Guangzhou sufre por la guerra comercial, pero reta a Trump: “China va a ganar” | Economía | EL PAÍS


The article details how the US-China trade war significantly impacts Guangzhou, China, affecting various industries and prompting businesses to adapt their strategies.
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Si la guerra arancelaria es una guerra, la ciudad china de Guangzhou es uno de sus principales frentes. La capital de la provincia de Cantón ―una de las grandes locomotoras productivas de China, ubicada en el sur del país― se puede ver como una trinchera comercial y manufacturera con vocación exportadora. En distritos como Panyu, donde se suceden hangares, naves y fábricas de todo tipo, se han sentido los cañonazos tarifarios de Donald Trump, y el parte desde el campo de batalla es preocupante, pero no catastrófico: “La guerra de aranceles al final va a hacer daño a todo el mundo; a gente como yo, que solo quiere ganarse la vida”, dice Lily Liao, dueña de Guangzhou Dawang Garment, una fábrica textil de más de 13.000 metros cuadrados. Sus pedidos con Estados Unidos suponían unos 100.000 dólares mensuales (unos 88.000 euros) antes de que el republicano aterrizara en la Casa Blanca. Casi tres meses después, han caído a cero.

Su situación coincide con la de otras ocho fábricas chinas consultadas esta semana en la ciudad. Todas aseguran que se han visto obligadas a poner en pausa todos o casi todos los envíos. Los clientes han pedido un tiempo hasta que se aclare la situación; otros han enmudecido o cancelado contratos; mencionan contenedores devueltos, partidas detenidas en almacenes. Las fábricas no han parado, porque la producción destinada al país norteamericano solo supone una fracción. Pero sí confiesan reajustes en los procesos.

“Las políticas de Estados Unidos cambian cada día, los clientes están observando”, dice el señor Wang, fundador de Guangshen, fabricante de máquinas de hielos, helados y smoothies de Panyu. Es la primera vez, en los 21 años dedicado al negocio, que detiene todos los envíos a Estados Unidos. Este país representa entre un 10% y un 15% de sus ventas; la cifra es similar a la de China, que ha ido reduciendo exportaciones a este país hasta el 14% actual. “Es imposible que dos países paren de hacer negocios para siempre”, dice. Pero, por si acaso, busca vías para rellenar el vacío: esta semana tenía previsto mostrar una de sus fábricas a clientes de Argelia y de Brasil.

Imagen de una trabajadora en una fábrica textil en Panyu, una zona conocida por sus numerosas empresas dedicadas a las manufacturas en Guangzhou (provincia de Cantón, al sur de China) el pasado 17 de abril. GUILLERMO ABRIL

Algunos comparan la situación con el impacto de la pandemia. De pronto, uno de los flujos comerciales más intensos del planeta ha quedado casi congelado. Según datos de la compañía de logística Vizion, los fletes de China a Estados Unidos cayeron un 64% entre la última semana de marzo y la primera de abril, cuando Trump celebró el llamado Día de la Liberación. Los fletes globales se desplomaron un 49%.

Para la empresaria textil Lily Liao, el golpe no ha sido inmediato. Relata una sucesión de arañazos que se remontan al primer mandato de Trump. De origen taiwanés, Liao se instaló en Guangzhou a principios de los 2000. Eran los años en que China acababa de acceder a la Organización Mundial del Comercio (2001) y las corrientes de la globalización conectaban el planeta. Le fue bien. “Cada vez más clientes querían trabajar con China”. Suministraba ropa a marcas estadounidenses de primer nivel como GAP y Banana Republic. Llegó a facturar hasta 4,8 millones de dólares anuales en pedidos a Estados Unidos. Cuando el republicano desató su primera furia arancelaria, en 2018, tuvo que reducir un 70% su negocio con este país, cuenta.

La segunda ha cerrado los canales. Tras la primera subida del 10% en febrero, sus clientes le pidieron una rebaja en los precios. Aceptó, pero la batalla comercial se fue recrudeciendo. Pekín respondió, Washington volvió a elevarlos, y el fuego cruzado ha incrementado los gravámenes estadounidenses hasta un estratosférico 145% y los chinos hasta el 125%. “Son demasiado”, cuenta Liao. “No puedo bajar los precios tanto”.

