A pesar de Trump, Europa no debe lanzarse a los brazos de China | Opinión | EL PAÍS


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Key Arguments Against Closer Ties with China

The article strongly argues against Europe deepening its relationship with China in response to Trump's tariffs. It highlights the significant economic risks of such a move, pointing to past experiences of dependence on China (during the pandemic) and Russia (regarding gas). A closer relationship with China would mean abandoning the EU's 'de-risking' strategy, potentially leading to a greater dependence on China for crucial resources like minerals for the energy transition.

Potential Downsides of a China Pivot

  • Increased economic dependence on China
  • Abandoning diversification strategies (China+1)
  • Weakening of the transatlantic alliance
  • Lack of market access for European exports, due to China's existing trade surplus
  • Limited opportunities for European investment in China

The author points out that while some European countries see potential benefits in a closer relationship with China, this is not supported by evidence. China's trade surplus with Europe has been substantial for years, meaning that increased market access for European exports to China is not guaranteed. Furthermore, European businesses are finding the Chinese market increasingly difficult to operate within due to changing regulations and decreasing competitiveness.

Concerns about Chinese Investment

The article also challenges the idea that increased Chinese investment in Europe would bring significant benefits. It notes that Chinese investment outside its borders is primarily driven by the need to bypass tariffs and address overcapacity, rather than a genuine desire for greater efficiency in other locations.

Conclusion

In conclusion, the article firmly advises against Europe embracing China in response to US trade policies. The author emphasizes the significant risks of such a move, along with the limited potential benefits, making it a strategically unsound approach.

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Uno pensaría que Europa debería haber aprendido ya la lección de los enormes costes que tienen las dependencias estratégicas. Nos pasó con China durante la pandemia, donde Europa se tuvo que poner de rodillas para recibir respiradores y mascarillas, y después con el gas de Rusia durante la invasión de Ucrania. A pesar de estas lecciones, y la que estamos viviendo actualmente con la excesiva dependencia de EE UU en seguridad y tecnología, la Unión Europea bien podría reaccionar a la presión de Donald Trump, mediante la imposición de aranceles del 20% a los productos europeos anunciado el pasado jueves 2 de abril, con un acercamiento a China. Esa estrategia supondría el abandono de la política de reducción de riesgos (de-risking, en la jerga) hacia China que la Comisión Europa lleva impulsando desde marzo de 2023. Medidas más concretas podrían incluir la eliminación de los aranceles sobre los coches eléctricos producidos en China que la UE introdujo en octubre de 2024 e, incluso, volver a poner sobre la mesa el acuerdo sobre inversiones que el Parlamento Europeo decidió “congelar”, es decir no ratificar, en marzo de 2021, tras la imposición de sanciones a parlamentarios europeos por parte de Pekín.

Con ese acercamiento a China, Europa abandonaría la idea de diversificación hacia otros mercados (conocida como estrategia China+1) ante la excesiva dependencia del gigante asiático en áreas clave para Europa como los minerales críticos para la transición energética, entre otros. Finalmente, parar el de-risking supondrá no utilizar políticas para proteger el mercado del aluvión de importaciones que previsiblemente llegará de China, después del cierre casi total en la práctica del mercado americano a los productos chinos tras la entrada en vigor de los aranceles de Trump. En otras palabras, Europa se vería totalmente desprotegida ante la sobrecapacidad de China que solo puede ir a más en un mundo más proteccionista. Por último, un giro hacia China con una Administración como la de Trump añadiría trabas adicionales a la ya frágil alianza transatlántica sin esperar a lo que pueda pasar en EE UU.

Aunque los riesgos de este giro son más que evidentes, aún hay países en Europa, entre los cuales parece estar España, que consideran que los beneficios de un acercamiento a China pueden ser superiores a los riesgos. El tamaño del mercado chino es el más evidente pero no está justificado por los datos de los últimos años en los que China ha ido limitando sus importaciones mientras aumentaba sus exportaciones y, con ello, su superávit comercial hasta nada más y menos que un billón de dólares americanos en 2024. Ese superávit no lo es solo con EE UU, sino también con la Unión Europa, que alcanzó los 400.000 millones de euros hace un par de años y se ha mantenido muy elevado hasta la fecha. El motivo de este superávit es simple. En otras palabras, las exportaciones europeas no van a tener nada fácil el llegar a China incluso con un acercamiento porque China necesita, más que nunca, mantener su superávit comercial una vez que se le ha cerrado el mercado americano por completo.

Otro posible beneficio que algunos líderes europeos aún esperan de China es que abra su mercado a la inversión directa europea. La realidad, descrita con enorme claridad en las encuestas empresariales de la Cámara de Comercio Europea en China, es que nuestras empresas ya no ven ese mercado como el gran El Dorado sino todo lo contrario. De hecho, un número creciente de empresas europeas ha hecho planes para diversificar su inversión hacia otros países e incluso abandonar aquel mercado al ser cada vez menos competitiva en un mercado estancando y con una regulación que cada vez lo pone más difícil a las empresas europeas, desde la política de datos a la ley de anti-espionaje extranjero, entre otras.

Aunque sea difícil justificar un giro hacia China por un potencial aumento de las exportaciones o de la inversión europea en China, sigue habiendo líderes europeos que sueñan con que Pekín invierta cantidades sustanciales en sus respectivos países y cree empleo o, incluso, que transfiera tecnología. Hungría es un buen ejemplo de ello, pero también Portugal y, desde 2024, España, especialmente desde la anterior visita del presidente del Gobierno a China, en octubre pasado. Aunque es cierto que China está estableciendo plantas de coches eléctricos y baterías en el extranjero y que hay países que se están beneficiando de ello, es importante entender cuál es el contexto en el que se producen estas inversiones. La razón por la que China prefiere producir fuera de sus fronteras es saltarse los aranceles y otras barreras sobre sus exportaciones y no tanto porque busque mayor eficiencia en otros destinos. De hecho, la producción de coches eléctricos o baterías en China es enormemente más eficiente que fuera. En otras palabras, China solo utilizará sus plantas en el extranjero cuando no le quede más remedio. Si la UE elimina sus aranceles a los coches eléctricos chinos, China preferirá exportar desde China puesto que el coste de producción es menor y además ayuda a reducir el problema de sobrecapacidad y genera empleo, tan necesario para el gigante asiático dada la elevada tasa de empleo juvenil.

En resumen, aunque las políticas de Trump estén empujando a Europa a buscar soluciones alternativas, no parece que lanzarse a los brazos de China y abandonar las políticas de reducción de riesgos que la Comisión lleva empujando en los últimos dos años sea la mejor idea no sólo por sus costes, sino por lo limitado de sus beneficios.

Alicia García Herrero es economista jefe para Asia Pacífico en Natixis e investigadora senior en Bruegel. 

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