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Cuando Benito Mussolini conquistó el poder a finales de octubre de 1922, en España el régimen de la Restauración entraba en su último año de existencia. El país se encontraba sumido en un periodo de inestabilidad política y experimentaba el empuje del movimiento obrero ... al calor de la Revolución rusa de 1917. Estos dos aspectos son clave para entender mejor cómo acogieron los periódicos españoles la repentina llegada a Italia de aquella nueva ideología que legitimaba la violencia y despreciaba la libertad.
«Un movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX», lo definía Ramiro de Maeztu en el diario 'El Sol', una semana después de que triunfara la Marcha sobre Roma. En su artículo, titulado 'El fascismo ideal', el prestigioso escritor español realizaba una defensa solapada de esta nueva corriente, criticando la libertad de prensa y asociación y aprobando el uso de la violencia como medio para asegurar el bienestar del pueblo. «A los liberales de la generación pasada les gustaba proclamar la inutilidad de la violencia. Nada más infantil. La violencia es la categoría de la realidad. Sin fuerza no hay hecho político», aseguraba.
Por su parte, el semanario 'España', primer proyecto periodístico de José Ortega y Gasset , presentaba así la nueva ideología en su edición del 4 de noviembre de 1922: «La victoria del fascismo italiano ha producido en España una impresión que rara vez producen entre nosotros otros acontecimientos de índole internacional. No ha faltado periódico de la derecha que no enarbolase el estandarte fascista y citase con delectación los apóstrofes que el buen Mussolini ha tomado del acopio literario de D'Annunzio. Unas hipotéticas camisas negras se han conmovido ante el triunfo fascista y acaso algún hidalgo rural déspota y cazador piense a estas horas en marchar sobre Madrid al frente de sus huestes campesinas».
Esta publicación acogió a los máximos representantes de la generación del 98 y del 14 y en ella confluyeron las corrientes reformistas y liberal-democráticas, además de las antioligárquicas, radicales y antimonárquicas del socialismo. De ahí su enfoque crítico con los «periódicos de derecha», a los que califica de ansiosos por querer resaltar los primeros éxitos de Mussolini. Sin embargo, se equivocaba en una cosa: la prensa conservadora no fue la única que analizó y elogió algunos aspectos del recién nacido fascismo, sino la mayoría de los periódicos, fueran la línea editorial que tuvieran. Todos publicaron artículos, editoriales o columnas de opinión y muchos se referían a la Marcha sobre Roma con esperanza en aquellos días de finales de octubre y principios de noviembre de 1922.
Contemporáneos
No podemos obviar que aquellos artículos estaban marcados por la cercanía con los acontecimientos. Puede que ahí radique su originalidad, en el acierto o el fracaso de sus hipótesis y definiciones, teniendo en cuenta que el proceso de incursión del fascismo en España no fue tan rápido como en Italia. De todas formas, todos intentaron explicar a sus lectores cómo había surgido, cuáles eran las líneas principales de aquella nueva ideología, cuáles eran los paralelismos que se podían encontrar en España o si existía la posibilidad de que penetrara en nuestro país.
En Italia, el entonces dirigente del Partido Nacional Fascista había sorprendido al mundo encabezando la mencionada expedición para arrebatarle el poder al Gobierno del primer ministro Luigi Facta . El objetivo: poner fin al sistema parlamentario e instaurar el primer régimen fascista de la historia. Aunque el mundo aún no era consciente, aquel episodio terminaría por convertirse en la causa indirecta de que murieran millones de personas en la Segunda Guerra Mundial y de que surgieran muchas de las dictaduras europeas de la segunda mitad del siglo XX. Hitler reconoció que quedó profundamente marcado por Mussolini y, en España, Miguel Primo de Rivera manifestó al periodista y escritor Andrés Revész , en 1926, que «su gesto iluminó el camino que debía seguir para salvar al país».
Mussolini no previó entonces las consecuencias de su acción, que anunció el 24 de octubre de 1922, durante un discurso en Nápoles ante 40.000 seguidores exaltados: «Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma». Desde ese momento, todos los periódicos españoles siguieron con expectación el día a día de la inesperada llegada de los fascistas a la capital italiana. «Si horas antes alguien hubiese consultado nuestra opinión, habríamos afirmado resueltamente que cualquier solución era posible, a excepción de la exaltación del fascismo. Sin embargo, Mussolini preside ahora un Gabinete. Si el lector mira el camino recorrido desde que nació oscuramente hasta alcanzar su actual omnipotencia, seguro que participará de nuestra estupefacción», subrayaba también la revista 'España'.