Desde el año pasado, calcula que ha perdido un 25% de facturación. Lo atribuye a los aranceles y al renqueante comercio global; China también pasa por un periodo de consumo átono, aunque ha sorprendido con un crecimiento del 5,4% del PIB en el primer trimestre, por encima de lo esperado, y un incremento de exportaciones del 6,9%, que según los analistas se debe a que los importadores intentaron adelantar los pedidos ante la inminente entrada en vigor de los nuevos gravámenes.

La fábrica de Liao está especializada en diseños para mujer. La señora guía hasta los talleres, donde se escucha el zumbido de las máquinas de costura y las empleadas ―en su mayoría, mujeres― desplazan la tela bajo el picoteo de la aguja. Cuenta en estos momentos con unos 60 trabajadores fijos. Muchos viven en dependencias de la fábrica. Ganan entre 4.000 y 10.000 yuanes mensuales (entre 482 y 1.205 euros), “según su rendimiento”.

Otros dos jóvenes empleados en otra fábrica confesaron salarios de 300 yuanes diarios, con jornadas de 13 horas (sale a menos de 3 euros por hora) y dos días de descanso al mes: esto es también el modelo de China. La región sigue siendo un imán para millares de migrantes interiores en busca de un empleo.

“Estas son para Corea del Sur”, muestra Liao unas camisetas color marfil. “Estas para Reino Unido”, señala hacia otras con estampado de cebra. Hablar con ella deja cierta sensación de final de una era de globalización. Liao replica tomando un bolígrafo, y trazando sobre un papel una gráfica de ondas: “No hay final, solo subidas y bajadas”, expone. “Ahora las políticas de Trump están afectando al mundo, y estamos en un punto bajo. Pero él tiene más de 70 años, y hay elecciones cada cuatro años. La situación no va a durar para siempre”.

En Panyu, abundan los talleres como el suyo. En el distrito hay más de 7.200 empresas dedicadas a la confección y otras 27.000 a la venta de prendas, según datos oficiales. Muchas se concentran en Nancun, una zona conocida como “el pueblo Shein” por el número de compañías que surten al gigante chino de la moda rápida, y a otras plataformas similares, como Temu. El pueblo Shein es un laberinto de callejuelas, donde se ven talleres a pie de calle, y motos de transporte acarreando rulos de tela y sacos de ropa de un lado a otro. Los pisos, de cuatro o cinco alturas, están ocupados por fábricas textiles. Sus muros, empapelados con anuncios que piden empleados, especifican salarios, reclaman telas u ofrecen servicios de cobro de deudas.

Una mujer embala ropa para la marca Shein en una fábrica en Nancun, una localidad de Guangzhou (provincia de Cantón, al sur de China) conocida como el pueblo Shein, por la cantidad de talleres textiles que producen para esta marca, el miércoles 16 de abril. GUILLERMO ABRIL

El golpe de Trump también ha ido contra el modelo de negocio de estas nuevas plataformas que ofrecen moda ultrarrápida a precios irrisorios y con envíos casi instantáneos a todos los rincones del globo. Los paquetes entraban en Estados Unidos a través de una laguna que permitía portes pequeños por valor de hasta 800 dólares sin pagar impuestos ni tasas. La llamada excepción de minimis se tradujo en una enorme afluencia. Desde el 2 de mayo les serán aplicables los derechos arancelarios.

En un taller familiar especializado en coser botones cuentan que sus pedidos han caído un 20%; en otro, dedicado a los plisados elásticos, hablan de un descenso del 50% de los encargos desde el año pasado. Al anochecer, en un comercio a pie de calle, un hombre plancha y cuatro mujeres embalan prendas en bolsas de Shein. Pronto tomarán unos minutos de descanso para engullir un cuenco de arroz, antes de seguir con la faena. El dueño, Luo Weijun, un migrante de la provincia de Jiangxi, trabajó también en talleres antes de fundar su empresa. Mientras habla, echa una mano metiendo la ropa en sacos. Desconoce el destino de sus manufacturas. De momento, nota un descenso del 5% en los pedidos. “Lo de los aranceles me parece un juego infantil”, dice. Cree que al final no tendrán demasiado impacto: “Tenemos mejor industria. Estados Unidos no tiene fábricas. Y nosotros siempre podemos vender la producción dentro de China”.

