"La causa del malestar no es la globalización, sino un declive que viene de los años 70"


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Key Argument: Decline, Not Globalization

Andrés Rodríguez-Pose, a professor at the London School of Economics, contends that the current surge in populism and economic nationalism isn't primarily due to globalization, but rather a protracted industrial decline originating in the 1970s. This decline, he argues, has led to a long-term economic crisis, particularly in certain regions, fueling public frustration and support for populist movements.

Economic Factors

Rodríguez-Pose points to the lack of productivity and innovation in Europe compared to the US and other competitors as major contributing factors. He highlights examples of successful innovations originating from unexpected locations, demonstrating Europe's untapped potential beyond major cities. He also notes that although Europe has a significant trade surplus, capital still flows to the US due to higher returns and more dynamic businesses.

The Role of Populism

Rodríguez-Pose explains the rise of populism through multiple lenses, including cultural factors like increasing cosmopolitanism and the “woke” phenomenon. However, his research focuses on the economic dimension, where he emphasizes that long-term economic decline, not just the impact of globalization, drives the growth of populist movements. Regions experiencing prolonged crisis are more likely to support radical political change.

Policy Implications

He criticizes the effectiveness of existing cohesion policies in addressing regional disparities and advocates for focusing investments on regions with the highest capacity to integrate innovations, even if this means concentrating resources in already wealthy areas. He argues that the traditional left-right political spectrum is outdated and that populist parties are defined by their differentiation between the “people” and “elites,” demonization of outgroups, and identification of external enemies.

Other Factors

The article also touches upon the roles of demographic shifts, particularly aging populations and declining youth populations (as seen in East Germany), and the housing market in shaping political attitudes. Rodríguez-Pose concludes that while existing social policies are important, they are insufficient. Creating lasting economic opportunities and avoiding dependency on state support is key to tackling the roots of populism and restoring hope in the future.

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Andrés Rodríguez-Pose es catedrático de Geografía Económica en la London School of Economics. Dos disciplinas, la geografía y la economía, que necesariamente van unidas. Tal vez por eso, tiene una visión de conjunto sobre algunos de los problemas que hoy golpean a las democracias avanzadas. En esta entrevista, realizada después de una conferencia celebrada en la Fundación Ramón Areces, indaga sobre las causas del populismo y del neonacionalismo económico. En su opinión, los problemas vienen de lejos, y tienen su origen en un declive industrial que se remonta a los dos choques petrolíferos. El mundo ha cambiado tanto, sostiene, que hoy Europa se encuentra en una encrucijada de la que sólo puede salir con innovación y explotando los potenciales que tienen sin explotar muchas regiones.

PREGUNTA. ¿Cómo ve a Europa en un contexto geopolítico tan complicado?

RESPUESTA. Europa tiene un problema de competitividad. En las últimas décadas, ha tenido un crecimiento muy inferior a EEUU y a otros competidores porque tenemos un problema de productividad y de capacidad innovadora. Hemos pasado de representar un 25% de la economía mundial en el año 2000 a un 16%, y lo que se necesita es tener un plan para recuperar el dinamismo. Hay dos planes encima de la mesa. El fundamental es el Plan Draghi, que busca disponer de lo que Europa no tiene y está por detrás de China o EEUU, ya sea la inteligencia artificial o la economía de plataformas. Además, debemos movilizar todo nuestro potencial, que no sólo está centrado en las grandes ciudades, sino también en pequeñas urbes de Países Bajos o el sur de Alemania.

P. Explíquese.

R. Gran parte de las innovaciones de la Unión Europea en los últimos 20 años han surgido de sitios que no eran los sospechosos habituales. La vacuna contra el covid, por ejemplo, surgió en BioNTech, en Maguncia, mientras que ahora el líder en el sector farmacéutico es Novo Nordisk con medicinas como Ozempic, con sede en Copenhague. Aquí en España podemos hablar también en tecnología media de Inditex, en Arteixo, A Coruña, o Ikea, que surgió en Älmhult, una pequeña ciudad sueca que ahora tiene 8.000 habitantes. También se necesitan cambios desde el punto de vista político. Es muy difícil en una unión de 27 países decir que para ser más competitivos a nivel europeo vamos a tener que centrar gran parte de las inversiones en zonas que ya son ricas, que ya son dinámicas y que son las que tienen más capacidad de competir, por ejemplo, en inteligencia artificial. Si esparcimos la inversión, vamos a conseguir muy poco. Hay que asentar las inversiones donde hay más capacidad para integrar la inteligencia artificial, y, en este momento, es la región de París. ¿Pero cómo se explica esto desde un punto de vista político?

