El del Papa Francisco fue el tercer pontificado consecutivo que se vio amargado al descubrir que la tremenda lacra de abusos sexuales era mucho mayor y más enrevesada de lo que pensaba. Poco después de haber sido elegido, puso en marcha una Pontificia Comisión de Protección de Menores.
Juan Pablo II ... había emprendido la «operación limpieza» con una carta a los obispos norteamericanos en 1993, pero ya entonces casi un 20% de las diócesis encubrieron obstinadamente la podredumbre en lugar de expulsarla. En 2002, Wojtyla tuvo que levantar de nuevo la voz para decir a la Iglesia americana que «no hay lugar en el sacerdocio ni en la vida religiosa para quienes hacen daño a los jóvenes». Era la norma de «tolerancia cero».
Cuando en 2005 llegó Benedicto XVI, decidió expulsar del sacerdocio a abusadores, y echó al menos a unos cien al año, pero en 2010 se llevó la gran sorpresa con Irlanda: también allí, los obispos habían escondido basura debajo de las alfombras.
Francisco dio un paso más. Decidió que las sanciones no iban a limitarse a sacerdotes abusadores, sino también a obispos que no actuaran con contundencia ante las denuncias, pues en la práctica estaban encubriendo a delincuentes. Así, destituyó al menos a una docena de prelados. Desde marzo de 2023, además, empezó a pedir cuentas de encubrimientos también a laicos con cargos de responsabilidad en instituciones católicas. Ya en los primeros meses de su pontificado se dio cuenta de que los abusos no eran un fenómeno sólo anglosajón y centroeuropeo. Su primer gran disgusto fue descubrir personalmente en 2018, durante su viaje a Chile, que en ese país no solo se escondía la basura bajo la alfombra como en Irlanda, sino que se hacía de un modo colectivo y cómplice.
El Papa envió una comisión investigadora, convocó a los obispos chilenos en Roma y, poniendo crudamente ante sus ojos la gravedad de su negligencia y encubrimiento, les invitó a dimitir en bloque. Al día siguiente recibía las cartas de renuncia de todos ellos.
Pero no se habían acabado los disgustos, pues enseguida apareció más podredumbre, y esta vez a alto nivel: el caso del cardenal Theodore McCarrick, de 87 años, antiguo arzobispo de Washington y uno de los grandes personajes de la Iglesia en Estados Unidos. Algunas víctimas menores de edad en el momento del abuso denunciaron lo ocurrido al arzobispo de Nueva York quien puso en marcha una investigación diocesana y policial que confirmó que era culpable.
El Papa suspendió inmediatamente a McCarrick de todo ministerio sacerdotal y le impuso retirarse a una vida estrictamente privada. Poco después, aceptaba su renuncia al cargo de cardenal. Era el segundo purpurado al que despojaba de sus prerrogativas por abusos, después del arzobispo de Edimburgo, Kevin Patrick O'Brien, que reconoció haber mantenido un comportamiento impropio e indigno con seminaristas adultos y a quien el Papa ordenó también abandonar Escocia por respeto a los fieles.
En febrero de 2019, Francisco expulsaba a Theodore McCarrick del sacerdocio. Era la primera persona que pasaba de ser cardenal a no ser absolutamente nada en la estructura jerárquica de la Iglesia por haber abusado de menores.
Ante la gravedad del problema, el Papa celebró la primera cumbre mundial de presidentes de conferencias episcopales en la historia de la Iglesia, para solicitarles un compromiso en tres ámbitos: ayuda a las víctimas, 'limpieza' de sacerdotes delincuentes y prevención de abusos en todos los terrenos. Según su diagnóstico, se trataba siempre de un triple delito, «abusos de conciencia, de poder y sexuales», favorecidos por un clima de «elitismo y clericalismo» que urgió a desterrar hasta el último vestigio.
Asistieron los 114 presidentes de conferencias episcopales, los patriarcas orientales, altos cargos de la Curia vaticana y de las asociaciones de superiores de órdenes religiosas, etc. hasta un total de 190 personas: la 'punta de lanza' mundial frente a los abusos. Les pidió que antes de viajar a Roma se reunieran con una víctima de abusos para conocer de primera mano su situación. La cumbre antipederastia comenzó con el testimonio en video de cinco personas que fueron abusadas por sacerdotes o religiosos cuando eran menores de edad. Daban testimonios serenos, pero no ahorraban detalle, como el de la mujer africana obligada a abortar en tres ocasiones por el cura que abusaba de ella desde que era una adolescente.
El primer día se abordó la responsabilidad del obispo dentro y también fuera de su diócesis, pues ya no vale inhibirse del mal que se ve en otras demarcaciones del propio país. El segundo día fue dedicado a la obligación de rendir cuentas a las autoridades civiles, a las víctimas, etc. y el tercero a la obligación de transparencia ante la opinión pública.
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