The article discusses how the death of Yoyo, an elephant at the Barcelona Zoo, unexpectedly furthered the understanding of prehistory. Her body, donated to the Catalan Institute of Human Paleoecology and Social Evolution (IPHES), allowed researchers from the CSIC to recreate and analyze 1.5-million-year-old bone tools discovered in Olduvai, Tanzania, shedding light on the cognitive abilities of Homo erectus.
The article highlights the challenges in interpreting prehistoric findings due to lack of documentation and the ever-changing nature of knowledge. The discovery of Chauvet Cave significantly altered the understanding of early European cave art. The article also emphasizes the limitations of interpretation, noting that absence of evidence doesn't equate to the absence of things.
The article points to the importance of experimental archaeology, where scientists recreate ancient tools and techniques to test their functionality. This approach is illustrated by the reconstruction of prehistoric tools using Yoyo's remains and by filmmakers who recreated prehistoric weapons for a documentary. The article notes that the reconstruction of bone tools from elephant remains enabled a deeper understanding of how Homo erectus used these tools.
The article discusses the book "Los pintores de las cavernas," which recounts the history of prehistoric art discovery and the evolving perspectives on its meaning. It emphasizes the remarkable artistic sophistication of cave paintings, noting that while scientists can appreciate their technical skill and aesthetic beauty, the reasons behind these creations remain largely a mystery.
La elefanta Yoyo falleció en 2024 en el Zoo de Barcelona a los 54 años. Fue una elefanta extraordinariamente longeva —normalmente estos magníficos animales viven un máximo de 40 años en cautividad— y, además, su cuerpo prestó un último servicio a la ciencia. Un equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) había descubierto en Olduvai (Tanzania) herramientas de hueso de 1,5 millones de años, lo que demostró que los Homo erectus, antepasados del Homo sapiens, tenían una capacidad cognitiva muy superior a lo que se pensaba. Pero los descubrimientos no siempre son suficientes: los prehistoriadores tienen que recurrir a veces a la arqueología experimental, esto es, comprobar con los mismos materiales cómo se podría construir un determinado objeto, qué función podría tener y su eficacia. Por lo tanto, el equipo del CSIC necesitaba un elefante muerto para fabricar herramientas parecidas y probarlas.
El cadáver de la elefanta Yoyo había sido cedido por el Zoo al Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), en Tarragona, lo que permitió al equipo del CSIC recrear los mismos cuchillos que aquella especie del género Homo utilizó en África en los albores de la humanidad. En la maravillosa película sobre la gruta de Chauvet La cueva de los sueños olvidados, de Werner Herzog, aparecen especialistas en construir y probar todo tipo de armas prehistóricas. Otros han recreado los pigmentos o las lámparas con grasa de reno que se pudieron utilizar en la profunda oscuridad de las cuevas para pintar.
Más informaciónLo fascinante y, a la vez, la enorme dificultad que plantea la prehistoria es que los científicos siempre andan a ciegas: pueden clasificar, pero interpretar —sobre todo en el caso de lo que llamamos arte, aunque no sabemos en realidad cuál era su función social— resulta siempre muy arriesgado. Primero, por la carencia de cualquier documento que pueda ratificar una tesis y, segundo, porque un descubrimiento puede cambiar por completo la visión que se tenía del pasado remoto de la humanidad. La cueva de Chauvet, cuyo descubrimiento relata el documental de Herzog, desbarató en una mañana de la Navidad de 1994 todas las hipótesis que se tenían hasta el momento sobre el arte parietal en Europa al descubrirse pinturas de 30.000 años muchísimo más antiguas que todo el arte figurativo conocido hasta entonces —entre los leones de Chauvet y los bisontes de Altamira hay más distancia que entre la cueva cántabra y el Guernica—. Tercero, por una paradoja: que no hayamos encontrado algo no significa que no exista. “La ausencia de prueba no es una prueba”, repite a menudo la prehistoriadora y experta en neandertales Marylène Patou-Mathis. Cuando han pasado miles o incluso millones de años, es imposible medir lo que se ha perdido. Todos los científicos pensaban que era imposible que se hubiese producido un cruce entre neandertales y homo sapiens hasta que el ADN demostró que sí había ocurrido.
Alianza Editorial acaba de reeditar un libro que cuenta todo esto de forma tan clara como entretenida: Los pintores de las cavernas. El misterio de los primeros artistas (traducción de Eugenia Vázquez Nacarino), de Gregory Curtis. Es un ensayo que merece muchísimo la pena. Curtis, un veterano periodista, cuenta la historia del descubrimiento del arte prehistórico en el siglo XIX y cómo ha ido cambiando la visión de los investigadores a lo largo de las décadas, desde los pioneros como el abate Henri Breuil o André Leroi-Gouran hasta Jean Clottes. También tiene un papel importante en el libro Marcelino Sanz de Sautola, el descubridor de Altamira en el siglo XIX, del que se burlaron sus contemporáneos pese a que tuvo la intuición genial que dio lugar a los estudios de la prehistoria: sí, era perfectamente posible que hace miles de años los seres humanos creasen obras de arte extraordinariamente sofisticadas. Pero, en un mundo donde queremos entenderlo todo, nos encontramos con una barrera infranqueable: no sabemos por qué hicieron esas pinturas, ni lo que significan, pese a que la emoción que provoca su belleza rompe todas las barreras del tiempo.
“Esto es frustrante para científicos y aficionados por igual, puesto que, como obras de arte, las pinturas logran comunicar directamente y con suma eficacia”, escribe Gregory Curtis en su ensayo. “Fueran cuales fuesen las razones culturales que movieron a los antiguos cazadores a pintar en las cuevas, los grandes artistas que había entre ellos se tomaron la molestia de crear pinturas de líneas elegantes, colorido sutil, perspectiva precisa y una sensación física de volumen. Los caballos de Lascaux, multicolores y estilizados; el orgullo de los leones a la caza con los ojos encendidos en Chauvet; y los bisontes pesados, si bien delicados y sinuosos, de Altamira y Font-de-Gaume son evidencias de que la belleza es de veras eterna”.
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