Solo en la provincia de Cantón, cuyo PIB es superior al de España —como lo es su población, 126 millones de habitantes—, hay casi 74.000 empresas industriales que facturan más de 20 millones de yuanes (2,4 millones de euros). La región fue uno de los lugares donde Deng Xiaoping ensayó las reformas aperturistas de los ochenta que cimentaron los años de hipercrecimiento económico. En la capital, Guangzhou, se abrió en 1983 el primer hotel de cinco estrellas de China, el Cisne Blanco; fue a la vez el primer rascacielos del país. Allí se han hospedado Richard Nixon, Helmut Kohl, George Bush padre y la Reina Isabel II.

“China va a ganar”

Guangzhou acoge además uno de los eventos comerciales más célebres de China, la feria de importación y exportación de Cantón. El cónclave arrancó esta semana, con más de 3.000 empresas y unos 200.000 compradores extranjeros registrados. Un buen lugar para tomar la temperatura a la contienda comercial. “China va a ganar”, sonríe Tracy, una mujer china en el sector A del gigantesco recinto ferial; su empresa, Aiken, vende máquinas de hacer gofres y tostadoras, sobre todo a Europa. Su único cliente estadounidense le llamó la semana pasada para pedir una pausa de seis a ocho semanas. No parece preocupada.

Se mezclan los rostros y los idiomas en pasillos interminables de expositores con aspiradores, ventiladores, aires acondicionados, neveras, secadoras, lavadoras, cafeteras, interruptores, cables, lámparas, fusibles, motos eléctricas, coches. Se preguntan precios, se cierran acuerdos. Se ven muchos rusos. Unas mujeres africanas llevan bolsas con una enorme serigrafía: Made in China.

Un par de alemanes, que importan electrodomésticos y prefieren no ser identificados, muestran preocupación por la posible inundación de productos chinos en el mercado comunitario. “Europa tiene que mantenerse unida”.

Se escucha también español con múltiples acentos. “Toda empresa que no pueda meter la producción en Estados Unidos, la va a derivar a otro mercado”, advierte Pedro López, un argentino que representa a fábricas chinas en Latinoamérica. Augura una intensa competencia y una presión a la baja de los precios. Muchas compañías chinas, comenta, ya habían preparado el escenario de la guerra comercial, abriendo fábricas en México, Tailandia o Vietnam.

Alejandro Jiménez, un colombiano radicado en Miami, irradia un enfado profundo contra las políticas de Trump. Su empresa, dedicada a la importación de productos de embalaje, solía enviar cinco contenedores al mes de China a Estados Unidos. El mal llamado Día de la Liberación le pilló con varios de ellos en el agua; el precio iba creciendo casi cada día. “La inflación va a subir”, augura. En la feria, lo primero que hace es preguntar a las empresas chinas si tienen fábricas en otros países. “Estoy buscando otras vías de sourcing [suministro]”, explica ante el expositor de Longhua, que produce bridas de plástico.

Longhua es un gigante de lo suyo. Tiene más de 500 trabajadores y ha sufrido un zarpazo considerable: Estados Unidos representa cerca del 43% de sus ventas, más de 39 millones de dólares (34 millones de euros). Cuando los aranceles superaron la semana pasada el 80%, casi todos los clientes de este país les pidieron que pausaran los envíos, explica Jianguo Qu, uno de los responsables. “Si los aranceles siguen subiendo no tendremos más remedio que vender a otros países”, añade. La empresa anuncia con un rótulo bien visible que cuenta con una fábrica en Tailandia a punto de abrir. Y ya han recibido la visita de empresarios de Estados Unidos. El comercio no para, solo se transforma.

Los veteranos de la feria destacan, sin embargo, que este año no hay apenas compradores estadounidenses. Este diario solo encontró a uno, Steven Selikoff, de 55 años, un experimentado comerciante, y autor de un libro sobre desarrollo de productos y manufacturas. “No es el momento de entrar en pánico”, dice. “Trump y Xi [Jinping, el presidente chino] son tipos listos. Encontrarán una solución, necesitan tiempo”. Asegura que es el mejor momento para visitar China. “Si tienes el coraje: los tiempos locos son aquellos en los que puedes hacer un negocio de locos”.

Zimeng Yan ha contribuido en la elaboración de este artículo. 

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