de la casa. El chico no opuso resistencia. —Tenemos que esperar a que tu padre se vaya para esto, pelirroja… Kirsty lo soltĂł y se girĂł a mirarlo. —¿A quĂ© coño estás jugando, Mike? —lo enfrentĂł, molesta—. ÂżTe estás divirtiendo? —¿Pongo en riesgo mi vida si te digo que sĂ? —le preguntĂł con una sonrisa pĂcara a la que Kirsty apenas podĂa resistirse. —¡Deja de sonreĂr! —exclamĂł irritada—. Es imposible que no hayas notado cuánto me violentan tus insinuaciones, pero a ti te da igual, Âżverdad? —No, al contrario, disfruto muchĂsimo de tu tendencia a ruborizarte. Kirsty dejĂł escapar un bufido de impotencia y camino hasta la cocina para buscar la merienda. Mike la siguiĂł y la observĂł mientras ella abrĂa todos los armarios hasta localizar algo de vajilla donde poner la comida. —¿Tres platos? —dijo Kirsty con el ceño fruncido, mirando el mueble casi vacĂo—. Creo que nos estamos despistando, Mike. O empezamos a trabajar en serio o Wang tendrá que comer con las manos directamente de una perola. —AbriĂł varios cajones, pero no encontrĂł un solo cubierto en ninguna parte—. No lo entiendo. ÂżQuiĂ©n termina una casa y no la equipa con lo mĂnimo? —Yo, parece ser —dijo Mike sin ningĂşn tipo de vergĂĽenza—. Cuando la acabĂ© no tuve tiempo, y luego operaron a Thomas y ya no tuve ganas. Kirsty guardĂł silencio y lo mirĂł con cierto pesar, pero no se dejĂł invadir por la sensaciĂłn de malestar por no haber estado ahĂ. —Pues hay que solucionarlo —optĂł por decir—. Y no poder salir a comprar, Mike, no ayuda. —Haz una lista con lo básico —pidió—, te garantizĂł que lo tendrás todo aquĂ por la mañana. —Pues vamos a tomarnos algo con mi padre y Nadine, y despuĂ©s intentemos avanzar un poco. —EchĂł a andar, pero se volviĂł a decirle de forma crĂtica—: Sin distracciones, Mike, o no llegamos. —Aguafiestas… —lo escuchĂł murmurar a su espalda cuando volviĂł a ponerse en movimiento. Kirsty no puedo evitar sonreĂr, pero cambiĂł el gesto, preocupada, al ser consciente de que se estaba dejando arrastrar por la nostalgia. Aquel era el Mike del que se habĂa enamorado. El tipo encantador y divertido, con una sonrisa de infarto, que conseguĂa que ella casi suspirara su nombre. No podĂa lidiar con aquel Mike y esperar salir airosa. Necesitaba que regresara el tipo autoritario y odioso en que se habĂa convertido despuĂ©s, si querĂa tener alguna posibilidad para no caer rendida a sus pies. «Kirsty, solo recuerda los seis años de exilio…», se dijo, desesperada, buscando la forma de recuperar su odio, pero, por alguna extraña razĂłn, aquello ya no producĂa el mismo efecto en ella y eso la desconcertĂł. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para comportarse con normalidad de nuevo. —¿QuĂ© te ha parecido la casa, Kirsty? —le preguntĂł su padre mientras daba buena cuenta de un sándwich—. Es genial, Âżverdad? —Es muy bonita, sà —admitiĂł. —Y aquĂ no te quejarás de piscina. —SonriĂł su padre, y le contĂł a Nadine—: Ha pasado media vida protestando por no tener una en la mansiĂłn. —Es que no es lĂłgico, con todo el espacio que tenemos —insistiĂł Kirsty. —Pues ya tienes dos, de invierno y verano —bromeĂł su padre. —Bueno, estás no son mĂas. —Pero como si lo fueran —opinĂł su padre, y mirĂł a Mike—. ÂżVerdad? Solo tenĂ©is que llevaros bien y podrás bañarte cada dĂa del año, si quieres. Kirsty mirĂł a su padre con una repentina seriedad. ParecĂa que el hombre habĂa olvidado que ella vivĂa a seis mil kilĂłmetros… MirĂł a Mike y le sorprendiĂł el gesto tambiĂ©n serio que lucĂa ahora, y de alguna manera supo que estaba pensando en lo mismo que ella; lo confirmĂł un segundo despuĂ©s. —Tom, recuerda que Kirsty vive en Nueva York —le dijo con sequedad—. Todos harĂamos bien en no olvidarlo. Aquel comentario sonĂł en un tono frĂo que a Kirsty le sorprendiĂł. —Pero se me permite soñar con que decida volver a casa, Âżo no? —agregĂł su padre sin perder la sonrisa—. Soñar es gratis. —En esta vida no hay nada gratis —opinĂł Mike—. Hasta soñar puede pagarse muy caro. Kirsty no pudo evitar observarlo con cierto desconcierto. AllĂ estaba de nuevo el Mike inaccesible e inmutable. Cuando Ă©l se excusĂł para intentar solucionar el tema del frĂo bajo la carpa, Kirsty lo siguiĂł con una mirada triste. «¿No querĂas de vuelta esta versiĂłn de Ă©l?», le preguntĂł su conciencia. «Pues deseo cumplido». —Lo de los calefactores me parece una idea excelente —dijo Nadine mirando a su alrededor —. Cenar aquĂ fuera va a ser maravilloso. —SĂ, esta zona es genial —dijo Thomas—. Bueno, en realidad toda la casa es increĂble. Y pensar que estuvo a punto de tirarla abajo y no continuar con la construcciĂłn… Me alegro de haber podido convencerlo. Kirsty mirĂł a su padre con curiosidad. —¿De quĂ© estás hablando? —Estuvo a punto de derruirla hace dos años —explicĂł el hombre—. Y eso que ya levantaba al menos un metro del suelo. —¿Lo dices en serio? El hombre asintiĂł. —Una mañana se levantĂł y dio orden de echarla abajo y limpiar la zona. La chica estaba perpleja. —Me costĂł mucho trabajo hacerle cambiar de opiniĂłn —admitiĂł su padre—. Estaba demasiado obcecado. —Ahora estará feliz de haber seguido tu consejo —comentĂł Nadine. —Supongo. Por el tono, Kirsty se vio casi obligada a preguntar. —¿Por quĂ© intuyo un pero? —Porque eres muy perspicaz. —SonriĂł su padre—. Es solo que… no parece querer vivir aquà —suspiró—. O quizá solo es una sensaciĂłn mĂa, no me hagáis caso. Pero Kirsty no podĂa aparcar aquella conversaciĂłn tan fácilmente. —Supongo que eso explicarĂa por quĂ© no ha comprado aĂşn ni unos simples tenedores —dijo pensativa—. Al final el que se decidiera a vestir el salĂłn va a resultar una buena noticia. —El salĂłn lo encargĂł online, sin molestarse en escoger ni los colores —siguiĂł diciendo Thomas—. Y te garantizo que odiĂł cada mueble en cuanto llegaron, jamás he entendido por quĂ© no los devolviĂł. Ahora Kirsty estaba perpleja. No podĂa entender su comportamiento, y sabĂa que Ă©l jamás hablarĂa con ella de aquello. Mike era un verdadero enigma andante, donde sabĂa que no debĂa meterse, pero que se morĂa por descifrar. «Pero no ahora», tuvo que decirse a sĂ misma, recordándose tambiĂ©n la cantidad de cosas que aĂşn quedaban por hacer. —Me encantarĂa seguir charlando —les dijo—, pero las horas corren y aĂşn no hemos empezado a trabajar. Mike volviĂł a salir al jardĂn justo cuando ella se ponĂa en pie. —Mañana a primera hora vendrán a instalar la calefacciĂłn —contó—. Me han garantizado poder comer aquĂ fuera en pleno mes de enero. —¡Se han pasado un poco! —Rio Kirsty. —Eso mismo les he dicho yo —le asegurĂł. —El mes de enero es para comer dentro, frente a la chimenea —continuĂł diciendo Kirsty con una sonrisa. Y no tuvo problema en imaginarse en el salĂłn, sentada en una alfombra frente al fuego, asando pequeñas nubes dulces. Por desgracia, la imagen se hizo tan nĂtida en su imaginaciĂłn que los brazos de Mike rodeaban sus hombros mientras lo hacĂa… La fuerza con la que deseĂł que aquello se hiciera realidad la cogiĂł desprevenida y la obligĂł a disculparse para entrar en la casa. CapĂtulo 17 Cuando diez minutos despuĂ©s su padre y Nadine se despidieron, estaba algo más tranquila. DebĂa centrar sus esfuerzos solo en el trabajo y olvidarse de todo lo demás. Por fortuna, Mike pareciĂł pensar lo mismo que ella, y durante al menos tres horas ambos tuvieron los cinco sentidos sobre los preparativos de la visita de Jian Wang. —Nos ha cundido —se sorprendiĂł Kirsty, consultando su cuaderno de notas, donde habĂa una lista kilomĂ©trica de todo lo que habĂa que comprar. Además, entre los dos habĂan decidido el menĂş para la cena y cĂłmo organizarse con el trabajo y la familia de Wang. Para sorpresa de ambos, habĂan trabajado en buena armonĂa y casi sin discutir. Solo habĂan discrepado un poco en lo referente a la seguridad de Kirsty, donde ella estuvo un poco más reticente, y que Mike terminĂł zanjando con un o te vienes a razones o suspendo todo este lĂo. Como consecuencia, Kirsty tuvo que aceptar que fuera Dennis quien se encargara de salir a montar con la mujer y los hijos de Wang, mientras que ella se quedaba a salvo en casa. —SĂ, eso parece —aceptĂł Mike, cogiendo asiento en el sillĂłn que habĂa frente al sofá en el que ella estaba sentada—. Dame la lista, voy a echarle unas fotos para mandárselas a Doris. Su hijo Dan ha quedado en acercarse a comprarlo todo mañana por la mañana, al menos lo referente a las sillas, el ajuar de cocina y todo eso; tendremos que hablar con Doris para lo de la comida. —Le mandĂ© un mensaje al principio de la tarde —le contĂł Kirsty ahora—. Le he pedido que se apiade de los ratones que viven cerca antes de que se mueran de inaniciĂłn. —QuĂ© graciosa. —SonriĂł a medias. —A Doris no le ha hecho ninguna gracia —contĂł divertida—, y ha prometido llenar la despensa y la nevera como para sobrevivir a un Apocalipsis. —Al menos eso le compensará el disgusto cuando le digamos que vamos a encargarle la cena a una empresa de catering —le recordĂł Mike. —SĂ…, pero se lo dices tĂş, Âżvale? —SonriĂł Kirsty. —¿Y por quĂ© yo? —protestĂł al instante—. No, perdona, lo echamos a suertes. —Ni hablar —dijo horrorizada—. Yo no quiero ni estar cerca cuando menciones la palabra catering en su cocina. Mike guardĂł silencio unos segundos y terminĂł añadiendo muy serio: —¿Y si se lo decimos por WhatsApp? La carcajada de Kirsty debiĂł escucharse en toda la casa, y le arrancĂł a Mike una sonrisa a su vez. —No puede ser peor que cuando entrabas a robarle los panecillos reciĂ©n salidos del horno — le recordĂł Kirsty sin disimular su diversiĂłn. —AĂşn se me ponen los pelos de punta —bromeĂł Mike, fingiendo un escalofrĂo. —¡Siempre te cazaba! —Rio divertida. —¿Y de quiĂ©n era la culpa? —ArqueĂł las cejas. —Es que me gustaban calentitos —admitiĂł divertida—. Pero nunca te obliguĂ© a robarlos. —No, solo me mirabas con aquella carita emocionada, como si todo lo que le pedĂas a la vida fuera uno de esos dichosos panecillos. —Y tĂş me hacĂas caso… —se burlĂł. —Yo nunca pude resistirme a esa sonrisa angelical —admitiĂł Mike, ahora dejando escapar un suspiro. A Kirsty se le terminĂł formando un nudo en el pecho producto de la nostalgia. Aquellos habĂan sido lo mejores años de su vida. Kirsty habĂa adorado al Mike cĂłmplice, que siempre estaba pendiente de ella y al que le unĂa una relaciĂłn tan intensa y estrecha que estaba segura de que jamás volverĂa a sentirse asĂ con nadie más. Por eso su traiciĂłn le habĂa dolido de una forma tan insoportable la tarde que lo descubriĂł en el establo. —¿QuĂ© hora es? —preguntĂł, ahora incĂłmoda con el recuerdo. —La hora de salir a ver las luces del jardĂn. —¿Ya es de noche? —SonriĂł, pero no esperĂł respuesta. CorriĂł al jardĂn y mirĂł a su alrededor, con todos los sentidos maravillados por la increĂble imagen—. ¡Madre mĂa, quĂ© pasada! No te habĂan engañado… Te juro que no sĂ© si me gusta más de dĂa o de noche. Las partes más bonitas de jardĂn estaban estratĂ©gicamente iluminadas, convirtiĂ©ndolo en algo mágico. Incluso la piscina lucĂa con un juego de luces que te hacĂan desear tirarte de cabeza al agua, aun a riesgo de morir congelado. —Es bonito. —¡Te quedas corto! —exclamó—. Es… lo más bonito que he visto jamás. —Y que lo digas. Kirsty sonriĂł y mirĂł a Mike, sorprendiĂ©ndose de que Ă©l la estuviera mirando a ella y no el jardĂn. «Ya estás viendo solo lo que quieres ver», se regañó cuando su corazĂłn se acelerĂł. Y en ese momento, un maravilloso aroma inundĂł sus sentidos… —Ese olor… —susurrĂł Kirsty. InspirĂł hondo varias veces y dejĂł escapar un suspiro de placer —. ¡Dama de noche! Mike sonriĂł y la mirĂł ahora con cierta sorpresa. —¿CĂłmo ha podido llegarte el olor? —dijo impresionado—. Si apenas tiene flores aĂşn. —ReconocerĂa el aroma de una sola —admitiĂł entusiasmada—. Ya sabes que me vuelve loca. ÂżDĂłnde está? Mike se adentrĂł en el jardĂn, y Kirsty caminĂł tras Ă©l hasta llegar a la cerca que rodeaba el recinto. Junto a la valla, rodeando todo el jardĂn, habĂa al menos diez plantas de Dama de Noche estratĂ©gicamente plantadas. Muy emocionada, la chica recorriĂł todo el perĂmetro. La gran mayorĂa aĂşn no habĂa echado flores, puesto que todavĂa era pronto, pero las pocas que sĂ tenĂan alguna, lucĂan abiertas con la caĂda de la noche y transportaban al ambiente lo que Kirsty llamarĂa el aroma más maravilloso del mundo. —¿Te haces una idea de lo espectacular que va a oler este jardĂn cuando lleguen las noches de verano? —preguntĂł, emocionada solo con pensarlo y deseando con todas sus fuerzas poder estar allĂ para disfrutarlo—. Un jardĂn entero de Dama de Noche…, no me lo puedo creer. Mike se limitaba a mirarla sin pronunciar una palabra, lo cual llegĂł un momento en que inquietĂł a la chica. La luz en aquel punto era tan tenue que no le permitĂa distinguir del todo la expresiĂłn de su rostro, pero habĂa algo extraño en Ă©l, en su forma de… callar. —Voy a enviarle las fotos a Dan —dijo de repente, sorprendiĂ©ndola. Y más cuando no esperĂł una respuesta, sino que se alejĂł y se perdiĂł dentro de la casa apenas unos segundos despuĂ©s. Kirsty suspirĂł y echĂł de menos al bromista encantador que habĂa estado a punto de besarla aquella tarde, del que apenas habĂa podido disfrutar cinco minutos. SabĂa que estaba siendo incongruente, puesto que recordaba haber deseado todo lo contrario para preservar su cordura, pero apenas podĂa soportar al Mike hermĂ©tico y frĂo, que siempre parecĂa tener el control absoluto de todo y de todos. «¡Ya no sĂ© lo que quiero!», se dijo con tristeza, dejando escapar un suspiro; pero una vez más, su conciencia le grito con cierta groserĂa que dejara de engañarse. «Claro que sabes lo quieres, Kirsty…, pero lo que deseas y lo que puedes tener… no siempre van de la mano». En silencio y sin apenas poder salir de sus divagaciones, caminĂł hasta la piscina pensando en que quizá meter los pies en el agua helada la ayudaba a enfriar un poco sus ideas. Se agachĂł a comprobar con la mano la temperatura del agua y la retirĂł al instante. —¡Ni loca! —dijo en alto. Si apenas estuviera un poco más templada… Y entonces recordĂł la piscina climatizada, sonriĂł de oreja a oreja y ni siquiera se parĂł a pensarlo. EntrĂł en la casa a todo correr y casi se tropezĂł con Mike, que la mirĂł con cierta sorpresa. —¿DĂłnde está el fuego? «PodrĂas contestarle…», sugiriĂł la parte de su cerebro que provocaba y alimentaba el calor. —Voy a meter los pies en la piscina —le dijo finalmente, y no se detuvo a esperar la rĂ©plica. Se colĂł por la puerta que llevaba al spa, como lo harĂa una niña que apenas puede controlar sus emociones y esperar para conseguir lo que quiere. Al entrar en el recinto se quitĂł las botas y los calcetines, y se sentĂł en el borde de la piscina. TirĂł hacia arriba todo lo que pudo de los estrechos pantalones vaqueros, hasta que decidiĂł que no le importaba mojárselos un poquito. Cuando metiĂł los pies en el agua, dejĂł escapar un suspiro de deleite. MirĂł hacia arriba y la luz de la luna iluminĂł su rostro a travĂ©s del techo de cristal. Un sinfĂn de estrellas brillaban en el firmamento y convertĂan aquel pequeño rincĂłn en algo maravilloso. MoviĂł los pies dentro del agua y metiĂł tambiĂ©n sus manos para juguetear con ella. Rio a carcajadas cuando sintiĂł la necesidad de arrascarse la nariz y casi se cae dentro de la piscina al intentar acercar la cabeza al agua para no mojarse la ropa. Como resultado, se puso la mano en el pecho del susto y terminĂł empapada. «QuĂ© calamidad soy», rio de nuevo, sacudiĂ©ndose un poco la camiseta. Y con aquel movimiento, un recuerdo del pasado arrasĂł su mente. Algo en lo que no habĂa pensado desde hacĂa años y que no pudo evitar rememorar ahora…
Hope se habĂa ensuciado mucho las patas en su Ăşltima cabalgata, debido a que habĂa estado lloviendo sin parar durante dos dĂas. Cuidar personalmente de su caballo siempre habĂa resultado un placer para Kirsty, pero Ăşltimamente las cosas con Mike estaban tan mal que ella habĂa renunciado a aquello para no tener que pasar más de dos minutos en el establo, expuesta a toparse con Ă©l. De modo que, desde hacĂa varias semanas, se limitaba a pedirle a Dennis que tuviera listo a Hope para salir y a dejar que Ă©l se ocupara del caballo al volver. Pero aquel dĂa Dennis no estaba trabajando, y ella no podĂa dejar a Hope tan sucio. Cuando estaba a punto de terminar de lavarlo, su peor pesadilla se materializĂł frente a ella y la mirĂł con una de sus expresiones más arrogantes. —¿Retomando viejos hábitos? —le dijo Mike observando su trabajo. Kirsty no se molestĂł en contestar, ni siquiera lo mirĂł. —Ay, Kirsty, ÂżcĂłmo se puede vivir siempre tan enfadada? —insistiĂł el chico, cogiendo asiento en un pequeño poyete que habĂa junto a una de las caballerizas. —¿No tienes nada que hacer? —Se volviĂł a decirle al verlo acomodarse. —Solo recuerdo viejos tiempos, aunque sea a la inversa. Durante años, habĂa sido Kirsty quien se habĂa sentado en aquel sitio para verlo trabajar a Ă©l con los caballos, mientras charlaban y reĂan por cualquier tonterĂa. —Yo no quiero recordar nada —le asegurĂł Kirsty, tirando de la manguera para terminar de enjuagarle las patas a Hope y poder irse cuanto antes; pero el agua se negĂł a salir y ella se desesperĂł. —Kirsty, está doblada. —¡Lo que me faltaba! —protestĂł malhumorada y sin escuchar. —La tienes enganchada en… —¡Que me dejes en paz! —le gritĂł, interrumpiĂ©ndolo y tirando de la manguera ahora con más ahĂnco. Aquello liberĂł el entuerto y sin Ă©l dio rienda suelta a toda la presiĂłn del agua. Kirsty, con la manguera en la mano, gritĂł cuando el chorro de agua saliĂł a propulsiĂłn en todas direcciones mientras ella intentaba controlarla. Para cuando Mike cerrĂł la llave de paso, estaba calada hasta los huesos. —¡Mierda, joder! —gritĂł Kirsty, mirándose de arriba abajo; pero lo que terminĂł de enfurecerla del todo fueron las carcajadas que Mike no se molestaba en disimular. El muy canalla estaba doblado de la risa a tan solo par de metros. —¡Deja de reĂrte, idiota! —lo encarĂł, furiosa. —He intentado avisarte —le recordĂł aĂşn entre risas. —¡Si no estuvieras ahĂ observándome, no habrĂa pasado nada! —¿Es que te pongo nerviosa, Kirsty? —¡Lárgate de aquĂ! —¿En lo mejor? —dijo Mike, mirándola ahora de arriba abajo con una extraña expresiĂłn—. No lo dices en serio. —¡Dios, no te soporto! —le gritĂł Kirsty, a la que ni siquiera se le habĂa ocurrido pensar que el agua estuviera poniendo en evidencia más de lo que aquella fina camiseta blanca podĂa esconder. —Te favorece mucho el manguerazo. —SonriĂł Mike de nuevo. Ya fuera de sĂ, Kirsty recortĂł las distancias con una expresiĂłn feroz en el rostro, amenazándolo con un dedo. —¡Te prometo que algĂşn dĂa te tirarĂ© al agua completamente vestido, idiota! —le gritĂł, dándole pequeños golpecitos en el pecho con el dedo Ăndice. DespuĂ©s, girĂł sobre sus talones dispuesta a irse para obligarlo a terminar el trabajo con el caballo, pero Mike la retuvo de un brazo antes de que pudiera alejarse. —¿Te bañarás conmigo ese dĂa, pelirroja? —casi le susurrĂł al oĂdo, provocándole una extraña sensaciĂłn de hormigueo que la impulsĂł a salir corriendo por miedo a sus propias emociones. AĂşn alcanzĂł a escuchar otra de sus carcajadas antes de poder desaparecer.
Mientras tanto, Kirsty habĂa llegado a la puerta de su habitaciĂłn y se habĂa vuelto hacia Mike con malas pulgas. —No vas a poner un pie en mi cuarto, Mike O'Connell —le asegurĂł, cruzándose de brazos y mirándolo con irritaciĂłn. —No para lo que te gustarĂa. —¡Ja, me parto! —dijo con la irritaciĂłn convertida ahora en furia—. ¡No suelo cometer dos veces el mismo error, tranquilo! —SerĂa interesante comprobarlo. —SonriĂł irĂłnico. —Creo que te sobreestimas. —¿TĂş crees? —VolviĂł a sonreĂr y recortĂł la distancia hasta ella—. Porque a mĂ me parece que solo tendrĂa que besarte para colarme en tu cuarto… —Se acercĂł aĂşn más para susurrar—, y con invitaciĂłn personal. Kirsty sintiĂł una oleada de deseo tan fuerte que tuvo que sofocar un gemido, pero estaba demasiado enfadada como para ceder a sus instintos. —Eres de una prepotencia que asombra, pero no vas a conseguir incomodarme —dijo mordaz, aunque no pudo evitar estremecerse. —Ya lo hice. —SonriĂł Mike con arrogancia, y ante su gesto obstinado insistió—. No me provoques más, pelirroja, dĂ©jame comprobar la habitaciĂłn y me marcharĂ©. Kirsty lo mirĂł, con el ceño fruncido, valorando quĂ© hacer. No parecĂa tener mucho sentido negarse a lo que le pedĂa, pero ceder a las Ăłrdenes de Mike era algo que le costaba de una manera insufrible. No tuvo que hacerlo, Ă©l terminĂł apartándola a un lado y usando la fuerza para colarse en la habitaciĂłn. —¡Eh, tĂş, bárbaro! —le gritĂł entrando tras Ă©l. —No te he tocado —le dijo Mike mientras llevaba a cabo el ritual de cada noche. —¡No puedes hacer siempre lo que te dĂ© la gana! —protestĂł, enfadada, siguiĂ©ndolo con la mirada a todas partes. —DĂ©jalo ya, Kirsty, Âżquieres? —dijo, revisando ahora el armario—. Estoy cansado, sigo mojado y en un estado de frustraciĂłn que empieza a ser preocupante, no puedo lidiar con más histerismos ahora mismo. —¿Histerismos? —gritĂł, pero bajĂł la voz consciente de que asĂ solo le daba la razĂłn—. ÂżAcaso no tengo algo de razĂłn para estar enfadada? «¿Y quĂ© habĂa dicho de estar frustrado?», se preguntĂł con retardo. «Mierda, ya me he perdido lo más interesante». —No, Kirsty, no tienes razĂłn —le asegurĂł, volviĂ©ndose ahora a mirarla—. No podĂa subirme a ese coche contigo… asĂ vestida, o no vestida, para ser más exactos. —¡QuĂ© tonterĂa! —¿Cuánto crees que hubiera tardado en parar el coche en mitad del camino? —terminĂł diciendo, y clavĂł sobre ella una mirada brillante. Kirsty temblĂł de deseo de la cabeza a los pies —. Ni siquiera deberĂa estar ya aquĂ… Esta discusiĂłn solo puede llevarnos por un camino de no retorno. Kirsty solo hubiera querido decirle que se morĂa por explorar aquel camino, pero le habĂa dolido que Ă©l la dejara en manos de Dennis y no estaba dispuesta a perdonarlo todavĂa. —Espera a ver si lo he entendido bien… —dijo sarcástica—. ÂżMe has metido en un coche, desnuda y con otro hombre, por mi bien? —¡Por favor! ¡Dennis sabe que no tiene permiso ni para mirarte! —¡¿Permiso?! —Aquello desatĂł todos los infiernos dentro de ella—. Pero ¡¿tĂş quiĂ©n coño te crees que eres?! ¡Soy una mujer libre y adulta, y tĂş no tienes ningĂşn derecho a decidir quiĂ©n puede mirarme o a quiĂ©n puedo mirar yo! Apenas habĂa terminado de decir la frase cuando Mike recortĂł la distancia y la atrapĂł entre sus brazos. —¡SuĂ©ltame, troglodita! —le dijo, forcejeando. —Baja la voz —protestĂł Mike—. ÂżO quieres que Thomas se presente aquĂ? —Me da igual, quiero que me sueltes —le asegurĂł, pero su tono de voz fue mucho más bajo —. ÂżPor quĂ© no le has pedido a Dennis que revisara mi alcoba? Te hubieras ahorrado… ÂżcĂłmo era?… ¡mis histerismos! Lo mirĂł con la furia ardiendo en sus ojos verdes y sintiĂł un escalofrĂo cuando se encontrĂł con los de Mike a escasos centĂmetros, que la miraba ahora con una admiraciĂłn evidente. —¡Joder, Kirsty, la furia te sienta tan bien! —EnterrĂł una mano entre su pelo—. Y yo disfruto tanto convirtiĂ©ndola en fuego… Kirsty izĂł la cabeza, esperando el beso que se morĂa por recibir. Mike acariciĂł su rostro con las yemas de los dedos y descendiĂł con suavidad por el cuello, hasta bajar por el canalillo que el albornoz dejaba visible tras la acalorada discusiĂłn, mientras seguĂa, embelesado, el movimiento de sus manos con los ojos. SonriĂł ante la exclamaciĂłn que ella dejĂł escapar cuando apartĂł ligeramente a un lado el albornoz para apenas descubrirle parte de uno de sus pechos… Kirsty disfrutaba de las caricias intentando no mover ni un mĂşsculo. No querĂa hacer ni decir nada que pudiera estropear lo que Mike parecĂa estar comenzando, fuera lo que fuese, pero sĂ protestĂł con vehemencia cuando lo escuchĂł suspirar y sintiĂł que le cerraba y acomodaba el albornoz. —¡¿A quĂ© estás jugando?! —se enfadĂł Kirsty, apartándose de sus brazos. —No a lo que me gustarĂa —le asegurĂł, poniendo algo más de distancia entre ellos. —Eres un… —SĂ, un imbĂ©cil, en este momento me siento como uno —la interrumpió—. Y no sĂ© si me siento peor por detenerme o por haber cedido a la tentaciĂłn de tocarte a cinco metros de la habitaciĂłn de tu padre y sin ni siquiera cerrar la puerta. Kirsty mirĂł la puerta abierta de par en par y su corazĂłn sufriĂł un revĂ©s. Ni siquiera habĂa sido consciente de la poca intimidad de la que disfrutaban. Y, no podĂa engañarse, si Mike hubiera querido arrancarle aquel albornoz y tumbarla en la cama, ella no habrĂa puesto un solo impedimento. ÂżEs que Ă©l solo tenĂa que tocarla para que perdiera el juicio? Y para hacerla todavĂa más consciente de sus errores, Nadine se asomĂł a la habitaciĂłn justo en aquel instante con un vaso de leche en la mano, consiguiendo que Kirsty dejara escapar una exclamaciĂłn ahogada. —PensĂ© que te apetecerĂa un vaso de leche caliente —le dijo la mujer con una sonrisa—. Thomas dice que te has caĂdo a la piscina. —Me han tirado. —SonriĂł irĂłnica mirando a Mike, que le devolviĂł una sonrisa similar. Nadine lo mirĂł tambiĂ©n y entornĂł los ojos para afinar la vista. —¿TĂş tambiĂ©n estás mojado? —le preguntĂł, un tanto perpleja. —Casi seco ya. —SonriĂł. —¡Ve a quitarte la ropa mojada inmediatamente! —ordenĂł la enfermera que llevaba dentro, pero pareciĂł avergonzarse por su tono al instante—. Disculpa, no querĂa sonar tan dictatorial. —Has sonado perfecta —le asegurĂł Kirsty—. Algo de su propia medicina, no le viene mal. —¿Ves lo que tengo que soportar, Nadine? —le dijo Mike con una sonrisa divertida, y mirĂł a Kirsty—. Aprovecha hasta los comentarios de otros para meterse conmigo. —Pero pensĂ© que hoy os estabais llevando mejor. Mike posĂł sobre Kirsty una mirada maliciosa y admitiĂł: —Solo a ratos. Tras esto saliĂł de la habitaciĂłn. Nadine mirĂł a Kirsty con preocupaciĂłn. La chica miraba aĂşn la puerta con una expresiĂłn inquieta. —¿Quieres contarme quĂ© ha pasado? —le dijo Nadine, dejando el vaso de leche sobre la mesilla. Kirsty suspirĂł, se sentĂł en la cama y su cuerpo reaccionĂł al recuerdo de todo lo que tendrĂa que contarle igual que si lo estuviera viviendo de nuevo. —¿Me siguen quedando comodines? CapĂtulo 19 Kirsty se levantĂł muy temprano a la mañana siguiente. Aquel iba a ser un dĂa muy ajetreado, dado el volumen de trabajo, y estaba ansiosa por empezar. «Estás ansiosa por verle», le grito Pepito, aunque no le importĂł admitirlo. La noche habĂa sido muy larga, al igual que su lucha interna... «Me desea», era en lo Ăşnico que su mente parecĂa haberse empeñado una y otra vez mientras su cuerpo respondĂa a aquella afirmaciĂłn de la manera más indeseada, aunque inevitable. A pesar de estar enfadada con Ă©l y de intentar recordarse todos los motivos que tenĂa para odiarlo, el ardor que la invadĂa al imaginárselo entre sus sábanas eclipsaba por completo todo lo demás. Por desgracia, habĂa momentos en los que lo asumĂa y aceptaba, y otros en los que la rabia por sentirse asĂ podĂa con ella y la obligaba a blasfemar y autocastigarse. Y cuando aquello Ăşltimo sucedĂa, terminaba deseando castigarlo a Ă©l por ponerla en aquella tesitura. Hasta que otras formas de castigo más interesantes le calentaban la sangre y el ciclo volvĂa a empezar… Y entre escarmientos y torturas exquisitas habĂa pasado la noche, rememorando todo lo sucedido aquel dĂa: el casi beso del jardĂn, el casi algo más de la piscina y el casi lo que fuera de su habitaciĂłn, asĂ los habĂa bautizado. Y, tras horas de lucha consigo misma, habĂa llegado a una conclusiĂłn irrefutable: si no borraba la palabra casi de su vida pronto, iba a volverse loca de remate. Su telĂ©fono mĂłvil interrumpiĂł sus cavilaciones, y contestĂł tras consultar el visor, un tanto sorprendida. —¡Alek, quĂ© sorpresa! —saludó—. ÂżPasa algo? —No, es que estaba deseando hablar contigo. ÂżTe he despertado? —le dijo—. He aguantado todo lo que he podido. —No hay problema. ÂżY por quĂ© suenas tan contento? AhĂ deben ser las tres de la madrugada. —Riley está causando furor en Inglaterra, y más desde que se sabe que estás ahà —le contĂł —. No dejan de lloverme peticiones de entrevistas y firmas. Kirsty guardĂł silencio, un tanto alucinada. —¿Y cĂłmo saben que estoy aquĂ? —Alguien te hizo una foto en el aeropuerto el dĂa que llegaste a Londres y ayer la subiĂł a las redes —explicó—. No tardará en llegarte el meme, me temo. —¡¿Me han hecho un meme?! —SĂ, uno que va a ayudar a la promociĂłn de una forma que no esperábamos… —opinó—. ÂżQuiĂ©n es Ă©l? —¿Él? —Estaba cada vez más perpleja. —El tipo que estaba contigo en Londres, el del meme. —¡Que no sĂ© de quĂ© meme me hablas, demonios! —Aunque sĂ podĂa imaginar quiĂ©n era el susodicho y empezaba a faltarle el aire. —Espera, te lo mando por WhatsApp. Kirsty mirĂł la pantalla de su telĂ©fono, esperando el mensaje con el corazĂłn encogido. Estaba segura de que no iba a hacerle gracia, pero aquella expresiĂłn se quedaba muy corta para describir lo que sintiĂł cuando posĂł sus ojos sobre la foto en cuestiĂłn. Tal y como esperaba, ella estaba en la imagen junto a Mike, ambos saliendo del aeropuerto de Heathrow; lo que no hubiera representado mucho problema si alguien no hubiera escrito sobre sus cabezas un curioso titular:
Tras leerlo varias veces y sin poder evitar ruborizarse, Kirsty volviĂł a ponerse al telĂ©fono. —AsĂ que Âżesta foto está en las redes? —preguntĂł, preocupada—. Y Âżcuánto alcance tiene? —Es viral. —¡Mierda! —Tenemos cientos de reservas online de todas tus novelas, Kirsty, miles ahĂ en Inglaterra. —¿Por mi vida privada? —No, porque sales con el jodido detective Riley. —Rio Alek. —¡Yo no salgo con Riley! —gritĂł horrorizada—. ¡Pero Âża quiĂ©n se le ocurre algo asĂ?! —A cualquiera que haya visto esta foto. —Te recuerdo que Riley es rubio. —Eso da igual. —Esto es una pesadilla —se quejĂł, sentándose de nuevo en la cama. Lo Ăşnico que le faltaba era que el dichoso Riley viera aquella foto. El simple pensamiento de que Mike se parara siquiera a considerar que Riley pudiera estar basado en Ă©l la llenada de una inexplicable angustia. Aquello hablaba demasiado alto de sus propios sentimientos por Ă©l y, sobre todo, ponĂa al descubierto el hecho de que jamás habĂa pasado página, tal y como ella querĂa aparentar. «Esta foto me deja con el culo al aire», se lamentĂł. —Kirsty, Âżsigues ahĂ? —le preguntĂł Alek con tono preocupado. Ella se limitĂł a gruñir—. ÂżY quĂ© te parece? ÂżSerĂa posible? —¿El quĂ©? —¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho? —se burlĂł Alek—. Pues sĂ que te ha afectado ese meme. «No te haces idea», se dijo, resoplando de nuevo. —Perdona, ya te presto atenciĂłn, ÂżquĂ© me decĂas? —Un par de firmas y algunas pocas entrevistas, ÂżcĂłmo te suenan? —¿AquĂ dices? —Se sorprendiĂł. —SĂ, puedo volar mañana o pasado y organizamos algo —sugirió—. AsĂ compensamos toda la promociĂłn que hemos tenido que anular aquĂ. —No sé…, estoy aquĂ por un motivo, Alek. —SĂ, lo sĂ©, y tu seguridad serĂa una prioridad absoluta. Kirsty se imaginĂł diciĂ©ndole a Mike lo de aquellas entrevistas y casi sintiĂł en carne propia una de sus miradas asesinas. SabĂa que a Ă©l no le gustarĂa ni un poco aquella idea, pero tambiĂ©n era cierto que todo el lanzamiento y promociĂłn de la novela se habĂa visto afectado por su intento de secuestro, y a la larga era probable que aquello le pasara factura a la editorial. De alguna forma le debĂa a Alek aquel pequeño favor. —DĂ©jame hablarlo con mi padre, Âżpuede ser? —le pidiĂł, dejando a Mike fuera de aquello. —Te llamo mañana —admitió—. Pero Âżvas a decirme ya quiĂ©n es Ă©l? «¿CĂłmo una pregunta tan simple podĂa tener una respuesta tan complicada?», se preguntĂł, un tanto sorprendida. —Mi guardaespaldas. —¿Tu quĂ©? —Mañana hablamos. «¡Ahhhgrrrr! ¡Joder! No me lo puedo creer», se lamentĂł, paseando por la habitaciĂłn como un tigre enjaulado. «Y es viral». Estaba a punto de hiperventilar. ÂżCĂłmo demonios iba a evitar que Mike viera aquella foto? ÂżY podrĂa convencerlo de lo absurdez de aquella comparaciĂłn con Riley si lo hacĂa? Se sentĂł en la cama y contemplĂł de nuevo la imagen. No habĂa duda de que era fotogĂ©nico, estaba absolutamente impresionante. «Es que es un tipo impresionante», tuvo que reconocer casi en contra de su voluntad.
Cuando se recompuso un poco, bajĂł a desayunar. Todos estaban ya en el salĂłn, y para Kirsty fue un logro dar los buenos dĂas sin ruborizarse; para conseguirlo tuvo que evitar mirar a Mike de frente. TemĂa no poder esconder a la luz del dĂa todo lo que le provocaba no solo el recuerdo de lo sucedido entre ellos, sino tambiĂ©n lo que habĂan compartido en sus sueños durante la mitad de la noche. —¿Se te han pegado las sábanas? —le preguntĂł Mike, consultando su reloj—. ÂżO es que no has dormido bien? —Pff, dĂ©jame desayunar antes de empezar a atacarme —le dijo con un gesto resignado—. Y, para tu informaciĂłn, hace mucho que estoy levantada, pero he hablado un rato largo con Alek. «Ya está, ya lo he dicho», pensĂł. Si iban a arrancar la mañana discutiendo, al menos que fuera por algo importante. —¿Te ha llamado Alek a estas horas? —se extrañó su padre—. Pero si en Nueva York es de madrugada. —Tenemos confianza —no pudo evitar decir con cierta mala intenciĂłn, aunque evitĂł mirar a Mike. TomĂł aire y añadió—: Quiere que hagamos algunas entrevistas aquĂ en Inglaterra. —OlvĂdalo —fue la respuesta automática de Mike, que ni se molestĂł en valorar la idea. —¡Ya estamos! Tengo responsabilidades, Âżsabes? —le dijo molesta —Y yo tambiĂ©n —le recordó—, pero mi prioridad absoluta es mantenerte a salvo. —Y te lo agradezco, pero… —¿Que me lo agradeces? —ParecĂa indignado—. ÂżCĂłmo? ÂżQueriendo salir a exponerte sin necesidad? —Mike, he tenido que anular toda la gira promocional de la novela —le recordĂł. —Tu carrera está más que consolidada —opinó—. No es el fin del mundo que no promociones. —Eso no es asunto tuyo —dijo, aunque sin poder evitar sentirse complacida por el hecho de que Ă©l supiera algo de su carrera—. Y solo serĂan unas entrevistas. Podemos aumentar la seguridad y… —No. —Pero… —He dicho que no. —¡Papá! —Se girĂł a mirarlo, muy irritada—. ÂżPor quĂ© tengo que soportar a este energĂşmeno? ¡Es un dictador insoportable! —Bueno, vamos a calmarnos —les pidiĂł Thomas a ambos con un gesto seco—. Seguro que podemos encontrar una soluciĂłn que nos venga bien a todos. —TĂş me confiaste a mĂ su seguridad, Tom, y yo digo que no va a salir de Little Meadows — sentenciĂł Mike mirando al hombre—. Y no es negociable. Thomas suspirĂł y frunciĂł el ceño. —¿Y si no tuviera que salir de aquĂ? —le dijo. —¿A quĂ© te refieres? —se interesĂł Kirsty. —¿SerĂa posible que las entrevistas te las hicieran aquĂ? —insistiĂł su padre—. Claro, solo podrĂan ser entrevistas, las firmas acarrean demasiado tráfico de gente y eso es demasiado peligroso. La chica valorĂł aquella opciĂłn unos segundos. —TendrĂa que hablarlo con Alek. —Ambos miraron a Mike, que estaba muy serio. —Veamos primero que tal sale lo de Wang —terminĂł admitiendo el chico—, y lo valoramos. Kirsty suspirĂł y lo mirĂł con cierta irritaciĂłn. TendrĂa que conformarse con aquel compromiso. «¡Y todo por culpa de una dichosa foto!». Una foto de la que no podĂa hablarle y que harĂa todo lo posible para que nunca llegara a sus manos». CapĂtulo 20 Tal y como hicieron el dĂa anterior, fueron cabalgando hasta la casa. Tras la discusiĂłn de primera hora de la mañana, ambos estaban un poco tensos y no intercambiaron más de cuatro palabras en relaciĂłn al trabajo. Casi al tiempo que ellos, llegaron los tipos que venĂan a instalar la calefacciĂłn bajo la carpa, evitando la incomodidad de tener que estar a solas en la casa más tiempo del necesario. Y a partir de aquel momento, la mañana fue un desfile continuo de gente entrando y saliendo, llevando todo lo necesario. Kirsty se centrĂł en la cocina mientras Mike organizaba el resto de la casa, pero de vez en cuando a la chica se le iban los ojos tras aquel cuerpo de infarto que pululaba a su alrededor constantemente. Él iba vestido muy informal, con unos vaqueros y una simple camiseta que se ajustaban a cada mĂşsculo de su cuerpo siempre que levantaba una caja del suelo; espectáculo para el que siempre estaba muy atenta. «Y su trasero tambiĂ©n es todo un espectáculo… ¡mamma mĂa!», se dijo, comiĂ©ndoselo con los ojos mientras Ă©l estaba apoyado en la isleta de la cocina, dándole la espalda. «¿CĂłmo te pueden sentar tan bien unos simples vaqueros?». Tuvo que girarse hacia otro lado antes de empezar a babear, y se centrĂł en seguir colocando la nevera. Al menos el frĂo evitaba que ardiera demasiado. Aquella mañana habĂa escogido una camiseta que apenas le llegaba un par de dedos por debajo del ombligo, y que dejaba al descubierto una generosa porciĂłn de carne cada vez que izaba los brazos, lo cual estaba resultando de mucha ayuda en aquel momento, en el que estaba luchando para no volverse a mirarlo de nuevo. —Vas a terminar cogiendo frĂo —la sorprendiĂł Mike una de las veces en que izĂł los brazos para llegar a la Ăşltima balda del frigorĂfico. Kirsty estaba tan concentrada en no girarse a mirarlo que no fue consciente de que Ă©l se habĂa movido y ahora estaba apoyado en la encimera que habĂa justo al lado de la nevera. —Gracias por la preocupaciĂłn —ironizĂł tras la sorpresa inicial, y siguiĂł a lo suyo. —Quizá deberĂas ponerte una chaqueta —insistiĂł Ă©l. —TĂş tambiĂ©n estás en manga corta. —Yo no me quedo medio desnudo cada vez que subo los brazos —la mirĂł con un gesto crĂtico. —Si te molesta mi desnudez, Mike —dijo mordaz—, simplemente no me mires. —Si pudiera no mirarte, pelirroja, no estarĂamos manteniendo esta conversaciĂłn, Âżno crees? Y sin agregar nada más, se alejĂł de nuevo de la cocina, dejándola sumida en un estado febril que necesitĂł de un rato extra frente a la nevera. Media hora despuĂ©s, su padre entrĂł en la casa acompañado de otra persona que saludĂł a Mike de forma efusiva. Kirsty no podĂa ver al reciĂ©n llegado desde donde estaba, puesto que le daba la espalda, pero tenĂa la extraña sensaciĂłn de que lo conocĂa. Cuando se acercĂł, mirĂł con asombro al hombre que le devolviĂł una sonrisa sincera. —¡Marty! —Hola, señorita Danvers —ella lo amonestĂł con una mirada severa que le arrancĂł al hombre una carcajada y le hizo rectificar—. Hola, Kirsty. —Mucho mejor. —SonriĂł. Le caĂa bien aquel grandullĂłn con el que tuvo que luchar hasta para que se tomara un cafĂ© en su apartamento—. ÂżQuĂ© haces en Inglaterra? —Trabajar, me temo. La chica frunciĂł el ceño y mirĂł a Mike, que no tuvo reparo en contestar al interrogante. —Marty está aquĂ por ti. —Ah…, Âżno hay guardaespaldas suficientes en Inglaterra? —se sorprendiĂł, y mirĂł a Marty —. No te ofendas, me caes bien, pero hacerte venir desde seis mil kilĂłmetros me parece una pasada. —Marty no es guardaespaldas —le aclarĂł Mike—. Es detective privado. —Y muy bueno, segĂşn me han contado —añadiĂł su padre, dándole un golpecito en la espalda al hombre. Kirsty mirĂł sorprendida a Marty, que le devolviĂł una sonrisa un tanto cohibida. —TambiĂ©n fui guardaespaldas muchos años —le asegurĂł. —Pero ya no —entendiĂł Kirsty. —No, tu caso fue un favor personal. —SonriĂł de nuevo. —¿Para quiĂ©n? —Para Mike —aclaró—. Es mi sobrino. Kirsty mirĂł a Mike, muy sorprendida. SabĂa que su padre habĂa sido hijo Ăşnico, de modo que si aquel hombre era su tĂo, solo podĂa ser hermano de su madre. Y hasta donde ella sabĂa, la madre de Mike lo habĂa abandonado cuando apenas era un bebĂ© y pocos años despuĂ©s habĂa fallecido en un accidente de tráfico. —No sabĂa que tenĂais contacto —admitiĂł sin disimular su asombro—. ÂżCĂłmo…? —Es una historia muy larga —interrumpiĂł Mike—. ÂżTe parece si te la cuento en otro momento? Kirsty no tuvo más remedio que asentir. Mike le habĂa hablado en un tono afable por primera vez en la mañana y preferĂa no estropearlo. —VivĂs en el lugar más maravilloso del mundo —dijo Marty con una enorme sonrisa—. Ya me habĂas hablado de Little Meadows, pero las palabras no le hacen justicia. —Pues espera a ver esta casa. —Rio Thomas—. Es posible que decidas no regresar nunca a Nueva York. Mike se excusĂł para atender al tipo de la calefacciĂłn, que le hacĂa señales desde la carpa, y su padre y Marty se enfrascaron en una conversaciĂłn sobre la finca. Kirsty intentaba sonreĂr junto a ellos, pero hacĂa ya unos minutos que habĂa desconectado de la conversaciĂłn mientras se preguntaba, con el corazĂłn encogido, si ella misma serĂa capaz de dejar Little Meadows de nuevo. —¿Te encuentras bien? —la sorprendiĂł Mike, al que ni siquiera habĂa visto regresar. —SĂ, Âżpor quĂ© no iba a estarlo? —SonriĂł a medias. —Porque parecĂa que habĂas visto un fantasma… —contĂł, pero Kirsty se limitĂł a encogerse de hombros—. La calefacciĂłn exterior está lista, Âżquieres verla? Kirsty asintiĂł y ambos salieron al jardĂn. La chica comprobĂł, un tanto asombrada, el calor tan agradable que hacĂa bajo la carpa y mirĂł a su alrededor, donde apenas se veĂan cables ni enormes y horrorosas estufas tal y como habĂa esperado. —Es increĂble —admitiĂł. —Y está al mĂnimo —informĂł Mike. —Bajo este techo podrán quedarse en pelotas en pleno mes de diciembre, se lo garantizo — dijo uno de los trabajadores que estaba terminando de recoger las herramientas. Kirsty mirĂł a Mike, que a su vez miraba a aquel tipo, perplejo ante el comentario, y no pudo contener la risa. DejĂł escapar una carcajada que pronto se convirtiĂł en un ataque de risa, que el gesto entre divertido e incrĂ©dulo de Mike no ayudaba a calmar. —En pelota picada, sĂ señor —insistiĂł el hombre, que se alejĂł de ellos cargando una enorme maleta de herramientas. —No doy crĂ©dito —escuchĂł Kirsty decir a Mike—. Y se ha quedado tan pancho… A Kirsty empezaban a caĂ©rsele las lágrimas de la risa que era incapaz de contener. —AhĂ viene de nuevo, a rematar la faena —le anunciĂł Mike. —SeguĂs ahĂ calentitos, eh —les dijo el hombre en un tono complacido. —Se está bien —admitiĂł Mike con una sonrisa divertida—, pero vamos a esperar a que se caldee un poco más antes de despelotarnos. —Eso, eso —agregĂł el hombre alejándose de nuevo—. Viva el nudismo. —Claro que sà —terminĂł diciĂ©ndole Mike—. Madre mĂa, la gente está fatal… Kirsty hacĂa rato que habĂa tenido que coger asiento. Se esforzaba por parar de reĂr mientras intentaba secarse las lágrimas, pero solo lo conseguĂa durante unos pocos segundos. Thomas y Marty se unieron a ellos bajo la carpa y tomaron asiento. —¿QuĂ© os pasa? —Rio Thomas por contagio, y mirĂł a su alrededor—. Oye, quĂ© calentito se está aquĂ. —Si empiezas a sentirte nudista, me avisas y la desconecto, por favor —pidiĂł Mike entre risas, fingiĂ©ndose horrorizado. La carcajada de Kirsty debiĂł escucharse hasta en la mansiĂłn. Cuando al fin pudo controlarse, Mike la mirĂł con un gesto divertido y lo que parecĂa una expresiĂłn nostálgica. —Ni siquiera recuerdo la Ăşltima vez que te vi reĂr asà —le dijo mientras le tendĂa un pañuelo. Kirsty aprovechĂł para desviar la mirada, azorada. —Pues a ambos solĂan daros estos ataques de risa muy a menudo —les recordĂł Thomas—. Algunas veces me unĂa a vosotros, pero otras me daban ganas de amordazaros. Kirsty recordaba muy bien aquello. Durante los buenos tiempos cualquier cosa servĂa para reĂrse juntos a carcajadas. HabĂa perdido la cuenta de la de veces que las lágrimas brotaron de sus ojos mientras ella y Mike no dejaban de decir una payasada tras otra. «DarĂa media vida por recuperar aquellos momentos», pensĂł, y aquello le chocĂł tanto que la diversiĂłn se acabĂł al instante. —Entonces, Marty —dijo para cortar la conversaciĂłn de raĂz—, Âżestás aquĂ en calidad de detective o de guardaespaldas? —De ambas, supongo. —SonriĂł el hombre—. Mientras estĂ©s con Mike, yo me dedicarĂ© a hacer algunas pesquisas. —Me engañaste un poco cuando apareciste por mi apartamento —lo mirĂł con una fingida severidad, y puso la voz ronca para imitarlo—: He firmado un contrato riguroso. Si a usted le sucediera algo, me meterĂa en problemas. Marty rio a carcajadas. —SĂ, bueno…, apelĂ© a tu humanidad para que no me echaras —declarĂł con una sonrisa—. Tengo entendido que no te llevas muy bien con Mike, no podĂa decirte que es mi sobrino. Espero que puedas perdonarme. —Lo pensarĂ©. —SonriĂł divertida. —Mañana tendrás que estar con Marty todo el dĂa —le informĂł Mike—. Cerrar el trato con Wang me llevará varias horas. Necesito poder relajarme sabiĂ©ndote en buenas manos. Kirsty sonriĂł, algo cohibida. La preocupaciĂłn de Mike a veces le tocaba la fibra sensible más de lo que querrĂa admitir. —Es un exagerado —le dijo a Marty intentando no ruborizarse. —Toda precauciĂłn es poca —opinĂł el detective—. Ni siquiera sabemos aĂşn con quĂ© pretensiones intentaron secuestrarte. —Con las de pedir un rescate, supongo… —dijo Kirsty, inquieta. —Yo no me atrevo a suponer tanto. —¿Por quĂ© otros motivos podĂan querer hacerlo? —insistiĂł, perpleja. Marty guardĂł silencio unos segundos, y a Kirsty no le pasĂł desapercibida la mirada preocupada que compartiĂł con Mike. —No soy una niña —terminĂł diciĂ©ndoles. —Hay multitud de motivos por los que secuestrar personas —explicĂł Marty—. Entre ellos el tráfico de blancas o de Ăłrganos, pero en tu caso, al ser alguien más o menos pĂşblico, me inclino más a pensar en que sea algĂşn tipo de fanático obsesionado contigo o con tus novelas. A Kirsty le recorriĂł el cuerpo un inevitable escalofrĂo. —¿Descartas el secuestro por dinero? —No del todo, pero sĂ al noventa por ciento. —¿Por quĂ©? —Porque alguien que solo te quiere para pedir un rescate econĂłmico, no se hubiera llevado tu colgante —le aclarĂł, convencido—. Eso es mucho más personal. Y tampoco cuadra con esa conjetura el que te hayan avisado de que saben dĂłnde estás. Kirsty asintiĂł. Aquello tenĂa sentido, pero era mucho más preocupante que pensar en que fuera una cuestiĂłn meramente econĂłmica. —Por cierto, voy a necesitar el sobre y la foto —insistiĂł Marty, ahora mirando a Mike. El chico asintiĂł. —¿TĂş ya sabĂas todo esto? —le preguntĂł Kirsty a Mike, que no habĂa abierto la boca. —Yo hablo con Marty cada dĂa —dijo como respuesta, sorprendiĂ©ndola de nuevo—. Un contacto que tiene en la policĂa le informĂł de tu intento de secuestro la misma noche en que ocurriĂł, y ha estado llevando una investigaciĂłn exhaustiva de todo lo sucedido desde entonces, pero hasta ahora no ha encontrado nada. Kirsty asintiĂł en silencio. Al menos aquello explicaba cĂłmo se habĂan enterado en Little Meadows de todo tan pronto. —No tengo una sola pista —confirmĂł Marty—. Raro, si tenemos en cuenta que no eran profesionales. —¿Crees que no lo eran? —Estoy seguro —confirmĂł, con total certeza—. NingĂşn profesional es tan torpe como para equivocar el momento y el lugar de esa manera. Te garantizo que eran meros aficionados, por eso me sorprende tanto que no tengamos una sola pista. —¿Conseguiste saber algo sobre el todoterreno? —preguntĂł Mike ahora. —La matrĂcula era falsa —contĂł. —¿Falsa? Pero eso no se corresponde con un amateur —opinĂł Mike, frunciendo el ceño. Marty terminĂł exhalando con fuerza. —Cierto —admitiĂł, y agregĂł convencido—. Hay algo que no cuadra en todo esto, algo que se nos escapa. Espero poder avanzar un poco desde aquĂ. —MirĂł a Kirsty—. Al menos para comprobar el peligro real que corres. La angustia en la mirada femenina era ahora visible para todos. —¿Crees de verdad que podrás sacar algo en claro? —le preguntĂł, ahora casi en un susurro. —No lo sĂ© —admitiĂł con un gesto preocupado—, Âżtienes que volver a Nueva York? —Vivo en Nueva York —le recordó—. ÂżQuĂ© pasa si no cogen nunca a esos tipos? Nadie contestĂł a esa pregunta, solo se quedĂł en el aire como si fuera una larga guadaña pendiendo sobre su cabeza. —Disculpadme —se excusĂł y entrĂł en la casa, buscando algo de serenidad. CaminĂł hasta la cocina y se centrĂł en el trabajo, intentando olvidar la conversaciĂłn que acababan de mantener. —Kirsty… —la sorprendiĂł Mike, al que ni siquiera habĂa escuchado ir tras ella. —Queda mucho por hacer aĂşn —le recordĂł la chica, centrándose ahora en colocar la cuberterĂa. Mike guardĂł silencio. —Deja de mirarme —le pidiĂł Kirsty, irritada, un minuto despuĂ©s—. Estoy bien. —Tienes derecho a estar preocupada. —¿Y de quĂ© va a servirme? —Se parĂł ahora a mirarlo—. ÂżEso me devolverá mi vida? ÂżEvitará que me sienta como una prisionera? —Lo solucionaremos y podrás volver a Nueva York —le asegurĂł Mike con un gesto serio—. Mientras tanto, se me ocurren peores cárceles que Little Meadows. —Cualquier paraĂso forzoso es una pesadilla, Mike —le asegurĂł con los ojos cargados de pesar—. Y el miedo es el peor compañero de celda. No puedo vivir asĂ, pero tampoco puedo evitar estar asustada. Mike recortĂł las distancias y la tomĂł entre sus brazos. Kirsty se dejĂł atrapar, sin protestar. —Nadie va a hacerte daño mientras yo viva —le asegurĂł con vehemencia. A Kirsty le sorprendiĂł el ardor que leyĂł en su mirada—. Eso te lo prometo. Y si lo que necesitas es algo más de normalidad, habla con Alek. Aquello sĂ la desconcertĂł. —Usad esta casa para hacer esas entrevistas —le sugirió—. Contrataremos a un batallĂłn de guardaespaldas, si es necesario. Sorprendida, Kirsty se perdiĂł en sus ojos y fue repentinamente consciente de que pasarĂa toda su vida en Little Meadows y entre sus brazos, si tan solo Ă©l se lo pidiera. Aquel pensamiento le inundĂł el pecho de una sensaciĂłn de desasosiego que la obligĂł a respirar hondo y apartarse de Ă©l. —Necesito…, voy a… —No pudo terminar ninguna frase. Se alejĂł de allĂ con premura, buscando un lugar en el que esconderse. Se perdiĂł por uno de los pasillos que aĂşn no conocĂa y se colĂł al azar y sin pensarlo por una de las puertas, cerrando a cal y canto tras de sĂ, buscando algo de intimidad. Supo que habĂa equivocado la elecciĂłn en cuanto que apoyĂł la espalda sobre la puerta y se enfrentĂł al lugar: sin duda, aquella era la habitaciĂłn de Mike. Mal sitio para superar su repentino descubrimiento, aunque por un instante se dejĂł llevar por el asombro de lo que tenĂa ante sĂ. PaseĂł su mirada por la estancia y le sorprendiĂł su amplitud. La enorme cama, que estaba justo en el centro de la alcoba, la atraĂa como si fuera un imán gigantesco. Tuvo que luchar con todas sus fuerzas contra las ganas de tumbarse en ella. Si lo hacĂa, sabĂa que lo siguiente serĂa imaginar a Mike tumbado a su lado y aquello era lo Ăşltimo que le convenĂa en aquel momento. No habĂa demasiados muebles, pero sĂ los suficientes como para poder usar la alcoba con toda comodidad. CaminĂł por la estancia, sin dejar de observarlo todo, con una inexplicable sensaciĂłn de emociĂłn anidando en su pecho. A mano izquierda descubriĂł un baño completo, con una bañera enorme, que le arrancĂł un suspiro. Apenas si tenĂa adornos, pero supo que podrĂa convertirlo en un sueño con tan solo unos cuantos toques. La puerta que habĂa al otro lado de la cama la llamĂł a gritos y recorriĂł la distancia en pocas zancadas, deseosa de descubrir que podĂa haber tras ella. —¡La madre del cordero! —dijo en alto, paseando su mirada por el enorme vestidor que descubriĂł. Estaba vacĂo, pero no tuvo ningĂşn problema para imaginárselo lleno de ropa; incluso colocĂł un espejo y un butacĂłn en el centro en un simple cerrar de ojos. Para alguien que habĂa pasado toda su vida protestando por el tamaño de su armario, en cualquiera de los lugares en los que habĂa vivido, aquello era el paraĂso. A regañadientes, saliĂł del armario y cruzĂł de nuevo la alcoba directa al enorme ventanal, para comprobar hacia quĂ© parte de las praderas estaba orientado. Cuando descorriĂł del todo las cortinas, otra exclamaciĂłn de asombro saliĂł de sus labios. Aquello no era una simple ventana, sino las puertas que daban a una preciosa terraza, en la que se colĂł al instante, sorprendiĂ©ndose de las vistas. Si mirabas la casa desde el frente, parecĂa construida al completo al ras del suelo, pero la habitaciĂłn daba a la parte trasera, y para salvar el desnivel habĂan tenido que izarla, consiguiendo que las vistas fueran mucho más espectaculares. Las extensas praderas se perdĂan en el horizonte, donde podĂa imaginarse cabalgando rodeada de niños y con un apuesto vaquero de ojos grises sonriendo a su lado. «Joder, Kirsty, basta», se suplicĂł, dejando caer las primeras lágrimas. «Deja de pensar absurdeces que solo te hacen daño». Pero su conciencia le recordaba que aquella absurdez era lo Ăşnico que habĂa deseado desde que tenĂa uso de razĂłn. «Este ya no es tu sueño», se repitiĂł varias veces, rogando para que su mente la creyera y dejara de atormentarla. Pronto todo se solucionarĂa y ella volverĂa a su vida en Nueva York, lejos de Mike y de sus odiosas Ăłrdenes… «…Y de sus besos y sus sonrisas…». —¡Mierda, joder! —protestĂł, rompiendo a llorar de forma intensa e inconsolable. Y asĂ siguiĂł durante mucho rato, hasta que la puerta de la habitaciĂłn se abriĂł y Mike entrĂł como una exhalaciĂłn, lanzando improperios. —¡Maldita sea, Kirsty, no puedes desaparecer de esta manera! —le gritĂł desde la puerta de la terraza—. ¡Joder, menudo susto nos has dado! Kirsty se afanĂł por limpiarse las lágrimas, mientras, Mike deshacĂa sus pasos para asomarse a la puerta de la habitaciĂłn e informar a su padre y a Marty de que la habĂa encontrado y estaba todo bien. DespuĂ©s regresĂł a la terraza, donde Kirsty se afanaba aĂşn por borrar todo rastro de llanto, incluso sabiendo que no serĂa posible. —¿Ni siquiera vas a disculparte? —insistiĂł Mike, irritado—. ¡Estábamos muertos de preocupaciĂłn mientras tĂş disfrutabas de las vistas! —No me grites —exigiĂł, sin girarse a mirarlo. —¿Es que eres incapaz de pensar en los demás? —¡DĂ©jame en paz! —le dijo en el tono más frĂo que pudo, sin poder controlar todavĂa las lágrimas del todo. —Esto es el colmo —se quejĂł irritado—. Ojalá pudiera dejarte en paz, pero te recuerdo que estás bajo mi protecciĂłn. —No necesitas recordármelo. —Al menos ten la educaciĂłn de mirarme cuando te hablo. —No me da la gana. —Ah, ¡quĂ© bonito! —ironizó—. Pues a lo mejor a mĂ tampoco me da la gana que estĂ©s en mi alcoba. Kirsty se batiĂł en retirada, dispuesta a marcharse sin agregar nada más, pero Mike la sujetĂł con fuerza y la arrastrĂł hacia sus brazos. —¡SuĂ©ltame, idiota! —gritĂł, ahora furiosa; tanto que se olvidĂł de que no debĂa mirarlo. —¡Oh, por Dios! —exclamĂł Mike casi en un susurro, observándola con atenciĂłn con lo que parecĂa una mirada atormentada. —¡Que me dejes! —protestó—. No tendrás que repetirme dos veces que salga de tu cuarto. —Kirsty… —¡No tengo ningĂşn interĂ©s en estar aquĂ! —Cálmate… —Y mucho menos estando tĂş dentro —insistiĂł. —Kirsty, por favor, ya basta —suplicĂł, abrazándola más estrechamente mientras apoyaba la frente contra la suya—. Lo siento. Aquellas palabras fueron como un bálsamo para su furia, que se disipĂł de la misma inesperada manera en que habĂa llegado. —DebĂ suponer que no te encontrabas bien —siguiĂł susurrando Mike, acariciándole ahora el pelo con ternura. Kirsty se dejaba consolar, intentando no derramar más lágrimas. SabĂa que Mike estaba confundiĂ©ndose respecto a sus motivos para estar en aquel estado. Incluso a ella le sorprendĂa estar llorando por lo que no podĂa tener, en lugar de por la amenaza que pendĂa sobre su cabeza, pero no iba sacarlo de su error. A pesar de todo, se sentĂa tan bien entre sus brazos que decidiĂł quedarse allĂ todo el tiempo que pudiera. —SĂ© que no es excusa —seguĂa diciendo Ă©l—, pero me he llevado un susto de muerte y he perdido un poco los papeles. «Al menos su preocupaciĂłn parece sincera…», se consolĂł Kirsty, y se abrazĂł a Ă©l con fuerza. Mike la acomodĂł entre sus brazos, y Kirsty se sintiĂł completamente segura por primera vez en seis años. Aquel pensamiento atrajo de nuevo las lágrimas, y durante unos minutos se dejĂł consolar mientras sentĂa a Mike acariciarle el pelo y susurrarle palabras de consuelo. Hasta que la temperatura de Kirsty comenzĂł a subir, cuando fue consciente hasta del Ăşltimo mĂşsculo que se amoldaba a ella… Apenas sin pensar en lo que hacĂa, se frotĂł contra Ă©l y su cuerpo reaccionĂł de la cabeza a los pies. EscuchĂł a Mike suspirar, al mismo tiempo que la estrechaba un poco más contra su cuerpo. —Kirsty… —sonĂł a sĂşplica. La chica lo mirĂł a los ojos, con los suyos enturbiados ya de un deseo apenas contenido. —Me vas a volver loco —murmurĂł Mike entre dientes, sin dejar de mirarla. Kirsty se sintiĂł tan complacida con el comentario que sus brazos ascendieron por el torso masculino hasta enredarse en su cuello. Mike apoyĂł la frente contra la de ella y metiĂł una mano entre su pelo, suspirando con cierta frustraciĂłn. —Kirsty…, si te beso terminarĂ© tumbándote en esa cama —susurrĂł casi contra su boca. —Y Âżeso serĂa tan malo? —musitĂł, loca por volver a probar sus labios. —No, serĂa genial… si tu padre y mi tĂo no estuvieran esperándonos ahĂ fuera. Kirsty dejĂł escapar un sonido de protesta que hizo sonreĂr al chico. —¿Por quĂ© me siento todo el tiempo como si viviera en el camarote de los hermanos Marx? —comentĂł con cierto fastidio. Mike dejĂł escapar una divertida carcajada. —No es gracioso —se quejó—. Es… —¿Frustrante? —terminĂł por ella—. ¡QuĂ© me vas a contar a mĂ! MetiĂł la mano por la parte trasera de la camiseta y le acariciĂł la espalda desnuda con un movimiento impaciente. —Eso no ayuda —dijo Kirsty, moviĂ©ndose contra Ă©l. —Es que eres tan suave… —susurrĂł, peligrosamente cerca de sus labios—, y me muero por tocarte. —¿SĂ? —Sabes que sĂ. Kirsty hubiera querido decirle cuánto le gustaba escucharle admitirlo, pero en su lugar solo pudo emitir un gemido cuando la mano de Mike bordeĂł su costado para inspeccionar ahora la parte delantera; aquellos dedos parecĂan abrasar cada centĂmetro de carne que tocaban. Incapaz de pronunciar una sola palabra, esperĂł con autĂ©ntica expectaciĂłn a que esa mano ascendiera por su abdomen hasta sus pechos, que anhelaban las caricias de un forma insoportable y desconocida para ella. Apenas si podĂa respirar con normalidad mientras intentaba no moverse ni un milĂmetro. —Oh, joder, esto no ha sido buena idea, pelirroja —susurrĂł Mike, ya muy cerca de sus pechos—. Me temo que… —casi rozĂł sus labios— voy a besarte…, y cuando lo haga, mi cerebro dejará de regir y me importará todo un comino, excepto esto… —Con la mano libre la atrajo del trasero contra su pelvis, y Kirsty pudo sentir por primera vez su impresionante dureza presionando entre sus piernas. Aquello desatĂł un infierno dentro de ella que a punto estuvo de hacerla saltar por el precipicio justo en aquel instante. Jamás pensĂł que solo sentir la erecciĂłn de Mike pudiera desencadenar aquella oleada de absoluta lujuria, imposible de contener. Se apretĂł aĂşn más contra Ă©l, deseosa de sentirlo más cerca, y tuvo que contenerse para no empujarlo sobre la cama, subirse a horcajadas y seguir explorando aquella increĂble sensaciĂłn. —Kirsty…, tienes que ayudarme un poco. —SonĂł desesperado, rozando ahora la punta de la nariz contra la suya. Pero ella no atendĂa a razones y miraba sus labios con un hambre voraz que no se molestaba en esconder. —Kirsty… —suplicĂł de nuevo entre jadeos, sin ser consciente de que la empujaba hacia la cama, que ya estaba muy cerca. —Solo un beso —suplicĂł la chica contra su boca. —No podrĂ© darte solo uno —susurró—. Tengo demasiada hambre. Por suerte o por desgracia, las voces provenientes del pasillo les alertaron de que ya no estaban solos, casi cuando estaban a punto de ceder a lo que hubiera sido un error en aquel momento. Mike la soltĂł a la velocidad de la luz y puso distancia entre ellos. Kirsty tuvo que sentarse en la cama, temerosa de que sus rodillas decidieran dejar de sujetarla. Thomas entrĂł en la alcoba como Pedro por su casa. —Ah, estáis aquĂ… —¡Groucho! —saludĂł Kirsty con un gesto de cabeza y el ceño fruncido. —¿QuĂ©? —Su padre la mirĂł confuso y despuĂ©s observĂł a Mike, que apenas si era capaz de devolverle la mirada —. ÂżYa estabais discutiendo otra vez? —SĂ, papá, estábamos en plenas negociaciones. Kirsty mirĂł a Mike, que le devolviĂł un gesto tenso y una mirada que parecĂa amonestarla por su comportamiento. —No discutĂamos —le asegurĂł Mike. Antes de que Thomas pudiera añadir nada más, Marty entrĂł tambiĂ©n en la habitaciĂłn. —No os encontraba —dijo con una sonrisa amable. —Pasa, Harpo, todavĂa hay espacio. —SonriĂł Kirsty intentando sonar un poco menos rĂgida, pero estaba demasiado frustrada aĂşn como para conseguirlo. Mike volviĂł a increparla con un gesto, y ella se permitiĂł el lujo de recorrer su cuerpo con los ojos de arriba abajo solo para fastidiarlo, pero ¡cuánto le gustaba lo que veĂa, por favor! —Volvamos al salĂłn —dijo Mike de inmediato. Se le veĂa tenso. «Muy tenso», sonriĂł Kirsty, que de repente se sentĂa muy bien. Se le escapĂł una carcajada ante la desesperada peticiĂłn y se ganĂł otra mirada de aviso; lo cual solo sirviĂł para alentarla a seguir explorando aquella vĂa. Comprender que podĂa afectarlo de la misma manera que Ă©l a ella fue como una inyecciĂłn de adrenalina mezclada con un poderoso afrodisiaco. —Voy a acercarme a hablar con el vigilante de la puerta —contĂł Marty mientras salĂa por la puerta del cuarto. Thomas saliĂł tras Ă©l, y Kirsty pasĂł ante Mike a continuaciĂłn, a quien tuvo el descaro de tirarle un beso. Una dĂ©cima de segundo más tarde estaba en sus brazos, sin que apenas le hubiera dado tiempo a reaccionar. —Deja de jugar, Kirsty —le pidiĂł en susurros. Ella le devolviĂł una mirada retadora cargada malicia. —¿O quĂ©? Mike parecĂa a punto de echar humo por las orejas. —¿O quĂ©? ¡O vamos a dar un espectáculo pĂşblico en el momento menos pensado! —¿Me lo pones por escrito? «Ay, madre, no puedo parar», se dijo, un tanto asombrada. Mike la atrajo más hacia sĂ y la abrasĂł con la mirada. —Ten cuidado, pelirroja, a ver si vas a encontrarte con más de lo que esperas… —le dijo a escasos centĂmetros de sus labios Kirsty sintiĂł que su cuerpo ardĂa como la leña seca. —¿Es una amenaza? Mike sonriĂł con una sensualidad que a Kirsty a punto estuvo de arrancarle un gemido, y casi rozĂł sus labios mientras le susurraba: —Es una promesa. La soltĂł y saliĂł de la habitaciĂłn, dejándola sumida en un estado de excitaciĂłn y expectaciĂłn que apenas si podĂa controlar. «Eso te pasa por jugar con fuego», se amonestĂł, intentando calmar los sofocos, pero nada excepto lo prometido conseguirĂa ya apagar aquella llama. CapĂtulo 21 Las siguientes horas fueron de las más extrañas de su vida. Ella no estaba acostumbrada a sentirse tan acalorada y presa de sus instintos más primarios, y por más que intentaba concentrarse en otra cosa que no fueran las ganas de arrastrar a Mike a la sauna, no lo conseguĂa. TardĂł el doblĂ© de tiempo en realizar cualquiera de las tareas que tenĂa asignadas, mientras le mentĂa a su padre cada vez que este le preguntaba si le sucedĂa algo. Por fortuna, Nadine llegĂł a la casa cuando rondaba la hora de comer y lo distrajo lo suficiente como para que ella pudiera relajarse… y seguir comiĂ©ndose a Mike con los ojos, sin peligro a ser descubierta. —¿Está todo? —le preguntĂł el chico entrando ahora en la cocina, mirando los muebles. —Se han roto dos platos —le informĂł Kirsty con el corazĂłn en la garganta. Desde lo sucedido en la alcoba, no habĂa vuelto a hablar con Ă©l. «Intenta comportarte con normalidad, Kirsty, y no como si tuvieras puestas unas bolas chinas», se rogĂł a sĂ misma, y no pudo evitar sonreĂr ante aquel pensamiento. —¿Y te hace gracia? —¿El quĂ©? —Romper platos. —No. Y ya venĂan rotos —le aclarĂł, sin dejar de mirarlo—. DeberĂas reclamarlo. —¿Te gustan especialmente? —¿Los platos? —¿De quĂ© otra cosa podrĂa estar hablando? —SonriĂł Ă©l, pero le mirĂł los labios mientras lo decĂa. —No están mal. —Le devolviĂł una mirada maliciosa. —¿Solo no están mal? —Bueno…, de momento solo los he visto por encima… —le dijo, encogiĂ©ndose de hombros con un gesto de aparente indiferencia—. ÂżCĂłmo puedo saber si va a gustarme comer en ellos? Hay platos que engañan… PosĂł sobre Ă©l una mirada de pura inocencia, que terminĂł arrancándole a Mike un sonido ronco. —SabĂa que era mala idea dirigirte la palabra —protestĂł, mirándola ahora sin disimular su frustraciĂłn—. Necesito poder concentrarme en algo, pelirroja, y no me lo estás poniendo nada fácil. —No sĂ© de quĂ© me hablas. —Solo deja de mirarme —le pidió—. Con eso me conformo… —Se inclinĂł ligeramente y le susurrĂł al oĂdo—, al menos de momento. Se alejĂł de ella, dejando de nuevo aquella promesa en aire. «No, definitivamente unas bolas chinas ni por asomo me tendrĂan en este estado…», pensĂł, temblando de excitaciĂłn mientras posaba los ojos en su trasero.
