Apple ha decidido trasladar desde China a India el ensamblaje de los iPhone que vende en EEUU. Es una medida con la que pretende sortear las consecuencias económicas para la compañía de la guerra comercial entre Washington y Pekín. El propósito de la empresa dirigida por Tim Cook es que la relocalización esté plenamente realizada a finales de 2026 y que sus centros indios puedan satisfacer de manera íntegra el abastecimiento del mercado estadounidense.

El giro de Apple es producto de la necesidad de alejarse de China en un momento de tensiones geopolíticas. Fabricar en China ya no será rentable a causa de los aranceles, pero tampoco resultará seguro, en la medida en que la producción quedará expuesta a los intereses de Pekín en esta nueva Guerra Fría.

En segunda instancia, el movimiento de Apple conviene a un Washington que está intentando reforzar el papel de India en Asia. Puede ser un país refugio para la producción barata que abandone China, pero también un contrapeso de Pekín. El deseo de la administración Trump de establecer nuevas alianzas con India, incluido un corredor que haga la competencia a la ruta de la seda en el continente, puede verse beneficiado por movimientos empresariales de este tipo.

La rentabilidad que ofrece la mano de obra barata se resiste a las necesidades de fortalecimiento estadounidense

Pero el anuncio de Apple de relocalizar en India es significativo en otros órdenes. Uno de los problemas para devolver las fábricas a EEUU era la enorme dificultad para reubicar las cadenas de abastecimiento y de encontrar la mano de obra formada en un plazo tan breve, y así lo argumentaba Tim Cook. Pero, si es factible, como demuestra el desplazamiento hacia India, ¿por qué no llevar los centros de ensamblaje a a EEUU? ¿No era esa la intención de Trump?

La rentabilidad que ofrece una mano de obra más barata frente a las necesidades de fortalecimiento estadounidense es un dilema que está presente en las tensiones entre las distintas facciones del gobierno Trump, los Maga y los tecnológicos, los partidarios de los aranceles duros y los que apuestan por hacer concesiones a los mercados.

Los algoritmos contra los móviles

Sin embargo, este duelo tiene más derivadas, en especial la relacionada con las divisiones en el sector tecnológico, que se vivieron de manera clara durante la campaña electoral. Trump fue indisimuladamente apoyado por los empresarios provenientes del venture capital, personas como Peter Thiel, Marc Andreessen, Palmer Luckey o Alex Karp, mientras que las big tech fueron más distantes con el líder republicano. Elon Musk, que venía del mismo circuito que Thiel o Andreessen, fue el empresario tecnológico que más significó a favor de Trump. Cuando el republicano alcanzó la presidencia las grandes tecnológicas se alinearon con él. Era el momento de situarse al lado del vencedor.

La división existente entre ambos sectores provenía de una competición por el negocio: las empresas que fundaban los inversores del venture estaban siendo limitadas en su crecimiento por las grandes tecnológicas, que tenían los medios para frenar su recorrido, comprarlas o acabar con ellas. Esa tendencia, argumentaban los inversores, conducía a un desarrollo tecnológico mucho más estrecho, preso de las burocracias de las grandes empresas, lo que terminaba produciendo escasa innovación.

Hay una brecha abierta entre los sectores tecnológicos que necesitan de la producción de bienes físicos y los que se basan en algoritmos

Pero la división más evidente se daba entre los sectores tecnológicos que necesitaban de la producción de bienes físicos y los que no. Entre los primeros estaban Tesla y Apple: tenían que fabricar automóviles o móviles y sus vínculos con China eran evidentes. Su producción estaba muy ligada a un circuito de fabricación barata que permitía extraer grandes beneficios. Entre los segundos, los que basaban su modelo de negocio en los algoritmos, y, por tanto, en la perturbación y absorción de mercados tradicionales, estaban Airbnb, Meta, Uber, Palantir o Alphabet. Eran empresas que no necesitaban de la producción.

Esta división afecta claramente a Musk, quien ha pasado a segunda línea y abandonará el gobierno, según se ha asegurado, tras las repercusiones negativas de su acción política en Tesla. Musk tiene otros intereses, como Starlink, ligados a la seguridad, que son favorecidos por la administración Trump, pero Tesla necesita de la fabricación y, por tanto, pretende continuar con un régimen manufacturero que le genera beneficios. Amazon es otra de las empresas afectadas, ya que vende bienes producidos en cualquier parte, por lo que los aranceles pueden dañar su cuenta de resultados.