P. ¿No es una paradoja que se hable de la falta de competitividad de Europa cuando registra un enorme superávit comercial que contrasta con el descomunal déficit de EEUU? El informe Letta destacaba que Europa exporta capitales gracias a esos superávit.

R. Depende de cómo se mida el déficit. EEUU tiene un desequilibrio muy grande en bienes industriales, pero tiene un superávit enorme en servicios, con lo cual la balanza se equilibra muchísimo. El capital europeo fluye hacia EEUU porque los rendimientos allí son mayores. Las bolsas estadounidenses han ido por encima de las europeas. Hay más retornos porque las empresas son más dinámicas. Si Europa se convierte en una sociedad más dinámica, con empresas más competitivas, también atraería más capital. Cada territorio se especializa en aquellos sectores o actividades en los que tiene mayores ventajas comparativas. El problema es que el sistema de globalización que se ha generalizado desde los años 80 está en crisis, no ya sólo por los aranceles de Trump. El sistema beneficiaba en gran parte a los países desarrollados, pero ahora empieza a tener un impacto, digamos negativo, sobre todo en las clases medias de los países más avanzados, y es cuando se produce el ‘backlash’, el retroceso político, que ha hecho que hoy en día tengamos una globalización en crisis.

Si uno vive en una región en crisis, piensa el primer año que es temporal, pero cuando llevas 15 o 20 lo que quieres es que acabe el sistema

P. Ahí está la fuerza de los populismos, de los neonacionalismos económicos…

R. Es una parte de la explicación. El populismo está creciendo en todo el mundo, también en los países emergentes. En Argentina lleva 90 años. Países que han sido muy dinámicos hasta hace poco, como Tailandia, que lleva 30 años prácticamente estancada, con gobiernos populistas y golpes militares, ya no lo son, pero también ocurre en los países desarrollados, donde antes eran partidos marginales. Hoy están gobernando o son los primeros partidos en Italia, Países Bajos, Eslovaquia, Hungría… Hemos pasado de la nada a un tercio de los votos en 2024.

P. ¿Cuáles son las razones?

R. Hay muchas explicaciones, unas de carácter cultural: el mundo ha cambiado y es cada vez más cosmopolita, lo que hace que muchos se sientan como extraños en su propio país. O también el aumento del wokismo. También las causas puramente geográficas. Es decir, esto es una lucha entre ciudades y el mundo rural. Y están también las explicaciones de carácter económico, que es donde me centro yo más en investigación. Y aquí la globalización es un factor clave. Ha habido muchos economistas que han hablado del síndrome de China. La idea de que un país como China, que se ha especializado en la exportación y que cada vez es más innovador, ha afectado, sobre todo, al empleo industrial. Yo estoy dentro de la parte de los que dicen que la causa del malestar no es de la globalización, sino de la existencia de un declive que viene de lejos, de los años 70. Yo he trabajado en temas como el crecimiento del voto que llamamos los márgenes de Trump, es decir no es el voto tradicional republicano, y encontramos que hay una relación muy clara entre el declive económico de los territorios y el aumento del voto a Trump, pero este fenómeno no se remonta a 2010 o la crisis financiera, sino que viene ya de los años 70 y, por lo tanto, es anterior a la globalización. Es un proceso de declive industrial que lleva mucho tiempo que da lugar a un declive económico. En el caso europeo, nosotros encontramos que también el declive económico de las regiones a medio y largo plazo es un factor fundamental. Es el factor fundamental del aumento del populismo. Si uno vive en una región que está en crisis, piensa el primer año que es temporal, pero cuando llevas cinco años de crisis lo que esperas es que las políticas de gobierno funcionen. Cuando llevas 15, 20 años, ese cambio es estructural. Por no hablar del caso de EEUU, que lo ha vivido durante 50 años. Entonces, ya has perdido toda esperanza y lo que quieres es que acabe el sistema. Ya sabes que los partidos tradicionales no te van a solucionar los problemas, no van a permitir o no van a conseguir o no van a prestar la atención suficiente. Y entonces lo que vas a pedir va a ser un cambio y un cambio radical y a lo mejor una venganza. Nosotros hemos introducido el concepto de trampa de desarrollo para aquellas regiones que tienen en términos de crecimiento, empleo y productividad una trayectoria peor que la que tenían en el pasado. Estas son las regiones que no tienen futuro, que están estancadas, que llevan mucho tiempo en una crisis estructural, las que están movilizando gran parte del voto de los escépticos, del voto antisistema y del voto populista.