Durante el resto del dĂa no tuvieron oportunidad de volver a hablar. Tras subir a comer a la mansiĂłn, Mike anunciĂł que debĂa encerrarse a trabajar un rato en el despacho para cerciorarse de que todo estaba en orden y organizado para la reuniĂłn con Jian Wang del dĂa siguiente. DejĂł a Kirsty a cargo de Marty y se aislĂł del mundo durante lo que a ella le pareciĂł una eternidad. A las ocho de la tarde recibiĂł una llamada de Jess, que le ayudĂł a sobrellevar la espera. Kirsty contestĂł al telĂ©fono con una enorme sonrisa. —Se te ve contenta —le dijo su amiga tras los saludos iniciales. —¿Para estar amenazada y prisionera dices? —bromeĂł Kirsty. —Para estar tan cerca del odioso e insignificante hombrecillo… Kirsty rio, pero agradeciĂł que su amiga no estuviera allĂ para verla ruborizarse. Sin duda, acababa de ponerse como un tomate. ÂżCĂłmo le contaba a Jess que el problema ahora era que no lo tenĂa tan cerca como le gustarĂa? —No está siendo fácil —optĂł por decir. —Imagino —dijo en un tono pĂcaro. —Pues no imagines tanto. —¿Ya viste el meme? Kirsty dejĂł escapar un exagerado suspiro. —Eso es un sĂ, parece. —Rio Jess. —Alek se ha encargado de mandármelo. —¡Dichoso Alek! —se quejó—. Me ha pisado la exclusiva. Si por algo le tengo tanta manĂa… —Si te sirve de consuelo, su intenciĂłn no era mandármelo. Le hablĂł a su amiga de las entrevistas y las firmas que Alek le habĂa sugerido hacer en Inglaterra, de la negativa inicial de Mike y de cĂłmo finalmente habĂan llegado a un acuerdo; obviando la manera en que Ă©l la habĂa abrazado con ternura antes de ceder a las entrevistas… «¿No llevaba ya demasiado tiempo en el despacho?», se distrajo pensando. —¿Y ya has hablado con mĂster aburrimiento? —se interesĂł Jess. —Oye, es irracional la manĂa que le tienes a Alek. —Rio Kirsty—. Te juro que no es para nada aburrido. —Sus trajes lo son —aclarĂł Jess—, pero olvidĂ©monos de Ă©l y vamos al meollo de la cuestiĂłn. Conociendo a su amiga y por el tono de su voz, Kirsty tuvo claro a quĂ© se referĂa. —Uy, Jess, se te entrecorta la voz… —le dijo, haciendo ruidos extraños con la boca. —¡No me jodas, Kirsty! —La escuchĂł protestar. —Debe de ser la cobertura. —Rio a carcajadas. —Si crees que vas a librarte de hablarme sobre Riley, es que no me conoces bien —la amenazó—. Voy a llamarte cada cinco minutos hasta que me cuentes algo. Kirsty sabĂa que su amiga era muy capaz de llevar cabo aquella amenaza, pero no tenĂa muy claro quĂ© querĂa contarle ni cĂłmo hacerlo. HabĂa algunas cuestiones de su relaciĂłn con Mike, o lo que fuera que tuvieran, que no estaba preparada ni para admitirlas ante sĂ misma. —¿QuĂ© quieres que te cuente, Jess? —terminĂł diciendo—. Nos pasamos media vida discutiendo. —¿Y la otra media? —¡QuĂ© hábil! —Rio avergonzada. —Leer en los pequeños detalles es mi especialidad —bromeó—, pero tengo la sensaciĂłn de que no estamos hablando de… detalles tan pequeños. —¡Eh! Si estas insinuando que puedo tener algĂşn dato de sus… atributos fĂsicos…, para el carro ahĂ. —Pues no me referĂa a eso —Rio Jess divertida—, pero me resulta muy interesante que seas tĂş quien lo mencione. Kirsty se ruborizĂł, pero no dijo nada. —Me refiero a que tengo la sensaciĂłn de que ha sucedido algo importante. —¡Es imposible que sepas eso! —exclamo Kirsty. —AsĂ que estoy en lo cierto —dijo Jess, eufĂłrica—. Soy toda oĂdos. —Sà —SonriĂł Kirsty, y bajĂł la voz para añadir—: y como tĂş, media casa. —¿Eso significa que no vas a contarme nada? —No en este momento. Estoy en el salĂłn y mi padre no tardará en bajar a cenar. —Pero ha pasado algo —dijo Jess, convencida. A Kirsty le costĂł admitir: —Puede ser. —¡Lo sabĂa! ÂżY tú… pequeña maldiciĂłn? —preguntĂł, ahora con cautela. —No sĂ© de quĂ© me hablas. —SonriĂł Kirsty, y soltĂł una carcajada cuándo escuchĂł a Jess gritar eufĂłrica al otro lado de lĂnea—. ¡Estás como una berza! —Entonces ese detective Âżya te cacheĂł de arriba abajo? —Hasta luego, Jess. —¡Eh! —Doris está a punto de servir la cena. —¿QuiĂ©n es Doris? —La cocinera. —¡¿TenĂ©is cocinera?! —exclamĂł, perpleja—. ÂżCuándo vas a invitarme a conocer Little Meadows? —¿Cuando no estĂ© amenazada y en peligro? Aquello sĂ provocĂł que Jess se pusiera seria. —¿No te sientes segura del todo ahĂ? Kirsty suspirĂł y se vio obligada a hablarle de la carta que habĂa recibido y las pesquisas que estaban llevando a cabo. TambiĂ©n le contĂł que Marty estaba allĂ, encargándose de la investigaciĂłn, y que no era precisamente optimista con respecto a todo lo sucedido. —¿Y no pensabas contarme nada de todo eso? —protestĂł Jess—. No está la cosa para bromas, amiga. —ReĂrme es lo que más necesito —reconoció—. Lo demás prefiero no pensarlo demasiado. —¿Me llamarás si necesitas hablar o desahogarte? —le pidiĂł su amiga. —Te lo prometo —aceptó—. Pero ahora cuĂ©ntame de ti. ÂżNo se te habrá pasado decirme que has conocido ya a ese apasionado aventurero que llevas toda la vida esperando? —¡QuĂ© más quisiera! —suspirĂł Jess. —Tendrás que esperar a los premios Pulitzer. —Rio Kirsty—. Quizá tu Reese aparezca este año a recoger su premio y puedas conocerlo. Rio ante el suspiro exagerado que escuchĂł al otro lado de la lĂnea. El tal Reese era uno de los periodistas y escritores más admirados por Jess, ganador de nada menos que dos premios Pulitzer, tres si contábamos con el anunciado hacĂa apenas un mes, pero al que nadie habĂa visto jamás. Solo se sabĂa de Ă©l que tenĂa treinta y cinco años y viajaba constantemente, motivo por el que nunca parecĂa estar en Nueva York para recoger sus premios. —Ya no me hago ilusiones… —A la tercera va la vencida. —Rio Kirsty—. Yo que tĂş estarĂa preparada. —LlevarĂ© las bragas limpias a la entrega de premios, por si acaso. La carcajada de Kirsty resonĂł en el salĂłn. No habĂa nadie como Jess para hacerla reĂr. —¿Y si tu Reese es un clon de Quasimodo? —Kirsty…, dale recuerdos al detective Riley de mi parte. Por desgracia, aunque hubiera querido darle aquellos recuerdos, apenas habrĂa tenido ocasiĂłn. Mike se sentĂł a cenar con el tiempo justo, y antes de que llegara el postre anunciĂł que debĂa retirarse pronto para atender una videoconferencia. «Al parecer mi protecciĂłn ya no es prioritaria», se dijo, molesta, cuando Mike le encomendĂł a Marty incluso la tarea de revisar su cuarto al acostarse. Kirsty supuso que el hecho de pedĂrselo delante de todos fue para evitar que ella pudiera protestar por el cambio. «Pues va listo si cree que voy a mostrar mi desacuerdo… ¡Anda y que le den! Si no quiere estar a solas conmigo, no serĂ© yo quien suplique sus atenciones», se dijo, irritada; aunque disimular su enojo no era tarea fácil. A partir de aquel momento, contestĂł con monosĂlabos a cualquier cosa que Mike le dijera y ni eso si no tenĂa nada que ver con el trabajo o la visita de Jian Wang. En una de las ocasiones en que Kirsty fue al baño, a su regreso se cruzĂł con Ă©l, que salĂa del salĂłn. —Voy a trabajar otro rato —informĂł, pero no obtuvo más que un asentimiento de cabeza y una frĂa sonrisa. Kirsty pasĂł ante Ă©l dispuesta a entrar en el salĂłn, pero Mike la tomĂł del brazo con un gesto serio. —Dime ya de quĂ© se me acusa y acabemos con esto —le dijo casi en un susurro. —No te entiendo. —Tengo que trabajar, Kirsty —insistió—. Mañana solo podrĂ© dedicarme a Wang, y tengo mil cosas atrasadas. —¿He dicho yo algo? —Alto y claro, con cada gesto, y lo sabes. —Si eres tan listo, tambiĂ©n sabrás lo que me pasa —intentĂł tirar de su brazo, pero no consiguiĂł rescatarlo—. SuĂ©ltame. Mike se acercĂł un poco más y le hablĂł casi al oĂdo. —¿QuĂ© es lo que quieres, pelirroja? —susurró—. ÂżMi atenciĂłn? Esa la tienes, mal que me pese. —¡Yo no quiero nada de ti! —mascullĂł irritada —No volvamos a ese punto. —SonriĂł mordaz—. Ninguno de los dos engañamos ya a nadie empeñándonos en mostrar indiferencia. —¡Nadie lo dirĂa! —le dijo, molesta, cuando en realidad se habĂa prometido solo exigir su brazo de vuelta y no añadir nada más—. Primero me impones tu protecciĂłn, pero despuĂ©s no tienes ningĂşn problema en delegar todas tus obligaciones cuando te parece. Mike sonriĂł, ahora con algo más de diversiĂłn. —¡Guárdate tus sonrisitas, imbĂ©cil! —se agitĂł, ofendida, y tirĂł de su brazo con más ahĂnco. Fue en vano—. ¡Que me sueltes! —¿Crees que no me muero por ser yo quien revise tu habitaciĂłn? —admitiĂł junto a su oĂdo, atrayĂ©ndola un poco más hacia sĂ. Ahora Kirsty tuvo que ahogar un gemido mientras miraba hacia la puerta abierta del salĂłn. —SerĂa muy fácil engañarme a mĂ mismo y decirme que solo voy a hacer mi revisiĂłn nocturna —insistiĂł Mike—, pero respeto demasiado a tu padre y esta casa como para poner un pie en tu alcoba, sabiendo que esta vez me asegurarĂ© de cerrar la puerta contigo dentro en cuanto que cruce el umbral… A Kirsty se le disparĂł el corazĂłn al mismo tiempo que la temperatura, y estuvo en un tris de suplicarle que la sacara de la casa hacia cualquier rincĂłn oscuro del jardĂn. Casi no podĂa creer que estuviera a punto de rogarle unas cuantas caricias a un hombre…, y mucho menos a aquel, pero la necesidad empezaba a ser imposible de soportar. Sin decir una palabra, girĂł la cabeza y clavĂł sus ojos en los de Ă©l, implorando con la mirada el alivio que necesitaba, y, por la expresiĂłn atormentada que le devolviĂł, estuvo claro que recibiĂł el mensaje alto y claro. —Joder, Kirsty, colabora —le suplicó—, porque hasta ese armario empieza a parecerme el paraĂso… Pero ella no solo no lo ayudĂł, sino que mirĂł hacia la puerta del ropero, claramente valorando aquella opciĂłn, aunque no tuvo tiempo de hacer ninguna replica. Mike dejĂł escapar un sonido exasperado, la soltĂł y se alejĂł de ella con urgencia hasta perderse dentro del despacho, que se asegurĂł de cerrar a cal y canto. «¿Habrá cerrado para que yo no entre o para evitar salir Ă©l?», se preguntĂł con curiosidad y cierto morbo. Ser consciente de que Mike tambiĂ©n la deseaba con la misma intensidad era un potente afrodisiaco que parecĂa quemarle las entrañas. —¿QuĂ© haces aquĂ sola en mitad del pasillo? —le preguntĂł Nadine saliendo del salĂłn. —Estaba hablando con Mike —le explicĂł con una sonrisa, esperando que la mujer no notara su acaloramiento—. Va a trabajar otro rato. —Eso ha dicho —dijo Nadine—. Supongo que lo de mañana lo tiene muy nervioso. —¿TĂş crees? —SegĂşn cuenta tu padre, lleva dos años trabajando para cerrar este trato, ÂżtĂş no estarĂas nerviosa? —Sonrió—. ¡Atacada estarĂa yo! Kirsty ni siquiera se habĂa parado a pensarlo, y de repente se sintiĂł la persona más egoĂsta del planeta. —Y encima tiene que encargarse de mi seguridad —susurrĂł, casi para sĂ misma. —Bueno, eso no parece importarle demasiado. —¿QuĂ©? —Que no le veo yo muy molesto por tener que cuidar de ti… —SonriĂł con cierta picardĂa, sorprendiendo un poco a Kirsty—. Y no hace falta que eches mano de tus comodines, no tengo pensado añadir nada más. Kirsty tuvo que reĂr ante el comentario. Decididamente, le caĂa muy bien aquella mujer. PodrĂan ser grandes amigas si el tiempo lo permitiera, pero aquella misma tarde Nadine le habĂa comentado su intenciĂłn de dejar su puesto y regresar a su casa. Su padre estaba cada vez más recuperado, y era obvio que ya no necesitaba una enfermera interna a tiempo completo, tal y como les habĂa indicado la mujer hacĂa unas pocas horas. —Te voy a echar mucho de menos —le confesĂł Kirsty con sinceridad—. Me he acostumbrado a tenerte por aquĂ. —Yo tambiĂ©n voy a echaros de menos a todos —admitiĂł con una sonrisa apagada. —Entonces quĂ©date, mi padre estará encantado de tenerte con Ă©l un poco más. —Ya no me siento cĂłmoda cobrando un sueldo que no me gano —le dijo—. He llegado a un acuerdo con Thomas para quedarme hasta finales de semana, pero despuĂ©s me marcharĂ©. Kirsty hubiera querido hacerla desistir, pero entendĂa tan bien como se sentĂa que no le pareciĂł adecuado insistir. —Te dejarĂ© mi telĂ©fono. —SonriĂł la mujer—. Si en algĂşn momento te quedas sin comodines y te apetece hablar, solo tienes que llamarme. —No lo descarto —admitiĂł Kirsty—. Me gusta hablar contigo, y Ăşltimamente estoy un poco… —Tuvo que hacer una pausa buscando la palabra adecuada, pero no encontrĂł ninguna que no la comprometiera. —Vaya, asĂ que Âżni siquiera sabes cĂłmo estás? —bromeĂł Nadine—. Entonces es más serio de lo que pensaba. —Bueno… —titubeó—, no todos los dĂas intentan secuestrarme. —Ah, eso —SonriĂł Nadine ahora—, pues fĂjate que yo pensaba que tus peores quebraderos de cabeza tenĂan nombre y apellido… Kirsty no pudo evitar sonreĂr al tiempo que se ruborizaba e intercambiaba una significativa mirada con la mujer, sin molestarse en desmentir aquella Ăşltima afirmaciĂłn. CapĂtulo 22 A las doce de la mañana del dĂa siguiente, todos esperaban la llegada de Jian Wang un tanto impacientes. HabĂan decidido recibirlos en la mansiĂłn para que pudieran instalarse en sus habitaciones, y Kirsty no dejaba de dar paseos por el salĂłn mientras su padre la amonestaba de vez en cuando por su inquietud. La conversaciĂłn con Nadine de la noche anterior le habĂa hecho ser consciente de lo egoĂsta que estaba siendo al centrarse solo en sus propias necesidades y antojos, asĂ que habĂa pasado la mitad de la noche prometiĂ©ndose a sĂ misma que pondrĂa todo de su parte para colaborar con Mike y que aquella reuniĂłn fuera un Ă©xito. Nada de atosigarlo ni inquietarlo en las prĂłximas horas; aunque saber que no tendrĂan oportunidad de estar a solas ni un instante en todo el dĂa la deprimĂa de una manera que incluso llegĂł a preocuparla. Mike entrĂł en el salĂłn procedente del despacho e informĂł a todos de que acababan de anunciarle la llegada de sus invitados. —Kirsty… —La mirĂł de frente. —Dime. —No veo necesario que nadie sepa lo de tu intento de secuestro. —Perfecto, yo tambiĂ©n prefiero no dar explicaciones —admitiĂł la chica—. Si te parece, puedo alegar un problema en la rodilla como excusa para no salir a cabalgar. —Buena idea, sà —la mirĂł Mike, con cierto asombro ante la buena disposiciĂłn. «Cree que soy un ogro», se entristeciĂł la chica, al ser consciente de cuánto le habĂa sorprendido su colaboraciĂłn. Y de repente se sintiĂł totalmente avergonzada por su comportamiento habitual. ÂżQuĂ© opiniĂłn podrĂa tener Mike sobre ella si desde que habĂa llegado no habĂa parado de quejarse y discutir por todo? Y cuando no protestaba por tener que soportar su compañĂa, lo hacĂa porque Ă©l no le prestaba toda la atenciĂłn que querĂa… «¡Soy una mosca cojonera!», se dijo, horrorizada ante la idea. DebĂa aprender a gestionar todas las emociones que Mike provocaba en ella, sin dejar que fueran ellas quienes dominaran sus impulsos. En aquel mismo instante se jurĂł a sĂ misma comportarse con diplomacia y saber estar. Al fin y al cabo, era la anfitriona y señora de la casa, le gustara el papel o no, y querĂa que Mike pudiera estar orgulloso de ella al terminar el dĂa. Y con ese firme propĂłsito saliĂł a recibir a los Wang junto a Mike y su padre…
Las siguientes horas terminaron convirtiĂ©ndose en las más largas y tediosas de toda su vida. Al menos los pequeños monstruitos no le permitĂan pensar y quebrarse demasiado la cabeza, necesitaba de toda su energĂa y concentraciĂłn para no cometer un infanticidio… Cuando a las siete de la tarde Dennis apareciĂł con los caballos para el paseo por la finca, Kirsty hubiera podido gritar pletĂłrica de felicidad. —Creo que acabo de ascender al sĂ©ptimo cielo —le dijo a Marty mientras ambos veĂan alejarse a toda la trupe. —¿Te los imaginas viajando por toda Europa? —bromeĂł el hombre con una sonrisa divertida. —Que aprovechen hasta que se corra la voz —Rio Kirsty—, antes de que empiecen a cerrar fronteras a su llegada. El hombre dejĂł escapar una sonora carcajada, y Kirsty lo mirĂł con cierta curiosidad. —¿QuĂ© pasa? —La mirĂł, un tanto cohibido. —No me habĂa dado cuenta hasta ahora de que Mike se parece bastante a ti —le dijo, mirándolo con atenciĂłn—. Los ojos y la sonrisa… Marty asintiĂł complacido mientras ambos entraban en la casa. —Los ojos eran los de Rachel tambiĂ©n —admitiĂł el hombre. —¿Su madre? Marty asintiĂł. —Creo que es lo Ăşnico que tiene de ella. —SĂ© muy poco sobre ella —admitiĂł Kirsty—. Creo recordar que muriĂł muy joven. —Con veinticuatro años. Kirsty lo mirĂł asombrada. —Vaya, no esperaba que tan joven. —Tuvo a Mike con dieciocho años —le dijo, con un deje de nostalgia. —Y lo abandonĂł un año despuĂ©s —Se le escapĂł a ella. MirĂł a Marty con pesar—. Lo siento, yo… no querĂa… —No te preocupes —interrumpiĂł con serenidad—. QuerĂa mucho a mi hermana, pero sus errores son inexcusables —suspiró—. A Rachel le gustaba vivir al lĂmite y no pudo soportar que la maternidad le cortara las alas. Los excesos y esa vida loca que llevaba no tardaron en pasarle factura. —QuĂ© triste —declarĂł Kirsty—. ÂżNo tenĂas más familia? —Marty negĂł con un gesto—. ÂżY cĂłmo retomaste la relaciĂłn con Mike? —Querrás decir cĂłmo lo conocà —SonriĂł ahora con satisfacciĂłn—, porque mi hermana jamás me dijo que habĂa tenido un hijo, supongo que para que no la juzgase. —¡No fastidies! —Kirsty estaba ahora perpleja. —No tenĂa ni idea de que tenĂa un sobrino hasta que se presentĂł en mi puerta hace unos años —explicĂł, y de repente la sonrisa se le congelĂł en el rostro, aunque ella no pareciĂł darse cuenta. Kirsty lo mirĂł con una sonrisa emocionada, esperando que el hombre continuara, pero no lo hizo. —¿Ya está? —SonriĂł divertida—. ¡Eres pĂ©simo contando historias, Marty! El hombre rio, pero se limitĂł a decirle: —Quizá deberĂa ser Mike quien te lo contara. —¿Crees que querrá? —¿Por quĂ© no iba a querer? Kirsty lo mirĂł, un tanto cohibida. —Habrás notado que nuestra relaciĂłn no es… todo lo fluida que deberĂa. —No lo era en Nueva York —dijo convencido y sin dejar de sonreĂr—, pero parece haber mejorado un poco. La chica tuvo que mirar para otro lado, consciente de haberse ruborizado. —Quizá un poco —admitió—. ÂżQuieres una limonada? El hombre asintiĂł, y Kirsty le pidiĂł que se sentara en el jardĂn mientras ella las preparaba. Le caĂa bien Marty y se alegraba mucho de que Mike lo tuviera en su vida. EstarĂa encantada de escuchar la historia de su reencuentro de labios del chico. Y de repente, algo que el hombre habĂa dicho durante la conversaciĂłn se colĂł en su cabeza, desconcertándola por completo. TomĂł las dos limonadas y saliĂł al jardĂn con premura. Puso el vaso ante Marty, y no dejĂł ni que le diera las gracias antes de preguntarle: —¿Has dicho que Mike se presentĂł en tu puerta? Marty asintiĂł. —¿En Nueva York? —insistiĂł la chica. El hombre asintiĂł de nuevo, con un gesto serio—. ÂżY cuándo fue eso? —Quizá deberĂas… —¡¿Cuándo?! —Hace seis años —admitiĂł finalmente. Kirsty se dejĂł caer en una silla con el ceño fruncido. —AsĂ que Mike estuvo en Nueva York mientras yo estaba allĂ… —susurrĂł casi para sĂ. Marty no pronunciĂł una sola palabra más, y ella se perdiĂł en sus pensamientos, sin tener claro cĂłmo sentirse tras aquel descubrimiento. «Estuvo en Nueva York y no se molestĂł en ir a verme», se dijo, sin poder evitar que la pena le atenazara el pecho. Pero Âżacaso ella lo habrĂa recibido cordialmente? Era muy consciente de que no, pero incluso asĂ, le dolĂa que Ă©l no lo hubiera ni intentado. SabĂa que era una incoherencia y que no tenĂa derecho a enfadarse con Ă©l por aquello, pero la tristeza fue difĂcil de asimilar. —Creo que ambos tenĂ©is pendiente una conversaciĂłn importante —se aventurĂł Marty ahora —. Espero que algĂşn dĂa seáis capaces de mantenerla. Kirsty no contestĂł, y el hombre se levantĂł tras apurar su limonada y se excusĂł para ir a inspeccionar los alrededores, tal y como ya habĂa hecho varias veces a lo largo del dĂa. —Un penique por tus pensamientos. —La sorprendiĂł Mike cuando estaba a punto de liberar las lágrimas que pugnaban por salir. Se girĂł a mirarlo con el corazĂłn en la garganta y estuvo a punto de desmoronarse por completo mientras buscaba la respuesta perfecta…, que, por supuesto, no incluĂa admitir su tristeza porque Ă©l no la hubiera visitado en Nueva York, ni el descubrimiento de cuánto habrĂa deseado que lo hiciera. —Mis pensamientos no valen tanto —fue todo lo que terminĂł diciendo con una mirada cargada de pesares; pero se recordĂł a tiempo que aquel era un dĂa importante para Mike y ella se habĂa prometido estar a la altura. Se armĂł de valor y sonrió—. ÂżHabĂ©is hecho un descanso? —Uno cortito, sĂ. —Se sentĂł en una silla a su lado—. Wang está en el baño. —¿Y cĂłmo van las cosas? —dijo, bajando la voz para preguntarle en un tono confidencial. —Nos está costando llegar a un acuerdo —le confesó—. Hubiera preferido seguir tratando con su padre. —Es un poco raro el tal Jian… —Es insoportable —se acercĂł a susurrarle casi al oĂdo. Y aprovechĂł la cercanĂa para rozarle el cuello con los labios—. Joder, quĂ© bien hueles… —¿SĂ? —casi suspirĂł. —SĂ. —SonriĂł, y le dijo al oĂdo—. Tengo que volver a las trincheras, Âżme darĂas un beso de despedida, pelirroja? —¿CĂłmo si partieras a la batalla? —ronroneĂł, mirándolo con picardĂa. —Justo, sĂ, uno de esos que me permita soportar la dura contienda que me espera. Kirsty no se hizo de rogar. RecortĂł la distancia que lo separaba de su boca y lo besĂł como si el mundo fuera a acabarse en los prĂłximos minutos. Aquella era la primera vez que era ella quien daba el primer paso y se concentrĂł a conciencia, desplegando sensualidad por cada poro de su piel. Su lengua le arrasĂł la boca con un hambre voraz, que Ă©l devolviĂł con idĂ©ntica intensidad. Cuando se apartĂł y lo mirĂł a los ojos, una mirada turbia se clavĂł sobre ella. —¡Joder, quĂ© pedazo de beso! —susurrĂł, sin dejar de mirarla a escasos centĂmetros. —Espero que tengas suficiente para ganar la guerra. —SonriĂł, luchando para no ceder a la necesidad de besarlo de nuevo. Mike sonriĂł, y ella a punto estuvo de suspirar. —Aguarda mi regreso —dijo Ă©l, en un divertido tono solemne—. Si gano, habrá que celebrarlo; y si pierdo…, necesitarĂ© consuelo. —Sea como sea, gano yo —bromeĂł Kirsty. Mike dejĂł escapar una carcajada, al tiempo que se ponĂa en pie y le hacĂa un divertido saludo militar, que Kirsty le devolviĂł divertida. Antes de alejarse, se agachĂł de nuevo y le robĂł otro pequeño beso. —Para el camino —dijo, y cuando se girĂł para marcharse se topĂł con Nadine, a la que ninguno de los dos habĂa oĂdo llegar. Mike mirĂł a Kirsty con un gesto inquieto y se dirigiĂł a la enfermera. —¿Has venido sola? —le preguntĂł, intentando aparentar una calma absoluta. —No. —SonriĂł la mujer. —Ya… Divertida, Nadine terminĂł apiadándose de Ă©l. —Thomas está en el salĂłn con Jian Wang y varias personas más que han llegado de la oficina. El abogado y el contable, creo que son —contĂł, y casi susurró—. Espero que vengan a luchar de tu lado en esa guerra. Kirsty dejĂł escapar una carcajada divertida. Al parecer Nadine llevaba más rato allĂ del que ambos habĂan pensado. Mike mirĂł a ambas, con un toque de preocupaciĂłn en el rostro. —Nadine… —No sĂ© de quĂ© beso me hablas —interrumpiĂł la mujer de inmediato—. Y Thomas tampoco lo sabrá. Mike las mirĂł de nuevo, algo más relajado, y entrĂł en la casa. La enfermera observĂł a Kirsty con un divertido gesto malicioso y se sentĂł junto a ella. La chica guardĂł silencio y esperĂł a que fuera la mujer quien hablara. Ya la conocĂa un poco como para saber que su silencio era engañoso… —AsĂ que tomando partido en una guerra —bromeĂł divertida. —Nadine… —sonĂł a sĂşplica. —Te juro que no sĂ© de quĂ© beso me hablas. Kirsty no tuvo más remedio que reĂr de nuevo. —SĂ, aprovecha y rĂete ahora… —dijo la mujer, un poco más seria. Una mirada suspicaz se clavĂł en ella. —¿QuĂ© pasa? —Una vieja amiga tuya viene en el destacamento, me temo —informĂł. —¡Mierda! —protestó—. Morritos Simmons era justo lo que me faltaba hoy… Como si no tuviera bastante con la niña megáfono y los dos mini chuckis. Nadine rio con ganas. —¿Y a la encantadora Shui Wang no le has puesto mote? —ironizĂł divertida. —SĂ, la alegrĂa de la huerta la llamo —Ambas rieron—, pero desde el cariño, Âżeh? CapĂtulo 23 Una hora más tarde, Shui Wang mostrĂł su interĂ©s por cambiarse de ropa. Al parecer, ponerse elegante para cenar era una costumbre en su casa. Marty se ofreciĂł a llevarlas a la mansiĂłn, siempre y cuando Kirsty tambiĂ©n fuera. Y puesto que aquella exposiciĂłn en defensa de los buenos modales era la frase más larga que la mujer habĂa dicho en todo el dĂa, a la chica no le pareciĂł bien negarse. —¿TĂş vas a cambiarte? —le preguntĂł Nadine a Kirsty ya en la mansiĂłn, cuando la asiática y sus hijos subieron a sus habitaciones. Kirsty le devolviĂł una mirada dubitativa. —No quiero hacerle un feo a doña simpatĂa a estas alturas… Resignadas, ambas subieron a sus alcobas. Cuando Kirsty se mirĂł en el espejo quince minutos más tarde, sonriĂł con cierto nerviosismo. Se habĂa puesto una falda corta, que hacĂa resaltar sus largas piernas, y una camisa negra de gasa, semitransparente, sobre un corpiño entallado de encaje que dejaba al descubierto gran parte de su abdomen, el cual se dibujada a travĂ©s de la gasa. El resultado del conjunto era espectacular y realzaba su elegancia natural de forma asombrosa. «Espero no haberme arreglado demasiado», se dijo mientras cepillaba su larga cabellera cobriza. DespuĂ©s se calzĂł las botas tejanas para darle un toque informal al atuendo. Se topĂł a Nadine al pie de la escalera, que se habĂa puesto un sencillo vestido de color azul, pero que le sentaba a las mil maravillas. —Estás guapĂsima, Nadine —le dijo, admirándola con honestidad. —Gracias, pero tĂş sĂ que estás preciosa. —Sonrió—. Conozco yo a un soldado al que se le va a acelerar un poco el pulso… Kirsty rio. —¿TĂş crees? —dijo, un tanto inquieta—. ÂżA pesar de tener al lado a esa especie de Barbie rubia que jamás lleva un pelo fuera de su sitio? —La tal Melanie palidece a tu lado —le asegurĂł. La chica frunciĂł el ceño, dubitativa. —Seguro que viene embutida en uno de sus inmaculados trajes de falda y chaqueta, además de sobre unos tacones de vĂ©rtigo. —Me gustarĂa decirte otra cosa —admitiĂł Nadine—. Pero Âży lo cĂłmodas que vamos nosotras? —Eso es verdad. —SonriĂł la chica, haciendo un simpático zapateado—. No necesitamos tacones de aguja para estar preciosas. —¡Esa es la actitud! —SĂ, ya… —suspirĂł, ahora más seria. Le gustarĂa ser realmente tan optimista, pero Melanie siempre conseguĂa que se terminara sintiendo pequeña y un patito feo al lado de su adorable perfecciĂłn. SuponĂa que tenĂa que ver con el hecho de que Mike siempre la hubiera escogido y preferido a ella. —¡Eh, Âżpor quĂ© esa cara?! —le dijo Nadine, confusa. —Quisiera no tener que ir a esa cena —admitiĂł, un tanto acobardada ahora. —Podemos amordazar y maniatar a los Wang al completo, si quieres —bromeĂł Nadine—. Bueno, menos a la madre, a la que quizá serĂa mejor inyectarle un chute de adrenalina. Kirsty dejĂł escapar una sincera carcajada. —Pero no son los Wang los que te preocupan, Âżme equivoco? —insistiĂł Nadine. El silencio de Kirsty fue una respuesta a gritos. —Realmente te afecta mucho esa mujer…, la tal Melanie. —Me quitĂł demasiado —admitiĂł Kirsty ahora. —¿Te quitĂł o la dejaste quitarte? Kirsty frunciĂł el ceño, meditabunda. Hasta hacĂa unos pocos dĂas hubiera tenido clara la respuesta, pero ahora se le antojaba confusa… Melanie siempre se habĂa encargado de dejarle claro que tenĂa una relaciĂłn seria con Mike, que iba mucho más allá de la laboral, pero Âżhasta quĂ© punto habĂa sido real? Si se paraba a pensarlo, jamás habĂa visto a Mike hacerle una sola carantoña; para Ă©l aquella mujer no parecĂa representar gran cosa. «Creo que estás olvidando el episodio del establo…», tuvo que recordarse. Pero incluso aquello habĂa sucedido hacĂa ya siete años. ÂżNo deberĂa esa relaciĂłn haber avanzado y haberse consolidado? «Y luego está el hecho de que Mike me bese a mĂ siempre que tiene ocasiĂłn…». —¿Sabes, Nadine?, esa pregunta… es muy puñetera —terminĂł admitiendo—. Puede que la adolescente dolida se dejara influir demasiado por… algo que escuchĂł una tarde en las caballerizas. No pudo evitar preguntarse si todo habrĂa sido distinto si ella hubiera enfrentado a Mike por mentirle en lugar de cortar toda relaciĂłn con Ă©l. Aquello habĂa iniciado la guerra que terminĂł con ella lejos de Little Meadows. ÂżTe quitĂł o la dejaste quitarte?… «La dejĂ© alimentar mi enemistad con Ă©l durante casi un año», entendiĂł ahora, de forma inequĂvoca. Melanie se encargaba de seguir sembrando semillas de discordia entre ellos. Siempre que iba a Little Meadows, lo que ocurrĂa muy a menudo y con cualquier excusa, aquella arpĂa aprovechaba para pasearle por los morros su relaciĂłn con Mike, al principio fingiĂ©ndose su amiga. Incluso llegĂł a contarle, de forma Ăntima y confidencial, lo apasionado que aquel hombre era entre las sábanas, hasta que Kirsty terminĂł mandándola al infierno, lo cual no impidiĂł que siguiera molestándola a cada rato. «Y despuĂ©s decidĂ exiliarme», resoplĂł, inquieta… ¡No, serĂa mejor no pararse a analizar aquella segunda parte de la historia! Las palabras que Mike habĂa pronunciado en su cuarto hacĂa unas pocas noches aĂşn la atormentaban demasiado. —Vamos a olvidarnos de todo por unas horas —le sugiriĂł Nadine al verla tan seria e inquieta —. No vaya a ser que se nos quite el hambre, y eso sĂ serĂa una catástrofe… ÂżHas visto la pintaza de la comida que traĂan los del catering cuando salĂamos? Kirsty rio divertida, dejándose arrastrar por su buen humor. —¿DĂłnde echas todo lo que comes, Nadine? —En el mismo sitio que tĂş. —Rio la mujer. —Yo corro treinta minutos todas las mañanas —le recordĂł. —Por eso a lo tuyo —La señalĂł de arriba abajo— no lo vence la ley de la gravedad, se queda firme en su sitio, como debe ser. —No te quejes —bromeĂł Kirsty—. Las dos sabemos que tienes una cola enorme de pretendientes esperando a que escojas uno. —SĂ, ordenados en fila india. —Rio. —No puedo creerme que no haya nadie —insistiĂł Kirsty, ahora con verdadera curiosidad. —A mi edad una se vuelve muy exigente —aseguró—. Y encontrar a alguien que te acelere el corazĂłn y además te corresponda no es nada fácil. —Cierto, pero me temo que eso no va con la edad —suspiró—. ÂżY quĂ© te parece Marty? Es guapo, fuerte, buena gente… Nadine rio de nuevo. —Quizá puedas convencerle de que se traslade a Inglaterra —insistiĂł Kirsty. —Me temo que Marty no es mi tipo —admitiĂł, ahora un tanto ruborizada. —¿No te acelera el corazĂłn? —bromeĂł Kirsty. —No, Ă©l no, me temo. Kirsty tardĂł una dĂ©cima de segundo en volverse a mirarla. —¿Y quiĂ©n sĂ? —¿QuĂ©? —Has dicho Ă©l no —insistiĂł con cierta diversiĂłn. —Ha sido un decir… —titubeĂł, pero se ruborizĂł ligeramente. —Un decir mucho. —Rio. —Vale, sà —admitió—. Quizá haya alguien que me acelere el ritmo cardiaco, pero si no se cumple la otra parte de la ecuaciĂłn, no tiene sentido que me haga ilusiones. —¿Y crees que Ă©l no te corresponde? —SĂ© que no. —SonriĂł azorada—. Y si sigues insistiendo, terminarĂ© pidiĂ©ndote prestado uno de tus comodines. —Lo siento, no me quedan. —QuĂ© momento tan estupendo este para preguntarte por cierto soldado… —Uy, quĂ© tarde. —Rio Kirsty—. Seguro que hace rato que nos están esperando. Los gritos inconfundibles de los Wang interrumpieron las risas de ambas. Unos segundos despuĂ©s, los vieron bajar a toda prisa por las escaleras. —Vuelta a la locura —se quejĂł Kirsty. —Pero mira que monos, con sus mini corbatitas… Madre e hija fueron las siguientes en hacer su apariciĂłn y descender por las escaleras, ataviadas con sendos vestidos hasta los pies y maquillaje suficiente como para parecer muñecas de porcelana. —Madre de Dios —susurrĂł Nadine entre dientes, solo para Kirsty—. Eso es arreglarse para la cena y lo demás es tonterĂa. —Quien dice una cena, dice una boda en Buckingham Palace —opinĂł Kirsty, divertida. —Y tĂş y yo de trapillo… —AñadiĂł la enfermera, haciendo un esfuerzo enorme para no romper a reĂr—. Esto no lo arreglamos con unos tacones. —Me temo que necesitarĂamos mĂnimo un hada madrina…, o quizá dos. Ambas tuvieron que girarse, incapaces de contener la risa.
