Acabar con María Jesús Montero es matar tres pájaros de un tiro, y el Partido Popular lo sabe. También lo sabe Pedro Sánchez, tan proclive a tener números dos con demasiado poder. Que se lo pregunten a José Luis Ábalos, que antes de su caída en desgracia compatibilizaba la Secretaría de Organización del PSOE y el Ministerio de Fomento, una combinación altamente peligrosa: no parece buena idea que el jefe del mayor presupuesto de España sea a la vez el jefe de todos los cargos, carguitos y carguetes autonómicos, provinciales y locales del partido. La tentación vive en el mix Fomento/Organización, porque la licitación de una carreterita secundaria (pongamos el caso) es irrelevante en términos presupuestarios para el Ministerio, pero definitivo para ese liderillo del partido. Un mal cóctel, demasiado poder.
Pues María Jesús Montero manda aún más, y está empezando a dar síntomas claros de haber superado su umbral de incompetencia: compatibilizar la Vicepresidencia primera del Gobierno, la Vicesecretaría General del PSOE y el liderazgo del socialismo andaluz es mucha faena, y está empezando a meter la pata con demasiada frecuencia. El culmen fue hace dos semanas, cuando en un mitin de partido pisoteó la presunción de inocencia y lanzó un misil a las universidades privadas. Dos incendios como señal de agotamiento que se suman al desgaste sufrido en la disputa con Yolanda Díaz a cuenta del Salario Mínimo. Montero corre peligro y en la Moncloa han tomado nota.
Se entiende así por qué en plena batalla arancelaria la ministra de Hacienda no es la interlocutora con el PP y Sánchez le ha encargado esa misión al ministro de Economía. ¿Y por qué el Gobierno esconde a la ministra de Hacienda y líder del PSOE andaluz ante la maravillosa oportunidad de confrontar con Donald Trump en un asunto arancelario? De modo que, apartada en el asunto que tiene el planeta patas arriba, y ahora que el Gobierno ya ha asumido que no habrá Presupuestos, la ministra tiene esencialmente dos funciones. Una tiene que ver con la continuidad de la legislatura y otra con la continuidad del sanchismo, y ambas tienen mala pinta para la Moncloa: la financiación autonómica y recuperar al PSOE en Andalucía. No es poca cosa.
Todo esto lo sabe el PP, que no va a permitir que Sánchez la proteja. Por eso el miércoles Cuca Gamarra arremetió frontalmente contra ella en la sesión de control y por eso el PP aplicó el rodillo en el Senado para reprobarla por un cerro de motivos que le espetó así la portavoz, Alicia García: “Dos años gobernando con Presupuestos de otra legislatura, exprimir a impuestos a los españoles, regalar el cupo separatista, negarse a actualizar el sistema de financiación autonómica y despreciar la presunción de inocencia".
En el Gobierno hay quien piensa que Montero es simplemente el pim, pam, pum de temporada: “Es como Illa en pandemia o Bolaños con la amnistía”. Pero Sánchez sabe que su todopoderosa vicepresidenta le representa demasiado y que en Génova no van a parar: María Jesús Montero es pieza de caza mayor. En juego están la legislatura y el sanchismo. No es poca cosa.
Acabar con María Jesús Montero es matar tres pájaros de un tiro, y el Partido Popular lo sabe. También lo sabe Pedro Sánchez, tan proclive a tener números dos con demasiado poder. Que se lo pregunten a José Luis Ábalos, que antes de su caída en desgracia compatibilizaba la Secretaría de Organización del PSOE y el Ministerio de Fomento, una combinación altamente peligrosa: no parece buena idea que el jefe del mayor presupuesto de España sea a la vez el jefe de todos los cargos, carguitos y carguetes autonómicos, provinciales y locales del partido. La tentación vive en el mix Fomento/Organización, porque la licitación de una carreterita secundaria (pongamos el caso) es irrelevante en términos presupuestarios para el Ministerio, pero definitivo para ese liderillo del partido. Un mal cóctel, demasiado poder.
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