Rodríguez-Pose durante un acto en la Fundación Ramón Areces, en Madrid, el pasado 8 de mayo. (J. I. R.)

P. Eso significa que el tradicional eje izquierda-derecha corresponde a otro tiempo.

R. Yo lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo. El eje izquierda-derecha es un eje que heredamos del siglo XIX, pero hoy tiene muy poco sentido. ¿Por qué? Porque los partidos socialdemócratas, los cristiano demócratas o los partidos liberales tienen muchas más cosas en común que las que tienen cualquiera de estos partidos antisistema. El partido populista se define por tres conceptos. El primero es la diferenciación entre el pueblo y las élites, definida por el propio partido. Es decir, si yo me defino como el pueblo, tú, que no es de mi grupo, serías la élite. La segunda es la diferenciación contra las personas que son distintas, que son diversas, que son diferentes, ya sea sobre todo los inmigrantes o las personas que tienen otro origen u otra orientación sexual o religiosa. Por último, la búsqueda del un enemigo externo. Los partidos antisistema de extrema derecha tienen todas estas características. Los partidos de extrema izquierda lo que buscan es sobre todo el enemigo externo. Otra cosa es que hoy, como los extremos han crecido, muchos partidos, como el partido conservador británico, hayan adoptado gran parte de los postulados de los partidos más extremos. Hay mucha más conexión entre un partido populista de extrema izquierda y un partido de extrema derecha que entre un partido populista de extrema derecha y un partido, digamos, tradicional cristiano demócrata. El problema es que estamos viviendo en sociedades en que la polarización impide que los partidos de izquierda y derecha no hablen entre ellos. ¿Cuál es la consecuencia? Los partidos tradicionales se han escorado, unos a la izquierda y otros a la derecha, dejando gran parte del centro vacante. Cuando esto se acentúa, lo que acabamos es con la desaparición o la explosión de los sistemas tradicionales. Se mantienen en países como Alemania, pero muy debilitados. También en España, pero están muy debilitados.

El mundo ha cambiado y es cada vez más más cosmopolita, lo que hace que muchos se sientan como extraños en su propio país

P. ¿Han funcionado las políticas de cohesión para evitar, precisamente, esa polarización de la vida política?

R. Las políticas de cohesión no tienen como objetivo evitar la polarización.

P. Pero influir, influyen…

R. Influyen si el objetivo fundamental es el desarrollo de las regiones. Es verdad que se ha conseguido mayor desarrollo, aunque a lo mejor no tanto como se esperaba, pero sí que han contribuido a hacer crecer a muchos territorios y sacado de la pobreza a muchas regiones fomentando la convergencia. Gran parte del crecimiento de Europa del Este se debe a la inversión ligada a las políticas de cohesión. En todo caso, aunque es importante en algunas zonas, la inversión es pequeña con respecto del gasto que hacen los Estados. Estamos hablando de una política que representa un tercio del presupuesto de la Unión Europea, pero que supone el 0,3% del PIB europeo, mientras que el gasto público de muchos Estados se sitúa entre el 40% y el 55% del PIB. Lo que tenemos que tener en cuenta es que gran parte del populismo y de los votos extremos en Europa no se está dando necesariamente en las regiones menos desarrolladas, que es donde se está invirtiendo más, ni se está dando tampoco en las regiones más avanzadas. Se está haciendo en aquellas zonas que caen entre las inversiones de carácter nacional y las inversiones de carácter europeo, es decir, en aquellas zonas que no son lo suficientemente ricas como para atraer la inversión en innovación. ¿Qué es lo que pasa con aquellas regiones que ni son ricas ni son pobres o que a veces son ricas, pero que están en declive, que son menos dinámicas? Pues prácticamente la inversión ha sido muy escasa. Y son estas las regiones las que están en la trampa de desarrollo, las que se están rebelando contra el sistema.

Foto: J. I. R.

P. En qué medida el factor demográfico, el envejecimiento, puede estar influyendo en actitudes más escépticas, más conservadoras, más excluyentes respecto de las migraciones?