Cuando aparcaron frente a la casa de Mike de nuevo, Kirsty apenas era capaz de disimular su inquietud. Durante el corto trayecto en coche no habĂa podido dejar de pensar en tonterĂas absurdas, como que quizá deberĂa haberse recogido el cabello o maquillado un poco más. El hecho de que Mike pudiera tener solo ojos para Melanie la angustiaba de una forma que apenas podĂa controlar. Y aquello ya no tenĂa nada que ver con la rabia que habĂa sentido siempre al verlos coquetear, no, sabĂa que ahora serĂa infinitamente peor, y no estaba segura de poder soportarlo. —HabĂ©is tardado —les dijo Mike saliendo a recibirlos. Kirsty se sorprendiĂł cuando Ă©l le tendiĂł la mano para ayudarla a bajar del coche. —Las cosas de palacio van despacio —bromeĂł Kirsty, intentando templar sus nervios, mientras sentĂa cĂłmo el calor invadĂa su cuerpo a travĂ©s de la mano que Ă©l no le habĂa soltado aĂşn—. Y, por si no te diste cuenta, traemos a gente de la realeza china en el coche —susurrĂł. Pero Mike no parecĂa estar escuchándola. —¿QuĂ©? —confirmĂł su suposiciĂłn—. Perdona, pero no… —No me estabas haciendo ni puñetero caso. —SonriĂł ahora—. ¡QuĂ© bonito! Ahora sĂ le arrancĂł una sonrisa divertida. —TĂş tienes la culpa de eso… —susurrĂł Ă©l—. TĂş y tu camisa transparente… —¿CĂłmo se ha dado la cosa? —le preguntĂł Marty por lo bajo cuando la familia Wang al completo entrĂł en la casa. A Mike le llevĂł unos largos segundos decidirse a apartar los ojos de los de Kirsty para contestarle. —Estamos esperando la confirmaciĂłn de Tao Wang desde China para las firmas —les contĂł por fin—, pero se supone que el acuerdo está cerrado. Kirsty dejĂł escapar un grito contenido de euforia y lo abrazĂł realmente feliz con la noticia. —No cantemos victoria aĂşn. —SonriĂł Mike, aunque le devolviĂł el abrazo. —¿Y cuándo se supone que tiene que llamar ese Wang? —se interesĂł Nadine. —Teniendo en cuenta la diferencia horaria, ya tendrá que ser por la mañana —explicĂł Mike. —Entonces disfrutemos tranquilamente de la cena —opinĂł Marty. Los gritos de los niños, que debĂan estar ya en el jardĂn, llegaron altos y claros. —Tranquilamente suena demasiado optimista —bromeĂł Kirsty, y mirĂł a Mike, quien le devolviĂł una extraña expresiĂłn. —Cuanto antes empecemos… —SonriĂł Marty, y le hizo un gesto a Nadine para que encabezara la marcha. —¿Ya está todo listo para cenar? —se interesĂł Kirsty, caminando hacia la casa un poco por delante de Mike—. ÂżCuántos camareros han enviado con el catering? —Dos, creo. —¿Solo lo crees? —SonriĂł, girándose hacia Ă©l con curiosidad. —En este momento no estoy seguro de nada —admitiĂł, mirándola con un brillo intenso en los ojos. Kirsty se ruborizĂł al sentir cĂłmo Ă©l recorrĂa su cuerpo de arriba abajo sin ningĂşn tipo de disimulo. —¿Puedes dejar de hacer eso? —le pidiĂł, cohibida. —¿Puedes tĂş dejar de respirar? —SonriĂł. —No es lo mismo. —Para mĂ sĂ. Kirsty suspirĂł y se dio por vencida. Cuando Mike tomaba aquella actitud, ella solo podĂa pensar en arrastrarlo al jacuzzi, y aquello fue exactamente lo que reflejaron sus ojos. —Pff, sĂ© que esto no es buena idea, pero… —susurrĂł Mike mientras recortaba la distancia con la clara intenciĂłn de besarla. Pero no pudo llegar hasta sus labios. La puerta de la casa se abriĂł y Nadine se asomĂł de improvisto, un tanto acalorada, haciendo mucho ruido. —Es cierto, Thomas, aĂşn siguen aquĂ afuera —dijo con una sonrisa de alivio. Thomas Danvers saliĂł de la casa tras ella. —¿A quĂ© estáis esperando? —les preguntĂł el hombre—. Por amor de Dios, llenĂ©mosles la boca de canapĂ©s a esos niños a ver si se callan un rato. Entre risas, Nadine y Thomas volvieron a entrar en la casa. Kirsty subiĂł los tres escalones de acceso y se girĂł a mirar a Mike, que observaba el dobladillo de su falda con total descaro. —¡Eh! ÂżDĂłnde tienes los ojos? —FingiĂł protestar. El chico subiĂł ahora los escalones, y antes de entrar en la casa le susurrĂł al oĂdo: —Mantente lejos de mĂ, pelirroja, te lo suplico…
La visita de Jess y Alek supuso un soplo de aire fresco para Kirsty. Les enseñó la casa, los jardines, los establos, y quedaron en salir a cabalgar un rato aquella misma tarde. —¿CĂłmo es posible que abandonaras este paraĂso para vivir entre hormigĂłn? —dijo Jess mirando ahora las praderas, maravillada con las vistas, aunque se arrepintiĂł del comentario al momento—. Lo siento, siempre digo las cosas sin pensar. —Reconocerlo ya es un paso importarte… —alegĂł Alek con cierta sorna. —¿Estoy hablando contigo? —lo mirĂł Jess, malhumorada. —No, afortunadamente, ya he tenido suficiente —dijo el chico, y se alejĂł unos metros para contestar una llamada telefĂłnica. —¡No soporto a don siempre tan trajeado! —se sulfurĂł Jess. —Hoy lleva vaqueros. —SonriĂł Kirsty divertida. —Seguro que se los ha puesto solo para molestarme. —¿Y por quĂ© deberĂan molestarte sus vaqueros? Jess frunciĂł el ceño y mirĂł a Kirsty con un gesto irritado. —Si eres el aburrido del traje de chaqueta, no puedes salirte de tu rol porque te dĂ© la gana — se quejĂł, mirando a Alek de arriba abajo—. Todo el mundo lo sabe. —Estás como una cabra. —Rio Kirsty. —SĂ, eso tampoco es nuevo —admitiĂł su amiga con una sonrisa. —Pues le sientan bien los vaqueros —opinĂł Kirsty mirando al chico, que les daba la espalda unos metros más allá. —No me he fijado. —QuĂ© raro, no eres tĂş de no fijarte en esas cosas. —SonriĂł y posĂł sus ojos sobre Alek de nuevo—. Caramba, el traje esconde muchas cosas… —No te creas —susurrĂł Jess. Kirsty mirĂł a su amiga con las cejas arqueadas y un gesto de sorpresa. —¡¿QuĂ©?! —terminĂł protestando Jess. —¿Ese es un no te creas, no hay tanto que ver, o un no te creas que el traje oculta tanto porque yo ya me habĂa dado cuenta perfectamente? —AsĂ que… Âżhas echado de menos Nueva York? Kirsty rio, pero aceptĂł el poco sutil cambio de tema. Se parĂł a pensar la respuesta unos segundos y terminĂł aceptando: —Me gustarĂa poder decirte que sĂ… —Pero la realidad es que nos pueden ir dando mucha pomada a todos. —Rio—. Gracias por la franqueza. —Casi no me ha dado tiempo a aburrirme desde que lleguĂ© —le asegurĂł. —SĂ, y puedo imaginar por qué… —la mirĂł con un divertido gesto—. ÂżY… dĂłnde anda mi detective favorito? Me muero por volver a verlo. «Y yo», tuvo que aceptar Kirsty para sĂ, muy a su pesar. —En la empresa, en Oxford. —¿No era tu paladĂn de brillante armadura? Kirsty se cruzĂł de brazos, dejĂł escapar un suspiro y aceptĂł: —TĂş lo has dicho, era. —SeñalĂł a Marty, que estaba apostado en la escalinata de acceso a la casa—. Ahora lo tengo a Ă©l, que sĂ es detective, pero de los de verdad. —Pues… lejos de desmerecer al tipo, que tengo que reconocer que tiene muy buena planta, me parece que has salido perdiendo con el cambio —bromeó—. Riley es… ÂżcĂłmo lo llamaste? Ah, sĂ, del montĂłn —La mirĂł con una divertida expresiĂłn condenatoria. Kirsty dejĂł escapar una sonora carcajada ante la mueca. —Del montĂłn de la parte media —la imitĂł Jess—. ¡QuĂ© poca vergĂĽenza! —¿Y quĂ© querĂas que te dijera? Estaba enfadada. —La verdad hubiera estado bien. —¿Que es de la parte sobresaliente del montĂłn? —bromeĂł. —Que es el que se encarga de vigilar el montĂłn desde el puto Olimpo. —¡QuĂ© exagerada! —Jess la mirĂł muy seria, con las cejas arqueadas, hasta que Kirsty tuvo que admitir—. ¡Vale, es un tipo impresionante! ÂżContenta? —Más o menos —aceptĂł sonriendo—. Pero he visto a tipos asĂ dejarte frĂa. —SĂ, y hubiera preferido seguir asĂ. —¿FrĂgida? —¡Vete a la mierda, Jess! —protestĂł, fingiendo ofenderse—. ¡QuĂ© palabra más horrorosa! La periodista rio a carcajadas y añadiĂł: —DĂcese de la persona incapaz de sentir deseo sexual. —le dio un codazo—. DĂ©jame adivinar…, con tu Mike no te pasa. A Kirsty le costĂł admitir: —Me temo que hay palabras que definen mejor mi respuesta a Ă©l, sà —Se sonrojĂł tanto que Jess dejĂł escapar un grito de euforia—. El problema es que no es mi Mike. —¿Por quĂ©? ÂżNo quieres que lo sea? —Es complicado —admitiĂł. —Pero Âżquieres o no? —Mi cuerpo quiere…, mi mente me impulsa a rebelarme —lo dijo tan seria que Jess dejĂł de bromear y la mirĂł preocupada. —Pero pensĂ© que las cosas estaban mejor entre vosotros. Kirsty dejĂł escapar un suspiro de resignaciĂłn. —¿Cuándo fue la Ăşltima vez que hablamos, Jess? —susurró—. Porque nuestra situaciĂłn cambia cada cinco minutos…
Cuando se sentaron a comer una hora más tarde, Kirsty le habĂa hecho un pequeño resumen a Jess de cĂłmo estaba su situaciĂłn con Mike. Lo justo para desahogarse un poco y que su amiga pudiera darle algĂşn consejo. Por desgracia, casi todos los consejos de Jess incluĂan fresas, champán y una cama enorme, y Kirsty habĂa terminado aquella conversaciĂłn con un calentĂłn innecesario, cuando su vĂvida imaginaciĂłn se empeñó en recordarle que no habĂa cama más grande que la que Mike tenĂa en su alcoba… Su padre se encargĂł de amenizar la comida, y todos estuvieron muy animados charlando sobre la finca. Al parecer, Alek era un jinete habitual y parecĂa saber mucho de caballos, lo cual sorprendiĂł a Jess, que no pudo evitar lanzarle varias puyas que Ă©l encajĂł con una buena dosis de cinismo, devolviendo cada ataque, lo que resultĂł muy divertido para el resto de comensales. Cuando apenas si habĂan comenzado con el segundo plato, Mike entrĂł en el salĂłn y saludĂł a todos con una sonrisa cortĂ©s. El corazĂłn de Kirsty se desbocĂł y comenzĂł a latir como si llevara siglos sin verlo. —¿Estoy en tu sitio? —se excusĂł Alek, haciendo amago de levantarse. —No te preocupes. —SonriĂł Mike—. El que llega el ultimo se acopla donde puede. Kirsty observĂł cĂłmo cogĂa asiento junto a Marty y le pedĂa a Doris que le trajera solo el segundo plato. Dolida, fue muy consciente de que Ă©l no le habĂa dirigido no ya una palabra, sino ni una triste mirada. «¡Pues que le den!», se dijo molesta. —Joder, Kirsty, mi memoria no le hacĂa justicia —le susurrĂł Jess casi al oĂdo, inclinándose hacia ella—. Si decides no tirártelo, me avisas. Aquel comentario le valiĂł una mirada asesina, que Jess recibiĂł un tanto perpleja. —AsĂ que esto no va solo de sexo… La mirada angustiada de Kirsty le arrancĂł a Jess una sonrisa tierna. —Ay, amiga, eso ya no resulta gracioso… DebĂ suponerlo.
La comida no fue mal, a pesar de que Mike continuara ignorándola, y Kirsty estuviera a punto varias veces de tirarle una bola de miga de pan a la cara para forzarlo a mirarla. Cuando llegĂł el postre y la chica ya se habĂa resignado a su invisibilidad, la conversaciĂłn tomĂł un derrotero que poco a poco le hizo desear volatilizarse, pero de verdad. —Entonces, Âżno se sabe quiĂ©n enviĂł esa carta? —escuchĂł a Alek preguntar. —No de momento —negĂł Marty—. Al menos por telĂ©fono no he sido capaz de conseguir el dato. —Esta tarde puedo quedarme yo aquĂ, si quieres acercarte —le propuso Mike. —TambiĂ©n podĂ©is encerrarme en mi cuarto. —SonriĂł Kirsty con sarcasmo, molesta porque hablaran de ella como si no estuviera presente—. AsĂ no molestarĂa a nadie para hacer de niñera. Aquello le valiĂł la primera mirada de Mike, que, aunque cĂnica y cargada de reproche por la ácida broma, no le disgustĂł del todo. «Algo es algo», se dijo. «Pues quĂ© algo más triste», se contestĂł al instante. Si esperaba que Ă©l le dijera un no es molestia o incluso un tĂş y tus gracias, se quedĂł con las ganas. Mike volviĂł a centrarse en la conversaciĂłn con Marty sin dirigirle la palabra. —Para estas cosas es más efectiva la mañana, que es cuando suelen estar los gerentes —opinĂł Marty—. Aunque no tengo mucha esperanza de sacar algo en claro. —De no ser por esa foto quizá ni siquiera hubieran sabido que estaba en Inglaterra —dijo Alek, convencido—. Las redes sociales hacen corren las noticias como la pĂłlvora, y no siempre para bien. «Oh, mierda», dijo Kirsty para sĂ entre otras blasfemias. —¿De quĂ© foto hablas? —De la que os sacaron en Heathow el dĂa que llegasteis —contĂł, extrañado—. ÂżKirsty no os ha dicho nada? La mirada que Mike puso sobre ella estuvo a punto de desintegrarla, lo cual Kirsty hubiese aceptado gustosa en aquel momento. —Se hizo viral en pocas horas —continuĂł Alek—. Por eso estoy aquĂ. —¿Puedo ver esa foto? —pidiĂł Mike sin disimular su enojo. —¡Yo te la enseño! —dijo Kirsty con una rapidez tan ilĂłgica que Mike frunciĂł el ceño, aunque esperĂł a que ella se la mostrara. Kirsty entrĂł en su WhatsApp, hizo un zoom sobre la foto hasta sacar el titular de plano e hizo una captura de pantalla, todo aquello bajo la atenta mirada de Jess, a la que estaba segura que le estaba costando aguantarse la risa. Cuando se la tendiĂł a Mike, Ă©l chico se la mostrĂł tambiĂ©n a Marty. —¿Cuándo se viralizĂł esta foto? —preguntĂł el detective. —Hace par de dĂas, tres con la diferencia horaria —contĂł Alek —Justo cuando recibimos el sobre con la foto del colgante. Mike mirĂł a Kirsty con un claro gesto de furia contenida. —¿Te olvidaste de hablarnos de esta foto? —No… me pareciĂł relevante. —¿No te pareciĂł relevante contarnos el motivo por el que tus secuestradores saben que estás en Inglaterra? —dijo entre dientes—. ÂżEn quĂ© coño estabas pensando? Kirsty se sintiĂł tan avergonzada que no fue capaz de decir nada. Se habĂa concentrado tanto en evitar que ese meme llegara hasta Mike, que no pensĂł en las repercusiones que podĂa tener aquella foto para ella y su propia seguridad. —Bueno, seguro que Kirsty no se parĂł a valorar la amenaza real —intervino su padre ahora; lo cual le valiĂł una mirada agradecida de su hija. —En cualquier caso, forzosamente tuvieron que hacer sus deberes para localizar su paradero aquà —opinĂł Marty—, aunque no es muy difĂcil si tienes los contactos adecuados, la verdad, pero sĂ tienes que tomarte la molestia. —Lo que nos deja con la misma pregunta del principio —dijo Mike—. ÂżQuĂ© narices es lo que quieren? —Que mal rollo —declarĂł Alek ahora—. Y yo que pensaba que el meme solo podĂa beneficiarnos… —¿El meme? —lo mirĂł Mike de nuevo, con el ceño fruncido. —Se refiere a la foto… —intervino Kirsty como un rayo. Aquello le valiĂł otra mirada iracunda. —SĂ© lo que es un meme —le dijo Mike, con un gesto aĂşn más molesto—. Y, por gilipollas que me consideres, tambiĂ©n sĂ© distinguirlo de una simple foto. —MirĂł a Alek y exigió—: Enséñame completo ese meme. Alek observĂł a la pareja con cierta curiosidad, sin duda preguntándose cuál era el problema con la foto. —¿No es ese? —SeñalĂł el mĂłvil de Kirsty, que aĂşn lo tenĂa Marty. El detective le mostrĂł a Alek la foto. —SĂ, es esa, solo le faltan los titulares —confirmĂł, y mirĂł a Kirsty, un tanto confuso. Mike le quitĂł a Marty el mĂłvil con un gesto impaciente y solo tuvo que usar la flecha de retroceso para ver la foto original, donde leyĂł los titulares con atenciĂłn. Kirsty, roja como la grana, intentaba comportarse con una normalidad imposible. Cuando Mike posĂł sobre ella una mirada cargada de sarcasmo, estuvo a punto de mandarlo al carajo. —No os hacĂ©is idea del revuelo que ha levantado esa foto. —SonriĂł Alek. Thomas Danvers no pudo evitar dejar escapar una sonora carcajada cuando fue su turno de ver la foto. —Sin duda das el pego como Riley. —Rio, pasándole el mĂłvil a Nadine, quien tambiĂ©n rio sin tapujos. —Si no os conociera, como fan que soy de Riley y Darcy, yo tambiĂ©n me volverĂa loca al ver esta foto —bromeĂł. —¡Lo que me faltaba! —se le escapĂł a Kirsty—. Guasitas con el tema. Ahora sabĂ©is por quĂ© no os he dicho nada. —Tu seguridad está por encima de tu sentido del ridĂculo —le dijo Mike, que no habĂa esbozado ni una simple sonrisa. —Pues no le veo feliz de la vida, detective macizo —atacĂł Kirsty. —Eso es porque no me hace ni puñetera gracia —aceptĂł Mike. —La misma que me hizo a mĂ. —Estupendo, pero eso no implica que estuviera bien guardarte una informaciĂłn asĂ. —Vale, ya está hecho, Âżtengo alguna penitencia que cumplir o algo? —ironizĂł. Mike posĂł sobre ella una mirada profunda, cargada de algo más que irritaciĂłn. —No es necesario, pero si quieres que te ponga alguna, solo tienes que decirlo. La insinuaciĂłn implĂcita en el comentario le arrancĂł un inevitable sonido ronco del que nadie fue consciente. Nadie excepto Mike, que se permitiĂł el lujo de mirarla con una sonrisa mordaz, aunque frĂa como el hielo. «¡Será odioso!», gritĂł para sĂ. —No te preocupes —le dijo sin pensarlo—, si siento la necesidad de fustigarme, ya buscarĂ© a otro que me ayude. No esperaba que la respuesta de Mike fuera levantarse y abandonar la mesa, pero aquello fue exactamente lo que hizo. CapĂtulo 29 —¿QuĂ© me he perdido, Kirs? —le preguntĂł Jess, confusa, en cuanto que tuvo la oportunidad y ambas estuvieron encerradas en su alcoba pocos minutos despuĂ©s. Kirsty apretĂł los dientes intentando contener sus lágrimas, pero no lo consiguiĂł. —No me he dado cuenta. —SollozĂł con tristeza—. Es que… no me acordaba de que Mike piensa… —¿QuĂ©? —Que tengo una relaciĂłn con Alek. Jess se quedĂł perpleja. —¿Y por quĂ© piensa eso? —¡Porque soy una imbĂ©cil! —se quejĂł, intentando limpiarse las lágrimas—. Se lo dije a mi padre, que se lo dijo a Mike, que lo insinuĂł en mi casa, cosa que yo no desmentĂ, sino que acrecenté… ¡Yo que sĂ©, Jess! Si ni siquiera me acordaba. —Y esto te preocupa ahora porque… —esperĂł la respuesta, confundida. Kirsty suspirĂł. ÂżCĂłmo explicarle a Jess que el hecho de haber insinuado que buscarĂa a otro para fustigarse, para Mike significaba algo muy distinto? Porque una cosa era decĂrselo como una amenaza general, sin fundamento, y otra que pensara que ella estaba insinuando que Alek serĂa el elegido ahora que estaba allĂ. Pero ni siquiera habĂa reparado en nada de todo aquello hasta que habĂa visto salir a Mike por la puerta. IntentĂł resumir todo aquel lio para Jess, quien, para su sorpresa, lo entendiĂł a la primera. —SĂ…, no ha sido bonito —aceptĂł su amiga—. Pero siempre puedes decirle la verdad. Kirsty le devolviĂł una mirada crĂtica. —SĂ, quĂ© fácil suena. —Solo tienes que aclararle que entre tĂş y Alek no hay nada. —La mirĂł ahora con cierta preocupaciĂłn—. Porque no hay nada…, Âżno? —¡Claro que no! —Pues yo no dejarĂa de decĂrselo, Kirs —insistiĂł Jess—. Alek es un pedazo de tĂo, y puede generar mucho conflicto entre vosotros sin necesidad, yo creo que es mejor que Riley sepa cuanto antes que nunca has tenido nada con Ă©l. —¡Que no le llames Riley! —protestĂł, secando sus ojos de nuevo, que no parecĂan querer parar de llorar. —PerdĂłn, es la costumbre. —SonriĂł ahora—. Pero te mira igual que Riley a Darcy en tus novelas. —¿CĂłmo? —¿Y tĂş me lo preguntas? ¡Si has descrito miradas entre ellos mejores que un polvo, Kirs! —Pero no has podido ver eso en Mike —se quejó—. Si me ha ignorado desde que ha llegado, apenas si me ha mirado en toda la comida. —No mientras tĂş lo mirabas a Ă©l. —SonriĂł. —¿QuĂ©? —¡Que cedas y le pidas ese beso, Kirsty! —le aconsejó—. ÂżO acaso no te mueres por estar con Ă©l? —SĂ, pero… —¡No hay peros! —insistiĂł Jess—. Si es un sĂ, no hay más que agregar. —No puedo, Jess —dijo ahora con la mirada triste, sentándose junto a ella en la cama. Su amiga se puso seria de nuevo. —No te entiendo —admitiĂł. —Hay demasiado resentimiento entre nosotros, Jess, demasiadas cosas, demasiado odio… — dijo, dejando escapar un suspiro—. El más mĂnimo desacuerdo, la discusiĂłn más nimia, lo manda todo por el retrete. Y yo no puedo controlar cada palabra que digo. —Creo que lo que necesitáis es una conversaciĂłn sincera. —¿En la que Ă©l me diga que me echa todos los polvos que quiera siempre que no se entere mi padre? —se quejó—. ¡No, gracias! —Pues lo de los polvos deberĂa sonarte a gloria… —bromeo Jess, arqueando las cejas—. No puedes seguir siendo virgen toda tu vida, Kirsty, no es saludable. Porque hemos quedado en que tu maldiciĂłn… no es problema con Ă©l. ¡Vamos, que te pone! Kirsty tuvo que sonreĂr a la fuerza ante el tono y la expresiĂłn de su amiga. —Me pone de más —aceptó—. Y solo con mirarme. Se dejĂł caer hacia atrás en la cama mirando al techo. —¡Guau! —exclamĂł Jess, tumbándose a su lado en la misma postura—. No sĂ© quĂ© carajos haces todavĂa aquĂ conmigo. —Es que tambiĂ©n me pone de los nervios, me pone furiosa, me pone… —Feliz cuando te sonrĂe, emocionada cuando te mira… —interrumpiĂł Jess—. Y si quieres seguir con el juego de palabras, podemos… ponerle un nombre a lo que te pasa. Kirsty frunciĂł el ceño. —¡Ni se te ocurra! —Tarde o temprano tendrás que hacerlo —opinĂł Jess—, porque no creo que ya tenga remedio. Dudo de que lo haya tenido alguna vez… —¿Te callas, por favor? Su amiga fingiĂł cerrarse la boca con una cremallera imaginaria, y ambas quedaron en silencio unos largos segundos. —Oye, Jess…, Âżacabas de reconocer hace un momento que Alek es un pedazo de tĂo o me lo he imaginado? —Te lo has imaginado —respondiĂł con absoluta tranquilidad.
Debido a que Jess habĂa viajado de noche, necesitaba descansar un poco antes de la cabalgata pendiente, asĂ que Kirsty aprovechĂł para coger su portátil y consultar sus redes sociales, que tenĂa muy abandonadas desde que estaba allĂ. BuscĂł su rincĂłn favorito del jardĂn, pero hacĂa demasiado calor aquella tarde, y de pronto se encontrĂł deseando poder sentarse bajo aquella pĂ©rgola junto a la piscina… Iba de regreso a la casa, buscando el fresco del salĂłn, cuando se topĂł de frente a Mike, que salĂa por la puerta en aquel momento. Kirsty lo mirĂł con el ceño fruncido. —¿Te vas otra vez? —le saliĂł solo, aunque se regañó por ello. —SĂ. Ella no agregĂł nada más y entrĂł en la casa, pero antes de que le diera tiempo a cerrar la puerta, cuando pensaba que Mike ya no pensaba añadir nada más, Ă©l se girĂł a mirarla. —¿Hay alguna otra cosa que te hayas callado y que nos pueda explotar en la cara? —le preguntĂł con una irritaciĂłn evidente. «Este es el momento de decirle que no tienes nada con Alek», le dijo su conciencia, pero la acallĂł al instante; sabĂa que no era a aquello a lo que Mike se estaba refiriendo. —No —dijo con sequedad. —Eso espero. —No me calle aposta lo de esa foto —le aseguró—. Nunca pensĂ© que podĂa repercutir en mi seguridad. —No, claro, solo pensabas en esconderme ese comentario. —¡QuĂ© tonterĂa! Ese comentario es una broma de mal gusto —dijo irritada—. De considerar la foto importante, no tendrĂa por quĂ© ocultarlo. —Eso depende. —La miro suspicaz. —¿De quĂ©? Mike la mirĂł muy serio y le preguntĂł lo Ăşltimo que ella esperaba. —¿Soy Riley? Kirsty buscĂł la sonrisa más irĂłnica posible antes de contestar. —No lo sĂ©. ÂżEres detective y tienes poderes paranormales? —terminĂł preguntándole, irritada —. Aunque sĂ que eres igual de gilipollas a veces… Mira, eso te lo concedo, compartĂs algunos rasgos de personalidad. —Por lo visto, no solo compartimos ese rasgo. —SonriĂł con arrogancia—. Lo hiciste irresistible al parecer. Las mujeres adoran a Riley. —¡Porque no lo conocen igual de bien que yo! —se le escapĂł. —Estás admitiendo… —¡Nada! Es solo un decir —exclamĂł irritada—. ÂżY de verdad te crees irresistible? —Debo de serlo para ti si basaste ese personaje en mĂ, eso es lo Ăşnico que me importa. —¡Buah, quĂ© tonterĂa! —Rio sin rastro de humor—. ¡Mira que eres creĂdo! —La vanidad nunca ha sido uno de mis defectos —le aseguró—. Y lo sabes. —Nadie lo dirĂa al escucharte —lo mirĂł, molesta—. Pero Âżquieres sentirte Riley? Perfecto, no tengo problema. Si te sientes identificado con Ă©l… —Hizo una pausa teatral—. ¡Ah, no, espera, que para eso tendrĂas que haberte molestado en leer alguna de mis novelas! Mike le devolviĂł una mirada seria. —No soy de literatura ligera. —Ah, claro, tĂş eres más de Crimen y castigo —dijo, ahora furiosa—. Si, te pega más, sin duda. Pues no necesito más lectores, tengo suficientes, no te preocupes. —SĂ, parece que ahora tienes suficiente de todo —dijo en un tono tan helado como su mirada —. Estarás contenta. Kirsty tragĂł saliva ante la evidente insinuaciĂłn, y pensĂł que quizá aquel era otro buen momento para aclararle su no relaciĂłn con su editor. —Con respecto a Alek… —empezĂł diciendo. —¿Sabe Ă©l cuánto has disfrutado de mis escarmientos? —la interrumpiĂł con una sonrisa frĂa, avanzado en su direcciĂłn—. ÂżLe has dicho ya que te mueres por estar entre mis brazos, aunque tu orgullo te impida reconocerlo y pedĂrmelo? Kirsty lo mirĂł con una expresiĂłn torturada, debatiĂ©ndose entre confesarle la verdad sobre Alek o mandarlo al infierno. —¿O es que tenĂ©is una de esas relaciones abiertas? —insistiĂł, sin dejar de avanzar, mientras ella retrocedĂa sin poder romper el contacto visual. Hasta que Kirsty no se chocĂł con la barandilla de la escalera, no se dio cuenta de que habĂa estado reculando ante su avance. Aquello la incomodĂł, consciente de que no huĂa de Ă©l, sino de sus propios instintos y necesidades. SabĂa que debĂa decirle la verdad sobre Alek, pero las palabras que el pronunciaba con aquella helada calma no ayudaban a la sinceridad. —Te advierto que yo no soy dado a compartir —lo escuchĂł decir ahora. —¿Y primero no tienes que tener algo para poder compartirlo? —terminĂł dejando hablar a su orgullo por ella. —Los dos sabemos que si aĂşn no te he tenido… —casi recortĂł la distancia hasta su boca—, ha sido porque no he querido. Aquello encendiĂł la mecha de su furia mientras se sentĂa como un barril de pĂłlvora a punto de estallar. —¡Eres un desgraciado! —dijo entre dientes. —Perfecto, ya puedes seguir odiándome durante otros seis años. Marty y Thomas salieron en aquel momento del salĂłn, haciendo el suficiente ruido como para que Mike se alejara un par de pasos, pero se miraban con tal intensidad que fue imposible que los hombres no preguntaran. —¿QuĂ© pasa? —Intervino Thomas mirándolos con un gesto preocupado. Ante el silencio de ambos, añadió—: PensĂ© que la relaciĂłn entre vosotros habĂa mejorado. —Hay cosas que nunca cambian —dijo Mike, sin dejar de mirarla—. Da igual cuánto esperes que lo hagan. —No entiendo nada… —insistiĂł Thomas—. ÂżVais a volver a la lucha encarnizada entre vosotros? —No te preocupes. —SonriĂł Mike con cinismo—. Me mantendrĂ© lejos a partir de ahora. —Perfecto, ya tengo suficiente gente que me proteja —dijo Kirsty, dolida. —EstarĂ© más que encantado de salir de tu camino entonces. SaliĂł de la casa sin despedirse de nadie, aunque Marty fue tras Ă©l.
Mike bajĂł los cuatro escalones con una furia visible desde lejos. EscuchĂł a su tĂo llamarlo, pero no se detuvo; aunque cuando llegĂł al establo ya no pudo seguir huyendo. —No tengo ganas de conversaciĂłn —le dijo con frialdad mientras ensillaba a Thunder con movimientos enĂ©rgicos. —¿Por quĂ© te empeñas en hacerle ver que te da igual todo, hombre? —ignorĂł su peticiĂłn. —¿QuĂ© te hace pensar que no es asĂ? —Que te conozco. —Quizá no me conoces tanto, tĂo. —Olvidas que no soy solo tu tĂo —le recordó—. TambiĂ©n soy el que enviaste a protegerla durante seis años. El que conoce tus preocupaciones y tus desvelos… —Pues al parecer ya tiene quien la proteja. —Lo mirĂł lleno de furia—. Y no nos necesita ni a ti ni a mĂ. —¿Lo dices por ese Alek? —preguntĂł confuso. —El tipo es casi perfecto, de eso no hay duda. Marty sonriĂł ahora con cierta diversiĂłn, lo que le valiĂł una mirada asesina de vuelta. —Acabáramos… ¡Te matan los celos! —Rio Marty, ahora sin ningĂşn disimulo. —¡No seas absurdo! —rugiĂł. —No hay nada entre ellos, por si te interesa. —Para ser tan buen detective te falta mucha informaciĂłn. —Lo mirĂł irritado. —¿TĂş crees? —SonriĂł Marty de nuevo. Mike mirĂł a su tĂo con algo menos de convicciĂłn, pero la furia brillaba demasiado aĂşn en sus ojos. —EstarĂ© trabajando en mi casa el resto de la tarde, por si me necesitas para algo. —¿Algo como proteger a cierta pelirroja? —¿He tenido la desvergĂĽenza de mandarte a la mierda alguna vez, tĂo? —RecibiĂł una mirada socarrona como respuesta—. Pues cuidado, alguna vez tiene que ser la primera. Se subiĂł al caballo y saliĂł del establo, alcanzando aĂşn a escuchar las carcajadas de Marty desde dentro. CapĂtulo 30 A las siete de la tarde decidieron salir a dar el paseo a caballo por la finca que se habĂan prometido. Además, Alek estaba muy interesado en visitar la casa donde harĂan las entrevistas para valorar las distintas posibilidades, asĂ que decidieron dar un rodeo para ver todo lo posible y llegar hasta casa de Mike por la parte de atrás. —¿Has montado a caballo alguna vez, Jess? —le preguntĂł Kirsty, viendo como su amiga miraba la yegua que se le habĂa asignado con los ojos como platos. —Una vez —admitió—, pero debieron darme un pony, porque no recuerdo yo que aquel caballo fuera tan grande. Kirsty rio ante la broma. —Mandy es la yegua más mansa que tenemos —le aseguró—. Te encantará. —No sĂ© si hay demasiadas cosas que me encanten aquĂ ahora mismo —MirĂł a su alrededor. Sus ojos se posaron sobre Alek, que se subĂa a su caballo unos metros más allá, y frunciĂł el ceño. Kirsty siguiĂł su mirada y sonriĂł. —Va a ser verdad que sabe montar —le dijo viendo como Alek giraba con maestrĂa a su caballo, con una tĂ©cnica perfecta, y salĂa del establo junto a Marty—. Y ese estilo no es de Central Park. —QuiĂ©n iba a decirlo. Primero los pantalones vaqueros, ahora el caballo… —FrunciĂł Jess el ceño—. ÂżQuĂ© va a ser lo prĂłximo? ÂżComer con las manos? La carcajada de Kirsty fue inevitable. —Cuidado, Jess —bromeó—, a ver si te va a deslumbrar. —Buah, ¡a prueba de destellos soy yo! Entre risas, Kirsty ayudo a Jess a subir a la yegua y le dio un par de consejos que su amiga cogiĂł al vuelo. La personalidad aventurera de Jess, sin duda, la ayudaba a afrontar sus miedos de forma rápida y le permitĂa disfrutar a tope de aquel tipo de experiencias. Pronto los cuatro estuvieron paseando por las extensas praderas, probando diferentes pasos. Jess terminĂł riendo a carcajadas cuando su yegua imitĂł el trote del resto de los caballos. Cuando llegaron a casa de Mike desde el flanco trasero, Marty fue directo al lateral donde tendrĂan que atar los caballos. —¡QuĂ© belleza! —exclamĂł Alek mirando el impresionante caballo negro que comĂa hierba atado a la valla. Kirsty mirĂł a Thunder con los ojos como platos y el corazĂłn desbocado de nuevo. —Este es Thunder. —SonriĂł Marty, acariciando el pelaje del caballo—. Es una preciosidad, Âżverdad? —Es increĂble, parece… salvaje —admitiĂł Alek. —Y casi lo es —le contó—. Mike se encargĂł de adiestrarlo hace muchos años, pero, incluso a dĂa de hoy, el condenado solo permite que lo monte Ă©l. Kirsty estaba muda por la sorpresa. Si Thunder estaba allĂ…, Mike tambiĂ©n, sin duda. —Quizá… hemos debido avisar de que venĂamos —le dijo Kirsty a Marty con un gesto preocupado—. ÂżTĂş sabĂas que estaba aquĂ? —¿No has echado en falta su caballo en el establo? —SĂ, pero pensĂ© que estarĂa cabalgando por la finca… —Ha venido a trabajar desde aquĂ. —Para no tener que toparse conmigo, supongo —dijo, sin poder evitar sentirse un poco dolida. Marty sonriĂł con cautela. —AquĂ está más tranquilo —le dijo. —QuĂ© comedido, Marty. —IntentĂł sonreĂr, pero solo logrĂł esbozar una tensa mueca—. Adelante, vamos a enfrentarnos a la furia del dragĂłn. ÂżTienes llaves o tenemos que llamar? —Tengo llaves —Sonrió—, pero puesto que está en casa, será mejor usar el timbre. Cinco timbrazos y una llamada telefĂłnica despuĂ©s, Marty tuvo que terminar usando la llave y los cuatro entraron en la casa. —¡Me he caĂdo del cielo y he aterrizado en el paraĂso! —exclamĂł Jess cuando saliĂł al jardĂn —. Esta casa es espectacular, ¡madre, quĂ© buen gusto! Kirsty sonriĂł solo por compromiso. No podĂa dejar de preguntarse dĂłnde narices estaba Mike, y lo cierto era que empezaba a estar preocupada. —En el despacho no está —le contĂł Marty tras comprobarlo, y aquello la alarmĂł todavĂa más. —¿Crees que puede estar echándose una siesta? —le preguntĂł Kirsty. Ambos caminaron hacia la puerta de las habitaciones. —Yo compruebo la alcoba, mira tĂş en la piscina —le pidiĂł Marty. Kirsty se asomĂł a la cristalera a travĂ©s de la que se veĂa el spa, y le llamĂł la atenciĂłn una toalla sobre una de las tumbonas, pero no parecĂa haber ni rastro de Mike. Se colĂł dentro y casi corriĂł hasta la piscina, aterrada por la idea de poder encontrarlo en el fondo. RespirĂł aliviada porque no estuviera allĂ y angustiada al mismo tiempo por la incertidumbre. Sin pensarlo, caminĂł hasta la sauna y abriĂł la puerta de par en par… —A no ser que hayas venido a pedirme ese beso, pelirroja, cierra la puerta y lárgate de aquà —dijo Mike, sin ni siquiera incorporarse. Pero Kirsty estaba paralizada ante la imagen que tenĂa frente a sĂ. Él solo llevaba una minĂşscula toalla atada a las caderas y estaba plácidamente tumbado bocarriba en uno de los bancos de madera. Su piel brillaba por el sudor seco de la sauna y cada mĂşsculo de su torso parecĂa estar esculpido en piedra. La sangre de Kirsty se convirtiĂł en fuego lĂquido a una velocidad casi imposible, y todo su cuerpo le rogĂł que cediera, se acercara a Ă©l y tomara mucho más que un simple beso. —¿Entras o sales, Kirsty? —insistiĂł Mike de nuevo—. Me da igual lo que decidas, pero cierra esa puerta que se escapa el gato. —Los dos sabemos que no te da igual lo que decida —dijo, molesta con su aparente indiferencia. Lo vio sonreĂr, pero esperĂł en vano a que dijera algo más. —Hemos llamado al timbre durante mucho rato, Âżsabes? —le dijo irritada—. Incluso Marty te ha llamado al mĂłvil… Mike se incorporĂł y se quedĂł ahora sentado frente a ella, con los brazos abiertos en cruz, apoyados en el escalĂłn superior. —Como observarás, no tengo dĂłnde guardarme el telĂ©fono —le dijo, mirándola ahora a los ojos—. Y tampoco podĂa abrir de esta hechura… Kirsty apenas si podĂa respirar. La imagen que tenĂa frente a sĂ arrancarĂa suspiros hasta de la puritana más convencida. La sensualidad que Mike exudaba por cada poro de su piel empezaba a aflojarle las rodillas… y abrirle las piernas. —Si no tienes pensado desnudarte en los prĂłximos minutos, deja de mirarme asĂ, pelirroja — le dijo con la voz ronca—. No te tengo demasiada simpatĂa en este momento, pero no soy de piedra. —¿Y crees que yo te estimo mucho? —se defendiĂł, ruborizándose de forma inevitable. —No es un requisito indispensable para lo que tengo en mente… «Sal de la sauna, Kirsty», se suplicĂł repetidas veces, pero su cuerpo se negĂł a obedecer la orden impuesta por su cerebro. Mike tuvo la osadĂa de recorrerla con los ojos de arriba abajo, de la misma descarada manera en que ella lo hacĂa. La fina camisa de tela empezaba a pegarse a su cuerpo debido al calor de la sauna y se amoldaba a sus curvas cada vez más, dejando al descubierto la inconfundible excitaciĂłn de sus pezones, erectos casi desde que habĂa puesto sus ojos sobre Ă©l. —Te mueres por ceder, Âżeh? —SonriĂł Mike, mordaz, sin dejar de mirarla. Kirsty guardĂł silencio, consciente de que negarlo serĂa muy estĂşpido por su parte. —Ven hasta aquĂ, pelirroja… —susurró—, y pronuncia las palabras mágicas. Y de no escuchar a Marty llamarla, habrĂa terminado cantando incluso La Traviata, de habĂ©rselo pedido… —Está aquĂ. —Se asomĂł a decirle a Marty, que estaba junto a la puerta de entrada al spa. —Dile que le debo una colleja por el susto que nos ha dado —dijo el hombre, que cerrĂł la puerta de nuevo y saliĂł del spa, dejando a Kirsty en la misma condenada posiciĂłn que antes de su interrupciĂłn. —TĂş tambiĂ©n estabas asustada, Kirsty —le preguntĂł Mike con una sonrisa cĂnica. —Solo aparentaba estarlo ante tu tĂo —le dijo, recordando cĂłmo habĂa corrido hasta la piscina con el alma en vilo—. Y tambiĂ©n me preocupaba cĂłmo tomarĂa mi padre la noticia si algo te pasara. —Entiendo. —No deberĂas bañarte estando solo en la casa —continuĂł. —Soy un buen nadador. —Nadie nada con un corte de digestiĂłn o un calambre en una pierna. «Pero ÂżquĂ© demonios estaba diciendo y por quĂ© no terminaba de salir de la maldita sauna?». —Lo tendrĂ© en cuenta —asintiĂł Mike, y abriĂł ligeramente las piernas haciendo peligrar la buena disposiciĂłn de la toalla—. ÂżAlgo más? «Oh, por Dios, dile que sĂ», gritĂł alto y claro el latigazo de deseo que sintiĂł en la pelvis al posar sus ojos en la porciĂłn extra de piel que dejaba entrever ahora la toalla, convirtiendo en su mayor anhelo el saber si estaba totalmente desnudo bajo la tela. «Y si está desnudo, Âżestará en estado normal o… mi mirada le habrá provocado algĂşn tipo de efecto indeseado?». Aquel pensamiento la alarmĂł incluso a ella misma. «¡No puedo creer que me estĂ© preguntando si está empalmado bajo esa toalla…!… pero Âżlo estará?». SaliĂł corriendo de la sauna, como alma que lleva el diablo, antes de ceder a la necesidad de comprobarlo.
Cuando se reuniĂł con Jess y los demás en el salĂłn, su aspecto dejaba mucho que desear. Con la ropa sudada y el cabello hĂşmedo pegándose a su rostro, sabĂa que resultarĂa imposible evitar los comentarios. —¿De dĂłnde sales? —le preguntĂł Jess al verla aparecer. —Mejor no preguntes. Marty sonriĂł y mirĂł a Kirsty con simpatĂa. —Ya podĂamos estar llamando —le dijo el hombre, divertido—. No nos hubiera abierto en la vida. —No deberĂa bañarse estando solo —insistiĂł Kirsty. —¿Bañarse? —intervino Jess, perpleja—. ÂżEstá en la bañera? —En la climatizada —contĂł Kirsty—, bueno, ya no, ahora está en la sauna. —¿Una sauna y una piscina climatizada? —AbriĂł los ojos de par en par—. ÂżA que va a ser verdad que vive en el puto Olimpo? Kirsty sonriĂł a medias. Alek y Marty entraron en el salĂłn buscando la localizaciĂłn perfecta para las entrevistas, pero cuando Kirsty iba a seguirlos… —No tan rápido, Afrodita —la detuvo Jess—. ÂżTe has metido vestida en la sauna? Kirsty la mirĂł con cierto fastidio. —SĂ, me temo que hago una tonterĂa tras otra Ăşltimamente —se quejó—. Pero solo he hablado, no te hagas lĂos. —¡Buah, vaya un chisme tan poco jugoso! —Bueno, vale… —Sonrió—. Quizá tambiĂ©n he mirado un poco. —Un mucho, por cĂłmo te ruborizas. —Rio y la mirĂł con picardĂa—. HacĂa calor en esa sauna, Âżeh? —Como en el mismĂsimo infierno —tuvo que admitir, y se levantĂł un poco el pelo para refrescarse el cuello —Puedo imaginarlo. —No, crĂ©eme, no puedes —asegurĂł —¿Tanto? —Más. Se dejĂł contagiar por la carcajada divertida que Jess dejĂł escapar, y agregĂł en un susurro. —Entre lo bueno que está, cĂłmo me pone y los años que llevo viviendo en Siberia… —Te pasas el dĂa más caliente que el pico de la plancha —completĂł Jess por ella. Kirsty hizo amago de pegarle y le arrancĂł una carcajada—. A las cosas por su nombre, Kirs, que ya somos adultas. —La mirĂł con malicia—. A pesar de que te sientas como una adolescente sobrehormonada. —¡No sĂ© para quĂ© te cuento nada! —se quejĂł. —De poco te habrĂa servido —bromeó—. Tu aspecto habla por sĂ solo. —¿SĂ? ÂżY quĂ© dice? —Dice me ha faltado el canto de una moneda para tener sexo alucinante en una sauna. —MĂrame mejor, porque yo creo que más bien dice soy una mujer adulta que no se deja gobernar por sus instintos más primarios… —¿Con un tipo asĂ? —Rio—. Pues cuidado, porque la lĂnea entre ser una mujer adulta y ser idiota es demasiado fina. —SĂ, y Ăşltimamente me siento idiota demasiado a menudo —admitiĂł resignada. —Quizá ya es hora de que amortices la pĂldora anticonceptiva. —SonriĂł Jess divertida. A Kirsty se la habĂan recetado hacĂa más de un año para regular su periodo, y no era la primera vez que bromeaban con el hecho de estar perdiendo dinero al no poder usarla para lo que se suponĂa que era su mayor cometido. —¡Uf, quĂ© puñetero calor! —protestĂł Kirsty, abanicándose con la mano—. ÂżEstará puesta la calefacciĂłn de la carpa? —Lo siento, pero la carpa no tiene nada que ver con tus sudores… —Rio Jess. Aquel fue el momento que Mike escogiĂł para salir al jardĂn junto a Marty y Alek. Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta negra que le sentaba como a los modelos de televisiĂłn, y, para más inri, aĂşn tenĂa el pelo mojado, lo cual le aportaba un atractivo extra que Kirsty no necesitaba. —Es que es como un puñetero anuncio de colonia —protestĂł Kirsty solo para oĂdos de Jess. —A mĂ me parece más uno de condones… —¡Joder, Jess, eso no me ayuda! Discutieron durante un rato la organizaciĂłn de las entrevistas. No habĂa mejor localizaciĂłn que el jardĂn, en eso estuvieron todos de acuerdo, pero cuando llegĂł el momento de hablar del nĂşmero de medios a citar, empezaron los problemas. Alek querĂa aprovechar al máximo la organizaciĂłn, pero Mike no estaba dispuesto a permitirlo si para alcanzar la cifra propuesta tenĂan que llenar la casa de gente. —Para lograr esos nĂşmeros tenemos que tener a los periodistas haciendo cola. A más gente, más caos y más riesgo —dijo Mike, ya muy molesto con el tema—. Y no voy a permitirlo, fin de la historia. Se levantĂł de la mesa y le dijo a Marty: —Tres entrevistas en la mañana y tres en la tarde. —Su tĂo asintió—. EstarĂ© en mi despacho. DesapareciĂł dentro de la casa, sin despedirse. —Es lo más seguro para Kirsty —dijo Marty, que habĂa sido el primero en exponer sus dudas sobre levantar demasiado revuelo. —¿Y podemos alargarlo un par de dĂas? —preguntĂł Alek, resignado—. AsĂ doblamos los nĂşmeros y estamos todos contentos. —SĂ, eso es una opciĂłn. —¿Se lo comentas tĂş? A mĂ parece odiarme, y no entiendo muy bien el motivo… —suspiro Alek, con el ceño fruncido—. Creo que en este momento ya se negará a cualquier cosa que salga de mĂ. Kirsty habĂa permanecido en silencio durante toda la discusiĂłn. No era su trabajo organizar aquellas entrevistas, sino de Alek, y, además, al comenzar las primeras discusiones se habĂa prometido no intervenir para no decantarse por darle la razĂłn a ninguno de los dos. —¿Siempre es asĂ de protector? —le preguntĂł Jess en cuanto que tuvo la oportunidad. —Eso me temo. —¿Que lo temes? —Rio—. Pues a mĂ ese instinto de protecciĂłn hacĂa rato que me habrĂa desarmado por completo, babeando estarĂa yo ya… —¿Y por quĂ© crees que digo que eso me temo? Jess sonriĂł, aunque la mirĂł con un gesto preocupado. —No tienes forma de salir airosa, lo sabes, Âżno? —dijo, ahora convencida. Kirsty se limitĂł a suspirar. CapĂtulo 31 Cuando una hora más tarde Kirsty entrĂł en su alcoba para darse una ducha antes de cenar, tras la sudada en la sauna, se sorprendiĂł al encontrarse la puerta de la terraza entreabierta. Estaba convencida de haberla cerrado antes de salir, asĂ que supuso que quizá Jess habĂa salido a ver las vistas desde allĂ, lo cual era raro, porque en su habitaciĂłn tambiĂ©n habĂa una terraza que daba al mismo punto. «Empiezo a estar paranoica», se dijo, acallando asĂ el temor mientras caminaba hacia la terraza para cerrarla. Pero cuando cruzo la habitaciĂłn, le llamĂł la atenciĂłn un sobre marrĂłn, de buen tamaño, que habĂa sobre su cama. Con un temblor de manos imposible de contener, examinĂł el sobre buscando algĂşn indicativo de su procedencia o de quĂ© podĂa contener, pero no habĂa nada de nada. Era un sobre muy parecido al que recibiĂł con la foto del colgante, pero al tacto parecĂa contener mucho más que aquel otro. No se atreviĂł a abrirlo. SaliĂł de la habitaciĂłn, lamentándose porque Mike no estuviera en la casa. Hubiera dado cualquier cosa porque fuera Ă©l quien le brindara sus brazos y la ayudara a calmarse. EncontrĂł a Marty en el salĂłn. Por la palidez de su rostro, no tuvo necesidad de explicar que algo habĂa pasado. —Estaba sobre mi cama —le dijo, tendiĂ©ndole el sobre. El hombre la mirĂł, perplejo, y rasgĂł la solapa al instante. —¿QuĂ© es? —preguntĂł la chica con un hilo de voz. —Creo que son fotos —le dijo el hombre, inspeccionando el interior del sobre desde fuera usando un bolĂgrafo. —¿Fotos? No entiendo… Marty sacĂł ahora el contenido del sobre, y ambos miraron la primera foto totalmente estupefactos. Cuando el hombre fue pasando cada instantánea, la inquietud de Kirsty se convirtiĂł en temor. —¿QuĂ© pasa? —preguntĂł Mike desde la puerta, sobresaltándolos. Kirsty tuvo que hacer el esfuerzo más grande de toda su vida para no correr a resguardarse entre sus brazos. —Han enviado otro sobre —le dijo Marty, sin disimular un gesto preocupado. —¿QuĂ© contiene? —Se acercĂł de inmediato. —Fotos de Kirsty. —Le tendiĂł las imágenes—. Contigo, con Nadine, con Thomas… Mike examinĂł las fotos con un gesto serio. —Y todas están tomadas aquà —dijo el chico—. Entre los jardines y el establo… Joder. — VolviĂł a mirarlas—. Se han colado en la finca para hacerlas. Doris entrĂł en el salĂłn en aquel momento para poner la mesa para la cena, y Marty aprovechĂł para preguntarle: —¿TĂş has subido este sobre a la habitaciĂłn de Kirsty? —¿A su habitaciĂłn? —preguntĂł Mike al instante, aĂşn más alarmado—. ÂżEs que ese sobre estaba en su cuarto? Marty asintiĂł y todos corrieron a la alcoba de Kirsty, en cuanto que Doris les confirmĂł que ni ella ni nadie del servicio habĂa visto ni tocado el sobre. —Estaba sobre mi cama —contĂł Kirsty, todavĂa pálida como la cera—. Y la puerta de la terraza abierta. —La han forzado —informĂł Marty, tras echarle un vistazo. Los dos hombres salieron a la terraza y se asomaron—. No hay demasiada altura. —No, cualquiera con un mĂnimo de agilidad podrĂa trepar hasta aquà —opinĂł Mike, con un gesto intranquilo—. ÂżQuĂ© crees que quieren? —¿La verdad? —lo mirĂł su tĂo con cierto malestar—. No tengo ni puñetera idea.
A la vista de los nuevos acontecimientos, la cena no fue demasiado divertida. Ni siquiera Jess fue capaz de encontrar una broma para descargar tensiones, e incluso los platos volvieron medio llenos a la cocina. Thomas Danvers habĂa recibido la noticia con un gesto nervioso, que habĂa obligado a Nadine a tomarle la tensiĂłn, pero, por suerte, la tenĂa como un reloj. Cuando ya en la sobremesa todos empezaban a retirarse, su padre les pidiĂł a Kirsty y Mike que se quedaran un momento. Marty aguardĂł tambiĂ©n en el salĂłn. —Sentaos —les pidiĂł muy serio a ambos, que se miraron entre sĂ, un tanto sorprendidos—. Marty y yo hemos estado hablando largo rato tras lo de las fotos, y ambos creemos que deberĂas trasladarte a casa de Mike una temporada. Sin duda, aquello era lo Ăşltimo que Kirsty habrĂa esperado escuchar de labios de su padre. —¿Por quĂ©? —Por tu seguridad —continuó—. Aquella casa es más fácil de vigilar. Con Marty y un vigilante más podemos controlar fácilmente todo el perĂmetro. Mike puede trabajar desde aquel despacho y… —¿Mike? —interrumpiĂł Kirsty al instante—. ÂżQuieres que viva allĂ con Ă©l? —Ahora sĂ estaba perpleja. —¿No querrás vivir sola? —No, pero… —Sin peros, hija, por favor —suplicĂł su padre—, que no están las cosas para peros. ÂżTĂş eres consciente de la amenaza implĂcita en esas fotos? La chica tragĂł saliva. Por supuesto que lo sabĂa, le habĂa dado mil vueltas al asunto desde que llegaron, pero… vivir con Mike… —¿TĂş no vas a decir nada? —se girĂł Kirsty a mirar a Mike, que aĂşn no habĂa abierto la boca —. ÂżO eres partĂcipe de toda esta encerrona? Por el gesto helado que recibiĂł como respuesta, supo que habĂa equivocado las palabras. —No lo sabĂa —admitiĂł. ParecĂa furioso—. Y te garantizo que me hace la misma gracia que a ti. —¿Puedo pensarlo al menos o es una orden? —VolviĂł Kirsty a mirar a su padre. —No te molestes —aclarĂł Mike poniĂ©ndose en pie, y mirĂł a Thomas—. Porque yo no acato Ăłrdenes. —Mike… —No voy a vivir con Kirsty —les aseguró—. Es obvio que a ella le repele la idea, lo que significa que va a convertir mi vida en un infierno desde que entre por la puerta. —Sabes que es la opciĂłn más segura —intervino Marty ahora. —Duplicaremos la seguridad de la mansiĂłn y la de la finca en general. Kirsty estaba desconcertada. La actitud de Mike habĂa sido como un jarro de agua frĂa que alguien arrojara de improvisto sobre su cabeza, y no podĂa evitar sentirse… Âżmolesta? Âżdolida? «Desolada», tuvo que terminar admitiendo cuando lo vio salir del salĂłn sin despedirse. —¿Puedes hablar con Ă©l? —le pidiĂł Thomas a Marty. —Será mejor que le dejemos madurarlo —opinĂł el detective—. Es posible que termine claudicando solo. —Lo que solo os deja conmigo como oposiciĂłn —interrumpiĂł Kirsty, para recordarles que estaba allĂ—. Por mucho que Mike cediera, lo que no parece probable, yo no lo harĂ©. —Hija… —No, papá, no insistas. —Si esto es por Alek, te recuerdo que solo estará aquĂ unos dĂas más. —¿Por Alek? —FrunciĂł el ceño—. ÂżQuĂ© narices tiene Alek que ver en esto? —Bueno…, quizá crees que vuestra relaciĂłn se puede resentir si vives con Mike… —dijo su padre con diplomacia. Kirsty suspirĂł con cierto hastĂo al comprender de quĂ© le hablaba. —No tengo nada con Alek, papá —le aseguró—. No lo he tenido nunca, ni tengo ninguna intenciĂłn de tenerlo. —¿No? —Ahora se le veĂa confundido. —No. Solo te lo dije para que te quedaras tranquilo —admitiĂł, cansada—. Su nombre fue el primero que me vino a la mente ese dĂa, pero pude haber dicho Peter o Paul… —Ya. —¿Puedo irme? —Claro. ÂżVas a dormir con Jess? —SĂ, en su cuarto, hasta que arreglĂ©is la cerradura de mi terraza —dijo, recordándoles asĂ que tenĂa pensado quedarse en la mansiĂłn.
Marty la acompañó hasta su cuarto y revisĂł su alcoba de nuevo para que pudiera lavarse los dientes y prepararse para dormir. Se despidiĂł cuando la dejĂł ante la puerta de Jess, a punto de entrar. AĂşn no habĂa abierto la puerta cuando vio a Mike salir de su alcoba y sus miradas se cruzaron. —¿DĂłnde vas a estas horas? —le preguntĂł Kirsty con curiosidad. —Al despacho, voy a trabajar otro rato. —¿TĂş no descansas nunca? —Lo intento, pero suelen fastidiarme los mejores momentos —dijo mordaz. Kirsty lo mirĂł con el entrecerrĂł fruncido. —Ah, que te refieres a la sauna. —SonriĂł irĂłnica—. Se me habĂa olvidado. —¿En serio? Por cĂłmo me mirabas, no parecĂa que pudieras olvidarlo tan fácil. —Pues ya ves, no eres tan irresistible, al fin y al cabo. —¿A ti ni las amenazas importantes te quitan las ganas de lanzarme pullas? —le dijo ahora, muy serio. La chica se encogiĂł de hombros. —Mientras me meto contigo, no pienso en nada más —aceptó—. Y si es inevitable que me maten mañana, no voy a amargarme el hoy. —No seas macabra —le regañó—. Nadie va a llegar hasta ti, eso te lo garantizo. —¿SĂ? ÂżY piensas impedirlo desde la oficina de Oxford o desde la sauna? Mike la mirĂł ahora con una sonrisa cĂnica. —¿Me estás echando en cara que haya delegado tu protecciĂłn, Kirsty? —No era mi intenciĂłn. —Lo ha parecido —insistió—. Lo que se me ha hecho raro, teniendo en cuenta que no solo tienes a Marty, sino a tu preciado Alek. Kirsty izĂł el mentĂłn y se cruzĂł de brazos. —SĂ, por eso te digo que me has malinterpretado, no necesito más brazos que me protejan que los suyos. «Ay, Kirsty, Âżpor quĂ© narices tienes que embarrarla siempre de esta manera? ÂżTan difĂcil es decirle que solo es en sus brazos donde quieres estar?». —Es curioso —dijo Mike, ahora con frialdad—, porque no te veo mirarlo de la misma manera que a mĂ. —Será que no te has fijado. —¿Quieres las llaves de mi casa? —Se acercĂł a ella con un peligroso brillo en los ojos—. Quizá quieras vivir allĂ con Ă©l. —¿HarĂas eso por mĂ? —FingiĂł emocionarse. Mike la tomĂł ahora de un brazo, con la furia brillando en sus ojos grises. —¡No te pases, Kirsty! —dijo, atrayĂ©ndola hacia sĂ—. Mi paciencia tiene un lĂmite. —¡Ah, Âżno la tenĂas cultivada o no sĂ© quĂ© gaitas?! —lo mirĂł a los ojos con irritaciĂłn. DespuĂ©s tirĂł de su brazo con fuerza hasta soltarse—. Pero estate tranquilo, no tengo intenciĂłn de volver a esa casa para nada. —Excepto para las entrevistas, supongo. —SĂ, supones bien, pero puedes no estar, si tanto te molesta coincidir conmigo. Mike la estudiĂł en silencio durante unos segundos y terminĂł esbozando una sonrisa mordaz. —Ya entiendo —le dijo ahora, con lo que parecĂa cierta diversiĂłn—. Te ha molestado mi negativa a vivir allĂ contigo. —¡Buah! —ReconĂłcelo —insistiĂł en tono de burla—. Te hubiera encantado negarte y que yo te impusiera esa penitencia por obligaciĂłn. Kirsty rezĂł para no estar ruborizándose. No lo admitirĂa jamás ante Mike, pero aquello era una verdad como un castillo de grande. —¿Ahora que por fin me he deshecho del carcelero? —dijo, irritada ante su tono burlesco—. ÂżLo dices en serio? ¡No me hagas reĂr! Mike la mirĂł sin dejar de sonreĂr, y la furia de Kirsty se fue inflamando cada vez más, hasta que casi escupĂa fuego por los ojos. —¡Eres el tipo más arrogante, creĂdo y desesperante que he conocido! —Puede ser, pero tambiĂ©n soy muchas otras muchas cosas, Âżverdad, pelirroja? —la mirĂł con un gesto malicioso que le calentĂł la sangre. Kirsty tuvo que contenerse para no reaccionar al calor que habĂa en su mirada. —Entra ya en la alcoba, Kirsty —le aconsejó—. Es lo mejor para los dos. —Puede que aĂşn estĂ© decidiendo en quĂ© puerta quiero entrar —le dijo, señalando la de Alek al fondo del pasillo; y se sintiĂł algo mejor al comprobar como Mike borraba por completo el gesto burlĂłn para mirarla ahora con furia apenas disimulada. Mike caminĂł muy despacio en su direcciĂłn, matándola con la mirada. Kirsty no pudo evitar retroceder, un tanto preocupada, hasta topar con la puerta de Jess, donde quedĂł a merced de Ă©l y aquella mirada asesina. —Creo que yo tambiĂ©n empiezo a odiarte un poco —lo escuchĂł decir entre dientes. Y a continuaciĂłn, Ă©l abriĂł la puerta que estaba tras ella, la empujĂł dentro de la habitaciĂłn y cerrĂł desde fuera. Kirsty se quedĂł parada en mitad de la alcoba, mirando la puerta cerrada con perplejidad. —¿QuĂ© haces ahĂ en medio? —la mirĂł Jess, asomándose desde el baño. Casi sin poder contener sus lágrimas, Kirsty se metiĂł en la cama. Aquel creo que yo tambiĂ©n empiezo a odiarte le habĂa dolido como un fino latigazo, justo al lado del que aĂşn no habĂa dejado de sangrar, tras escucharlo negarse a vivir con ella. —Kirs… —Estoy cansada, Jess —susurrĂł, siendo consciente ahora de cuánto—. Mejor no preguntes, por favor. Se metiĂł entre las sábanas e intentĂł acallar todas las emociones que intentaban gritar dentro de ella al mismo tiempo: miedo, tristeza, rabia, deseo, furia, inquietud, desolaciĂłn…, eran demasiadas y el dĂa habĂa sido muy largo. Si no conseguĂa mantenerlas a raya, se volverĂa loca. De modo que recurriĂł a la Ăşnica imagen que podĂa aportarle algo de paz: Thunder y Hope galopando a gran velocidad, risas de fondo… y una inmensa pradera por recorrer.
