Pues ya ha pasado un año. He tenido que buscar el documento para comprobarlo. El 24 de abril, pero de 2024, Pedro Sánchez inauguraba el ... género epistolar en su relación con la ciudadanía para confesar que debía parar, que tenía que parar. Que los ataques y ofensas que venía sufriendo Begoña -su mujer- le obligaban a abrir eso que se llama 'periodo de reflexión'. Cinco días se dio el presidente del Gobierno para ese paréntesis (vaya a pedírselo usted a su jefe, y a ver qué le dicen) para acabar, como cualquiera que no fuera muy inocente podía imaginar, en el mismo punto de partida. Sánchez, para alivio de todos, decidió seguir en su puesto, no sin antes anunciar una serie de medidas de regeneración democrática que se han resuelto de forma discutible. El Sánchez «profundamente enamorado» pidió todos los focos para sí mismo frente al acoso a su señora de la derecha y la derecha extrema, como gusta decir el líder del PSOE. Un año después, ni el caso de la mujer del presidente, ni el del hermano del presidente, ni el del Fiscal General del Estado (FGE) (del presidente) llevan mejor camino del que se vislumbraba entonces. Y en cambio las andanzas de Aldama y Koldo darían para una película. Y la relación del PSOE con los socios sigue insegura, a la vista de la última crisis con la adquisición de material militar a Israel. Sólo las reiteradas cesiones a los independentistas salvan la legislatura. Los problemas se le acumulan a un presidente que, por más que quisiera humanizarse hace un año con esa apelación a los sentimientos por su mujer, viene demostrando un día sí y otro también que en realidad no contempla su fin. Sánchez desprecia todo lo que hubo antes de él (con la excepción de Zapatero) y entiende que lo que venga después no podrá ser mejor. Un ejercicio de egolatría en el que se niega a reconocer delfín alguno -que se lo digan a María Jesús Montero- y que certifica una forma de conducirse en la que vale todo, siempre y cuando sea a propuesta suya. Porque la aprobación o no de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) pasa a considerarse intrascendente, porque se pueden ocupar con mayorías los más diversos órganos de control, desde el consejo de RTVE hasta la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia, el Banco de España o el Poder Judicial. Y porque en definitiva la rendición de cuentas ante el Parlamento, tan exigida desde el PSOE cuando gobernaba Mariano Rajoy, pasa a tener ahora la condición de «pérdida de tiempo», en gráfica expresión de la portavoz Pilar Alegría para referirse a la presentación de presupuestos. Sánchez parece aspirar a perpetuarse en el cargo, y no contempla más escenario ni más mecanismo que el que le permita seguir en el poder. Un año después, la fantasía de la carta a la ciudadanía ha quedado retratada como un juego de trilero, un movimiento de cara a la galería, dirigido a generar un sentimiento de solidaridad con el líder del PSOE. Sánchez es un killer de perfil napoleónico, capaz de anteponer sus intereses electorales a lo que haga falta, «y si quieren ayuda, que la pidan». Cuando él se vaya (hecho que probablemente no contemple salvo en caso de muerte) aspira a poner el cartel de 'cerrado por ser el fin del mundo'. No hay plan para el día después, entre otras razones porque Sánchez es él y sus circunstancias. Y lo que le pueda pasar a su partido, las consecuencias de las cesiones al independentismo, la negativa a buscar consensos con la oposición, y en definitiva el ejercicio del poder con tintes autoritarios, no le generan inquietud alguna. El que venga detrás que arree, como dijo el añorado Antonio Moreno.
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