"La izquierda no puede robar", dice Gabriel Rufián. Y el público dócil a la falacia aplaude embelesado.
Así, pues, si alguien roba no es verdaderamente de izquierdas. El problema no reside, entonces, en el partido ni en la ideología, sino en algunas personas.
No como la derecha, nacida para el mal.
El delito cometido es, pues, una anécdota que mancha, que duele, pero que se combate porque es algo ajeno a la organización (unos intrusos, unos aprovechados, gente a la que hay que maldecir).
La pulcritud moral de la izquierda se fundamenta en la creencia de que ella representa la idea política del bien. Y todo lo que no se demuestre como bueno no le pertenece.
Esta falacia rufianesca se conoce como La falacia del verdadero escocés.
La falacia del verdadero escocés se formula tradicionalmente en estos términos: “Los escoceses no hacen tal cosa. Pero mi tío es escocés y la hace. Luego no es un verdadero escocés”.
Su estructura interna responde a un vaciado de concepto. Se intenta proteger una afirmación general universal (ser de izquierdas, ser escocés) frente a contraejemplos que demuestran el error de las definiciones previas.
Así, se redefinen arbitrariamente los términos sobre la marcha para excluir los casos que contradicen la regla.
Es decir, que ser escocés o de izquierdas se va modificando en cuanto haya contraejemplos que desmonten su definición.
Un contraejemplo evidente sería que la izquierda ha robado mucho a lo largo de la historia (lo sigue haciendo constantemente). ¿Cómo resolver entonces el asunto cuando hasta ayer mismo eran claramente definidos como socialistas Ábalos, Cerdán, Koldo, Sánchez (no tengan duda de que cuando llegue el momento será también repudiado)?
Recurriendo a esta tautología moral mediante la cual quien hace algo malo deja de ser lo que en verdad es.
Pero lo cierto es que una silla seguirá siendo una silla, aunque se le rompa una pata. No decimos que no es verdaderamente una silla, sino que es una silla rota.
Y alguien de izquierdas que roba es "alguien de izquierdas que roba". No "alguien que roba, pero que verdaderamente no es de izquierdas".
"La mayoría de la gente joven con la que tengo relación (y trato con mucha, pues soy profesor de universidad) hoy se definirían más bien como de derechas"
Justamente, la estrategia de la izquierda en este siglo XXI ha sido la de vaciar los conceptos: el concepto de "izquierda", que se modula según intereses; el de "verdad", que se adapta según las necesidades; el de "fascista", que se aplica a conveniencia.
Luchar contra estos significantes vacíos no es tarea fácil. Aciertan los que hablan de batalla cultural. Porque, justamente, la cultura se concibe por establecer un modo de entender las cosas y definirlas. Y la única forma de hacerlo es observando la realidad.
La mayoría de la gente joven con la que tengo relación (y trato con mucha, pues soy profesor de universidad) hoy se definirían más bien como de derechas, aunque no utilicen el término por el estigma de significante vacío que la izquierda ha conseguido otorgarle.
La derecha, derechona, fachosfera o fascista es simplemente todo aquello que en algún momento la izquierda determine que lo sea.
Pero esos jóvenes son de derechas, a pesar de ello, por una y muy potente razón: por su experiencia.
Los jóvenes, en todas las épocas, representan el mejor termómetro de las hipocresías. No viven aplastados por el cálculo de la necesidad adulta o de las ideologías triunfantes que dictaminan las generaciones precedentes a través de su poder.
Salvo los radicalizados. Generalmente, por cierto, de izquierdas.
Así que nuestros jóvenes han podido ir haciendo experiencia de aquello que han vivido.
Mientras la izquierda les decía que ella no podía robar, han comprobado cómo se han llenado los bolsillos a su costa.
Mientras les hablaban de igualdad, les hurtaban oportunidades fragmentando el país.
Mientras les prometían progreso, les han reducido su poder adquisitivo.
Mientras anunciaban justicia, negociaban cupos insolidarios para conseguir los votos de investidura.