Cuando Kirsty y Jess bajaron a desayunar, solo Nadine y su padre estaban en el salĂłn. La mujer se marchaba al dĂa siguiente de la casa, a pesar de que todos querĂan que prolongara la estancia un poco más. Incluso su padre le habĂa pedido que se quedara un tiempo como invitada, si le apetecĂa, pero la enfermera se habĂa negado en rotundo. Aquella misma tarde tenĂan una revisiĂłn mĂ©dica en cardiologĂa y, si estaba todo como esperaban, ya no quedarĂan motivos para alargar la estancia. —¡Tienes que convencerla para que se quede! —protestĂł Kirsty mirando a su padre. —Lo he intentado casi todo —reconociĂł Thomas mirando a la menuda mujer—, pero no hay forma. —¿Y si te pongo morritos? —le dijo Kirsty ahora. Nadine rio a carcajadas—. ÂżVes? ÂżQuiĂ©n se va a reĂr de mis chistes malos cuando no estĂ©s aquĂ? —Jess lo hará, Âżverdad? —MirĂł ahora a su amiga. —Yo me marcho dentro de unos dĂas —se lamentĂł Jess—. AsĂ que deberĂas quedarte por aquĂ. —¿Os vais a confabular contra mĂ? —Rio Nadine—. No me parece justo. —¿QuĂ© necesitas para decidir quedarte? —insistiĂł Kirsty—. Solo pĂdelo. Nadine sonriĂł ahora con lo que parecĂa tristeza y suspirĂł con cierto malestar. —No siempre se gana… —susurrĂł apenas. Kirsty la observĂł con un gesto de extrañeza, con la sensaciĂłn de que se le estaba escapando algo, pero sin entender el motivo por el que tenĂa aquel pálpito. Mike entrĂł en el salĂłn interrumpiendo por completo la conversaciĂłn. Kirsty no esperaba que Ă©l siguiera en la casa y casi le da un tabardillo cuando apareciĂł de improvisto. SaludĂł a las chicas con un gesto de cabeza y le tendiĂł a Thomas unos papeles. —Ya está —le dijo a su padre, ofreciĂ©ndole un bolĂgrafo—. Un autĂłgrafo en la Ăşltima página y en el costado del resto. Kirsty evitĂł mirarlo todo lo que pudo, hasta que las ganas pudieron más que ella. Él estaba pendiente de su padre, asĂ que pudo contemplarlo a sus anchas. —Caramba, cuánto autĂłgrafo —se quejĂł Thomas cuando ya llevaba seis o siete firmas—. Parezco un Beatle. —Solo un par de ellas más, Paul. —SonriĂł Mike con sinceridad, y a Kirsty se le cayĂł la tostada de las manos, lo cual llamĂł la atenciĂłn sobre ella al instante. —¡QuĂ© torpe! —se dijo, ruborizándose. Mike volviĂł a centrarse en Thomas, y ella maldijo su debilidad. —¿Ya te vas? —le dijo el hombre cuando terminĂł de firmar. —Voy a llamar a Jefferys primero. —Voy contigo, quiero consultarle un par de dudas legales. Ambos salieron del despacho, y a Kirsty se le escapĂł un suspiro que llamĂł la atenciĂłn de las dos mujeres. —Eso ha sonado serio. —Rio Jess. —TendrĂa que ser delito estar tan guapo a las diez de la mañana —protestĂł Kirsty, frunciendo el ceño, de verdad muy molesta—. ÂżY dĂłnde se va otra vez? —Prefiere trabajar desde su casa —le contĂł Nadine. A Kirsty le entristeciĂł el hecho de que Ă©l quisiera poner espacio entre ellos. No solo habĂa renunciado a besarla y escarmentarla, sino a ser su protector tambiĂ©n, y la realidad era que no lo soportaba. —Ya no quiere ni mantenerme a salvo —dijo casi en un susurro. —¡QuĂ© tonterĂa! —la contradijo Nadine al instante—. Si Marty y Ă©l han pasado una hora esta mañana planificando tu seguridad. «Pero yo quiero que sea solo Ă©l quien me proteja», reconociĂł con tristeza, recordándose un segundo despuĂ©s que quizá habĂa llegado el momento de decĂrselo. —¿Por quĂ© no te replanteas irte unos dĂas con Ă©l a su casa? —le dijo ahora Nadine, en un tono de cautela. —Negarme no ha sido solo cosa mĂa —le asegurĂł, y de paso le hizo un mini resumen a Jess, a la que no habĂa tenido tiempo de contarle nada de todo aquello—. En conclusiĂłn, que antes se cortarĂa una mano que vivir conmigo. Nadine la mirĂł con una sonrisa tierna en los labios y le preguntĂł: —¿Has probado a pedĂrselo tĂş? —¿El quĂ©? —Que te acoja en su casa y sea Ă©l quien te proteja —sugiriĂł Nadine—. Igual te sorprendes. —O igual se rĂe en mi cara y termino matándolo. —Terminareis pagando cara esa falta de comunicaciĂłn —opinĂł Jess, ahora con un gesto serio. Nadine asintiĂł, mostrando su acuerdo con aquella afirmaciĂłn. —Pero a veces resulta imposible exteriorizar lo que sientes —dijo la enfermera con un gesto de pesar—. Te entiendo mejor que nadie. «AhĂ está de nuevo el gesto triste», pensĂł Kirsty, confusa, anotando mentalmente preguntarle cuando estuvieran a solas. Alek les dio los buenos dĂas en aquel momento y se sentĂł a la mesa. —¿De dĂłnde sales? —lo mirĂł Jess con un gesto burlĂłn—. Ten cuidado, a ver si vas a meter las ojeras en la mantequilla. —Buenos dĂas a ti tambiĂ©n, encanto —ironizĂł el chico—. Algunos no estamos de vacaciones, Âżsabes?, y tenemos que trabajar venciendo la diferencia horaria. —Ah, Âżque esa no suele ser tu jeta habitual? —SonriĂł mordaz—. Nunca me habĂa fijado. —Pff, creo que voy a necesitar más de un cafĂ© para soportarte esta mañana. —Pues no funciona, eh —asegurĂł Jess—, yo ya llevo un par de ellos, y ha sido verte y ponerme de mala hostia. Alek se sirviĂł un cafĂ©, se puso en pie y saliĂł del salĂłn con la taza en la mano, lanzando improperios. Nadine y Kirsty miraban a Jess con una expresiĂłn entre asombrada y divertida. —¿Y tĂş eres la reina de la comunicaciĂłn? —le dijo Kirsty al instante, arrancándole a Nadine una carcajada. —Pues sĂ, Kirsty. TenĂa claro lo que querĂa decir y lo he dicho. —SonriĂł Jess, encogiĂ©ndose de hombros—. Sincera y a la yugular. —¿Y te parece normal? —Me parece lo que se merece despuĂ©s de… —guardĂł silencio de improvisto. Las dos mujeres la observaron con curiosidad esperando que terminara la frase, pero no lo hizo. —¿Nos vas a dejar asĂ? —No es un secreto que no nos llevamos bien —dijo Jess, encogiĂ©ndose de hombros al tiempo que le daba un bocado enorme a su tostada. —¿QuĂ© me he perdido? —SonriĂł Kirsty con curiosidad. Su amiga se hizo un gesto a la boca para hacerla consciente de su imposibilidad para hablar mientras masticaba. —Sabes que pienso esperar hasta que te tragues eso, Âżno? —le preguntĂł Kirsty con un gesto divertido. Jess se sintiĂł observada, hasta que terminĂł diciendo: —Quizá ayer tuvimos una pequeña discusiĂłn cuando subimos a dormir —admitió—. Y quizá me molestĂł un poco que se metiera con Reese, y… quizá tambiĂ©n le dije por dĂłnde podĂa meterse sus opiniones. —Esos son muchos quizás. —Él tampoco se quedĂł callado, eh —insistiĂł Jess—, y eso es ya sin el quizá. Kirsty sonriĂł, un tanto perpleja. —¿Discutiste con Alek por culpa de un tĂo al que ni siquiera conoces? —Con el que pienso mantener un tĂłrrido romance. —¡Pero si no sabes nada de ese tipo! —le recordĂł Kirsty. —SĂ© que es joven, soltero, aventurero, y que tiene una mente brillante, ÂżquĂ© más necesito? —¿Un mĂnimo de atracciĂłn sexual? —ironizĂł Kirsty—. Sin eso las cosas no funcionan, te lo digo yo que sĂ© de lo que hablo. —A mĂ tres Pulitzer me ponen como una moto. —SonriĂł Jess—. Eso ya solo de entrada. Kirsty se dio por vencida, pero no pudo evitar reĂr por la expresiĂłn divertida de su amiga. CapĂtulo 32 Aquella misma tarde, cuando rondaban las seis, Mike regresĂł a casa tras haber estado fuera todo el dĂa, incluso se habĂa saltado la comida. Kirsty, a pesar de estar con Jess, lo habĂa echado muchĂsimo de menos, hasta el punto de estar distraĂda la gran mayorĂa del tiempo. No podĂa evitar pensar en Ă©l, por mucho que se esforzara, y aquello la sacaba de quicio de vez en cuando y la hacĂa suspirar otras veces. —¿QuĂ© tal la sauna de hoy? —le preguntĂł al cruzarse con Ă©l cerca del despacho, al que iba acompañado de su padre. Mike no se molestĂł ni en contestar, lo cual le valiĂł un gesto furioso de Kirsty. —¿No tenĂas revisiĂłn en el hospital? —le preguntĂł a su padre, entrando con ellos en el despacho. —SĂ, nos vamos en unos veinte minutos —le contó—. Voy a cerrar un par de cosillas con Mike. —¿Y tĂş? —MirĂł a Mike con un gesto hosco—. ÂżTe vas a quedar aquĂ en la casa? —Sà —confirmó—. ÂżTe molesta mi presencia? Kirsty sonriĂł irĂłnica. —¿De verdad quieres una respuesta sincera? —SĂ, me encantarĂa, pero sĂ© que no tienes ninguna intenciĂłn de dármela —dijo mordaz—. AsĂ que deja caer una de tus respuestas ácidas e hirientes y dĂ©janos solos, por favor. —Sois de un desesperante los dos… —se quejĂł Thomas cogiendo asiento mientras dejaba escapar un suspiro resignado. Kirsty tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no darle la razĂłn con una pulla digna de su Ăşltimo comentario. —SaldrĂ© a cabalgar un rato —dijo en un tono amargo, y mirĂł a Mike—. AsĂ no tendremos que cruzarnos hasta la cena. Se despidiĂł de su padre y fue en busca de Marty. Hasta hacĂa un segundo no tenĂa ninguna intenciĂłn de salir de la casa, pero ahora que se lo habĂa dicho a Ă©l, la necesidad de sentir el viento en la cara a lomos de Hope se convirtiĂł en imperiosa. Aquello era de las pocas cosas que conseguĂan calmarla. Le propuso el paseo a Jess, pero su amiga prefiriĂł aprovechar para terminar de escribir un artĂculo que su jefe ya le habĂa reclamado dos veces, incluso estando de vacaciones. —¿Una carrera hasta el árbol viejo, Marty? —Te advierto que esta vez voy a darlo todo —le dijo el hombre con una enorme sonrisa—. Se acabaron las contemplaciones. —¿Eso quiere decir que ya no quieres que te dĂ© ventaja? —bromeĂł Kirsty, y rio ante el divertido gesto indignado del detective. Cuando llegaron al famoso árbol, ambos se bajaron del caballo con una sonrisa. HabĂa sido una carrera divertida, aunque nada reñida, puesto que ambos sabĂan que Kirsty era mejor jinete. —Se respira paz aquĂ arriba —reconociĂł el hombre, mirando la casa de Mike a los lejos. —Este siempre ha sido mi rincĂłn favorito de la finca —confesĂł Kirsty con una sonrisa de añoranza—. He pasado horas y más horas sentada bajo este árbol, disfrutando de las vistas. A Mike y a mĂ nos encantaba hacer una parada aquĂ siempre que salĂamos a cabalgar —contó—. HabĂa veces que se nos hacĂa incluso de noche mientras charlábamos o escuchábamos mĂşsica. Kirsty no pudo evitar que se le quebrara la voz al pronunciar aquellas palabras. De repente aquel recuerdo le formĂł un nudo en el pecho que no pudo disimular. Sus ojos dieron muestras al instante de su estado y tuvo que adelantarse unos pasos para que Marty no se diera cuenta. La intensidad con la que anhelaba volver a sentarse junto a Mike bajo aquel árbol… era incluso dolorosa. —¿Ese es Mike? —EscuchĂł decir a Marty con extrañeza. Kirsty se girĂł a mirar hacia la pradera y divisĂł al chico galopando hacia ellos, a una velocidad contra la que ni ella podrĂa competir. Embelesada, Kirsty observĂł la escena y se sintiĂł más y más cautivada a medida que Ă©l se acercaba y se iba haciendo más grande. Como siempre cabalgaban juntos, pocas veces podĂa pararse a mirarlo mientras lo hacĂa, y aquella imagen le arrancĂł un suspiro apenas perceptible, pero que le saliĂł del alma. Aquel era Mike en estado puro, igual de increĂble y salvaje que su adorado Thunder, una visiĂłn maravillosa… Lo observĂł con absoluta fascinaciĂłn, sintiendo una creciente emociĂłn a cada metro que Ă©l recorrĂa…, hasta que llegĂł hasta ellos y lo mirĂł a los ojos, donde una furia intensa e hiriente parecĂa refulgir como un intenso destello. Kirsty se preocupĂł más de lo que le gustarĂa admitir, sin poder dejar de preguntarse quĂ© habĂa hecho ella ahora para ganarse su ira. —¿Ha pasado algo? —le preguntĂł Marty tambiĂ©n con un gesto de asombro. —No, pero quiero hablar con Kirsty —dijo casi entre dientes—. ÂżPuedes dejarnos, por favor? La chica estuvo en un tris de rogarle a Marty que no se fuera, pero las palabras se negaron a salir de sus labios. El hombre los observĂł a ambos durante unos segundos, hasta que terminĂł subiĂ©ndose a su caballo y alejándose de allĂ. Mike posĂł una fiera mirada sobre ella y aguardĂł a que su tĂo se alejara antes de hablar. —No sĂ© de quĂ© se me acusa ahora, pero… —empezĂł diciendo Kirsty, incapaz de seguir soportando aquella mirada en silencio. —Será mejor que te calles —interrumpiĂł Mike—. Lo Ăşltimo que necesito ahora es que alimentes más mi ira. —Pues nada, aquĂ te quedas solo —dijo, caminando hacia Hope—. Cuando te calmes, hablamos. Mike llegĂł hasta el caballo antes que ella, le dio una palmada en el lomo y lo jaleĂł para espantarlo. —¡Eh! —gritĂł Kirsty, ahora iracunda, cuando vio como Hope echaba a correr pradera abajo —. ¡Es la segunda vez que me haces eso, imbĂ©cil! Pero ¡¿quĂ© mosca te ha picado?! —Una mosca cojonera, además de mentirosa al parecer. —¿DeberĂa saber de quĂ© estás hablando? —CruzĂł los brazos sobre el pecho. —¡De tu supuesta relaciĂłn con Alek, de eso hablo! Kirsty se quedĂł perpleja. —¿Qué… pasa con ella? —¡No me tomes por imbĂ©cil, Kirsty! —le gritĂł, recortando mucho las distancias—. ÂżTe has divertido haciĂ©ndome creer que tienes algo con Ă©l? Ella fue incapaz de pronunciar palabra. —¿O acaso es a tu padre a quien le has mentido? —¿Y a ti que más te da? —le dijo con un gesto obstinado, fruto de la vergĂĽenza. —¿Que quĂ© más me da? —rugió—. ¡Yo no sĂ© si tĂş eres idiota o te lo haces! —¡Vete a insultar a quien lo aguarte! —vociferĂł a su vez, indignada. Se girĂł dispuesta a recorrer a pie el camino de vuelta, pero solo consiguiĂł dar un par de pasos. Mike tirĂł de ella y la retuvo entre sus brazos. —¡Ya estamos! ¡Que me sueltes! —le gritĂł. —No hasta que reconozcas la verdad sobre Alek. —¿Es una orden? —¡SĂ, lo es! —¡Ja! ¡Vaya cosa! —insistiĂł con una sonrisa irĂłnica—. Ni que fuera yo de acatar tus Ăłrdenes… —Kirsty, no me calientes más. —DuplicĂł la fuerza de sus brazos—. ÂżTienes o no algo con Alek? —Piensa lo que quieras. Lo escuchĂł dejar escapar tal improperio que tuvo que tragar saliva y contenerse para no temblar. No recordaba haber visto a Mike jamás tan enfadado… ÂżY todo aquello por su mentira sobre Alek? —Kirsty… —SoltĂł aire varias veces antes de seguir—. Estoy a punto de zarandearte. —¡¿No te lo ha dicho ya mi padre?! —terminĂł diciendo, desesperada—. ¡Pues ya está! —Quiero escucharlo de tus labios —dijo, ahora algo más calmado. —Entiendo, quieres avergonzarme y hacerme sentir mal. —¡SĂ, maldita sea! —gritĂł de nuevo, atrayĂ©ndola un poco más hacia Ă©l—. ÂżTan difĂcil es de entender? —Kirsty le devolviĂł una mirada testaruda—. A ver si lo comprendes de esta manera…: o me dices la verdad en los prĂłximos diez segundos o esta noche quedo con Melanie y le echo el polvo del siglo. De ti depende. Kirsty sintiĂł como su sangre hervĂa de rabia e intentĂł revolverse entre sus brazos. Con gusto lo hubiera abofeteado de tener las manos libres. —Parece que por fin nos vamos entendiendo —dijo ahora Mike con una sonrisa cĂnica—. Te quedan cinco segundos. —¡Vete a la mierda! —Los mismo cinco segundos que ella tardarĂa en abrirse de piernas. —¡CabrĂłn! —¿Tienes algo con Alek? —¡No! Ni lo tengo ni lo he tenido nunca ni lo tendrĂ© porque Alek no me gusta —le gritó—. ÂżContento? ¡Ahora suĂ©ltame, idiota, y vete en busca de tu Melanie si te da la gana! —Que a ti te parecerĂa bien, Âżno? Kirsty mirĂł hacia otro lado. No estaba dispuesta a dejarle ver cuánto le dolĂa siquiera pensarlo. —ContĂ©stame. —¡Ya estoy harta de tus preguntas! —¿No es una pregunta tan difĂcil? —insistiĂł Mike, sin soltarla—. Al fin y al cabo, tĂş no me quieres para ti. Ella siguiĂł sin mirarlo. SabĂa que sus ojos serĂan un libro abierto en aquel momento. —No estás dispuesta a ceder ni un poco y pedirme lo que te mueres por tener. —Ya estás suponiendo demasiado de nuevo. Mike sonriĂł, ahora con cierta tristeza. —QuĂ© caro nos está costando tu orgullo a los dos, pelirroja. Kirsty apretĂł los dientes y parpadeĂł violentamente para alejar las lágrimas que pugnaban por salir. —¿Has terminado con tu interrogatorio? —dijo, con la mirada perdida en la distancia—. ÂżPuedo irme? —TodavĂa no. Ella lo mirĂł a los ojos, con cierto asombro, y su corazĂłn se volviĂł aĂşn más loco. —¿Qué… más quieres? —preguntĂł con cautela—. No puedes darme uno de tus escarmientos, asĂ que… —Te lo mereces más que nunca. Kirsty tuvo que contenerse para no dejar escapar un gemido de anticipaciĂłn. Su cuerpo celebraba ya aquella noticia por todo lo alto. —Pero tenemos un problema… —susurrĂł Mike, obligándola a recular, sin soltarla, hasta apoyarla sobre el árbol—. Tu… reticencia a ceder hace de este escarmiento algo muy complicado. —Oh, quĂ© pena, acaban de indultarme entonces —ironizĂł, aunque con cierto fastidio—. ÂżPuedo irme ya? —No puedes —susurrĂł Mike, poniendo una de sus manos en la corteza del árbol, justo encima de su cabeza, mientras con la otra acariciaba ahora uno de sus brazos—. TendrĂ© que hacer uso de la letra pequeña del contrato… Ella le devolviĂł un gesto preocupado, pero ardiĂł en llamas ante el contacto de aquellos dedos. Casi exhalĂł un suspiro cuando Ă©l posĂł tal mirada de lujuria sobre ella que supo que aquella letra pequeña iba a resultar abrasadora. —Pero… dijiste que no me tocarĂas si yo no te lo pedĂa… —titubeĂł. Y se molestĂł consigo misma por ser tan imbĂ©cil como para recordarle aquello. —No te confundas, pelirroja —susurrĂł, recortando la distancia aĂşn más—. Dije que no te besarĂa… La caricia que habĂa ascendido por su brazo llegĂł ahora hasta su cuello y las yemas de los dedos de Ă©l comenzaron a descender por el canadillo entre sus pechos, muy despacio, provocando que los pezones de Kirsty se endurecieran al instante, mostrándolo con absoluta claridad a travĂ©s de la fina camisa que llevaba puesta. Abochornada, la chica apenas podĂa moverse, presa por completo de sus caricias. Un calor sofocante recorrĂa ya cada centĂmetro de su cuerpo, mientras aquellos dedos seguĂan atormentándola. Ahora con el dedo Ăndice, Mike se desviĂł hacia uno de sus pezones e hizo cĂrculos alrededor, observando aquel movimiento con atenciĂłn, lo cual solo servĂa para acrecentar el placer que Kirsty ya no podĂa ocultar en ninguna parte. —Mike… —consiguiĂł murmurar casi de puro milagro. —¿QuĂ©? —susurrĂł Ă©l, desviando ahora sus atenciones hacia el otro pecho, pero la mirĂł a los ojos para preguntarle—. ÂżVas a pedirme que pare o a suplicarme un beso? Y antes de que supiera siquiera quĂ© contestar, Kirsty dejĂł escapar un jadeo de sorpresa y excitaciĂłn cuando aquella mano continuĂł su recorrido hacia abajo. EsperĂł su siguiente movimiento con el corazĂłn en un puño, convencida de que Ă©l meterĂa la mano por dentro de su camiseta para acariciarla sin la prenda de por medio, pero Mike la sorprendiĂł metiendo un par de dedos por dentro de la cinturilla de sus vaqueros y tirando de ellos ligeramente. —Admite que me deseas, pelirroja, al menos eso… —le susurrĂł Mike, ahora casi sobre su boca. Kirsty evitĂł incluso mirarlo, consciente de que sus ojos estarĂan ardiendo en llamas, incapaces de ocultar el fuego que abrasaba su sangre. InmĂłvil, a pesar de que Ă©l hacĂa rato que no la estaba reteniendo, se negĂł a pronunciar una sola palabra, sabiendo que todo lo que dijera saldrĂa entre gemidos y suspiros de excitaciĂłn. —DĂmelo, Kirsty —insistiĂł Mike. Su silencio le costĂł el primer botĂłn del pantalĂłn vaquero, y casi le provocĂł una exclamaciĂłn de asombro. —Tengo que insistir —continuĂł Ă©l. Silencio. El segundo y el tercer botĂłn fueron uno tras otro. —Mike… —dijo ahora en un susurro velado. —¿Mike para o Mike no te detengas? —musitĂł en su oĂdo. Ni siquiera ella lo sabĂa. Su mente, nublada ya por el deseo, apenas si le permitĂa razonar, y su cuerpo deseaba que aquellos dedos continuaran su camino, de un modo irracional. —¿TendrĂ© que comprobar tu grado de excitaciĂłn yo mismo entonces? —dijo Mike con la voz ronca, metiĂ©ndole la mano dentro de los pantalones. Kirsty dejĂł escapar un gemido que la abochornĂł por completo, pero que no serĂa el Ăşltimo. Mike se colĂł dentro de sus bragas con un movimiento firme y llegĂł hasta el centro mismo de su placer con una maestrĂa indiscutible, empapándose al instante de la respuesta a su pregunta. —Ahora… no tienes dĂłnde esconderlo —susurrĂł Ă©l de nuevo en su oĂdo, sin poder contener un jadeo de excitaciĂłn. MoviĂł sus dedos contra el pequeño botĂłn que anhelaba sus caricias, y Kirsty dejĂł escapar un gemido ronco e incontenible, abriendo las piernas de forma casi inconsciente para facilitarle el acceso. Mike aprovechĂł aquel gesto para acomodar su mano y meter un dedo dentro de ella, que ya no era capaz de reaccionar a nada que no fuera el intenso placer que la quemaba por dentro. —Estás incluso más preparada para mĂ de lo que esperaba, cariño —gimiĂł Ă©l sobre su boca —. PĂdeme… un beso, Kirsty… —le suplicĂł, sin dejar de mover los dedos—. Por favor… Pero Kirsty ya era incapaz de entender sus palabras. Fue ella quien terminĂł moviĂ©ndose contra aquellos dedos de forma casi involuntaria, buscando su culminaciĂłn de un modo totalmente desesperado y exento de cordura. Cuando la palma de la mano, tan apretada dentro de los estrechos pantalones, rozĂł levemente el pequeño botĂłn mágico mientras aquellos dedos seguĂan obrando su magia en su interior, Kirsty estallĂł en un universo de cientos de miles de colores que le cortaron la respiraciĂłn por su belleza e intensidad. Se estremeciĂł entre sus brazos durante más tiempo de lo que jamás pensĂł que pudiera durar un orgasmo, mientras sentĂa que Ă©l la sujetaba para evitar que cayera, incapaz de mantenerse del todo en pie por sĂ sola. Pero cuando poco a poco su respiraciĂłn se fue normalizando y fue recuperando el equilibrio y con Ă©l la razĂłn, la vergĂĽenza y el insoportable bochorno que arrasaron cada cĂ©lula de su ser resultaron igual de intensos que aquel clĂmax espectacular. EmpujĂł a Mike y saliĂł de sus brazos, alejándose unos pasos, buscando una serenidad que no encontraba por ninguna parte. SintiĂł la rabia crecer en su interior hasta cegarla por completo y se aferrĂł a ella para superar la vergĂĽenza. —Kirsty… —lo escuchĂł susurrar. —No te atrevas a hablarme —le dijo irritada, pero sin mirarlo. —Estoy igual de sorprendido que tú… Aquellas fueron, sin duda, las palabras peor elegidas de la historia. —¿Es que tĂş no te cansas nunca de humillarme? —le gritĂł Kirsty, mirándolo por primera vez a los ojos, aĂşn roja como la grana. —No era mi intenciĂłn —le aseguró—. ÂżY quĂ© te humilla tanto? A mĂ me ha parecido algo increĂble y…. —¡Que te calles! —interrumpiĂł a voz en grito, sin poder evitar que dos traicioneras lágrimas rodaran por sus mejillas. Se las limpiĂł con saña y se enfrentĂł a Ă©l—. ÂżCĂłmo creĂas que terminarĂa esto? ÂżEsperabas que te diera las gracias por el desahogo? ÂżTienes la más remota idea de cĂłmo me siento ahora mismo? —recortĂł más todavĂa las distancias, escudándose en su furia para poder mirarlo a los ojos—. ÂżEs que jamás te cansas de anularme? Me obligaste a regresar a Little Meadows, me forzaste a que aceptara tu protecciĂłn, te escudaste en tus escarmientos para poder hacer conmigo lo que quisieras mientras me pedĂas que mi padre no se enterara de nada… ÂżPor su salud? ÂżPorque lo respetas? —Rio con cierto histerismo—. ¡QuĂ© poca vergĂĽenza y quĂ© poca decencia! Si respetaras a mi padre lo más mĂnimo, me respetarĂas a mĂ tambiĂ©n y no me tratarĂas como si fuera una concubina. —Jamás te he faltado al respeto —le asegurĂł Mike, muy serio. —¿No? ÂżY quĂ© ha sido eso de hace un momento? —continuĂł aĂşn rabiosa, consciente de que cuando guardara silencio el dolor lo eclipsarĂa todo—. ÂżQuĂ© creĂas que pasarĂa cuando terminaras con semejante escarmiento? ¡Esta ofensa ha superado con creces a todas las demás! ÂżTe sientes más hombre al demostrarme que no puedo resistirme a ti por mucho que mi mente lo desee? —rugiĂł, dándole pequeños golpecitos con el dedo Ăndice sobre el pecho—. ¡Pues gracias por demostrarme de quĂ© pasta estás hecho! Se dio media vuelta y comenzĂł a caminar con furia en direcciĂłn a la casa. Y nunca sabrĂa quĂ© extraña locura se apoderĂł de ella al pasar ante Thunder, pero para cuando su cordura volviĂł a regir, se habĂa subido al caballo y lo habĂa espoleado con fuerza mientras escuchaba a Mike gritarle y rogarle que se detuviera. Cinco segundos. Aquello fue todo lo que Thunder permitiĂł que galopara sobre Ă©l antes de ponerse a dos patas para quitársela de encima. Y por un aterrador instante, en el que comprendiĂł que iba a pagar caro aquel arranque de locura, deseĂł con todas sus fuerzas poder retroceder el tiempo tan solo un minuto atrás, para que las Ăşltimas palabras que Ă©l habĂa escuchado de sus labios no fueran tan hirientes. Cuando aterrizĂł en el suelo, rodĂł un par de metros y sintiĂł un intenso dolor en cada parte de su cuerpo. Finalmente quedĂł tumbada bocarriba sobre el cĂ©sped y observĂł el precioso cielo azul con una extraña sensaciĂłn de paz. La rabia parecĂa haberse disuelto como por arte de magia, jamás se habĂa sentido tan tranquila. Mike llegĂł corriendo hasta ella con una expresiĂłn de total y absoluta devastaciĂłn, y ella intentĂł sonreĂr para tranquilizarlo, aunque no tenĂa claro si lo estaba consiguiendo. —Kirsty… —lo escuchaba repetir una y otra vez con angustia, y ella se tenĂa que limitar a mirarlo porque no tenĂa fuerzas para nada más—. No cierres los ojos, amor, quĂ©date despierta — le suplicĂł ahora. «Me ha llamado amor…», se dijo mientras se dejaba invadir por una agradable sensaciĂłn de plenitud. Y de una forma extraña, se le vino a la memoria cuando lo arropĂł en su apartamento y Ă©l dijo aquella misma palabra entre sueños… Deseo con todas sus fuerzas poder dormir entre sus brazos algĂşn dĂa. —Por favor, Kirsty, mĂrame, no dejes de mirarme… «Te mirarĂa toda mi vida», pensĂł, y deseĂł poder decĂrselo, pero empezaba a dolerle de un modo insoportable la cabeza. Quizá si cerraba los ojos unos segundos, lograrĂa que aquel dolor cediera un poco para poder hablar… —No, no, abre los ojos, amor —escuchĂł a Mike suplicarle una y otra vez. «Amor, de nuevo». SonriĂł para sĂ, y durante un segundo se permitiĂł creer que Ă©l lo decĂa en serio. DespuĂ©s todo se hizo oscuridad. CapĂtulo 33 Cuando Kirsty abriĂł los ojos de nuevo, mirĂł a su alrededor desorientada. TenĂa una extraña sensaciĂłn de laxitud que no le desagradaba del todo y el dolor de cabeza habĂa desaparecido por completo. Si le hubieran dicho que iba subida en una nube, no habrĂa dudado en creerlo. A lo lejos escuchĂł una voz familiar susurrar su nombre y se girĂł en busca de su procedencia, con el corazĂłn palpitando con renovada intensidad. «Mike». Quiso sonreĂrle, pero cuando lo intentĂł, el dolor de cabeza regresĂł con fuerza, asĂ que tuvo que limitarse a mirarlo. Un segundo más tarde Ă©l desapareciĂł de su vista, y varias personas a las que no conocĂa de nada, comenzaron a pulular a su alrededor. —Soy el doctor Maxwell —le dijo al fin el desconocido que hacĂa rato que la examinaba minuciosamente—. Estás en el hospital John Radcliffe, en Oxford. ÂżRecuerdas algo de lo que ha pasado? Kirsty asintiĂł y mirĂł a su alrededor, un poco asustada, buscando la Ăşnica cara conocida que querĂa ver, pero no la encontrĂł. —Mike —consiguiĂł decir. —SĂ, está aquĂ. —El doctor hizo un gesto y la enfermera se apartĂł a un lado para que el chico pudiera tomarla de la mano. Kirsty lo mirĂł a los ojos, sintiĂł sus dedos enredarse entre los suyos y su corazĂłn se encabritĂł al instante, como le ocurrĂa siempre que lo tenĂa ante sĂ. —Parece que le aceleras el pulso —dijo el mĂ©dico—. Lo cual es sorprendente, teniendo en cuenta la cantidad de calmantes que lleva en sangre. —Y volviĂł a mirarla—. Te has echado una siesta de dĂa y medio, Kirsty, estarás descansada —bromeĂł ahora. «¿Llevaba dĂa y medio inconsciente?», se sorprendiĂł y abriĂł mucho los ojos, muy asustada. —¿Mi padre? —dijo entre susurros. Aquel susto podĂa haberle costado caro. Se sintiĂł tan culpable que sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. —Él está bien —le asegurĂł Mike—. AĂşn no le hemos dicho lo de tu accidente. Aquello consiguiĂł calmarla. Mike siempre estaba tan pendiente de todo… —ApriĂ©tame la mano con fuerza, belleza —le pidiĂł ahora el mĂ©dico—. Perfecto… Ahora te vamos a llevar a hacerte un escáner en la cabeza—le contĂł, y mirĂł a Mike—. En una hora estaremos de vuelta. Cuando una hora más tarde Kirsty regresĂł a la habitaciĂłn, Nadine y Jess estaban esperándola. Ambas se abalanzaron sobre ella con un gesto de preocupaciĂłn. —¡Menudo susto nos has dado! —le dijo Jess en un tono jovial—. No sĂ© si me gusta tu forma de tratar a las visitas. Kirsty esbozĂł ahora una tĂmida sonrisa. En la Ăşltima hora habĂa ganado algo de reflejos, incluso habĂa charlado un poco con las enfermeras que la preparaban para el escáner. —¿CĂłmo te encuentras? —le preguntĂł Nadine, apartándole un mechĂłn de pelo de la cara con suavidad. —Como si me hubiera caĂdo de un caballo… —bromeĂł Kirsty, mirando a su alrededor con un gesto de extrañeza—. ÂżDĂłnde está Mike? —Ha salido hace un momento —le contĂł Jess. La decepciĂłn que inundĂł su corazĂłn fue difĂcil de asimilar, pero no dijo nada. Empezaba a tener dolores en gran parte de su cuerpo que le hacĂan muy difĂcil mantener una conversaciĂłn normal. Y cuando una simpática enfermera entrĂł dispuesta a aliviarle el dolor, bromeĂł con la idea de levantarle un monumento. En unos minutos el dolor cesĂł, y con Ă©l toda posibilidad de mantener una conversaciĂłn coherente. —¿Por quĂ© vuelve a estar dormida? —preguntĂł Mike cuando regresĂł a la habitaciĂłn. —Acaban de ponerle medicaciĂłn —le contĂł Nadine—. Tiene muchos dolores. —SĂ, dice el doctor Maxwell que tiene el cuerpo lleno de contusiones —contó—. Por fortuna, solo serán unos dĂas de reposo. Aunque quizá el esguince de tobillo tarde un poco más en curar. —¿El escáner…? —Ha bajado la inflamaciĂłn. —Sonrió—. El peligro ha pasado, solo es cuestiĂłn de tiempo que se recupere. —¡QuĂ© bueno! —suspirĂł Jess—. Ayer las cosas no pintaban nada bien… —Hay veces que solo se puede esperar —les recordĂł Nadine, y sonrió—, pero ha merecido la pena. Pronto esto solo será una pesadilla. —El doctor Maxwell me ha pedido que la ayudemos a estar relajada —siguiĂł diciĂ©ndole Mike a Nadine—. No debe exaltarse, necesita tranquilidad. La inflamaciĂłn del cerebro ha bajado mucho, pero no del todo. Sufrirá de dolores fuertes de cabeza en los prĂłximos dĂas y la ansiedad no ayuda. —Habrá que mantenerla entretenida entones —bromeĂł Jess—. Kirsty no sabe estar sin hacer nada mucho tiempo sin desesperarse. —Habrá que emplearse a fondo —bromeĂł Nadine, y mirĂł a Mike—. Vete a casa un rato. Lo necesitas. —Marty está aparcando —le contó—. Él y Andy, uno de los guardas de Little Meadows, se turnarán para manteneros protegidas. —¿Lo ves necesario? —Es muy fácil colarse en la habitaciĂłn de un hospital, Nadine —le recordó—. Y Kirsty ahora mismo está muy indefensa. —Eso es verdad —aceptó—. ÂżY vas a contarle ya algo a Thomas? Mike lo valorĂł. —Si puede ser y tiene fuerzas, esta tarde dile a Kirsty que lo llame —opinó—. Ya le he puesto demasiadas excusas para no poder pasarle el telĂ©fono, pero preferirĂa que Kirsty estuviera algo más recuperada antes de hablarle del accidente. Entre todos se habĂan encargado de proteger a Thomas hasta ver la evoluciĂłn de Kirsty. Para el hombre, su hija estaba en casa de Mike intentando habituarse a vivir con Ă©l. —Me parece perfecto —aceptĂł Nadine—. Yo harĂ© noche hoy aquĂ, si te parece bien. Mike asintiĂł y despuĂ©s se acercĂł a la cama, mirándola con un gesto extraño. La observĂł dormir durante largo rato, hasta que finalmente se inclinĂł sobre ella, le dio un suave beso en la frente y le susurrĂł algo al oĂdo como si fuera una suave caricia. Kirsty sonriĂł, sintiĂ©ndose mecida por una nube de algodĂłn, mientras creĂa soñar que Mike le susurraba al oĂdo un «adiĂłs, amor» que le arrancĂł un suspiro.
Los siguientes cuatro dĂas fueron una montaña rusa de emociones para Kirsty. Cada dĂa habĂa ido recuperándose un poco más, hasta el punto de que ya apenas si necesita medicarse para los dolores. Ya le habĂan permitido levantarse y dar pequeños paseos, aunque debĂa hacerlo con muletas debido al esguince en su tobillo, lo cual empeoraba el dolor de la espalda. Su padre pasaba algunas horas al dĂa con ella, leyendo y charlando sin parar, y Nadine, Jess e incluso Alek la mantenĂan entretenida a ratos. Marty y Andy se turnaban para que todos estuvieran tranquilos. Todo resultarĂa idĂlico si no la estuviera matando la pena por la ausencia de la Ăşnica persona que se morĂa por ver. Mike apenas si le habĂa hecho un par de visitas de diez minutos durante aquellos cuatro dĂas; pero no podĂa culparlo. Poco a poco, habĂa ido recuperando todos los recuerdos previos al accidente y con ellos cada palabra que le gritĂł aquella tarde. Se habĂa sentido tan humillada por lo sucedido que quizá se habĂa pasado de la raya… Y, para colmo, habĂa cometido la estupidez de subirse a un caballo que sabĂa que no podrĂa dominar. —¿Por quĂ© esa mirada tan triste? —le preguntĂł Jess, sentándose junto a ella en la cama—. Quizá mañana te dan el alta, son buenas noticias. Kirsty sonriĂł. SĂ que lo eran. El doctor Maxwell se lo habĂa dicho hacĂa un rato, tras pasar a examinarla —Estoy muy contenta —le asegurĂł. —Pero tu Mike tampoco ha venido hoy. —EntendiĂł Jess, y Kirsty le devolviĂł una mirada triste—. ÂżQuieres que vaya a buscarlo y le pegue dos guantazos de tu parte? Solo tienes que pedĂrmelo… Aquello sĂ le arrancĂł una sonrisa a Kirsty. —Puedo incluso traerlo hasta aquĂ cogido de una oreja. —DĂ©jalo…, por obligaciĂłn, prefiero que no venga. —VolviĂł a sonreĂr, pero esta vez con cierta melancolĂa. —No entiendo a ese hombre —confesĂł Jess, un poco enojada. —No puedes obligar a alguien a preocuparse por otra persona, Jess —dijo abatida. —Eso es lo raro… —Jess mirĂł a su amiga, a la que no habĂa querido hablarle de aquello hasta no estar más recuperada—. DeberĂas haberlo visto por un agujerito mientras te debatĂas entre la vida y la muerte, Kirsty… —¿A quĂ© te refieres? ÂżEstaba preocupado? —¿Preocupado? ¡Estaba desolado! —le asegurĂł Jess—. No se moviĂł de ese sillĂłn en las treinta y seis horas que pasaste inconsciente… —¿Lo dices en serio? —Kirsty estaba perpleja. —PregĂşntale a Nadine —le dijo—. Tuvo incluso que amenazarlo para obligarlo a comerse medio sándwich que le trajo de la cafeterĂa. Te juro que parecĂa un zombie. Kirsty apenas si podĂa creer lo que estaba escuchando. Hasta que, de tanto pensar, encontrĂł una explicaciĂłn posible. —Se sentĂa culpable —dijo convencida, con cierta tristeza. —O quizá le importas un poco, Kirs… Los ojos de Kirsty dieron muestra de su dolor y ya no quiso ni pudo disimularlo. —No le he dado un solo momento de paz desde que estoy aquĂ, Jess —admitiĂł, dejando correr sus lágrimas—. Incluso la Ăşnica vez que he intentado ayudarlo, terminĂ© arruinando el negocio de su vida. Y no quieras saber la de cosas horribles que le dije antes de subirme a ese caballo… —Él tampoco es fácil de tratar, Kirsty —le recordĂł su amiga—. Y, a pesar de eso, a ti te importa. —La mirĂł arqueando las cejas—. Porque te importa, Âżno? Kirsty sonriĂł ante el gesto divertido mientras intentaba secarse las lágrimas, sin Ă©xito. —Igual un poco…, sĂ. Marty entrĂł en la habitaciĂłn con una sonrisa entusiasta. —LlegĂł la caballerĂa —bromeĂł el hombre. —Me alegro de verte. —SonriĂł Kirsty con sinceridad. —Thomas y Nadine se han quedado un poco rezagados, pero han venido conmigo —contó—. AsĂ que quizá te dan el alta mañana —le dijo ahora, realmente contento—. ¡Es genial! —SĂ, pero ÂżcĂłmo te has enterado? —Me lo ha dicho Mike —dijo el hombre con toda tranquilidad—. Él salĂa del hospital cuando yo entraba. Las dos chicas lo miraron estupefactas. —El mĂ©dico parece muy sorprendido con tu recuperaciĂłn —siguiĂł diciendo Marty—. Supongo que tienes muchas ganas de salir de aquĂ. La chica se limitĂł a asentir, intentando brindarle una sonrisa que no logrĂł esbozar. Su padre y Nadine entraron ahora por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. —¡Es genial que ya vayan a darte el alta! —casi gritĂł su padre, acercándose a besarla. —Pero bueno, cĂłmo corren las noticias —protestĂł Kirsty con una mezcla de sorpresa e irritaciĂłn. Al parecer, ella era la Ăşnica que no se habĂa enterado de la gran noticia a travĂ©s de Mike, lo cual era lĂłgico, puesto que no se habĂa molestado en pasar a verla. —En casa te recuperarás mucho antes —continuĂł diciendo su padre, ajeno a sus cavilaciones —. Lo que me recuerda que tengo algo delicado que comentarte… Kirsty lo mirĂł con el ceño fruncido, leyendo la preocupaciĂłn en su rostro. —Sin paños calientes. —SonriĂł, intentando facilitarle las cosas. —El caso es que el doctor Maxwell cree que necesitarás algo de rehabilitaciĂłn en el tobillo… —SĂ, a mĂ tambiĂ©n me lo ha dicho —afirmó—. ÂżY quĂ© es lo delicado? —Ha indicado que las mejores terapias se hacen en el agua, y que te vendrĂa bien tambiĂ©n la nataciĂłn para recuperarte del todo. Ahora sĂ lo vio venir de frente, sin frenos y a toda pastilla… —¿Y? —dijo, no obstante, esperando la gran sugerencia que ya le tenĂa encogido el estĂłmago. —No quiero que te exaltes, Kirsty, pero habĂa pensado que quizá… podrĂas alojarte unos dĂas con Mike en su casa —dijo, y se apresurĂł a añadir—. Solo hasta que te recuperes del todo. Mike no tiene escaleras y… —Papá… —AsĂ tambiĂ©n estarĂas protegida. —Papá… —Y matarĂamos dos pájaros de un tiro. —Ahora sĂ guardĂł silencio, y esperĂł su respuesta con una ansiedad mal disimulada. —Mike apenas ha pasado por esta habitaciĂłn —le dijo, intentando que nadie se diera cuenta de cuánto la entristecĂa eso—, ÂżquĂ© te hace pensar que va a aceptar que me aloje en su casa? —A Ă©l le parece bien —se apresurĂł a contarle Thomas. Kirsty lo mirĂł asombrada y con el corazĂłn martilleando ahora a toda pastilla. —Se lo he sugerido hace unos minutos, en cuanto que nos ha dado el parte mĂ©dico. —¿Y quĂ© ha dicho exactamente? —preguntĂł, como si aquella respuesta le importara menos que la crĂa y reproducciĂłn del escarabajo pelotero. —Que si tĂş accedes, Ă©l no tiene problema. La chica mirĂł a Jess, quien le devolviĂł una mirada interrogante. La posibilidad de vivir con Mike una temporada la llenaba de una emociĂłn apenas contenida. SerĂa absurdo engañarse a sĂ misma fingiendo que no se morĂa por aceptar, pero no querĂa imponerle su presencia si Ă©l apenas podĂa soportar verla. Sus miradas de desagrado la matarĂan lentamente, estaba segura. —¿QuĂ© dices, Kirsty? —la alentĂł su padre de nuevo. —Yo no pondrĂ© objeciĂłn… si Mike me dice personalmente que no le importa mi presencia en su casa. —Pero si acaba de decĂrmelo… —Me da igual —insistió—. Deberá decĂrmelo a mĂ. No creo que le mate pasar por la mansiĂłn a hablarlo conmigo. Pero no tuvo que esperar tanto tiempo. A la mañana siguiente, cuando el doctor Maxwell firmĂł su alta y solo le quedaba esperar a que Marty fuera a recogerla, fue Mike quien entrĂł en la habitaciĂłn. —¿CĂłmo estás? —le preguntĂł el chico, como si fuera de lo más normal que Ă©l estuviera allĂ. —Mejor, gracias —contestĂł con educaciĂłn, sin atreverse a mirarlo. La sorpresa debĂa ser obvia en su expresiĂłn—. ÂżY Marty? —En la casa, organizando la seguridad para tu llegada—le contĂł. —¿En… tu casa? —casi titubeĂł. —SĂ, si no tienes inconveniente. —Se encogiĂł de hombros. Kirsty estuvo a punto de caerse de espaldas, ni siquiera supo cĂłmo logrĂł sonar normal. —Si tĂş no lo tienes, yo tampoco —admitiĂł. —Perfecto, entonces vámonos —dijo Mike—. ÂżCrees que puedes llegar al coche con las muletas? Kirsty lo pensĂł detenidamente. —AĂşn me duele mucho la espalda —confesó—. Solo puedo usar las muletas en trayectos cortos. Mike se parĂł a meditarlo. —Aguarda aquĂ… Kirsty lo vio salir y sonriĂł con cierto nerviosismo. A pesar de la inquietud que sentĂa, si no fuera por su tobillo, podrĂa ponerse a danzar por la habitaciĂłn. Era posible que al finalizar el dĂa tuviera los nervios tan destrozados que se arrepintiera de haber aceptado alojarse con Mike, pero en ese preciso momento apenas podĂa contener la emociĂłn. «Tienes que hacerte mirar este trastorno bipolar, Kirsty», se dijo con una sonrisa en los labios. Era muy consciente de que la Ăşltima vez que habĂan estado a solas habĂa puesto a Mike de vuelta y media, de tan enojada y humillada que se habĂa sentido tras… tras… «Vale, mal recuerdo para este momento…», se dijo acalorada. La cuestiĂłn era que habĂa estado a punto de pasar a mejor vida, que llamarla asĂ ya era mucha confianza en el más allá, sin haberse permitido explorar ni un poco todo lo que Mike le hacĂa sentir. ÂżY por quĂ©? ÂżPor miedo, por orgullo, por pura cabezonerĂa…? Lo habĂa meditado mucho aquella Ăşltima noche y habĂa decidido que, si tenĂa ocasiĂłn, a partir de aquel momento estaba dispuesta a dejarse llevar por las sensaciones, aunque para eso tuviera que ceder y pedirle a aquel pedazo de dios griego que le arreara un besazo de esos que terminan en el sofá en mitad de una cena de negocios… Suponiendo que la divinidad en cuestiĂłn siguiera dispuesta a concederle aquel deseo tras todo lo sucedido, lo cual, debĂa reconocer, no tenĂa del todo claro. Los motivos de Mike para mantenerse lejos del hospital eran lo Ăşnico que estropeaba aquella idĂlica conversaciĂłn consigo misma… Él regresĂł unos minutos despuĂ©s con una silla de ruedas, que al parecer le habĂan prestado para llegar hasta el aparcamiento. Kirsty cogiĂł asiento, y Mike le dio las muletas y se colgĂł al hombro la bolsa de deporte con las pocas cosas que habĂa acumulado en su estancia en el hospital. Cuando se detuvieron para esperar al ascensor, una de las enfermeras que habĂa estado atendiĂ©ndola llegĂł hasta ellos a la carrera. —¡Casi te me escapas! —le dijo la mujer, tendiĂ©ndole las tres primeras novelas de la serie Riley—. Me ha costado una discusiĂłn y un viaje a Londres que mi amiga me las devolviera, pero misiĂłn cumplida y justo a tiempo. Kirsty sonriĂł divertida. Se habĂa reĂdo mucho con ella mientras la mantenĂa al dĂa de todas las pesquisas que hacĂa para recuperar sus novelas prestadas y que pudiera firmárselas. —Estas no volverán a salir de mi casa, eso te lo… —Entonces levantĂł la vista, vio a Mike y ya no terminĂł la frase—. ¡Ay, por Dios! Kirsty no pudo contener una divertida carcajada, viendo como la mujer miraba pasmada al chico. —¡Es aĂşn más guapo que en la foto! ¡Y las novelas tampoco le hacen justicia del todo…! —Gracias…, supongo —titubeĂł Mike, realmente perplejo. Y mirĂł a Kirsty con un gesto interrogante, un tanto cohibido. —Salude a la chica, detective —le dijo Kirsty, mirándolo de reojo mientras firmaba las novelas, sin disimular su diversiĂłn. —¡QuĂ© graciosa! —murmurĂł. —No seas grosero Riley —insistiĂł Kirsty. Por fortuna, el ascensor se abriĂł y pudieron alejarse de la simpática enfermera, que los despidiĂł con una cara de felicidad absoluta. —Eso ha sido surrealista total… —le dijo Mike, comprobando que el botĂłn de la planta baja ya estaba pulsado. —¿QuĂ© te costaba guiñarle un ojo? —bromeĂł Kirsty—. Riley lo hace a menudo. El ascensor se detuvo a recoger gente dos plantas más abajo, y las chicas que subieron miraron a Mike y Kirsty con asombro. Durante el resto del trayecto las escucharon murmurar y reĂr como colegialas. —Creo que voy a encargarme personalmente de encontrar al que hizo esa foto… —se quejĂł Mike en voz baja, en un tono malhumorado— y se va tragar una copia. Pero Kirsty ahora daba por buena aquella foto, aunque fuera solo por haberles permitido romper el hielo entre ellos durante aquello pocos segundos. Por desgracia, apenas se subieron en el coche volvieron a sentirse encorsetados de nuevo, ambos incapaces de comportarse con normalidad. «No va a ser tan fácil aventurarte y pedirle ese beso, Kirsty», se dijo mordiĂ©ndose el labio inferior con nerviosismo, observándolo con disimulo mientras conducĂa, demasiado consciente de su atractivo. MirĂł sus manos firmes sobre el volante, y un segundo despuĂ©s el recuerdo de una de ellas metida dentro de sus pantalones se formĂł nĂtido en su mente, provocándole un cortocircuito. Se habĂa negado a rememorar aquello durante los dĂas que habĂa pasado ingresada en el hospital. El doctor Maxwell habĂa hecho mucho hincapiĂ© en que debĂa estar relajada, sin alterarse lo más mĂnimo, para favorecer a su recuperaciĂłn, asĂ que supuso que recordar un orgasmo, cuya intensidad jamás pensĂł que fuera posible, no era lo más inteligente. «Lo que no es inteligente es recordarlo en este momento, pelirroja», se dijo, y sonriĂł al ser consciente de que se habĂa llamado pelirroja a sĂ misma. —Se te ve contenta —le dijo Mike de repente, sobresaltándola. Kirsty no pudo mirarlo a los ojos, pero contestĂł con una sonrisa: —Estoy viva, y eso siempre es motivo de celebraciĂłn. Mike asintiĂł, pero no hizo un solo comentario al respecto, lo cual la defraudĂł un poco, aunque la ayudĂł a calmar el calor. Cuando llegaron a la casa, Kirsty estaba especialmente nerviosa. Mike saliĂł con rapidez de coche y dio la vuelta para entregarle las muletas y ayudarla a bajarse. —Gracias —le dijo la chica con una sonrisa tĂmida, pero honesta. DespuĂ©s caminĂł con las muletas los pocos metros que la separaban de la puerta y mirĂł los tres escalones de acceso con un gesto de horror—. Esos sĂ van a ser un problema. No sĂ© si puedo impulsarme tanto. —Coge las muletas con una mano —le pidiĂł Mike. Ella obedeciĂł al instante, y se sorprendiĂł cuando Ă©l la tomĂł en brazos y subiĂł los escalones casi sin esfuerzo. Cuando la soltĂł frente a la puerta, Kirsty estuvo a punto de protestar, pero se contuvo a tiempo. —Quizá deberĂamos hablar unos minutos. —Se le escapĂł a la chica, casi sin pensarlo. —SĂ, pero no ahora —dijo, abriendo la puerta y dejándole paso para que fuera ella quien entrara primero. Y entonces, Kirsty entendiĂł por quĂ© debĂan esperar para la charla. Su padre y Nadine, Jess y Alek, Marty e incluso Doris, todos estaban allĂ esperando su llegada. La recibieron con tal algarabĂa, entre vĂtores, que a Kirsty terminaron saltándosele las lágrimas sin remedio. —La pancarta ha sido idea tuya, Âża que sĂ? —le dijo a Jess cuando llegĂł su turno de abrazarla, señalando el «bienvenida» enorme que colgaba de la pared. —Mujer, el stripper no me pegaba mucho con la ocasiĂłn —Y se acercĂł a susurrarle al oĂdo —, pero siempre puedes pedirle un pase privado a tu detective, ahora que vais a vivir juntos. Kirsty la matĂł con la mirada, pero terminĂł sonriendo ante el gesto malicioso de su amiga. No pudo evitar buscar a Mike con la mirada, al que localizĂł charlando con Marty. Al parecer, hablaban de cĂłmo habĂan dispuesto los turnos de vigilancia para que todos pudieran estar tranquilos. Kirsty intentĂł captar algo de la conversaciĂłn, pero habĂa demasiada gente hablándole al mismo tiempo. Quizá se habĂa precipitado al pensar que Mike tambiĂ©n iba a vivir en la casa… —¿Puedo saber cĂłmo vamos a organizarnos? —preguntĂł en alto, presa de una repentina angustia. —¿A quĂ© te refieres? —preguntĂł su padre con curiosidad. Kirsty se ruborizĂł. No podĂa preguntar directamente si Mike iba a vivir con ella, pero la realidad era que aquello era lo Ăşnico que le importaba. —No lo sé… —dudó—. ÂżEstoy segura aquĂ? ÂżQuiĂ©n va a vivir en la casa? —Cuanta más gente, más barullo —opinĂł Marty—. Tanto Andy como yo haremos turnos de dĂa, y para las noches hemos contratado seguridad especial. Alek y Jess es mejor que sigan durmiendo en la mansiĂłn. «Genial, una informaciĂłn interesante, pero insustancial», pensĂł, irĂłnica. Aquello no le aclaraba lo más importante. —Te he preparado una maleta con ropa y cosas de aseo —le dijo Nadine ahora—. Pero si necesitas algo más, me lo dices. Voy a quedarme unos dĂas más en la mansiĂłn para mimarte un poco. —SonriĂł ante el aplauso entusiasmado de Kirsty—. Y habrá que retirar el vendaje del tobillo en breve para que puedas empezar a ejercitarlo. —Yo tambiĂ©n vendrĂ© a verte muy a menudo —le dijo su padre, feliz. —Vamos que no voy a estar sola ni un momento. —Rio Kirsty, intentando disimular un ligero malestar ante la idea de no tener un solo segundo a solas con Mike—. Todos vais a estar mimándome a todas horas. —Bueno, en las noches tendrás que conformarte con Mike —dijo su padre con una sonrisa sincera—. Y pobre de Ă©l como no mime a mi niña como se merece —MirĂł al chico, risueño—. Ya se lo he dicho. Kirsty estuvo a punto de hiperventilar. Se aventurĂł a mirar a Mike para leer su reacciĂłn, pero solo encontrĂł una de sus expresiones imperturbables en su rostro y una sonrisa de compromiso para su socio. La chica prefiriĂł no añadir nada más por miedo a que su padre siguiera haciendo comentarios comprometedores. SuponĂa que al hombre le resultaba tan inconcebible que entre Mike y ella pudiera surgir algo, que no pensaba las cosas antes de decirlas. Pero al menos le habĂa aclarado el punto que más le importaba: Mike vivirĂa allĂ con ella, y aquello la llenaba de dicha. Una hora más tarde estaba agotada. Era feliz rodeada de gente, pero debĂa reconocer que aĂşn no estaba ni de lejos recuperada del todo. La cabeza comenzĂł a dolerle ligeramente y el cuerpo le pedĂa algo de descanso y tranquilidad. —¿Te muestro tu habitaciĂłn? —le sugiriĂł Mike cuando más necesitaba alejarse. Kirsty le regalĂł una sonrisa enorme de agradecimiento. —SĂ, por favor. La ayudĂł a ponerse en pie y le tendiĂł las muletas. La chica se excusĂł con todos por tener que retirarse a descansar al menos una hora. DespuĂ©s podrĂan comer todos juntos, dado que Doris parecĂa haber hecho comida para un regimiento. CaminĂł junto a Mike, que tuvo la cortesĂa de ir a su ritmo, y ambos desaparecieron tras la puerta que llevaba al resto de la casa. —¿No es una imagen genial? —SonriĂł Thomas señalando a la pareja que se alejaba, dándole a Marty un codazo divertido. El detective sonriĂł. —Eres todo un personaje, Thomas —dijo risueño—. Solo espero que no tengamos que lamentarnos de nada. —Están cautivos en el paraĂso —le guiñó un ojo—. ÂżQuĂ© puede salir mal? —¿Con esos dos? —le devolviĂł una mirada incrĂ©dula—. Montones de cosas, lo sabes igual que yo. —No seas cenizo, hombre —se quejĂł Thomas. —Realista nada más —SonriĂł Marty—, aunque espero que seas tĂş quien tenga la razĂłn, claro. El detective se alejĂł de allĂ para hablar con Andy, que le hacĂa señas desde la puerta. —¿QuĂ© cuchicheabais tanto? —Rio Nadine, acercándose a Thomas. El hombre le devolviĂł una sonrisa esplendida. —Marty apuesta porque terminarán matándose, pero yo soy más optimista y creo que su relaciĂłn saldrá fortalecida con la convivencia cercana. —¿Te refieres a su relaciĂłn de hermanastros? —Claro. —Pero sonriĂł con cierta diversiĂłn. —Pero te recuerdo que no son hermanastros —insistiĂł Nadine. —¿Y quĂ©? —Como que Âży quĂ©? —SonriĂł la mujer, y observĂł a Thomas con más detenimiento. —¿QuĂ© pasa? —terminĂł preguntándole el hombre, ampliando su sonrisa un poco más—. Siempre tuvieron una relaciĂłn muy especial. Nadine frunciĂł el ceño y volviĂł a mirarlo, suspicaz. —Y… Âżhasta quĂ© punto crees que es especial, Tom? —¿Hasta quĂ© punto es especial la nuestra, Nadine? —le preguntĂł Ă©l a su vez, con una sonrisa maliciosa. La mujer se ruborizĂł al instante. —Pues eso —agregĂł Thomas, dejando escapar una sonora carcajada.
