Feijóo llama 'primer ministro' y no 'presidente' a Sánchez: varios politólogos le piden que cambie la nomenclatura si gobierna


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Feijóo's Linguistic Choice

Alberto Núñez Feijóo, leader of the Partido Popular (PP), consistently refers to Pedro Sánchez as "primer ministro" instead of "presidente del Gobierno." This isn't accidental; it's a deliberate strategy to highlight differences in their approach to power and governance.

European Comparison

Spain is the only European parliamentary monarchy using the title "presidente." Feijóo seeks to align Spain with other countries, where "primer ministro" or "chancellor" is customary. This reflects his criticism of Sánchez's alleged "colonization of institutions" and his intentions to counteract this if he gains power.

Call for Change

Some political analysts urge Feijóo to formalize this change in title if he becomes prime minister, even suggesting he could forego Moncloa, the presidential residence. This, they argue, wouldn't require a full constitutional reform and mirrors titles like "jefe de la oposición," which aren't constitutionally defined.

Feijóo's Stance and Policy

Feijóo, though not planning to officially change the title, aims to implement reforms to limit executive power. These include ensuring independent selection of the General Council of the Judiciary (CGPJ), depoliticizing RTVE, and restricting the Constitutional Court's powers.

The Book that Started it All

Guillermo Gortázar's book, "El cesarismo presidencial," argues that Spain's parliamentary monarchy has evolved into a presidential system. It traces this back to Adolfo Suárez's move of the government to Moncloa, arguing this amplified executive power and that other factors, such as electoral laws and parliamentary regulations, have solidified this trend.

Gortázar's Central Thesis

Gortázar notes that the increased power of the Prime Minister is further illustrated by the frequency with which the Prime Minister acts as head of state in some diplomatic settings and that the power of the government is increasingly centralized in Moncloa, instead of the Parliament. He believes Spain's political system has become a "diarchy," where the head of state's and the head of government's functions are confused.

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De tanto en cuando, sea en el Congreso de los Diputados o en comparecencias de partido, Alberto Núñez Feijóo llama "primer ministro" a Pedro Sánchez en lugar de "presidente del Gobierno".

No es un lapsus ni una casualidad. Hay una voluntad discursiva que, con su equipo, viene trabajando prácticamente desde que llegó a Madrid para enfrentar su proyecto al de Sánchez.

España es la única monarquía parlamentaria de Europa donde se utiliza la nomenclatura "presidente". En el resto, se habla mayoritariamente de "primeros ministros", aunque también de "cancilleres". Los "presidentes" son los jefes de los estados republicanos.

A tenor de las fuentes consultadas por este periódico, Feijóo ha dado ese paso para señalar las "enormes diferencias" entre la forma de ejercer el poder que exhibe Sánchez y la forma que exhiben sus homólogos europeos.

Se refieren en el PP, principalmente, a la "colonización de las instituciones", y al uso de las competencias encaminadas a convertir la monarquía parlamentaria en "una autocracia".

La colonización de una institución –inciden cargos cercanos a Feijóo– no es sólo la colocación de un afín y el pago de un favor. Eso resulta secundario. La colonización implica la neutralización de la institución.

Es decir: si se nombra al presidente del Tribunal de Cuentas, al Fiscal General, al presidente del CIS, al presidente del CGPJ o al presidente del Tribunal Constitucional, se está ejerciendo el control, valga la redundancia, sobre las instituciones diseñadas inicialmente para controlar al poder ejecutivo.

Feijóo, llamando "primer ministro" y no "presidente" a Sánchez, quiere incidir en esta manera de entender la política y luego acompasa su programa con promesas de hacer lo contrario en caso de gobernar.

Hay una corriente de pensadores, muchos de ellos veteranos afines al Partido Popular, que pide a Feijóo que vaya más allá y que cambie la nomenclatura del cargo si llega a gobernar. Incluso le piden que renuncie a instalarse en Moncloa.

Detallan, en conversación con este periódico, que no exigiría una reforma constitucional profunda y que, además, en caso de no querer "meterse en ese lío", podría implantar el nombre sólo en la práctica. Igual que sucede con el "jefe de la oposición", una nomenclatura que no existe constitucionalmente hablando. O con lo de "rey emérito".

Feijóo, en cambio, según lo contrastado por este periódico, no tiene pensado variar la nomenclatura, pero sí incidir –y cumplir– las medidas regeneradoras encaminadas a encorsetar el poder del jefe del Ejecutivo.

Por ejemplo: que el CGPJ sea elegido por los jueces y no por los políticos, que la ley prohíba la politización de RTVE, que el Constitucional –al fin y al cabo un poder político– no pueda revisar las sentencias del Supremo, que las máximas autoridades de las instituciones públicas no hayan sido cargos electos de un partido o miembros del Gobierno en los cinco años previos…

Cabe mencionar que ningún presidente hasta ahora ha conseguido cumplir en el poder con esas promesas regeneradoras. En Génova, al escuchar este escepticismo frente al programa, rebaten: "Alguno tendrá que ser el primero".

Pero empecemos por el principio.

El libro que generó el debate

A principios de junio, Guillermo Gortázar (Vitoria, 1951) publicó un libro titulado "El cesarismo presidencial. La irresistible atracción del poder absoluto" (Editorial Renacimiento). Un libro, por cierto, que regaló a Núñez Feijóo.