"Mientras la izquierda se llenaba la boca con discursos sobre el bien común, amnistiaba a los que habían intentado convertir a los españoles en extranjeros"
Mientras les adoctrinaban con discursos feministas, se repartían prostitutas como si fueran mercancía.
Mientras apelaban a la solidaridad, los dejaban solos, superados por delincuentes importados.
Mientras les prometían futuro, les endeudaban el presente.
Mientras se les llenaba la boca de discursos sobre el bien común, amnistiaban a los que habían intentado convertirlos en extranjeros.
Mientras les decían que nadie se iba a quedar atrás, los dejaban tirados.
Mientras les decían cómo pensar, creaban redes de saqueo interesado.
Mientras les amenazaban con la derecha, asaltaban la Fiscalía, trataban de doblegar a la justicia, acosaban a la prensa libre e intentaban silenciar a la policía.
También el hombre común ha despertado. Ese hombre vulgar, sin capacidad económica para encontrar alternativas, que no tiene más patrimonio que su patria, armado con un pensamiento no contaminado, justamente por su lejanía de la academia, el poder, los intereses y las ideologías.
El hombre normal dotado de un sentido innato que le dice que las cosas van bien o mal por lo que vive en su entorno más inmediato.
Es ese hombre corriente, con estéticas poco sofisticadas, tan despreciado por las élites de la izquierda caviar.
Pepe Blanco, José Luis Ábalos y Santos Cerdán. Europa Press
También él percibe que el error ideológico es ya un hedor insoportable. Quiere lo mismo que ha querido siempre: un trabajo, una casa, una familia, salir adelante. Y todo eso ha sido arrasado. Porque se ha considerado que lo normativo es pecado, cuando la norma es justamente, el resultado de muchos años de prueba y error.
No es que la izquierda lo haya abandonado, es que nunca lo ha querido.
Ahora este hombre se rebela, harto de discursos y narrativas, necesitado de hechos y esperanzas. Estamos ante un nuevo 15-M. Pero con las formas de la derecha: sin tomar las calles, pero deseando cambiarlo todo. Un movimiento más virtual y tecnológico, más de grito en discoteca o estadios. Sin proclamas ingeniosas ni asambleas, pero con firmes convicciones.
¿Recuerdan cómo fueron señalados aquellos que llevaron muñecas hinchables a Ferraz? El fariseísmo socialista que se rasgó las vestiduras hoy calla y no pide perdón a los que tenían razón.
Sánchez se preguntaba cómo pasaría a la historia. Ya podemos intuir su principal logro: ha descorrido el telón para que podamos ver el verdadero rostro de la izquierda. La mayoría social ha podido descubrir que no estamos ante un problema de personas, sino de ideas.
En concreto, Sánchez ha mostrado su pecado nuclear. La hipócrita soberbia de creer en la perfección de sus fundamentos. Esa dictatorial creencia de creer que la izquierda representa el bien lleva a justificar (como han hecho durante todos estos años los votantes y simpatizantes socialistas) cualquier medio para construir el paraíso idealizado.
Es su gran pecado. Ese pecado que está inscrito en lo más profundo de su ideología: negar que quizá el otro tenga razón en algo.
Ese pecado es siempre un muro en el corazón de la comunidad política, un búnker que convierte la mentira en trinchera.
Se atribuye a Nietzsche un aforismo dicho a los cristianos más hipócritas de su tiempo: “Yo creería en vuestro salvador si tuvierais más cara de salvados”.
Hoy bien podríamos decirles a Sánchez, a Rufián y a todos los que los justifican algo parecido: “Yo creería en vuestra honradez si tuvierais más cara de honrados. Pero lo cierto es que no sólo podéis robar, sino que os creéis legitimados para hacerlo. Y lo hacéis de la forma más abyecta: no con sobres, ni maletines, ni prostitutas, sino con políticas diseñadas para enfrentar a los ciudadanos".
*** Guillermo Gómez Ferrer-Lozano es profesor de Estética y Teoría de la Comunicación, y doctor en Filosofía Moral.
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