Kirsty entrĂł en la bonita habitaciĂłn y sonriĂł. MirĂł a su alrededor con asombro, comprobando que no faltaba un detalle. A mano izquierda habĂa un baño y, aunque nada allĂ era tan grande como en la alcoba principal, resultaba una estancia realmente cĂłmoda y encantadora. —¿Todas tus habitaciones son tan impresionantes? —le preguntĂł Kirsty, sentándose en la cĂłmoda cama. —Todas son amplias y tienen baño propio, si te refieres a eso. —Pero esta parece más decorada incluso que la tuya. —Doris estuvo aquĂ ayer, con un batallĂłn de gente, para preparar la alcoba para ti —le contĂł —. Por cierto, tu ropa está en el armario y tus cosas de aseo en el baño. El asombro de Kirsty era patente. —¿Y… si me hubiera negado a venir? —preguntĂł con cautela. —Thomas me asegurĂł ayer que habĂas dicho que sà —dijo, encogiĂ©ndose hombros. —Cierto, pero con requisitos —le recordĂł. —Requisito que he cumplido al ir a buscarte Âżo no? Kirsty asintiĂł, un tanto cohibida. Lo siguiĂł con la mirada mientras Ă©l descorrĂa las cortinas para que entrara la luz. —Esta no tiene terraza, espero que no te importe —le dijo, girándose a mirarla—. Te habrĂa cedido mi alcoba, pero Doris insistĂa en ponerte unas cortinas de colores, a juego con una colcha de no sĂ© quĂ© y un sinfĂn de cosas innecesarias más, que no voy a necesitar en mi cuarto cuando te vayas —le contó—. AsĂ que ambos decidimos que era mejor prepararte esta habitaciĂłn a ti. La chica se entretuvo en mirar a su alrededor para no tener que pensar en la sutileza con la que Ă©l habĂa hablado del hecho de que esperaba que ella se marchara de allĂ en algĂşn momento. —Levanta un segundo que te destapo la cama —le dijo Ă©l ahora, caminando de nuevo hasta ella. Le tendiĂł la mano para ayudarla a mantener en pie mientras con la otra tiraba del edredĂłn y la fina sábana hacia atrás. Kirsty sintiĂł su mano arder ante el contacto con la de Ă©l e inspirĂł hondo para deleitarse con el aroma de su colonia, al que su cuerpo reaccionĂł de forma exagerada. La intensidad con la que necesitaba abrazarlo la abrumĂł. —Mike… —susurrĂł cohibida—. Yo… querĂa hablar contigo… —SĂ© lo que vas a decir, Kirsty —la interrumpió—. Y no debes preocuparte por nada. —La mirĂł con los ojos cargados de una extraña emociĂłn que ella fue incapaz de identificar—. Te garantizo que no te molestarĂ© más. Tienes mi palabra. Kirsty tuvo que sentarse en la cama, incapaz de seguir sujetándose sobre una pierna. Aquello no pintaba bien. —Estamos hablando… —Fue incapaz de formar la frase entera. —De respeto —le confirmĂł Ă©l—. No más escarmientos de ningĂşn tipo. Puedes estar tranquila aquĂ, Kirsty. No tendrás más acoso por mi parte. «¡¿Acoso?!». —Bueno…, yo no considero que me hayas acosado nunca… —le dijo, horrorizada ante lo que parecĂan haber causado en Ă©l sus palabras antes del accidente. —Llámalo como quieras —insistió—. Solo quiero que sepas que no volverĂ© a tocarte, hacer insinuaciones ni siquiera a mirarte, con otros ojos que no sean los de un hermano. «Esto no puede estar pasando…», se dijo Kirsty, intentando no romper a llorar hasta que Ă©l saliera de la alcoba. —Siempre nos llevamos bien, Kirsty —continuĂł Mike—. Quizá podrĂamos intentar recuperar aquello, solo tenemos que esforzarnos un poco. Kirsty se limitĂł a asentir, consciente de que serĂa incapaz de hacer funcionar sus cuerdas vocales, paralizadas ahora por una amarga tristeza que comenzaba a no poder esconder. Se tumbĂł en la cama con una necesidad imperiosa de estar a solas y llorar hasta desfallecer. Mike la arropĂł con un gesto tierno, y Kirsty a punto estuvo de apartarlo a manotazos. Sencillamente, no podĂa soportar que Ă©l le mostrara aquel cariño de hermano mayor… —Descansa. Lo necesitas —fue lo Ăşltimo que le dijo antes de salir de la habitaciĂłn. Nunca sabrĂa la amarga desolaciĂłn que dejaba tras Ă©l.
Mike caminĂł a pasĂł rápido hasta el salĂłn, pero pasĂł ante todos sin detenerse. SaliĂł por la puerta delantera sin decir una sola palabra. Al menos hasta que se topĂł con Marty, que estaba fuera dándole unas instrucciones a Andy. —¿QuĂ© te pasa? —lo detuvo su tĂo, observándolo con atenciĂłn. —Nada. —Entonces, Âżpor quĂ© estás asĂ? —¿AsĂ cĂłmo? —preguntĂł, sin detenerse, caminando hacia el coche. —Como si acabaras de firmar tu sentencia de muerte. —Porque puede que acabe de hacerlo —susurrĂł, subiĂ©ndose ahora al coche. —Pero ÂżdĂłnde vas a estas horas? —Voy a ir salir a montar un rato. —Pero si es casi la hora de comer —le recordĂł su tĂo. —Empezad sin mà —fue lo Ăşltimo que escuchĂł decir a Mike antes de acelerar y perderse en la distancia. Marty observĂł el coche alejarse y dejĂł escapar un suspiro resignado. «Ay, Thomas…, esto no pinta bien». CapĂtulo 34 Los siguientes dĂas fueron demasiado raros para Kirsty, que pasaba de la risa al llanto, de ahĂ a la rabia y de vuelta a la risa, con una facilidad que empezaba a enervarla; todo esto al tiempo que se recuperaba de las Ăşltimas secuelas del accidente y que evitaba que Mike se diera cuenta de que ya mismo necesitarĂa medicaciĂłn psiquiátrica, de seguir asĂ. Mike se comportaba con ella como todo un caballero, haciendo gala de una educaciĂłn exquisita, y se cercioraba de hacer todo lo posible para que estuviera cĂłmoda. Se aseguraba de que todas sus necesidades estuvieran cubiertas…, a excepciĂłn de la Ăşnica que ella se morĂa por llenar. Por fortuna, Jess pasaba casi el dĂa entero con ella para evitar que se volviera loca del todo. Al menos funcionaba cuando estaban solas, porque si sumaban a Alek a la ecuaciĂłn, ambos se convertĂan en un tándem imposible de soportar mucho tiempo. Incluso Mike, que ahora parecĂa llevarse un poco mejor con ambos, salĂa corriendo a su despacho en cuanto que entraban juntos por la puerta. Nadine y Thomas pasaban por allĂ cada tarde, pero Ăşltimamente parecĂan estar de un raro que Kirsty no acertaba a entender… Pero estaba demasiado saturada con sus propios problemas como para pararse a analizarlo. Al menos veĂa a su padre contento y parecĂa que completamente restablecido. VolvĂa a tener la misma vitalidad de siempre, junto con su envidiable sentido del humor, y Kirsty estaba encantada de verlo asĂ. Incluso le habĂa recomendado el dĂa anterior que se echara una novia que pudiera aprovechar todo aquel despliegue de energĂa, a lo cual, para su sorpresa, no se negĂł del todo. Y Kirsty tuvo que reconocer que, a sus sesenta y dos años, su padre era un tipo aĂşn muy atractivo y con un sinfĂn de cualidades que lo convertĂan en un gran partido. Claro que a ella la idea de tener una madrastra no la seducĂa demasiado. —Me ha dicho Nadine que mañana ya puedes retirarte la venda para empezar a ejercitar el pie —le dijo Mike, sentándose en el sillĂłn que habĂa frente al sofá donde Kirsty descansaba, tras quedarse por fin a solas. —SĂ, dice que vendrá por la mañana para ayudarme —le contó—. Si al terminar de moverlo me duele mucho, tendrá que volver a vendarlo. —Seguro que todo va genial. —Eso espero —admitió—. Me apetece mucho empezar con la terapia. Me muero por darme un baño en la piscina, bueno… y por meterme en el jacuzzi —Sonrió—, y por usar la sauna y el sillĂłn de masaje… —No sĂ© si estás para las palizas que te pega ese sillĂłn —bromeĂł Mike—. Se levanta uno baldao de allĂ. —¿En serio? Porque necesito un masaje urgente en la espalda —se quejó—. ÂżMe das uno? «No se te ocurra ruborizarte», se dijo, tras un comentario que no habĂa tenido ninguna intenciĂłn de hacer en alto. —Si tuviera la más mĂnima idea de dar masajes, no tendrĂa problema —le dijo Mike de una forma de lo más natural—. Pero igual te termino de estropear. Kirsty sonriĂł, pero le molestĂł lo poco que a Ă©l parecĂan afectarle aquel tipo de comentarios. En realidad, Ăşltimamente parecĂa no afectarle lo más mĂnimo nada de lo que ella dijera. Claro que ella estaba teniendo la precauciĂłn de comportarse. Por cuánto tiempo iba a lograrlo era la pregunta del millĂłn de dĂłlares. —Una pena —bromeĂł Kirsty ahora—. DeberĂas incluir un servicio de masaje con la cuota del spa. —¿Además de la pensiĂłn completa? —SonriĂł divertido, provocándole a Kirsty un cosquilleo en salva sea la parte que la chica prefiriĂł ignorar. —Lo que me recuerda que tengo hambre. —Oye, zampas mucho —le dijo, poniĂ©ndose en pie—. ÂżDĂłnde narices lo echas? —Supongo que es una cuestiĂłn de genĂ©tica. —SonriĂł, orgullosa por el halago—. ÂżMe alcanzas las muletas? —¿DĂłnde vas? —Contigo a la cocina. No estoy manca, puedo ayudar. —¿Es tu forma de ganarte tu manutenciĂłn? —Es un modo de verlo. —Rio Kirsty, poniĂ©ndose en pie—. Espera, voy a intentar apoyar el tobillo un poco… —¡Ni hablar! —protestĂł Mike al instante. —Nadine dice que mañana podrĂ© empezar a hacerlo. —Hoy no es mañana. —Pero creo que puedo llegar a la cocina sin muletas —insistió—. Me tienen la espalda muy sobrecargada. IntentĂł posar el pie un poco y al segundo siguiente se encontrĂł volando por el aire cuando Mike la levantĂł en brazos. —¡Que no pasa nada! —Rio divertida, sintiĂ©ndose como en una reposiciĂłn de cine clásico. —Mañana con Nadine haces lo que quieras, pero mientras estĂ©s conmigo, mando yo —le dijo, caminando con ella en brazos hasta la cocina. «Igual podrĂamos retrasar un poco la recuperaciĂłn si consigo que me lleve en brazos a todas partes…», sonriĂł, complacida, y sin poder evitar que se le acelerara el ritmo cardiaco. —Echaba un poco de menos al Sargento Semana —dijo Kirsty, y rio ante el divertido gesto de espanto de Mike—. Reconoce que te gusta mandar, no pasa nada. Mike la sentĂł en uno de los taburetes altos de la isleta de la cocina. —TambiĂ©n acato Ăłrdenes estupendamente —se defendiĂł. —¿Me juego la cena si discrepo? —dijo Kirsty entre risas. —De verdad tienes hambre, Âżeh? —La carcajada de Kirsty le hizo sonreĂr a su vez—. Te nombro encargada de la ensalada —le dijo, sacando los ingredientes de la nevera. —Guau, ¡cuánto honor! —¿Has visto? Para que luego me llames mandĂłn… Mike se girĂł hacia la inducciĂłn para hacer a la plancha los filetes que tenĂan para cenar, y Kirsty lo mirĂł embobada, sin poder borrar la sonrisa de su rostro. DebĂa reconocer que le encantaba bromear con Ă©l de aquella manera. Si tan solo pudieran añadir a la ecuaciĂłn algĂşn que otro beso… «Vale, igual no me conformarĂa solo con los besos», tuvo que admitir. «TambiĂ©n quiero volver a ver el universo de colores… ¡QuĂ© demonios, quiero ver ese universo cada diez minutos!». Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de su trasero y concentrarse en la ensalada. CapĂtulo 35 El tobillo resultĂł no estar tan bien como cabrĂa suponer. La movilidad, a criterio de Nadine, era demasiado reducida para llevar diez dĂas inmovilizado, y Mike se empeñó en llevarla al hospital para consultarlo con un traumatĂłlogo, que estuvo de acuerdo en que necesitarĂa hacer terapia con un fisioterapeuta profesional. Por fortuna, el propio traumatĂłlogo tenĂa un amigo, muy bueno en aquel tipo de terapias, y que no tendrĂa inconveniente en desplazarse a Little Meadows para tratarla. —No pasa nada —le dijo Mike en el coche cuando iban de vuelta a casa. Kirsty le devolviĂł una mirada triste. —En pocos dĂas estarás corriendo de aquĂ para allá —insistiĂł el chico—. Y ha dicho que puedes empezar a apoyarlo. —SĂ, lo sĂ©, es solo que me habĂa hecho a la idea de que podrĂa bañarme ya. —Bueno, ahora solo llevas esa tobillera —le recordó—. Puedes quitártela y bañarte cuando quieras. —Pero no puedo nadar. —No, pero si puedes meterte en el jacuzzi. La cara de Kirsty se iluminĂł como un árbol de Navidad. —¿TĂş crees? —No veo por quĂ© no. —SonriĂł, contagiándose de su entusiasmo. —¿SĂ? —De repente parecĂa una niña con zapatos nuevos—. ¡Pues voy de cabeza a ese jacuzzi en cuanto que entre por la puerta! Claro que no sĂ© si tengo un bañador… —FrunciĂł el ceño—, pero me da igual. Puedo bañarme en ropa interior sin problema, al fin y al cabo, ahora solo somos hermanos. No te importa, Âżno? —¿Por quĂ© iba importarme? —dijo Mike, encogiĂ©ndose de hombros. «Claro, Kirs, Âżpor quĂ© iba a importarle verte medio en pelotas?», se dijo irritada, pero no se dejĂł influir. —Genial. —SonriĂł, ahora fingiendo más entusiasmo del que sentĂa—. Oye, me encanta ser tu hermana, de no serlo tendrĂa que haber esperado a que me trajeran un bikini para poder bañarme. —Nunca has tenido problema con eso, que yo recuerde. Kirsty sonriĂł. Quizá si conseguĂa que Ă©l hablara de aquella noche… —¡Es verdad! —dijo encantada—. No serĂa la primera vez que me meto en tu jacuzzi en paños menores, aunque aquel dĂa tenĂa mis motivos para desnudarme… —¿SĂ? —preguntĂł casi como de forma distraĂda. —Claro, querĂa provocarte para que me dieras uno de tus escarmientos —dejĂł caer, como si hablara del tiempo—, pero ya no tengo que preocuparme por eso. Lo mirĂł de reojo y comprobĂł que Ă©l ya no sonreĂa; aquello la hizo sentirse mal tambiĂ©n. —No pretendĂa molestarte —le dijo, ya más seria—. CreĂa que ahora podĂamos hablar de todo. —De los escarmientos no —le dijo con voz grave mientras entraban por fin en Little Meadows y enfilaban el camino hacia la casa. —Pues no entiendo por quĂ© tiene que ser un tema tabĂş —opinĂł. —Prefiero que lo sea. —¿Por quĂ©? —se aventurĂł a preguntar con cautela. —Porque aĂşn acarreas secuelas del Ăşltimo, por ejemplo. Kirsty se quedĂł perpleja ante la respuesta. ObservĂł a Mike con detenimiento y fue consciente de la forma en que sus manos se aferraban al volante, con más fuerza de la necesaria. —Mi accidente no tuvo nada que ver con aquello —le dijo, tras buscar las palabras adecuadas —. Yo nunca debĂ subirme al caballo, asĂ de simple. Él no contestĂł. —¿Mike? —DĂ©jalo. —Pero… —Pero nada, Kirsty —interrumpiĂł, y se girĂł a mirarla tras detener el coche a la puerta de la casa—. Nunca te habrĂas subido a ese caballo de no ser por mi culpa, tĂş lo sabes y yo lo sĂ©, fin de la historia. Jamás volverĂ© a cometer un error semejante, eso ya te lo prometĂ, pero no me pidas que hable de todo aquello, porque no puedo. Se bajĂł del coche dejando a la chica perpleja y con ganas de gritar de impotencia. Mike acababa de calificar como un error todo lo que habĂa pasado entre ellos, pero no era aquello lo que más le preocupaba, sino el intenso sentimiento de culpa que Ă©l parecĂa albergar en su interior… y del que no habĂa sido realmente consciente hasta aquel instante. Cuando Mike abriĂł su puerta y le tendiĂł la mano para ayudarla a bajar del coche, Kirsty solo hubiera querido abrazarlo fuerte y besarlo hasta borrar todo rastro de culpa. SabĂa que aquello no serĂa bien recibido, pero tampoco podĂa dejar las cosas asĂ. TomĂł la mano de Mike, saliĂł del coche, pero lo mirĂł a los ojos antes de coger las muletas que le tendĂa. —Yo no te culpo por el accidente, Mike —le asegurĂł con firmeza—. SĂ© que lo pasaste mal cuando estuve inconsciente, pero no sabĂa que seguĂas culpándote tras pasar el peligro. ÂżPor eso no fuiste casi a verme mientras estaba en el hospital? —Hizo una pausa y admitió—: Eso sĂ me doliĂł. ObservĂł que Mike apretaba los dientes y parecĂa buscar las palabras adecuadas antes de hablar. —El doctor Maxwell insistiĂł en la importancia de que estuvieras tranquila —terminĂł diciendo—. Y los dos sabemos que mi presencia no te ayudaba. Kirsty lo mirĂł perpleja. —¿Lo hiciste por mĂ? —casi susurrĂł. —Era lo mejor. «Aquello era un sĂ», pensĂł con el corazĂłn en un puño, conteniĂ©ndose con todas sus fuerzas para no lanzarse a sus brazos. —Y ahora Âżpodemos entrar en la casa? —insistiĂł Ă©l, tendiĂ©ndole de nuevo las muletas. —Mike… —Ya, por favor. Perpleja, leyĂł la sĂşplica en sus ojos además de en sus palabras. —Pero… no quiero que te sientas mal, Mike —le pidió—. Todo está bien. Yo me estoy recuperando y pronto todo esto solo será una anĂ©cdota. —¿Una anĂ©cdota? —le dijo Mike, ahora en un arrebato—. ÂżTĂş eres consciente de lo poco que ha faltado para que esa caĂda te matara? —¡Pero no me matĂł! —A mĂ sà —dijo ahora en un susurro casi imperceptible, dejándola ver en sus ojos la agonĂa que anidaba dentro de Ă©l. Kirsty tuvo que ahogar una exclamaciĂłn de angustia cuando sintiĂł aquel dolor como suyo. —Mike… —intentĂł abrazarlo, pero Ă©l no se lo permitiĂł. —Por favor, Kirsty, vamos a olvidar los Ăşltimos minutos —suplicĂł ahora, poniĂ©ndole las manos sobre los hombros para asegurarse su atenciĂłn—. DĂ©jame comportarme de forma honorable y ser el hermano que necesitas a partir de ahora. Kirsty solo querĂa llorar.
Durante el siguiente par de dĂas, Kirsty intentĂł comportarse con la misma naturalidad de hermana que los primeros dĂas de convivencia, pero cuando estaba a solas o con Jess, no podĂa evitar llorar desconsolada. Aquella conversaciĂłn junto al coche, que habĂa surgido de una forma tan fortuita, habĂa terminado siendo la más sincera y reveladora que habĂan tenido nunca, y las consecuencias dolĂan a cada minuto del dĂa. Lo curioso era que no sufrĂa solo por ella, lo que no podĂa apartar de su mente era la mirada angustiada de Mike, que anhelaba poder borrar con besos lentos y tiernos. Por fortuna, Alek la habĂa mantenido ocupada aquel dĂa de una entrevista a otra, impidiendo que se ahogara de nuevo en sus propias lágrimas. Al menos hasta que uno de los periodistas de la Ăşnica revista sensacionalista a la que habĂan dado cabida, se las apañó para preguntarle a Mike quĂ© tipo de relaciĂłn mantenĂan entre ellos, a lo que Ă©l no habĂa tenido ningĂşn problema en confirmar que eran como hermanos. A partir de aquel momento, un negro nubarrĂłn habĂa sobrevolado su cabeza y no habĂa sido capaz de centrarse del todo de nuevo. Eran cerca de las ocho de la tarde cuando la revista literaria Poetry London se despidiĂł, y Kirsty pudo relajarse. —Han sido demasiadas entrevistas —protestĂł Mike cuando ella dejĂł escapar un suspiro de agotamiento. —Estoy bien. —Al menos nos las hemos quitado en un dĂa —dijo Alek, y le sonriĂł a Kirsty—. Has estado estupenda, te felicito. Marty saliĂł al jardĂn con una sonrisa tambiĂ©n cansada. —Decidme que hemos terminado —suplicĂł el hombre, dejándose caer en una silla—. Creo que no pienso leer más ni la prensa deportiva. —¡QuĂ© exagerado! —Rio Jess—. Si los periodistas somos la salsa de la vida. —La salsa agridulce —susurrĂł Alek. —¡La salsa picante! —le dijo malhumorada—. Pero quĂ© vas a saber tĂş de eso, sosainas. —¡Joder, no veo el momento de perderte de vista! —terciĂł Alek, irritado. —Dos dĂas nos quedan solo por soportarnos —le recordĂł Jess. —Más las seis horas de vuelo, que van a ser como seiscientas… Kirsty intentaba sonreĂr ante la discusiĂłn. DebĂa reconocer que habĂa algunas peleas entre Jess y Alek dignas de ser retransmitidas, por lo ingeniosas que podĂan resultar a veces por ambas partes, pero estaba ya muy cansada de todo el dĂa y solo aguardaba el momento de poder sentarse con Mike a cenar y a charlar de cualquier tema. En el tiempo que llevaban viviendo juntos, sobre todo durante las cenas, habĂa descubierto cuánto le gustaba conversar con Ă©l y las opiniones tan interesantes que Ă©l tenĂa sobre prácticamente cualquier cosa que le preguntaras. Al menos durante aquellos momentos disfrutaba mucho de su compañĂa, sin pensar en todo lo que la atormentaba. Sorprendida, una noche habĂa comprendido que ahora era cuando realmente estaba comenzando a conocerlo en profundidad, y no conseguĂa encontrar en Ă©l nada que no le gustara. Thomas y Nadine hicieron su apariciĂłn cuando Kirsty estaba a punto de echar con discreciĂłn a todo el mundo de la casa. SuspirĂł y se hizo a la idea de que la ansiada soledad con Mike tardarĂa un poco más en llegar. —Dice Andy que Ă©l no está hecho para el show business. —Rio Thomas cogiendo asiento. —A mĂ tampoco me seduce —admitiĂł Marty divertido—, pero me he reĂdo mucho con ese muchacho todo el dĂa. Al menos se nos ha hecho amena la vigilancia. —Ha estado todo muy bien organizado. —SonriĂł Kirsty—. Gracias a todos. —Se te ve cansada —le dijo su padre, preocupado. —Solo un poco. —¿CĂłmo tienes el tobillo? —le preguntĂł Nadine. —Creo que mejor, y mañana viene el fisio nuevo a empezar con la rehabilitaciĂłn —contĂł la chica—. Lo pospuse para poder quitarme hoy de encima todas las entrevistas. A partir de mañana, no quiero oĂr hablar de Riley y Darcy en una buena temporada. —MirĂł a Alek—. No te ofendas. —Estoy harto de esos dos hasta yo. —Rio el editor—. Pero no te me duermas para empezar a trabajar en la Ăşltima entrega. —¡Y no se te ocurra matar a Riley o te pongo una denuncia! —dijo Jess, amenazándola con un dedo. —¿Matarlo? —exclamĂł Nadine como una escopeta—. ¡No tendrĂas mundo para correr si me haces eso! Kirsty sonriĂł con sorna y dijo con tranquilidad: —Ya no quiero matarlo, no os preocupĂ©is, en realidad ahora me cae bastante bien. —MirĂł a Mike, que estaba jugueteando con una pequeña goma elástica, y le guiñó un ojo. De forma un tanto imprevista, la goma se le escapĂł de entre los dedos y volĂł por el aire hasta la mejilla de Marty, que se quejĂł al instante. —Lo siento —se excusĂł Mike con cierta sorna—. Se me ha escapado. No saques la pistola. —¿Llevas pistola? —preguntĂł Jess, encantada. Marty sonriĂł divertido. —No, no la llevo —aclaró—. No soy el detective Riley, eso se lo dejo aquĂ a mi sobrino, por lo visto. Tanto Marty como Thomas dejaron escapar una divertida carcajada. —QuĂ© graciosos —protestĂł Mike—. Me parto con vosotros. —No te quejes tanto. —Rio Thomas—. A ti te encanta Riley, deberĂa ser un honor que te llamen asĂ. Kirsty mirĂł a Mike, sorprendida. De repente parecĂa un poco inquieto. —PensĂ© que solo habĂas leĂdo capĂtulos sueltos —no pudo Kirsty contenerse en recordarle. Sus ojos se encontraron, y por un momento le pareciĂł que Ă©l tambiĂ©n rememoraba el momento en el que le habĂa dicho justo aquello, tras un comentario muy subido de tono acerca de cierto policĂa de aduanas… Tuvo que contenerse para no abanicarse para intentar mitigar el repentino calor. —¿CapĂtulo sueltos? —VolviĂł a reĂr Thomas, que iba por libre—. Pero si me quita los manuscritos originales nada más llegar. No hay novela que no haya leĂdo antes que yo, y me consta que las relee cuando llega el libro en papel. Kirsty lo mirĂł, ahora pasmada, y una intensa y tierna emociĂłn le recorriĂł el cuerpo para terminar anidando en su pecho. Cuando vio como Mike evitaba mirarla, realmente avergonzado, aquella ternura se multiplicĂł hasta el infinito. «Por Dios, ¡cĂłmo amo a este hombre!», pensĂł para sĂ, sin poder evitar sonreĂr, pero aquello fue solo hasta que interiorizĂł aquella repentina auto confesiĂłn, que parecĂa haber brotado sola de lo más profundo de su corazĂłn, el cual comenzĂł a latir a marchas forzadas. Ahora con un nudo enorme en la garganta, que le impedĂa hasta tragar saliva, deseĂł poder desaparecer por unas horas para poder asimilarlo. Por fortuna, su padre y Marty, ambos de lo más dicharacheros aquella tarde, se encargaron de cambiar de tema casi al instante y se lo llevaron por derroteros mucho más seguros para todos. Pero Kirsty ya no pudo seguir comportándose con normalidad. No tardĂł en excusarse, alegando necesitar descansar un rato tras el largo dĂa. —Te acompaño a tu cuarto —le dijo Jess—. ÂżY las muletas? —Esta mañana he venido caminando —le recordĂł, poniĂ©ndose en pie, y no pudo evitar un gesto de dolor—, pero creo que eso ha sido teniĂ©ndolo descansado. —¿Voy a por ellas a tu alcoba? —preguntĂł Nadine, solĂcita. Mike se puso en pie con un movimiento enĂ©rgico. —No es necesario, yo la llevo. Kirsty estuvo en un tris de negarse. Lo menos que necesitaba en aquel momento era más intimidad, pero le pareciĂł muy feo rechazar el ofrecimiento delante de todos; asĂ que dejĂł que Ă©l la tomara en brazos, le rodeĂł el cuello con uno de sus brazos e intentĂł despedirse del resto con una sonrisa, aunque se asegurĂł de hacerle un gesto a Jess para que los siguiera. En el trayecto del jardĂn a su habitaciĂłn, Kirsty estuvo tentada de apoyar la cabeza sobre su hombro más veces de las que resultaban lĂłgicas en medio minuto de traslado. Cuando la soltĂł sobre la cama, le sonriĂł tĂmida y le agradeciĂł su ayuda, deseando que se marchara cuanto antes. —¿Vas a decirme quĂ© te pasa? —le preguntĂł Jess en cuanto se quedaron a solas. Kirsty tuvo que respirar hondo varias veces antes de poder hablar. —Lo amo —probĂł a decir en alto. —Lo sĂ©, Âży? —¿Que lo sabes? —La mirĂł perpleja—. ¡CĂłmo que lo sabes, Jess! —Desde el primer dĂa que lleguĂ© —le asegurĂł su amiga, sin ánimo de bromear—. Y tĂş tambiĂ©n, Kirsty, otra cosa diferente es que no quisieras aceptarlo. —¡Ay, joder! —Casi hiperventiló—. ¡Necesito pasear! —Lo siento, pero el recorrido del tigre enjaulado no va a poder ser —le dijo, y le tendiĂł un oso de peluche que habĂa sobre la cama—. Puedes estrujar a este pobre, si quieres. Kirsty aceptĂł el oso y lo apretujĂł con nerviosismo. —No puedo creer que no me haya dado cuenta antes… —dijo casi para sĂ, aĂşn aturdida—. Le odiaba tanto qué… —Has hablado en pasado. Aquel hecho tambiĂ©n sorprendiĂł a Kirsty, que estaba cada vez más exaltada. Se parĂł unos segundos a pensar en aquello y tuvo que terminar aceptando: —Yo… he dejado de odiarlo —admitiĂł impresionada, sin poder evitar que las lágrimas afloraran a sus ojos. En realidad, empezaba a preguntarse si lo habĂa odiado alguna vez, o solo se habĂa escudado tras aquel sentimiento para poder esconder sus verdaderos sentimientos y que el dolor se hiciera soportable. Sea como fuere, ya no le guardaba ningĂşn rencor por todo lo sucedido años atrás. Lo habĂa perdonado, de eso estaba segura, y aquello de alguna forma la obligaba a admitir su parte de culpa en sus seis años de exilio… No pudo evitar dejar escapar un lamento y rompiĂł a llorar—. ¡Ay, Jess, ÂżquĂ© voy a hacer ahora?! —De momento, calmarte —le pidiĂł su amiga—. Lo verás todo mucho más claro cuando lo consigas. —Yo… me he cargado todo lo que pudo ser —se fustigĂł de nuevo. —No toda la culpa es tuya. —Lo sĂ©, pero sĂ es mĂo el problema —suspirĂł y se llevĂł las manos al corazĂłn—. ÂżQuĂ© demonios hago ahora con todo este sentimiento que llevo dentro? —¿Por quĂ© das por hecho que Ă©l no lo quiere? —Porque me ha dejado bien claro que solo quiere a la hermana —le recordó—. Y yo quiero respetar sus deseos. —Venga, Kirsty, pero si hace un rato le has guiñado un ojo y casi deja tuerto a Marty — exclamĂł Jess, y rio ante el gesto de asombro de su amiga—. ÂżEs que tĂş no te das cuenta de esas cosas? Pero Kirsty se sentĂa demasiado sensible y confundida en aquel momento. —Ya no me mira de ese modo —se lamentĂł, sin poder evitar soltar un sonoro y doloroso suspiro—. Y te juro que darĂa lo que fuera por poder ver de nuevo en sus ojos aquella lujuria que me hacĂa hervir la sangre. Me muero por volver a ser el blanco de sus insinuaciones, sus salidas de tono…, sus escarmientos. —LlorĂł de nuevo—. Pero nada de eso está ya ahĂ; y a mĂ se me doblan las rodillas en cuanto que lo veo sonreĂr. —¿Y quiĂ©n dice que Ă©l no sufre de esa misma debilidad? —insistiĂł Jess—. ÂżO es que tĂş le dejas ver la tuya? Aquello sĂ consiguiĂł confundirla. —Quizá deberĂas dejar de lamentarte e intentar conquistarlo —añadiĂł Jess, al verla titubear. …Y aquella frase la persiguiĂł durante el resto de la noche, en la que apenas pudo pegar ojo. CapĂtulo 36 Tras la larga noche y habiĂ©ndolo meditado durante horas, Kirsty saliĂł de su habitaciĂłn deseando comprobar si Jess podĂa tener razĂłn en algunas de sus opiniones. Con el corazĂłn acelerado, entrĂł en el despacho de Mike, como cada mañana, para darle los buenos dĂas e informarle de que se habĂa levantado. Y, como cada mañana, Ă©l la recibiĂł con una sonrisa y ambos fueron a la cocina para desayunar juntos; pero ella no se sentĂa igual que siempre… Su corazĂłn seguĂa bailando de jĂşbilo al verlo, pero tocaba un compás muy distinto, mucho más intenso y vivaz. —Te encuentras mejor —le preguntĂł Mike, al que la noche anterior le habĂa puesto una excusa para no salir a cenar. —SĂ, mucho mejor. —Sonrió—. Ayer fue un dĂa muy largo. «Y el fin de fiesta ni te imaginas», pensĂł, resignada. —En un rato me gustarĂa meterme en el jacuzzi —le dijo antes de perder la valentĂa—. ÂżEs posible? —Claro, Âżvas a esperar a Jess? —Jess va a tardar —le contó—. Quiere dejar hecha la maleta para mañana y tiene que terminar no sĂ© quĂ© artĂculo. «Y hemos quedado en que no vendrĂa para que seas tĂş quien me ayude en el jacuzzi…», pensĂł, disimulando una sonrisa. Mike se limitĂł a asentir y se quedĂł muy callado. —¿Hay algĂşn problema? —preguntĂł extrañada—. Hace par de dĂas me dijiste que podĂa usarlo. «Solo que no he tenido ánimos…», pero aquello tampoco se lo dijo. —Claro que sà —se apresurĂł a decirle Mike—. Es solo que tengo que hacer algunas llamadas importantes. —¿Y quĂ©? No pienso ahogarme en tu ausencia —bromeĂł. —¿PodrĂas ahorrarte ese tipo de comentarios? —se quejĂł, con una sinceridad que a Kirsty le arrancĂł una sonrisa tierna—. Solo dame una hora y te acompaño. —¿Vas a bañarte conmigo? —le preguntĂł como de pasada. —No —negĂł categĂłrico. —¿Por quĂ©? Si tienes que estar en el spa, al menos aprovecha tambiĂ©n para relajarte. — SonriĂł. ÂżSerĂa muy atrevido decirle que quizá pudieran usar tambiĂ©n la sauna?… —Yo… no creo que sea buena idea… —casi titubeĂł Mike. —¿Por quĂ©? —Oye, Âżla etapa de los porquĂ©s no se pasa con tres años? —preguntĂł, ahora un poco irritado. Kirsty sonriĂł divertida. Al menos aquello era una reacciĂłn curiosa a su propuesta. —No te enfades —SonriĂł con fingida inocencia—, es solo que me siento un poco culpable por fastidiarte la mañana de trabajo solo para cuidarme. Puedo dejar el jacuzzi para luego sĂ… —No, de verdad —interrumpió—. No me importa. Kirsty estuvo a punto de soltar una exclamaciĂłn de triunfo. —Oye, te has convertido en un gran hermano… —bromeĂł, esperando que Ă©l no notara el retintĂn en su voz. Y creyĂł oĂrlo murmurar entre dientes algo ininteligible, pero que no sonaba muy amistoso—. ÂżHas dicho algo? —No, todo bien. Pasa por mi despacho en un rato. —Descuida —Sonrió—, no se me olvidará. Una hora despuĂ©s, Kirsty estaba más feliz que MachĂn con su maraca mientras tocaba a la puerta del despacho de nuevo. HabĂa estado en un tris de presentarse directamente en bikini, pero no habĂa tenido las agallas suficientes, asĂ que se habĂa puesto encima una camisola enorme, pero que estaba deseando quitarse. Para su desgracia, cuando por fin lo hizo, solo consiguiĂł una amarga decepciĂłn que la hundiĂł en la más absoluta de las depresiones. Mike apenas se parĂł a mirarla, ni al entrar ni al salir del jacuzzi, a pesar de ser Ă©l quien le tendiera la mano y la ayudara a ponerse el albornoz, como harĂa cualquier hermano mayor solĂcito y atento. Aquello fue como un jarro de agua helada sobre su cabeza y, peor aĂşn, le doliĂł igual que si una fina daga rajara su delicada piel. —¿Te encuentras bien? —le preguntĂł Mike con un gesto preocupado. —SĂ, es solo que… creo que me ha bajado un poco la tensiĂłn —apenas susurrĂł mientras se sentaba en una de las hamacas. —Es del jacuzzi. Relájate un poco —le aconsejó—. ÂżNecesitas algo? «¡Que dejes de ser tan condenadamente educado!», estuvo en un tris de decirle. Empezaba a sacarla de quicio tanta complacencia.
Cuando Jess entrĂł por la puerta de su habitaciĂłn una hora más tarde, se encontrĂł a Kirsty asomada a la ventana con un gesto triste. —¡¿CĂłmo es eso de que ni te ha mirado?! —se quejĂł Jess, molesta. —Ni un poquito —tuvo que repetir lo que ya le habĂa dicho por WhatsApp. —Quizá tu bikini no es lo suficientemente pequeño… —opinĂł Jess. A Kirsty le hubiera encantado reĂr la broma, pero apenas pudo esbozar una tenue sonrisa. —No creo que el problema sea el tamaño de mi bikini —suspirĂł, y caminĂł hasta la cama cojeando—. Soy yo, ya no le atraigo ni un poquito. —¡QuĂ© tonterĂa! ÂżNo irás a darte por vencida? —No, pero… —¡Sin peros! —Jess caminĂł hasta el armario y lo abriĂł de par en par—. Vamos a hacer algunos arreglos en tu ropa… Kirsty la mirĂł como si se hubiera vuelto loca. —¿QuĂ© le pasa a mi ropa? —Nada, es perfecta, pero habrá que adoptar algunas medidas desesperadas para la ocasiĂłn — insistiĂł Jess con una sonrisa—. ÂżDĂłnde puedo encontrar unas tijeras? Por alguna extraña razĂłn, que se escapĂł a su raciocinio, Kirsty le indicĂł el cajĂłn exacto de la cocina. Durante una hora, permitiĂł a Jess cargarse algunas camisetas y unos pantalones vaqueros. No sabĂa si servirĂa para algo, pero al menos sĂ consiguiĂł que Kirsty sonriera y se olvidara un poco de sus quebraderos de cabeza. —Te has pasado un poco —dijo Kirsty mirándose en el espejo de cuerpo entero, intentando tirarse un poco de la camiseta que Jess habĂa cortado al menos tres dedos por encima del ombligo, además de eso, le habĂa quitado las mangas y el cuello. —A callar, pruĂ©bate los pantalones. —Se los tendiĂł. —¡Jess! —gritĂł tras probárselos—. ¡Te has pasado tres pueblos! —Creo que siguen largos —opinó—. Mi intenciĂłn era que se te vieran los carrillitos del culete… Kirsty dejĂł escapar una carcajada divertida ante el comentario. —Pero te sientan como un guante, Kirsty —agregĂł entusiasmada—. Chica, estás que te rompes de buena. Porque a mĂ me gustan más los tĂos que a un tonto un lápiz, que si no… Entre risas, Kirsty siguiĂł probándose un par de prendas más que su amiga habĂa destrozado para ella, bueno para Mike, segĂşn se habĂa encargado Jess de recalcar en varias ocasiones. —Venga, ÂżquĂ© te dejas puesto? —le preguntĂł cuando rondaba la hora de comer. —Nada de todo eso. —Rio ante el gesto de indignaciĂłn mientras sacaba del armario unos leggins deportivos y una camiseta. Se vistiĂł y se girĂł a mirar a su amiga—. No necesito más rechazos por hoy, gracias. Jess observĂł cĂłmo se ajustaban aquellas mallas a su trasero y cĂłmo la camiseta, a pesar de llegarle hasta las caderas, no escondĂa para nada aquel cuerpazo que habrĂa que ser muy imbĂ©cil para no mirar. —AsĂ estoy más cĂłmoda. —SonriĂł Kirsty mirándose en el espejo. —Pero igual de buena, Kirs, aunque yo… le darĂa un toquecito picante. —CaminĂł hasta ella, tirĂł de la camiseta hacia arriba y le hizo un nudo en la parte delantera—. El toque perfecto. Kirsty se mirĂł en el espejo y suspirĂł. TenĂa que reconocer que estaba estupenda, pero no sabĂa si podĂa enfrentarse de nuevo al hecho de que Mike no se inmutara. —Jess… —Tira para afuera. —Pero… —¿Otra vez? ¡Sin peros! —¡Tus sin peros se han cargado la mitad de mi armario! Cuando salĂan de la alcoba se cruzaron con Mike, que salĂa ahora del despacho dos puertas más allá. —¡QuĂ© bien nos vienes! —le dijo Jess con una sonrisa inocente—. Le duele la espalda para muletas, Âżpuedes llevarla en brazos al jardĂn, porfa? Kirsty hubiera matado a su amiga de tener oportunidad. —Claro —asintiĂł Mike, y mirĂł a Kirsty, que se esforzaba por parecer de lo más normal—. Pero Âżno vas a tener frĂo asĂ? —Uy, la sudadera, sabĂa que se me olvidaba algo. —EntrĂł de nuevo en la habitaciĂłn y caminĂł cojeando hasta el armario. —¿Te ayudo? —le preguntĂł Jess, yendo tras ella. —TĂş ya has hecho bastante —protestĂł en apenas un susurro. Su amiga le devolviĂł una expresiĂłn divertida. —¡QuĂ© vergĂĽenza, por favor! —insistiĂł Kirsty. —Pero te ha mirado. —Rio Jess—. Ha tenido que hacerlo para darse cuenta de que vas medio desnuda… Kirsty descolgĂł una de sus chaquetas y mirĂł a su amiga intentando no sonreĂr. Aquello le pasaba por hacerle caso. —No hagas esperar a tu transporte —le dijo Jess con sorna—. Te espera con los brazos abiertos. —No te pongas muy cerca, que todavĂa te cojo de los pelos… La carcajada de Jess la hizo reĂr a su vez.
Una hora más tarde se sentaron a comer juntos bajo la carpa del jardĂn. Alek llegĂł raspado a la cita, con la consiguiente protesta por parte de Jess, que siempre estaba dispuesta a amonestarlo. Aquella era la Ăşltima comida que harĂan juntos antes de que Alek y Jess volvieran a Nueva York, y todos querĂan que fuera algo especial. Charlaron de forma animada durante toda la comida, e incluso se rieron de lo lindo mientras Alek les contaba la historia del dĂa que habĂa mantenido una acalorada discusiĂłn sobre fantasmas con un extraño frente a la casa del terror de un parque de atracciones de Portland, y hasta que no se marchĂł de allĂ no fue consciente de que aquel desconocido era Stephen King en persona. —¡No puede ser! —Rio Kirsty a carcajada limpia. —Os juro que me di cuenta casi en mi hotel. —¿Y quĂ© hacĂas en Portland? —se interesĂł Jess. —Un estudio sobre casas encantadas —contó—. RecorrĂ diecisĂ©is estados en cincuenta y cuatro dĂas. Jess lo mirĂł como si se hubiera vuelto loco de remate. —Por eso me fastidio tanto perder la oportunidad de charlar con King, sabiendo que era Ă©l. —Espera —interrumpiĂł Jess de nuevo—. ÂżHablas en serio? —¿Por quĂ© no iba a hacerlo? —Porque eso no encaja para nada con el Alek que conozco. —Con el sosaina de los trajes aburridos, Âżdices? —SonriĂł el chico con cierto cinismo—. ÂżAl que has visto seis veces? —SĂ, justo ese. —Se la veĂa desconcertada—. Y soy especialmente buena para detectar a los tipos aburridos y sin fundamento. —¡Jess! —casi gritĂł Kirsty, tan avergonzada que no sabĂa dĂłnde meterse, pero ninguno de los dos le hizo el menor caso. —Pues conmigo te has lucido —le asegurĂł Alek mirándola con hastĂo—. Espero que te documentes mejor en tus reportajes, o no te auguro mucho futuro en el periodismo. —¡Y quĂ© narices sabes tĂş de periodismo! —Ahora estaba rabiosa. —Puede que un pelĂn más que tĂş. —¿Ahora resulta que eres periodista? —se burlĂł. —Ahora no, lo soy desde hace diez años. Jess lo mirĂł con rabia y estudiĂł su expresiĂłn arrogante. DespuĂ©s mirĂł a su amiga, que le hizo un leve gesto afirmativo. —¡Venga ya, no me lo creo! Mike se llevĂł la mano al bolsillo trasero del pantalĂłn, sacĂł la tarjeta que Alek le habĂa dado hacĂa un rato y se la tendiĂł a Jess, esperando poder terminar con la discusiĂłn. La chica apretĂł los dientes con fuerza, irritada, cuando leyĂł la tarjeta.
Alek R. Dawson (Periodista. Escritor. Editor)
—Puede que seas periodista —aceptĂł Jess—, al menos tienes la titulaciĂłn; pero si no ejerces, no tienes ni idea de periodismo. Alek dejĂł escapar una risa irĂłnica. —Vale. Piensa lo que quieras —concediĂł finalmente, pero con una sonrisa tan prepotente que Jess no pudo disimular las ganar de golpearlo. —¿Podemos cambiar a un tema menos conflictivo? —suplicĂł Kirsty—. HabĂais prometido no discutir durante la comida. —DĂselo a tu amiga, la experta periodista. —Se encogiĂł Alek de hombros con fingida tranquilidad. —¡Eres un imbĂ©cil! —exclamĂł Jess malhumorada. —¿SĂ? ÂżNo necesito titulaciĂłn para eso? —Bueno, vale ya —intervino Kirsty. Le quitĂł la tarjeta a Jess de las manos para zanjar el asunto, y la leyĂł de forma distraĂda, buscando otro tema de conversaciĂłn—. Oye, por curiosidad, Âżde quĂ© es la erre? —¿QuĂ©? —Alek R. Dawson, Âżde quĂ© es la erre? —Reese —admitiĂł Alek a regañadientes. —¡Espera! —interrumpiĂł Jess—. ÂżTe llamas Alek Reese, igual que el intrĂ©pido periodista? —¿Por quĂ© te crees que no uso la erre? —le preguntĂł malhumorado—. No es fácil moverte en mi mundo llamándote igual que un periodista famoso. —¿Que un dios del periodismo, querrás decir? —insistiĂł Jess. Alek suspirĂł con hastĂo. —No voy a discutir contigo sobre ese tipo de nuevo —asegurĂł, pero lo estropeĂł al añadir—: Aunque llamarlo intrĂ©pido, me parece exagerado. Además, ÂżquiĂ©n habla asĂ? ¡IntrĂ©pido periodista! ¡Guau, para dejarlo caer en cualquier conversaciĂłn! —¿No será que le tienes envidia? —Eso sĂ es gracioso —ironizó—. ÂżY quĂ© tendrĂa que envidiarle? —¿Tres premios Pulitzer? —Los Pulitzer están sobrevalorados. —¡TĂş ni eres periodista ni eres nada! —se indignĂł Jess por completo. —Vale, el tipo es bueno —admitiĂł. SonriĂł y añadió—: e intrĂ©pido…, pero ÂżquĂ© más tiene para que lo defiendas a ultranza sin conocerlo? —¿Y por quĂ© crees que no lo conozco? Alek guardĂł silencio y la mirĂł con cierta curiosidad. —¿Lo conoces? —Puede —dijo, orgullosa. —¿Y cĂłmo es? —dijo mordaz—. ÂżQuĂ© tiene de malo? —¡No tiene nada de malo! —¿No? ÂżY por quĂ© no va nunca a recoger ninguno de sus premios? —insistió—. ÂżTiene algĂşn tipo de deformidad de la que se avergĂĽenza? La discusiĂłn continuĂł largo rato, ante el total estupor de Kirsty y Mike, que terminaron mirándose entre ellos con resignaciĂłn. —Hace rato que parece que estamos en un partido de tenis. —Rio Mike, inclinándose hacia Kirsty para que solo lo escuchara ella—. Pero debo reconocer que tienen su gracia… Kirsty rio y asintiĂł, reclinándose tambiĂ©n en su silla para ganar más intimidad. —Hasta que uno de los dos se viene arriba y termina avergonzándonos a todos —dijo divertida—. No sĂ© si lograrán limar sus diferencias algĂşn dĂa. —¿En posiciĂłn vertical? —Sonrió—. Lo dudo. La chica guardĂł silencio mientras analizaba aquel comentario. —¿TĂş crees que… entre ellos…? —ObsĂ©rvalos discutir y dĂmelo tĂş. —SeñalĂł a la pareja. Kirsty sonriĂł ante la pasiĂłn con la que ambos defendĂan sus puntos de vista y la mirada brillante que tenĂan puesta sobre el otro. —Guau, saltan chispas. —Rio Kirsty, intentando que aquel tipo de conversaciĂłn con Ă©l no le afectara—. Quizá no estĂ© todo perdido despuĂ©s de todo… —Si ceden, Kirsty, y parece que les va a costar. —Puede que necesiten aprender a llevarse mejor antes de dar otro paso. Mike moviĂł la cabeza anunciando su total desacuerdo. —Hay cosas que solo se solucionan en la cama, pelirroja. Kirsty a punto estuvo de atragantarse con la saliva. Mike solo la llamaba pelirroja cuando las cosas entre ellos se caldeaban, y su cerebro parecĂa estar predispuesto a responder e incendiar su cuerpo en cuanto lo escuchaba, como lo harĂa alguien en trance frente a su hipnotizador. ObservĂł a Mike de reojo, comprobando que parecĂa algo más serio, y se aventurĂł a decir: —Nosotros hemos conseguido superar nuestras discusiones. EsperĂł la respuesta con el corazĂłn en un puño. Si le salĂa con el cuento de que ellos eran hermanos…, estaba segura de que iba a golpearle. —SĂ, eso parece —murmurĂł Mike. —Y sin meternos en la cama. —SonriĂł Kirsty, como si no estuviera a punto de sufrir una taquicardia—. Ahora podemos hablar de todo, tĂş me vigilas en el jacuzzi, me llevas en brazos a todas partes…, y todo eso sin inmutarte. MirĂł a Mike de reojo, que no se girĂł a mirarla en ningĂşn momento, pero que parecĂa estar muy incĂłmodo de repente. —Es sorprendente —insistiĂł Kirsty—. Hasta hace nada me hubieras arrastrado a un cuarto oscuro a la menor oportunidad. «¿De dĂłnde estaba saliendo aquella desvergĂĽenza?», se preguntĂł, un poco asombrada. No lo sabĂa, pero le daba igual. Ahora sĂ recibiĂł respuesta. Mike la mirĂł con una sonrisa mordaz y un comentario malicioso. —Y tĂş te habrĂas dejado arrastrar a cualquier parte —le recordĂł, en un tono confidencial. —Sin duda —admitiĂł Kirsty, asegurándose de sonreĂr—. Resistirme a tus encantos nunca ha sido mi punto fuerte. —¿No? Pues se te llenaba la boca diciendo lo contrario. —Hasta que me tocabas. —Se encogiĂł de hombros con fingida indiferencia. La misma que parecĂa leer en los ojos de Ă©l. —Oh, sĂ, lo recuerdo… —SonriĂł con picardĂa, mirándola ahora con más intensidad. Kirsty estaba a punto de echar humo. Su sonrisa junto con aquella mirada traviesa resultaba una combinaciĂłn irresistible. Y estaba tan emocionada por volver a verlas juntas que no podĂa dejar de sonreĂr a su vez como una idiota, mientras pensaba en quĂ© podĂa decirle que calentara un poco más aquella conversaciĂłn. —Pero ahora no te vayas a quitar culpas, Âżeh? —decidiĂł decir, coqueta, en el mismo tono divertido—, porque yo respondĂa a tus insinuaciones. —Y las provocabas tambiĂ©n. —No es verdad —intentĂł decir seria, pero terminĂł riendo ante su divertido gesto crĂtico—. Vale, quizá un poco. —¿Un poco? —insistiĂł Mike—. No me hagas recordarte cierto dĂa, en cierto jacuzzi… A Kirsty se le pusieron rojas hasta las orejas. —Ah, veo que te acuerdas… —Rio Mike. —No creo poder olvidarlo nunca —admitiĂł, cohibida—. Y quĂ© diferente al de esta mañana… «Mierda, Kirsty, ÂżquĂ© necesidad habĂa de decir eso?», se amonestĂł. —SĂ, las cosas ahora son muy diferentes —admitiĂł Mike, ya más serio, e hizo una ligera pausa antes de añadir—: Justo como tienen que ser. «Justo como tĂş quieres que sean», estuvo tentada a decirle, pero prefiriĂł no agregar más leña a las brasas. —SĂ, supongo —admitiĂł en su lugar—, pero confieso que se me hace raro que ni siquiera me mires. «Pero Âżte has vuelto loca?». ¡Aquel comentario era mucho peor que el que habĂa desechado! —¿En serio? —preguntĂł Ă©l con lo que parecĂa una sana curiosidad. —SĂ, un poco. —Y… Âżacaso te parezco ciego o tonto? Kirsty frunciĂł el ceño y tuvo que admitir que no tenĂa ni la más remota idea de cĂłmo interpretar aquel comentario. —No, pero… —Pues eso. —CerrĂł Mike la conversaciĂłn y se puso en pie, dejándola sumida en la confusiĂłn —. ÂżPostre? —les preguntĂł a todos. «Ay, mi madre, pero ÂżquĂ© acaba de pasar?».
SegĂşn Steve, tras examinar de forma exhaustiva el tobillo herido, les asegurĂł que no deberĂa tardar en recuperarse, y más si podĂan hacer terapia dentro del agua. El chico estaba convencido de que en pocos dĂas podrĂa caminar sin apenas cojear y sin que quedaran secuelas de ningĂşn tipo. —Me alegra escucharlo —admitiĂł Kirsty, contenta—. Necesito olvidarme de las muletas del todo cuanto antes, no me dejan recuperarme tampoco del dolor de espalda. —Puedo intentar calmar un poco ese dolor tambiĂ©n —le dijo Steve— Si te doy algo de masaje en la espalda… —AĂşn tiene contusiones —interrumpiĂł Mike de improvisto, que llevaba todo el tiempo sentado junto a ella en el sofá, en silencio. —Eso si es un problema para el masaje —reconociĂł Steve—. Si hay moratones, habrá que esperar un poco. —No tengo ni idea, como no me la veo —bromeĂł la chica. —Pues tienes —le asegurĂł Mike—. De todos los colores. Kirsty lo mirĂł, un tanto perpleja. ParecĂa que al menos en los moratones si se habĂa fijado aquella mañana. No sabĂa cĂłmo tomárselo. —Bueno, mañana te la miro y decidimos —propuso Steve. —Perfecto. ÂżA quĂ© hora vendrás? —¿A la de hoy? —Genial —se anticipĂł Mike—. Marty, Âżte importa acompañar a Steve hasta la cancela de entrada? —Sin problema, hemos venido en los dos coches. Steve se despidiĂł y saliĂł de la casa junto al detective. —¿Eso que ha sido? —lo mirĂł Kirsty, un tanto irritada—. ÂżUn no es por echarte, pero vete? —¿QuĂ©? Mike la mirĂł con una expresiĂłn confusa, que ella estudiĂł con atenciĂłn. —DĂ©jalo —terminĂł cediendo. —No entiendo nada —insistiĂł Mike. —Es igual —dijo resignada—. Entonces Âżtengo la espalda muy mal? —Kirsty mirĂł a Jess, y su amiga le levantĂł la chaqueta y parte de la camiseta para estudiar la zona. —Tienes algunos moratones, pero creo que quizá con cuidado… —Es que necesito un masaje urgente —protestĂł con un gesto de dolor al volver a colocarse la ropa. —SĂ, yo tambiĂ©n lo necesitarĂa con semejante fisio a mi disposiciĂłn —le dijo Jess al oĂdo, pero lo suficientemente alto como para que llegara a los oĂdos a los que iba destinado, que Kirsty no tuvo muy claro si eran los de Mike… o los de Alek. —Que decida mañana el experto —dijo Mike en un tono seco—. Va a ser a ti a quien le duelan las contusiones al dĂa siguiente… Disculpadme, voy a hacer una llamada. SaliĂł del salĂłn camino al despacho. Apenas cerrĂł la puerta, a Jess le faltĂł tiempo para murmurar entre dientes en un tono cantarĂn: —A alguien no parece gustarle que otro te manosee la espalda… Alek dejĂł escapar una sonora carcajada, y las chicas lo miraron con asombro. —¿QuĂ©? —SonriĂł el chico—. Eso ha sido gracioso.