R. El envejecimiento es uno de los factores. Nosotros, cuando hablamos de trampa de desarrollo no metemos el valor demográfico. Más que nada porque lo queremos tener como una variable económica, pero muchas veces está ligado a la crisis demográfica. Un ejemplo muy claro es el de Alemania del Este, que era una de las regiones más ricas del telón de acero y que no le ha ido tan mal desde la reunificación en el plano económico, pero sí en el demográfico. Se invirtió mucho, pero en un momento dado se estancó y dejó de crecer. Aunque no le ha ido tan mal económicamente, lo que ha perdido es población, sobre todo joven cualificada. La consecuencia es que muchas zonas de la Alemania del Este son ahora el caladero de Alternativa por Alemania. Populistas de izquierda, como el partido de Sarah Wagenknecht o Die Linke, se han quedado en estas zonas. Por un lado, una población envejecida que depende del Estado y una población joven de baja formación, fundamentalmente hombres, no mujeres. Con lo cual eso crea un sistema de desesperación que hace que busquen alternativas a los marcos políticos tradicionales.

La globalización beneficiaba a los países desarrollados, pero ahora empieza a tener un impacto negativo sobre las clases medias

P. De qué manera afecta la vivienda el acceso a la vivienda en este proceso, digamos de radicalización del voto.

R. La vivienda es un problema importante. ¿Cómo se vincula el acceso a la vivienda con el aumento del voto? Yo diría que por ahora de manera muy escasa, aunque esto puede cambiar. En la mayoría de los casos donde hay mayor implantación del voto antisistema, del voto populista, del voto extremo, del voto escéptico, no son las zonas donde el acceso a la vivienda es más difícil. En el caso de Londres, por ejemplo, donde vivo y trabajo, el problema de acceso a la vivienda existe, pero fue una de las zonas donde no se votó el Brexit y tampoco se vota al partido de Farage. En muchas zonas del norte de Inglaterra en declive se ha perdido población y es donde hay menos actividad económica, y allí el coste de la vivienda es muy bajo. De hecho, hay exceso de vivienda y son las zonas donde se vota populismo. Lo cual no quiere decir que si sigue habiendo problemas de acceso a vivienda en las zonas más dinámicas no nos vayamos a encontrar con un crecimiento del voto antisistema a izquierda y derecha.

P. Se ha roto eso que llamamos habitualmente la escalera social en Europa.

R. Se ha roto desde hace ya bastante tiempo. Sabemos que hoy en día tenemos generaciones de jóvenes que en muchos casos no van a poder tener el mismo nivel de oportunidades ni el mismo nivel de bienestar que el que han tenido sus padres y sus abuelos. Esto no se había visto en Europa prácticamente nunca.

El populismo no quiere acabar con la UE, lo que quiere es una Unión Europea de naciones. Sería como volver al pasado

P. El Brexit fue una señal que no supieron ver las instituciones europeas…

R. El Brexit, curiosamente, no tuvo un impacto muy grande en los partidos tradicionales, sino que tuvo un impacto muy importante en los partidos antisistema. Cuando se votó el Brexit se vieron las consecuencias. Frenó durante un tiempo relativamente corto el aumento del voto euroescéptico en gran parte de Europa, porque los populismos dijeron que era mejor estar dentro que estar fuera, donde hace mucho frío. Pero también hizo que muchos partidos a extremos sonasen y sin abandonar su situación tomaron una actitud mucho más moderada o algo más moderada, como Marine Le Pen, que hasta la mitad de los años 2010 proponía la salida de Francia. No quieren acabar con la Unión Europea, lo que quieren es una Unión Europea de naciones que, desde mi punto de vista, sería acabar con la Unión Europea. Sería volver al pasado.

P. La política fiscal ha sido tradicionalmente el mejor instrumento para favorecer la escalera social y la cohesión. En el debate actual poco se habla de esta cuestión.