Los algoritmos y los aranceles

Esta división también tiene repercusiones en la administración Trump, ya que sus aranceles funcionan en dos direcciones: como instrumento para recuperar capacidades estratégicas, entre las que se encuentra parte de la fabricación, y otra expansiva, cuya intención es abrir mercados. La pausa en los aranceles máximos impuestos, y las negociaciones abiertas con India y Japón, así como las próximas con Reino Unido y la Unión Europea, responden a ambos propósitos. En los dos la tecnología es un objetivo de primera magnitud.

La intención más expresa es la de limitar los vínculos con China: Washington no desea que sus avances tecnológicos futuros sean copiados por Pekín, como ocurrió en épocas anteriores. Pero, sobre todo, ya que la tecnología china está muy avanzada, existe el deseo de establecer un cortafuegos en los países de su órbita: la tecnología que se utilice en lss Estados aliados debe ser estadounidense y no china. Los socios deben estar vinculados a la esfera estadounidense de una manera clara.

En tecnología (y en la IA) se están delimitando esferas de adscripción a Washington o a Pekín que serán importantes en esta nueva guerra fría

Las oportunidades estadounidenses de ocupar mercados son mucho más nítidas en el caso de las empresas de los algoritmos. Muchas de ellas operan en el campo de la seguridad y de la defensa, pero también en el de la gestión pública o en el de las comunicaciones, lo que les brindará una presencia en sectores estratégicos. De fondo está, como es evidente, el desarrollo de la inteligencia artificial, un sector que EEUU espera liderar de manera definitiva. Sin embargo, y dado que las empresas tecnológicas chinas cuentan con notables fortalezas y tienen mercados ganados, es probable que se produzca un reparto de influencia. En tecnología y en la IA se están delimitando esferas de adscripción a Washington o a Pekín, que serán importantes en esta nueva guerra fría.

Y aquí reside la prioridad estadounidense. Los aranceles servirán, en este campo, para satisfacer dos objetivos. Por una parte, para articular mecanismos que permitan el desarrollo de la tecnología en suelo estadounidense, con toda la fabricación que pueda llevar aparejada. Si se van a producir drones avanzados o submarinos autónomos, como hace Anduril, la empresa de Palmer Luckey, carece de sentido tener los centros de producción fuera de EEUU o, al menos, en países que no estén estrechamente ligados. Esto es aplicable a un número significativo, pero limitado, de bienes, como los coches autónomos o los coches eléctricos (para evitar que China acapare el mercado).

En segunda instancia, el deseo de Washington es vender las soluciones tecnológicas con que ya cuenta, así como las que puedan crearse en el futuro gracias a los avances en la IA, al mayor número de países. Esas serán exigencias presentes en la negociación comercial. Las soluciones tecnológicas que venden empresas como Palantir cuentan con capacidad expansiva para la administración Trump, y así lo demuestra la reciente adquisición por parte de la OTAN del Maven Smart System creado por la empresa de Thiel.

Lo que queda en medio

Los móviles de Apple no figuran en la segunda categoría. Se trata de una compañía ya establecida, con un nivel de innovación actual escaso, que necesita de la fabricación y que cuenta con competidores que pueden proporcionar alternativas similares o mejores. Apple está interesada, como les ocurre a otras compañías del sector, en mantener un nivel de beneficios elevado a través de los costes bajos, por lo que prefiere localizar sus centros en países emergentes. Las nuevas ubicaciones de Apple señalan, por tanto, una reubicación de las cadenas, pero también las dificultades de Trump en cumplir con lo que prometió, que los puestos de trabajo regresen a EEUU. Pero ese aspecto solo le resulta importante a la administración Trump en lo que se refiere a sectores estratégicos y de futuro, de modo que las manufacturas genéricamente consideradas tengan menos importancia. No parece que los trumpistas consideren crucial que los estadounidenses vuelvan a hacer camisetas y zapatillas, pero sí expandir su tecnología.

Lo que está en juego como instrumento para ampliar el poder estadounidense es la tecnología y, en particular, la IA. La pelea en este campo entre las dos grandes potencias muestra también la debilidad europea, y no solo porque carezca de instrumentos que le permitan competir con ambos países. También parece que el nuevo papel que le toca en el reparto no es el más brillante. Sirva como ejemplo la insistencia de inversores nacionales y extranjeros para que España construya centros de datos gracias a la posibilidad de ofrecer energía barata. Al margen de su gran consumo de agua, tales centros generan poco empleo y poco rédito. Tienen sentido cuando los datos son tuyos, no cuando los cosechas para otros. Para la operativa de las tecnológicas de los algoritmos son esenciales, pero el país que los instala consigue beneficios muy escasos. Es un retrato significativo del lugar que parece haberse asignado a Europa en esa nueva división tecnológica del mundo.

Por qué Apple se lleva las fábricas a India: la fractura tecnológica en el gobierno Trump


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