Cuando llegaron las despedidas, Kirsty no pudo evitar derramar unas lagrimitas. Iba a echar mucho de menos a su amiga, pero la chica le prometiĂł escribirle y llamarla a menudo para que no se olvidara de ella. Se apartaron a un lado para ganar algo de intimidad y poder charlar sin ser escuchadas. —No será la Ăşltima vez que me tengas por Little Meadows. —SonriĂł Jess, abrazándola de nuevo. —Igual regreso a casa antes de que te dĂ© tiempo —le recordĂł Kirsty, con cierta ansiedad solo de pensarlo. Jess sonriĂł y la mirĂł con un gesto tierno. —Las dos sabemos que estás en casa, amiga —le dijo casi en un susurro. Las lágrimas de Kirsty fueron ahora inconsolables. —Solo tienes que demostrarle a ese cabezota que no podrá vivir sin ti de nuevo. —Ah, sĂ, quĂ© fácil es decirlo. —Casi sollozĂł. —Kirsty, mĂrame a los ojitos… —le exigiĂł, y le puso las manos sobre los hombros para asegurarse de que no se perdiera ni una coma—. ¡Tu Riley está totalmente colado por tus huesitos! —Eso no lo sabes. —¡¿Como que no?! —Sonrió—. TĂş dale caña de la buena con toda la artillerĂa pesada — SeñalĂł su cuerpo de arriba abajo con un gesto divertido—, y luego, por supuesto, no te olvides de contárselo todo a tu amiga del alma. Kirsty tuvo que reĂr ante las palabras y la expresiĂłn de su amiga, y decidiĂł vengarse un poco. —Hablando de contar cosas… —dijo con una sonrisa divertida—. ÂżTe he cazado antes comiĂ©ndote a Alek con los ojos o solo me lo ha parecido? —¿Al periodista punto escritor punto editor? —dijo escandalizada—, pero Âżpor quiĂ©n me tomas?
En el otro extremo del salĂłn, Alek y Mike tambiĂ©n mantenĂan una conversaciĂłn de lo más curiosa. —¿Piensas devolverme a mi escritora estrella alguna vez? —preguntĂł Alek, sin tapujos. —Si dependiera de mĂ…, no —aceptĂł, y se apresurĂł a añadir—: Thomas la necesita aquĂ. —¿Thomas? —SonriĂł, ahora abiertamente. —Eso he dicho —se reiteró—. Pero me temo que saldrá volando en cuanto que logremos acabar con la amenaza que la trajo de vuelta. —Se la ve feliz aquà —opinĂł Alek, y ambos miraron a las chicas, que estaban diez metros más allá, junto a la puerta de salida—. Le sienta bien Little Meadows. Mike no hizo ningĂşn comentario al respecto. Se limitĂł a seguir mirando a Kirsty con lo que parecĂa un deje de tristeza en los ojos. —Pero Âży tĂş, Alek? —SonriĂł ahora—. ÂżCrees que tendrás un solo minuto de paz en ese aviĂłn? Alek dejĂł escapar una sonora carcajada y aceptĂł: —No. —No parece suponerte un problema. —Pues lo es —admitiĂł sin dejar de sonreĂr—. Y de los grandes, me temo. —No me cuesta creerlo… —Rio ahora Mike—. Por cierto, ese periodista que ella tanto admira… —¿Alek Reese? —Mike asintió—. ÂżQuĂ© pasa con Ă©l? —El caso… es que durante el tiempo que Kirsty ha pasado en Nueva York, he hecho mis deberes —empezĂł diciendo—. Y mi tĂo Marty es muy bueno en su trabajo. —Hizo una pausa intencionada y agregó—: AsĂ que enhorabuena por ese nuevo Pulitzer…, señor Reese. Alek sonriĂł e hizo un gesto de asentimiento, agradeciendo la felicitaciĂłn, sin hacer ningĂşn intento por hacerse el tonto. —Si lo has sabido todo este tiempo…, Âżpor quĂ© no has dicho nada? —se limitĂł a preguntarle Alek, sin perder la sonrisa. —Porque no es mi guerra —admitiĂł Mike, y preguntĂł con curiosidad—: ÂżPor quĂ© no se lo has dicho tĂş? Tu alter ego la encandilarĂa en un segundo. —Puede ser —admitió—, pero eso le quitarĂa toda la gracia, Âżno crees? Jess los mirĂł ahora desde lejos, y Alek le hizo un saludo burlesco con la mano, recibiendo un gesto airado y furioso como respuesta. —…y va a ser tan divertido… —añadiĂł despuĂ©s, sin dejar de sonreĂr. CapĂtulo 37 Kirsty se tumbĂł en uno de los sofás, en lugar de insistir en ayudarlo con la cena tal y como solĂa hacer. Estaba un poco deprimida aquella noche y no era solo por la marcha de Jess. TenĂa ratos más optimistas, en los que se veĂa con fuerzas y posibilidades de conquistar a Mike, pero aquel no era uno de ellos. Las ganas de acurrucarse entre sus brazos en el sofá eran demasiado intensas, y no poder hacerlo llenaba su alma de una melancolĂa apenas disimulable. —¿Estás bien? —le preguntĂł Ă©l, poniendo una bandeja con la cena en la mesa pequeña frente al sofá. —SĂ, pero no tengo mucha hambre —confesĂł, sentándose a mirar la comida. Mike volviĂł a la cocina y regresĂł ahora con su bandeja para sentarse junto a ella. —Estás triste por la marcha de Jess. —Kirsty asintió—. Entiendo, pero pica algo, por favor, aĂşn te estás recuperando. Kirsty sonriĂł a la fuerza. AllĂ estaba el Mike protector y condescendiente de nuevo… SuspirĂł, resignada, y picoteĂł con desgana de su plato de ensalada. Aquella noche no estaba de humor para charlas ni debates. —¿Por quĂ© no hay una tele encima de la chimenea? —preguntĂł, echando de menos algo que la distrajera de tener que hablar. Mike se encogiĂł de hombros. —Eres muy raro —suspirĂł Kirsty. —¿Quieres una tele? —SacĂł el mĂłvil y lo consultĂł con interĂ©s. —¿QuĂ© vas a hacer? —lo mirĂł, un tanto alucinada. —Comprar una tele —dijo, como si estuviera pidiendo comida china. Aquello le arrancĂł una sincera sonrisa a Kirsty. —Puedes terminar de cenar antes —bromeó—, si te parece. —¿Por quĂ©? ÂżEs que quieres elegirla tĂş? —¿Puedo? —lo mirĂł asombrada. —Puedes hacer lo que quieras —le dijo con absoluta sinceridad—. Incluso redecorar el salĂłn completo, si te apetece. Los ojos de Kirsty se abrieron como platos y una tĂmida sonrisa apareciĂł ahora en sus labios. —¿Lo dices en serio? Mike se puso en pie, caminĂł hasta la chimenea y cogiĂł su cartera, mientras Kirsty lo miraba sin disimular su curiosidad. —Toma —le dijo, tendiĂ©ndole una tarjeta de crĂ©dito que ella mirĂł pasmada—. Tienes carta blanca para comprar lo que quieras. —Pero… —Me dijiste que el salĂłn era frĂo —le recordó—. ÂżNo irás a dejarme vivir toda la vida en el Polo Norte? —SonriĂł ante su sincera cara de asombro—. Mañana mismo llamo para que vengan a por todos estos muebles, Âżte parece?, y empiezas desde cero por donde te apetezca, hasta convertir la casa en lo más parecido a un hogar que puedas. Aquella frase estuvo a punto de hacerla romper a llorar. Tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no hacerlo. HabĂa algo muy Ăntimo y personal en el hecho de que Mike le pidiera que convirtiera su casa en un hogar. —¿No quieres? —se preocupĂł Mike al verla tan pálida. —SĂ, claro que quiero —se apresurĂł a asegurar, con una sonrisa—, aunque quizá no sea necesario que devolvamos todo. —Como tĂş decidas. —De momento, ese sofá se queda. —SeñalĂł el mismo en el que habĂan estado retozando juntos hacĂa lo que parecĂa una eternidad. —Me parece perfecto. —Sonrió—. Es muy cĂłmodo. Se miraron a los ojos durante más tiempo del necesario, hasta que Kirsty tuvo que apartar la mirada, consciente de lo poco que le faltaba para saltarle encima. —Pide tĂş la tele —le dijo, cohibida aĂşn, mirando hacia el frente—. A mĂ me da igual…, siempre y cuando me dejes el mando a distancia de vez en cuando. —Pff, el mando son palabras mayores, tengo que pensarlo —bromeĂł. —Lo siento, pero no es negociable —insistiĂł divertida—. Es el pago que exijo por hacer de decoradora. —¿Solo quieres eso? —Sonrió—. Sales muy bien de precio. —Espero que sigas pensando lo mismo cuando desintonice todos los canales de deporte… Mike la mirĂł como si acabara de cometer un sacrilegio, y Kirsty dejĂł escapar una sonora carcajada. —Eso ha dolido, Âżeh? —insistiĂł, ya animada por completo por la conversaciĂłn—. Pues ve despidiĂ©ndote…, porque además acabo de recordar que me debes un favor —¿SĂ? —La mirĂł extrañado. —SĂ, y de los gordos. —Y se permitiĂł añadir con toda normalidad—: El que ahora seamos hermanos, no anula los tratos hechos cuando no lo Ă©ramos. —¿Hablas de lo que pasĂł en el Ăşnico sofá que se queda? —La mirĂł con una sonrisa taimada. —Justo, sĂ. «Uf, el calor de nuevo…». —Si llego a saber que me iba a costar todos los canales de deporte… —Es lo que tiene deber favores. —Rio Kirsty—. Nunca sabes lo que te van a costar. —¿Y no podemos negociarlo? —protestĂł. —No lo sĂ©, proponme algo interesante… y me lo pienso —dijo con naturalidad, pero asegurándose de que Ă©l leyera en sus ojos quĂ© tipo de negocio serĂa el Ăşnico que estaba dispuesta a aceptar. Mike se perdiĂł en sus ojos más tiempo del que marcaban los cánones. —¿Puedo pensarlo? —terminĂł preguntando, con la voz ligeramente enronquecida. Kirsty estuvo a punto de decirle que no y que además querĂa cerrar el trato en aquel mismo instante, pero tuvo que limitarse a asentir. No se fiaba de sĂ misma si intentaba hablar. A Mike tambiĂ©n pareciĂł costarle un poco aventurarse a hablar. Kirsty observĂł cĂłmo se pellizcaba los pellejos de las uñas con más inquietud de la que querĂa aparentar. «Vaya, vaya…», sonriĂł, fascinada con aquel descubrimiento. —Vale —terminĂł diciendo Ă©l por fin—. Pasemos a temas menos peliagudos que… —hizo una pausa que pareciĂł intencionada— la perdida de los canales deportivos. —Sin problema. —SonriĂł Kirsty—. ÂżCĂłmo está eso de que lees mis novelas antes que mi padre? Mike dejĂł escapar un simpático sollozo desesperado, que Kirsty aplaudiĂł entre carcajadas. —Directa a la yugular —bromeĂł el chico, con cierto azoramiento real. —Entonces Âżes verdad? —insistiĂł, sin poder contener la emociĂłn—. ÂżLas has leĂdo? Mike la mirĂł ahora con algo más de seriedad y terminĂł admitiendo. —Todas y cada una de ellas. —¿Y por quĂ© no lo admitiste sin más? —Mike se limitĂł a encogerse de hombros—. Estaba muy enfadada contigo por eso, Âżsabes? —¿Por quĂ©? —se extrañó. —Ah, no, si tu no contestas a mis preguntas, no esperes que yo responda a las tuyas… Y quizá era mejor no meterse en aquel berenjenal, pensĂł Kirsty, recordando que aquel solo capĂtulos sueltos habĂa sido precisamente el desencadenante de todo lo que se torciĂł entre ellos… Ella le habĂa gritado que lo odiaba, Ă©l le habĂa asegurado que no volverĂa a besarla si ella no se lo pedĂa…, y de ahĂ a la letra pequeña que los llevĂł a su accidente. Y lo peor de todo era que en aquel momento todo aquello se le antojaba demasiado absurdo e irracional, como para haberle costado tan caro. Una vez Mike aceptĂł, entre divertidas pullas, que era un gran fan de sus novelas, se embarcaron en una entretenida y apasionante conversaciĂłn sobre todas ellas. Kirsty jamás habĂa disfrutado tanto de un debate sobre las tramas y entresijos de la serie Riley. Se sorprendiĂł mucho al darse cuenta de que Ă©l no solo las habĂa leĂdo, sino que parecĂa conocerlas en profundidad y recordaba incluso los giros que más le habĂan sorprendido e impresionado; asĂ que, una hora despuĂ©s, la impresionada era ella. Mike no disimulaba su profunda admiraciĂłn y respeto por su trabajo, y ser consciente de ello provocĂł en Kirsty una sensaciĂłn extraña, pero maravillosa. De alguna manera, quizá un tanto absurda, aquella conversaciĂłn la ayudĂł a reconciliarse con la niña y la adolescente que fue, hasta aceptar que por fin era su igual: una mujer adulta que podĂa realmente optar a ganarse el corazĂłn del Ăşnico hombre que querĂa y necesitaba en su vida. —Entonces Âżno vas a anticiparme nada de lo que está por llegar? —preguntĂł Mike, sin disimular su curiosidad—. Sinceramente, no sĂ© cĂłmo narices vas a sacar a Riley y Darcy del lĂo en el que los has dejado metidos. —No pienso soltar palabra. —Rio. —Al menos dime que acabará bien. —¡Por supuesto! ÂżPor quiĂ©n me tomas? —bromeó—. Yo solo trabajo los finales felices. —¿Y piensas meterlos en algĂşn momento en la cama? —SonriĂł divertido—. Porque el polvo se está haciendo de rogar, Kirsty. —Lo bueno se hace esperar, ya lo sabes —contestĂł, con una tranquilidad que estaba a años luz de sentir—. Y ya han tenido algĂşn que otro escarceo… Casi no podĂa creer que Ă©l tuviera el descaro de hablarle de sexo con aquella naturalidad. ¡Pues estaba muy equivocado si esperaba que se achantara! —Los magreos están muy bien —insistiĂł Mike, mirándola ahora con intensidad—, pero ya empieza a ser necesario un desahogo… PosĂł sobre ella una mirada hambrienta, y Kirsty se alegrĂł de estar al otro lado del sofá, casi a un mundo de distancia. Y, aun asĂ, tuvo que agarrarse al reposabrazos para evitar gatear hasta Ă©l y lanzarse en sus brazos. —¿Seguimos hablando de literatura o hemos cambiado de tema, Mike? —le preguntĂł, con una franqueza que los sorprendiĂł a ambos. Mike la observĂł largo rato, buscando, sin duda, la respuesta adecuada, mientras Kirsty no se amilanĂł lo más mĂnimo y esperĂł la rĂ©plica con el corazĂłn acelerado y el cuerpo casi febril. —¿Sigue cayĂ©ndote bien Riley? —terminĂł preguntándole Ă©l en un tono impersonal, pero sin apartar los ojos de los suyos—. ÂżO ya tienes ganas de matarlo de nuevo? —Solo a ratos… —reconociĂł ahora con un brillo divertido en los ojos, intentando alejarse de la seriedad de su mirada—. De vez en cuando me dan ganas de tirarlo por un barranco, sĂ. Es un tipo un tanto desesperante Âżsabes? —¿Por quĂ©? —Nunca hace lo que se espera de Ă©l. —Darcy no es precisamente Blancanieves. Kirsty soltĂł una carcajada divertida, pero se sintiĂł cohibida bajo su atenta mirada, cuando fue consciente de que Ă©l no le quitaba ojo, con una expresiĂłn extraña. —¿QuĂ© pasa? —se terminĂł viendo forzada a preguntar, ya avergonzada. —Verte reĂr aĂşn sigue siendo de mis cosas favoritas en el mundo —la sorprendiĂł diciendo, y lo más curioso era que parecĂa sincero—. Tus ataques de risa son una de las cosas que más echo de menos del pasado. Kirsty le devolviĂł una mirada cohibida. El tono de su voz y la mirada nostálgica que tenĂa puesta sobre ella terminĂł formándole un nudo en el pecho. —AsĂ que Âżme has echado algo de menos en estos años? —se aventurĂł a preguntar con ansiedad. Y esperĂł la respuesta con el alma en vilo. Mike posĂł sobre ella una mirada cargada de pesar, y Kirsty supo que iba a hacerle daño incluso antes de que empezara a hablar. —EmpecĂ© a echarte de menos cuando aĂşn vivĂas aquĂ, Kirsty —le dijo en un extraño tono de resignaciĂłn—. Durante años fuiste mi mejor amiga, a pesar de tu edad. No habĂa nadie con quien me sintiera mejor que contigo, nadie con quien quisiera estar más que contigo…, hasta que un dĂa cualquiera dejĂ© de gustarte —la mirĂł, dolido—. Y no te haces una idea del golpe que me asestaste ese dĂa. Kirsty habĂa ido palideciendo a medida que Ă©l pronunciaba cada una de aquellas palabras. Aquellos mismos recuerdos eran muy duros para ella, y saber que Ă©l tambiĂ©n habĂa sufrido deberĂa ayudar, pero en aquel momento solo le causaba más dolor. Y de repente sintiĂł una extraña necesidad de sincerarse… —No dejaste de gustarme un dĂa cualquiera, Mike —se aventurĂł a confesar, sintiendo cada palabra como un fino y doloroso corte sobre la piel—. Fue el dĂa que me engañaste diciendo que no podĂas salir a cabalgar conmigo…, para poder revolcarte en el establo con ella. Mike clavĂł una mirada de estupor sobre ella y se incorporĂł ligeramente en el sofá. —¡¿QuĂ©?! —exclamĂł perplejo. —Os escuchĂ©, Mike, a ti y a Melanie —siguiĂł hablando antes de perder la valentĂa—. La oĂ quejarse porque hubieras tardado tanto en deshacerte de mĂ, y… a ti decir muchas otras cosas, que te juro que podrĂa recitarte de memoria porque no he sido capaz de olvidar una sola. —Lo mirĂł sin esconder ya su dolor—. Aquella conversaciĂłn me rompiĂł el alma, esa es la verdad. Mike se habĂa incorporado y sentado del todo en el sofá, y la mirada ahora con un extraño gesto, mezcla de enfado y desolaciĂłn. —¡¿Y no se te ocurriĂł contármelo entonces?! —exclamĂł casi entre dientes. —Supongo que no supe cĂłmo enfrentar tanto dolor —admitiĂł, con la voz entrecortada. —Y decidiste echarme de tu vida sin más, sin una triste explicaciĂłn. —ParecĂa estar haciendo un esfuerzo enorme por controlar su furia—. ÂżEs que no merecĂa al menos eso? Kirsty estaba un poco desconcertada ante su reacciĂłn. Jamás pensĂł que pudiera afectarle tanto aquella confesiĂłn, pero estaba dispuesta a compensarlo con la verdad completa, aunque terminara de fastidiarlo todo. —Estaba despechada —dijo ahora con cautela—. Descubrir de tus labios que nunca me verĂas como a nada más que a una hermana…, simplemente no pude encajarlo ni soportarlo. —Hizo una pausa para tomar aire—. Comprender que tĂş jamás corresponderĂas a mis sentimientos fue demasiado. Estaba enamorada de ti, Mike. Aquello no pareciĂł sorprenderle. —CreĂas estarlo, querrás decir —terciĂł al instante—. Eras una niña. —No, Mike, lo estaba de veras. —Kirsty, me idolatrabas, como se hace con un dios —dijo entre dientes—. Me tenĂas en un pedestal del que solo era cuestiĂłn de tiempo que me cayera. Eso no es amor. —Siento discrepar con algo que pareces tener tan claro —ironizĂł, dolida frente al inequĂvoco rechazo de sus sentimientos—, pero si asĂ te sientes mejor, puedes pensar lo que te plazca. —¡Me sacaste de tu vida con una mentira, Kirsty! —Se puso en pie, irritado—. ÂżQuieres que te aplauda? —No, yo tampoco me siento orgullosa —admitió—, ni de los seis años que he pasado en el exilio tampoco —aprovechĂł para confesar—, pero te he amado media vida y te he odiado la otra media. Me he enfrentado a todos esos sentimientos de la mejor manera que he podido o que he sabido, y no ha sido un camino fácil. —Un camino que nos ha traĂdo hasta un punto de no retorno —se lamentĂł. A Kirsty le impresionĂł la amargura que parecĂa destilar en cada palabra. —No todo ha sido malo desde que regresĂ© —le recordĂł para intentar borrar un poco aquel gesto—. Y estos dĂas están siendo… increĂbles. —Salvo por el motivo que te ha traĂdo hasta aquà —suspiró—. Primero el intento de secuestro y despuĂ©s… —No podĂa ni hablar de ello. —¿Podemos olvidarnos ya del accidente, por favor? —suplicĂł Kirsty poniĂ©ndose tambiĂ©n en pie, dispuesta a dar un paso en su direcciĂłn—. Debemos avanzar. Mike interpuso la mano para evitar que se acercara. —Kirsty… —susurrĂł, mirándola a los ojos—. Estoy muy enfadado contigo en este momento. Aquello fue como un doloroso puñetazo en el estĂłmago para ella, pero no dijo una sola palabra. ObservĂł que Mike le daba la espalda, dispuesto a marcharse. —Por cierto… —Se girĂł de nuevo a mirarla—. No lleguĂ© a acostarme con Melanie aquella tarde —le asegurĂł entre dientes—. SalĂ de ese establo sin tocarla. Y aquella verdad brillaba con tanta intensidad en sus ojos que a Kirsty no se le hubiera ni ocurrido dudar de sus palabras. CapĂtulo 38 Para Kirsty aquella fue otra noche dura. No dejaba de darle vueltas a aquella Ăşltima conversaciĂłn una y otra vez. Resultaba casi increĂble que en todos los años que habĂan pasado desde que apartĂł a Mike de su vida sin aparente explicaciĂłn, jamás se hubiera parado a pensar en cĂłmo se habĂa sentido Ă©l. Solo habĂa dado por hecho que ella no le importaba lo suficiente como para que le afectara, y el dolor y la rabia que habĂa visto en sus ojos tras su confesiĂłn dejaba claro lo equivocada que habĂa estado, y aquello la atormentaba más de lo que podĂa soportar. Y por mucho que su cerebro se empeñara en recordarle que en aquella Ă©poca era apenas una niña ingenua, aquello no representaba consuelo alguno. «Y, para colmo, no se acostĂł con Melanie aquella tarde», se recordĂł, sin otra intenciĂłn que fustigarse un poco más. Y aquella odiosa mujer habĂa jugado bien sus cartas en el pasado y se habĂa asegurado de sembrar toda la cizaña posible en ella durante meses, presumiendo de una relaciĂłn que empezaba a dudar de que hubiera existido alguna vez. Aunque ya daba igual. HabĂan pasado muchos años desde aquello. Ya no era culpa de Melanie que Mike pareciera dispuesto a mantener las distancias con ella a toda costa. —Eso te lo has ganado a pulso solita —susurrĂł, dejando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Al fin y al cabo, solo le habĂa dado quebraderos de cabeza desde que habĂa llegado, incluso estaba atrapado en su propia casa sin posibilidad de escape. Todo aquello apagarĂa el fuego y el deseo de cualquiera… —. Y yo, tan ilusa, pensando solo en conquistarlo… Las lágrimas se convirtieron ahora en llanto inconsolable, mientras valoraba quĂ© podrĂa hacer con su vida si Mike resultaba estar fuera de su alcance para siempre. Si no podĂa estar con Ă©l…, se verĂa obligada a marcharse de Little Meadows en cuanto pudiera, porque no podrĂa soportar verlo a diario. El problema era que pensar en no verlo más… la mataba igualmente. DurmiĂł apenas cuatro horas, pero cuando se levantĂł lo hizo con el firme propĂłsito de aportar todo lo bueno que pudiera a la vida de Mike, al menos hasta que se viera forzada a salir de ella. Y decidiĂł empezar por convertir aquella casa en un lugar cálido, en el que realmente Ă©l no solo quisiera, sino que adorara vivir. No podĂa prometerle un hogar de verdad porque eso no se compraba en una tienda de muebles, pero sĂ podĂa asegurarse de que viviera en un ambiente que le aportara serenidad y felicidad, aunque no quisiera compartirlo con ella. PasĂł ante la puerta del despacho intentando no hacer ruido. Aquel dĂa no sabĂa muy bien a quĂ© atenerse, asĂ que fue incapaz de entrar a darle los buenos dĂas como cada mañana. Pero aquello resultĂł un quebradero de cabeza del todo innecesario, puesto que Mike estaba en el salĂłn y se lo topĂł de frente casi de sopetĂłn. —¿QuĂ© haces? —le preguntĂł con curiosidad, algo más tranquila ante su gesto de bienvenida, que parecĂa tan normal como siempre. —Acabo de comprar una tele del tamaño de un campo de futbol —le dijo, arrancándole una expresiĂłn de asombro—. Y ahora me preocupa haberme pasado. Kirsty no pudo evitar reĂr. AsĂ que mientras ella estaba torturándose por no saber si Ă©l pensaba o no dirigirle la palabra aquel dĂa, Mike se dedicaba a convertir la casa en un cine… «Pues no voy a quejarme», suspirĂł con alivio. —Si la tele no cabe en esos seis metros de pared, Mike, efectivamente te habrás pasado un poco —bromeĂł. —QuĂ© graciosa, pero quiero que quede centrada con la chimenea —explicó—, o al menos que no sobresalga mucho. ÂżPiensas salvar alguno de los muebles que van en el frontal? Complacida ante la pregunta y feliz porque Ă©l recordara que le habĂa dado carta blanca para aquello, Kirsty se dejĂł caer en el sofá y observĂł con atenciĂłn todo lo que habĂa en la habitaciĂłn. —La chimenea es espectacular y me fascina —opinó—, no creo que haya un solo mueble que estĂ© a la altura. No encaja ni la estĂ©tica ni el color, pero los sofás me gustan, aunque personalmente los ubicarĂa de manera diferente. La zona de comedor —Señaló— no está mal, si consigo darle el toque que quiero a toda esta parte, puede que me encaje tal cual está. —Guau, y todo eso sin desayunar —le dijo Mike, asombrado—. Perfecto, pero cuenta con que tendrás que integrar un equipo de sonido en todo lo que tengas en tu cabeza. Siete altavoces. —¿Siete? —Lo mirĂł asombrada—. ÂżY de quĂ© tamaño? —Acordes con la tele —contó—. ÂżCafĂ©? Kirsty hubiera estado encantada de camuflar incluso veinte altavoces, solo por escucharlo hablar con aquella aparente normalidad y entusiasmo. HabĂa esperado toparse con un Mike huraño y difĂcil de tratar, pero nada más lejos de la realidad, y, aunque debĂa reconocer que aquello la confundĂa un poco, aceptĂł con agrado el cambio. —Quiero hacer un boceto del salĂłn —le comentĂł Kirsty cuando terminaron de desayunar y Mike se dispuso a trabajar un rato—. Necesito papel y lápiz, Âżpuedes prestarme? Él pareciĂł pensarlo unos segundos y terminĂł diciendo en un tono extraño: —Tengo un bloc de dibujo, Âżte sirve? —La chica asintiĂł, y Ă©l se ausentĂł del salĂłn unos segundos. Cuando regresĂł y le tendiĂł el bloc, Kirsty lo mirĂł perpleja. —¿Es… mi bloc? —La pregunta resultĂł retĂłrica cuando lo abriĂł y se encontrĂł con buena parte de sus antiguos dibujos. MirĂł a Mike con asombro—. ÂżPor quĂ© lo tienes tĂş? —Me lo encontrĂ© un dĂa en el despacho de la mansiĂłn y lo usĂ© para hacer un plano del spa para el constructor —le contó—. Supongo que me lo traje para verlo aquĂ con Ă©l, y aquĂ se quedĂł. Kirsty asintiĂł, contenta de ver sus dibujos, y de repente se apresurĂł a mirar la Ăşltima página usada, pero, decepcionada, recordĂł que el dibujo que buscaba no podĂa estar allĂ. La desilusiĂłn debiĂł ser evidente en su rostro. —¿QuĂ© te pasa? —le preguntĂł Mike, estudiando su expresiĂłn. Para ella no resultaba muy agradable hablar de aquello, pero decidiĂł ser sincera. —CreĂ que el boceto que hice de la casa estarĂa aquà —le contó—, pero ahora recuerdo que… lo arranque del bloc. «Y lo rompĂ en un montĂłn de pedacitos», fue lo que se callĂł. —¿Por quĂ©? Kirsty sabĂa que aquello tambiĂ©n era mejor no decirlo, pero Mike esperaba una respuesta… —No lo recuerdo —mintiĂł, y agachĂł la cabeza—, pero no he vuelto a dibujar nada desde entonces. —¿Dejaste de dibujar? —preguntĂł Mike, con un gesto de asombro Kirsty asintiĂł y se entretuvo en mirar los dibujos, la gran mayorĂa de diferentes puntos de Little Meadows, además de retratos de Hope, Thunder, incluso Mike. Cuando levantĂł la cabeza, fue consciente de que Ă©l la miraba con expresiĂłn pensativa. —¿QuĂ© pasa? —preguntĂł, cohibida ante tanto escrutinio. —¿Por quĂ© dejaste de dibujar? —No lo sĂ© —insistiĂł en su mentira. —AsĂ que Âżesta casa fue el Ăşltimo boceto que hiciste? —Sà —admitiĂł, y se esforzĂł por sonreĂr—, pero Âżesta casa? ÂżAhora me crees cuando te digo que era muy parecida a esta? —No tengo por quĂ© dudar de tu palabra —aseguró—, Âżpor quĂ© arrancaste el dibujo del bloc? A Kirsty le cogiĂł la pregunta tan desprevenida que no fue lo suficiente rápida en elaborar una mentira convincente, pero al mirar a Mike, algo le dijo que Ă©l tenĂa más que clara la respuesta. —La dibujĂ© aquel dĂa —terminĂł admitiendo, con un gesto preocupado. Solo esperaba que aquello no los llevara de nuevo a una discusiĂłn. —El dĂa… que dejĂ© de gustarte. —Aquello no fue una pregunta, aun asĂ, Kirsty asintiĂł, rogando para que las lágrimas no arrasaran sus ojos en el momento menos pensado. AĂşn recordaba el dolor y la rabia ciega con los que arrancĂł aquel dibujo que habĂa mimado durante todo el dĂa, y lo rompiĂł en un montĂłn de pedacitos, tal y como habĂa sentido su corazĂłn romperse aquella tarde. Por fortuna, Mike no parecĂa tener mucho más que añadir al respecto. —Me alegra que vuelvas a dibujar —fue todo lo que le dijo, con una sonrisa tenue, antes de despedirse con un movimiento de cabeza y alejarse rumbo al despacho. Kirsty lo mirĂł mientras se alejaba, lamentándose de su mala suerte. Mike habĂa intentado aparentar normalidad, pero su sonrisa ya no era la misma que cuando se habĂan encontrado aquella mañana. «Vuelta a la inquietud», se dijo apenada, pero en aquella ocasiĂłn algo en su interior se rebelĂł contra la inminente angustia, y antes de pararse siquiera a pensarlo… —Mike —lo llamĂł justo cuando Ă©l estaba abriendo la puerta del pasillo. Se volviĂł a mirarla —, no quiero pasarme horas preguntándome si vas a dirigirme o no la palabra cuando nos veamos para comer. —¿QuĂ©? —Él volviĂł sobre sus pasos. —Quiero saber si sigues enfadado conmigo. Ahora se le veĂa perplejo ante la pregunta. Ella siguiĂł hablando antes de perder la valentĂa. —No te culpo por estarlo —le aseguró—, pero si a partir de ahora me vas a tratar como si te debiera dinero, quiero saberlo desde ya. Se cruzĂł de brazos y esperĂł la respuesta, sin dejar de mirarlo, intentado no mostrarle su preocupaciĂłn. —No. —¿No quĂ©? —titubeĂł. —Ya no estoy enfadado —le aseguró—. Admito que ha sido una noche muy larga, en la que he llegado a sentir ganas de estrangularte… —Hizo una pausa. —ConfĂo en que ahora venga un pero —lo alentĂł Kirsty a seguir. Mike esbozĂł una sonrisa ante su gesto de impaciencia. —Supongo que no tenĂas por quĂ© contármelo —admitiĂł Mike—, y lo hiciste, lo cual te agradezco mucho porque necesitaba saberlo. Sin duda, Kirsty hubiera esperado cualquier cosa menos aquello. Ni siquiera sabĂa quĂ© decir. —Ah, bien…, eso es bueno, supongo —dijo confusa—, pero estabas más contento cuando me he levantado. ÂżHa… sido por lo del boceto? Mike respirĂł hondo varias veces ante de hablar. —SĂ. —Entiendo —susurrĂł apenada. Él recorriĂł la poca distancia que los separaba, puso un solo dedo bajo su barbilla y la empujĂł hacia arriba para obligarla a mirarlo. —Siento haberte herido tanto como para que esta casa fuera lo Ăşltimo que dibujaras —le dijo con una expresiĂłn de tristeza—. Eso… me ha hecho comprender cuánto debiste sufrir. Kirsty lo miraba intentando controlar las ganas de abrazarse a Ă©l y no soltarlo jamás. Con los labios entreabiertos, esperaba el beso que necesitaba para olvidar el dolor y empezar de cero. Y, por un instante, sintiĂł los ojos de Ă©l clavarse en sus labios y estuvo segura de que iba a concederle aquel deseo. Su corazĂłn se acelerĂł cuando reconociĂł la necesidad en sus ojos grises con absoluta claridad, y sintiĂł una suave caricia de las yemas de sus dedos en la sonrojada mejilla. Y entonces, Mike hizo lo Ăşltimo que esperaba: se acercĂł a ella y depositĂł un suave y tierno beso en su frente. DespuĂ©s se alejĂł y desapareciĂł. A Kirsty le costĂł un gran esfuerzo reaccionar. Perpleja, mirĂł la puerta por la que habĂa desaparecido, hasta que sintiĂł que algo se revolvĂa en sus entrañas y subĂa por su esĂłfago, para estallar como una granada de mano dentro de su cabeza: rabia, intensa, ciega y sofocante, explotando en cada cĂ©lula de su piel. «¡Me ha dado un puñetero beso en la frente!», gritĂł para sĂ, lanzando un cojĂn con furia al otro lado del salĂłn. SĂ, tierno y precioso, pero ¡¿en la frente?! ¡Venga ya, no me jodas! ¡Será… Aggrrrrr! ¡Voy a matarlo!». A pesar del tobillo dolorido, caminĂł de arriba abajo por el salĂłn, buscando algo de calma para no correr al despacho y darle un merecido guantazo por tratarla… ¡como a una puñetera hermana! —¡Ya está bien con el cuentito de la hermana! —dijo en alto—. ¡Con lo contenta que yo estoy siendo hija Ăşnica! SoltĂł aire con fuerza y se sentĂł en el sofá, intentando pensar en quĂ© podĂa hacer. Lo que aquel simple beso habĂa desatado en su interior parecĂa desproporcionado, pero fue la pequeña y minĂşscula gota que colmĂł el vaso de su autocontrol y su paciencia. No estaba dispuesta a que Mike siguiera comportándose como un hermano solĂcito, no lo soportaba. Si ya no querĂa nada con ella, podĂa entenderlo, pero al menos se merecĂa que fuera el hombre quien la rechazara. —¡Y que sea capaz de negarse aĂşn está por verse! —dijo en alto, recordando su Ăşltima mirada antes del beso que habĂa despertado a la bestia. Ella no se habĂa imaginado el brillo de sus ojos, ni tampoco el anhelo con el que miraba sus labios…, ¡querĂa besarla!, de aquello estaba segura, pero mucho más abajo que en la frente y mucho más intenso… ¡Y con lengua, maldita sea! Casi sin pensarlo, se recogiĂł la camiseta que tenĂa puesta y se hizo un nudo por encima de ombligo. SabĂa que aquellos leggins le sentaban especialmente bien, y se asegurarĂa de que Ă©l tambiĂ©n se diera cuenta antes de que terminara el dĂa. Durante largo rato se deleitĂł pensando en las mil y una torturas que podrĂa usar para traer de vuelta a su sexi carcelero…, hasta que el timbre de la puerta la sobresaltĂł, sacándola de una fantasĂa que empezaba a ponerse muy interesante. Se quedĂł parada en mitad del salĂłn, recordando de milagro que tanto Mike como Marty le tenĂan prohibido acercarse a la puerta. AsĂ que esperĂł, con una sonrisa maliciosa en los labios, a que Ă©l regresara al salĂłn para ver quiĂ©n era. —¿Esperas a alguien? —le preguntĂł Kirsty, mirándolo con una intensidad que ni pudo ni quiso disimular. Mike se limitĂł a negarlo con un gesto y la mirĂł con las cejas arqueadas en señal interrogante. —¿Te pasa algo? —le preguntĂł con curiosidad. —SĂ, me pasan unas cuantas cosas. —SonriĂł Kirsty con irĂłnica dulzura, consciente de que Ă©l iba a pensar que era una loca en potencia, pero sin importarle para nada. En los Ăşltimos minutos, su imaginaciĂłn lo habĂa hecho claudicar ante ella de diez maneras distintas y no tenĂa ninguna intenciĂłn de esconder su acaloramiento. Cuando Ă©l abriĂł la puerta, Kirsty reconociĂł al instante la odiosa voz cantarina de Melanie Simmons. —Hola, jefe —la oyĂł decir, y no tuvo problema para imaginarse sus morritos al pronunciar aquella frase. La tuvo frente a sĂ dos segundos despuĂ©s, con su traje de chaqueta de quinientos dĂłlares, su peinado perfecto y, como no, sus tacones de vĂ©rtigo. Kirsty intentĂł no venirse abajo ante tanta perfecciĂłn. Si ella se ponĂa al lado con sus mallas deportivas, la camiseta recogida en lo que ahora calificarĂa como estĂşpido nudo y el pelo recogido en una desenfadada coleta de la que se habĂan escapado ya algunos mechones indomables, no podĂa salir ganando ante los ojos de nadie. Aquello la deprimiĂł al instante. ÂżQuĂ© demonios tenĂa aquella mujer para hacerla sentirse como el patito feo del cuento? A pesar de todo, no estaba dispuesta a dejarle ver su azoramiento. Aquella arpĂa era en parte la responsable de muchas de sus desgracias, y ya estaba harta de que siempre pareciera salir ganando. —TĂş no eres el de la tele. —SonriĂł Kirsty, cĂnica, como Ăşnico saludo. Melanie sonriĂł con la misma frialdad de siempre, mirándola de arriba abajo, sin disimular el espanto absoluto ante lo que veĂa. Además, no se molestaba en esconder su escrutinio ante Mike, lo que lo hacĂa todavĂa más insultante. Kirsty sonriĂł, deseando cogerla de los pelos más que nada en el mundo. —Veo que aĂşn sigues recuperándote, Kirsty —le dijo para mayor agravio, como si aquello explicara su aspecto desaliñado. —Ya voy estando en forma. —SonriĂł a la fuerza. —Por cierto, gracias por intentar colaborar para intentar que no perdiĂ©ramos el negocio con Wang —dijo ahora con especial inquina—. Ya me han contado que lo vuestro resultĂł ser solo un numerito… «Hija de… su madre», pensĂł Kirsty. —¿QuĂ© necesitas, Melanie? —intervino Mike ahora, lo cual Kirsty agradeciĂł con todas sus fuerzas—. Tengo mucho trabajo. —Puedo echarte una mano —le propuso, por supuesto, entre morritos. —No es necesario. —AsĂ terminaremos antes —ronroneó—. Y ya que estoy aquĂ… —TodavĂa no me has dicho a quĂ© has venido —insistiĂł Mike. «Toma corte», estuvo a punto de vitorear Kirsty. —¿Necesito una excusa para venir a verte? —le preguntĂł, con un fingido gesto de disgusto. Kirsty se cruzĂł de brazos y mirĂł a Mike sin tapujos, haciĂ©ndole saber que tambiĂ©n estaba muy interesada en la respuesta. —Pero la tengo, por supuesto —terminĂł diciendo Melanie antes de arriesgarse a una respuesta—. Me manda Jefferys a por el expediente de Interprises. «Seguro que se ha ofrecido ella a venir», se dijo Kirsty, irritada. —Pasa —la instĂł Mike ahora, pero cuando se iba a colar con Ă©l hacia el despacho, Ă©l se girĂł a pedirle que tomara asiento en el sofá y lo esperase allĂ. Kirsty sonriĂł ante el corte de la rubia, a la que preferĂa tener que soportar unos minutos antes que perderla de vista por ahĂ dentro junto con Mike. —¿No vas a ofrecerme nada de beber? —protestĂł Melanie, cogiendo asiento. —No —dijo Kirsty sin tapujos, tomando el bloc de dibujo—. AsĂ podrás coger tus papeles y largarte cuanto antes. Tengo un salĂłn que redecorar… El veneno de la vĂbora no se hizo esperar. —AsĂ que ya te crees dueña y señora de todo esto. —Rio irĂłnica—. Yo no cantarĂa victoria tan rápido. —Yo no canto las victorias. —SonriĂł Kirsty—. Eso te lo dejo a ti. ÂżCuántas has tenido con Mike en estos Ăşltimos años? Seguro que estás deseando decĂrmelo, tal y como has hecho siempre. —Se asegurĂł de mirarla a los ojos antes de añadir—: Claro que esta vez me asegurarĂ© de contrastarlo con Ă©l en cuanto que entre por esa puerta. Y, para su asombro, Melanie apretĂł los dientes y guardĂł un misterioso silencio, que a Kirsty le supo a gloria. —TĂş solo eres un entretenimiento que ahora tiene muy a tiro —dijo Melanie unos segundos despuĂ©s, mirándola de forma altanera—. TĂş, tus mallitas ajustadas y tu… pequeño ombligo. Kirsty se mirĂł el estĂłmago, muy seria, y preguntĂł con un fingido gesto de horror: —¿Te parece pequeño mi ombligo? Porque yo dirĂa que tiene un tamañito perfecto… —¡EstĂşpida! —casi escupiĂł ahora la rubia entre dientes—. Jamás entenderĂ© que ve Ă©l en ti. —Ahora sĂ se ganĂł la atenciĂłn de Kirsty—. ÂżQuĂ© te sorprende? ÂżCrees que no he visto cĂłmo te mira? ¡TendrĂa que estar ciega! Pero solo es cuestiĂłn de tiempo que supere esa fijaciĂłn que parece tener por ti, y se dĂ© cuenta de que soy yo la compañera que necesita un CEO ejecutivo de su envergadura. «¿CĂłmo me mira… y quĂ© dice de una fijaciĂłn por mĂ…?». ¡Joder, Âżes que aquella arpĂa no podĂa hablar más despacio?! Se le estaban escapando los detalles más interesantes…, pero ahĂ seguĂa hablando y hablando… —Conmigo a su lado, jamás habrĂamos dejado escapar a Wang —dijo ahora como remate. Aquello sĂ le hizo daño a Kirsty, que intentĂł defenderse como pudo. —SĂ, estoy segura de que tĂş hubieras hecho cualquier cosa para cerrar el acuerdo…, lo que Wang te pidiera. —Por supuesto, era el negocio de su vida —le recordó—. Le has costado una millonada. —Esa es la diferencia entre tĂş y yo —SonriĂł ahora Kirsty, mordaz—, que yo no estoy a la venta. Y si Mike permitiera un sacrificio semejante por mi parte, serĂa Ă©l quien no estarĂa a mi altura —Se puso en pie, enĂ©rgica—, pero lo está, porque es el tipo más Ăntegro y honesto que conozco, y lo Ăşltimo que se merece es a una tiparraca como tĂş en su vida. Melanie se puso tambiĂ©n en pie, con la cara desencajada, un tanto perpleja porque la niña a la que siempre habĂa podido manipular le hablara de aquella manera. —¡Eres…! —¡Soy la mujer de su vida! —le asegurĂł con renovada fortaleza, dispuesta a pelear con todas sus fuerzas—. AsĂ que te aviso de que ya puedes irte olvidando de Ă©l, doña morritos, porque solo vas a poder acercártele de nuevo por encima de mi cadáver. Hasta aquĂ tus manipulaciones conmigo, bruja, ya no soy la niña que engañabas a tu antojo. —AsĂ que la gatita tiene uñas… —se burlĂł, pero sonĂł a desesperaciĂłn. —¡Por supuesto! —dio un paso en su direcciĂłn—. Uñas, dientes y una mala hostia que no te haces idea. Y Mike le hizo el impagable favor de volver al salĂłn antes de que aquella tipeja pudiera darle rĂ©plica. —AquĂ tienes. —Le tendiĂł los papeles—. Están firmados y sellados. Melanie tomĂł los documentos y mirĂł a Kirsty con una altanerĂa que, para su sorpresa, ya no le afectĂł lo más mĂnimo. —Una charla interesante —le dijo Kirsty con una sonrisa mordaz. Melanie la matĂł con la mirada y saliĂł de la casa con paso firme y un cabreo monumental. —¿QuĂ© le has dicho? —le preguntĂł Mike con cierta curiosidad. —Que eres mĂo —le dijo alto y claro—, y que si vuelve a acercarte a ti, le saco los ojos. Con aparente tranquilidad, se sentĂł y tomĂł de nuevo el bloc de dibujo. —Por cierto, Âżcuándo traen la tele? Fingiendo concentrarse en el dibujo, esperĂł a que Ă©l hablara, con el corazĂłn a mil. A Mike le llevĂł más tiempo del esperado decidirse a decir: —Mañana. —¡Guay! —Claro, guay —lo escuchĂł imitarla por lo bajo. Y sin añadir nada más, saliĂł del salĂłn de nuevo. Kirsty soltĂł el aire que habĂa estado conteniendo y se dejĂł caer hacia atrás en el sofá. —Menuda mañanita —dijo en alto, dejando escapar un suspiro estresado—, y me la querĂa perder… CapĂtulo 39 La conversaciĂłn con Melanie consiguiĂł reafirmarla aĂşn más en su determinaciĂłn por acabar con la resistencia de Mike. Resultaba curioso, porque sabĂa que aquello era lo Ăşltimo que la arpĂa rubia buscaba con sus palabras, pero habĂa dicho algunas cosas interesantes durante la conversaciĂłn, que no dejaban de dar vueltas en la cabeza de Kirsty. Ese crees que no he visto cĂłmo te mira resonaba en su mente una y otra vez, y mantuvo una sonrisa permanente en su rostro durante toda la mañana. Aunque le hubiera gustado poder profundizar en aquello de la fijaciĂłn que Mike parecĂa tener con ella. ÂżA quĂ© se habrĂa referido? Fuera como fuese, deberĂa jugar a su favor, Âżo no? En cualquier caso, estaba deseando que Mike saliera del despacho para poder verlo un rato, a pesar de que le inquietaba un poco no saber si iba a hacer algĂşn comentario de lo que se suponĂa que habĂa tenido el descaro de decirle a Melanie sobre Ă©l… No habĂa sido su intenciĂłn comenzar su conquista de una forma tan agresiva y esperaba poder ser un poco más sutil a partir de ahora, que iba más acorde con su carácter. Además, ir caldeando el ambiente poco a poco supuso que serĂa una estrategia mucho más afectiva. «Eso si puedo evitar saltarle encima…», se dijo, comiĂ©ndose con los ojos cuando Mike regresĂł al salĂłn al rondar el mediodĂa. Pero casi no tuvo tiempo ni de encontrar una sonrisa coqueta cuando el timbre de la puerta volviĂł a sonar, y Marty se colĂł con su llave a continuaciĂłn. —¿Por quĂ© llamas si tienes llaves, Marty? —Rio Kirsty, a la que siempre le sorprendĂa aquel gesto. —Para avisar de que voy a entrar. —SonriĂł el hombre. Kirsty lo mirĂł divertida, pero no dijo nada más mientras pensaba que aquello era una actitud muy adecuada. ÂżQuĂ© tal si a Mike y a ella les daba por perder la cabeza sobre la encimera de la cocina?… Al menos tendrĂan tiempo de echarse al suelo antes de que el hombre se encontrara con… aquella excitante… imagen que… ¡ay, Kirsty, deja ese tipo de pensamientos para otro momento! —¿QuĂ© llevas ahĂ? —le preguntĂł Mike, señalando el par de bolsas grandes que traĂa consigo. —Una tonelada de comida de Doris —dijo soltándolas sobre la encimera, y mirĂł a Kirsty—. Dice que tu pie aĂşn no soporta el cocinado. —¿Y no se fĂa de que yo la alimente bien? —dijo Mike, fingiĂ©ndose ofendido. —No mates al mensajero. —Rio Marty—. Y me voy ya, que Andy me ha pedido un par de horas libres. —¿Y vas a renunciar a toda esta comida? —le preguntĂł Kirsty, sin dejar de sacar envases de las bolsas. —Una pena, sĂ, porque huele que alimenta… Marty se despidiĂł y los dejĂł a solas de nuevo para deleite de Kirsty, que no podĂa estar más encantada de la vida en aquel momento. —¡CĂłmo quiero a esa mujer! —SonriĂł abriendo uno de los boles y aspirando su aroma—. Esto es el paraĂso. —Cualquiera dirĂa que te estoy matando de hambre —protestĂł Mike, con un divertido gesto de preocupaciĂłn—. ÂżTan mal lo estoy haciendo? —TĂş no haces nada mal, Mike —le guiñó un ojo—, pero Doris no puede saberlo. Se girĂł hacia la nevera para que Ă©l no viera su gesto de sorpresa. Al parecer, las indirectas, junto con la necesidad de tontear, le salĂan de forma natural. Y, para alimentar más su asombro, cuando se girĂł de nuevo hacia Mike Ă©l tenĂa puesto sus ojos sobre su trasero, aunque intentĂł disimularlo con premura. «SĂ, sĂ, sĂ, ¡por fin!», tuvo que contenerse para no gritar a los cuatro vientos. No es que una simple mirada fuera mucho, pero sĂ el indicativo de que no le resultaba tan indiferente como querĂa aparentar. Aquel baño en el jacuzzi le habĂa dejado un amargo sabor de boca, que acababa de endulzar considerablemente. —¡De repente tengo muchĂsima hambre! —exclamĂł, dichosa, y se ganĂł una mirada curiosa de Mike, que le hizo preguntarse si aquello habĂa sonado con segundas…; lo que no le extrañarĂa nada, a pesar de que no habĂa sido su intenciĂłn. Resultaba curioso, pero pareciera que desde que habĂa decidido conquistar a Mike, no solo su cuerpo, sino su mente e incluso su alma, se habĂan alineado para lograr su objetivo. Todo en ella vibraba de emociĂłn y suponĂa que hablaba alto y claro, incluso sin necesidad de palabras. Aunque las palabras estaban para algo, el diccionario tenĂa un montĂłn de ellas… —AsĂ que ÂżtĂş y morritos Simmons tuvisteis una relaciĂłn muy larga? —le preguntĂł como si nada mientras sacaba un par de platos de la alacena. Mike la mirĂł con un gesto de asombro ante la directa pregunta. —Igual de larga que la tuya con Alek —dijo, tendiĂ©ndole un tenedor. Sus miradas chocaron por un instante. —Ya te dije que jamás he tenido nada con Alek. —Pues eso. Kirsty lo mirĂł ahora más seria, y le costĂł un poco decidirse a tomar el cubierto y apartar la mirada, lo hizo a regañadientes, pero de ahĂ a morderse la lengua… —AsĂ que vosotros nunca… —No, Kirsty, nunca me he acostado con Melanie, Âżcontenta? —le dijo, cogiendo asiento. La chica estuvo a punto de saltar de pura euforia—. Y ahora Âżpodemos comer tranquilos? —Es que te incomoda la conversaciĂłn —le preguntĂł con una sonrisa pĂcara, caminando hasta la nevera en busca de una botella de agua. —Me incomodan muchas cosas en este momento… —lo escuchĂł susurrar casi para sĂ, con cierta resignaciĂłn. Y Kirsty se girĂł y lo cazĂł mirándole el culo de nuevo. —Mi intenciĂłn no es incomodarte. —SonriĂł divertida, fingiendo no verlo. —¿No? ÂżY por quĂ© no me lo creo del todo? —Bueno, Mike, creĂa que ahora podĂamos hablar de todo —insistiĂł, cogiendo asiento a la mesa—. Anda, los vasos… Mike se puso en pie de forma automática. —Yo los cojo. —Genial, me toca mirar a mĂ entonces… —murmurĂł entre dientes, haciendo justo aquello. —Kirsty… —SonĂł a amenaza, pero recibiĂł una mirada de pura inocencia como respuesta, asĂ que pareciĂł resignarse—. ÂżQuĂ© te apetece comer? Kirsty no pudo evitar sonreĂr, consciente de que darle la respuesta que tenĂa en mente serĂa pasarse… —¿Un poco de todo? —dijo en su lugar. —¿Quieres probarlo todo? —SĂ, Mike, quiero —dijo, asegurándose de mirarlo a los ojos. «¡Es que no puedo parar!», se dijo, asombrada de su propia capacidad de llevárselo todo al mismo terreno. Lo escuchĂł suspirar y murmurar algo ininteligible, mientras organizaba la mesa y abrĂa el resto de envases. —¡QuĂ© bueno! —dijo Kirsty ahora con sinceridad, planeando con el tenedor por encima de la comida, decidiendo a quĂ© iba a hincarle el diente primero. Mike la observĂł con una sonrisa en los labios, hasta que consiguiĂł incomodarla. —¿QuĂ©? —Sigue costándose decidir quĂ© probar primero. —Rio, ahora divertido—. ÂżTe pasa siempre que tienes que tomar decisiones sobre algo o es solo con la comida? Kirsty sonriĂł. Aquello era una manĂa que tenĂa desde pequeña cuando habĂa demasiadas opciones frente a sĂ. —El primer bocado que te metes en la boca marca el apetito con el que comerás el resto —le recordó—. No es la primera vez que te lo digo. En el pasado, Mike se habĂa reĂdo de ella por aquello en multitud de ocasiones. Y, pensándolo bien, aquello mismo le habĂa pasado con el beso con el que Ă©l habĂa marcado el resto de su vida. Mike pinchĂł una patata caramelizada y se la tendiĂł a Kirsty, que clavĂł sobre Ă©l una mirada de sorpresa. Sin dilaciĂłn, aunque muy despacio, Kirsty se acercĂł, abriĂł los labios sin dejar de mirarlo a los ojos y dejĂł que fuera Ă©l quien metiera la comida dentro de su boca. Cuando cerrĂł los labios sobre el tenedor, le faltĂł muy poco para dejar escapar un gemido de deleite. ÂżCĂłmo un gesto tan simple podĂa resultar tan increĂblemente erĂłtico? Su cuerpo habĂa reaccionado de una forma irracional y salvaje, y no estaba segura de poder comportarse con la misma fingida normalidad que antes de aquello. Y la intensidad en la mirada de Mike, que parecĂa a punto de desintegrarla, no ayudaba demasiado. —¡QuĂ© buena elecciĂłn para arrancar con la cata! —Sonrió—. ÂżPuedes escoger siempre por mĂ a partir de ahora? —Claro —aceptĂł Mike, posando sobre ella una mirada preocupada—, lo que sea por mi hermanita. Kirsty sonriĂł ahora con más amplitud. En cualquier otro momento le hubiera molestado el comentario, pero justo en aquel, se le antojĂł una muy buena noticia el hecho de que Ă©l se viera tan obligado a tirar de todo el arsenal para marcar el terreno tan abruptamente. Lo observĂł en silencio unos segundos antes de aventurarse a decir: —Si ese es el equivalente al beso en la frente, Mike, puede no funcionar como esperas. Él guardĂł silencio, lo cual fue como hablar alto y claro en realidad. El que ni siquiera se molestara en hacerse el tonto con lo de aquel beso, hizo comprender a Kirsty que aquello tampoco habĂa sido fruto del azar. Lo que sin duda no esperaba Mike, era que tuviera en ella el efecto contrario del que, ahora estaba segura, habĂa buscado. —Tu actitud tambiĂ©n puede no funcionar como esperas, Kirsty —dijo Ă©l finalmente, tras lo que a ella le pareciĂł un siglo en silencio. Kirsty observĂł su expresiĂłn seria, y de repente la asaltĂł una ligera sensaciĂłn de vĂ©rtigo, al sentir que se hallaba al borde de un inmenso precipicio que podrĂa costarle muy caro si finalmente no hallaba el paracaĂdas que esperaba. —Me arriesgarĂ© —terminĂł diciendo. Ahora que por fin habĂa visto la luz y salido de su letargo, no estaba dispuesta a cederle terreno al miedo de nuevo. —Yo lo hice una vez, Kirsty —Se puso en pie—, y fuiste tĂş quien terminĂł pagando las consecuencias. No cometerĂ© ese error de nuevo, te lo garantizo. —Bien, avisada quedo, entonces. —Se esforzĂł por sonreĂr, y señalĂł la comida—. ÂżDĂłnde vas? AĂşn no has comido. Mike apretĂł los dientes y se perdiĂł en sus ojos durante demasiado tiempo. Kirsty pudo leer una angustia desoladora en lo más profundo de su alma, que la tocĂł de lleno. —SiĂ©ntate a comer conmigo, Mike —le pidiĂł. —No puedo —suspiró—, y bien sabe Dios… —La taladrĂł con la mirada— que me muero de hambre. Se alejĂł de ella con premura. «¡El problema es que yo tambiĂ©n, asĂ que no creas que voy a ponerte fácil el ayuno!», hubiera querido gritarle antes de que Ă©l saliera de su vista; pero, aunque no lo dijo, lo tenĂa tan claro que estaba deseando regresar a su habitaciĂłn para re-estrenar la ropa que Jess tan amablemente habĂa destrozado para ella…
