Grandes atascos, trenes evacuados, telecomunicaciones interrumpidas, incertidumbre en el comercio... El Gran Apagón del 28 de abril de 2025 será recordado con angustia por muchos, pero quien caminase ayer por las ciudades de España vería también su reverso dulce: parques a rebosar de deportistas y paseantes, juegos infantiles en la calle, corrillos en los portales y terrazas repletas. Un contraste evidente con la 'leyenda negra' asociada a los cortes de electricidad en grandes urbes, como la 'noche del crimen' del 13 de julio de 1977 en Nueva York.

Como suele suceder en la Gran Manzana, el apagón coincidió con una ola de calor que sobrecargó el sistema por la demanda de aire acondicionado, provocando 25 horas de oscuridad asfixiante. En Queens, Brooklyn, Manhattan y el Bronx se registraron 1.000 incendios, 2.000 robos y más de 400 policías resultaron heridos. Esta relación entre riesgo de colapso energético, calor y crimen ya es un factor que manejan autoridades de ciudades como Los Ángeles, que estiman que la violencia crece del orden de un 10% cuando las temperaturas exceden los 30 ºC.

No obstante, los episodios de criminalidad amparados en la oscuridad de un apagón son menos frecuentes de lo que hemos llegado a creer, apunta a EL ESPAÑOL Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense y presidente de la fundación Psicología sin Fronteras. "Las situaciones de crisis y emergencia generan sobre todo respuestas de solidaridad. El pánico tiende a aparecer cuando hay hacinamiento de gente, o riesgos como el fuego". Recuerda, como ejemplo, la evacuación ordenada del World Trade Center en Nueva York durante el 11-S.

No obstante, Fouce reconoce una diferencia entre las culturas individualistas, como en EEUU, y las colectivistas como la española. "Se fomenta el intercambio, más que ver al otro como un enemigo", argumenta. A esto ha contribuido la disponibilidad de espacios urbanos como las zonas verdes y parques en los que se ha podido hacer vida en común mientras duraba el apagón. La presencia de estos elementos se considera con cada vez mayor evidencia un factor de bienestar tanto físico como mental, y un indicador epidemiológico de salud pública.

Un estudio de ISGlobal estima que cumplir la regla 3-30-300 ("ver al menos tres árboles desde casa, tener al menos un 30% de cobertura arbórea y un parque a no más de 300 metros) salvaría 43.000 vidas en Europa. La capacidad de interactuar, racionalizar la situación, ofrecer solidaridad en función de las posibilidades y "sonreír ante la dificultad" es indicativo de "una sociedad más sana", especialmente desde el punto de vista de la salud mental.

A ello se suma la resiliencia adquirida tras las sucesivas crisis recientes -Covid, Filomena, danas...- que han sensibilizado a los españoles sobre cómo afrontar estas situaciones. "Ha sido un aprendizaje brutal, poco nos falta ya por pasar", sostiene Fouce. Pero la experiencia dota de recursos para mantener la calma, el sentido del humor y el impulso para actuar de forma solidaria. "Es como para sentirnos orgullosos", valora el experto.

"Vete a casa, que empiezan los saqueos"

En contraste, ciudades como Nueva York y Los Ángeles no tienen la misma densidad y reparto urbano de parques como en Europa, y se hace un uso diferente de ellos. "Están vallados", apunta Fouce, y en los barrios más desfavorecidos no son un punto de encuentro, porque concentran la criminalidad. Esto es tanto fruto de la cultura individualista como la de las armas, explica el psicólogo, y pueden explicar por qué en ocasiones los apagones derivan en criminalidad. "Siempre habrá alguien que quiera aprovechar, y en esas circunstancias, la violencia genera violencia".

Aglomeración ordenada tras la evacuación de Nuevos Ministerios en Madrid. Pablo González EL ESPAÑOL

La psicóloga y autora Lara Ferreiro recuerda con humor la 'radio patio' que se organizó frente a su consulta tras el apagón. "Estábamos 'las vividoras', que nos fuimos a tomar un helado y a hablar con la gente en las terrazas; el 'creativo', que aprovechó para leer y pintar; la 'obsesiva de las noticias', que se intoxicaba de datos; los 'solidarios', que ayudaron a un joyero a hacer guardia... Pero también 'la ansiosa', preocupada por lo que iba a pasar y que terminó instándole a irse a casa porque iban a llegar 'los saqueos y las violaciones'".

En este perfil no solo influye la 'leyenda negra' de los apagones en EEUU, explica, sino el efecto acumulativo de las situaciones de estrés y la segregación de adrenalina a la que nos han sometido las crisis sucesivas. "El 60% de los españoles va a tener algún síntoma", advierte. La ansiedad y los problemas para dormir pueden durar una semana; si se prolongan más allá de un mes, Ferreiro recomienda acudir a terapia. También apunta al fenómeno de 'retraumatización' por la repetición de escenas propias de la pandemia, como las compras de urgencia y la incertidumbre, especialmente dura para las personas que han experimentado duelos y quien vive en soledad.

La 'hipervigilancia' es otra de las secuelas naturales, el temor a lo que puede venir tras el apagón y la obsesión por las múltiples teorías de la conspiración. "La gente ya sufre desconfianza institucional", denuncia. "Los líderes políticos tienen que hacer un esfuerzo de transparencia porque de lo contrario las crisis de emergencia desarrollan crisis psicológicas". El revés positivo, coincide, es que la "sensación de vulnerabilidad" que provoca la emergencia ayuda a fomentar la cooperación. "Vivimos en una crisis de valores, y la generosidad que han demostrado los españoles demuestra que podemos sacar lo mejor de nosotros mismos".

No obstante, ambos expertos coinciden en que un factor completamente aleatorio jugó a favor de la psicología: el apagón ocurrió en un día de sol y temperaturas agradables en la mayor parte de España, lo que potenció el efecto beneficioso de las zonas verdes. La posibilidad de interactuar con otras personas y practicar deporte supuso un aporte de oxitocina y endorfinas que ayudaron a gestionar el estrés. Pero Ferreira pide no olvidar que no todos disfrutaron de este 'apocalipsis dulce': las personas afectadas por los problemas de transporte y que hicieron noche en refugios improvisados tendrán más problemas para recuperar la normalidad.

La psicóloga aboga por centrarnos en el presente -la 'mentalidad del monje'- evitando lo que define como 'el síndrome de Spielberg', que nos lleva a fantasear con lo que puede ocurrir a continuación de maneras cada vez más exageradas. Para ello recomienda una "desintoxicación informativa", mirar las noticias sin "cortocircuitar". Cuando eso ocurre, explica, "dejamos de usar la corteza prefrontal, que es la racional, y se nos activa la amígdala, la zona del miedo". Así, lo que podrían ser síntomas ansiosos naturales de una semana de duración podrían arraigar como fobias.

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