R. No hay un gran debate porque no hay mucho margen de maniobra. De hecho, el gasto público se está convirtiendo en un factor fundamental para el mantenimiento de rentas en las regiones en declive. Tenemos en Europa los países que tienen el mayor gasto público del mundo. Tenemos también el mayor porcentaje de población activa en el sector público. Y lo que es curioso es que el mayor gasto público, sobre todo de carácter social, que es muy necesario, se da fundamentalmente en aquellas zonas que están en declive, que tienen más votos antisistema. La concentración del empleo público no se da ni en Londres ni en Madrid ni en París ni en Roma, sino en aquellas zonas donde el empleo privado es más débil, que son básicamente las zonas menos desarrolladas o con economías en crisis. Gran parte de la economía de Alemania del Este o del norte de Inglaterra o parte del norte de Francia se mantienen hoy en día porque hay transferencias. Los votantes que más aversión tienen al sistema buscan volver a la prosperidad, volver al dinamismo, crear empleos y que sean empleos dignos. En definitiva, tener oportunidades para sus hijos y para sus nietos. Y eso no se está dando. La región más subsidiada de Francia, al margen de las ultraperiféricas, es Córcega, que también es la región más pobre. Córcega tiene el mayor grado de transferencias per cápita y el mayor nivel de empleo público. El 50% de los trabajadores corsos trabaja en el sector público, y la pregunta es: ¿Todas las transferencias del Estado sirven para atenuar el malestar en Córcega? La respuesta es no, porque llevan varias elecciones votando a tres de los cuatro miembros que eligen a la Asamblea francesa. A populistas que apoyan la independencia de Córcega. Entonces, la cuestión es que la solución no está en subsidiar. Hay que hacer políticas sociales que sean adecuadas. La cuestión está en crear las condiciones para que estos territorios puedan generar empleo, generar oportunidades y tener prosperidad. Un futuro, no un futuro permanentemente dependiente de lo que se decida en París, en Berlín, en Ámsterdam o en Bruselas.

Foto: J. I. R.

P. ¿Puede estar ocurriendo que muchos ciudadanos se quejan de que ellos no reciben subvenciones o no tienen acceso a las ayudas públicas y otros sí. Es decir, una especie de competencia por tener acceso a los servicios y prestaciones públicas…

R. No creo que haya esa diferencia. Las políticas sociales son universales y en muchos casos están realizando una labor muy importante. Hay muchos sociólogos que han trabajado en el norte de Inglaterra en zonas de crisis industrial, donde las subvenciones del gobierno británico no llevan unos años, llevan en algunos casos dos o tres generaciones. Y estas son zonas que muchas veces no son necesariamente las más pobres del Reino Unido, pero se están convirtiendo poco a poco en las más pobres. En esas regiones se está votando más a los partidos extremos. Es decir, hay presencia del Estado a través de transferencias, pero eso no basta porque se ha creado economías dependientes y lo que estas personas buscan no son ser dependientes, sino soluciones que favorezcan el crear oportunidades.

Es muy difícil decir que para ser más competitivos vamos a tener que centrar gran parte de las inversiones en zonas que ya son ricas

P. Y cómo se crean oportunidades.

R. Movilizando el potencial. No vamos a conseguir que todos los sitios sean un Silicom Valley, pero sí que en todas las regiones haya potencial, es decir, actuar sobre lo que se tiene. Hay que intentar crear las condiciones para que esa actividad económica se vuelva cada vez más compleja, tenga más aporte tecnológico y sea más innovadora. La idea es invertir en aquello que se tiene para transformarlo y crear algo nuevo que sea competitivo, movilizando el potencial endógeno. Y hay potencial prácticamente en todas las regiones de Europa. Ya le puse los ejemplos de Ikea e Inditex. Puedo poner más ejemplo, Lego, en Dinamarca, pero para eso hay que saber qué es lo que se tiene y no intentar decir bueno, vamos a hacer algo completamente nuevo. Eso no suele funcionar. El puerto de Las Palmas, por ejemplo, se ha reinventado. Un puerto que estaba en crisis se ha convertido en un proyecto de éxito reparando plataformas petrolíferas que antes buscaban el norte de Europa para ser reparadas. Se ha pasado de una actividad tradicional en declive a un sector que tiene muchísimo futuro partiendo de la tecnología que se tiene. El problema es que si intentamos que una región como Canarias se convierta en el nuevo Silicon Valley, en un centro de inteligencia artificial, ahí no se va a conseguir nada, pero sí transformando lo que se tiene.

P. Pero para eso se necesita una buena calidad institucional.

R. La calidad institucional la estamos midiendo cada vez mejor y en España no estamos tan mal como parece. Tampoco es que estemos muy bien, pero estamos en un lugar intermedio, según el Índice de calidad institucional de la Universidad de Gotemburgo. Pero aun así, sí que tenemos un problema. Es muy difícil llegar a los consensos y cuando los tengamos tendremos que tejer grandes coaliciones de carácter social, es decir, cívicas, incluyendo a los partidos políticos, a los sindicatos, a los empresarios, a todos los agentes económicos, sociales y culturales.

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