La tesis es la siguiente: España fue concebida como una monarquía parlamentaria donde el poder ejecutivo es sólo uno de los tres poderes. Ejecutivo, legislativo y judicial. Además, la Constitución, debido a la preocupación reinante por el régimen caudillista del que se provenía, incluyó distintos mecanismos de contrapoder para limitar las atribuciones del ejecutivo. Del presidente del Gobierno.

Se llamó así el cargo por herencia del XIX, por mantener la tradición de aquellos "presidentes del Consejo de Ministros". A los españoles les sonaba muy raro entonces –y nos suena raro todavía hoy– hablar de "primer ministro".

Pero hubo debate al respecto. Cuenta Gortázar en su libro que hasta dos padres de la Constitución, Manuel Fraga y Gabriel Cisneros, intentaron que prosperara el término "primer ministro".

Gortázar, que expande esa teoría en todas las tertulias y espacios de debate que frecuenta, fue un hombre de confianza de Aznar. Proveniente de la izquierda antifranquista estudiantil, fue nombrado secretario nacional de Formación del PP en los noventa. Doctor en Historia, formado en Estados Unidos, representaba esa corriente de jóvenes que evolucionaba de la izquierda al liberalismo.

Empieza el relato de su libro –y el de su charla con este periódico– situando en el inicio de la democracia la mutación de la monarquía parlamentaria en lo que llama una "monarquía presidencial".

Fue cuando Adolfo Suárez decidió trasladar la sede del Gobierno al Palacio de la Moncloa –con sus veinte hectáreas incluidas–. Antes estuvo en el número 3 del Paseo de la Castellana, un palacio nada desdeñable, mucho más grande que la mayoría de las residencias de los primeros ministros, pero mucho más pequeño que Moncloa.

Alfonso Osorio, su ministro de la Presidencia, tal y como recoge Gortázar, intentó disuadirlo. Suárez esgrimió motivos de seguridad. Es cierto que estaba amenazado por ETA y por grupos de ultraderecha, aunque Gortázar cree que se podría haber garantizado esa seguridad en la Castellana, igual que se garantiza todavía hoy la del Ministerio del Interior, que se encuentra en el número 5 de esa misma avenida. O la del chalé de Downing Street, donde vive el primer ministro británico.

La llegada a Moncloa de cualquier presidente español le hace olvidar en un primer impacto muy fuerte la concepción de monarquía parlamentaria donde el poder ejecutivo no puede secuestrar el legislativo y el judicial. Esa sensación se ha ido agrandando –dice Gortázar– conforme ha crecido el número de asesores que habita Moncloa.

En Reino Unido, Bélgica u Holanda, los palacios reales son mucho más grandes que las sedes del primer ministro porque simbolizan la permanencia y la nación entera frente a la transitoriedad de quien encabeza sólo uno de los poderes: el ejecutivo.

Esta circunstancia se ha ido traduciendo en distintas "suplantaciones" del jefe del Estado por parte del "presidente del Gobierno". Gortázar recoge varios ejemplos protagonizados por Aznar, Rajoy, Zapatero y ahora Sánchez, donde se les ve recibir a jefes de Estado de otros países como si ellos mismos fueran jefes de Estado.

Según nuestra liturgia de monarquía parlamentaria mutada en monarquía presidencial, el presidente del Gobierno va acompañando en algunos actos al Rey y ambos van saludando a las autoridades. "El presidente del Gobierno, ¡el primer ministro!, debería estar entre las autoridades, no junto al Rey. Debería ser saludado y no saludante", remacha irónico Gortázar.

Las leyes del desastre

Hay dos desarrollos legales que, según Gortázar, afirman su tesis. La ley electoral y el reglamento del Congreso. "Porque la ley electoral, al establecer la circunscripción única y las listas cerradas y bloqueadas, hace que el presidente del Gobierno tenga ascendencia inamovible sobre todos los representantes de su partido en el poder legislativo".

Lo explica con una anécdota muy divertida. Un compañero suyo, entonces diputado, cuando iba a ver a Aznar a Moncloa, decía: "Voy a ver a mi elector". En el fondo, su verdadero elector era él, y no los ciudadanos que lo habían elegido en elecciones.

El reglamento del Congreso, salta a la vista, otorga al presidente una gran preponderancia sobre el poder legislativo. En las sesiones de control, se tiene que enviar la pregunta por adelantado, en las grandes comparecencias el presidente no tiene límite de tiempo y sí lo tiene la oposición, el control de la Mesa le otorga la posibilidad de situar el calendario a su gusto…

A esto hay que añadir el repaso que ya hemos hecho antes: la influencia determinante en los nombramientos de todas las instituciones de control, la conversión de la dirección del poder judicial en poder político-judicial, la ley de partidos, el funcionamiento de la Fiscalía y un larguísimo listado de etcéteras.

Gortázar concluye que España ha recorrido a velocidad de contrarreloj una pendiente que ha convertido nuestro país en una "diarquía", y no en una monarquía: "Aquí, se confunden continuamente las funciones de la jefatura del Estado y las de la jefatura del gobierno".

Ofrece como muestra este botón: "Según la teoría, el centro de la vida política en una monarquía parlamentaria debería estar en el Parlamento. Nada más lejos de nuestra realidad. Aquí, el centro de la vida política, casi desde el principio, está en Moncloa".

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