Un par de horas más tarde, cuando Kirsty hubo descansado un rato, saliĂł de su habitaciĂłn y se topĂł con Mike asaltando la nevera. —Tienes un problema con tu alimentaciĂłn —dijo Kirsty en un tono divertido, y rio al sentir que Ă©l se sobresaltaba. —Joder, ¡quĂ© sigilosa! —protestĂł Mike, dándose un pequeño golpe en la puerta de la nevera por la sorpresa—. Por un segundo creĂa que Doris me habĂa cazado in fraganti. —¿Me parezco a Doris? —Rio de buena gana. —Solo en lo mandona —bromeĂł, pero no la mirĂł. Kirsty, lejos de sentirse ofendida, sonriĂł complacida. Resultaba obvio que a Ă©l no se le habĂa pasado por alto su atuendo, o no se esforzarĂa tanto por mantener sus ojos lejos de ella. Sin duda, Jess estarĂa orgullosa de su hazaña. Jamás pensĂł que en algĂşn momento pudiera sentirse tan bien llevando aquellos minĂşsculos pantalones y la sexi camiseta que jurĂł que jamás se podrĂa. El conjunto la hacĂa parecer una portada de una revista para hombres, pero no le importaba. Además, se habĂa recogido el pelo en un desenfadado moño, que estilizaba su cuello e incitaba a disfrutar de las formas que la camiseta insinuaba de un modo descarado. Desde luego, Mike tenĂa sobrados motivos para mantener su mirada en otra parte. AsĂ que decidiĂł darle la espalda para que pudiera mirarla un rato a escondidas. «Que buena persona soy…», sonriĂł, caminando hacia el salĂłn, muy despacio. TomĂł asiento en el sofá y puso los pies sobre la mesa, mostrando sus largas piernas en todo su esplendor… Pero para cuando llevaba allĂ media hora y Ă©l apenas si parecĂa afectado por su presencia, dejĂł de sentirse tan benevolente y optimista. «Quizá es que desde la cocina no se me ve bien», se dijo, a pesar de que era consciente de que nada entorpecĂa la visiĂłn. Se puso en pie, cogiĂł el metro y se levantĂł a tomar unas medidas. Como no resultĂł, no tardĂł en pedirle ayuda a Mike, que muy solĂcito la ayudĂł a medir mientras ella se paseaba a su alrededor intentando ayudar. «¡Esto es increĂble! Ha debido de quedarse ciego de repente el muy…», tuvo que girarse para poder controlar su enfado. «¿Y si resulta que estoy haciendo el ridĂculo y ni siquiera se ha dado cuenta de que me he cambiado de ropa?». El timbre de la puerta volviĂł a sonar de nuevo a las seis de la tarde, cuando estaba a punto de mandarlo todo al garete. —¿QuiĂ©n demonios será ahora? —se quejĂł en alto, malhumorada. —Tu fisio, supongo —dijo Mike consultando su reloj, repentinamente serio. —Ah, ostras, me habĂa olvidado de Ă©l… —admitiĂł Kirsty. —Y yo. —FrunciĂł el ceño, y ahora sĂ se girĂł a mirarla—. Ve a cambiarte de ropa. Kirsty se quedĂł perpleja; tanto que por un momento pensĂł que quizá habĂa escuchado mal. —¿Perdona? —No vas a atenderlo vestida asĂ. De no estar tan alucinada, se habrĂa reĂdo. —¿QuĂ© le pasa a mi ropa? —dijo, callándose el a ti no ha parecido afectarte que tenĂa en la punta de la lengua. —Que solo te has puesto la mitad —le dijo, sin ninguna intenciĂłn de bromear—. Y no vas a estar asĂ delante de nadie más. «Más que de mĂ», sonriĂł Kirsty, terminando la frase para sĂ. DeberĂa sentirse realmente molesta por aquel sentido de la propiedad, pero… no podĂa estar más encantada. «Ahora empezamos a entendernos…», aun asĂ, se sintiĂł en la necesidad de molestarlo. AsĂ que llevaba todo aquel tiempo ignorándola adrede… El timbre volviĂł a sonar. —¡Abre ya! —exigiĂł Kirsty. —Lo harĂ© encantado mientras te cambias. —Y exactamente, ÂżquĂ© te hace sentirte con derecho a opinar sobre mi vestuario? —¿QuĂ© pregunta es esa, Kirsty? —SonriĂł con cinismo—. El derecho que cualquier hermano tiene de proteger la honra de su hermanita pequeña. Y si de paso prevenimos un catarro, tenemos un dos por uno, Âżno te parece? —Un cĂnico es lo que me pareces. Pero no siguiĂł discutiendo, consciente de que no le interesaba. Ya habĂa obtenido una reacciĂłn de Mike mucho más que interesante. Se girĂł sobre sus talones, fingiendo una furia que en realidad estaba lejos de sentir, y se marchĂł a su cuarto. Cuando regresĂł al salĂłn, se habĂa puesto la misma ropa que habĂa llevado aquella mañana. Se cruzĂł con Mike en la puerta que llevaba al pasillo de las habitaciones. —Ah, ya estás aquà —le dijo con una mueca irĂłnica en un tono amable, y señalĂł hacia el sofá —. Ha llegado Steve. —¿QuĂ© tal estoy, paso la inspecciĂłn? —ironizĂł Kirsty en apenas un susurro. Mike sonriĂł y, sin dejar de mirarla a los ojos, deshizo el nudo que habĂa vuelto a atarse en la camiseta y la estirĂł hacia abajo todo lo que pudo. —Estás perfecta… —susurrĂł muy de cerca—, hermanita. Y, para más inri, le dio un beso en la frente antes de desaparecer. Kirsty deberĂa haber intentado golpearlo, además de mandarlo al carajo, al tiempo que se subĂa por las paredes de la rabia; y, sin duda, habrĂa hecho todo eso… si hubiera sido capaz de borrar la sonrisa de los labios. CapĂtulo 40 A Kirsty le sorprendiĂł mucho que Mike la dejara a solas con Steve. El dĂa anterior no se habĂa movido de su lado durante toda la terapia, y Kirsty hubiera estado encantada de tenerlo sentado junto a ella mientras tonteaba de vez en cuando con el fisio para intentar molestarlo, pero quizá habĂa sobreestimado un poco la reacciĂłn de Mike con su ropa… —He traĂdo la camilla plegable por si podemos ponernos con tu espalda —le dijo Steve con una sonrisa encantadora—. La tengo en el coche. —Perfecto, aunque como ya casi no uso las muletas, me duele mucho menos. Marty tocĂł el timbre y se colĂł en la casa cuando apenas habĂan comenzado con la terapia. El hombre se sentĂł al lado de Kirsty, con una sonrisa de oreja a oreja, y observĂł muy atento como el chico manipulaba el tobillo sin apenas gestos de dolor por parte de ella. —Esto va mucho mejor incluso de lo que esperábamos —le asegurĂł Steve. —No he necesitado las muletas en todo el dĂa —reconociĂł Kirsty—, aunque me lo siento un poco flojito. —Pues al final no parece que vayas a necesitar terapia. —SonriĂł el chico, y la mirĂł con un gesto pĂcaro—. Lo que me molesta un poco, porque me encanta venir a verte. Kirsty se sintiĂł un tanto cohibida ante el comentario, pero no dijo nada. —Mañana puedo enseñarte unos ejercicios en el agua, si te parece —le sugiriĂł mientras seguĂa moviendo y masajeando el pie a conciencia—, para que puedas hacerlos a diario y fortalecer toda la zona cuanto antes. —¿Y ya no necesitarĂa más masaje? —Si no te duele, no lo veo necesario. —Caramba, quĂ© bueno eres —bromeĂł Kirsty. —Me gustarĂa llevarme el mĂ©rito —Rio el chico—, pero solo necesitabas algo de tiempo. —Mike se empeñó en salir corriendo al hospital en cuanto que hice la primera mueca de dolor —bromeĂł Kirsty, y mirĂł a Marty—. Se pone nervioso muy rápido, ¡eh! Marty sonriĂł divertido. —Solo en lo que a ti se refiere —dijo el hombre con un curioso gesto de ternura—, pero siempre es mejor prevenir que curar. —Claro que sà —afirmĂł Steve—, y este par de dĂas de masaje te vendrán genial. Ponte de pie e intenta caminar sin cojear. Kirsty le hizo caso y caminĂł de un lado para otro durante un minuto. —¿Te duele? —Kirsty negó—. Entonces con algo de deporte, estarĂa listo. —¿Mañana por la mañana puedes venir para enseñarme los ejercicios en la piscina? —le propuso. —IntentarĂ© escaparme a media mañana —asintió—. ÂżMiramos la espalda? —Mañana, si te parece. —Perfecto. Kirsty guardĂł silencio, esperando que fuera Steve quien decidiera despedirse y marcharse, pero el chico no parecĂa tener prisa. —Entonces, Kirsty, ÂżquĂ© tal tu vida de famosa en Nueva York? —le preguntĂł, cogiendo asiento en el sofá vecino. «Piensa quedarse a charlar un rato, al parecer». —¿Famosa? —Se forzĂł a sonreĂr—. Para mis amigas, querrás decir. —Y para mĂ tambiĂ©n. He leĂdo todos tus libros, Âżsabes? —¿SĂ? Espero que te hayan gustado al menos. —MuchĂsimo. Eres muy buena —admitió—. Me da vergĂĽenza confesártelo, pero te he escrito en alguna ocasiĂłn, Âżsabes? —¿En serio? —se sorprendió—. No recuerdo haberlo visto, o te habrĂa contestado. —Es que… quizá no te dije que era yo —admitiĂł, cohibido—, y ni siquiera sĂ© si escribĂ a la direcciĂłn correcta. Kirsty lo mirĂł perpleja. —¿TĂş eres Siempre tuyo? —preguntĂł, sin disimular su asombro. —Eh, bueno… —se le veĂa algo cortado. —¡No me lo puedo creer! —SonriĂł Kirsty, ahora maravillada—. No tienes idea de cuánto me ayudaron tus cartas, sobre todo al principio. Steve sonriĂł como si le hubiera tocado la loterĂa con aquel comentario. —¿Lo dices en serio? —¡Claro! Incluso cuatro años despuĂ©s sigo esperando esa rosa junto con tus cartas. Kirsty recordĂł ahora el momento en el que el conserje le habĂa subido la Ăşltima y Mike lo habĂa cogido de la solapa por permitirle entrar en su apartamento… No pudo evitar sonreĂr ante el recuerdo. —¿En serio? —Steve parecĂa pletĂłrico—. De haberlo sabido, habrĂa firmado con mi nombre. —Siempre tuyo es ideal —bromeĂł Kirsty—, pero me habrĂa encantado saber quiĂ©n eras para poder agradecerte tus palabras. ÂżSabes que releĂa cada carta al menos veinte veces? Las guardo como oro en paño. —Estoy alucinado, de verdad. —¡Y yo! —Rio Kirsty. ÂżDĂłnde demonios estarĂa metido Mike? Estaba deseando contarle aquel descubrimiento. Quizá estaba relajándose un poco en la sauna, con esa toalla atada a las caderas y… nada más. —Bueno, Steve, siento no poder charlar más rato, pero tengo algo urgente que hacer —le dijo, poniĂ©ndose en pie de nuevo—. ÂżSeguimos hablando mañana? —propuso. El chico saliĂł de la casa un minuto despuĂ©s, y Kirsty se dejĂł caer de nuevo en el sofá. —¿DĂłnde está Mike? —le preguntĂł a Marty de inmediato. —Trabajando en el despacho. Kirsty cancelĂł la visita a la sauna antes de salir corriendo. —¿QuĂ© es eso de las cartas y la rosa? —se interesĂł Marty, con curiosidad. La chica le hablĂł de Siempre tuyo y el papel fundamental que, sin pretenderlo, habĂa jugado en su vida, alentándola a seguir persiguiendo sus sueños. —Espero sus cartas con mucho cariño y las releo montones de veces —admitió—. Bueno, menos la Ăşltima, que apenas pude leerla una vez. —¿Por quĂ©? ÂżQuĂ© pasĂł? —Tu sobrino. Marty dejĂł escapar una carcajada, y Kirsty le contĂł todo sobre la llegada de esa carta y cĂłmo Mike habĂa cogido del cuello al conserje cuando fue a llevársela. —TambiĂ©n se merecĂa un buen derechazo —opinĂł Marty entre risas. —Yo bien creĂ que iba a dárselo. —¿QuĂ© es tan divertido? —dijo Mike, sobresaltándolos a ambos. El corazĂłn de Kirsty saltĂł de jĂşbilo como un tonto enamorado. —Al parecer el carácter os viene de familia. —Rio Kirsty. —Ese tipo nunca debiĂł dejarle entrar en tu casa —insistiĂł Marty. Y pasĂł a recordarle aquello mismo a su sobrino, para ponerlo al dĂa. —Mi amiga Alyssa me dijo ayer mismo que ya no trabaja en el edificio —contĂł Kirsty. —La incompetencia se paga cara —opinĂł Mike—. ÂżY por quĂ© os habĂ©is acordado ahora de aquello? —Resulta que Steve es Siempre tuyo. Mike pareciĂł quedarse perplejo. —¿Qué…? No entiendo. —¿Recuerdas al tipo de la carta y la rosa? —SonriĂł Kirsty, deseosa de contárselo todo—. El que me escribe tres veces al año… —Que sĂ, que me acuerdo —dijo con impaciencia—. ÂżQuĂ© pasa con Ă©l? —Eso, que resultĂł ser Steve. —Ah…, ¿él te lo dijo? —ParecĂa realmente desconcertado con la noticia—. QuĂ© bien. Misterio resuelto. ÂżHa llamado tu padre? «¿Aquello era todo lo que iba a decir? ¡QuĂ© decepciĂłn!». —No sĂ© nada de mi padre —dijo irritada—. He estado muy ocupada con Steve, charlando de unas cartas que son importantes para mĂ porque me aportaron más de lo que nunca puedas imaginarte. —SĂ, me acuerdo —y la imitĂł con cierta sorna—. La simple carta de un desconocido me acelera el corazĂłn más de lo que podrás hacerlo tĂş jamás. ¡QuĂ© bonito! —¡ImbĂ©cil! —Pues este imbĂ©cil te ha demostrado en más de una ocasiĂłn que estabas equivocada. —La mirĂł con los ojos cargados de recuerdos y secretos compartidos—. Antes de que fuĂ©ramos hermanos, claro —se asegurĂł de recalcar. Kirsty resoplĂł entre dientes y se alejĂł furiosa hacia su habitaciĂłn, Mike la siguiĂł con la mirada. —Ya casi no cojea —dijo, cuando desapareciĂł de su vista. Marty puso sobre Ă©l una mirada condenatoria que provocĂł que Mike se desesperara. —¿¡QuĂ©!? —No te entiendo —suspiró—. Sigue asĂ y se la terminarás sirviendo en bandeja al Siempre tuyo ese. —¡Eso tipo no es Siempre tuyo! ¡Si le faltan cocciones hasta para hacer bien su trabajo! — dijo molesto—. Y si ella quiere servirse en bandeja, que lo haga. —¡Ah, genial, Âżme puedes decir quĂ© hago aquĂ entonces?! —le recordĂł Marty. Mike apretĂł los dientes, pero no dijo nada. —¿O es que vamos a fingir que no me has pedido que haga de carabina? —Solo te pedĂ que entraras para… vigilar un poco. —Ah, solo vigilar —ironizó—. ÂżVigilar quĂ©, Mike? —No obtuvo respuesta—. Nada, perfecto, pero si vas a seguir comportándose como un idiota, mañana no me llames, apáñatelas tĂş en esa piscina… —¿QuĂ© piscina? ÂżCuándo? —QuĂ© más da, Âżno? —insistiĂł. Mike se dejĂł caer en el sofá, abatido, sin pronunciar palabra. Se pasĂł las manos por el pelo con gesto nervioso. —¿CĂłmo va la investigaciĂłn? —preguntĂł, tras un rato en silencio. —En un punto muerto —admitiĂł Marty—. Y no tengo más vĂas abiertas. —¿No hay nada en esas fotos? —insistiĂł casi en un susurro. —No. Ni una huella ni un solo indicio que nos lleve a ninguna parte —reconoció—. No queda un solo hilo del que tirar. —Y ÂżcĂłmo es posible? —Pasa a menudo —se lamentó—. AsĂ que quizá, tanto tĂş como Thomas, deberĂais empezar a aceptar que tendrĂ©is que dejarla regresar a su vida en breve. —¿Sin coger a esa gentuza? —No podĂ©is tenerla prisionera para siempre —insistiĂł Marty. —Al menos aquĂ puedo protegerla. —Entonces consigue que se quede en Little Meadows por voluntad propia —le sugiriĂł. —¿CĂłmo? —¿Tengo que hacerte un croquis? Mike no pudo evitar sonreĂr, pero impregnĂł el gesto de cierta tristeza. —Yo… no soy bueno para Kirsty —dijo apenas en un susurró—. Le hice daño hace mucho tiempo y me he equivocado demasiado desde su regreso —suspiró—, y eso casi le cuesta la vida. —¿Te sigues culpando de su accidente? —Soy culpable —le aseguró—. Me vuelve tan loco que terminĂł impulsándola a hacer cosas estĂşpidas, como subirse a un caballo que sabe que no podrá controlar. —Es una mujer adulta, Mike —le recordó—. Responsable de sus propios errores. Mike no dijo nada, se limitĂł a negar con la cabeza y soltar aire con demasiada intensidad. —Pues nada, dejemos que el tal Steve se lleve a la chica. —SonriĂł Marty, irĂłnico—. Lo que no tardará en hacer porque es un tipo encantador y no esconde su interĂ©s por ella. —Se puso en pie—. DĂ©jales vĂa libre en el spa mañana. Creo que ha prometido traer la camilla portátil para aliviarle la espalda… —Marty… —Eso más la sauna y el jacuzzi —insistió— deberĂan bastar para que ella caiga rendidita a sus pies. Eso sĂ, no cuentes conmigo para vigilarlos, no me vayan a poner la cara colorada en el momento menos pensado… —¡Bueno, basta ya! —terminĂł Mike poniĂ©ndose en pie, con un claro gesto de irritaciĂłn—. ¡A Kirsty no le gusta ese tipo! —Yo no estarĂa tan seguro, le escribiĂł cartas que… —¿Otra vez con el cuento de las cartas? —Y Âżno la llevĂł a su primer baile? —le recordó—. Igual incluso fue el primero en… —¡No permitĂ que Steve Danfort le pusiera un solo dedo encima entonces y no lo hará ahora! —interrumpiĂł, ya furioso. —Eso no suena mal —admitiĂł Marty—. Solo espero que no intentes conseguirlo imponiĂ©ndoselo como una orden, porque ya te digo que no funcionará. —¿QuiĂ©n te ha pedido tu opiniĂłn? —Nadie en absoluto —reconoció—. Pero te quiero, Mike, y deseo verte feliz, a ser posible en esta vida. Por eso te recuerdo que el tiempo corre, su pie se recupera y los motivos para tenerla encerrada empiezan a ser insuficientes… —hizo una pausa, soltĂł un suspiro de preocupaciĂłn y añadió—: Y ahora mĂrame y dime que puedes volver a vivir con el vigĂlala a escondidas sin volverte loco. Mike desapareciĂł de su vista sin hacer ni una cosa ni la otra. CapĂtulo 41 Kirsty, tumbada sobre su cama, ya no sabĂa si cambiarse de ropa, quedarse con la que tenĂa puesta o vestirse de buzo. DebĂa reconocer que Mike la tenĂa confundida. Primero la ignoraba a pesar de estar medio desnuda, luego parecĂa molestarle que Steve pudiera verla asĂ, pero despuĂ©s la dejaba a solas con Ă©l y desaparecĂa sin más preocupaciĂłn. ¡Era una pesadilla de hombre! Molesta por sentirse siempre sobre aquel vaivĂ©n de emociones, decidiĂł que aquella noche no saldrĂa de su alcoba ni para cenar. Por desgracia, su padre y Nadine pasaron por allĂ para despedirse por un par de dĂas, y se vio forzada a atenderlos. Los cuatro se sentaron en el jardĂn a tomar un aperitivo. —¿Y quĂ© balneario es ese? —se sorprendiĂł Kirsty al escuchar la noticia de su viaje. —Está en plena naturaleza, entre montañas —contĂł Thomas—. Lo dirige una amiga de Nadine, que nos ha invitado a pasar el dĂa de mañana, volveremos pasado a medio dĂa. —Ah, quĂ© bien. —SonriĂł Kirsty contenta, y observĂł, un tanto desconcertada, la mirada tĂmida que Nadine posaba sobre su padre y la sonrisa que Ă©l le devolvĂa. «¿QuĂ© me he perdido?», se preguntĂł sonriendo a su vez, pero era tan evidente que no tuvo que preguntárselo mucho tiempo. Al parecer su padre habĂa tomado a rajatabla su consejo de echarse novia, y Kirsty no podrĂa estar más feliz por la elecciĂłn. Aunque supuso que lo adecuado era esperar a que ellos le dieran la noticia, asĂ que intentĂł hablar lo más normal posible. —¿Y no me puedo meter en una maleta e irme tambiĂ©n a ese balneario? —¿Es que no tienes suficiente dosis de spa aquĂ? —Rio Nadine. —Pues lo creas o no, solo me he metido en el jacuzzi una vez —contĂł, asegurándose de no mirar a Mike, pero sĂ de que la oyera—. Ni piscina ni sauna ni sillĂłn de masaje…, pero mañana viene Steve a media mañana para enseñarme unos ejercicios en el agua —dijo, más risueña de lo que se sentĂa. —¿Para fortalecer el tobillo? —se interesĂł Nadine. —Eso ha dicho, pero ya voy a aprovechar para hacerme una puesta a punto completa. — SonriĂł, dejando caer en su tono cierta insinuaciĂłn. —¿Es mono el tal Steve? —le preguntĂł Nadine por lo bajo. —Oh, sĂ…, y experto en masaje… —susurrĂł Kirsty, demasiado alto. —¡Eh, que os estamos escuchando! —protestĂł su padre al instante, y mirĂł a Mike—. Dime que vas a estar presente en esa puesta a punto. —Tres son multitud, Tom —dijo Mike con una sonrisa cĂnica—. Y Kirsty ya es una mujer adulta, no necesita una niñera. Kirsty hubiera podido pegarle sin sentirse culpable. —¡TonterĂas! —insistiĂł su padre—. Sigue siendo mi niñita, y no voy a imaginarla metida en una sauna con Steve Danfort. —¡Papá! —protestĂł. —No permitirĂ© que se metan en la sauna, Tom. —Rio Mike, como si estuvieran hablando del tiempo—. Me encargarĂ© de cerrarla con llave, Âżcontento? Thomas rio divertido, y Kirsty no pudo evitar cruzar una mirada asesina con Mike, que parecĂa impasible y muy divertido ante la idea de su supuesto escarceo con otro. «Ya veremos si sigue pensando lo mismo cuando me vea en brazos de Steve», PensĂł irritada, deleitándose con la idea de borrarle aquella estĂşpida sonrisa de los labios. Y ya no pudo sacudirse aquella rabia el resto de la noche. Cuando su padre y Nadine se marcharon, fue directa a la cocina y se preparĂł un sándwich que tenĂa toda la intenciĂłn de comerse a solas en su cuarto. —¿Por quĂ© estás tan molesta? —le preguntĂł Mike, como si no hubiera roto nunca un plato. —No lo sĂ©, dĂmelo tĂş. —No te preocupes, Kirsty, que no pienso cerrar la sauna con llave. —SonriĂł con descaro—. Solo lo he dicho para que tu padre se quedara tranquilo. Kirsty se preguntĂł si un par de guantazos serĂan suficientes para sentirse mejor, pero Âżpor quĂ© darle el gusto de demostrarle cuánto le afectaba su aparente indiferencia? —Genial. —Sonrió—. Espero tambiĂ©n que no nos molestes demasiado… —Descuida. —QuĂ© benevolente —ironizó—. No pareces el mismo que me ha obligado a cambiarme de ropa esta tarde. —SĂ, lo siento, quizá me pasĂ© un poco de conservador. —¿Significa eso que no vas a meterte en si mañana me pongo el bikini o decido bañarme sin Ă©l? Mike la mirĂł con una sonrisa totalmente carente de humor. —Yo esperarĂa a ver si Steve comparte tu aficiĂłn por el nudismo. —No te preocupes, que ya me encargo yo de que lo haga. La sonrisa de Mike empezaba a tocarle las narices más allá de toca lĂłgica. ÂżEs que tenĂa que meterse en la cama de Steve para borrársela del todo? —Muy sonriente te veo —insistiĂł, controlando a duras penas las ganas de sacarle los ojos—. A ver si sigues pensando lo mismo cuando estĂ© entre sus brazos… y le pida a Ă©l los besos que a ti te neguĂ©. Una dĂ©cima de segundo fue lo que Mike tardĂł en tirar de ella para encerrarla entre sus brazos, ya sin una pizca de humor. —Vaya, Âżeso ha escocido? —¡Ya basta de tonterĂas! —Yo no llamarĂa tonterĂas a lo que tengo pensado… —insistiĂł, satisfecha y ardiendo de excitaciĂłn ante su reacciĂłn—. Te garantizo que va a dejar de hacerte gracia alguna. —Kirsty… —Si te portas bien…, puedo dejarte mirar a travĂ©s de la cristalera —susurrĂł entre dientes, retándolo aĂşn más. Aquello pareciĂł desatar todos los infiernos dentro de Ă©l. Se girĂł con ella entre los brazos y la acorralĂł contra la encimera con una furia apenas contenida. —¿Te gustarĂa eso, Mike? —insistiĂł acalorada—. Ya que tĂş no quieres tocarme, igual te apetece mirar cĂłmo lo hace otro. —Te excitarĂan más solo mis ojos sobre tu cuerpo, que todo lo que Ă©l pudiera hacerte —le asegurĂł, separándose ligeramente para pasear una lasciva mirada de su cabeza a sus pies. —Será interesante comprobarlo… —¡DĂ©jalo ya! —casi rugiĂł, ahora con un brillo peligrosos en los ojos—. Los dos sabemos que no te gusta Steve Danfort. —Ah, Âżno? ÂżAcaso no lo escogĂ ya una vez para que fuera el primero en besarme? Lo vio apretar los dientes, sin dejar de mirarla a los ojos. —QuĂ© pena haberle quitado ese honor —casi gruñó entre dientes. —SĂ, yo tambiĂ©n lo siento. —SonriĂł irĂłnica. —¿Que lo sientes? —La atrajo hacia sĂ aĂşn con más fuerza, hasta amoldarla por completo contra su cuerpo—. ¡¿Crees que Ă©l te hubiera enseñado a besar de la misma manera?! —¿Y por quĂ© no? —dijo Kirsty, encogiĂ©ndose de hombros, intentando disimular su estado de excitaciĂłn, pero su cuerpo hacĂa ya demasiado rato que ardĂa de la cabeza a los pies. —Los dos sabemos que aquel beso fue mucho más que eso —insistiĂł furioso. «¿Para ti tambiĂ©n?». Estuvo en un tris de preguntarle, pero se contuvo. Estaba demasiado dolida por todos los desplantes de la tarde. —¿No supones demasiado? —dijo en su lugar, intentando no titubear, pero estaba tan cerca… —¿Vas a decirme que no lo disfrutaste? —recortĂł aĂşn más las distancias, que prácticamente eran ya inexistentes—. Porque… te recuerdo rogándome que te llevara al establo. Kirsty tragĂł saliva, resistiĂ©ndose a rogarle de nuevo. —SĂ…, admito que fue un gran primer beso —susurrĂł. —El más increĂble que nadie podĂa darte —insistiĂł. —Eso no puedo saberlo, Âżacaso tienes la patente de los primeros besos o quĂ©? —En lo concerniente a ti, pelirroja —Casi rozĂł su nariz con la suya—, tengo todas las patentes. La tomĂł de las nalgas y la atrajo con fuerza contra una poderosa erecciĂłn, que arrancĂł un gemido ronco e inevitable de labios de Kirsty. —Repite ese sonido —susurrĂł sobre sus labios, y se moviĂł contra ella de nuevo, arrancándole otro gemido idĂ©ntico de la garganta—. Me nubla el juicio escucharte gemir entre mis brazos… —Mike… —suplicĂł, mirando ahora sus labios con un hambre que no podrĂa contener mucho más tiempo. —¿QuĂ©? —dijo enronquecido, enterrando una mano entre su pelo mientras casi rozaba sus labios con los de ella—. Dime que es lo que quieres… La chica apenas podĂa razonar ya. Se moviĂł contra Ă©l buscando sentir su dureza más cerca, al borde de la combustiĂłn. —Dilo ya —suplicĂł Mike—, porque te juro que no voy a tocarte si no me lo pides… Aun sabiendo que terminarĂ© volviĂ©ndome loco si no cedo pronto. —Todo —logrĂł decir Kirsty entre dientes—. Lo quiero todo. —Kirs… No lo dejĂł terminar. Ya al lĂmite de su resistencia, fue ella quien besĂł sus labios con una necesidad imperiosa, producto de un deseo devastador y fuera de control. DespuĂ©s se separĂł apenas unos milĂmetros y susurrĂł sobre su boca. —¿Puedo… tenerlo todo ya? —suplicĂł de forma apenas perceptible, frotándose contra Ă©l. Una dĂ©cima de segundo despuĂ©s, Mike besĂł su boca con un apetito feroz que Kirsty recibiĂł con un gemido ronco de bienvenida. Sus lenguas se encontraron a mitad de camino y ambos dejaron escapar un sonido triunfal, devorándose de un modo casi desesperado. Kirsty se colgĂł de su cuello y se abandonĂł por completo a Ă©l, cuyas manos parecĂan moverse por todo su cuerpo al mismo tiempo, deseosas de llegar a cada centĂmetro de piel, mientras la atraĂa contra aquella parte de Ă©l que ella se morĂa por sentir cada vez más cerca. Deseosa de avanzar, metiĂł las manos por dentro de su camiseta deleitándose con aquel torso perfecto, que necesitaba besar y acariciar hasta la saciedad. TironeĂł de la prenda con un gesto nervioso y Mike terminĂł quitándosela, ganándose un beso de agradecimiento que podrĂa haberles costado la cordura a ambos, de no tenerla perdida ya por completo. Cuando Kirsty pudo recorrer a sus anchas aquel despliegue de mĂşsculos, dejĂł escapar un suspiro de dicha que terminĂł costándole su propia camiseta, de la que Mike tirĂł, con un gesto impaciente, acariciando cada poro de piel descubierta con idĂ©ntica desesperaciĂłn. Pero no se detuvo ahĂ. TirĂł de las mallas hacia abajo, sentĂł a Kirsty sobre la encimera y se deshizo de la prenda, dejándola entre sus brazos con un precioso conjunto de lencerĂa de encaje, que se comiĂł con los ojos antes de volver a besarla. —Agárrate fuerte… —le susurrĂł, levantándola e instándola a rodearle las caderas con las piernas—. Voy a llevarte a la cama. Aquellas palabras fueron como soltar una cerilla dentro de un barril de pĂłlvora para Kirsty, que se agarrĂł con todas sus fuerzas a Ă©l, y se concentrĂł en besarle y lamerle el cuello y el lĂłbulo de la oreja mientras caminaban hacia la alcoba. Pero no pudo contenerse y besĂł sus labios de nuevo con un ansia descontrolada, que provocĂł que Ă©l se detuviera en mitad del salĂłn para disfrutar del premio. —Kirsty, no… llegarĂ© a mi alcoba si… —Su boca se vio invadida de nuevo por la lengua de ella, que era incapaz de permanecer quieta. —Me vale el sofá… —jadeĂł, tras unos segundos de delirio. —Tengo una cama de uno ochenta. —SonriĂł sobre su boca, besándola de nuevo. La imagen de ambos retozando en aquella cama surtiĂł su efecto, y, a regañadientes, se retirĂł unos centĂmetros. —Camina rápido, vaquero —le rogĂł, centrándose de nuevo en cada centĂmetro de piel accesible que podĂa saborear. Dejando escapar una carcajada ronca, Mike acelerĂł el paso y se perdiĂł por el pasillo. Kirsty, sorprendida ante la intensa oleada de placer que el movimiento provocĂł en ella, gimiĂł sin disimulo casi en su oĂdo. —Madre… mĂa… —escapĂł de sus labios entre jadeos desesperados imposibles de controlar, mientras aquella dura erecciĂłn presionaba con demasiada intensidad el centro mismo de su placer a cada paso que daba. Cuando Mike entrĂł en la alcoba y cerrĂł la puerta a cal y canto de una patada, con ellos dentro, algo parecido a la euforia se apoderĂł de ella. Estar encerrados en la alcoba de Mike acrecentaba su excitaciĂłn de una forma irracional, pero irremediable, y generaba una expectaciĂłn que rayaba ya en el delirio. Mike la soltĂł de pie junto a la cama al tiempo que tomaba su boca de nuevo con renovadas energĂas y, de forma muy hábil, soltaba el enganche de su sujetador provocando que cayera al suelo. En aquel punto se tomĂł unos segundos para alejarse unos centĂmetros solo para mirarla. Kirsty quizá deberĂa haber sentido cierta vergĂĽenza ante su desnudez, pero su mirada solo acrecentĂł su excitaciĂłn, aĂşn más, cuando fue consciente de la fascinaciĂłn con la que Ă©l miraba sus pechos excitados y turgentes. —¡QuĂ© belleza, pelirroja, mi imaginaciĂłn no te hacĂa justicia! —tirĂł de ella con urgencia, volviĂł a besarla y recorriĂł aquellos pechos reciĂ©n descubiertos con una de sus manos. Sentir aquella mano cerrarse sobre uno de sus senos y juguetear con el pezĂłn la llevĂł a un estado de abandono total y absoluto, que se convirtiĂł en locura cuando aquella boca descendiĂł por su cuello y continuĂł hacia abajo para hacerle el relevo a sus manos. Se arqueĂł para darle mayor acceso y gimiĂł de forma incontrolada, con la mano entre su pelo, mientras sentĂa aquella lengua juguetear primero con uno y despuĂ©s con el otro pezĂłn. Cuando Mike regresĂł a su boca, Kirsty saboreĂł de nuevo sus labios con ansia y gimiĂł de anticipaciĂłn cuando las manos de Ă©l fueron descendiendo poco a poco por su espalda, hasta perderse dentro de sus bragas y atraerla del trasero más hacia Ă©l. DespuĂ©s, una de las manos se paseĂł por su cadera y descendiĂł por la parte delantera buscando el centro del placer femenino, que ardĂa en deseos de ser acariciado. Kirsty casi gritĂł cuando sintiĂł aquella mano entre sus piernas, y se frotĂł contra sus dedos sumida en un trance hipnĂłtico no comparable a nada de lo que hubiera sentido jamás. Hasta que fue consciente de que los dedos de Mike la llevaban sin remedio hacia un abismo por el que estaba loca por tirarse, pero que querĂa posponer un poco más para hacerlo acompañada. —Mike…, yo… te quiero… a ti —suspirĂł sobre su boca—. Por favor… —Él retirĂł su mano y se concentrĂł ahora en tirar de sus braguitas hacia abajo, que terminaron cayendo al suelo. Sin dejar de besarla, se desabrochĂł los pantalones y se los quitĂł, dejando que fuera ella quien tirara de sus calzoncillos hacia abajo a continuaciĂłn. Cuando Kirsty liberĂł su erecciĂłn y cerrĂł su mano sobre ella, ambos dejaron escapar un sonido ronco. —Me gusta… —susurrĂł Kirsty sobre sus labios, deleitándose con el tacto de su dureza. Lo escuchĂł casi gruñir, y un segundo despuĂ©s la tumbĂł sobre la cama y ambos se acoplaron como dos partes de un mismo todo. Él se moviĂł ligeramente contra ella y todas las partes de su cuerpo entraron en contacto, incluida aquella por la que ella casi suspiraba ya de forma incontrolada. Apenas era capaz de pensar en nada más que en sentirlo en su interior cuanto antes, convencida de haber vivido para aquel momento durante toda su vida. «Quizá… deberĂa decirle que… nunca he…»… Ya no le dio tiempo. Mike se hundiĂł en ella de una certera embestida que hizo innecesario cualquier aviso. Una exclamaciĂłn de sorpresa resonĂł en la habitaciĂłn y no fue precisamente de boca de Kirsty, a la que ni siquiera le dio tiempo a quejarse del leve dolor antes de que hubiera pasado. Mike se quedĂł inmĂłvil y la mirĂł con los ojos vidriosos por la excitaciĂłn y una expresiĂłn de asombro. —Kirsty… —susurrĂł, confundido, sin mover ni una pestaña. Ella se mordiĂł el labio inferior, un poco avergonzada—. Eso era… —Sà —susurrĂł. Kirsty se moviĂł ligeramente bajo Ă©l y una punzada de placer recorriĂł su cuerpo, haciĂ©ndola sentir el tormento más exquisito de toda su vida. ProbĂł de nuevo. —¡Oh! —exclamĂł, y ronroneĂł de satisfacciĂłn. Ella siguiĂł moviĂ©ndose y mirĂł a Mike, maravillada por la sensaciĂłn. Lo amĂł más que nunca cuando fue consciente del esfuerzo que Ă©l estaba haciendo para mantenerse inmĂłvil y permitir que ella se acostumbrara a sentirlo dentro. —Kirsty… —SonĂł desesperado unos segundos despuĂ©s, con el sudor ya perlando su frente. —Yo… —susurrĂł ella entre gemidos— quiero comprobar… —Se moviĂł con mayor intensidad. —Por Dios…, pelirroja… —se quejĂł ahora, apretando los dientes—. ÂżComprobar… quĂ©? —Cuánto… —AcelerĂł el ritmo y sonriĂł como un gato relamiĂ©ndose los bigotes— aguantas sin moverte… Mike dejĂł escapar un sonido de fingida indignaciĂłn, aunque lo estropeĂł al sonreĂr. —Voy a cobrarme cada segundo de tormento —le asegurĂł, mirándola con una expresiĂłn lujuriosa y los ojos cargados con la promesa de dulces castigos. —Eso espero, sĂ… —Y gimiĂł cuando Ă©l se retirĂł hacia atrás y embistiĂł de nuevo contra ella en profundidad—. Oh…, por… dios. —VolviĂł a moverse—. Mike…, ¡madre… mĂa! Él comenzĂł a moverse en su interior con una maestrĂa que pronto ella acompasĂł, y poco a poco se fueron sumergiendo en una vorágine de deseo ciego y salvaje, que Kirsty no podrĂa haber imaginado ni en sus mejores sueños. Hasta que llegĂł un punto en el que dejĂł de razonar, mientras que con cada embestida ascendĂa más y más alto, esperando el momento en el que irremediablemente tendrĂa que dejarse caer. Y ese momento llegĂł justo en el instante en que cruzĂł su mirada con la de Ă©l y vio reflejado en sus ojos el mismo deseo intenso, fiero e irracional que la asolaba por dentro. GimiĂł su nombre entre dientes justo antes de abandonarse en caĂda libre desde lo que parecĂa el mismĂsimo Olimpo, arrastrando de la mano a Mike, que dejĂł escapar un gemido intenso y gutural y se aferrĂł a ella como a un salvavidas. Kirsty se sintiĂł flotar, como mecida sobre una nube, mientras el clĂmax iba cesando en intensidad, sumergiĂ©ndola en una especie de laxitud que tampoco habĂa experimentado jamás. Cuando Mike se hizo a un lado, la arrastrĂł hacia su costado y ella se acurrucĂł contra Ă©l, dejando que la más absoluta felicidad invadiera su alma. Jamás se habĂa sentido asĂ de viva y completa. DejĂł escapar un suspiro de satisfacciĂłn, mientras acariciaba con la yema de los dedos el pecho masculino de forma distraĂda. Mike tomĂł su mano, y ella izĂł la cabeza para mirarlo con cierta timidez, ganándose una sonrisa que iluminĂł su mundo entero. DespuĂ©s se inclinĂł sobre ella y la besĂł con una ternura que le llegĂł al alma. —¿Estás bien? —le preguntĂł con un gesto preocupado. —Oh, sĂ, estoy en la gloria bendita —admitiĂł Kirsty risueña. Mike dejĂł escapar una carcajada divertida. —Me alegra oĂrlo —admitiĂł, pero la mirĂł un poco más serio poco despuĂ©s—. ÂżPor quĂ© no me lo has dicho, Kirsty? La chica bajĂł la vista, repentinamente cohibida. —No sĂ© —susurró—. No me parecĂa importante. —¿No te parecĂa importante decirme que aĂşn eras virgen? —preguntĂł, un tanto perplejo. —Es que… me daba miedo que te echaras para atrás si te lo decĂa. —Era incapaz de mirarlo —. Y cuando quise hacerlo, era tarde… ÂżEstás enfadado? —¿Enfadado? —SonriĂł. Y tirĂł de su barbilla para obligarla a mirarlo—. ÂżCĂłmo podrĂa estar enfadado? ÂżTienes idea del inmenso regalo que acabas de hacerme? —¿SĂ? —titubeĂł. —Ni lo dudes —le aseguró—. Y no me explico cĂłmo he podido ser tan afortunado, pero de haberlo sabido, podrĂa haberte tratado con algo más de dulzura y cuidado… —Ha sido perfecto. —SonriĂł, dichosa ante su preocupaciĂłn. —He sido un salvaje. —FrunciĂł el ceño. —Pues eso, perfecto —insistió—. Y casi no me he enterado. —Se incorporĂł para añadir—: Del dolor, eh, que a todo lo demás he estado muy atenta. Mike no pudo evitar reĂr y terminĂł besándola con ardor. Kirsty le devolviĂł el beso y se sorprendiĂł de que su cuerpo reaccionara de nuevo con el mismo entusiasmo que hacĂa un minuto. Por eso protestĂł cuando Ă©l se echĂł a un lado. —DĂ©jame comportarme de forma honorable, Kirsty —le pidió—. Tienes que estar dolorida, quiero cuidarte un poco. Ella sonriĂł y lo mirĂł con un gesto tierno, aunque impaciente. —Vale, y… —Se incorporĂł sobre el torso masculino— Âżcomo cuánto tiempo tengo que esperar? Mike rio divertido. —Es que, por si no te quedĂł claro —insistiĂł Kirsty con un punto de diversiĂłn—, llevo casi veinticinco años sin…, ya sabes. Él sonriĂł y la mirĂł ahora con cierta curiosidad. —¿CĂłmo es posible tal hazaña, Kirsty? —le preguntó—. No me malinterpretes, estoy mucho más que encantado de la vida, pero me sorprende un poco. Kirsty sabĂa que tarde o temprano tendrĂa que responder a aquella pregunta, pero contestar con la verdad no era una opciĂłn; no de momento al menos. —Solo esperaba a la persona adecuada —se permitiĂł confesar a medias. A Kirsty la confundiĂł la mirada que Ă©l posĂł en su rostro. La observĂł largo rato con una extraña expresiĂłn de… ÂżquĂ© era aquello? ÂżAnhelo?… Era un brillo muy especial el que habĂa en sus ojos, pero no logrĂł identificarlo. —Gracias por considerarme esa persona —le dijo finalmente, cuando ella pensĂł que ya no iba a decir nada, y besĂł sus labios con ternura—. Ven conmigo. Sorprendida, Kirsty se incorporĂł junto a Ă©l y tomĂł la mano que le tendĂa. —¿DĂłnde vamos? —Al baño —contó—. Quiero lavarte y mimarte un poco. Kirsty sonriĂł ante la dulzura de aquel detalle y se dejĂł guiar, aunque pronto su libido tomĂł la palabra. SabĂa que debĂa tener restos de sangre en algĂşn punto entre sus piernas, e imaginar a Mike ayudándola a retirarlos… no tardĂł en llevarla a ebulliciĂłn. ObservĂł detenidamente el cuerpo desnudo de Mike mientras abrĂa el agua de la ducha. ArdiĂł en deseos de tocarlo de nuevo de arriba abajo y de sentir aquellos poderosos brazos alrededor de su cuerpo y… —Tengo buenas intenciones, pelirroja —protestĂł, acercándose a ella de nuevo—, pero tienes que colaborar un poco. La chica fue consciente ahora de cĂłmo estaba comiĂ©ndoselo con los ojos, pero se limitĂł a sonreĂr y a seguir mirándolo de la misma manera. Mike tirĂł de su mano y ambos se metieron en la ducha bajo el chorro de agua caliente. Kirsty esperĂł con cierta expectaciĂłn su siguiente movimiento, y sonriĂł cuando Ă©l se echĂł una cantidad excesiva de gel de baño en las manos y, aun asĂ, rociĂł su cuerpo ligeramente con un poco más. Mientras Ă©l frotaba sus manos para hacer espuma, Kirsty jadeaba ya a marchas forzadas esperando el momento en el que las pusiera sobre su cuerpo. Cuando por fin lo hizo, no pudo controlar el suspiro de placer que escapĂł de sus labios, y no fue el Ăşltimo, puesto que Mike enjabonĂł y acariciĂł cada parte de su cuerpo con lo que empezĂł siendo delicadeza, para terminar convirtiĂ©ndose en una dulce y excitante tortura que no tardĂł en Ărsele de las manos. Kirsty terminĂł apoyando la espalda contra su torso, completamente abandonada a sus caricias, mientras Ă©l recorrĂa sus pechos con ambas manos y descendĂa despuĂ©s hacia su entrepierna con agĂłnica lentitud. GimiĂł con fuerza cuando enterrĂł una de sus manos espumosas entre sus piernas y las abriĂł para Ă©l todo lo que pudo, que la torturĂł hasta el delirio. —SĂ… sigues haciendo eso… —dijo casi de forma ininteligible—, yo… voy a… —Me parece perfecto —le susurrĂł al oĂdo—. Yo me encargarĂ© de llevarte de cero a cien una y otra y otra vez… Kirsty moviĂł sus caderas hacia atrás y estuvo a punto de explotar cuando sintiĂł aquella enorme erecciĂłn contra su trasero, que Ă©l parecĂa haberse empeñado en mantener lejos. —Pelirroja, para quieta —gruñó entre dientes. Pero aquello era pedirle un imposible. La necesidad de arremeter contra su dureza era ya desesperada, y pronto Ă©l no pudo resistirse tampoco a frotarse y apretarse contra ella mientras metĂa los dedos en su interior, imitando el movimiento que ambos se volvĂan locos por sentir de nuevo. —Mike… —VolviĂł a gemir, ahora con una urgencia extrema—, yo…, no puedo… aguantar más. —Adelante —la incitĂł. —Ven… conmigo… —AĂşn no. Su nombre fue todo lo que pudo susurrar antes de abandonarse por completo al increĂble clĂmax que la estremeciĂł de la cabeza a los pies. —Guau —lo escuchĂł susurrar en su oĂdo, con la voz ronca—. Ha sido todo un honor provocar algo asĂ… Ella girĂł la cabeza y lo besĂł con ansĂa, al tiempo que se frotaba de nuevo contra su erecciĂłn. Mike dejĂł escapar un gemido desesperado mientras se movĂa contra ella de forma casi involuntaria. —Quiero más… —susurrĂł Kirsty, desesperada, dentro de su boca—. Te quiero a ti. Se girĂł del todo hacia Ă©l, que la tomĂł entre sus brazos con fuerza, sin dejar de besarla. —Kirsty… —suplicĂł, intentando separarse un poco—. No quiero hacerte daño… La respuesta de ella fue tomar su erecciĂłn con una mano y usar los restos de jabĂłn que tenĂa en su cuerpo para torturarlo. —Tienes que estar dolorida… —Kirsty lamiĂł ahora uno de sus pezones y jugueteĂł con la lengua sobre Ă©l, sin dejar de acariciarlo más abajo— y… si vuelvo a… pues… ¡Joder, ya no sĂ© ni que narices estoy diciendo!… Kirsty rio divertida, sin dejar de tocarlo. —Que conste que he intentado comportarme —jadeĂł, atrayĂ©ndola contra Ă©l. —Tomo nota. —Se colgĂł de su cuello. —Pero salgamos de la bañera —dijo, soltándola para descolgar la ducha. Kirsty protestó—. No voy a tomarte de pie, Kirsty, y eso no es negociable. —No es igual de placentero —preguntĂł con curiosidad mientras se dejaba enjuagar. —Oh, sĂ, lo es —admitiĂł Mike, cerrando el agua—, pero no es adecuado para una segunda vez… TĂş no podrás controlar el ritmo y estarás por completo a mi merced. —No me importa —le asegurĂł, con los ojos en llamas. Mike sonriĂł, un tanto alucinado, y la atrajo hacia Ă©l de nuevo. —Pero Âżde quĂ© increĂble fantasĂa sexual te has escapado tĂş, pelirroja? —susurrĂł sobre su boca. —De una muy hĂşmeda —dijo, frotándose contra Ă©l. —¿SĂ? A ver… —MetiĂł la mano entre sus piernas y se empapĂł de su excitaciĂłn al instante —. ¡Vaya! —Siempre estarĂ© asĂ de lista para ti, Mike —le asegurĂł, con los ojos vidriosos, balanceándose sobre sus dedos. —Entonces vamos a tener un serio problema para salir de la cama… —susurrĂł Mike mientras la izaba del suelo por las nalgas para acomodarla sobre Ă©l. Kirsty le rodeĂł las caderas con las piernas, ansiosa por volver a sentirlo en su interior, y dejĂł escapar un gemido lento cuando Mike fue dejándola resbalar sobre su erecciĂłn, muy despacio, hasta enterrarse en ella por completo. —¿Bien? —susurrĂł, enronquecido, mirándola con los ojos turbios y negros como la noche. —Creo… que bien es… quedarse muy corto —gimiĂł, sobrepasada por la sensaciĂłn de sentirlo hundido en su interior—. Es… increĂble. —TĂş sĂ que eres increĂble… —susurrĂł sobre su boca—. Y ahora no te muevas ni un poco… Y, para el asombro de la chica, saliĂł de la ducha con ella en brazos, sin salir de su interior, y caminĂł de regresĂł a la cama. —¡Joder! —exclamĂł Kirsty entre jadeos, junto a su oĂdo. Por mucho que intentara no moverse, el simple vaivĂ©n que Ă©l hacĂa al caminar la volvĂa loca. Mike se sentĂł en la cama con ella a horcajadas, y Kirsty no pudo esperar para cabalgar sobre Ă©l, aumentando el ritmo con rapidez, desesperada por encontrar de nuevo el alivio. Él habĂa dejado por completo el control en sus manos y parecĂa haber perdido el norte mientras jadeaba dentro de su boca, besándola con una pasiĂłn ya incontrolable y fuera de toda lĂłgica. Cuando los gemidos, suspiros y jadeos llegaron a su punto álgido, ambos contuvieron la respiraciĂłn presos de un clĂmax simultáneo y salvaje, que casi les cortĂł la respiraciĂłn. —¡Jo-der! —gritĂł Kirsty eufĂłrica, aĂşn entre jadeos, cuando puso los pies de nuevo sobre la tierra—. ¡No quiero hacer nada más que esto durante el resto de mi vida! Mike dejĂł escapar una carcajada divertida. —Para ti tambiĂ©n es asĂ de… —se cortĂł, cohibida. —¿IncreĂble, intenso y maravilloso? —terminĂł por ella. Kirsty sonrió—. SĂ, lo es. —Y… Âżsuele serlo… siempre? —Se ruborizĂł ligeramente—. Solo es curiosidad, pero… es que… Él sonriĂł con ternura. —Si lo que me estás preguntando es si es igual con todas las mujeres, la respuesta es no. —¿No? —SonĂł tan insegura que Mike le sujeto la barbilla para que no pudiera apartar la mirada. —La quĂmica que hay entre nosotros, Kirsty, no es habitual —le asegurĂł con sinceridad—. Y te juro que jamás he vivido algo ni remotamente parecido a esto. Aquella respuesta arrancĂł una sonrisa de felicidad de labios de Kirsty. —¡Guau! —se le escapĂł a Mike, mirándola muy serio. —¿QuĂ©? —Esa sonrisa tuya… acaba de cortarme el aliento. Kirsty volviĂł a sonreĂr y posĂł sobre Ă©l una mirada cĂłmplice. —Te estás ganando otro billete al paraĂso, Mike O'Connell… —bromeĂł, arqueando las cejas. Él dejĂł escapar otra carcajada divertida y aceptĂł encantado la invitaciĂłn. CapĂtulo 42 Dormir y despertar entre sus brazos era otra de las cosas con las que Kirsty habĂa soñado toda su vida y que vio cumplida aquella noche. Para mayor deleite, Mike la habĂa despertado en un par de ocasiones a lo largo de las horas de sueño para volver a hacerle el amor con intensidad, casi en penumbra, y Kirsty habĂa disfrutado de cada minuto entre una deliciosa sensaciĂłn de letargo. Ya por la mañana, habĂa sido ella quien se habĂa encargado de darle los buenos dĂas acariciando su torso desnudo y apretándose contra Ă©l, hasta que lo habĂa escuchado pronunciar su nombre en sueños y habĂa comprobado, maravillada, como su cuerpo iba reaccionando a sus manos con sorprendente rapidez. Cuando Ă©l fue realmente consciente de lo que estaba pasando, Kirsty ya cabalgaba sobre su cuerpo con exquisita lentitud… —Quiero despertarme asĂ el resto de mi vida… —susurrĂł Mike, abriendo los ojos muy despacio y quedando cautivado por la visiĂłn que tenĂa ante Ă©l. Kirsty se estremeciĂł de arriba abajo por el comentario y deseo con todas sus fuerzas que aquello no fuera solo una frase hecha, producto del acaloramiento del momento. Supo que podrĂa pasar cada una de las noches de su vida haciendo lo mismo que la anterior: charlando, riendo a carcajadas y haciendo el amor hasta caer exhaustos, para amanecer entre sus brazos y saludar al dĂa volviendo a empezar. Mike se sentĂł en la cama y se abrazĂł a su cuerpo desnudo, mientras Kirsty se mecĂa sobre Ă©l de una manera lenta y deliciosa para ambos. La chica buscĂł sus labios y lo besĂł con ardor, y despuĂ©s se incorporĂł un poco para que Ă©l tuviera buen acceso a sus senos, que devoraba ahora con deleite. El clĂmax llegĂł contundente y de la forma más inesperada, y los arrastrĂł de la mano hasta el paraĂso. Cuando pudieron relajarse uno en brazos del otro, Mike consultĂł su reloj y dejĂł escapar un sonido de disgusto. —DebĂ cancelar mi agenda para hoy —dijo, atrayĂ©ndola un poco más sobre su costado. —¿Tienes mucho trabajo? —Por toneladas —reconociĂł, y la mirĂł con un simpático gesto condenatorio—. Ăšltimamente he estado un poco distraĂdo y se me han acumulado demasiadas cosas. —AsĂ que distraĂdo… —SĂ, un pelĂn —bromeĂł. —¿Solo un pelĂn? —FrunciĂł el ceño—. QuĂ© raro, porque me he empleado a fondo… Mike rio divertido. —No hace falta que lo jures —reconoció—. Me has estado volviendo loco, pelirroja, y pienso cobrarme cada distracciĂłn. Una oleada de deseo recorriĂł el cuerpo de Kirsty, cuando sus ojos se posaron sobre ella con aquella promesa brillando con intensidad. —Han sido… tres duchas frĂas diarias, varias noches en vela… Tres por cinco quince y me llevo una… —susurrĂł como para sĂ ante la divertida mirada femenina—. Pff, ¡quĂ© bien me lo voy a pasar! Kirsty rio feliz. —¿TĂş solo? —Igual te dejo participar —bromeó—, pero tienes que ponerte para mĂ esos pantaloncitos cortos con la camiseta de la Nancy…, y darte unos paseĂtos por casa. —Haber mirado cuando tuviste ocasiĂłn —se quejĂł risueña. —MirĂ© todo lo que pude —le aseguró—, pero tener que disimular tanto me generĂł un estrĂ©s que necesito quitarme mirando un poco más. La chica no cabĂa en sĂ de gozo. —¿En el jacuzzi tambiĂ©n? —¡Guau, el jacuzzi! Eso se me ha pasado contabilizarlo… —La estrechĂł aĂşn más entre sus brazos—. Se me acumulan los cobros…, me estoy agobiando. Kirsty recorriĂł su torso con la yema de los dedos, mirándolo con una descarada sonrisa de lascivia. —Pues conozco yo algo genial para el estrĂ©s… —¿SĂ? —SĂ, me han dicho que va sĂşper bien… el encaje de bolillos. —SonriĂł con malicia. Se girĂł hacia el otro lado dispuesta a salir de la cama, pero no le dio tiempo ni a poner un pie en el suelo. Mike tirĂł de ella, arrancándole un grito y una carcajada divertida, y la devolviĂł a sus brazos. —¿DĂłnde crees que vas sin pagar penitencia? —Yo tambiĂ©n tengo cosas que cobrarme, Âżsabes? —ronroneó—. He soñado contigo dentro de esa sauna durante más tiempo del aconsejable… Mike rio. —Yo no sĂ© quiĂ©n le debe a quien de aquel dĂa —aseguró—, porque no quiero ni contarte como me dejaste a mĂ. —¿SĂ? —preguntĂł curiosa, aquello mismo le habĂa quitado el sueño—. ÂżTĂş estabas… — MirĂł hacia su renovada erecciĂłn— asĂ bajo la toalla? —Yo llevo asĂ por ti… mucho tiempo, pelirroja —dijo con un deje de misterio en la voz. —¿Cuánto? —preguntĂł, un poco sorprendida. —Demasiado para ser saludable. —La besĂł con dulzura. «Mejor no hablemos de salud sexual, Kirsty», se dijo, loca por seguir indagando en aquello, pero consciente de que, si profundizaban, quizá ella tendrĂa que contarle el motivo por el que habĂa llegado virgen hasta sus brazos… —Entonces, tendrĂ© que dejar que te cobres lo que necesites… —SonriĂł dichosa, y se acurrucĂł más contra Ă©l—. ÂżCuándo quieres empezar? —¿Te lo digo o te lo cuento? —le dijo mientras una de sus manos ascendĂa por su abdomen camino a sus pechos. —No lo sé…, tĂş eres el que tiene tanto trabajo que… —Mike le cerrĂł la boca con un beso hambriento y devastador, que Kirsty recibiĂł con el mismo saludable apetito de siempre, y que provocĂł que Mike llegara tarde a una videoconferencia por primera vez en su vida.