El ascenso de Mussolini
Este ascenso no tuvo parangón, realmente. En las elecciones de 1919, Mussolini solo obtuvo 5.000 votos de los 270.000 de Milán, la ciudad por la que se presentó, y no consiguió ser elegido diputado. Los socialistas obtuvieron 40 veces más votos. Entonces aprovechó el cabreo de la sociedad italiana ante la gran crisis económica que padecía el país y comenzó a hacer uso de la violencia. El número de fascistas (y de muertos por los enfrentamientos de estos en las calles) se multiplicó. En abril de 1921 fundó el Partido Nacional Fascista (PNF) y en los siguientes comicios logró 35 diputados. Su influencia siguió aumentando hasta que el Rey Víctor Manuel III se vio obligado a nombrarlo jefe de Gobierno tras la marcha.
En España hasta aparecieron dos revistas dirigidas a la clase media y obrera dedicadas a esta nueva ideología, 'La Palabra' y 'La Camisa Negra', en las que se incluían retratos de Mussolini e iba acompañada de artículos con aire académico como 'El fascismo en el poder. Economía. Trabajo. Disciplina'. Pero una amplia franja de la izquierda, harta de las corruptelas, se dejó seducir también por la idea de una dictadura temporal para solucionar la crisis política de nuestro país. Y temían que, si el ejemplo de los soviets conseguía arraigar aquí, una figura parecida a la de Mussolini podría ser la solución.
Cabeceras progresistas de todo tipo, algunas de ellas entre las más leídas, incluyeron artículos en los que dieron por cierta la propaganda del movimiento fascista, que presentó su empresa como provisional y regeneradora del anterior régimen político. No se imaginaban en ese momento que aquel exsocialista de 40 años llamado Benito acabaría imponiendo un régimen autoritario, sometiendo a su pueblo con mano de hierro hasta su asesinato en 1945 y dejando al país en ruinas.
«Un semillero de posibilidades»
Un ejemplo fue un artículo publicado por Camilo Barcía en 'La Libertad', siete meses después de que Mussolini se hubiera hecho nombrar primer ministro bajo amenaza. «No olviden los españoles que Italia es actualmente un semillero de posibilidades, así que contemplémosla desde esta España precaótica. Con todas sus nervios, aquel país busca la claridad, que fue siempre virtud especialmente latina. Si los hermanos de raza asisten a su amanecer, tal vez la luz que un día bañe sus espíritus alumbre un poco este viejo solar de España que entró en un periodo penumbroso, sin reacciones salvadoras».
Para este autor, España era una especie de «dictadura parlamentaria», tal y como anunciaba en el título, mientras que Italia representaba en ese momento el ejemplo a seguir para cambiar las cosas. Otros artículos publicados en periódicos de izquierdas, como 'El ejemplo de Mussolini' en 'El Heraldo de Madrid', renegaban del régimen de Mussolini, que estaba cada día más cerca de convertirse en un gobierno totalitario, pero elogiaban sin tapujos el «equilibrio económico» que había logrado en sus cuatro primeros meses de vida. «Mussolini está dando un ejemplo del arte de gobernar a todos los estadistas», afirmaba por su parte 'El Sol', el 31 de octubre de 1922.
El diario 'El Sol', considerado en su momento uno de los mejores periódicos de Europa, con aires renovadores y regeneracionistas, apoyó el alzamiento de Mussolini de una manera mucho más sutil: invitando a los lectores a criticar las flaquezas del liberalismo, que representaba algo así como la vieja política, sin condenar la nueva ideología y hasta excusándola: «La formidable reacción fascista no parece ser más que la réplica a una exageración contraria. Es muy cómodo considerarse libre de todo pecado y achacar el mal a un oscurecimiento patológico de las conciencias, pero sería más conveniente que las izquierdas, en vez de concentrar la atención sobre el fascismo, fijaran la mirada en sí mismas».
Esta fue la tónica de la mayoría de diarios españoles desde octubre de 1922 hasta bien entrado 1924. Cerca de dos años en los que mostraban una imagen idealizada de lo que ocurría en el primer país fascista de la historia, mientras Mussolini acumulaba poderes, cercenaba libertades y sembraba el terror entre sus opositores. No se imaginaban que, dos décadas después, el cadáver de aquel hombre sería colgado y golpeado de una plaza céntrica de Milán por su mismo pueblo, poco antes de poner fin a la guerra más devastadora de la historia.