Durante su intervención en la ceremonia de entrega de premios del pasado Open de Roma, Jannik Sinner le dijo a Alcaraz, medio broma medio en ... serio, que en Roland Garros ganaría él. Pues bien, el italiano estuvo tan cerca de cumplir su vaticinio –tuvo tres pelotas de partido con un 0-40 en el décimo juego del cuarto set– que nunca olvidará su derrota de este domingo en la Philippe Chatrier. Como le ocurre a Federer cuando recuerda la final de Wimbledon contra Nadal en 2008, o al propio Nadal la que disputó contra Djokovic en Australia en 2012, ni siquiera le quedará el consuelo de haber participado en un partido histórico, en uno de los mayores monumentos de la historia del tenis. Desde luego, el mayor que se ha jugado en Roland Garros. Siempre le sangrará esta herida al de Bolzano, mientras que a Alcaraz nunca de dejará de brotarle de dentro, como de un manantial, el orgullo de una victoria inolvidable.
El deporte es así. Uno gana y otro pierde. Uno ríe y otro llora. Lo harían Alcaraz y Sinner en los vestuarios tras una extraordinaria batalla de 5 horas y 27 minutos, la segunda más larga en la historia de los Grand Slam. Por supuesto que los seguidores de uno y otro vivieron con sensaciones inversas el resultado. Ahora bien, por encima de eso la sensación que quedará a los aficionados de todo el mundo es la del reconocimiento absoluto a dos grandes héroes.
El número 1 y 2 del mundo inauguraron, de la mejor manera posible, una rivalidad que va a marcar la historia del tenis en la próxima década. Nunca se habían enfrentado en una final del Grand Slam. Alcaraz había sumado sus cuatro títulos contra Ruud, Zverev y Djokovic –dos veces–, al tiempo que Sinner lo había hecho frente a Medvedev, Taylor Fritz y Zverev. Ambos estaban invictos, con la presión por el título en juego. Por otro lado, desde hace al menos un año el mundo del tenis tiene no ya la sospecha sino la convicción de que Alcaraz y Sinner comen aparte, de que están a un nivel al que, hoy por hoy, no llegan ninguno de sus rivales. La suya ya es una cuestión particular, como la de los tenientes D'Hubert y Feraud en la novela de Conrad. Hablamos de duelos privados, íntimos, por mucho que siempre sean de cara al público.
Hasta hace poco disfrutamos de los que vivieron Federer y Nadal durante un tiempo hasta que Djokovic se metió también en la pelea. Tras esta final empezamos a vivir la que enfrenta a un murciano de 22 años y a un italiano tirolés de 23. Y por lo visto en una Philippe Chatrier de la que los más de 15.000 asistentes salieron sacudiéndose con el sombrero el polvo de la aventura y sabiendo que en lo que les resta de vida nunca dejarán de decir «yo estuve allí», es que esta rivalidad va a tener tanta calidad y deportividad como las del Big Three. Es algo en lo que coincidieron tras la final todos los expertos, asombrados por el talento y la competitividad de los dos mejores tenistas del mundo.
Se esperaba mucho de ambos y los dos superaron las expectativas en un choque de antología. Era el tenis elevado a su máxima expresión. Cada tanto era la batalla de Salamina y la emoción se desbordaba por unos graderíos incrédulos ante la potencia descomunal y la precisión casi irreal de los tiros. En lugar de raquetas parecían tener 'joysticks' y manejarlos con la destreza de adolescentes diestros y alucinados. Puesto a hacer un balance final, se puede decir que Carlos Alcaraz tuvo un poco más de mérito. Y no porque fuera mejor. La igualdad fue absoluta. El marcador lo deja claro: 4-6-6-7,6-4-7-6 y 7-6 10-3). Es decir, 29 juegos para cada uno. Y no sólo eso. Otro datos impresionante después de cinco horas y media de cañonazos: 193 tantos del italiano frente a 192 del español. El mérito de Alcaraz es que estaba muerto y resucitó.
Si en algún momento, con dos sets abajo, se sintió tocado por el espíritu de resistencia de Nadal, deberá decirlo el propio jugador murciano. Y si no fue eso, no estaría mal que diga de dónde sacó fuerzas no ya para remontar sino para salir de la tumba. Porque en el décimo juego del cuarto set a Alcaraz le estaban enterrando. El cura ya le había dado la extremaunción y sólo quedaba la última palada de tierra. Y el tenista de El Palmar se levantó. Fue algo impresionante en una final llena de cosas impresionantes, alternativas e incertidumbres, El choque de estilos entre el mago Alcaraz y el 'ciborg' Sinner, que por momentos intercambiaban sus papeles, fue maravilloso. Como lo fue para los aficionados españoles que su compatriota fuera capaz de rayar la perfección en el momento final, el más complicado: cuando estaba 30-30 con 6-5 en contra en el quinto set y luego en un supertiebreak brutal.
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