Actualizado Sábado, 21 junio 2025 - 00:06
Una pareja de LeganĂ©s saliĂł de su casa en busca de las verdes praderas de su pasado, se perdieron porque las verdes praderas de la juventud son ahora nudos de carreteras, glorietas y secarrales. Les rescataron gracias a los drones, moderno artilugio que igual sirve para matar al enemigo que para salvar la vida a personas mayores que a mediodĂa no se acuerdan de lo que desayunaron pero sĂ recuerdan dĂłnde y cuándo hicieron la primera comuniĂłn y cĂłmo era aquello del primer amor en los años pobres donde las parejas se limitaban a ir de paseo.
No hace falta ser tan mayor, ni haber perdido la memoria inmediata, para salir a la calle a buscar lo que ya no está y nunca volverá. Nos pasa a muchos. De pronto me veo yendo al pueblo y mirando con ojos golositos la nogal debajo de la que mi padre dormĂa la siesta en verano. Y eso que mi madre le decĂa: «Ten cuidado, Domingo, que la sombra de la nogal es muy frĂa y te puedes acatarrar». La nogal sigue en el prado, pero ya nadie duerme la siesta debajo porque el suelo está impracticable.
DespuĂ©s me doy una vuelta por la casa de mis tĂos, que ya no es la casa de mis tĂos, en busca del cerezal donde mi madre se subĂa a pelar las cerezas más buenas que nunca he comido. La cerezal ya no es tal. Y puedo pasar decenas de veces por la valla de la casa del cura, ahora completamente en ruinas, donde habĂa una moral, un hermoso árbol, que daba a la calle y del que caĂan unas moras gigantes. Las moras eran de color negro y nos manchaban la ropa a los niños. El primer placer era comer las moras y salir corriendo cuando el cura nos echaba de allĂ. El segundo placer era quitar la mancha de las moras negras y maduras frotando la ropa con moras verdes. Ya no hay moral.
Como tampoco ya quedan las pozas donde pillábamos a las ranas y a los renacuajos para meterlos en un vaso con agua hasta que las devolvĂamos otra vez a las pozas porque en casa no pintaban nada. Ya no existe la misa de los domingos ni el concejo que habĂa despuĂ©s, donde los hombres del pueblo se repartĂan las tareas del mantenimiento de las calles. TambiĂ©n el progreso se ha llevado aquella ilusiĂłn tan tonta de estrenar vestido el dĂa de la fiesta. Mi madre lo ponĂa estirado y nuevecito encima de la cama y decĂa: «Ven, bonita, que ahora viene lo bueno». Y asĂ me voy despertando y me solidarizo con todos los que buscan lo que ya no existe. Somos muchos, más de los que parecen a simple vista. Muchos que, como la pareja de LeganĂ©s, queremos pasear un rato por el camino del pasado.
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