Un par de horas despuĂ©s, Kirsty se sentĂł a tomarse el segundo cafĂ© del dĂa junto a Marty, que habĂa tocado al timbre solo para avisarlos de que estaba fuera haciendo su guardia, pero habĂa terminado sucumbiendo a los bollitos de canela que Kirsty horneaba. —¿DĂłnde está Mike? —se interesĂł el hombre, tras comerse dos bollos de golpe. —Trabajando. —Para no variar —protestĂł Marty—. Ese chico trabaja demasiado. DeberĂa buscarse alguna aficiĂłn. Kirsty escondiĂł una sonrisa dentro de su taza de cafĂ©, pero no dijo nada. —¿Y tĂş cĂłmo estás? Se te ve cansada. La chica se atragantĂł con el cafĂ©. —Pues me encuentro genial. —SonriĂł, tras despejar sus pulmones. «Algo dolorida tras una noche de sexo salvaje con tu sobrino, pero salvo eso…». —¿Has dicho algo? —tuvo que preguntarle a Marty, consciente de que se habĂa despistado un poco de la conversaciĂłn. —¿DĂłnde estás esta mañana, Kirsty? —Rio el hombre divertido—. Menos mal que no te estaba contando un secreto. La chica se ruborizĂł ligeramente. —Te preguntaba por tu padre y Nadine, Âżhan llegado al balneario? —SĂ, solo está a un par de horas en coche —contó—. Me han llamado hace bastante rato. «Justo cuando estábamos aterrizando en la habitaciĂłn desde muy lejos…», suspirĂł acalorada. Nada, era imposible no pensar en Mike. Llevaba apenas par de horas sin verlo y se sentĂa como si le faltara una droga dura que su cuerpo reclamaba de una forma intensa y desesperada. E igual que si lo hubiera conjurado con el pensamiento, lo vio avanzar hacia ellos con una sonrisa en los labios. —¿QuĂ© huele tan bien? —preguntĂł el chico mientras se servĂa otro cafĂ©. —Esta delicia… —dijo Marty, llevándose a la boca otro rollito de canela—. DeberĂa estar prohibido que algo estĂ© tan bueno. —SĂ, definitivamente… —SonriĂł Kirsty comiĂ©ndose a Mike con los ojos, que le devolviĂł una mirada divertida—. ÂżQuieres probar mis rollitos de canela? —Por supuesto —le faltĂł tiempo para decirle—. Pero ÂżtambiĂ©n sabes cocinar? Ese tambiĂ©n tenĂa algunas connotaciones que solo ella entendiĂł. —Soy una mujer de mĂşltiples cualidades. —SonriĂł con picardĂa. Kirsty estuvo en un tris de acercarle el dulce directamente a la boca, pero pudo contenerse a tiempo. MirĂł a Marty de reojo, cohibida, pero el hombre estaba distraĂdo mirando la crema de su dulce. Le tendiĂł a Mike la bandeja y esperĂł con expectaciĂłn a que lo probara. —¡Guau! Esto es, sin duda, lo segundo más bueno que he probado esta mañana… —dijo, abrasándola con la mirada. —¿Y quĂ© ha sido lo primero? —preguntĂł Marty de forma distraĂda. —¿Eh? —Has dicho lo segundo más bueno. Mike se llevĂł la taza de cafĂ© a los labios para retrasar la respuesta. —Es que este es el segundo bollito que se come —mintiĂł Kirsty por Ă©l—. Ha metido la mano en el horno hace rato. «Y lo que no es la mano… ¡Ay, joder, Kirsty, para!», en aquella ocasiĂłn se sintiĂł tan mortificada que tuvo que excusarse para ir al baño, mientas unos ojos grises la seguĂan hasta desaparecer de su vista. —Yo tenĂa un gato que se relamĂa los bigotes de la misma manera… —dijo Marty mirando a su sobrino con un gesto divertido. —¿QuĂ©? —se hizo el loco, pero sin molestarse en disimular una sonrisa. —Sea lo que sea, sigue haciendo lo mismo, te sienta bien. Mike rio y su tĂo le dio una palmadita en la espalda. —No se te pasa una —bromeĂł Mike—. Supongo que es deformaciĂłn profesional. —Suelo ser bueno con los detalles —admitiĂł divertido—, aunque lo vuestro lo verĂa un ciego incluso desde lejos. Me alegra que me hayas hecho caso. —Lo mirĂł ahora, más serio—. ÂżEres feliz? Mike le devolviĂł una mirada empañada de preocupaciĂłn. —TodavĂa queda mucho camino por recorrer —casi susurró—. Y me temo que esquivar baches no es nuestro punto fuerte. —Quizá ambos necesitáis asfaltar la carretera… —¿Y cĂłmo se hace eso? —Con dos palabras, Mike, con dos simples palabras… La chica interrumpiĂł la conversaciĂłn regresando a la cocina en aquel momento, y Marty se despidiĂł para salir a recorrer la zona. —LlĂ©vate un bollito para el camino —le dijo Kirsty, y rio cuando Marty metiĂł la mano en la bandeja con premura. —Me lo llevo puesto —dijo el hombre, y engullĂł el bollo de una sentada. DespuĂ©s se despidiĂł y saliĂł de la casa. AĂşn no habĂa cerrado la puerta del todo cuando Mike tirĂł de ella y devorĂł su boca como si no hubiera un mañana. —Guau, tienes hambre, vaquero. —Rio Kirsty, cuando Ă©l intentĂł quitarle la camiseta—, pero siento recordarte que tengo sesiĂłn con el fisio en cinco minutos. Mike dejĂł escapar un bufido desesperado. —Pues menudo chasco… —protestĂł, colocándole la camiseta en su sitio—. Y Âżcuánto vais a tardar? —No lo sĂ©, solo tiene que enseñarme unos ejercicios en el agua. —Espero que solo quiera eso… —gruñó Mike. —No tienes competencia en Steve —le asegurĂł. —¿No? —FrunciĂł el ceño—. Ayer querĂas dejarme mirar por la cristalera… Kirsty dejĂł escapar una carcajada ante la expresiĂłn de fastidio. —No vuelvas a decirme algo asĂ, pelirroja, por favor. —Aquello sonĂł más serio de lo que deberĂa, y Kirsty lo mirĂł con ternura. —Lo siento, solo querĂa hacerte reaccionar —admitiĂł, y lo besĂł en los labios con suavidad—. Pero Steve ni siquiera me gusta, por muchas cartas que me haya escrito. —Ah, es verdad, las cartas… ¡Esa es otra! —se quejĂł. —Que no me resulte atractivo, no significa que no le agradezca cada una de sus cartas —tuvo que admitir Kirsty—. De veras me ayudaron mucho. —Eso lo entiendo, pero de ahĂ a que las haya escrito Steve… —¿Por quĂ© iba a mentirme? Mike arqueĂł las cejas. —¿Necesitas que te lo diga? —La atrajo más hacia Ă©l—. Yo confesarĂa haber escrito Las mil y una noches solo por robarte un beso… Kirsty lo mirĂł con el corazĂłn dando brincos como un loco. —TĂş no necesitas robarme los besos, vaquero —SonriĂł enternecida—, solo tienes que pedĂrmelos… o tomarlos sin más. Un segundo despuĂ©s, Mike bebiĂł de sus labios con ternura, haciĂ©ndola suspirar. Y cuando la cosa empezaba a animarse…, Marty, Steve y el tipo que venĂa a instalar la tele se colaron en la casa. —Tiene que ser una broma… —gruñó Mike, soltándola a regañadientes—. Tenemos overbooking en un momento…
Cerca de la hora de comer, Kirsty empezaba a estar desesperada. Steve no parecĂa tener prisa por irse, el tipo de la tele no era el más eficiente de su empresa y Marty paseaba impaciente por el salĂłn a punto de ofrecerle su ayuda para terminar con la instalaciĂłn. Mike lo observaba todo con resignaciĂłn, y ella solo querĂa gritar en mitad del salĂłn: «¡Necesito echar un polvo con este pedazo de tĂo, ÂżpodĂ©is ir terminando?!» Se dejĂł caer junto a Mike en el sofá, y ambos observaron cĂłmo Marty y Steve empezaban a dar consejos al instalador. —Esto es surrealista —susurrĂł Mike acercándose a su oĂdo, aprovechando para mordisquearle el lĂłbulo de la oreja. Kirsty se girĂł a mirarlo y al instante quedĂł presa de sus ojos. Ambos sucumbieron a los labios del otro sin remedio y se fundieron en un beso tierno y perfecto, que Mike tuvo que interrumpir a regañadientes. —Me muero por hacerte el amor, pelirroja —le susurrĂł al oĂdo—. Si en diez minutos no está la casa vacĂa, empiezo a echar gente… Las carcajadas de Kirsty llamaron la atenciĂłn de todos los demás, pero ellos estaban tan absortos el uno en el otro que ni siquiera se dieron cuenta. —¡Creo que esto ya está! —anunciĂł el instalador. —¡Aleluya! —exclamĂł Mike. —Solo me queda instalar el sonido y sintonizar. —¡Entonces no está! —protestĂł, y mirĂł a Kirsty—. ÂżComemos? La chica lo mirĂł cohibida. —Comida, Kirsty —Sonrió—, de la de verdad. Ya te digo yo que luego no vamos a tener tiempo… Con una sonrisa de las que matarĂan al más duro de los hombres, Kirsty tomĂł la mano que Mike le ofrecĂa y ambos caminaron hasta la cocina, seguidos por la mirada atenta de Marty, que sonreĂa de oreja a oreja. Steve no tardĂł en despedirse, y Marty se uniĂł a ellos para comer, mientras que el instalador probaba el sonido y los dejaba a todos sordos. —La prĂłxima vez igual debĂas poner una nota para que nos manden al espabilado de la empresa. —Rio Kirsty, cuando Mike estaba a punto de salirse de sus casillas. —O al menos a uno que sepa hacer un taladro. —SonriĂł Marty—. He estado a punto de matarlo. El tipo en cuestiĂłn gritĂł desde el salĂłn como si estuviera en una verdulerĂa: —Jefe, le pongo la uno en el uno, la dos en el dos… —No te preocupes, ya lo hago yo —dijo Mike, y susurrĂł por lo bajo—. Hasta esta noche lo tenemos aquĂ colocando canales. —Por un par de bollitos de canela, os lo saco de aquĂ en menos de cinco minutos —bromeĂł Marty divertido. A Mike le faltĂł tiempo para levantarse y poner la bandeja de bollos frente a su tĂo. —¡Y ahora el telĂ©fono! —se exasperĂł Mike, consultando su mĂłvil. Lo mirĂł con una expresiĂłn de sorpresa—. Es Tao Wang. —Contesta —lo alentĂł Kirsty. —No hablo con Ă©l desde que echĂ© a su hijo de aquà —le recordĂł. —Bueno, a ver quĂ© quiere. —Es que tenĂa yo otros planes en mente… —le susurrĂł casi al oĂdo, con una expresiĂłn de fastidio. Kirsty sonriĂł y le respondiĂł en el mismo tono: —Te espero en el spa, Âżte parece? —Me parece estupendo, sà —aceptĂł, con la voz ronca. —¡Pero contesta ya! El chico se alejĂł hacĂa el despacho hablando por telĂ©fono mientras Kirsty lo miraba con un nudo de emociĂłn cogido en el pecho. —Puedes suspirar, si quieres —bromeĂł Marty, mirándola con cierta diversiĂłn. —¿Eh? —Sobramos todos a vuestro alrededor, Âżno? —Rio Marty. La chica se ruborizĂł hasta las orejas. —¡QuĂ© bonitos os veis! —declarĂł Marty emocionado. Cohibida, Kirsty se mordiĂł el labio inferior sin poder evitar sonreĂr como una idiota. —¿CĂłmo… te has dado cuenta? —preguntĂł con ingenuidad. —Pues, si no lo hubiera intuido esta mañana, el besazo que te ha arreado en el sofá me habrĂa dado una pista. —¡Por Dios! —exclamĂł alucinada y nerviosa—. Ni siquiera me he dado cuenta…, bueno de que me besaba sĂ…, pero me refiero a que no he visto que tu veĂas que… —Te estoy entendiendo —interrumpiĂł entre risas. —Menos mal. —Ambos rieron. —¿Y dĂłnde crees que os lleva todo eso…? —se aventurĂł a preguntarle. «Esa sĂ es una gran pregunta», se dijo Kirsty con preocupaciĂłn. Y ya no pudo sacarse aquello de la mente durante un buen rato.
Metida en el jacuzzi mientras esperaba a Mike, llegĂł a la conclusiĂłn de que preferĂa disfrutar de la tarde antes de perderse en más divagaciones que terminaran arruinando lo más bonito que habĂa tenido jamás. Se centrĂł en recordar el modo en que Ă©l la miraba aquella mañana cuando cabalgaba sobre Ă©l, y sintiĂł la temperatura del agua subir unos cuantos grados. «¿Por quĂ© demonios tarda tanto?», se preguntĂł, ya desesperada. Al parecer, Wang padre era bastante más charlatán que el impresentable de su hijo. Cuando lo vio entrar por la puerta, con aquella sonrisa en los labios y guapo como el pecado, lo deseĂł con una intensidad que rayĂł en la locura y aquello la asustĂł un poco. Lo que tenĂan era demasiado frágil aĂşn, y le aterraba perderlo más allá de lo imaginable. No sabĂa si podrĂa volver a vivir sin Ă©l de nuevo; sin verlo cada dĂa, sin sus besos, sus caricias…, y no tenĂa ni la más remota idea de lo que Mike pensaba al respecto. Si ella era solo un entretenimiento…, tarde o temprano la sacarĂa de su vida y ella se morirĂa de dolor. «No pienses en eso ahora, Kirsty, solo mira que guapo está…», se dijo, sonriĂ©ndole ahora con un nudo en el pecho de la intensa emociĂłn. Mike caminĂł hasta el jacuzzi, se sentĂł sobre el borde y se inclinĂł para besarla. —Joder, quĂ© mañana más larga —dijo, antes de tomar sus labios con cierto grado de desesperaciĂłn. Pocos segundos despuĂ©s se dejĂł caer dentro del jacuzzi, aĂşn vestido, mientras Kirsty reĂa a carcajadas. —¿QuĂ© querĂa Wang? —le preguntĂł, ayudándolo a quitarse la camiseta. —Cerrar el negocio que rompimos. —SonriĂł, mandando ahora a volar los pantalones—. Se compromete a dejar a Jian fuera de todo. —¡¿En serio? ¡Cuánto me alegro! —dijo con sinceridad, besándolo de nuevo—. Me sentĂa fatal por aquello. —No fue culpa tuya —La mirĂł serio—, y…, por cierto, nunca te di las gracias por intentar arreglarlo. Kirsty lo mirĂł sorprendida. —No voy a decirte que me gusta como manejaste el tema —admitiĂł Mike—, pero sĂ© que tenĂas buenas intenciones. Los ojos de Kirsty se llenaron de lágrimas de forma sĂşbita y repentina. —¡Eh! No pretendĂa incomodarte. —La abrazĂł. Kirsty se dejĂł confinar entre sus brazos. Aquel detalle habĂa puesto el broche de oro al coctel de emociones que intentaba manejar desde hacĂa rato. —¿Es por todo lo que te dije aquella noche? —insistiĂł Mike, que parecĂa sentirse fatal—. Siento todo aquello, pelirroja, de verdad… La chica le puso un dedo sobre los labios y sonriĂł con ternura. —Olvidemos de aquello —le pidió—. ÂżQuĂ© le has dicho a Wang? —Que tengo que pensarlo. —¿Estás loco? —SĂ, por ti, no razono mucho más en este momento. —VolviĂł a besarla con intensidad; tanta que Kirsty pronto se olvidĂł de Wang e incluso de su propio nombre, mientras dejaba que Ă©l la acomodara a horcajadas sobre sus piernas y se hundĂa en ella un segundo despuĂ©s, arrancándole un intenso gemido—. Luego… te compenso las prisas —le susurrĂł al oĂdo, acrecentando el ritmo con rapidez. La explosiĂłn llegĂł de una forma fulminante e intensa, y ambos rieron sobre la boca del otro con una complicidad absoluta. —Me has convertido en un adicto —le dijo Mike entre beso y beso, mientras se recuperaba del intenso ejercicio. —¿Yo a ti? —Rio dichosa—. Te recuerdo que aquĂ la virgen era yo. —Es verdad, pero yo tenĂa buenas intenciones —bromeó—, y no me has dejado comportarme como debĂa… —¿Y perderme la maratĂłn de sexo? —Bueno, quizá aĂşn pueda remediarlo. —¿Eso quĂ© quiere decir? —Lo mirĂł con atenciĂłn y una expresiĂłn divertida. —Que voy a dejarte descansar y recuperarte el resto del dĂa —dijo categĂłrico. Kirsty lo mirĂł como si se hubiera vuelto loco. —¡Venga, eso no te lo crees ni tĂş! —Rio—. ÂżNo vas a tocarme hasta mañana? —Yo no he dicho eso. —Sonrió—. EncontrarĂ© otros mĂ©todos para mantenerse contenta. —Seguro que son muy interesantes —ronroneó—, pero es que a mĂ este mĂ©todo en concreto… —Se moviĂł ligeramente sobre Ă©l, que aĂşn estaba dentro de ella— me gusta muchĂsimo… —Es por tu bien —insistiĂł Mike sin dejar de sonreĂr—. Por hoy voy a mantener a mi… soldadito… Kirsty se moviĂł sobre Ă©l con maestrĂa. —… lejos… de tu… AcelerĂł el ritmo. —…confortable y… calentita… cueva… —jadeĂł y comenzĂł a moverse de nuevo casi sin voluntad propia. —Entonces…, Âżtengo que retirarme y… dejarte ser honorable? —gimiĂł, sin dejar de moverse, al tiempo que le robaba un beso tras otro Mike sonriĂł sobre su boca. —¿QuĂ© clase de hombre serĂa… si te dejara a medias, pelirroja? —Uno muy malo —suspirĂł. —Pues eso no está bien. Se fundieron en un beso dulce y salvaje a la vez, y ambos disfrutaron de un nuevo y apasionado viaje.
Un par de horas despuĂ©s, cuando ambos salĂan ahora de la sauna, sudando y acalorados por mucho más que el intenso vapor del interior, Kirsty caminĂł hasta el sillĂłn de masaje y se dejĂł caer en Ă©l completamente exhausta. —Este es el spa más agotador en el que he estado nunca. —Rio al ver desplomarse a Mike en la tumbona que habĂa justo a su lado. —Joder, me vas a matar, pelirroja —exclamĂł casi con un hilo de voz. Kirsty rio a carcajadas ante su fingida expresiĂłn de tormento. —Esta mañana, Steve me ha enseñado algunos ejercicios para relajar los mĂşsculos. —SonriĂł —. Igual te vienen bien. Mike le devolviĂł una mirada crĂtica. —Espero que sea solo eso lo que te ha enseñado… —FrunciĂł el ceño—. No sabes lo que me ha jodido tener que atender esa llamada y dejarte aquĂ sola con Ă©l. —Pues te has encargado de marcar tu territorio —Rio Kirsty—, porque ese besazo que me has arreado en sus narices antes de irte no ha sido muy sutil. Mike sonriĂł, pero no se molestĂł en negarlo. —Lo curioso es que no ha parecido sorprenderle ni un poco —contĂł Kirsty—. Por cierto, creo que tienes razĂłn, Steve no es Siempre tuyo. —¿Te lo ha confesado? —No, pero le he hecho algunas preguntas sobre las cartas y no tenĂa ni idea de quĂ© le hablaba. —Bueno, no me gusta decir te lo dije… —SonriĂł. —Pero acabas de hacerlo. —Rio—. En fin, a mĂ tampoco me pegaba que fuera Ă©l —admitiĂł —. Espero poder conocer al verdadero algĂşn dĂa, sino seguirĂ© simplemente disfrutando de sus cartas. «Si es que me llegan a Little Meadows…». Se sintiĂł un poco turbada ante el pensamiento, que por fortuna habĂa mantenido solo para ella. No estaba preparada para contestar preguntas sobre su futuro. —Kirsty…, ese tipo… —¿Siempre tuyo? —SĂ, bueno… Ella esperĂł en vano a que agregara algo más, pero Mike pareciĂł pensarlo mucho antes de decir: —DĂ©jalo Kirsty, sorprendida, observĂł su gesto incĂłmodo y aquello le arrancĂł una sonrisa tierna. Sentir a Mike tan inquieto por un desconocido resultaba de lo más encantador. —Mike, aunque Siempre tuyo fuera el mismĂsimo Superman, no te harĂa ni un poquito de sombra. Una sonrisa un tanto avergonzada se posĂł sobre ella. —No estoy celoso de ese tipo —le asegurĂł. —¿No? Mike dejĂł escapar un divertido sonido de resignaciĂłn y se incorporĂł en la silla. Durante unos segundos la mirĂł con un gesto algo más serio, como si estuviera a punto de decirle algo importante y estuviera buscando las palabras adecuadas. —¿Sintonizamos la tele? —terminĂł diciendo. La chica lo mirĂł perpleja y un poco descolocada. Por alguna extraña razĂłn, habĂa esperado algo mucho más trascendental. —¿Eso es una metáfora de algĂşn tipo? —SonriĂł, intentando esconder su decepciĂłn. —No. —Rio—. Necesito descansar un poco antes de más… metáforas. En silencio, pero intentando sonreĂr, Kirsty se puso en pie y se envolviĂł en un albornoz, sin poder evitar que las dudas la asaltaran de nuevo. Incluso en el caso de que Mike estuviera dispuesto a apostar por aquella relaciĂłn, estaba claro que todavĂa habĂa muchas cosas que solucionar entre ellos. El pasado siempre se erigirĂa como un muro inmenso e insalvable, si no tenĂan las agallas de enfrentarlo y hablar de ello. Eran demasiadas las cosas que aĂşn estaban por decir…, y la tregua que ambos parecĂan haber firmado, incluso sin pretenderlo, no podrĂa durar para siempre. Tarde o temprano alguno de los dos harĂa o dirĂa algo que provocarĂa que todo saltara por los aires, estaba segura de ello. «¿PodrĂa ayudar si le confieso que lo amo?», se preguntĂł, preocupada, pero el pánico la obligĂł a descartar la idea al instante. Si Mike rechazaba sus sentimientos, serĂa un golpe brutal que estaba segura de no poder soportar. CapĂtulo 43 A Kirsty le costĂł deshacerse de la angustia que aquellas cavilaciones habĂan sembrado dentro de ella. Inquieta, no dejaba de darle vueltas a todo, mientras Mike parecĂa estar sumergido por completo en el millĂłn de opciones que se desplegaron en la enorme pantalla del televisor cuando presionĂł el menĂş. Lo mirĂł de reojo y casi dejĂł escapar un suspiro de anhelo. DarĂa lo que fuera porque todos los dĂas de su vida fueran como aquel, y poder disfrutar en su compañĂa de las pequeñas cosas. Cosas banales como que nunca se les acabara el tema de conversaciĂłn, poder besarlo a placer o hacer el amor de forma salvaje y reĂr de cualquier tonterĂa un segundo despuĂ©s… Pero, por encima de todo, querĂa que Ă©l la amara… con la misma intensidad que ella a Ă©l. —¿QuĂ© te pasa? —le preguntĂł Mike de repente, sobresaltándola. Kirsty intentĂł sonreĂr. —¿Por quĂ© crees que me pasa algo? Mike se girĂł a mirarla, ahora con una expresiĂłn seria. —Puedes decĂrmelo. La chica guardĂł silencio. «No, no puedo, no todavĂa», admitiĂł resignada, pero algo debĂa decirle…, asĂ que decidiĂł trasladarle algunas de sus preocupaciones. —Marty dice que la investigaciĂłn está en un callejĂłn sin salida —le dijo, con un gesto preocupado. —SĂ, lo sĂ© —y casi susurró—: Âży… eso te inquieta? —¿QuĂ© pasa si nunca cogen a esos tipos? —le preguntĂł apenada—. No puedo vivir siempre encerrada, Mike. —¿Tan mal estás aquĂ? —No —se apresurĂł a decir—, no me malinterpretes, pero ni siquiera puedo abrir la puerta cuando llaman… Además, tĂş no puedes cuidar de mĂ las veinticuatro horas. —No lo estoy haciendo tan mal. —Sabes a quĂ© me refiero, Mike —se quejó—. No puedo vivir en una jaula rodeada de guardias toda la vida. El suspirĂł, pero no dijo nada. —Además, Marty tambiĂ©n tendrá que regresar a su vida en algĂşn momento —le recordó—. Él vive en Nueva York. Mike la mirĂł ahora con una expresiĂłn molesta. —¿Es tu forma de recordarme que tĂş tambiĂ©n vives allĂ? —SonĂł irritado—, porque no se me ha olvidado. —No pretendĂa recordarte nada —le asegurĂł. «Además, solo tendrĂas que pedirme que me quedara… y jamás regresarĂa allĂ», estuvo a punto de decirle, pero le molestĂł que Ă©l pareciera impasible ante la idea de su marcha. —Pero antes o despuĂ©s tendremos que tomar decisiones —insistiĂł Kirsty, deseosa de escuchar de sus labios que deseaba que se quedara a su lado. —Perfecto, que cada uno tome las que crea conveniente. A Kirsty aquello le doliĂł como un hierro candente sobre la piel. —Bien, empezarĂ© a valorarlo —le asegurĂł, apretando los dientes. —Perfecto. Espero que no tardes seis años en venir a verme. —¡O tĂş a mĂ! —se irritĂł ante tanta frialdad—. Quizá esta vez puedas visitarme tambiĂ©n a mĂ cuando vayas a ver a tu tĂo. Aquello era una espinita que tenĂa clavada, pendiente de echarle en cara. —SĂ, ya veremos… —dijo Mike impasible. —Pues muy bien. Kirsty se puso en pie, furiosa, dispuesta a desaparecer, pero Mike hizo gala de unos estupendos reflejos y tirĂł de su muñeca, provocando que aterrizara sobre su regazo. —¿DĂłnde crees que vas? —le susurrĂł, reteniĂ©ndola entre sus brazos. —¿Acaso te importa? —Es posible. —Ah, quĂ© respuesta tan cĂłmoda —protestĂł enfadada—. ¡SuĂ©ltame! Mike levantĂł las dos manos y la mirĂł con un gesto serio. —Vale, no te retengo, vete si quieres —dijo con una mirada tensa. Ambos sabĂan que no hablaban solo de salir de su regazo.—. No pienso impedĂrtelo. —SĂ…, ya lo sĂ©. —SonĂł tan triste que Mike la mirĂł con un gesto de sorpresa. —Kirsty… —titubeĂł, confundido—, acaso… Âżquieres que te lo impida? Aterrada ante la confesiĂłn que tenĂa en la punta de la lengua, lo mirĂł a los ojos con cierta timidez y terminĂł claudicando ante el miedo. —Es posible —solo se atreviĂł a decir en el mismo tono que Ă©l habĂa usado antes, observando con atenciĂłn la reacciĂłn en los ojos de Ă©l. ÂżEra decepciĂłn lo que habĂa en ellos? Se perdieron uno en los ojos del otro, hasta que ambos fueron recortando la distancia y claudicaron ante un beso hambriento, que borrĂł todo rastro de discusiĂłn, y los transportĂł al mundo donde todo era posible entre ellos. Mike besĂł y lamiĂł cada poro de su piel, esta vez con exquisita lentitud, incluido el punto doliente y hĂşmedo entre sus piernas del que se llevĂł algo mucho más profundo que solo gemidos. DespuĂ©s regreso a sus labios, y se hundiĂł dentro de ella muy despacio…, mirándola con ternura antes de comenzar a moverse. —Kirsty… —susurrĂł, perdiĂ©ndose en sus ojos—, nada es comparable a tenerte asĂ entre mis brazos… —Tampoco para mà —musitĂł casi como un suspiro. Ambos tomaron los labios del otro de nuevo, y se dejaron arrastrar por una experiencia cargada de erotismo, lujuria e impregnada de ternura.
Cuando Kirsty abriĂł los ojos a la mañana siguiente, una tĂmida sonrisa acudiĂł a su rostro al instante. La noche habĂa estado llena de placeres que aĂşn apenas estaba descubriendo, y que la habĂan tenido más tiempo flotando en el jardĂn del EdĂ©n que con los pies en aquella habitaciĂłn. ParecĂa que aquella pequeña discusiĂłn los habĂa hecho conscientes a ambos de lo rápido que podĂan perderlo todo, y las sensaciones se habĂan multiplicado de forma asombrosa. Para Kirsty aquel nada es comparable a tenerte asĂ entre mis brazos… habĂa sido un detonante emocional, que de repente intensificĂł cada beso, cada caricia, a lĂmites difĂciles de comprender para ella. Varias veces en la noche tuvo que repetirse que aquello no era un te amo y que harĂa bien en no hacerse demasiadas ilusiones, pero lo que veĂa en sus ojos cuando la miraba… la hacĂa suspirar. Se desperezĂł y se incorporĂł, dispuesta a ir en buscar de su prĂncipe azul, que habĂa salido de la cama hacĂa un par de horas, tras hacerle el amor para saludar al nuevo dĂa. Ella habĂa decidido quedarse un rato más entre las sábanas, exhausta, y se habĂa dormido de nuevo con una perezosa sonrisa en los labios, que aĂşn lucĂa en aquel momento. Se vistiĂł y fue en busca de Mike, al que se sorprendiĂł de no hallar en el despacho. Lo encontrĂł canturreando en la cocina mientras preparaba el desayuno, y su corazĂłn saltĂł de jĂşbilo ante aquella imagen. Él solo tenĂa puesto un pantalĂłn deportivo y una camiseta, y jamás lo habĂa visto tan relajado y feliz. —Estaba preparándote el desayuno. —SonriĂł el chico—. Iba a llevártelo a la cama. —Puedo volver allĂ, si quieres —bromeĂł mientras lo saludaba con un beso tierno. —Mañana desayunamos allĂ, Âżte parece? —la atrajo hacia Ă©l. —Me parece perfecto. —Sonrió—. Pero que no se te olvide, porque no pienso levantarme hasta que vayas a por mĂ. —¿Olvidarme de que me esperas entre mis sábanas? —susurrĂł, robándole pequeños besos—. TendrĂa que haberme vuelto loco… Tontearon un rato largo, hasta que se sentaron a desayunar en el salĂłn, donde Kirsty mirĂł la televisiĂłn con un gesto pensativo. —¿Sabes que voy a tener que adaptar todo el salĂłn al tamaño de esa tele? —bromeĂł, con el ceño fruncido—. He hecho algunos bocetos, pero excepto la alfombra, el resto todavĂa no lo tengo nada claro. —¿QuĂ© alfombra? Kirsty lo mirĂł como si no diera crĂ©dito a aquella pregunta. —La que abarca toda esta zona hasta los sofás —explicĂł divertida—. No puedes tener una chimenea como esa y no poner una alfombra bien mullidita, en la que poder sentarte frente al fuego, tumbarte con comodidad… —Lo mirĂł coqueta—. Una muy suave…, que no pique nada y en la que dĂ© gusto estar desnudo. —¡PĂdela ya! —dijo Mike de forma automática, mirándola con los ojos brillantes—. Puedo encender la chimenea esta misma tarde. —No creo que ya haga frĂo para eso. —Rio Kirsty. —Pues cojo mi varita y conjuro un mes de enero. —¿Tienes una varita? —preguntĂł divertida. —SĂ…, mágica —susurrĂł, comiĂ©ndosela con los ojos—, Âżquieres verla? —No me importarĂa… —admitiĂł con una sonrisa pĂcara. Para desesperaciĂłn de ambos, el timbre de la puerta y la posterior llegada de Marty, los obligĂł a aplazar el espectáculo de magia. Además, para mayor desgracia, el hombre no venĂa solo. —QuĂ© pesadilla de tĂa —susurrĂł Kirsty para sĂ cuando divisĂł a Melanie Simmons desde el sofá. —Siento interrumpir… —dijo Marty tras dar los buenos dĂas, puesto que era evidente el punto en el que estaban, por rápido que hubieran querido levantarse. —Más lo siento yo —bromeĂł Mike, caminando hacia su tĂo. Kirsty no pudo evitar sonreĂr como una idiota. Al parecer, Mike no tenĂa ninguna intenciĂłn de esconder lo que habĂa entre ellos, y, aunque no era su intenciĂłn ni necesitaba pasearle su relaciĂłn a Melanie por la cara, no podĂa evitar sentirse un poco complacida. Aquella mujer le habĂa hecho mucho daño en multitud de ocasiones, y querer tomarse un poco de revancha no era tan malo, Âżo sĂ? —CuĂ©ntame, Melanie, ÂżquĂ© pasa? —se interesĂł Mike. La mujer se colĂł hasta el salĂłn, donde Kirsty fingiĂł seguir desayunando sin prestarle ninguna atenciĂłn. —Jefferys necesita el informe Jenkins —dijo la rubia con una sonrisa forzada—. Hay unos flecos legales que… —Lo sĂ© —interrumpiĂł Mike—. QuedĂ© en mandárselo con un mensajero a lo largo de la mañana. —SĂ, pero es algo urgente —insistió—, y Ăşltimamente te… entretienes demasiado. —MirĂł a Kirsty de reojo. —Mis entretenimientos no son asunto tuyo —dijo Mike al instante, con la voz impregnada de puro hielo; tanto que incluso Kirsty tragĂł saliva. —No, claro…, no querĂa insinuar nada —titubeĂł la rubia al instante. —Pues guárdate tus comentarios fuera de lugar. La mujer se limitĂł a asentir, pero posĂł una mirada de odio sobre Kirsty que no pasĂł desaperciba para nadie. —Voy a por el informe —dijo ahora Mike, con una mirada crĂtica, y se alejĂł a paso rápido de ellas. Kirsty tomĂł ahora su bloc de dibujo, dispuesta a ignorar a la mujer y no dejar que la afectara. De reojo mirĂł a Marty, que hablaba por telĂ©fono apoyado en la encimera de la cocina, y deseo tenerlo sentado a su lado para no tener que intercambiar una sola palabra con aquella arpĂa, pero no iba a tener suerte… —AsĂ que por fin conseguiste meterte en su cama —dijo Melanie, con la voz cargada de coraje contenido—. QuĂ© fáciles son los hombres. Solo tienes que pasearte por delante ligerita de ropa… y caen como bobos. —No voy a entrar al trapo, Melanie, no te esfuerces. —SonriĂł Kirsty, sin mirarla. —No te preocupes, no he venido a discutir —insistiĂł con una sonrisa frĂa—. Al fin y al cabo, solo tengo que sentarme a esperar a que se canse de ti. —Entonces ponte cĂłmoda —le recomendĂł, mirándola ahora con una sonrisa mordaz. —Oh, quĂ© mona, Âżde verdad crees que lo tuyo con Mike es duradero? —Rio como lo harĂa una hiena enferma—. ÂżCuánto crees que tardará en deshacerse de ti cuando te haya tenido en todas las posturas posibles? Kirsty suspirĂł con hastĂo y murmurĂł un par de improperios entre dientes, despuĂ©s se puso en pie para mirarla de frente. —¿Por quĂ© te crees con derecho a hablarme asĂ? —le preguntĂł, intentando aparentar una tranquilidad que estaba a años luz de sentir. —¡Porque soy mejor que tĂş! —dijo, con un odio encarnizado en sus ojos—. Y tarde o temprano Ă©l se dará cuenta. No cesarĂ© en el empeño hasta conseguir que sea mĂo. «¡La desgreño y la arrastro de ese moño por la casa…!», pensĂł Kirsty, respirando hondo varias veces para no caer en la tentaciĂłn. —En algĂşn momento, Ă©l volverá a la oficina y lo tendrĂ© solo para mĂ… —insistiĂł la arpĂa, mirándola complacida. —¿Es que tĂş no tienes dignidad? —le preguntĂł Kirsty, fingiendo una curiosidad nata—. No, de verdad, me asombra tu insistencia en querer conquistar a un hombre al que está claro que no le interesas. Kirsty se esforzĂł por parecer frĂa e incluso divertida, pero en su interior no podĂa evitar sentirse muy incĂłmoda ante sus palabras. —¡Y está claro lo que a Ă©l le interesa de ti…! —casi escupiĂł Melanie, furiosa—. Y le has impuesto tu compañĂa de una manera magistral, la verdad. ÂżHasta cuándo piensas tenerlo forzado a convivir aquĂ contigo? Aquello sĂ sacudiĂł a Kirsty por dentro, aunque se asegurĂł de esconderlo. —¿Por quĂ© me odias tanto, Melanie? —le preguntĂł en su lugar, leyendo el desprecio más absoluto en sus ojos—. No voy a negar que jamás te he soportado, pero nuestra antipatĂa no la empecĂ© yo. ÂżQuĂ© hice, Melanie, para que me detestes de una manera tan brutal desde que era casi una niña? La mujer se puso tensa, posĂł sobre ella una mirada de desprecio total y absoluto y dijo entre dientes: —Ya no eras tan niña cuando yo lleguĂ© a la empresa —le recordĂł con ira. PareciĂł contenerse para no seguir hablando. Kirsty la mirĂł con curiosidad, preguntándose quĂ© era lo que acababa de guardarse, pero no le dio tiempo a seguir investigando, Mike regresĂł al salĂłn en ese instante. —Disfruta de tu encierro forzoso mientras puedas —la escuchĂł aĂşn murmurar entre dientes —. Veremos quĂ© pasa cuando lo liberes de tu cárcel Kirsty no pudo evitar sentirse herida de nuevo ante aquel comentario. No podĂa fingir que no habĂa algo de verdad en ello. Mike no estaba allĂ con ella por voluntad propia y… en ningĂşn momento habĂa confesado que quisiera que ella se quedara a su lado cuando todo acabara. ÂżY si no acababa? ÂżY si nunca cogĂan a aquellos tipos…? ¡Aquello serĂa incluso peor! ÂżCuánto tiempo podrĂa ella vivir sin saber si Ă©l seguĂa a su lado porque lo deseaba o porque no tenĂa más remedio? Entre divagaciones, vio como Mike le entregaba la documentaciĂłn a Melanie y la acompañaba a la puerta. Marty saliĂł tras ella para seguir con la vigilancia. Kirsty intentĂł sonreĂr por todos los medios, pero en esa ocasiĂłn aquella maldita mujer sĂ habĂa conseguido sembrar un punto tristeza e inquietud en su interior. —¿QuĂ© te pasa? —le preguntĂł Mike cuando intentĂł besarla y ella no respondiĂł con el interĂ©s de siempre. —Nada…, creo que estoy un poco cansada. «Una excusa muy mala, Kirsty», tuvo que reconocer ante ella misma, pero necesitaba alejarse de Ă©l durante un rato para recomponerse. —Voy a darme una ducha. —Si quieres compañĂa, me avisas. —SonriĂł Mike, pero frunciĂł el ceño al toparse solo con una pequeña sonrisa de compromiso. Kirsty se alejĂł de Ă©l, que no dejĂł de mirarla hasta que hubo desaparecido de su vista. Abatido, se dejĂł caer en el sofá. «Hasta aquĂ, Mike, esa mujer se larga esta misma tarde», se dijo, apretando los dientes por haber sido tan necio y aguantado tanto; a veces su sentido de la lealtad no era una virtud. Solo tenĂa que esperar unas horas a que Thomas regresara del balneario para quitarse ese peso de encima. CapĂtulo 44 A Kirsty le costĂł mucho recuperarse de la conversaciĂłn con Melanie. Y ya no era solo el hecho de saber que se habĂa colado en su vida y en su casa como un polizĂłn, era mucho más profundo… PodĂa engañarse pensando en lo que creĂa ver en los de Mike, pero eso no lo hacĂa real. La realidad era que Ă©l jamás habĂa hablado de nada que fuera más allá del simple sexo, y, le gustara o no, ese fuego que Mike parecĂa sentir por ella se extinguirĂa tarde o temprano si un amor profundo y sincero no alimentaba la llama, y ese dĂa… ella morirĂa de dolor. Mike se colĂł en la habitaciĂłn cuando estaba a punto de meterse en la ducha para buscar algo de paz bajo el chorro de agua caliente. Se girĂł a mirarlo, medio desnuda, y su cuerpo reaccionĂł a Ă©l como siempre que lo tenĂa ante sĂ. —Ha llamado Thomas —le dijo Mike, sin perder la oportunidad de recorrer su cuerpo con los ojos de arriba abajo—. Vienen de camino y se han auto invitado a comer. —Vale —dijo, de repente cohibida, consciente de que necesitaba responder a algunas de sus dudas con urgencia para poder seguir adelante. Mike la mirĂł con un ligero gesto de extrañeza. —Kirsty, ÂżquĂ© te pasa? —le preguntĂł caminando hasta ella—. ÂżHa sido por algo que te ha dicho Melanie? —No —mintió—. Estoy bien, pero… aprovecho para preguntarte quĂ© le vamos a decir a mi padre. —¿Sobre quĂ©? La chica tragĂł saliva, preguntándose si no era mejor callarse, pero necesitaba saber de quĂ© pie cojeaba Ă©l. —Sobre nosotros. Mike frunciĂł el ceño. —¿Quieres contárselo? —le preguntĂł, perplejo—. ÂżNo es un poco pronto? —Bueno…, es solo que… —ni siquiera sabĂa quĂ© decirle. La reticencia de Mike hablaba alta y clara de sus intenciones, o al menos eso parecĂa—. OlvĂdalo. CaminĂł hacia el baño buscando la soledad, pero Mike se cruzĂł en su camino antes de que lograra cerrar la puerta. —Kirsty… —DĂ©jalo, es igual. —Lo esquivĂł. —Estábamos hablando. —No hay mucho más que decir —dijo sin detenerse a mirarlo. CerrĂł la puerta, asegurándose de que Ă©l escuchara el pestillo, y por fin pudo dejar correr las lágrimas que pugnaban por salir.
Cuando al fin saliĂł de la alcoba, se asegurĂł de que su padre y Nadine ya estuvieran en la casa. La ducha caliente la habĂa ayudado a tomar una decisiĂłn importante, pero para llevarla a cabo debĂa esperar a que Mike y ella tuvieran todo el tiempo por delante, sin interrupciones. Necesitaba saber quĂ© esperaba Ă©l de aquella relaciĂłn y si tenĂa alguna posibilidad de que la amara algĂşn dĂa, pero sabĂa que solo habĂa una manera de poder preguntarle por sus sentimientos… y era confesando primero los suyos. AsĂ que tenĂa el firme propĂłsito de decirle a Mike que lo amaba en cuanto se quedaran a solas, y esperaba no salir destrozada de la conversaciĂłn. Nadine y su padre parecĂan felices mientras hablaban sin parar del precioso balneario al que tenĂan intenciĂłn de volver en breve durante una estancia más prolongada. Kirsty intentaba sonreĂr para mostrar su alegrĂa por la relaciĂłn que parecĂa haberse consolidado, pero todos sus empeños se iban al traste cada vez que miraba a Mike, que parecĂa estar enfadado con ella y no se molestaba ni un poco en disimularlo. Cuando Nadine y su padre salieron al jardĂn para ir poniendo la mesa, Kirsty mirĂł a Mike con el ceño fruncido. —¿PodrĂas ser un poco menos arisco? —le regañó. —Ah, Âżahora quieres hablarme? —Se girĂł a mirarla de forma automática—. Pues hazte a la idea de que tengo echado el pestillo, Kirsty. La chica se quedĂł perpleja mientras lo veĂa alejarse hacia el jardĂn. «Oh, mierda…, mal momento para las confesiones…», se dijo con tristeza. EntendĂa por quĂ© Mike estaba enfadado con ella. Si Ă©l le hubiera cerrado la puerta en las narices de aquella manera, tambiĂ©n lo estarĂa y mucho. Esperaba poder explicarle que habĂa estado tan triste y confundida en aquel momento, que no se habĂa parado a pensar en nada más que en alejarse de Ă©l para poder pensar con claridad. Y, si tenĂa suerte, su confesiĂłn de amor la ayudarĂa a contentarlo un poco. «TambiĂ©n puede repelerle», se recordĂł, resoplando de pura ansiedad. La comida resultĂł un poco tensa para Kirsty. Por más que intentaba congraciarse con Mike, Ă©l no dejaba de lanzarle miradas airadas, suponĂa que intentando castigarla un poco por el desplante del baño. —Tengo algunas cosas que hablar contigo, Tom —le dijo a su padre cuando dieron la comida por finalizada. —Bien, vamos al despacho si te parece y dejamos que las chicas se tomen un cafĂ© tranquilas. Ambos se ausentaron, y Kirsty mirĂł con ansiedad la puerta por la que habĂan desaparecido, dejando escapar un leve sonido de frustraciĂłn. —Estás muy seria, Kirsty, ÂżquĂ© te pasa? —le preguntĂł Nadine nada más quedarse a solas. La chica no se molestĂł en negarlo. —Me han pasado muchas cosas en estos dĂas —suspiró—. La gran mayorĂa eran buenas…, hasta hace poco. —¿Han avanzado las cosas con Mike? Sus mejillas adquirieron un tono carmesĂ que Nadine recibiĂł con una exclamaciĂłn divertida. —¿Tanto han avanzado? —insistiĂł en bromear. Kirsty ni pudo ni quiso ocultar la verdad. —¡Ay, Nadine, ha sido algo increĂble! —admitiĂł, dejándose llevar por la emociĂłn—. No te haces idea… —Entonces ÂżquĂ© te pasa? —Morritos Simmons, me pasa —contó—. Esa maldita mujer siempre sabe tocarme la moral. El sonido de un telĂ©fono mĂłvil interrumpiĂł la conversaciĂłn y Kirsty comprobĂł que era el de su padre, que se habĂa lo habĂa dejado olvidado sobre la mesa. —Es Jefferys —dijo, consultando el visor, aunque el telĂ©fono dejĂł de sonar cuando estaba valorando descolgar—. ÂżCrees que será urgente? Nadine se encogiĂł de hombros. —Espera, mejor voy a acercárselo al despacho. Kirsty entrĂł en la casa con premura y se colĂł por el pasillo hasta el despacho. TitubeĂł ligeramente antes de entrar, valorando si debĂa llamar a la puerta, que estaba ligeramente entreabierta. —Te juro que ya no puedo soportarla más tiempo, Thomas —escuchĂł decir a Mike alto y claro. Aquella frase la hizo detenerse en seco y ponerse alerta—. Necesito que se largue. —¿Estás seguro? —Complemente —dijo contundente—. Empieza a ponerse insoportable, con sus idas y venidas por aquĂ. A Kirsty se le cortĂł hasta la respiraciĂłn, y tuvo que ponerse una mano sobre la boca para no exteriorizar su horror ante el comentario. Se quedĂł paralizada tras la puerta. —No la tolero más tiempo —insistiĂł Mike, con frialdad. —¿Prefieres que hable yo con ella? —se ofreciĂł Thomas. —No, yo lo harĂ©, solo creĂ que debĂa hablarlo contigo primero. —Y te lo agradezco. —Le pedirĂ© que recoja sus cosas y se vaya esta misma tarde Kirsty, incapaz ya de seguir escuchando, se alejĂł de allĂ sujetándose ligeramente sobre la pared, intentando reponerse del enorme mazazo. El dolor sordo que sentĂa en el pecho era demasiado intenso, y por un momento creyĂł que no podrĂa soportarlo y no tardarĂa en caerse rendida al suelo, pero pudo llegar hasta Nadine, con los ojos anegados en lágrimas y un intenso zumbido en los oĂdos producto de la angustia. —¡Kirsty! —la mujer se levantĂł, alarmada al verla en aquel estado—. ÂżQuĂ© pasa? —Quiere… que me vaya… —susurrĂł horrorizada, rompiendo a llorar. Aquel hecho ya resultaba devastador, pero, además, Mike habĂa sonado tan frĂo y exento de emociĂłn que habĂa sentido cada palabra como una puñalada en el pecho. «Ya no puedo soportarla más tiempo. Necesito que se largue», resonaba en su cabeza una y otra vez mientras empezaba a acusar la falta de aire. —Respira hondo, cariño —le decĂa Nadine, obligándola ahora a mirarla y haciĂ©ndole gestos para ayudarla a respirar—. Te estás hiperventilando. Durante unos minutos en los que comenzĂł a ver puntitos frente a sus ojos, tuvo que concentrarse solo en las palabras de la enfermera para no desfallecer, pero cuando lo peor fue pasando, el dolor volviĂł a ser tan intenso que Kirsty se puso en pie y corriĂł hasta su cuarto, aterrada con la posibilidad de que Mike la viera en aquel estado. Nadine se colĂł tras ella y cerrĂł la puerta de la alcoba a cal y canto. —No puede ser tan malo, Kirsty —le dijo la mujer, preocupada. —Lo… oĂ, alto y claro —se lamentĂł entre sollozos—. Y yo, tan ilusa, iba a confesarle que lo amo… ¡quĂ© imbĂ©cil soy! —Kirsty… —¡Como si hubiera alguna esperanza de que me correspondiera! —Cariño… —No digas nada —suplicó—. Yo sabĂa que Ă©l podĂa no ser receptivo a mis sentimientos, pero… tanta frialdad… —RompiĂł a llorar desconsolada de nuevo, sin poder seguir hablando. Lloro durante largo rato, hasta que se puso en pie con una firme resoluciĂłn en los ojos. AbriĂł el armario y sacĂł su maleta, sin pararse a pensarlo demasiado. —¿QuĂ© haces? —No puedo seguir aquà —le dijo a Nadine entre lágrimas de angustia. —Kirsty, tienes que calmarte y hablar con Ă©l. —No voy a esperar a que me eche, Nadine —le aseguró—. No soportarĂa que me lo dijera a la cara… ¡y te juro que no le darĂ© el gusto de desmoronarme ante sus ojos! CaminĂł hasta el baño, se lavĂł el rostro con agua frĂa y se secĂł con firmeza. Aquellas habĂan sido las Ăşltimas lágrimas que soltarĂa en aquella casa, aunque sabĂa que, muy a su pesar, no serĂan las Ăşltimas que derramarĂa por Ă©l. Le gustara o no, le quedaba un largo camino por delante para aprender a vivir sin Ă©l. RegresĂł a la habitaciĂłn y comenzĂł a guardar todas sus cosas dentro de la maleta, mientras Nadine la observaba preocupada. —DĂ©jame hablar con Thomas antes de… —¡No, Nadine! —interrumpiĂł horrorizada—. No quiero que hables con nadie. De hecho, quiero pedirte que nada de lo que te he contado salga de esta habitaciĂłn. —No te entiendo… —Por lo que a mĂ respecta, no he escuchado esa conversaciĂłn —le asegurĂł con contundencia —. Soy yo quien decide marcharse. —Pero… —No hay peros, Nadine. —Se sentĂł en la cama, le tomĂł las manos y rogó—: DĂ©jame marcharme de esta casa con la cabeza en alto, por favor. Va a ser un camino difĂcil y quisiera preservar la poca dignidad que me queda. Nadine se vio forzada a asentir, y al menos aquello logrĂł que Kirsty respirara aliviada durante unos pocos segundos.
Cuando llegĂł la hora de enfrentarse a Mike, los nervios apenas si le permitĂan respirar con normalidad. HabĂa esperado a que Nadine y su padre abandonaran la casa para hacer partĂcipe a Mike de su decisiĂłn de irse. TenĂa toda la intenciĂłn de comunicárselo sin paños calientes ni demasiadas explicaciones, asĂ evitarĂa tener que escuchar de sus labios cosas que no sabĂa si podrĂa encajar sin derrumbarse. Se habĂa prometido ser concisa y frĂa, el problema era que apenas podĂa contener las lágrimas en cuanto que ensayaba quĂ© iba a decirle y cĂłmo. CaminĂł hasta la puerta de la habitaciĂłn por enĂ©sima vez, esta vez decidida a traspasarla, pero, como en las veces anteriores, se rajĂł antes de girar el picaporte. Angustiada, caminĂł de nuevo por la alcoba buscando las fuerzas que necesitaba. «Me ha utilizado», se dijo, intentando encontrar palabras hirientes que la ayudaran a alejarse de Ă©l. «Le he dado todo lo que soy… y… ¡no, no voy a llorar de nuevo», se enfadĂł, limpiándose una lágrima traicionera con saña. El leve toque a su puerta la cogiĂł desprevenida. Al parecer, Mike estaba dispuesto a facilitarle las cosas. Varios golpes más volvieron a sonar antes de que Kirsty se decidiera a abrir, incapaz de enfrentarse a Ă©l. Era posible que no aguantara las ganas de abofetearlo. Pero cuando por fin abriĂł y lo tuvo ante sĂ, solo sintiĂł la intensa necesidad de echarse en sus brazos y rogarle que no la apartara de su lado. —¿Podemos hablar ahora? —le dijo Mike casi en un susurro en cuanto posĂł sus ojos en ella. Kirsty cruzĂł los brazos sobre el pecho y lo mirĂł con el ceño fruncido. —Yo tengo más derecho que tĂş a estar enfadado, Kirsty, antes me has cerrado la puerta en las narices… —le dijo, colándose en su habitaciĂłn. —Hablemos en el salĂłn —pidiĂł con frĂa educaciĂłn. —Oh, venga, pelirroja, vamos a hablarlo y… —callĂł de repente, con la vista fija en un extremo de la habitaciĂłn—. ÂżPara quĂ© es la maleta? La chica estaba perpleja. No entendĂa la actitud de Mike. A pesar de haber decidido sacarla de su vida, parecĂa dispuesto a… ÂżquĂ©? ÂżAcaso querĂa echarle un polvo de despedida antes de echarla de su vida? Aquello la llenĂł de una rabia intensa, a la que se agarrĂł como la mejor aliada. —Me marcho —dijo con firmeza, y hasta a ella le sorprendiĂł sonar tan entera. Mike parecĂa descolocado por completo. —¿QuĂ©? —Quiero irme a mi casa. —¿A… la mansiĂłn? —SĂ, al menos de momento —confirmó—. Más adelante valorarĂ© quĂ© hacer con mi vida. Mike caminĂł hasta el armario, lo abriĂł de par en par y se girĂł a mirarla de nuevo, con un gesto ahora exento de ningĂşn tipo de emociĂłn. —Veo que lo tienes claro —dijo con frialdad—. Has hecho incluso la maleta antes de decĂrmelo. —SĂ. —QuĂ© bien —ironizó—. Y este repentino arranque de… lo que sea esto Âża quĂ© se debe? El corazĂłn de Kirsty estaba a punto de salirse de su pecho mientras buscaba las palabras que sabĂa que debĂa decir. —Lo nuestro no va a ninguna parte, Mike —dijo con la voz ahogada, pero bien alto—. Y creo que es mejor para los dos acabar con ello antes de hacernos daño. Mike la observĂł en silencio. —¿Y para esto querĂas que habláramos con tu padre, para dejarme al minuto siguiente? — terminĂł preguntando. La chica entornĂł los ojos, que le escocĂan ya demasiado, y lo mirĂł con un enorme nudo en la garganta. «Vamos, Kirsty, solo un esfuerzo más…». —Supongo que tenĂas razĂłn. —Se encogiĂł de hombros—. Era prematuro hablar con Ă©l. —Ah…, y Âżde eso te has dado cuenta durante la comida? —insistió—. ÂżUn mĂnimo punto de discordia y haces la maleta? Resultaba obvio que estaba muy enfadado. Kirsty supuso que era porque ella se le hubiera adelantado. A nadie le gusta que lo dejen…, Âżno? Solo que aquellos ojos grises parecĂan contener mucho más de lo que su actitud dejaba ver y aquello la descolocaba. —Es lo mejor para los dos —insistiĂł. Mike dejĂł escapar una carcajada hueca desprovista de humor. —¡Eso sĂ tiene gracia! —exclamĂł, con los ojos inyectados ahora de rabia—. AsĂ que te alejas de mĂ sin casi explicaciones, tal y como hiciste cuando saliste de ese granero hace siete años, porque es lo mejor para los dos. Aquello la hiriĂł como un hierro candente porque en el fondo tenĂa toda la razĂłn. Se estaba alejando sin decirle el verdadero motivo por el que lo hacĂa…, pero ÂżquĂ© podĂa hacer, confesarle la verdad y esperar a que fuera Ă©l quien la echara? —¿Piensas huir de Little Meadows tambiĂ©n? —insistiĂł Mike entre dientes. —¿Crees que puedo quedarme mientras tĂş vivas aquĂ? —Y comprendiĂł que aquello era la Ăşnica verdad que habĂa dicho esa tarde—. Esta finca es pequeña para los dos, Mike, lo sabes igual que yo. Mi exilio es forzoso, por mucho que… me muera por quedarme. Lo mirĂł a los ojos e implorĂł un milagro con todas sus fuerzas. Si tan solo Ă©l… se acercara a besarla en aquel instante…, ni siquiera le pedirĂa una solo palabra; y, por unos interminables segundos, el clavĂł su mirada en ella con tanta intensidad que su corazĂłn se acelerĂł ahora hasta lĂmites poco saludables… ÂżEra posible que…? —Si lo tienes tan claro…, ÂżquiĂ©n soy yo para oponerme? —terminĂł diciendo Mike con frialdad, pasando ante ella camino a la puerta. «No, no, debes aguantar las lágrimas un poco más, Kirsty», se suplicĂł a sĂ misma, dándole la espalda, intentando encajar que Ă©l no iba a evitar su marcha. «¿Y por quĂ© iba a hacerlo, idiota? Ya no puede soportarte más tiempo, necesita que te largues…», se recordĂł las palabras que le habĂan desgarrado el alma. —LlamarĂ© a Marty para que te lleve a la mansiĂłn —fue lo Ăşltimo que escuchĂł de sus labios antes de salir de la habitaciĂłn dando un tremendo portazo. Kirsty tuvo que morderse la mano para evitar soltar un grito de dolor.
Y, como no podĂa ser de otra manera, Siempre tuyo firmaba aquella nota, junto a su inconfundible garabato. —¡TĂş! —dijo conmovida, con lágrimas en los ojos—. DebĂ suponerlo… —¡Eh!, no querĂa hacerte llorar, Kirsty. —Son las hormonas. —Rio ahora, dichosa—. ÂżPor quĂ© no me lo has dicho hasta ahora? —Buscaba un momento especial —admitiĂł. Kirsty dejĂł escapar un suspiro de dicha. —Pero tĂş estabas conmigo en Nueva York cuando me enviaste la Ăşltima —le recordó—, y fuiste muy grosero para que la abriera… —SĂ, es que estaba enfadado, pero querĂa que la leyeras para ver tu reacciĂłn… —confesĂł, un tanto cortado—. Me encantĂł escuchar cĂłmo me defendĂas, amor, aunque no supieras que era yo. Una oleada de ternura inundĂł el pecho de Kirsty ante su gesto avergonzado. —¿Por quĂ© una rosa y no un lirio? —preguntĂł con curiosidad— TĂş mismo comentaste aquel dĂa que son mis flores favoritas. —Porque quizá hubieras supuesto que las cartas eran mĂas —admitió—, y no querĂa arriesgarme a que las tiraras sin abrir, necesitaba ese punto de conexiĂłn contigo —Se girĂł a buscar algo que habĂa dejado escondido a su espalda—, pero como ya no tengo que esconderme… —le tendiĂł un precioso lirio, que ella tomĂł emocionada entre sus manos. Kirsty aspirĂł el aroma delicioso de la flor y recortĂł la distancia hasta su boca para besarlo. —Eres un hombre increĂble, Mike O'Connell —le susurrĂł sobre los labios—, y te amo un poco más a cada segundo que paso a tu lado —suspiró—. Lo cual deberĂa ser humanamente imposible… —Te entiendo, amor, porque a mĂ me pasa exactamente lo mismo. Se miraron, embelesados, mientras Mike ponĂa la mano de forma tierna sobre su abdomen, y ella le regalaba una sonrisa espectacular que le cortĂł la respiraciĂłn. DespuĂ©s se fundieron el uno con el otro, piel contra piel, y Mike recortĂł la distancia hasta sus labios para volver a besarla. …Aquel no fue un simple beso, sino algo mucho más intenso y especial que los uniĂł en cuerpo y alma, convirtiĂ©ndolos en uno solo; aquel fue, sin duda, un beso… beso. ĂŤndice TE ODIO, PERO SOLO A RATOS Agradecimientos CapĂtulo 1 CapĂtulo 2 CapĂtulo 3 CapĂtulo 4 CapĂtulo 5 CapĂtulo 6 CapĂtulo 7 CapĂtulo 8 CapĂtulo 9 CapĂtulo 10 CapĂtulo 11 CapĂtulo 12 CapĂtulo 13 CapĂtulo 14 CapĂtulo 15 CapĂtulo 16 CapĂtulo 17 CapĂtulo 18 CapĂtulo 19 CapĂtulo 20 CapĂtulo 21 CapĂtulo 22 CapĂtulo 23 CapĂtulo 24 CapĂtulo 25 CapĂtulo 26 CapĂtulo 27 CapĂtulo 28 CapĂtulo 29 CapĂtulo 30 CapĂtulo 31 CapĂtulo 32 CapĂtulo 33 CapĂtulo 34 CapĂtulo 35 CapĂtulo 36 CapĂtulo 37 CapĂtulo 38 CapĂtulo 39 CapĂtulo 40 CapĂtulo 41 CapĂtulo 42 CapĂtulo 43 CapĂtulo 44 CapĂtulo 45 CapĂtulo 46 CapĂtulo 47 CapĂtulo 48 CapĂtulo 49 EpĂlogo
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